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—¡Odile, despierte! —repitió Blake en voz baja llamando con suavidad a la puerta.
La cocinera acabó abriendo, muy adormilada.
—¿Qué pasa?
—Muy chulo, el camisón…
—¿Para decirme eso me ha sacado de la cama? ¿Ha bebido?
—Tengo una buena y una mala noticia para usted.
—Sinceramente, Andrew, son las tres de la mañana; espero que tenga una buen razón para despertarme… ¿La señora está enferma?
—La buena noticia es que va a volver a ver, por fin, a su gato. La mala es que es transexual…
El trastero era una leonera de muebles y equipajes amontonados. Por sí sola, esa habitación podría haber constituido un museo de la maleta. Había de todos los tamaños, de cartón, de plástico, de cuero o con ruedas. Había incluso baúles. Delante de Odile, Blake pasaba el haz de su linterna como si fuera un foco en el recinto de una prisión, en busca de fugitivos…
—Hay que evitar asustarlos —le aconsejó Andrew.
—Como sea una broma…
—Lo es, pero no mía. Tendrá que vérselas con su «gato»…
Entre dos maletas, el rayo de luz atrajo unos ojos pequeños que desaparecieron de inmediato. Cuando la luz desveló lo que se encontraba en el suelo, Odile abrió unos ojos como platos y lanzó un grito.
—¡Dios mío, Méphisto!
El animal estaba voluptuosamente tumbado en mitad de un nido mullido hecho con calcetines y una chaqueta de muaré. Había dos gatitos mamando.
Blake dijo con ironía:
—El que le dijo que era un gato le mintió.
—Pero ¿y yo qué sabía? No soy una experta. Además, con los de angora, para comprobarlo… ¡No le iba a poner un microscopio en las nalgas!
—¿Ya sabe qué nombre va a ponerles a los pequeños?
—No se ría de mí. ¿Qué vamos a hacer con este zoo? Y, lo primero, ¿cuántos son?
—He contado cuatro, pero en este laberinto… Siempre puede abrir un circo, pequeñito, con minitigres. Mire ese, con la boca llena de leche, el que enseña los colmillitos creyendo que nos da miedo…
—Después de todo, no había engordado. Solo estaba encinta.
—Además, sigue siendo tan bonita…, y lo que se suponía que era su pelaje de invierno corre de costado jugando con cualquier cosa que cuelga…
Odile se acercó con precaución a Méphisto. Los pequeños salieron pitando de inmediato. La cocinera se arrodilló y acarició al animal, que levantó la cabeza hacia ella.
—A pesar de todo, estoy tremendamente contenta de volver a verte, pequeño… pequeña mía. Estaba preocupada, ¿sabes?
Méphisto maulló y empezó a ronronear.
—¿Así que has tenido cachorritos? Pero si no es época…
—¡Y pensar que acusó usted a Youpla de haberlo devorado!
—Estaba desesperada.
—Bueno, pues ya no lo esté. Solo espero que el dicho sea falso…
—¿Qué dicho?
—No hay dos sin tres, ni cinco sin seis.