10

Ben se quedó de pie junto a la ventana del salón, sin mirar a izquierda ni a derecha para no ver a los tres hombres que parecían tan preocupados como él.

Westhaven tuvo el valor de hablar primero.

—O todos hemos desarrollado una repentina fascinación por los tulipanes rojos o alguien tendrá que ir a buscar a las mujeres. A ninguna de las dos se les ha ocurrido llevarse un pañuelo.

Deene apretó la boca.

—Declaraciones de amor, para eso sirven los tulipanes rojos.

El duque esbozó una sonrisa.

—Vosotros, los jóvenes. Os tiemblan hasta los pantalones por unas pocas sensiblerías femeninas. Yo tengo algunas declaraciones que hacer.

Apoyó la copa vacía y salió de la habitación.

—El matrimonio requiere una variedad particular de valor —dijo Westhaven—. Creo que la experiencia de su excelencia en ese calvario puede serle de gran utilidad ahora mismo.

—Vamos. —Ben cogió a los dos hombres por el brazo, pero ninguno de ellos se movió—. Dejemos que lleve a cabo su ataque en privado. Tengo algunas ideas para que consideréis y, si estáis de acuerdo conmigo, su excelencia accederá mucho más fácilmente.

Westhaven sonrió y al hacerlo se pareció mucho a su padre.

—No estés tan seguro. Los Windham podemos contradecir lo que se espera de nosotros.

Aquello era una broma o una advertencia. Ben no sabía bien cuál de las dos cosas.

—El lema de la familia Portmaine es: «Los desafíos imposibles nos ayudan a mejorar».

Deene arqueó una rubia ceja.

—Acabas de inventártelo porque la situación lo requiere. Eres del norte y es probable que el lema de tu familia sea: «Gracias a Dios por las simpáticas ovejas».

Eso casi hizo sonreír a Ben, a pesar de las circunstancias.

—Westhaven, ¿puedes conseguir algo más sustancial que bollos para el té? Maggie necesita recuperar fuerzas y, Deene, si quieres retarme a duelo cuando escuches mi propuesta, por favor recuerda que estamos hablando de defender el honor de una o varias damas.

El marqués sonrió.

—Esto se pone interesante. ¿Podemos tomar asiento?

Westhaven echó otro vistazo por la ventana, donde su padre se paseaba en medio de los tulipanes, de la mano de su duquesa y con un brazo sobre los hombros de su hija. Maggie parecía dulce y tímida, como una niña de once años.

—Retirémonos. —Deene le dio el brazo a Ben—. Puedes mirar todo lo que quieras a tu prometida, porque te aseguro que no será durante mucho rato una damisela en apuros.

Westhaven le cogió el otro brazo y juntos lo llevaron al sofá, sentándose a ambos lados de él.

—Ahora —dijo Westhaven—, ¿qué tenemos que hacer?

Para Maggie, el día se había vuelto luminoso y bonito. Los jardines ducales, escenario de sus más felices recuerdos de infancia, eran un lugar apropiado para sentir el enorme alivio que le corría por las venas.

—Siempre has sido una niña curiosa —dijo el duque—. Y has estimulado a tus hermanos y los has apretado para que se esforzaran en los estudios. Tu madre fue quien me llamó la atención al respecto.

«Su madre.» De la mano de su excelencia, a la duquesa se la veía radiante y adorable, a pesar de haber derramado algunas lágrimas momentos atrás.

—Ellos me acosaban a mí —dijo Maggie—. No podía soportar un grupo de muchachitos, más bajos que yo, pavoneándose a mi alrededor, recitando mal la lección en latín.

—Por supuesto que no. —El duque la besó en la sien, un gesto que Maggie no podía recordar más que de su infancia—. Eres una Windham. Si Westhaven consigue ser la mitad del duque que su madre espera que sea, será en gran parte porque sus hermanas le han dado el entrenamiento necesario—. Se volvió hacia su esposa, pero mantuvo el brazo sobre los hombros de ella—. Mi amor, tus jardines se ponen cada vez más bonitos, pero... ¿crees que debemos dejar que los jóvenes urdan sus tramas sin ninguna supervisión de los mayores?

Ella le echó un vistazo a Maggie.

—Tu padre está preocupado por su ración de bollos dulces, no cabe duda. Pero vamos, entremos. El conde de Maggie se preocupará si la mantenemos aquí mucho más tiempo.

Sus padres la llevaron de regreso a la casa, caminando tranquilamente, mientras Maggie pensaba en que no sólo era alivio lo que le llenaba el alma, haciendo de su mundo un lugar encantador, un lugar seguro por primera vez en mucho tiempo. Sí, había mucho alivio, océanos de él, junto con un poco de remordimiento y otro poco de preocupación por su hermanastra —ahora sabía que Bridget no era una Windham— y un gran pesar por los años que había pasado en soledad.

Pero lo que le llenaba su corazón, lo que la invadía de felicidad y gratitud, era que el amor de sus excelencias fuese tan vasto, tan magnánimo, que llenaba todo su ser y le iluminaba el alma.

—Deene está en la mejor situación para manejarlo. —Ben se reclinó en su asiento y no miró a Maggie. Estaba sentada junto a él, con los dedos entrelazados con los suyos, y aunque podía sentir la tensión en su mano, también podía sentir su confianza.

—Supongo que así es. —Deene sonó aristocráticamente reservado, aunque Ben detectó un brillo particular en sus ojos azules—. Es sabido que me gustan las mujeres pelirrojas y pido disculpas a las damas presentes por admitirlo. Soy soltero, acabo de heredar un título y se sabe que soy poco serio en algunos aspectos.

—En la mayoría de los aspectos —lo corrigió Westhaven—. Lo cual será de gran utilidad. ¿Cuándo tendrá lugar la velada?

—Mañana por la noche —dijo Ben—. Lo que no sabemos es dónde, porque Deene todavía no ha recibido una invitación.

El duque echó un vistazo a su esposa.

—Tengo una idea, no acerca de la ubicación de ese desgraciado evento, sino sobre el señuelo que puede facilitar las cosas.

—¿Señuelo? —A Ben le gustaba cómo sonaba, porque Moreland era conocido por sus artimañas, aunque, en un duque, eso se describía eufemísticamente como «astucia».

—Percival, ¿estás seguro? —La duquesa parecía ser capaz de deducir los pensamientos de su esposo, lo que decía mucho sobre la astucia de ciertas duquesas.

—Estoy muy seguro, mi amor. Dame un momento. —Su excelencia abandonó la habitación y regresó un momento más tarde con varias cajas finamente talladas, cada una de unos treinta centímetros cuadrados de base y de varios centímetros de alto.

—Las joyas de Moreland. —Abrió la primera caja, revelando un conjunto de oro y esmeraldas: una tiara, un collar, pendientes, pulseras y anillos, que brillaban sobre un lecho de terciopelo marrón oscuro—. O lo que parecen las joyas de Moreland.

Maggie miró dentro de la caja.

—¿Son auténticas?

Ben miró las joyas y su respeto hacia el duque creció mientras lo hacía.

—Me parece que no —contestó en lugar de su excelencia—. Cuando la duquesa demostró una acusada tendencia a perder sus joyas, el duque encargó este juego muy discretamente para que lo llevara en público. Es bisutería.

Westhaven cogió la caja de manos de su padre.

—Es una imitación muy buena.

El duque arqueó las blancas cejas.

—Y tenemos muchas de éstas. Las necesarias para deslumbrar a una ambiciosa mujer y lograr que entregue a la muchachita a la que pretendía arruinar.

—Tengo algunas preguntas acerca del documento —dijo Deene—. Westhaven, ¿estás seguro de que será vinculante?

—Absolutamente seguro. Los hijos ilegítimos de una mujer están bajo su custodia y los padres no tienen ninguna obligación legal de darles dinero ni de reclamar nada de ellos. La firma de Cecily será vinculante, pero debemos asegurarnos de que haya testigos, lo que significa que hombres adultos, mentalmente sanos y sobrios tienen que estar dispuestos a testificar que la vieron firmar el documento por propia voluntad. Y si he de tener varias copias de este documento preparadas para mañana a la noche, será mejor que me marche.

—Yo también me voy. —Deene se puso en pie y les hizo una reverencia a las damas—. Pasaré la noche tratando de localizar el lugar de la reunión a la que se supone que debo asistir sin haber sido invitado y divulgando mi lascivo interés por la joven.

Lo cual no era un desafío para un hombre de la reputación de Deene. Ben no hizo ese comentario en voz alta, pero un destello de sonrisa en los ojos de Maggie sugirió que ella podía deducir lo que estaba pensando.

—Entonces yo acompañaré a lady Maggie a su casa —dijo—. Tengo algunas averiguaciones que hacer por mi cuenta.

Cuando llevó a su prometida a su carruaje, la abrazó y ella se acomodó contra él.

—Estás sospechosamente callada, Maggie Windham.

Ella siguió en silencio hasta que los caballos comenzaron a trotar.

—Estoy intentando encontrarle el defecto a tu plan.

—Te diré cuál es. —Entrelazó los dedos con los suyos, dejó a un lado las precauciones y decidió ser completamente honesto con ella—. El defecto es que tenemos que confiar en otros para ejecutarlo. Si tu madre no nos hubiera visto en el parque, yo podría pasar por uno de los hombres desesperados que van tras los encantos de tu hermana, pero tal como están las cosas, Cecily pensará que es demasiada coincidencia que tu devoto prometido esté intentando conseguir a tu hermanastra.

—Sí. —Ella le besó la mejilla en un gesto sorprendente y reconfortante—. Los dos tenemos que depender de otros. Eso debe de molestarte tanto como a mí.

—Quizá sea bueno para nosotros. Sus excelencias y Westhaven piensan que se puede confiar en Deene.

—Podemos hacerlo. No creo que él sea el defecto de tu plan.

La besó en la sien, lo que también le resultó un poco reconfortante.

—Cuando concluyas dónde me he equivocado, ¿serás tan amable de comunicármelo?

—Quizá sólo es que estoy preocupada.

—Tu madre es una formidable contrincante. ¿Sabías que el duque sospechaba que la duquesa estaba haciendo algo a hurtadillas con sus joyas?

—Tal vez pensaba que ayudaba a Sophie con sus obras de caridad.

—Posiblemente. Cecily había intentado abordar al duque y éste la había amenazado con la cárcel. Cuando vio que desaparecía de escena, no se le ocurrió pensar que se acercaría a las mujeres de su familia. Es probable que se haya atormentado a sí mismo desde el día en que sucumbió a los encantos de tu madre.

—Dice que no. —Maggie se arrebujó un poco más con los brazos de él. Sonaba soñolienta, como era de esperar dada la situación—. Papá dice que la bendición que resultó de su paso en falso era mucho más importante que cualquier culpa que éste le causara, y me ha asegurado que la duquesa pensaba lo mismo.

Era una lección de humildad conocer esos detalles del hombre y la mujer que había detrás de los títulos ducales de la familia. Hacía que su condado en el norte pareciera insignificante en comparación, pero cambiar una cosa por otra no sería un gran sacrificio, dado que había escogido a la condesa correcta.

—¿Estás contenta, Maggie, de que vayamos a arruinar los planes de tu madre y rescatar a Bridget?

Ella se removió un poco contra él; su peso y su calor le daban una sensación tan exquisita que casi le dijo al cochero que aminorase la velocidad.

—No estoy contenta, pero tengo esperanzas. Por primera vez en años tengo esperanzas, Benjamin. Aunque ella me dio a luz, Cecily no es mi madre y no estoy segura de que merezca ese nombre, sin importar la relación que haya tenido conmigo alguna vez.

Con la barbilla apoyada en su pelo, sonrió, le besó la sien y la estrechó contra su cuerpo. Eso explicaba, pues, la sensación de paz de Maggie, su confianza y, después de tanto tiempo, su capacidad para tener esperanza. Dios mediante, todo eso ayudaría a que fuera una gran condesa y una buena madre para sus hijos.

Ben estaba sentado a su escritorio; al notar un cambio en la luz, levantó la vista y vio a Archer de pie en la puerta de su estudio. Dejó la lista a un lado y formuló la pregunta obvia.

—¿Así que tu dama no ha aceptado tu oferta?

—¿Cómo lo sabes? —Su primo entró en el salón y se desplomó en un sofá.

—Por tu postura, la falta de radiante brillo en tus ojos, el hecho de que tu pañuelo tenga las mismas arrugas que tenía cuando partiste al amanecer. ¿Al menos ha sido amable contigo?

Aunque, en realidad, Ben casi no tenía tiempo para los nimios dramas de Archer. Todavía no habían averiguado exactamente dónde sería la velada de Cecily y el amanecer llegaría pronto.

—No he tenido ocasión de pedir su mano. La casa y el establo están vacíos, no queda un solo mueble. Me ha dejado una carta, pero aún no la he leído. No quería que me vieran llorar en público.

—Eres libre de llorar aquí. Puedo usarlo como entretenimiento. Supongo que no te has cruzado con Deene esta noche, ¿verdad?

—Lo he visto en algún que otro antro. Cómo consigue parecer tan impecablemente aristocrático con una querida sentada en cada rodilla y rouge en la camisa es algo que desafía la razón.

Ben apoyó la pluma y observó a su primo.

—¿Estabas tan abatido por la partida de tu dama que has tenido que ir a esos antros de juegos, a una o dos peleas de gallos y quizá también a algún fumadero de opio?

—Cuando a un hombre le rompen el corazón, necesita beber.

Sonaba tan abatido como un universitario después de descubrir que su camarera favorita no era exclusivamente devota a él y a la mágica maravilla que ocultaba en los pantalones.

—Archer, ¿por qué no lees la maldita carta? Puede que su señora sólo se haya ido a Bath; Dios sabe que la gente con quien necesito hablar está allí.

Eso atravesó el desaliento en el que Archer tanto estaba regodeándose.

—¿Todavía no hay noticias de los lacayos de Maggie?

—Es demasiado pronto y, en algunos sentidos, demasiado tarde. Aún no sabemos dónde planea ofrecer Cecily esa velada. La persona que se lo susurró a Deene se ha marchado a una carrera en Brighton y nadie dice quién tiene las invitaciones.

—Debería ser bastante fácil hacer una lista de los probables candidatos.

—Ya he hecho una y Deene está haciendo lo posible por rastrear a los más probables. Mírala. —Ben se levantó y le dio un par de hojas—. Tú has estado más sobre el terreno que yo últimamente.

Archer observó la lista.

—Llama y pide té, ¿quieres?

—Son las cinco de la maldita madrugada, Archer.

Su primo levantó la vista y ya no había en él ni rastro de abatimiento.

—La cocinera se levantó hace mucho rato para preparar el pan y batir la mantequilla. A los empleados domésticos les encanta ser útiles, así que tira del maldito llamador. Te has dejado un par de los más obvios y he visto al menos a dos de estos granujas en las últimas horas.

Fue hacia el escritorio, se apropió de la silla de Ben, cogió la pluma y una hoja de papel.

Ben llamó al servicio.

—No puedo beberlo. —Bridget alejó la bandeja con suavidad, porque incluso el olor de su chocolate matinal le desagradaba—. Lo siento, Adèle, pero tengo los nervios de punta. Mamá dice que esta noche me dará mi regalo de cumpleaños.

En los ojos de Adèle podía verse todo tipo de emociones.

—¿Comprendes sus intenciones?

Bridget asintió y estrechó el vestido contra su cuerpo.

—Los camareros del servicio ya están armando jaleo en la cocina. Mamá vino anoche a mis habitaciones para ver si eran adecuadas y me ha dicho...

Se interrumpió, preguntándose cómo podía haber sido tan tonta de creer que su madre la quería.

—Te ha dicho que dejes que el hombre, quienquiera que sea, haga lo que quiera contigo y que no será tan doloroso. Te ha dicho que te comportes como si te gustara y que él te cubrirá de joyas. Te ha dicho que dejes a un lado tu vida para que ella pueda tener seguridad en su vejez, porque ha sido demasiado despilfarradora como para ahorrar nada.

La doncella no hablaba en francés, pero no importaba. Algunas verdades eran desagradables y aterradoras en cualquier lengua.

—¿Realmente es tan horrible, Adèle?

Ésta alejó la bandeja y observó a la pequeña sentada en la cama.

—Puede ser maravilloso, y todo eso de que la primera vez es dolorosa déjalo para las novelas góticas. La primera vez puede ser más una decepción que otra cosa. Puede ser decepcionante e indigno. Yo me reí, cosa que no te aconsejo que hagas si puedes evitarlo. Quizá encuentres a un hombre que sea cuidadoso contigo, porque sepa que es tu primera vez.

El pequeño discurso no le dio ninguna tranquilidad. Tal vez el hombre no tuviera cuidado con ella para nada, porque la sobriedad y los jóvenes malcriados no eran grandes amigos. Quizá la lastimara, la humillara y le obligara a hacer todo tipo de cosas antinaturales y pervertidas sólo por placer; cosas que se describían en aquellos horribles libros que Bridget había tenido que leer.

—Tal vez Maggie se avergüenza de mí. —Bridget odió la incertidumbre que teñía su voz—. Tal vez sabe qué trama Cecily y piensa que es lo que yo quiero.

—Me aseguré de que la carta que le escribiste fuera entregada por un mensajero muy de fiar, uno que me aseguró que se la entregaría a Maggie en propia mano. No debes perder las esperanzas.

La niña desvió la vista hacia el vestido que colgaba en su armario. Era de terciopelo blanco con encaje rosa —una horrible combinación, dada la complexión pálida de Bridget—, aunque los colores eran lo único inocente que tenía.

—Tal vez huya. Dijiste que podías darme algunas libras.

Adèle soltó un profundo suspiro y comenzó a ordenar las prendas para vestirla, prendas de uso diario, pero que, en las últimas semanas, también se habían modificado para que fueran más escandalosas.

—No puedes huir. Tu madre te encontrará y te traerá de vuelta, y lo que le espera a una muchachita inocente en las calles de Londres hace que las atenciones de un adinerado protector resulten tolerables. No me crees, pero sé de qué hablo.

Bridget no cedió al impulso de llorar que la embargó. Salió de la cama, se sirvió una taza de chocolate y luego la vertió sobre el canesú del indecente vestido blanco.

—¿Y qué pasa si Cecily quiere leer todo el documento? —Archer estaba en mangas de camisa y chaleco, con los puños remangados y su rubio pelo un poco despeinado. Ben sospechó que, en comparación, su propio aspecto debía de ser espantoso.

—Deene tendrá que evitarlo; de lo contrario, la vieja bruja verá que está transfiriendo la custodia de la niña.

Su primo frunció el cejo y se cruzó de brazos sentado otra vez al escritorio de Ben.

—¿Es eso lo que quieres?

—Es lo que Maggie quiere, aunque no lo haya dicho.

—¿No sería mejor que fueras a ver a tu prometida? —Archer se cubrió la boca para bostezar.

Ben miró el reloj e hizo una mueca de contrariedad.

—No quiero ir con las manos vacías. Todavía no tenemos la dirección y ya ha pasado media mañana.

Deene no había tenido mejor suerte, ni tampoco los varios espías e informantes que Ben había enviado a recorrer la noche.

Archer se puso en pie, con la chaqueta doblada sobre un brazo.

—Me voy a la cama y sugiero que le envíes una nota a lady Maggie para quedar con ella después de que hayas dormido un poco, te hayas bañado y afeitado. Sacudió su arrugada chaqueta y frunció el cejo.

—Tu carta de despedida —dijo Ben al oír el ruido del papel que crujió en un bolsillo—. Jamás la leíste.

—Aquí está. —Archer sacó de la chaqueta una misiva doblada—. Léela tú.

Aquello no era más que dramatismo de colegial, pero Ben estaba demasiado cansado y sentía demasiada frustración como para tomarle el pelo. Cogió la carta, se la llevó a la nariz para olerla y la abrió.

La fatiga le debía de estar nublando el cerebro, porque aquel perfume le resultaba familiar.

—Está escrita en francés.

—Es una carta de amor, por supuesto que está escrita en francés. —Archer se volvió hacia la ventana—. Una mujer necesita más de una página para hacerle el amor a un hombre. Un párrafo basta para rechazarlo.

Ben puso los ojos en blanco y tradujo mientras leía.

—«Mi queridísimo amigo, lamento mucho tener que decepcionarte, pero si estás leyendo esto es porque la familia se ha mudado a nuestra próxima dirección, a menos de dos calles de distancia. Dejaré la ventana abierta por la noche y espero que tu ardor sea suficiente para que me encuentres pronto. Tuya, etc.» y la posdata dice algo sobre que anhela el empellón de tu feroz...

—Déjalo, Benjamin. ¿Da alguna dirección?

Él simuló que volvía a oler la carta, sólo por el placer de molestar a un hombre enamorado, pero su primo le quitó el papel de las manos.

—Ya sé dónde es —dijo Archer—. Ríete todo lo que quieras, pero después de todo, no me ha abandonado. Regodéate si te apetece, envidia las dimensiones de mi feroz espada, salta de alegría, pero jamás... —Se quedó en silencio y lo miró fijamente—. Tienes esa mirada que se te pone cuando descubres algo en un caso, algo invisible a los ojos de los mortales.

—Dame esa carta.

Archer lo hizo y Ben se la llevó a la nariz.

—¿Para quién has dicho que trabaja Della ahora?

—No estoy seguro de haberlo dicho, pero para una vieja bruja horrible. Della se refiere a ella como «madame», pero creo que tiene un nombre irlandés. O’Doule u O’Dea. Supongo que en los viejos tiempos... ¡Vaya, Benjamin!

Su primo lo besó en la frente de pura gratitud y le devolvió la misiva.

—Esa carta huele exactamente igual que la que Bridget le mandó a Maggie y Maggie me ha dicho que la doncella, una tal Adèle, habla bien francés. Escríbele a Deene y a sus excelencias. Tenemos el lugar y cuando vuelvas a atravesar a Adèle con tu fiera espada, asegúrate de decirle que podría convertirse en la madre del próximo conde de Hazelton. Quizá considere tu propuesta, a pesar de las dimensiones de tus armas.

—Pero... —Archer miró la carta fijamente—. Ésta es la dirección, ¿verdad? Lo has averiguado. La vieja bruja es la madre de Maggie.

—Puede que lo haya sido alguna vez —contestó Ben, tirando del llamador—. Pero ya no. Ve a descansar, Archer. Tendrás que ir con Deene esta noche y yo tengo que irme a ver a mi prometida.

—¿Desea más té, señorita Maggie? —La señora Danforth dio dos pasos dentro del estudio de Maggie, pero se detuvo y frunció el cejo al ver la ordenada pila de correspondencia sobre el escritorio.

—No, gracias.

El ama de llaves parecía preparar un discurso, así que Maggie volvió a examinar las columnas de números. El té y los bollos del desayuno no le habían sentado nada bien, cosa que tomó como indicio de lo nerviosa que estaba y del miedo que tenía por Bridget. La columna de números seguía sin tener ningún sentido cuando oyó voces en el pasillo: eran la señora Danforth y... Benjamin.

Y luego apareció él, cruzó la pequeña habitación en dos pasos y rodeó a Maggie con sus brazos, temblando como estaba.

—¿Has recibido mi nota?

Asintió contra su hombro, descansando en su sólido calor y en su fuerza.

—Lamento haber tardado tanto en llegar, pero no me he cambiado y Archer tenía que encontrar a Deene y tenía notas que enviar...

Lo besó para que no pasara a contarle cuánto tiempo había tardado en calentar el agua para afeitarse. Olía maravillosamente, a especias y jabón, y todo su cuerpo transmitía una eléctrica energía que, sumada al nerviosismo de Maggie, se transformaba en algo muy cercano a la determinación.

—He pensado en el defecto de tu plan.

Al oír esas palabras, el conde retrocedió y entrecerró los ojos.

—Tenemos el lugar, cariño. Deene irá junto con Archer, quien se asegurará de atestiguar la firma de Cecily, y las joyas están ya guardadas en el carruaje de Deene. También tenemos un aliado dentro de la casa, porque, al parecer, mi primo ha seducido nada menos que a la doncella de Bridget.

—Entonces, dile a Deene que hable en francés con mi hermanastra, porque Cecily no conoce esa lengua, pero la criada sí. De todos modos, esto no soluciona el defecto en el plan.

—¿Cuál es ese defecto? Por lo que puedo ver, a menos que Cecily lea muy bien los documentos, cosa que Deene evitará con su arrogancia, Bridget pronto estará a salvo de las garras de su madre.

—Ay, querido. Tantas cosas pueden salir mal.

—No te preocupes. —La miró fijamente mientras decía esas palabras, aunque su mano seguía sujetando la suya con suavidad—. Debes dejar que sea yo quien me preocupe y tú tienes que comer algo. La señora Danforth me ha informado de que no estás comiendo demasiado y éste no es momento para ponerse quisquillosa.

—La señora Danforth haría bien en recordar quién paga su salario.

El perro se levantó de su cama y apoyó la cabeza en la rodilla de Maggie.

—Estás alarmando al pobre animal —la regañó—, que no ha hecho nada para recibir un maltrato semejante. ¿Cuál se supone que es el defecto en un plan que, hasta ahora, sonaba tan bien?

—Benjamin, ellos la verán.

—¿Quién verá a...? —Ben interrumpió la caricia de su pulgar sobre sus nudillos—. Maldita sea. Maldición. Tienes razón. Cecily va a reunir a todos esos hombres para que vean a Bridget. Es muy probable que no se contenten con té y bollos cuando es a ella a quien han ido a ver.

—Y si la ven, tan sólo eso, ya estára arruinada.

Benjamin se levantó y fue hasta la puerta, donde cogió la bandeja de manos de la señora Danforth y cerró luego con un golpe de la cadera.

—Quizá no. Quizá sus excelencias puedan poner fin a los rumores cuando comiencen.

—¿De doce jóvenes ricos y malcriados, con título y fortuna? El duque podría convencer a uno o dos, pero ¿a doce? —Maggie suspiró—. Desearía poder hacerlo yo en lugar de Bridget. La mitad de las familias con título nobiliario han estado conteniendo la respiración, esperando ver cómo seguía los pasos de mi madre.

—Estás agobiada. —Apoyó la bandeja en la mesilla baja ante ellos y volvió a sentarse a su lado, con gesto de resuelta determinación.

Le dio una taza de té, de la que ella bebió un sorbo, mientras la cara de Ben adoptaba una expresión peculiar y distraída. Pasó un momento de silencio hasta que él parpadeó y la miró con el cejo fruncido.

—Comerás algo, Maggie Windham. Aunque tenga que alimentarte personalmente bocado a bocado, comerás.

La idea de él alimentándola con sus propias manos... tenía un extraordinario atractivo, y ahora que estaba allí, Maggie sintió que su malestar parecía calmarse un poco.

Le dio un trozo de sándwich con mantequilla, mostaza, finas loncha de jamón y un pedazo de queso cheddar.

—No creo que me coma el jamón. Hay algo en ese sabor ahumado que no me gusta.

Él retiró el jamón del bocadillo y se lo comió de un bocado.

—¿Dormiste algo anoche?

—Un poco.

—Maggie... —Cogió la taza de té vacía y la hizo a un lado. Luego la observó a ella largo rato—. Ven aquí.

Se acercó lo necesario para dejar que la abrazara y toda su tristeza y sus recelos se acallaron al notar la cercanía de su cuerpo. Lo echaría de menos, lo echaría muchísimo de menos, durante todos los días y las noches de su vida.

—Todo irá bien, mi amor. Tengo un plan. ¿Quieres que te lo diga?

—Por favor.

Cuando le contó el nuevo plan, ella no pudo encontrarle ni un solo defecto; aunque no dejó de preocuparse hasta que Deene los recogió en su carruaje.

—Por el amor de Dios, apresúrate. —Adèle estaba nerviosa y eso, como ninguna otra cosa, conseguía atravesar la densa niebla de ansiedad que empañaba la mente de Bridget—. Cierto marqués ha llegado casi una hora antes de la hora a la que madame esperaba a sus invitados, y eso que la buena sociedad nunca llega puntual, y además lo acompaña un vizconde. No podemos hacerlos esperar.

—¿Un marqués? —Bridget había visto a un par de marqueses en el parque o bien acompañando a sus damas en el Strand. Siempre eran gordos y viejos—. No sabía que Cecily estuviera apuntando tan alto.

Adèle le cogió la mano y la llevó al tocador.

—No tenemos tiempo de usar todas esas horribles pinturas, gracias a Dios, y tu peinado tampoco puede ser muy elaborado.

Bridget se sentó y se sintió como una adolescente nerviosa que tenía que disfrazarse como parte de un juego particularmente inoportuno.

—Adèle, no quiero hacer esto.

—Sí lo quieres. Estos dos caballeros son guapos como dioses, mi niña, y yo conozco un poco al vizconde. Si puedes irte con el marqués, no tendrás que sonreír y ser amable toda la noche mientras tu madre hace negocios al tiempo que bebe ponche de champán. Sé amable con el marqués; eso es lo que tu madre espera que hagas.

—Que sea guapo no quiere decir que sea bueno.

—Escúchame, Bridget. —Se cambió al francés, mirando con recelo a la criada que terminaba de planchar el nuevo vestido para sustituir el manchado—. Quieres conocer a esos dos caballeros lo antes posible y quieres comportarte con tus mejores modales cuando lo hagas. Tu hermana querría que confiaras en ellos.

Bridget parpadeó y observó el reflejo de Adèle en el espejo, pero su mirada no revelaba nada. Casi de inmediato, la cría estuvo lista frente al espejo, con el pelo cayéndole hermosamente por los hombros, el pecho empolvado y perfumado y demasiado a la vista por encima del canesú, y los nervios tensos como nunca antes.

—Adèle, no puedo hacerlo. No me importa si Cecily me pega. Uno de esos hombres puede llevarme a su casa esta noche y la sola idea... Creo que voy a vomitar.

La doncella la cogió por los hombros y la sacudió con suavidad.

—Vas a ser fuerte. Tu madre está con sus invitados en el salón pequeño para que los camareros puedan terminar en el grande. Pero si no vas ahora, vendrá aquí arriba. Y necesito que la mantengas allá abajo.

Adèle estaba intentando comunicarle algo que Bridget simplemente no comprendía. Sentía que estaba a punto de llorar, cosa que enfurecería a su madre sin remedio.

—¿Mi hermana esperaría que yo confiara en esos hombres?

Adèle asintió una sola vez con la cabeza, arriba y abajo.

—Entonces debo confiar en ellos.

Se volvió y salió de la habitación, sin ver ninguna alternativa, absolutamente ninguna. No recordaba haber bajado los peldaños y muy pronto estuvo en la puerta del salón pequeño, con la mano en el picaporte. Llamó tres veces —como una pequeña sentencia de muerte para su virtud—, esbozó su mejor sonrisa y entró en la estancia como su madre le había enseñado.

Tras dar dos pasos, se detuvo. Adèle no le había mentido. Dos hombres guapísimos estaban junto a la ventana. El contraste de su virilidad y su rubia belleza, hacía que Cecily pareciera exactamente lo que era: una ajada meretriz, que hacía tiempo había pasado la flor de la edad, ocupada en asuntos corruptos para poder darse gustos caros.

—Señorita O’Donnell. —El más alto de los dos caballeros dejó su copa y fue hacia ella—. Deene, a su servicio. —Hizo una reverencia sobre la mano de Bridget con expresión grave y atenta. Cuando se irguió, hizo una breve pausa y la contempló con cautivante intensidad.

—Tu hermana se ocupará de velar por tu bienestar. —La frase, dicha en francés, sonó tan bonita que Bridget tuvo que concentrarse en el significado de sus palabras. Él debió de notar la confusión en su rostro, porque no le soltó la mano hasta guiñarle el ojo con discreción y solemnidad.

Su hermana... Bridget hizo una reverencia y respondió también en francés:

—Estoy segura de que así es, milord.

—¡Bridget! —La voz de Cecily era estridente a causa de la fingida alegría—. Ven a conocer al vizconde de Blessings. A él también le gustan mucho las muchachas con el pelo como el tuyo.

Incluso en su inocencia, Bridget tuvo que reprimir un estremecimiento. Por la manera de hablar de su madre, parecía insinuar que aquellos caballeros le examinarían hasta los dientes.

Madame. —El tono de lord Deene era glacial—. Quizá no me he expresado con claridad o tal vez la cantidad de años que lleva en su profesión le han limitado el entendimiento, así que me tomaré la molestia de hablar más lentamente. He venido aquí preparado para llegar a un acuerdo con usted. —Se volvió hacia Bridget—. Si la joven dama está de acuerdo.

Ella asintió, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, mientras Deene continuaba con un tono insoportablemente condescendiente.

—No voy a regatear ni discutir mientras usted se comporta como una madama delante de una flor tan delicada. Blessings, muéstrale las joyas a la señora.

—Solía decirle a Bridget que debería estar agradecida de que su madre no la hubiera vendido. —Maggie miró por la ventana del elegante carruaje de Deene, observando la entrada de la casa en la que Archer y éste habían desaparecido veinte minutos antes, un período de tiempo que le parecía una eternidad—. He sido tan idiota.

Benjamin se movió en el asiento junto a ella, sin soltarle la mano.

—Cuando te enfrentaste con Cecily, no eras mucho mayor de lo que Bridget lo es ahora, Maggie. Ten eso presente cuando te culpes por hacerlo lo mejor que podías.

—Pero llegar a pensar que era más capaz que el duque de lidiar con Cecily... —Negó con la cabeza, presa de la preocupación y el arrepentimiento, que intentaban erosionar la calma que Benjamin emanaba.

—La duquesa cometió el mismo error, aunque estaba en mejor posición que Moreland para enfrentarse a Cecily; si es que fue un error. Nadie estaba a la altura de un enemigo como Cecily.

Le rodeó los hombros con un brazo y ella se recostó en él.

—Odio esta espera, pero me consuelo pensando que la próxima semana Bridget y yo podremos estar camino de Italia o Portugal.

No había querido decir eso, pero la fatiga, la ansiedad, el calor y el alivio de la sólida presencia masculina de Benjamin le habían soltado la lengua.

—Chist. —Ella notó sus labios rozándole la sien, sugiriendo que estaba demasiado preocupado para atender sus palabras—. Crees que Cecily buscará venganza porque le habrás robado su billete para una vejez adinerada, pero yo no lo permitiré y sus excelencias tampoco.

—Eres un hombre muy bueno, Benjamin. —Le acarició la chaqueta de lana y luego se volvió para mirar otra vez la terraza bien iluminada de la casa que Cecily había alquilado para su última aventura. Maggie estaba tentada de cerrar los ojos, pero por alguna leve superstición, creía que si miraba con la suficiente intensidad, pronto vería a Deene escoltando a Bridget fuera de la casa, lejos de aquella horrible mujer, hacia la seguridad de los anhelantes y ansiosos brazos de Maggie.

Maggie estaba cada vez más apoyada en él, pagando las noches sin dormir, la implacable ansiedad y una cantidad de preocupación que ninguna dama debería soportar sola, y menos aún cuando tenía una familia que la adoraba y un devoto prometido para ayudarla.

Aquél no era el momento de discutir con ella sobre su plan de huir con Bridget al Continente, aunque Ben no tenía ninguna intención de permitir semejante tontería. Un carruaje pasó lentamente junto a ellos y él alcanzó a ver el blasón laqueado en la puerta. Maggie se irguió a su lado.

—¿Ya llegan los buitres?

Benjamin dejó que se alejara un poco, pero le mantuvo cogida la mano.

—Todavía no. Nadie con un mínimo de sentido de la cortesía quiere ser el primero en llegar, así que el joven lord Venable dará una vuelta a la calle antes de apearse. Si los invitados de Cecily comienzan a llegar, tendremos que poner en marcha otro plan.

—¿Tienes otro plan? —Volvió la cabeza para mirarlo a la débil luz de la calle—. ¿Incluso para esto tenías un plan?

—Tú tenías razón: no podemos permitir que nadie vea a Bridget. Ella merece la misma oportunidad que cualquier otra muchacha inocente, así que Archer mandó a hacer un vestido de noche de la talla de Adèle Martin. Ella es joven, es pelirroja y sabe cómo tratar con hombres cariñosos.

—Adèle... —Maggie le sonrió y su sonrisa fue una bendición capaz de proteger a un hombre de las sombras; luego, para rematarlo, añadió—: Oh, Benjamin, cuánto te amo. —Se acurrucó contra él, al parecer sin darse cuenta de que acababa de pronunciar unas palabras que agitarían el corazón de un hombre sin remedio.

Suspiró hondo y, antes de que Ben pudiera pensar en cómo señalarle la enormidad de lo que había dicho, la puerta de la casa se abrió. Deene bajó los peldaños, con Bridget del brazo y Archer siguiéndolos obsequiosamente detrás.

—Maggie, mi amor.

—¿Sí?

—La tenemos. —La besó en la boca y se bajó del coche mientras Deene, con una despreocupada naturalidad por la que Ben le haría pagar, llevó a Bridget al carruaje y la ayudó a subir.

Lo que siguió fue una sucesión de amortiguados gritos femeninos de alegría, mientras un lacayo salía de la casa y, una a una, apagaba las antorchas de la terraza delantera.

—¿Tienes los documentos?

Deene le entregó un fajo de papeles atado con un lazo.

—Ha habido un breve momento de tensión para encontrar a otro hombre adulto en su sano juicio, pero el mayordomo que enviaste de la agencia de empleo finalmente ha servido, además de Blessings. Es probable que la mujer todavía esté comiéndose con los ojos toda esa bisutería.

—¿Y las cosas de Bridget?

—Cuando se marchen, haré que mis lacayos vayan a la parte trasera de la casa y traigan el baúl que Adèle ha preparado.

—Que vayan a buscarlo ahora. —Ben echó a andar en dirección a la casa—. En cuanto tengáis las cosas de Bridget, llevaos a las mujeres a casa de Moreland.

—¿Y tú adónde vas ahora?

—A cerrar un caso.

Cuando llegó a la puerta de la casa de Cecily, no llamó. Entró y vio a la mujer que había creado el gran caos en la vida de Maggie y se dio autorización a sí mismo, sólo por esa vez, para tratar con las sombras y la oscuridad.

—No lo entiendo. —Bridget observó con atención a su hermanastra, una mujer a la que no conocía muy bien, pero a quien adoraba de todos modos—. Estás comprometida con el hombre que es responsable de haberme sacado del infierno que Cecily tenía planeado para mí, ¿y aun así quieres irte a Italia?

—No es que quiera ir, exactamente, pero creo que un cambio de escenario nos hará bien a las dos. —Maggie buscaba algo fascinante por la ventana, porque no quería mirar a los ojos a la chica mientras le decía esas tonterías.

—Un cambio de escenario —repitió Bridget, echando un vistazo a su alrededor, a la elegante comodidad de la primera residencia ducal que veía en su vida. Estaban en alguna especie de pequeño salón familiar que daba a unos jardines traseros llenos de flores de primavera—. Yo creo que este escenario es bastante bonito.

—No vamos a quedarnos aquí. —Maggie se levantó de la mecedora y comenzó a pasearse por el salón—. Sólo ha pasado una semana, pero Cecily nos encontrará, acabará haciéndolo y vendrá a buscar todo tipo de venganzas. No quiero que estés aquí cuando eso ocurra.

—Pero dices que sus excelencias tienen mi custodia. Cecily ha firmado los papeles y había testigos que la vieron. Yo también la vi firmarlos.

—Los papeles se pueden robar o perderse, ella puede denunciar un fraude, sobornar a uno de los testigos.

—Maggie, ¿cuándo te has vuelto tan pesimista?

Evidentemente, eso le llamó la atención, porque su hermanastra volvió la cabeza y la miró.

—No soy pesimista, querida, pero sé de lo que Cecily es capaz.

—¿Y por eso no te casarás con tu conde? ¿Porque crees que irá tras él también si lo haces?

Maggie, la bonita, valiente y competente Maggie, volvió a sentarse en la mecedora e inclinó la cabeza.

—Lo hará. Cuando comprenda exactamente lo que ha ocurrido, nada la detendrá. Lo sé y he intentado decírselo a Benjamin, pero es demasiado orgulloso y demasiado bueno para comprender las cosas de las que ella es capaz. No escucha.

—Hermana. —Cuando Maggie levantó la vista, Bridget señaló hacia el hombre alto, moreno y serio que estaba de pie en la puerta—. Creo que ahora está escuchando.

Maggie estaba muy bonita, sentada frente a la ventana; la luz del sol resaltaba los destellos de su pelo y le acentuaba las pecas que le cubrían las mejillas.

—Señorita Bridget, se equivoca en un detalle. —Ben entró en el salón, dejando la puerta abierta tras de sí—. Sus excelencias no son sus guardianes, lo soy yo. Como su custodio legal, le ordeno que se vaya.

La muchacha parpadeó y lo miró; sus ojos eran castaños en lugar de verdes, pero por lo demás eran muy parecidos a los de Maggie.

—¿Que me vaya, milord?

—Que se vaya, que se largue, fuera. Su hermana y yo necesitamos privacidad.

La chica sonrió, revelando una vertiginosa belleza; luego le guiñó un ojo y salió apresuradamente del salón.

—No sabía que tú fueras su custodio. —El tono de Maggie era cauteloso, lo cual era mejor que un tono acusatorio.

Ben se sentó en el extremo del sofá, cerca de ella, y escogió las palabras con cuidado.

En un esfuerzo por no apresurar las cosas, no le cogió la mano.

—Espero que este arreglo sea más acorde con tus deseos.

Volvió la vista hacia la maldita ventana.

—Sí, les ahorrará a sus excelencias una conexión legal con otra persona más de dudosos orígenes, y ésta ni siquiera relacionada con el duque.

—¿Cómo te sientes, Maggie?

Ella esbozó una leve sonrisa.

—Un poco fatigada, a decir verdad. Los acontecimientos recientes han sido emocionantes.

Y además no le había llegado la menstruación. Ben había hablado tanto con la señora Danforth como con la duquesa y, si bien deseaba anunciarle su inminente paternidad a la madre de su hijo —a la soñolienta madre de su hijo, que a veces se exaltaba y de vez en cuando se mareaba—, sospechaba que la misma Maggie todavía no comprendía la situación.

—¿Darías un paseo conmigo, querida?

—Creía que querías privacidad.

—Quiero privacidad, pero contigo, y también quiero caminar al sol.

Eso era lo que ella le había dado: lo había sacado de las malditas sombras; le había dado el sol.

La ayudó a ponerse en pie y no la miró con demasiada atención cuando la vio hacer una pausa, como si le costara mantener el equilibrio. Ella permaneció en silencio cuando se pusieron en camino para salir de la casa, pasando junto a los serios lacayos y un enorme ramo de flores, por silenciosos pasillos que olían a cera de abejas y aceite de linaza.

El silencio era agradable, aunque Ben sospechaba que a Maggie le pesaba. Esperó hasta que estuvieron fuera, donde el aire estaba perfumado por los jardines y lleno de los sonidos de un hermoso día: el distante sonido del tráfico que pasaba, el gorjeo de los pájaros, el zumbido de los insectos.

—¿Pensabas irte a Italia con Bridget?

Ella asintió con la cabeza, pero tuvo el detalle de demostrar su desilusión.

—Nos has oído. No confío en que Cecily vaya a dejarte en paz.

—Ajá. ¿Y si ella no fuera un factor que tener en cuenta?

—¿Puedo padecer este interrogatorio sentada, al menos? —Un destello de su viejo espíritu se coló en sus palabras.

—Por supuesto.

La acompañó hasta un banco detrás de un seto y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no ceder al impulso de asaltarla con caricias y besos. Antes le había dicho la verdad: entre Maggie y él, la verdad tendría que triunfar. Los besos tenían su importancia, pero no eran suficiente para construir un matrimonio como el que tenían los padres de Maggie.

Y él no quería menos que eso para sí mismo... ni para ella.

Cuando estuvieron sentados en el banco del perfumado y tranquilo jardín, Ben se permitió cogerle una mano.

—¿Italia, Maggie?

Ella no retiró la mano... y todavía llevaba su anillo.

—Italia o incluso Francia, dada la facilidad de Bridget con el idioma. Quiero paz, Benjamin, para mí, para ella, pero también para ti y para sus excelencias. Ya ha habido suficiente drama y conozco a Cecily. Parte de mi determinación me viene de ella, así como mi preocupación por el dinero y mi poca disposición a confiar en nadie.

—Y si te dijera que ahora mismo está en un barco con rumbo a Baltimore, ¿dirías que esta repentina necesidad de viajar también te viene de ella?

Maggie frunció el cejo, como si intentara ubicar el lugar en el mapa.

—¿Baltimore?

—Tengo una propuesta para que la consideres, Maggie Windham. No es una proposición de matrimonio, porque ésa sigue en pie, sino una que tiene que ver con tu futuro.

—Supongo que debo escuchar.

Se alisó la falda con una mano y era la viva imagen de una dama tranquila. Pero con la otra mano, la mano en la que llevaba el anillo de Ben, le apretaba los dedos con fuerza, probablemente sin ser consciente de ello.

—Puedes ser como Cecily: independiente, insegura todos los días de tu vida, sin nada ni nadie en quien apoyarte, viendo a todos los de tu alrededor como personas que quieren explotarte o personas a las que puedes explotar. Ella te dio la vida y es razonable que creas que compartes algunas de sus características.

Eso a ella no le gustó. Ben lo sabía por la manera en que apretó sus seductores labios y por el disgusto que se notaba en sus ojos.

—Continúa.

—O puedes decidir que tu herencia viene más de parte de tu familia ducal. Estás tan relacionada con Moreland como lo estás con Cecily, y tu padre y su esposa te han criado. Durante todo el último cuarto de siglo has sido una Windham, Maggie, y creo que ése es un legado mucho más convincente.

Ella parpadeó y miró con intensidad el lecho del valle de azucenas que comenzaba a florecer ante ellos.

—Le he escondido secretos a mi familia, a mis dos familias. A veces sentía que nadie me conocía, que nadie lo hacía realmente, como si fuera una sombra viviente. Sin embargo, era lo mejor que podía hacer.

Al oírla admitir eso, Ben sintió que la tensión de su interior se relajaba un poco. Había hecho lo mejor que había podido, sola, con las poquísimas armas y los únicos recursos que una dama soltera y sin aliados podía tener.

Sacó un fajo de papeles del bolsillo interior de la chaqueta.

—Esto es tuyo.

Ella frunció el cejo y los cogió.

—¿Qué son?

—Cartas de Bridget para ti. No las he leído, pero supongo que son las que Cecily robó de tu bolso y estoy seguro de que obligaba a la niña a firmarlas como «tu adorada hermanita» o algo igualmente inoportuno.

Maggie se inclinó sobre las cartas un poco, un mínimo movimiento de la columna y la barbilla hacia abajo, como si hubiera recibido un golpe.

—Gracias por esto, pero ¿cómo las has conseguido?

—He hablado con Cecily y hemos llegado a un acuerdo.

—Oh, Benjamin. No puedes confiar en esa mujer. Se escabullirá por un tiempo, me dejó en paz un tiempo a mí también, y luego regresará y atacará cuando menos te lo esperes. Es taimada, es tramposa, es...

Él le llevó dos dedos a los labios.

—Se ha ido. Comprendo el comportamiento taimado y tramposo, Maggie. Casi me relegué a mí mismo a un purgatorio lleno de esas cosas hasta que tú me diste una salida.

—Cecily se llevará eso también. —La mano con que le cogía la suya lo apretaba con una fuerza casi dolorosa y en su voz podía notar el temblor de las lágrimas contenidas.

—Cecily jamás volverá a poner un pie en suelo británico, mi amor. Si lo hace, la denunciaré por su desafortunada pérdida de juicio, resultado de una vida dedicada al vicio.

No quería pronunciar la palabra «sífilis» en voz alta, pero con un rey loco en el trono y muchas sospechas de que la enfermedad tenía un origen venéreo, Maggie descubriría la conexión con facilidad.

Frunció el cejo y miró sus manos unidas.

—Creo que estaba volviéndose loca. Bridget ha dicho lo mismo. Estaba obsesionada y era cada vez peor. Como todo el asunto de las mudanzas y de esa indumentaria más apropiada para una mujer mucho más joven.

Maggie permaneció en silencio.

—No debes sentir pena por ella —prosiguió Ben—. Se ha marchado con un cheque más que suficiente para poder vivir modestamente durante años. Además, algunas de las joyas eran auténticas. Si es inteligente, puede buscarse algún colono con medios y vivir cómodamente el resto de sus días.

—¿Por qué algunas joyas eran auténticas?

—Para asegurarnos de que el contrato fuera vinculante; pero Westhaven escribió buena parte de la descripción de las consideraciones financieras en francés. La lista incluye todas las joyas, las auténticas y las de bisutería. Se lo he explicado a ella.

Maggie miraba las flores con intensidad.

—No deberías haberte ocupado de todo esto, Benjamin. Te adoro por haber rescatado a Bridget. Pero detesto que hayas tenido que tratar tan directamente con Cecily.

Aquél era un momento delicado e importante y aunque él quería ponerse de rodillas ante su prometida, tal como debería haberlo hecho semanas atrás, había más cosas que necesitaba decir y que Maggie necesitaba oír.

—Y sin embargo tú has lidiado con Cecily durante años. Sin ninguna ayuda, y lo has hecho por el bienestar de una muchacha a quien podrías haber dado la espalda. Te has encargado de esa víbora y has hecho todo lo necesario para proteger a Bridget, a sus excelencias, a tus hermanos, algunos de los cuales son soldados de caballería condecorados o licenciados en leyes, y eras tú la que los protegía a todos ellos. Ésa no es la manera en que actúa la hija de una cortesana manipuladora, Maggie.

Ella volvió a inclinarse, un poco más esta vez, y dejó escapar un triste sonido, pero Ben no había terminado.

—Es el comportamiento de una mujer que se comporta según patrones ducales. Los duques de antes lideraban ejércitos, Maggie, pero tú sólo te tenías a ti misma y sin embargo has triunfado.

Ella temblaba, con los ojos cerrados y apretándole tanto la mano que casi le cortaba la circulación de los dedos, pero él no podía parar.

—Te amo, Maggie Windham. Amo tu valor, amo tu independencia, amo tu determinación y quiero todo eso para mí. —Hizo una pausa mientras se armaba de valor—. Quiero, imploro, que nuestros hijos hereden eso de su madre.

Hizo falta un momento para que esas palabras penetraran a través de la emoción que sacudía a la mujer que tenía a su lado, un silencioso y tenso momento durante el cual las esperanzas y sueños de él, su corazón y su alma estuvieron suspendidos entre la luz de la esperanza y la sombra de la desesperación.

—Benjamin. —Se inclinó hacia él, allí bajo el sol, sollozando y gritando sin importarle que todo el mundo la viera—. Abrázame, por favor. Abrázame y jamás me sueltes, nunca. Por nada del mundo.

Él la abrazó, pero se movió hasta quedar de rodillas ante ella, rodeándola con los brazos mientras Maggie derramaba más lágrimas y se aferraba a él durante unos largos y encantadores minutos. Ben sacó su pañuelo y le agradeció a Dios misericordioso haber conocido a aquella mujer que tenía el valor de reconocer cuándo la amaban.

—Quería decírtelo.

Ahora Maggie sonreía, y cuando él se alejó lo bastante como para apreciarlo, ella comenzó a juguetear con el pelo de su nuca.

—¿Decirme qué?

Se quedó quieta.

—Nunca se te escapa un solo detalle, Benjamin. Seguro que lo supiste cuando casi me desmayé en la puerta de lady Dandridge...

Él se puso en pie, se sacudió las rodillas del pantalón y volvió a sentarse junto a ella.

—Habías caminado bajo la lluvia a saber cuánto tiempo, sin dormir bien, y probablemente sin comer lo suficiente. Si cada mujer que se ata el corsé demasiado apretado estuviera embarazada, la población mundial se duplicaría a una velocidad vertiginosa.

—Benjamin, vamos a tener un bebé. Debería habértelo dicho antes, pero no quería que te sintieras atrapado.

Volvió a alisarse la falda y a apretarle la mano, lo que indicaba que no se había recuperado tan rápidamente como parecía.

—Maggie, ¿tú te sientes atrapada?

Era una pregunta sincera, la clase de pregunta que podía mantener despierto hasta la madrugada a un hombre honesto, y que podía causarle más de un problema en los años futuros.

—¿Por el niño? Por supuesto que no.

O quizá no.

—¿Deseas este hijo?

—Dios santo, Benjamin. He pasado años tratando con Cecily porque Bridget era una persona a quien quería. He protegido a la familia de mi padre porque los quiero. Este niño es mío, para que lo quiera así, y tú eres mío, para quererte también. ¿Cómo puedes pensar que siento otra cosa?

—Vamos a tener que revisar esa tendencia tuya a proteger a todos los que quieres.

Ella sonrió tímidamente.

—Quiero una familia grande, pero estamos empezando un poco tarde.

—Entonces tendremos que ponernos manos a la obra.

Su Maggie, su valiente, independiente, determinada y muy adorable Maggie, se sonrojó.

Y entonces no tuvo más remedio que besarla. La sentó sobre su regazo, posó la boca en la suya y allí, ante Dios, los pájaros —y probablemente el duque, la duquesa, varios hermanos y una docena de sirvientes espiando por las ventanas—, besó a su futura condesa bajo la luz del sol, para que todos lo vieran.