Extracto del diario de Ephraim Goodweather
La mayoría de las crisis de los cuarenta no son así de malas. En el pasado, la gente veía que su juventud desaparecía, su matrimonio se terminaba y sus carreras profesionales entraban en un punto muerto. Esos eran los golpes, generalmente atenuados con un nuevo coche, un poco de Just for Man o una pluma Mont Blanc, dependiendo de tu presupuesto. Pero lo que yo he perdido no se puede compensar. Mi corazón se acelera cada vez que pienso en ello, cada vez que lo siento. Se ha terminado. O muy pronto lo hará. Todo lo que he tenido lo he despilfarrado, y aquello que esperé nunca se materializará. Lo que existe alrededor de mí ha adquirido su forma horrible, permanente y definitiva. Todas las promesas de mi vida, el graduado más joven de mi clase, el gran traslado al este, conocer a la chica perfecta…, todo eso se ha desvanecido. Las noches de pizza fría y una buena película. Cuando era un gigante a los ojos de mi hijo.
Cuando yo era niño, había un tipo en la televisión llamado Mr. Rogers, que solía cantar: «Nunca puedes ir abajo, / nunca puedes bajar, / nunca puedes bajar por el desagüe». ¡Qué mentira de mierda!
Hubo un tiempo en que pude haber reunido mi pasado para presentarlo como un currículum o como una lista de logros, pero ahora…, ahora parece un inventario de trivialidades, de todo aquello que podría haber sido pero no fue. Cuando aún era joven, yo sentía que el mundo y mi lugar en él formaban parte de un plan. Ese objetivo, sin importar lo que fuese, era algo que alcanzaría solo con concentrarme en mi trabajo, con ser bueno en «lo que hacía». Como un padre adicto al trabajo, sentía que la rutina del día a día era una forma de proveer, de seguir adelante mientras la vida adquiría su aspecto final. Y ahora…, ahora el mundo se ha convertido en un lugar insoportable, y todo lo que tengo es la náusea de los caminos erráticos y de las pérdidas que traen consigo. Ahora sé que este es mi verdadero yo. Mi yo permanente. La decepción cristalizada de la vida de ese joven —la sustracción de todos esos logros de la juventud—, el menos de un más que nunca fue contado. Este soy yo: débil, enfermo y desvaneciéndome. No me estoy rindiendo, porque nunca lo haré…, pero estoy viviendo sin fe en mí ni en mis circunstancias.
Mi corazón se agita ante la idea de no encontrar a Zack, ante la posibilidad de que haya desaparecido para siempre. No puedo aceptar eso. Nunca lo haré.
Sé que desvarío. Pero lo encontraré; sé que lo haré. Lo he visto en mis sueños. Sus ojos me miran, vuelven a hacer de mí un gigante y me llaman por el nombre más irrefutable al que pueda aspirar un hombre: «Papi».
He visto una luz que todo lo rodea. Que nos limpia. Que me absuelve del alcohol, de las pastillas y de los agujeros negros de mi corazón. He visto esa luz. La anhelo de nuevo en un mundo tan oscuro como este.