30
Para intentar quitarse el olor a tinta caliente, que aún le revolvía el estómago, Andrew se entretuvo en oler la cafetera humeante.
—¿Deja el té? —se sorprendió Odile mientras iba a abrir la puerta del jardín.
—Ni hablar. Intento crear una distracción.
La cocinera sacó la cabeza al exterior para llamar a su gato:
—¡Méphisto! ¡Méphisto! Ven, pequeño, ¡te he servido la leche!
—Va a coger frío —comentó Blake—. Podríamos instalar una gatera. Así saldría sin molestarla.
Mientras esperaba con impaciencia al animal, Odile reflexionó sobre la idea.
—No sé si la señora aceptaría.
—Puedo hablarlo con ella. Por cierto, a propósito de la señora, ¿no le parece que estos últimos días tiene mala cara?
—Cuando le he comentado que parecía cansada, me ha respondido que no era nada.
—¿Su médico no le ha prescrito ningún análisis rutinario en los últimos tiempos?
—Desde que estoy aquí, no ha venido nunca ningún médico. Se cura con unas plantas, unos rollos de herbolario suyos…
El gato llegó trotando con la cola muy erguida, y se fue directamente hacia su plato de leche.
—Esta tarde la señora espera a unos visitantes importantes —añadió Odile.
—No se me ha avisado de nada.
—Seguramente se le haya olvidado advertirlo. Es una cita de trabajo.
La visible incomprensión de Andrew obligó a Odile a extenderse un poco más.
—No se ofenda. Sabe lo que piensa de la gente que gestiona sus inversiones. Ha preferido informarme de su llegada antes que a usted. Y más teniendo en cuenta que, según he entendido, es urgente.
—Podría serle útil en ese aspecto.
—No está convencida de ello, y ella es quien manda.
Blake se había dado perfecta cuenta de que la señora no le confiaba la correspondencia que tuviera relación con el dinero. En ese mismo momento, se prometió enterarse de más cosas sobre el estado de las finanzas de la señora y sobre sus «gestores», aunque tuviera que ir a buscar la información él mismo…
Cambió de tema:
—Odile, desearía pedirle un favor: ¿podríamos invitar a comer a Manon con nosotros mañana?
La cocinera observó con atención al mayordomo, perpleja. Blake insistió:
—No está pasando por su mejor momento.
—¿No veía a su novio los miércoles?
—Últimamente, no.
—¿Cree que una comida con nosotros bastará para devolverle la sonrisa?
—Su cocina hace maravillas.
—¿Tiene algún problema? ¿Le ha confiado algo?
—Ya sabe, nada muy serio…
—Sepa, señor Blake, que para nosotras, las mujeres, las historias del corazón son siempre algo muy serio. Y ya veo que se lo ha contado a usted.
—Creo que usted la impone.
—¿Yo? Pues me pregunto por qué. Manon es una chica muy correcta, pero nunca ha intentado acercarse a mí. Viene, hace su trabajo, ni más ni menos, y vuelve a marcharse. No tenemos más relación que la del servicio. Pero, a pesar de todo, podría haber hablado conmigo.
—No tiene su vida aquí.
—Una vez, cuando acababa de ser contratada, me comentó que quería ser profesora. Está claro que no tiene mucho que ver con un empleo de asistenta.
—El destino no siempre nos lleva a donde esperábamos. Usted y yo somos buenos ejemplos de ello. ¿Le importa, entonces, que se una a nosotros?
Odile acarició al gato, cuya pequeña lengua se hundía en la leche con absoluta regularidad.
—Ya sé lo que voy a prepararle…