79
En plenas fiestas, la ciudad resplandecía de adornos. La gente se apresuraba en las tiendas a hacer sus últimas compras. Blake aparcó el coche cerca de un restaurante del centro.
—¿Estás segura de que prefieres cenar aquí? ¿No te apetece esperar a que volvamos a la mansión?
—Tengo mucha hambre. No aguantaré dos horas. ¡Así que cabe la posibilidad de que me maree de verdad! Además, ya lo verá, es un restaurante chulo.
—Donde hay patrón… Pero, antes, ¿te importa que te deje unos minutos para hacer una llamada mientras tengo cobertura?
—Tranquilo, yo reservaré la mesa y arrasaré con el pan…
Blake marcó el número delante de una tienda de objetos de decoración con colores navideños. En la acera de enfrente, a través de las ventanas de cristales pequeños orladas con escarcha falsa, vio cómo Manon se instalaba en la mesa.
—Buenas noches, Richard.
—¡Qué sorpresa! ¿No irás a decirme que estás en tu colina perdido con tu pata coja?
—Estoy en la ciudad y tengo la pierna mejor.
—¿En la ciudad? Mowgli sale por fin de su jungla…
—Mowgli siente mucho molestar a Baloo, pero necesita un consejo…
—¿Un consejo? Y ¿piensas seguirlo o hacer lo mismo que con los demás?
—No prometo nada, pero me gustaría tener tu opinión. Allá voy: he conseguido impedir que la señora Beauvillier venda sus tierras.
—¿Cómo lo has hecho?
—He sido todo sutileza y diplomacia: con un perro, un loco y unos cartuchos. Ya te contaré. El problema es que ella contaba con la venta para sacar a flote la finca y, de repente, no va a tener ese dinero. Podría comprarle esa parcela, pero, para ello, tendría que confesarle quién soy realmente…
—¿Dudas?
—Es más que una duda. Es un riesgo.
—Consideremos las cosas con pragmatismo. Si compras sus tierras, tendréis un vínculo. ¿Ese punto te supone un problema?
—La verdad es que no.
—Si lo he entendido bien, sobre todo te da miedo que te odie por haberle mentido y que no acepte al hombre que se oculta tras el personaje del mayordomo, ¿es eso?
—Dicho por ti, parece tan sencillo…
—De todas formas, decidas lo que decidas, acabará enterándose de quién eres. No vas a poder mentir eternamente…
—Y ¿qué hago si me odia? ¿En qué me convierto si me despide?
—Perdería a la vez a un excelente mayordomo, al amigo que puede sacarla del aprieto y a un buen hombre. Nathalie no es imbécil. Confía en ella.
—No es de ella de quien dudo, sino de mí.
—Hace unos meses, para ti todo eran penas. Ahora, ahí estás, lleno de dudas. No deja de ser un progreso. Hacía mucho que no te había visto tan a gusto con tu vida. Te estoy recuperando, Andrew. Te siento vivo de nuevo, resuelto a emprender algo. Al final, tu idea de volver a Francia no era tan mala como había creído. No me resulta fácil admitirlo, malandrín, pero ¡tenías razón! Como la tienes en ir a casa de Sarah. Y en querer adquirir esas tierras. Creo incluso que tienes razón en cuidar de Nathalie. Vale la pena. No tienes nada que perder, Andrew. Desde que eras un crío, siempre has dudado de ti. He estado en un buen lugar para saberlo. Ahora has llegado a la edad de aprender a confiar en ti mismo…
Blake se quedó un momento en silencio.
—Gracias, Richard.
—You’re welcome, hermano.
Cuando tomó asiento enfrente de Manon, Blake constató que ya solo le quedaba un único trozo de pan en la cesta.
—¿He tardado o es que tenías mucha hambre?
—Si no fuera un cuscurro, también habría volado.
Había una vela encendida en el centro de su mesa. A su alrededor, no había más que parejas jóvenes o mesas de amigos.
—Qué raro vernos aquí a ambos —comentó la joven—. Desentonamos un poco. Pero estoy muy contenta. Llegó usted hace tan solo unos meses y, sin embargo, tengo la impresión de conocerlo de toda la vida.
El camarero se acercó para tomarles nota. Dos pizzas.
—Si Odile nos viera comer aquí —dejó caer Blake—, no se pondría muy contenta.
—Espero que vaya todo bien entre Philippe y ella…
—Lo veremos al volver. Siempre que no nos encontremos con un tipo noqueado, tumbado cuan largo es, entre unos gatitos que jueguen con el cuerpo inerte…
—Veo perfectamente a Philippe como víctima.
—Mi pronóstico es el mismo.
Cuando sirvieron las pizzas, Andrew anunció:
—Tengo algo serio que decirte, Manon. Pero me resulta bastante difícil… Vuelvo a necesitarte. Me siento un poco perdido y creo que tú puedes orientarme.
—¿Usted? ¿Me necesita?
—Es a propósito de mi hija… Siento hacerte esta pregunta de manera tan brusca, pero necesito saberlo.
Cogió aire y se lanzó.
—Si tu padre retomara el contacto contigo, ¿cómo te imaginarías que pasaría? ¿Qué desearías que te dijera?
Manon acababa de pinchar un trozo de pizza. Interrumpió su gesto y dejó su tenedor. Miró a Blake con una mezcla de dulzura y de tristeza.
—No puede ponerse al mismo nivel que ese individuo —murmuró—. Mi padre nos abandonó a mi madre y a mí. Ni asumió nada ni se arrepintió de nada. Nunca celebró mi cumpleaños o trató de saber si era aplicada en el colegio. Considero que no he tenido nunca padre. Usted no es en absoluto la misma clase de hombre. Cuando lo oigo hablar de su mujer, cuando lo veo cuidar a los demás, no me cabe ninguna duda al respecto. Me habría encantado que fuera mi padre, pero ser su amiga es ya toda una suerte. ¿Qué le ha hecho a su hija que sea tan grave como para ponerlo en este estado?
—Me olvidé de ella. Desde que su madre no está entre nosotros, la he abandonado. Ya no sé ni siquiera a cuándo se remonta la última vez que nos sentimos cerca el uno del otro. ¿Cuándo dejamos de estar unidos? ¿En qué momento la perdí? Cuando murió Diane, Sarah se mostró muy valiente. Dejé que se las apañara sola porque no tenía siquiera fuerzas para ocuparme de mí mismo. Aprendió a vivir sin contar con su padre. Creo que, cuando la gente ya no te necesita, la relación se pierde. Al principio, un hijo no te ve más que a ti, no puede vivir sin lo que le das. Estira los brazos hacia ti en cuanto te ve, sus ojos te miran. Y luego sus brazos pronto ya no son lo bastante grandes como para abrazar el mundo que se ofrece ante él y, lógicamente, parte a su encuentro. Amplía su horizonte y se aleja. Cuando te das cuenta, ya está lejos. En pocos meses, perdí a mi mujer y también a mi hija. Me percaté de que ya no me necesitaba. No se trata de mirar atrás, sino de decirle que me siento culpable. Seguramente, debería haberle brindado un apoyo que no estaba en condiciones de ofrecerle. Me gustaría hacerle comprender que puede contar conmigo de nuevo.
—Para los niños siempre hay una edad en que la vida con sus padres ya no representa la parte más importante. Mire lo que me pasa con mi madre. Nos enviamos sms, cada vez más largos, y me viene muy bien. Haremos las paces, pero la situación ya no me hace sufrir. He pasado página. Usted mismo me contó cómo se distanciaron. Sarah, simplemente, ha cortado el cordón.
—Yo no. La necesito, necesito serle útil. Me encantaba esperarla, quedar con ella. Estaba loco de alegría cuando podía ir a buscarla al colegio. Todavía me acuerdo de ese murete por el que corría mientras la sujetaba de la mano. La última vez que pasamos por delante fue ella la que me ayudó a sentarme en él… El tiempo pasa y aquí estoy hoy, sin saber cómo hacerlo para acercarme a ella de nuevo. Voy a ir a verla en enero, y, cuando me espere en el aeropuerto, ni siquiera sé qué voy a decirle. ¿Debo darle un abrazo? ¿Debo decírselo en cuanto estemos en el coche? Si tú supieras, Manon… Me paso las noches imaginándome ese momento y ensayándolo delante del espejo.
—No tenga miedo de ella. Yo, en su lugar, querría, sencillamente, que viniera y que ocupara su lugar. Déjese llevar por la vida. Un buen hombre me dijo una vez que hacía falta tiempo para saber decir las cosas con sencillez. Este es el momento.