Todavía no era de día pero la oscuridad nocturna había dejado paso a la penumbra previa al amanecer cuando se encienden luces en las casas y los árboles esperan como reses flacas en el horizonte.
Duke se inclinó y encendió la radio, sintonizó un programa sobre los inicios del jazz. Pusieron un disco de King Oliver y luego recuperaron la vieja anécdota de cómo cuando cerraron los burdeles de Nueva Orleans los músicos fueron remontando el Mississippi y el jazz se propagó por el país. Duke apenas escuchaba, una idea comenzaba a tomar forma en su cabeza. Apagó la radio y reflexionó, tamborileando con un lápiz sobre el salpicadero. Sí, puede que lo hiciera así: comenzaría con alguien sintonizando una radio dentro de veinte años mientras cruzaba el país en coche, escuchando fragmentos de música del pasado, no de Armstrong y similares, sino de tíos modernos, de tíos que habían tocado hasta hacía poco y todavía andaban por ahí pero que para cuando el tipo los escuchara ya habrían muerto... Alguien que no hubiera conocido esa vida, que solo conociera la música por los discos. Imaginar a alguien en el futuro imaginando el pasado: el modo en que podría sonar la música dentro de treinta o cuarenta años. Así podría intentar llegar tanto a lo que escuchara el tipo como a lo que pensara mientras escuchaba la música...
—¿Sabes, Harry? Puede que ya lo tenga.
—¿El qué, Duke?
—Nada, una cosa —respondió, buscando un papel en el salpicadero.
El sol comenzaba a asomar por el horizonte, curioseando entre las negras pestañas de los árboles. Mientras el cielo se teñía de un azul dorado el coche aceleró imperceptiblemente como si llegara tarde a una cita con el nuevo día.