19
Blake y Magnier estaban tumbados codo con codo en el suelo del cuarto de baño, retorciendo las abrazaderas de la entrada de agua bajo la bañera.
—Sujételo bien, señor Blake, porque, de lo contrario, nos lo llevaremos todo.
—Venga, apriete.
Al verlos así, el primer impulso de Odile fue dar un paso atrás. Ambos se apartaron una vez la junta volvió a su lugar. La cocinera comentó con una ceja levantada:
—Esta mañana ha estado usted con la criada en un escobero y ahora se revuelca con el encargado en el cuarto de baño de la señora…
—Y aún no ha acabado el día —replicó Andrew irónico—. Tenga cuidado…
Magnier se rio con malicia. Era evidente que Odile no estaba muy contenta de verlo dentro de la casa. Blake se levantó, no sin dificultad, y dijo:
—Bajaré al sótano y volveré a abrir el agua. Señor Magnier, compruebe si gotea…, y no olvide el lavabo. Odile, si hay algún problema, dé dos pitidos cortos con el silbato. No se den mucha prisa, necesitaré un rato para bajar esta maldita escalera. Aquí los dejo a ambos.
—Intentaremos llevarnos bien… —se burló Philippe.
La cocinera lo fulminó con una mirada siniestra.
Cuando Blake subió por fin, el agua corría sin indicio alguno de fuga.
—Esto debería permitirnos esperar al presupuesto de Pisoni de forma más serena —comentó Odile aliviada.
Cuando salieron del cuarto de la señora Beauvillier, se confirmó la impresión que Blake había tenido durante su primera visita: la habitación, en realidad, no era grande. Una vez en el pasillo, intentó calcular la longitud de la estancia sumada a la del cuarto de baño. Incluso dejando un margen, la pared del pasillo era mucho más larga que las dos habitaciones medidas una a continuación de la otra.
Por su parte, Magnier miraba todo lo que había a su alrededor, como un niño a quien, por una vez, le dan el derecho a entrar en una zona prohibida. Odile cerraba la marcha metiéndoles prisa.
—Entonces, decidido —le dijo Magnier a Andrew—; ¿baja después de comer y le enseño la finca?
—Con mucho gusto. Aprovecharemos para comprobar esa historia del interfono. Odile, ¿no quiere unirse a nosotros?
Sorprendida, la cocinera se cerró como una ostra debajo de un chorro de limón.
—Gracias, no tengo tiempo. Necesito preparar la lista de la compra para la semana que viene.
Luego, en un tono más cortante, añadió dirigiéndose a Magnier:
—Encontrará la lista junto a su cena de esta noche. Esta vez no se olvide de nada: la señora recibe a más personas en esta ocasión.
Magnier tomó el camino de regreso. Odile se quedó con Blake y Méphisto en el comedor del servicio.
—He comprendido la estrategia de su gato —afirmó el mayordomo.
—Si hace la más mínima insinuación dudosa acerca de Méphisto, me niego a alimentarlo durante una semana.
—Veintidós grados.
—¿Qué quiere decir? ¿Tiene fiebre?
Luego, comprendiendo las implicaciones de esa posibilidad, Odile se enfureció de inmediato:
—Pedazo de pervertido, ¿le ha tomado la temperatura?
—Cálmese. Solo he medido el calor del sitio en el que se ubica. Méphisto se mantiene a veintidós grados exactos. Si están funcionando sus hornos, se aleja porque el ambiente se vuelve demasiado caluroso y, si la puerta del jardín está abierta demasiado tiempo, se acerca para compensar.
Odile estaba estupefacta. Observó a su gato con mayor admiración aún.
—Méphisto, ¡eres un genio!
—Sobre todo, es una bola peluda que tiene en mucha estima su propio bienestar…