X. EL CADÁVER EN LA TRAMPA

Le habría arrancado la lengua de un mordisco ... ¡Robarme el do de pecho de aquella manera ... ! Una cólera infantil enrojeció mis ojos. Me estiré, convencida de conseguir frenarme. Y en cambio, no: al cabo de un instante, en medio del estupor general, estallé en llanto.

Cuestión de un minuto: acudió Curro desde su sitio, con el pañuelo en la mano, pero no fue necesario. Ya entre las lágrimas sonreía, reía, pensando que, al fin y al cabo, esta variante de un intermedio húmedo dentro de la escena madre me habría venido bien en el epílogo de mi Qui pro qua. Pensamiento fugaz, por otra parte, ya que otro acuciaba.

—¡¿El asesinado?! —exclamó el juez Francalanza; e, ignorando a Curro y dirigiéndose a mí, balbuceó—: ¿Qué dice? Recupérese, explíquese.

Tanto rato necesitó para terminar la recomendación que, en efecto, pude recuperarme y retomar con calma el hilo allí donde lo había dejado:

—El editor, sí, y me halaga que otra persona —aquí miré de reojo a mi bienamado-h.aya llegado a la misma conjetura. Mediante la intuición, supongo, más que el razonamiento, desconocedor como es de algunas menudencias de información que sólo yo poseo, por suerte o por mérito. Menudencias que tienen peso de prueba y que bautizaré con nombres convencionales, como se hace con las operaciones militares o con los ciclones de Jamaica: Rabo de paja, Call and talk, Naturalis historia.

Había vuelto a ser dueña de mí misma y no sabría deciros cuán ebria de vanidad me sentía. Todos, salvo el listo de Curro, estaban con la boca abierta y el alma en un puño. Hasta Casabene, encargado de la guardia de la entrada, dándose cuenta vagamente de que se aproximaba un momento solemne, había abandonado el puesto, para entrar y escuchar. En cuanto a los criados y a los demás, que antes paseaban con pasos lentos por los alrededores del quiosco, se habían ahora acercado y aplastaban la nariz contra los cristales, sin que nadie se lo impidiera, espiando y oyendo a hurtadillas el viento de mi voz.

«Adelante, Esterina», me dije. «Adelante, Agatha, que son tuyos.»

Cuando volví a hablar, intenté conferir a mi voz la menor pompa posible, sin disminuir por ello la severidad del momento. Difícil empresa, visto que, quieras o no, me había subido a un escenario y no quería privarme de una pizca de histrionismo.

—Rabo de paja —expliqué entonces— es el del asesino. Pero, como verán, no utilizo el término como mera metáfora, ya que justamente una brizna de paja, o sea lo más volátil que existe en el mundo, me ha llevado a la verdad. De ahí arranqué, de una pajita que se me había pegado a la falda, una mañana sin sospechas, el día antes de la catástrofe, el día después del paseo en barca.

»Había bajado muy temprano al bosque, para la cita habitual con el jefe, y estaba delante de su trono, sentada en una piedra que no recordaba haber visto nunca en aquel sitio. Un asiento atractivo, por el toque selvático y estival que era propensa a atribuirle, pero sucio de tierra y de paja, como descubrí con irritación cuando regresé a mi cuarto. Tuve que cambiarme de ropa y no habría vuelto a pensar en ello de no haber descubierto, horas después, otras e iguales pajillas pe-g.adas a la cabeza destrozada de un fantoche, en el cobertizo de los desechos.

»Aquel pedrusco y aquel muñeco presentaban pues una marca análoga, los unía la huella de un contacto común, demostrado por aquellas presencias pegajosas y blandas, maceradas por una prolongada humedad ... Nada de lo que por el momento pudiera deducir nada. Sólo más tarde, después de la muerte del boss y sus dos denuncias, una especie de fósforo se me encendió detrás de la frente, reavivando la imagen de las espuertas de paja donde se colocan los bloques a medida que salen de la fábrica de hielo ... El relámpago me hizo cerrar los ojos y un fantasma los ocupó: un pedrusco en vilo sobre la balaustrada de la rotonda, sostenido por un fundamento inestable, por ejemplo una cuña de hielo que poco a poco disminuye con la carrera del sol. E imaginé que hubieran hecho caer eso sobre un blanco preparado, un corpus vile experimental en lugar del noble cuerpo predestinado a la muerte.

»No podía tener otro origen aquel pequeño amasijo de hilos, pasado del hielo a la piedra, y por consiguiente repartido a partes iguales entre la cabeza rota del maniquí y la parte trasera de mi falda. Para decirlo con mayor claridad, me convencí de que alguien, como en una simulación de terremoto, había realizado recientemente el ensayo general de la escena, para calcular acción térmica, trayectoria, impacto y efectos letales ... Alguien, ¿y quién sino el propio Medardo, él, que de cada proyecto de libro hacía componer minuciosísimas galeradas?

El interrogante me pareció una buena excusa para tomar aliento.

—¿Por qué precisamente él? —preguntó cautamente al cabo de un rato Matilde, anudándose y desanudándose sucesivamente alrededor del cuello un echarpe de chiffon violeta.

—Porque —contesté— sólo él tuvo tiempo de hacerla, siendo el único presente en las Villas durante nuestro paseo en barco de la antevíspera. Sin mencionar que fue precisamente a él a quien sorprendí a la mañana siguiente junto al fantoche, mientras buscaba, creo, cambiarlo de sitio y sustraer así a la vista un incómodo testigo.

—Una historia del todo increíble —protestó Lidia Orioli—. Y que hace agua por todas partes. En un tribunal se reirían de pruebas semejantes.

—Lo bastante inverosímil como para ser verdadera —repliqué, y Curro:

—Despacio —exclamó-o. no confundamos la plausibilidad de un indicio con su evidencia. Una brizna de paja apenas se ve, pero significa algo si aparece donde no debiera estar. Y, si me permite la irreverente comparación, en este caso no importaba tanto descubrir una viga en un ojo como una paja en un ... —titubeó, pareció sopesar dos posibilidades, antes de elegir con alguna resistencia—...trasero.

Tratándose del mío, le agradecía el eufemismo.

Pero él, como arrepentido de la broma, continuó vigorosamente:

—En fin, a mí esta hipótesis me gusta. Medardo se ha quedado solo, ve reducirse en el horizonte marino a un puntito navegante la embarcación de los invitados, aleja con una excusa (se podrá comprobar) a los que se mantienen tierra adentro, sube al belvedere, entra en el almacén, saca de allí la figura de trapo que ha elegido como doble en su ejercicio de aprendiz de suicida; la emplaza en el trono, regresa al belvedere, levanta el busto de Esquilo y lo desplaza un poco, colocando en su lugar un pedrusco de igual peso, bajo el cual introduce la cuña de una esquirla de hielo que se ha traído, envuelta entre dos capas de paja, dentro de una caja ...

—¿Una esquirla? —objetó el juez-o. Pero ¿de dónde la sacó?

—Si el problema es ése —intervino Cipriana, la cual seguía el desarrollo de los razonamientos con evidente satisfacción—, la fábrica sigue funcionando: la pone en marcha Haile por la mañana, y funciona sola. Con las puertas abiertas, cualquiera puede entrar en ella y llevarse lo que sea. A dos pasos de la rotonda ...

—Un juego de niños, por tanto —volvió a decir Curro—. Entre ir y venir, no más de media hora de tiempo. Después de lo cual Medardo se acomoda, a la debida distancia, esperando que el sol cumpla con su trabajo y que el proyectil, cayendo, golpee como es debido el blanco. Satisfecho de la comprobación, limpia el escenario, devuelve a sus respectivos lugares busto y muñeco, recoge los instrumentos y los restos de la operación y los esconde, en espera de volver a utilizarlos, en el maletero de Ghigo. Voila, más claro que el agua ... Sólo que el maquillaje fue imperfecto, el editor no se sometió al esfuerzo de hacer desaparecer también el pedrusco, cuya presencia le debió de parecer insignificante; y aún prestó menor atención a esas briznas pegajosas y vagabundas, sin prever que la señorita Esther se sentaría donde no debía, vistiendo un traje casi magnético, un auténtico y verdadero aspirador ... y sin prever sobre todo que ella tuviera tanta malicia y tanto ingenio en la cabeza ...

Me sonrojé de gusto, aunque con el disgusto de que me usurpara un poco el papel. Me sentí aún más contenta de la siguiente pregunta, con la que me devolvía galantemente la pelota:

—Prosit, por tanto, por el Rabo de paja. Pero ¿qué significa esa expresión extraña: Call and talk?

—Estoy convencida —dije, saboreando mis palabras como cucharadas de miel— de que no hay error en el comportamiento humano que carezca de una explicación, a la luz de la cual aparecería una norma. Quiero decir que algunas alteraciones del comportamiento de Medardo, fuera su causa el marasmo nervioso que padecía, o la turbación por el anuncio de la enfermedad terminal, bajo su aparente anarquía obedecían, por retorcida que fuera, a una lógica, y se habría podido trazar su diagrama, como el de una voluta de humo de cigarrillo o de una taquicardia ... Por ejemplo, su insistencia sobre aquella inoportuna apuesta, en un momento de tensión colectiva, más que una simple insensatez me parece a mí repentino fruto de una intención. Que era, me persuadí, la de fijar por escrito los movimientos de sus enemigos, a los que había dado cita en el belvedere a una hora comprometedora sólo para que quedara traza de ello en mis papeles. Ya que, a decir verdad, por mucho que Medardo quisiera firmemente morir, nunca habría elegido una forma tan salvaje de ejemplo autopunitivo, sin la esperanza-c.erteza de que alguien pagara, aunque inocente, por su final. De ahí el encargo que me dio de controlar los movimientos matutinos de la comitiva; de ahí sus continuas llamadas telefónicas para tenerme bajo presión ...

—No debería ser yo quien lo dijera, y sé que voy en contra de mis intereses —

soltó el abogado Belmondo—, pero no entiendo qué hizo Medardo, si aquella ma—

ñana no subió a la rotonda, para cometer la operación suicida ...

—¡Subió, subió! —gritó Ghigo—. Ya os lo dije. Me esperaba junto al busto del griego, me despidió después de un minuto de insultos, pero estaba allí, yo le vi. —Si hubiera subido, la señorita Esther se habría percatado —exclamó severamente el juez Francalanza, y se volvió a su alrededor en busca de consenso.

—A menos que ... —repliqué yo, y callé, manteniéndolos un poco en suspenso.

Después de la pausa":': Había un modo —dije— de pasar desapercibido: Call and talk, justamente. Llamarme y hablarme, construyéndose una coartada indestructible detrás de la pantalla de una serie de llamadas telefónicas. —Consulté mis apuntes—: Medardo me llamó varias veces, aquella mañana. Pero dos de ellas, en un intervalo de media hora, para decirme que no me oía bien y para rogarme que acercara el teléfono a la centralita. Una maniobra, ahora lo entiendo, para alejarme de la ventana y, en ésas, subir sin ser observado. Claro, él, mientras telefoneaba, ya no estaba en el bosque sino a dos pasos de mí, en espera de que yo abandonase la vigilancia un instante. Otro tanto tuvo que hacer para bajar, una vez que hubo preparado con su mano la máquina de la muerte.

Apareciendo como ausente arriba, en la misma coyuntura en que obligaba a los presuntos culpables a una peligrosa presencia ...

—Es bastante inverosímil para ser verdadero —admitió Lidia Orioli, repitiendo mi frase, aunque me pareció que sin ironía.

Yo seguí callada, saboreando el momentáneo consenso. Sin disfrutarlo por mucho rato, sin embargo, ya que Lietta intervino para estropearlo. En medio del silencio general, desperezándose del letargo, nos comunicó alegremente:

—Estoy embarazada. —Y tuvimos que fijamos en ella.

Quedó inmediatamente claro que la muchacha, como me parece que se dice en jerga, estaba «colocada». Quién sabe dónde había encontrado la dosis, cuánto hacía que había vuelto a caer. Pero lo peor era la tonta indulgencia con que el guru Giuliano había acogido la revelación, sin plantearse una sola duda respecto a su credibilidad, con una cara radiante, con el aire tranquilo y orgulloso de los futuros padres ...

«Pues cásate con ella», imprequé mentalmente, herida por la interrupción.

«Cásate con su barriga llena, con sus venas envenenadas. Pero ¡tú, muchacha, déjame trabajar!»

Me dejó trabajar; ofreció la frente a un beso prematrimonial del cura, y a continuación, hundiendo la cabeza entre las rodillas de él, volvió a dormirse al instante.

—Existe un argumento posterior —proseguí, un poco frenada por el incidente y con menor exuberancia—. Un argumento que lleva a las cuerdas al imputado y disuelve su coartada de mantequilla. Según lo que me contaba al teléfono, él pasó la hora crítica que precedió al delito panza al aire en su trono, ocupado en leer mi Qui pro quo, de la que me daba discontinuas informaciones. Nada más falso. Ya que mi manuscrito, tal como fue recogido ensangrentado de sus manos y anotado entre las pertenencias, se me ha revelado, cuando. esta mañana tuve la fortuna de recuperado, con los capítulos del primero al penúltimo vírgenes, cerrados todavía por una casi invisible tirita de scotch. Antigua precaución de todos los aspirantes a escritores en los concursos, cuando quieren asegurarse de haber sido leídos por los miembros del jurado.

—¿Y qué? —se maravilló el propio Curro-o. ¿Así que no lo leyó? Y todas aquellas frases sobre Roussel, sobre los finales de ajedrez y qué sé yo ...

—Banalidades, humo en los ojos. Leyó las tres últimas páginas, el final y nada más. Después, colocando hábilmente sobre él todas las fiches, quiso pasar por lector de la obra entera.

A lo que Lidia, malignamente:

—Eso no basta para declarado culpable. En determinados manuscritos el aburrimiento es lo que empuja a leer solamente la primera y la última página ...

No lo recogí.

—¿Quieren una prueba suprema? —continué-o. Frágil como un hilo de telaraña, pero no menos capaz de capturar la mosca. Aquí está. Todos se acuerdan de la primera carta del editor; y de que en ella preveía para sí dos hipótesis de muerte violenta, la cálida y la fría. Ahora bien, ¿cómo es que despacha en pocas palabras la primera, la del baño, que sin embargo habría sido mucho más practicable para el aspirante a homicida? ¿Cómo es que se concentra por completo en la segunda, la más escenográfica y aparatosa, como si supiera de antemano, en virtud de una profecía, que moriría de ésa y sólo de ésa? ¿No notan la desproporción? ¿ Y no se colige de ahí que él en persona era no sólo el proyectista sino el ejecutor in pectore de la fechoría? No sólo eso, sino que ¿no advierten en su grafomanía acusatoria una sospechosa profusión? Como de quien no se contenta avaramente con un solo blanco, sino que quisiera por voracidad herir a muchos ...

—También —sacudió la cabeza Lidia Orioli, haciendo tintinear sus pendientes de turquesas— me parece significativo que los haya tomado de uno en uno; evitando las atractivas parejas: Cipriana y Ghigo, Cipriana y Apollonio ... Me parece una laguna extraña. Como si por un lado quisiera asustar a la mujer, y por otro protegerla ...

Aprobé, aunque sólo fuera por una vez. ¡Vaya agudeza que dan los celos! Pero Dafne Duval seguía dudando:

—Siga con el tercer punto, señorita policía, opinaremos al final. ¿Qué es, pues, ese latinajo: Naturalis historia?

De nuevo me convidaban a bodas.

—Es una famosa obra de Plinio el Viejo. Donde, libro décimo, capítulo tercero, se cuenta (he llamado a un latinista para confirmarlo) la legendaria muerte de Esquilo. Aplastado por la concha de una tortuga que un águila dejó caer del cielo en Gela, hace veinticinco siglos. Pues bien, todo lo estúpido que se quiera, me parece que aquí se oculta un sardónico calembour: puesto que un águila mató a Esquilo, Esquilo matará a Aquila, y el círculo se cerrará.

Lidia Orioli se retorcía visiblemente de envidia. —¡No me lo creo, no me lo creo!

Eso casi no lo aceptaría ni en una novela.

—Pero si estamos en una novela —repliqué alegremente y, sin darle tiempo a sorprenderse, añadí—:

Tengo más heno en el granero, escúchenme un poco.

¿Se han fijado en la extrañeza de que entre los bustos de los siete sabios de Grecia sólo falte uno, Tales, y en su lugar esté un poeta? ¿Y si les dijera que en el almacén, entre los objetos abandonados, he descubierto un Tales de mármol?

Así que se ha producido la sustitución del pensador por el trágico. No sin intención, si se piensa que el excluido predicaba que el agua es principio y fin de vida; mientras en nuestro caso el hielo convertido en agua ha sido semilla de muerte ... Pero puede que aquí me traicione mi gusto por la redundancia, puede que sólo se trate de una sutil coincidencia ...

—De un chiste, más bien —bromeó Lidia Orioli, pero parecía estupefacta y convencida.

—Todo esto huele a posmoderno —dijo con voz de trueno el escultor, sea lo que fuere lo que quisiera decir con eso.

Francalanza tartajeó a su vez una nueva perplejidad:

—Mi duda es más vulgar: si Aquila se esforzó tanto en subir sin ser visto a la rotonda para realizar allí los preparativos del golpe a escondidas de todos, ¿por qué no evitó dejarse ver por Ghigo, aunque sólo fuera un minuto ... ?

También había pensado en eso.

—Un contratiempo —contesté-o. Por impaciencia, Ghigo llegó demasiado pronto. Por otra parte, es en los libros donde todo pasa al pie de la letra.

Mientras que la realidad puede permitirse el lujo de ser incongruente ...

Lidia Orioli protestó:

—¡Estamos en un libro! ¡Lo has dicho tú! Tenemos deberes hacia los lectores ...

—¡¿Yo?! —Negué descaradamente-o. ¡Y si es así, tanto peor para ellos!

Sólo quedaba la traca final.

—En conclusión —casi grité—, ¿no notan la fuerza de tantos indicios? Medardo sabía que estaba condenado, quería, en lugar de una fatigosa agonía, una muerte espectacular. No elegir simplemente matarse, sino morir en contra dealguien, Ghigo, Belmondo, no sé quién más, pero en especial contra el enemigo interior que le había invadido la cabeza, aquella polilla de un tumor que con su metástasis le corrompía, si no el ingenio, la dignidad del pensamiento. Esto es lo que él quería atacar, aplastándolo con una piedra ...

—Un caso de majestuoso delirio —comentó don Giuliano, y desganadamente citó—: Entonces Saúl tomó la espada y se echó sobre ella ...

—De alambicado, razonado delirio —corregí-o. Ya que estoy convencida de que a él no sólo le interesaba complicar a la persona o a las personas que más odiaba, sino concluir una vida irónica con una irónica muerte, proponiéndonos resolver, en lugar del delito perfecto, el suicidio perfecto, del que no quedara más huella que un poco de humedad efímera, confundible con el rocío nocturno o el pipí de un pájaro de paso ... , bajo el peso de aquel Esquilo tan calvo como él, desafiándonos a resolver el acertijo, convencido de que no lo conseguiríamos, ensoberbecido de habernos engañado por última vez ... Sin olvidarse, en medio de tanta perfidia, de las más delicadas atenciones, como la de alejarme de sí con una excusa, un instante antes del derrumbamiento, para que no me hiriera el rebote del busto ... Bueno, ¿todo eso no es muy suyo?

—¡Bingo! —exclamó Lietta, que llevaba unos minutos despierta y escuchaba, acariciándose el vientre.

—El cadáver cayó en la trampa -concluyó Amos, y siguió un aplauso general.

—El cadáver cayó en la trampa.

(Gourmelin)

No me pregunté hasta qué punto mi éxito se debía al alivio que la incriminación del muerto producía en todos los ánimos, liberándolos de la sospecha y de los problemas de una historia equívoca, sino que disfruté del espectáculo que se me ofrecía. Curro se había levantado, Francalanza otro tanto. Por un momento temí que los dos comenzaran a hablar a un tiempo, pero el comisario, después de un instante de inseguridad, se agachó y volvió a sentarse. Entonces el juez pronunció un discurso milagrosamente exento de atascos y puntos suspensivos:

—Gracias a la señorita Esther y su expertise —dijo—, podemos considerar resuelto el caso. Son, somos, yo también me incluyo, todos inocentes. El homicidio sólo era un suicidio y, por extravagante y aberrante que haya sido su concepción, por mucho que nos parezca una siniestra chiquillada y una abstrusa partida de mona, a su inventor, ejecutor y mártir debemos ahora solamente silencio. Y un poco, también, de piedad.