27
—¡Me estoy volviendo loca! He llegado incluso a espiarlo a la salida del trabajo. Lo peor es que parecía que estaba bien. Ni siquiera tenía ojeras. Figúrese, lo he visto reírse a carcajadas con un compañero. ¿Cómo lo hace? Llevo a su hijo, lo asumo todo sola, y él, divirtiéndose. Lo más probable es que ya me haya olvidado… El miércoles me pasé la noche en su calle intentando verlo por las ventanas de su apartamento. No vi gran cosa, aparte de algunas idas y venidas al frigorífico. Por las luces en el techo de su salón, me da la impresión de que no hizo otra cosa que jugar a la consola o ver la tele. Y yo, durante todo ese tiempo, helándome fuera, muerta de pena, callejeando, ¡embarazada! Estaba acojonada de que la gente me tomara por una prostituta. ¡Todo por su culpa! Diez días, y diez noches, que espero, señor Blake. Ni un sms, ni una palabra por el ordenador, nada. Ya no duermo, ya no vivo. No puedo más.
De nuevo, la joven se secó los ojos.
—Manon, llorar no sirve para nada. Diez días, en una vida, a fin de cuentas, no es más que una gota de agua. Y en esta clase de asunto, la precipitación nunca es buena.
—Perdóneme, pero ¡eso es una tontería! —se enfureció la chica—. Siempre me habla como si fuera un libro. Para usted, es fácil ser razonable porque no lo afecta. ¿Ha estado esperando algo alguna vez hasta el punto de ponerse malo? ¿Ha estado alguna vez pendiente de una respuesta de la que depende su vida y sobre la que no tiene ninguna influencia?
La reflexión de Manon le cayó a Blake como un jarro de agua fría. La chica tenía razón. A poco que se dignara recordar, tenía dónde elegir. Sus frases hechas eran como puertas cerradas detrás de las cuales se amontonaban recuerdos que cogían polvo, detrás de las cuales se ocultaban sus sentimientos, sus auténticas emociones. Manon acababa de hacer que la puerta estallara y Blake sintió cómo un torrente de recuerdos desbordaba su memoria. Volvió a verse justo después de que Diane le llamara la atención por primera vez, durante un concierto, cuando un amigo común le prometió darle su dirección: seis días de espera obsesiva. Cuando, tras haber intentado durante meses tener un niño, había aguardado la respuesta para saber si el último embarazo era viable: once noches en blanco. Y en la época en que su madre tenía la esperanza de una remisión de su cáncer, esforzándose por parecerle sereno, escondiéndose para llorar mientras esperaba el veredicto. Los ejemplos se contaban por docenas. No todas esas esperas habían terminado en desastre, al contrario. Había acabado yendo a llamar a la puerta de Diane con el pretexto ridículo de darle una bufanda que sabía perfectamente que no le pertenecía. Y Sarah había nacido bien. En cada ocasión, habría dado cualquier cosa por que las agujas de su reloj giraran más rápido, por que los días pasaran como segundos.
Levantó la mirada hacia Manon y murmuró con la voz quebrada:
—Yo, en su lugar, probaría a escribirle.
—Eso está muy bien, pero ¿para decirle qué?
Andrew se frotó la sien.
—No ponga nada que le enfade, ningún reproche. Si quiere, la ayudaré.
En una fracción de segundo, el rostro de la joven cambió de expresión. Su mirada estaba, de repente, llena de esperanza y de agradecimiento. Blake le advirtió:
—No le garantizo ningún resultado, pero vale la pena intentarlo.
Manon se abrazó al cuello del mayordomo y lo besó en la mejilla.
—Es usted un amor. Voy a buscar algo con lo que escribir.
Blake empezó a dictar pensando que las primeras palabras no supondrían ningún problema:
—«Querido Justin»…
—Yo habría dicho más bien «Justin mío».
—A las chicas les gusta mucho apropiarse de sus hombres, pero no es lo que más apreciamos, sobre todo al principio, créame.
—Venga ese «Querido Justin».
Andrew añadió con voz pensativa:
—«Hace ya diez días que no nos vemos. Te echo de menos. Mi vida no es la misma sin ti. Entiendo que necesites distanciarte después de la noticia de mi embarazo. Pensaba sinceramente que te daría una grata sorpresa, pero soy consciente de que no ha sido el caso. No me he quedado embarazada adrede de este niño, pero aquí está, es tuyo, y estoy contento…».
—Quiere decir contenta…
—Por supuesto, contenta. «Ha llegado antes de lo previsto, pero esperaba que un día tuviéramos niños juntos. No quiero atraparte. Solo deseo compartir mi vida contigo».
Andrew hizo una pausa. Manon tomaba nota tan rápido como podía. Continuó:
—«No tengo miedo a quedarme sola; tengo miedo a verme privada de ti. No busco una pareja a toda costa, quiero vivir a tu lado. Quiero verte cada noche. Sé que mi vida será mejor así. Cuando estemos lejos, quiero esperarte sabiendo que vendrás. Para mí lo nuestro es evidente, y creí que para ti también lo era. Necesito que me digas si me he equivocado, necesito que me digas si he sido la única en esperarlo. He conocido a otras personas, pero ninguna ha tenido ese efecto en mí. Nunca había sentido eso. Amo lo que tú eres. Te veo, te observo. A tu lado, creo poder ser mejor de lo que soy. Creo poder hacerlo mejor, por nosotros, siempre. Seguramente te hace falta tiempo para saber si de verdad te convengo y si tienes ganas de comprometerte. Aunque me duela, estoy dispuesta a esperar. Dame tu respuesta en cuanto puedas. Espero que vuelvas conmigo. Te quiero…».
Manon acabó de transcribirlo con una sensación extraña. Cada una de aquellas palabras se correspondía a la perfección con sus sentimientos. Sin embargo, el hecho de oírlas de la boca de un hombre que podría haber sido su abuelo le resultaba perturbador. Miró a Blake con atención, pero en su rostro no se traslucía nada.
—Es muy bonito —le dijo—. Nunca podría haberlo escrito así, aunque sea exactamente lo que siento hacia Justin. ¿Cómo lo hace?
—Hace mucho tiempo, cuando apenas había empezado nuestra historia, Diane rompió. Ni siquiera sé por qué. Solo me acuerdo de hasta qué punto me sentía desanimado. Viví una pesadilla. Sabía que era la mujer de mi vida. Tenía la certeza de que, si la perdía, no sería feliz con ninguna otra persona. Como usted, estuve esperando. Me había olvidado de cuánto. Como usted, me escondía para espiarla en todos los sitios adonde sabía que iría. Como usted, no comprendía cómo podía seguir con su vida mientras yo me sentía tan infeliz. La carta que va a enviarle a Justin es la que debería haberle escrito a ella si hubiera sido capaz de hacerlo…
—Es capaz, porque me la acaba de dictar.
—Cuarenta años tarde, Manon. En aquella época, no sabía decir las cosas de manera sencilla y sincera. Hace falta tiempo para aprender a hacerlo. Cuando se es joven, se tiene miedo de lo que comienza. No se sabe nada. Cuando se es viejo, se tiene miedo de la posibilidad de que termine. Sabemos bastantes cosas más, pero ya no tenemos oportunidad de servirnos de ellas. Así que, si mi experiencia puede serle útil, mi sufrimiento de aquella época no habrá sido completamente en vano. Me gusta esa idea.
Manon observó su hoja garabateada.
—Lo paso todo a limpio y se la dejo cuando baje a la ciudad.
—No, Manon. Tiene que enviársela por correo. No debe saber siquiera que se ha acercado a su domicilio. Los hombres odian las intrusiones en su territorio…