clavándome unos ojos preciosos
pero insalvables.
En «Calma» las líneas líricas se transforman en una alarma totalitaria por la insurgencia del descuidado espía que toma su desayuno no con café fuerte cubano sino con té en un vaso. Fue Chesterton, noble conocedor, quien dijo que el té, como todo lo que viene de Oriente, es veneno si se hace fuerte. Los sueños se han hecho pesadillas: Morfeo es amorío ahora. En «Los amantes del Bosque de Izmailovo», el único refugio del Poeta en Moscú es leer a Block y a Yesenin —hasta que advierte que son solo libros «con nuevos huecos de gusanos». Pero el Poeta nunca dice que en la capital soviética compartía un oficio con Aníbal Escalante, un derrotado Aníbal cubano desterrado a Moscú después de una guerrita púnica, punitiva: ni fenicio ni fénix, sino rival de Castro y por tanto enemigo del pueblo. Escalante, que fue el líder comunista más poderoso de América, escogió en vez de la estricnina el estricto exilio —al revés del verdadero Aníbal. Era ahora un esclavo de las galeradas que se sentaba en una imprenta de Moscú junto al Poeta migratorio. Con el tiempo el Poeta y el político pudieron volver a Cuba: el Tirano, como ven, perdona pero no olvida. Escalante regresó para ponerse al frente de su facción roja y tratar de arrebatar el poder rojo y negro de las fauces de Castro —y terminó sus días (y sus noches) en la cárcel. El Poeta trató de domar a la Bestia con la belleza de la poesía y compuso villancicos para un villano que había abolido la Navidad.
Padilla tenía que ser liberado más tarde o más temprano —y lo fue más tarde. Ahora libre se opone y su liberum veto son estos poemas que ha traducido Alastair Reid, el poeta del East Neuk of Fife, en Escocia. Reid es, como conviene a un escocés, escueto. Padilla es de Pinar del Río, de Puerta de Golpe, ese pueblo que cultiva, tras la puerta, como un misterio, «el mejor tabaco del mundo». Padilla no es puro pero fuma puros. En Legacies el kilt es como una capa de Cameroon que cubre la fuma del exilio. He aquí algunas muestras. Las damas primero.
«Consejo a una dama» es un poema en el que Padilla, como un Sexo Propicio o más bien Ovidio de olvido, le da apuntes a una dama de la alta burguesía renuente a desaparecer sobre cómo portarse, comportarse, impropia pero de acuerdo con los tiempos y la moral, todos nuevos. La dama debe incluso meter en su cama a un joven becado y dejar que «sus muslos realicen el juego de contrarios». Reid tiene una frase elegante para dar cima a esta guerra de los sexos que empieza y termina en un combate de clases: «Meta un becado en su cama». Transformando el becado en un escolar (es decir también un erudito) le da al lector inglés el beneficio de la elección. Pero becado tiene una connotación muy cubana, especialmente desde 1960, cuando la Revolución comenzó a dar becas a estudiantes de las provincias para venir a estudiar a La Habana. Los becarios eran en su mayoría campesinos ignorantes, rústicos pueblerinos y provincianos sin gracia —y todos muy, muy jóvenes. Padilla, que odia los juegos de palabras (como Castro que siempre escoge la espada y deja a la pluma todas sus connotaciones femeninas), nunca se dio cuenta de que becado cae muy cerca de bocado, que un becadito puede ser un bocadito. Un becado buscado es un becado pero también lo puede ser una mujer, para la furia feminista.
Padilla le debe mucho a unos cuantos poetas ingleses: es admirador y traductor (se pueden ser las dos cosas, saben) de Coleridge y de Keats y de Byron. Pero parece más cercano a Blake, poeta que creo crudo y burdo. Como poeta, Blake es tan ingenuo como primitivo pintor es: mero ilustrador de temas bíblicos con más pretensiones que estaciones hay hasta el Calvario, que en inglés, Calvary, a menudo confundo con cavalry, caballería —rusticana siempre. «Tyger, tyger, burning bright» me es más simple, simplón, que el «Windy Night» de Stevenson. Son rimas infantiles para niños con miedo al medio de la noche: «Whenever the wind is high/ Whenever the moon is set/ Dark and wet/ A man goes riding by. Y no lo traduzco para no cometer traición —no hay Stevenson que traicionar aquí: él mismo se traiciona— sino para la rima ramplona.
En «Oración para el fin del siglo», el Poeta sostiene que en el día de hoy está el error que alguien habrá de condenar mañana.
Fue un error que cometió el tirano al dejar ir al Poeta —uno que tendrá que condenar mañana: estos poemas son un memorial. Unos poemas, «más o menos» según Carpentier, nunca han matado a un tirano. Al revés es verdad. Hay tiranos que han mandado matar a un poeta porque un soneto o dos no rimaban. Pero los sonetos, en un régimen totalitario, son un irritante que un día podría convertirse en el tábano de disturbios políticos y aun rimar con revueltas callejeras. ¿Si no por qué hacer que Yesenin se matara o matar a Mandelstam o bloquear a Blok? Padilla queda bien lejos de ser un poeta comunista según la regla rusa.
El Poeta llama a Cuba «El sueño de Marx» (o más bien el proyecto proletario) y el sueño se convierte en una de las revelaciones más siniestras de San Juan el Apocalíptico. El comunismo no es más que la verdad de Vico: un armagedón demasiado frecuente. Para el Poeta, como para mí, Cuba es un sueño de medianoche que se agrió a la mañana siguiente. Hasta compartimos experiencias similares pero por separado. Al Poeta se acerca en el poema de este nombre un joven ruso que lo ha estado rondando en «una vasta plaza». Pero todo lo que quiere es comprarle su impermeable de nilón, un abrigo barato pero hecho en el capitalismo. Años atrás cruzaba yo la ventosa Plaza Roja con Carlos Franqui (el único revolucionario real que hizo algo por la cultura en Cuba sin provecho personal o político, que sin embargo le costo su cargo —y casi la vida) cuando Franqui, con su enorme experiencia clandestina, notó que nos seguían con cautela. Dejamos que la sombra se nos uniera y le preguntamos en inesperado esperanto qué carajo quería. Pero todo lo que dijo el acechante acezante fue por señas: señaló al impermeable de Franqui, una capa barata pero hecha en Occidente. Era obvio que quería comprarla. El extraño arriesgaba la cárcel por esta actividad antisocial. Reconociendo a uno de esos «pobres de la tierra» señalados por La Internacional como los beneficiarios del comunismo, Franqui se quitó su impermeable y se lo dio a este hijo del sistema soviético, que en realidad estaba interpretando un cuento de Gogol, «El capote», cien años después. Y ahora a otro ruso, reclamando su libertad fundamental de comprar un abrigo, Padilla le daba este poema veinte años después.
«Técnicas de acoso», poema publicado en USA cuando el Poeta era un preso más en la isla, es una cura para la paranoia. No hay delirio de persecución allí donde la persecución es delirio. El zorro a punto de ser cazado ve los sabuesos fantasmales que corren detrás como terriblemente reales en la neblina en la mañana. Los agentes que persiguen al Poeta son dos cositas ricas que se perfilan reales: sabuesas sabrosas. En Cuba las muchachitas son los mejores agentes, no agentas, que se pueden permitir experiencias deliciosas. Estos agentes pertenecen a un club siniestro: la KGB cubana, conocida popularmente como G2, código americano que Batista pidió prestado para dejarlo de regalo a Castro. Si perteneces al G2, muchachita, y eres joven y bella puedes convertirte en un delicado detector de enemigos del Partido, el pueblo y la patria. Haz la cola, compañerita.
En «Via Condotti» hay que alabar la traducción del símil cubano «desnudo como un Cristo veloz» como «streaking Jesús», que es perfecta. Y muy próxima a la irreverente parodia de Jarry en «La pasión del Señor considerada como la vuelta a Francia en bicicleta» que comienza, muy simple, con «Jesús demarra». En otro poema, «Lamentación», Padilla se dirige al segundo rey de Roma como «mi viejo Numa Pompilio», quizá porque antes siempre llamó al doctor Castro por el familiar Fidel tan caro a Greene. Pero reconozco esa rara familiaridad con los antiguos como la que permitía a Cavafis admirar a Antonio y mirar a Augusto con lascivia. Tal familiaridad, como cualquier otra, engendra desprecio —o al menos desdén.
Como casto castigo uno de los mejores poemas es la larga oda a «Infancia de William Blake», un poema tan espléndido que me sentí tentado de citarlo todo. El escritor como crítico debe de dar un Óscar Wilde al declarar que hay que resistir a toda tentación —incluyendo una cita. Pero quiero revelar al menos el final:
Noche, tú de algún modo le conoces.
Por unas cuantas horas
permite, al fin, dormir a William Blake.
Cántale, susúrrale un fragante cuento;
déjalo reposar en tus aguas,
que despierte remoto,
sereno, madre, en tu heredad de frío.
Es bello en español y en inglés también. Pero déjenme decirles que no es ésta una voz española. Ni siquiera en la más reciente tradición, la de Lezama Lima, obscuro y espléndido. Como es su cópula contra natura de Góngora y Mallarmé: sodomía y segregación. Es la tradición inglesa en español, de la que Borges es discípulo y maestro. Pero en el próximo poema, «Wellington contempla en su jardín un retrato de Byron», Padilla se mueve más como lo hace Cavafis con el pasado que se transforma en un presente histórico. Cavafis, griego entre griegos, no tenía que ocultar que era algo diferente —no como camarada en la cama sino en su poesía. Padilla tiene que ocultar que es un hereje entre creyentes. Esos hombres son peligrosos —y me refiero, claro, a los creyentes oscuros. Aun si fingen serlo. Sobre todo si fingen serlo.
Hacia el final (del libro, de la prisión) Padilla muestra un giro metafísico, probablemente después de mostrar una forma de democracia burguesa al traducir a sus pares y maestros ingleses para beneficio tanto de sus carceleros como de sus hermanos de cárcel. Hubiera sido más beneficioso que tradujera a los poetas rusos del pasado y aún mejor, a sus contemporáneos soviéticos, que viajan, al extranjero y al trópico. Pero los últimos no son maestros sino esclavos eslavos. No es tarea para el Poeta que tiene que urdir sus versos en lo oscuro y recorrer de noche esas calles de La Habana, llenas de no de frío sino de escalofrío como un artista sonámbulo la cuerda floja. En un país comunista cada pie da un paso en el vacío.
Es argüible que el mejor poema del libro sea «Retrato del poeta como un joven duende». Hay una trampa tierna en el titulo, que alude al duende como mago, como es brujo el amor para Falla. Pero también es un elf y yo diría aun imp para hacer la conexión entre Poe y el Poeta. El poema es enteramente libre: de historia de política, de Cavafis, del cancán de Kant que baila Marx con barbas y el resto de esa ruidosa banda militante. Debió haber sido escrito en los verdes campus de Princeton, donde Padilla vive, con su dama morena de los sonetos (que ella escribe). su hijo que es un muchachón y su perro que ladra a los árboles y a su sombra al sol de los justos y los injustos.
«Nota» —«Para los cazadores de lo maravilloso»— es el poema mejor traducido. Los caza-maravillas son los seguidores de Alejo Carpentier, difunto y por ende el escritor favorito de Castro. Esas soldaderas creen que el violinista en el techo es un emblema del nuevo credo estético y no un cuadro faux-naif de Chagall (que sirvió para dar título a un musical de Broadway), donde el único violinista visible está ahora en el techo cogiendo goteras. En algunas novelas sudamericanas la gente despega para volar que da gusto —o al menos da gusto a los que vuelan. Se supone que sea una hazaña prodigiosa. Pero eso es lo que hacía la novicia sin vicio en la televisión, en la serie de La monja que vuela, abuela. No en balde hay ahora escritores por todas partes que creen que el realismo mágico surgió en Sudamérica, inventado por un autor francés nacido en Cuba que hacía gárgaras gálicas con el español. Quien se crea eso se puede creer no ya que las monjas vuelen sino también las nanas, nonna. Con tal de que no las llames groundmother.
Un extraño nexo de poesía une a Borges y a Lezama con Padilla (aunque los dos cubanos no se amaban mucho ni poco) y este lazo se llama Quevedo, español que esgrimía la pluma como una espada y albricias versa. Pero Padilla prefiere el paredón y ser fusilado al alba a ser llamado barroco en el bar del Roco o berraco en cada esquina de La Habana. Vana pretensión porque ahí está «El monólogo de Quevedo» y ya en el barullo de al lado, «La aparición de Góngora», el hombre que inventó esa marca de champaña español, esa cava que no se acaba, El Barroco, vino que es un destino y se va a la cabeza como vino. Borges podrá llamarlo «el estilo que lleva en sí mismo su parodia», pero Padilla nunca parodia, aunque odia, ningún estilo —ni el suyo propio.
En «El relevo» donde
Cada vez que entra y sale
una generación dando portazos
el viejo poeta se aprieta el cinturón
y afina el cornetín como un gallito.
oímos el desafío del poeta que fue joven que gruñe a su oponente, un peso pluma: «¡Arriba, campeón —canta!» Pero en seguida en «A ratos esos malos pensamientos» el Poeta habla de un problema personal que concierne —o debe concernir— a todo poeta comunista o comunista en cierne o poeta por ser —y por supuesto a todo poeta vivo. Sin embargo uno no puede hacer más que cuestionar. ¿Fue este hombre —un animal literario no político— alguna vez de veras comunista? La única respuesta está en «Dicen los viejos bardos» (no bárbaros, no barbudos), que debiera ser el último poema del libro, dado que tiene que ver con el poeta no con el Poeta:
No lo olvides, poeta.
En cualquier sitio y época
en que hagas o sufras la Historia,
siempre estará acechándote algún poema peligroso.
El último episodio de la historia continua del Poeta y el Tirano (desde Pekín hasta el Pekín de la calle 23 y 12) tuvo lugar en Barcelona este verano. Padilla viajó a España con su mujer poeta y su hijo y su perro a por el sol, a oír el idioma que cada vez menos hablaban y a ver a su editor catalán. Quería mostrarle cómo había ido de lejos en su memoria, pero en vez de irse a un hotel se fue a quedar con su amigo Mauricio Wácquez, chileno exilado. (Que vivimos en la mañana de la Era del Exilio no de Acuario.) Una tarde de todos fueron a dar un paseo por las Ramblas y almorzar en una fonda al aire libre. Cuando regresaron encontraron la puerta del apartamento entrejunta después de haber sido abierta a la fuerza. Dentro todo parecía estar en orden. Faltaban algunos utensilios pero los ladrones ni siquiera habían robado una visible máquina de escribir nueva. Pero faltaba algo, sí: el manuscrito de las Memorias de Padilla no apareció por ninguna parte.
Padilla me llamó para decirme que el manuscrito robado era sólo una copia. Le dije algo al Poeta de «La carta robada» de Poe, pero él continuó en su continuo: «¿Tú te crees que yo iba a dejar mi manuscrito original por ahí así como así?» Soltó una risa típica, mitad carcajada, mitad cacareo. «Mi amigo, he vivido lo suficiente en la Cuba de Castro para no saber que el descuidado pasa a ser cadáver al canto de un gallo, de la noche lúcida a la negra mañana.» Volvió a reírse: «Saben o debían saber que tengo otra copia o que guardo el original en otra parte.» Se puso serio: «Esto no es más que un aviso, como la alarma que suena antes de que entre el ladrón. Querían que yo supiera que me pueden alcanzar cuando quieran. Esto no es más que una señal en su código Morse.» Lo interrumpí: «Un código Marx entonces. Lo siento», me disculpé. «No lo pude evitar. Sigue, por favor, por favor.» Padilla sonaba mortalmente serio: «Castro no quiere que yo diga todo de Fidel. Debía saber ya que no lo voy a decir todo. Soy un poeta que sabe que la justicia poética no tiene nada que ver con la poesía.»
Tiene que ver menos con los poetas, aun con los poetas muertos. Hay gente en España que se negó a creer que el robo fuera cierto y dicen que fue un burdo guión para un golpe de publicidad barato. Es debatible que el robo tuviera lugar o no. Lo pertinente es que si no ocurrió bien pudiera haber ocurrido18. Cuantos hombres (y mujeres) de buena voluntad hubieran creído, antes de ocurrir, que un escritor búlgaro exilado en Londres pudiera morir víctima en pleno día cerca del Strand, una ancha avenida, de un ataque con un objeto de uso inglés, un paraguas, que ocultaba el veneno más mortal que se conoce. El crimen, se sabe, lo cometió la KGB como un favor al tirano de turno en Bulgaria: un bacilo búlgaro. Y qué me dicen del reciente episodio del escritor rumano marcado para morir durante un cóctel ¡en su embajada de París! Los crímenes extraños no tienen por qué responder a motivos extraños. Para los amigos de lo plausible (que son muchas veces amigos de las causas progresistas, que siempre riman con marxistas), el último acontecimiento en el Caso Padilla, todavía abierto, no se debe al largo brazo del Tirano que trata de alcanzarlo, sino que es una movida viva de un poeta astuto que es también su agente de publicidad. Quizás. Pero ¿cuándo fue Pound veraz de veras? ¿Cuando como americano gárrulo perifoneaba en favor de Mussolini o cuando fue puesto en una jaula por sus captores y escogió el silencio de por vida?
Por otra parte (la parte sin arte comunista), ¿fue Lorca fusilado por los franquistas o fue un golpe publicitario en que le salió el tiro falso por la culata y murió al amanecer? A veces la vida del poeta recuerda horriblemente a la muerte del poeta.
Después de escribir lo que han leído vino la noticia de que el poeta Armando Valladares19 iba a ser liberado como consecuencia de una demarche del presidente francés de entonces. Inmediatamente la izquierda europea (esa a la que tanto temió en vida y aun después de muerto Alejo Carpentier) felicitó unánimemente a Castro por su gesto —y no por la primera gestión de haber puesto al poeta en la cárcel. Valladares voló de La Habana a París vía Madrid. En el aeropuerto de Barajas fue tratado como un espía que deserta y contrabandistas oficiales lo sacaron a la carrera del avión cubano para meterlo como un bulto en un avión francés a la espera. Amigos en Madrid y periodistas en París notaron que Valladares cojeaba pero pudo llegar hasta su mujer, Marta, que se había casado con él en la cárcel de máxima seguridad —léase ergástula. En París se quedó con Fernando Arrabal, que era uno de sus sostenes más firmes. Llamé a Arrabal pero no pude hablar con Valladares: había dado su palabra al ministro francés de Cultura que no hablaría con nadie hasta que aseguraran la salida de Cuba a su madre y hermana. Arrabal, con la única discreción que un anarquista español puede tener en estos casos, me dijo que el poeta y su bella esposa dormían en cuartos separados —«hasta que no se casaran por la Iglesia en Miami». Como se sabe, estaba prohibido hacerlo en Cuba. Estos votos de celibato revelaban qué otro regente europeo tuvo que ver con la liberación de Valladares. Era el papa, que veía a Armando y a Marta como católicos ejemplares que sufrían por su fe. Pero hubo otros que contribuyeron a la liberación del poeta: el Times de Londres, por ejemplo, la rama inglesa de Amnistía Internacional y, último pero no a la zaga, el Parlamento británico. El historiador Hugh Thomas interpuso en la cámara de los lores una moción pidiendo al Gobierno cubano que liberara a Valladares. Éste es el mismo lord Thomas que en su historia de Cuba escribió que el New York Times —específicamente un artículo escrito por el difunto Herbert Matthews en febrero de 1957, después de entrevistar al líder guerrillero en su escondite de la siena Maestra— «creó para los americanos la leyenda de Castro» y así hizo posible que Fidel Castro se convirtiera en un «héroe americano». Veinticinco años más tarde he aquí lo que dice el New York Times de su héroe de ocasión:
«Cuba ha dado fin por fin a la vergonzante prisión de Armando Valladares, que se ha consumido durante 22 años por no estar de acuerdo con Fidel Castro. Mr. Valladares sin embargo se dio a conocer en el extranjero por su poesía. Pero ha quedado parcialmente inválido debido aparentemente a la polineuritis, el legado de una dieta de hambre con la que le castigaron durante seis años. Su libro de poemas se titula Desde mi silla de ruedas.
»Hace tres años le informaron a Valladares que iba a ser liberado y que él y su familia podrían salir de Cuba, pagando el precio que en sus palabras es: “Debía escribir una carta negando a mis amigos entre los poetas y escritores del extranjero. Debía prohibir a todos, incluyendo periódicos y otros organismos, escribir sobre mí o sobre mi poesía... Debía inclusive denunciar y negar las verdades que han escrito al defender mi situación.” Pero no se doblegó. Hubo que obtener la intervención del presidente de Francia, para terminar la ordalía del poeta, que tiene ya 45 años.
«Ponderen la situación: a pesar de su monopolio del poder, Mr. Castro se ha sentido amenazado por un poeta inválido. Eso en un régimen que se alaba de enseñar a los cubanos a leer pero no los deja escribir.»
Quisiera añadir, sin embargo, que otro poeta cubano, Ángel Cuadra, antiguo castrista, pasó 14 años en la cárcel y luego, como un liberto, fue trasladado a una granja a trabajar la tierra. Pero Cuadra había cometido el crimen de enviar el manuscrito de un libro de poemas afuera. Cuando el libro se publicó en los Estados Unidos, fue forzado a completar su condena de 20 años en Boniato, una de las cárceles más crueles de Cuba, donde son expertos en crueldad. Cuadra cumplió su condena completa el año pasado. Pero está todavía en Cuba, transferido de la Isla del Diablo a Cayena, aunque añora la libertad y trata de dejar la isla —sin conseguirlo.
Es, como Dreyfus, un preso fuera de la cárcel.
Aquí en Inglaterra, junto al Parlamento, hay un Rincón del Poeta para honrar a poetas y escritores. En Cuba, como en todo régimen comunista, cultivan un sentido del honor literario que es bien diferente al inglés. Allá ponen a los poetas en calabozos y en sillas de ruedas y en granjas de trabajo forzado. Así ellos también mantienen a sus poetas arrinconados.
Noviembre de 1982
Vintila Horia, escritor rumano exilado, al reclamar en vano a Ovidio para la fe cristiana escribió (o mejor concibió) que Dios nació en el exilio, infiriendo que Ovidio, en su exilio de Tomis, condenado por el emperador a una muerte en vida, soñó a Dios. Dios no nació en el exilio pero la literatura a veces parece haberlo hecho. La literatura del siglo xx, por lo menos, puede recobrar como suya una cierta parcela en el destino del exilio. Exit, tan cerca de exilio, quiere decir en inglés salida. Es, cosa curiosa, una despedida que sale del teatro, donde se originó. Exit, que significa también dejar la vida, tiene el mismo origen que nuestro éxito. Es que las palabras todas son siempre una proposición metafísica.
Joyce, Nabokov, Broch, Elias Canetti, Koestler, Soljenitsin, Ionesco, Cernuda, Cioran, Reynaldo Arenas: todos escribieron o escriben en una forma manifiesta del exilio. No se entiende nuestro siglo sin el exilio. Pero hay una literatura que yo me sé que nació y murió en el exilio. Ocurrió en el siglo xix pero esos escritores son nuestros contemporáneos. O al menos son mis contemporáneos. Leerlos es recordarlos de pie en una habitación oscura frente a una ventana que abren para mirarnos. Ellos nos miran. Muchos de nosotros sin embargo no los vemos. Están ante la ventana abierta y no los vemos. Ellos son los escritores fantasmas de América. Fueron, ni más ni menos, lo que somos nosotros ahora. Hablo, por supuesto, de los escritores cubanos en el exilio.
Esa ventana que se abre es nuestra ventana ahora. Habitamos esa casa, hoy, como proyectos de fantasmas. Somos los zombies del futuro. Somos, como las víctimas del vampiro, the undead: los muertos que no estamos muertos.
Antes de irme quiero rendir homenaje a aquellos que Constantin Cavafis, poeta en un quiste histórico que fue también un exilio, llamó nuestros seres queridos:
Voces ideales y amadas
de los que han muerto o de los que están
para nosotros
perdidos como los muertos.
A veces,
a veces (la repetición es mía)
nos hablan en el sueño.