Capítulo 15

La Peluquería estaba muy concurrida esa mañana, llena de hombres y mujeres coloreando su pelo, tiñéndolo y, pelucas ajustadas, párpados inyectados con botox y la piel frotada con aceite de almendras. Mientras que en el mundo exterior se sumía en el caos, la Peluquería era un santuario de la civilización, de la paz, de la negación. Sin leyes de la calle aquí, sin puestos de control, sin miedo al control- sólo tenues luces que arrojaban sombras halagadoras sobre los clientes mientras se sentaban en las cómodas sillas, en este templo al dios de la belleza, de la auto-preservación.

Julia Sharpe dio vuelta las páginas de su revista electrónica, pero sus ojos no se centraban en los artículos o imágenes que contenía. En lugar de eso estaba mirando hacia adelante a su reflejo en el espejo, con temor, miedo. Sin sarpullido. No había sarpullido. Ella estaba a salvo. ¿Pero por cuánto tiempo? ¿Sería la siguiente? Dos de sus vecinos habían sido tomados en la noche - ¿eran terroristas o habían tomado los medicamentos contaminados? Ella fue a la misma farmacia igual que uno de ellos. ¿Sería la siguiente? ¿Cómo iba a saberlo?

Obligada a apartar la mirada, se encontró mirando furtivamente a la mujer en el espejo junto a ella. Se llamaba Sylvia y llevaba una máscara - una máscara protectora que había sido expresamente prohibida por las Autoridades, porque no había necesidad de ellas, porque aquellos que las vendían eran especuladores, porque el rumor de un virus era una rebelión. No había enfermedades. Era imposible. Era la obra de la propaganda del Subterráneo.

Julia miró hacia otro lado, eso la puso nerviosa.

–Entonces, ¿los mismos colores? –Su peluquero, Jim, le estaba preguntando. Julia lo miró vagamente.

– ¿Cómo dices? Oh, los colores. Sí. El mismo que de costumbre. Gracias.

Obligó a sus ojos de nuevo a su propio reflejo, a las arrugas bajo los ojos, a la mandíbula caída que tanto despreciaba. ¿Era su imaginación o sus ojos parecieran cansados – no sólo la piel alrededor de ellos, sino el propio iris? Luego se sacudió. Ella lo estaba imaginando. Todo el mundo se estaba volviendo loco, atrapados con el miedo. Era lo que quería el Subterráneo. Ella no caería en eso.

Se rascó el brazo y luego, dándose cuenta de lo que estaba haciendo, se detuvo. La picazón era imaginaria. Luego comenzaría a creer en las profecías que estaban brotando en las esquinas sobre el fin del mundo, sobre el eterno invierno viniendo finalmente a su fin.

¿Eterno invierno? Había una razón para el clima frío - algo que ver con el mar. Todo tenía una explicación racional. Ella no se dejaría caer tan fácilmente a la locura que parecía estar aferrándose a la nación.

Se estaba haciendo el cabello. ¿Qué podría ser más normal que eso?

Aclarando su garganta, Julia trató de pensar en algo que decir - uno de sus temas habituales de conversación: sus tardes de bridge (juego de cartas), el costo del petróleo, los nuevos y feos desarrollos siendo construidos por trabajadores inmigrantes que eran una mancha en el paisaje y un recordatorio constante, como su marido regularmente comentaba con un suspiro, que la pequeña isla de Gran Bretaña simplemente se estaba llenando demasiado. Por lo general disfrutaba de sus conversaciones con Jim - disfrutaba de la oportunidad de agasajarlo con sus opiniones mientras él escuchaba y asentía, sin entrometerse en desacuerdo con ella como sus amigos y conocidos que tan a menudo lo hacían, sin nunca negar con la cabeza y diciéndole que ella no comprende como su marido siempre lo hacía.

Pero hoy su mente estaba llena de todo y de nada, esperanza y desesperación, ninguno de los cuales podía apoyar. Lo que hacía una pequeña charla un poco difícil.

–Entonces, ¿cómo estás hoy?

– ¿Yo? –Ella forzó una sonrisa–. Oh, yo estoy... Estoy bien, gracias. Muy bien.

Sus ojos se desviaron involuntariamente de nuevo al reflejo de Sylvia. Jim vio y sonrió. –Tenemos algunos de esos si estas interesada, –dijo, conversacional. Los ojos de Julia se estrecharon.

– ¿Tu... tienes?

–Claro. Están creados con aceite de árbol de té. Te protege de, ya sabes, la contaminación, el polvo, lo que sea en realidad. Se están volviendo muy populares.

– ¿Contaminación? –Julia asintió, sintió alivio inundándose a través de ella. La gente no tenía miedo de enfermarse, no la gente racional. Ella no estaba enferma. No había nada de qué preocuparse.

–Oh, gracias a Dios. Pensé que eran... Quiero decir, escuchas sobre personas entrando en pánico por las supuestas Desapariciones, y yo pensé... –Ella se encontró con los ojos de Jim y su voz se fue apagando. ¿Pensó qué? ¿Que la gente estaba preocupa sobre morir? ¿Que no se podía confiar en las Autoridades? ¿Que los camiones que vienen en la noche, vislumbrados a través de las ventanas, llenos de sombríos rostros de policías con máscaras, no eran camiones de prisión deteniendo a los seguidores del Subterráneo? No, estas no eran cosas que pensaba. Se negaba a pensar en ellas, se negaba siquiera a reconocer la conciencia de ellas.

Jim estaba retorciendo hojas de aluminio en su cabello con concentración estudiada, Sylvia, por su parte, había mirado hacia arriba bruscamente antes de volver a mirar su revista. Julia se enrojeció, se sintió estúpida de repente, torpe.

– ¿Son realmente populares? –le preguntó, su voz ahora más cautelosa, más suave.

Jim se encogió de hombros. –A la gente le gusta ser cuidadosa, –dijo sin alterarse.

– ¿Y no son... las prohibidas?

Jim la miró a los ojos por un instante en el espejo y Julia sintió un ruido sordo de miedo.

–Son legales, por lo que yo sé, –dijo Jim–. Por lo tanto, ¿subo el volumen?

Julia frunció el ceño, por no saber de lo que estaba hablando, entonces se dio cuenta de que estaba mirando la pantalla de la pequeña computadora incrustada en la pared. Por lo general no estaba encendida, Julia supo que era la manera de Jim para detener su conversación. Él no confiaba en ella. Ella no confiaba en sí misma.

–Hoy vi la muerte de Margaret Pincent, hija de Richard Pincent de Pincent Pharma, nieta de Albert Fern, el inventor de la Longevidad, y Directora del Grange Hall, quien le disparó a su ex marido el año pasado. La asesina murió después de una reducción gradual y humana de la Longevidad. Su hijo ex Excedente, Peter Pincent, un Excluido por Voluntad, es un conocido seguidor del Subterráneo y está en la lista de los más buscados. Y en otras noticias, los Estados Unidos han anunciado un estado de emergencia ya que la cifra de muertos por drogas contaminadas de la Longevidad alcanza los 2.565. En el Reino Unido, las Autoridades han confirmado sólo dos centenares de personas afectadas, y dijeron que cualquier persona atrapada protestando o realizando cualquier actividad revolucionaria será encarcelada inmediatamente...

–Apuesto a que muchas mujeres han pensado en matar a sus ex-maridos, ¿no te parece? –Jim volvía a sonreír; y Julia consiguió una risa un poco estrangulada.

–Me imagino que lo van a pensar dos veces ahora, –dijo. Su brazo le estaba picando insoportablemente, no rascarse le estaba tomando toda su concentración, dejándola calurosa e incómoda.

–Hace un poco de calor hoy, ¿no? –Dijo Jim–. Un poco fuera de temporada, ¿no te parece?

Julia lo miró con incertidumbre. –No estoy calurosa, –mintió ella. Estaba sudando, se preguntó si Jim se había dado cuenta.

– ¿No? Debo ser solo yo. –Jim se encogió de hombros. Parecía como si fuera a decir algo más, pero fue distraído de inmediato por una ráfaga de viento cuando la puerta se abrió. Julia giró su cabeza para ver quién era, pero no reconoció a la mujer que se precipitó hacia adentro. Su cabello era corto e intenso, la piel de su rostro estaba arrugada y áspera. Ella se encontró con los ojos de Julia y se acercó corriendo hacia ella y Julia se encontró retrocediendo en su silla.

– ¡Agua! –Exclamó la mujer, tomando un vaso que había sido dejado en un estante y llevando todo el estante al suelo–. ¡Agua!

Todo el mundo la miró con horror, Julia retrocedió violentamente y Jim inmediatamente dejó caer las hojas de aluminio. –Esta es una peluquería, no una cafetería, –dijo, intentando una sonrisa como si fuera a calmar la furia de la mujer–. Tal vez deberías ir a otro lugar.

Julia estaba mirando a la mujer, asustada. Ella estaba en el piso ahora, aferrándose a su garganta. – ¡Agua! –Ella grito–. ¡Dame agua!

– ¡Dale un poco de agua! –Julia se oyó gritar, luego se llevó la mano a su boca mientras dos policías entraban al salón. Rápidamente echaron a la mujer de la peluquería y la llevaron a una camioneta que estaba estacionada afuera. Dos asistentes del salón, por su parte, levantaron la estantería y empezaron a reorganizar los objetos sobre ella. Durante unos minutos, todos se sentaron en silencio. Luego, lentamente, poco a poco, la conversación comenzó de nuevo y el salón reanudó el bajo zumbido de actividad.
– ¡Bueno! –Dijo Jim, girando a Julia en su silla giratoria, pidiéndole enfrentarse a él para que pudiera hacer el nacimiento del cabello–. Eso fue un poco fuera de lo común, ¿no?

Julia asintió. Le temblaban las manos y rápidamente las movió bajo su vestido. Había otro policía en la puerta, podía verlo por la esquina de su ojo. Jim también lo vio.

–Usted acaba de perderse la locura, –gritó–. Ella ha sido llevada.

El policía lo miró por un momento y luego entró al salón. Se dirigió directamente hacia Julia. Ella empezó a sudar. Ellos venían por ella. Sabía que lo harían. Lo sabía. Estaba temblando, estaba aterrada.

– ¿Jim Harrison?

Jim se volvió y sonrió. –Eso es correcto. ¿Qué puedo hacer por usted?

El policía no le devolvió la sonrisa. –Me temo que tendrás que venir conmigo, –dijo.

– ¿Ir con usted? –Julia asintió y comenzó a levantarse.

–Si no te importa. –El policía tomó a Jim por el brazo y lo llevo por la fuerza afuera. Julia se quedó detrás de ellos con incertidumbre. ¿Jim? ¿Habían venido por Jim? ¿Él era un agente del Subterráneo? Era imposible. No, no imposible, pero poco probable. Tan improbable.

– ¡Mis láminas de aluminio! –Ella gritó tras ellos tontamente. Corrió hacia la puerta, afuera, a la acera. Había una camioneta justo afuera y el policía abrió la parte trasera. La calle estaba vacía, en los puestos de control y bloqueos que se había creado alrededor del salón. Siguió al policía y a Jim–. ¿No puede terminar mis láminas de aluminio primero? Estoy segura de que ha habido un error. Mi marido trabaja para las Autoridades. Puedo llamar –

–Vuelva al interior, por favor, –dijo el policía de manera cortante, pero ya era demasiado tarde - ella ya había corrido unos metros por la carretera, había visto el interior de la camioneta. Los cuerpos, algunos vivos, otros muertos, estaban apilados uno encima del otro como cadáveres de animales, el hedor insoportable. No eran seguidores del Subterráneo. No eran terroristas. Ellos estaban enfermos. Al igual que la mujer que había querido agua. Todos estaban enfermos, Julia se dio cuenta con un ruido sordo.

Jim lo había visto también. Su rostro estaba pálido. – ¡Espera! ¿Qué estás haciendo? –Gritó desesperadamente mientras el policía lo tiraba adentro con los cuerpos en descomposición–. Se ha producido un error. No estoy… –Pero sus palabras se perdieron cuando fue arrojado a la parte de atrás, la puerta se cerró detrás de él.

El policía se metió en la camioneta y se quedó mirando a Julia que estaba clavada en el suelo, incapaz de moverse. –Vuelve adentro, –dijo–. Si no vas a ir a la camioneta también, ¿entiendes?

Julia asintió. Se acercó de nuevo hacia el salón, entró y cerró la puerta. Luego se quedó allí, inmóvil, incapaz de moverse durante varios minutos. Porque lo entendía. Finalmente, lo entendió completamente.