CAPITULO X

Steeple no fue llamado a asistir a la entrevista de Launders con el fiscal; por tanto, se abstuvo de acudir a la oficina.

Olivia Towner, todavía bajo la impresión del drama que le tocó vivir la noche anterior, se había refugiado en una habitación del hotel Pilgrim y se negaba a salir de ella bajo ningún pretexto.

Tampoco había comido desde entonces.

Pike hizo que les sirvieran el desayuno en la habitación y apenas desayunaban trató de levantar los alicaídos ánimos de su novia.

Todavía se encontraba Pike en la habitación de Olivia, cuando vino a buscarle Georges, uno de los dos escribientes de la oficina del fiscal. Georges se interesó en primer lugar por Olivia, y luego dijo dirigiéndose a Steeple:

—El señor Ditmare quiere verle inmediatamente en su despacho.

—Bien, vamos allá —dijo Pike, cogiendo su sombrero.

Salieron juntos. Al llegar a la calle, mientras se dirigían a la oficina, Pike preguntó si había terminado la entrevista del sheriff con el fiscal.

—¡Ya lo creo, como que no duró ni cinco minutos! —exclamó el escribiente—. La bronca fue mayúscula y acabó con la renuncia de Launders a su cargo de sheriff.

—¿Quiere decir que Launders presentó su dimisión? —preguntó Pike, sin poder creer que lo que escuchaba fuera posible.

—En realidad, el señor Ditmare se la exigió. Todo empezó porque el fiscal supo que dos gariteros llamados Wade y Austin, atacaron anoche al juez Cliford en su domicilio, golpeándole. Míster Ditmare exigió que Wade y Austin fueran arrestados. Launders dijo que no haría tal cosa, el fiscal dijo que tendría que presentar la dimisión de su cargo si no obedecía, y entonces Launders se quitó la insignia y la tiró al suelo diciendo que estaba dimitido.

Mientras Georges relataba los pormenores de la tempestuosa entrevista, Pike reflexionaba sobre las posibles consecuencias a la renuncia de su cargo por parte del sheriff. ¿Iba a ordenarle Ditmare el arresto de Don Wade y Duke Austin?

La misión no era ni fácil ni agradable, y Steeple se preguntó entonces hasta qué punto estaba obligado por su empleo a sustituir a un sheriff en aquellas misiones peligrosas que éste se negaba a afrontar.

Mientras tanto llegaban ante el edificio de la Corte, coincidiendo con el segundo escribiente de la oficina del fiscal, que venía acompañado de los dos «deputy» de Launders; Dan Attwood y Joe Gumey, subiendo todos juntos la escalera hasta la oficina.

Ditmare se encontraba en su despacho hablando con el juez Cliford, estando también presente el alcalde de la ciudad, o sea Elan Worth.

—Pasen todos aquí —dijo Ditmare manteniendo abierta la puerta de su despacho.

Pike y los «deputys» entraron en el despacho. Ditmare cerró la puerta y fue a ocupar su silla tras la imponente mesa. Tenía amarillenta la piel del rostro, los ojos febriles y los párpados hinchados. Se dirigió a los «deputy» con gran energía:

—Me figuro que ya están enterados, pero se lo voy a decir de todos modos. Dick Launders presentó hace unos minutos su dimisión como sheriff. Yo le acepté su dimisión. De acuerdo con el alcalde y el juez, aquí presentes, he decidido nombrar a Steeple interinamente para el cargo que deja vacante Dick Launders. Se les ha llamado a ustedes para notificarles esto, esperando que comprenderán los motivos que nos inducen a efectuar este relevo, así como que prestarán a Steeple la obediencia y la ayuda que hasta ahora vinieron ofreciendo a Launders.

Ditmare miró a los dos «deputys», los cuales a su vez cambiaron una mirada de perplejidad entre sí. El primero en reponerse de su sorpresa fue Joe Gurney, quien haciendo una mueca de desagrado, desprendiendo la placa del chaleco y arrojándola sobre la mesa del fiscal, dijo con voz visiblemente irritada:

—Si es así, señor, yo también quiero presentar mi dimisión.

—Acepte también la mía —dijo Dan Attwood.

Ditmare miró las dos placas de latón que caían sobre su mesa, levantando después los ojos hasta el rostro de Gurney y Attwood.

—¿Significa eso que hacen causa común con Launders?

—Tómelo como quiera —repuso Gurney con aspereza.

Ditmare asintió moviendo la cabeza.

—De acuerdo, pueden marcharse —dijo desdeñoso…

Los dos hombres abandonaron el despacho. Worth esperó apenas a que los dimitidos alguaciles hubieran salido para exclamar:

—¡Pero eso es imposible, señor Ditmare! ¡Una ciudad como Cheyenne no puede quedar sin sheriff ni comisarios!

—Admito que es una contrariedad que esos dos alguaciles renunciaran al mismo tiempo —repuso Ditmare—. Su reacción me ha sorprendido un poco. Pero por fortuna tenemos aquí a Steeple, cuya eficiencia es cien por cien superior a la que mostró Launders, y que desempeñará el cargo, estoy seguro, a satisfacción de todos nosotros.

Pike consideró llegado el momento de hablar.

—¿Por qué no me preguntó a mí si quería aceptar el puesto de Launders? —dijo sin ocultar su enfado.

—No me diga que va a presentar también su dimisión.

—Podría continuar como alguacil y negarme a ejercer de sheriff, ¿no es cierto?

—No habría apenas diferencia, Steeple, compréndalo. Si yo le ordeno arrestar a los hombres que anoche golpearon al juez Cliford, usted tendrá que salir a buscarlos, indiferentemente de que esté usted desempeñando funciones de sheriff o de marshal territorial. En realidad, no por actuar como sheriff dejará usted de ser alguacil en la oficina del fiscal. Las leyes territoriales han previsto determinadas emergencias, tales como estados declarados catastróficos, motín, lucha entre bandos armados y algunos casos más, donde a falta de otra autoridad, o por incompetencia de la autoridad local, se puede delegar a un marshal territorial para que ejerza funciones puramente policíacas. En otras palabras, Steeple, usted puede ser enviado a cualquier lugar del territorio de Wyoming para desempeñar funciones de orden semejantes a las de un sheriff, siempre que las circunstancias lo aconsejen. Y esa circunstancia acababa de darse aquí. Cheyenne se ha quedado sin sheriff, y usted tiene que desempeñar su función hasta en tanto se nombre a otro.

—Esta ciudad no estaría sin sheriff si usted no hubiese forzado la situación hasta obligar a los «deputys» a presentar su dimisión —protestó Pike—. ¿O no vio usted que esos muchachos esperaban ser favorecidos con el cargo que dejó vacante, su jefe?

—Lo sé. Pero no considero a ninguno de ellos lo bastante capacitado para el cargo. Aparte, naturalmente, de que si hubiese designado a uno, el otro se habría sentido ofendido y habría renunciado a su vez. ¿De qué nos valdría entonces tener un sheriff inepto, solo y abandonado de todos?

—También yo estoy solo —recordó Pike con amargura.

—El señor Worth buscará a un par de hombres para que le ayuden de momento en el desempeño de su labor —dijo Ditmare sin conceder mayor importancia al asunto.

El alcalde, aunque sin mucho entusiasmo, prometió sondear entre sus conocidos, en busca de alguien que se mostrara dispuesto a jurar el cargo de «deputy».

Oyéndoles discutir las cualidades que deseaban encontrar en los nuevos alguaciles, Pike se sintió inclinado al pesimismo. En una ciudad como Cheyenne, los buenos tiradores de pistola estaban todos en el bando contrario, o sea entre aquellos a quienes los nuevos «deputys» tendrían que comprometerse a combatir.

Ditmare quería hombres honrados. «Honrado», casi siempre, era sinónimo de hombre tranquilo, poco amigo de meterse en aventuras y peligros.

Elan Worth se marchó pronto, pretextando tener mucho trabajo en su almacén. Ditmare tomó de la mesa cuatro papeletas, que reunió en un fajo, y entregó a Pike.

—¿Qué es esto? —preguntó Pike.

—Órdenes de arresto contra Duke Austin, Don Wade, Howard «Fly» y Thomas Ford. Había dos hombres más en el grupo de los que allanaron la casa y golpearon al juez, pero ignoramos sus nombres.

—¿Qué debo hacer con estas papeletas, guardarlas?

—¿Por qué dice eso? —preguntó Ditmare frunciendo el ceño.

—Usted no estará pensando en enviarme a detener a esos tipos, ¿verdad?

—¿Por qué no? ¿Va a decirme que siente miedo usted también, igual que Launders?

—No soy un cobarde —repuso Steeple—. Pero tampoco un tonto. Sería un suicidio entrar en el «Hamper» para detener a Austin, o en el «Mercury» para hacer lo mismo con Wade. No digo que no se pueda hacer, aunque, desde luego, tendría que tomar parte un batallón para poner cerco a la casa.

—Pues yo le digo que nunca dispondrá de un batallón para sitiar el «Hamper» ni el «Mercury». Esto es algo que tendrá que llevar a cabo usted mismo, y cuanto antes lo haga mejor.

—No cuentes conmigo para eso, Ralph —dijo Pike irritado.

—¡Cómo! ¿Qué significa eso? ¿Cómo se atreve…?

—¡Ya basta, Ralph! —le atajó Pike con energía—. ¿Qué te propones? ¿Es posible que me creas tan inocente que me deje coger en esa trampa?

—¡Le prohíbo que me hable en ese tono, Steeple! —chilló Ditmare, enrojeciendo de rabia.

—¡Al diablo las formalidades! —gritó Pike elevando la voz por encima de la de Ditmare—. No me importa que después de esto me destituyas. ¡Al infierno con tu empleo de trescientos dólares! Vas a tener que escucharme, Ralph, y no va a gustarte nada de cuanto te tengo que decir. Creo que al fin he sabido por qué me mandaste llamar. ¡Tú me odias, Ditmare!

Con el rostro cubierto de manchas rojizas, hinchadas las venas de la frente y los ojos inyectados en sangre, Ralph Ditmare miró a Steeple sin pronunciar palabra. Pike continuó:

—La niña no es hija mía, aunque piense lo contrario. Tuve ocasión de hablar con tu mujer esta mañana, y ella me juró que la niña es tu hija. Supongo que cuando una mujer dice una cosa así es porque realmente puede estar segura.

—¿Cómo te permites hablar de mi esposa… tú que la deshonraste? —rugió Ditmare echando espuma por la boca—. ¿Cómo te atreves…?

—¡Alto, amigo! —le atajó Steeple con energía—: Pongamos las cosas en claro; nadie deshonró a tu mujer. Nunca la obligué a que me amara, ni la forcé jamás a hacer nada que fuera contra su voluntad.

—¡La engañaste!

—No. Sé que te gustaría mucho que yo admitiera eso, pero te vas a quedar con las ganas, mi querido amigo. Sé que amas a tu esposa y, sin embargo, eres desdichado en tu matrimonio. Eres desdichado, Ralph, porque no eres capaz de perdonarle que me amara a mí antes de casarse contigo. No obstante, desde lo más profundo de tu enamorado corazón, deseas disculpar a tu esposa. Tenías verdadera necesidad de exonerarla de todo pecado… Mas para que ella apareciera inocente tenías que crear la historia del villano…, del hombre que la ofendió…, del que la deshonró, la historia de Pike Steeple, en suma. Creo que fue por eso que me llamaste. Tenías que verme aquí y comprobar por ti mismo que este Steeple de carne y hueso era idéntico a la imagen que te formaste… Tenías que demostrarte a ti mismo que Steeple era un pistolero…, un seductor de mujeres inocentes…, un ser despreciable y ruin que merecía la muerte. Tuviste que condenarme a mí para salvar a tu Gem… y tu condena es total e irrevocable. Odiarme en el recuerdo no era suficiente para ti. En cualquier momento te darías cuenta de que la imagen forjada en tu odio no era la verdadera imagen del hombre que tú conociste y que Gem Tunney amó cuando era soltera. Por eso lo mejor era atraerme aquí y destruirme. ¿Por qué no lo dices de una vez? —Pike había ido exaltándose mientras hablaba y acabó gritando—. Dilo, Ralph. ¡Dime que vaya a detener a Wade y a Austin, a ver si ellos me matan de una vez!

Pike miró retador a Ditmare, esperando una respuesta de éste.

El juez Cliford, involuntario testigo de aquella escena, miraba sorprendido a uno y a otro. Cuando, finalmente, la ira le permitió hablar a Ditmare, su voz sonó fosca y amenazadora.

—Sal de mi despacho, Steeple… y considérate relevado de tu juramento como alguacil. ¡Estás despedido…, vete!

Con su brazo extendido, Ditmare señalaba inexorablemente la puerta. Pike afirmó con la cabeza.

—Lo voy a hacer con mucho gusto —dijo—. Tú eres ahora la única ley en Cheyenne. Me agradará ver cómo te las compones.

—¡No os necesito a nadie! —bramó Ditmare mientras Pike cruzaba la habitación en dirección a la puerta—. ¡Si fuera necesario yo también sabría valerme del revólver! ¡Pero, sobre todo, tengo más agallas que ninguno de vosotros!; ¡Largaos…, dejadme solo!

El portazo de Steeple ahogó la voz del fiscal, que seguía bramando injurias en el despacho. Los dos escribientes contemplaban a Pike con ojos asombrados. Georges se puso en pie cuando Steeple pasaba por entre las mesas.

—¿Es posible que sea cierto? ¿Todos dimitieron? —preguntó.

—El obligó a dimitir a unos y echó a los otros —recuso Pike señalando por encima del hombro—. Creo que en el fondo deseaba esta situación.

Al abandonar la oficina del fiscal, Pike se dirigió al hotel Pilgrim.

—Esperaba que Ditmare viniera contigo —dijo la joven, que se había acicalado para recibir la visita del fiscal—. ¿Es que no ha preguntado siquiera por mí?

—Él tiene ahora cosas más importantes de que preocuparse, querida —le dijo Steeple—. Launders presentó su dimisión. Luego dimitieron los «deputys»… y, finalmente, dimití yo.

—No lo comprendo, Pike. ¿Por qué has hecho eso?

—Esta mañana comprendí al fin por qué Ditmare parecía como si me odiara. No es que lo pareciera, me odia en realidad.

—Pero, ¿por qué?

—Tú habrás oído hablar de que hubo un hombre en la vida de la esposa de Ditmare, antes de que se casara con él.

—¿Te refieres al hombre que la deshonró?

—No hubo tal deshonra, tienes que creerme. Lo sé muy bien, porque aquel hombre… era yo.

Olivia Towner abrió de par en par sus grandes ojos.

—¡Dios mío, Pike! —exclamó con acento de la más profunda decepción.

Pike tuvo que hablar largo rato en su defensa para hacer que su novia variara la opinión que tenía formada sobre el asunto.

—Gem me amaba —aseguró Pike—. También yo la quería, sólo que en mi caso tenía poco que perder. Yo no era sino un vaquero pobre y desharrapado: Gem era la hija mimada de un ranchero rico e influyente. Supongo que para ella fue todo un delicioso sueño…

Hasta que tuvo que escoger entre Ditmare o yo. Las ventajas estaban todas a favor de Ditmare, quien, además de poseer su propio rancho, contaba con las bendiciones de míster Tunney. Gem se decidió por Ditmare, y eso fue todo. Ignoro si le costó mucho esfuerzo sacrificarse. Lo que ni ella, ni su padre, ni, ahora, su marido pueden decir, es que hubiera engaño por mi parte. Sin embargo, necesitaban cargar sobre alguien la culpa de todo… y, naturalmente, me cargaron con el fardo a mí. Es posible que con el tiempo y, a fuerza de pensar en ello, hasta la propia Gem se considere una mujer desgraciada, víctima de un desaprensivo llamado Steeple. Pensar que ocurrió así, puede haber sido un descanso para la conciencia de Gem, pero la realidad fue muy otra. Nunca tuve que ir a buscarla a su cuarto. Ella venía a buscarme…, escogía los lugares más remotos y ocultos para nuestras citas… Decía que se sentía feliz…

—Es fácil imaginar que lo era —suspiró Olivia—. A su edad, rica, sin preocupaciones… y con un novio tan guapo como tú…

—Sí lo era. Y Gem también era muy bonita. Hacíamos una buena pareja y a veces pienso que habría sabido hacerla feliz.

Steeple quedóse mirando a un punto incierto del espacio, con una expresión evocadora que hizo sentirse muy molesta a Olivia. Cuando él la miró de pronto, todavía alcanzó a ver parte de esta expresión en el rostro de su novia.

—¿Celosa?

—Un poco…, como Ditmare, supongo —dijo Olivia haciendo un mohín.

—Olvídalo —dijo Pike cogiéndola entre sus brazos—. Es a ti a quien amo y contigo con quien me voy a casar.

—¿Te das cuenta que hemos perdido nuestro brillante porvenir de tres mil seiscientos dólares anuales?

—Conozco un lugar donde, con la mitad de esa cifra, seremos por lo menos el doble de felices que en esta ciudad. Verás, voy corriendo a poner un telegrama al sheriff de Carson City. Es posible que todavía esté disponible la vacante que dejé al venir aquí.

Steeple besó a su novia en la frente y cogió su sombrero, abandonando acto seguido la habitación. Al bajar poco después la escalera vio a Georges el escribiente de la oficina del fiscal, que entraba procedente de la calle y cruzaba corriendo el vestíbulo.

Se encontraron al pie de la escalera. Georges parecía estar muy excitado, sin sombrero y el cuello desabrochado.

—¡Gracias a Dios que le encuentro, señor Steeple! —exclamó con la respiración entrecortada—. El juez Cliford me manda a decirle que acuda usted corriendo.

—¿Qué ocurre?

—Ditmare…, es decir, el señor fiscal… ha ido solo a detener a Wade. Llevaba su revólver… Pero no importa. ¡No podrá él solo contra los pistoleros de «Mercury»! ¡Le van a matar!

Con un movimiento puramente instintivo, Pike palpó el bulto que hacían su pistola y su propia revolverá bajo el faldón de la chaqueta.

—¿Dónde está Ditmare ahora? —preguntó mientras echaba a andar a grandes zancadas en dirección a la muerta de la calle.

Georges se vio obligado a dar una pequeña carrera para alcanzar al tejano y mantenerse a su lado.

—Cruzaba la calle en dirección al «Mercury» cuando yo eché a correr hacia acá.

Steeple empujó la puerta de cristales y salió a la calle, parándose un instante en el pórtico para mirar a su alrededor.

El tráfico se había interrumpido. Dos jinetes desmontaban apresuradamente y amarraban sus caballos a las columnas de los pórticos y los postes horizontales ante los saloons. Los carros se apartaban a los lados, y por todas partes corrían los hombres hacia la Encrucijada a la calle principal con la avenida Thomes.

Echando a andar por el centro de la calle, Pike legó pronto a los límites del círculo que, en cien yardas a la redonda, mantenía libre de curiosos la puerta del «Mercury Saloon». Allí encontró Steeple al juez Cliford, quien, saliendo a su encuentro, le apremió señalando al saloon.

—Ditmare entró solo allí. ¡Por favor, ayúdelo! ¡No importa lo que le dijera, usted seguiría siendo el alguacil después de esto!

—¡Se figura acaso que deseo volver a ese puesto? —contestó Pike malhumorado—. Ditmare me trajo aquí engañado, pero ya eso terminó. Me iré de la ciudad de todos modos.

—¿Quiere decir que dejará a Ditmare abandonado a su propia suerte? —se lamentó Cliford.

—Bien se lo tiene merecido, por idiota —refunfuñó Pike. Y echó atrás el faldón de su chaqueta, descubriendo el reluciente revólver. Luego echó a andar diciendo—: Pero le ayudaré de todos modos.

Empujó resueltamente las hojas de la puerta y entró.

Allí estaba Ditmare, a pocos pasos de la puerta, en mangas de camisa y llevando bien visible la revolverá con su arma.

Aunque enfermo, febril y, probablemente, trastornado por la depresión nerviosa, Ditmare parecía crecerse en su fragilidad, rodeado de pistoleros que le odiaban y a quienes, sin embargo, inspiraba respeto.

La aparición de Steeple en escena tuvo por efecto un cambio repentino en la actitud de los personajes. Don Wade, propietario del establecimiento, se paró en seco a mitad de la escalera que estaba bajando. Howard «Fly» se apartó del mostrador, contra el cual se apoyaba indolentemente al entrar Steeple. Thomas Ford dejó de sonreír y crispó la mano sobre su vaso medio lleno de whisky, en el extremo opuesto del largo mostrador.

La disposición de las fuerzas contrarias no agradó a Pike, por encontrarse Wade, Howard y Ford muy separados unos de otros. Había otros pistoleros en el saloon, asiduos, conocidos y amigos de aquellos tres, pero era dudoso que tomaran parte en una pelea contra el fiscal. Ditmare podría no inspirar simpatías y la mayoría de los allí presentes le odiaban. Sin embargo, era en aquella ciudad el máximo exponente de la Ley y, como funcionario al servicio de la justicia, había desempeñado con dignidad aquel cargo.

Apartándose de la línea que iba desde la puerta a Ditmare, Pike se deslizó a un lado por la izquierda del fiscal. Desde la escalera, Don Wade hizo una mueca de contrariedad.

—¡Vaya, señor fiscal! —exclamó—. Ya llegaron sus refuerzos, aunque pienso que de todas formas son muy pocos ustedes dos.

Sin volver la cabeza, con el rabillo del ojo, Ditmare vio a Steeple cuando éste iba a situarse a su izquierda un poco retrasado. Ditmare no hizo ningún comentario sobre la presencia de Pike.

—Entréguese, Wade —dijo con voz aguda y clara—. Hay un cargo de uso de la fuerza y otro de intento de coacción contra la autoridad, pero usted sabrá librarse fácilmente de esas acusaciones asustando al jurado, como hicieron sus amigos en el caso de Archer.

—No he olvidado el caso de Archer —repuso Wade—. Nosotros ganamos en la Corte, pero usted se reservó el recurso de ejecutarlo en la calle, enviando contra él a ese verdugo suyo que ahora le guarda las espaldas.

—¡Eso es falso! —protestó Ditmare—. Archer fue en busca de Steeple exigiéndole el saldo de cierta cuenta y cayó víctima de su bravuconería. Steeple fue más rápido que él.

—Aquí está Gene Gwynne, que fue testigo de los hechos y podrá decimos lo que ocurrió —contestó Wade.

Pike no había visto a Gwynne, el cual, en efecto, estaba en el salón sentado a una de las mesas. Sin levantarse, Gwynne dijo alzando la voz:

—Es cierto. El fiscal ordenó a Steeple que disparara contra Archer.

Se hizo un largo silencio. Steeple estaba temiendo que Ditmare acabaría por recobrar la razón y se retiraría del "Mercury” sin llevar a cabo arresto alguno, cuando repentinamente el fiscal habló rabioso!

—¡Ya basta, Wade! He venido a detenerle. ¿Quiere seguirme por las buenas o tendré que obligarle por las malas?

—Fueron ustedes muy estúpidos viniendo a este lugar —dijo Don Wade. Y sin aviso empuñó su pistola.

Wade llevaba su revólver en el sobaco y no pudo ser muy rápido desenfundando en esta posición. Pike Steeple fue mucho más rápido que Wade y que Ditmare, e hizo fuego contra el garitero antes que éste disparara su pistola.

Don Wade cayó rodando por la escalera, mientras Pike se volvía hacia Howard «Fly». Este estaba desenfundando y logró disparar su arma, aunque demasiado precipitadamente para hacer blanco en Pike. Mientras Pike disparaba contra «Fly», Thomas Ford iba a disparar contra el tejano. Pero Ditmare ya tenía su arma en la mano y disparó apuntando a Ford.

Ford cayó contra el mostrador mientras Gwynne saltaba en pie y disparaba contra el fiscal.

Pike Steeple acababa de hacer fuego contra «Fly» y giró casi en redondo para disparar contra Gene Gwynne. Todos los hombres que se encontraban en el mostrador y alrededor de las mesas habían empezado a moverse al mismo tiempo y corrían desatentamente para buscar las ventanas, las columnas y cualquier lugar que pudiera ofrecerles un resguardo contra las balas.

Gene Gwynne soltó su arma y cayó de bruces sobre la mesa que tenía delante, volcándola y rodando por el piso con gran ruido de vasos y botellas que se rompían.

Al cesar de pronto los disparos, se vio a Pike Steeple que empuñaba su humeante «Colt» y mantenía el brazo extendido, haciendo girar a derecha e izquierda el cañón del arma como buscando otro enemigo.

En el suelo, tendido de espaldas y echando bocanadas de sangre, estaba Ralph Ditmare agonizando. La vista de los estremecimientos de Ditmare, posiblemente, acabó con las pocas ganas de pelea que acaso quedaran entre los amigos de Don Wade. También Wade yacía muerto con sangre en la boca, después de haber rodado por la escalera hasta el pie de la misma.

Pike Steeple se movió en dirección a Ditmare, hincó una rodilla en tierra y se inclinó sobre él.

—¡Ralph!

Ditmare le miró con ojos turbios. Sollozó:

—¡Pike! ¿Dónde estás?

—Estoy aquí, tranquilízate —Pike le tocó en una mano—. Voy a sacarte de este maldito lugar en un momento.

—¡No! Déjalo, es inútil. Fui un tonto viniendo a este lugar, lo sé… Pero tenía que hacerlo… Era como una expiación por mi doblez, porque yo quería, en efecto, que vinieras y te mataran. Tú tenías razón en cuanto dijiste. Yo te odiaba. Nunca…, nunca supe perdonar los errores de los demás… ni los míos propios. Fue una equivocación mía casarme con Gem. Ella… te amaba a ti. Pero ahora que me ama, tampoco…, tampoco he sido capaz de disculparla… de una manera total… y absoluta.

—Olvida eso. No hables, es inútil que te fatigues.

—Ya nada importa. Pike, tú eres un buen policía…, el mejor que jamás conocí. No te vayas, la ciudad te necesita. Esto es sólo el comienzo. Tú sabrás… poco a poco…, paso a paso, imponer la ley y el orden. Esto es algo que se tiene que hacer despacio… Yo fui demasiado aprisa. Siempre fui un impaciente…, un… impaciente…

La última frase de Ditmare se extinguió en un leve soplo.

El juez Cliford entraba en aquel momento y fue a inclinarse sobre Ditmare.

—Ha muerto —dijo Steeple.

Cliford se, quitó respetuosamente el sombrero. Siguiendo su ejemplo, todos los que se encontraban en el saloon, así como los que llegaban en tropel de la calle, se descubrieron en señal de respeto.

Pike dijo mientras se ponía en pie y miraba al muerto:

—No mereció esta muerte. Fue una manera de morir… vacía e inútil.

—Nada es inútil —repuso el juez—. Cada criatura, al llegar a este mundo, tiene que cumplir su misión. La de Ditmare fue corta…, pero no inútil. Él nos dio el ejemplo de la más irreductible tenacidad en el cumplimiento de su deber. Hubiese sido un buen fiscal.

Pike Steeple asintió. Luego, lentamente, cruzó el saloon y empujó las hojas de la puerta, saliendo a la calle.


F I N