XI

El paraiso de Elva - Felicidad Ramos_pic0003 1

El lugar seguía la misma estela de pomposidad y lujo que el resto de estancias. En los laterales había unos sofás tapizados en cuadritos beis y muebles llenos de vajillas que, imaginé, poco tenían que ver con la mía de Ikea. En el centro, pequeñas mesas redondas y butacas de terciopelo rojo con detalles y borlas doradas daban el toque de color sobre la moqueta en tonos amarillos.

—Una cosa, Elva –me dijo la secretaria mientras caminábamos hacia el centro de la sala–: Te pido que tengas un poco de paciencia, en ocasiones la señorita Carsham puede parecer un poco, cómo decirlo, especial.

Algo desconcertada ante el comentario, seguí admirando la opulencia de cada detalle hasta que Macarena se detuvo ante una de las mesas ubicada junto a un gran ventanal. En ella, un hombrecillo con gafas de no más de sesenta años con una vistosa americana naranja, untaba una tostada con algún tipo de mermelada. Ni siquiera nos miró, pero se dirigió a la chica con una voz seria y autoritaria.

—¿Lo ha firmado?

—Sí, todo correcto. –Macarena, acompañando con su mano mi cintura, me instó a sentarme frente al hombre, mientras ella lo hacía entre los dos–. Don Rafael, le presento a Elva Mota.

Yo no entendía nada. ¿Don Rafael? A ver si Marisa iba a tener razón y esto no era más que una excusa para algo raro…

El tipo ni se inmutó, cogió una preciosa tetera de cerámica decorada con pequeños hilitos dorados y se sirvió el té con una tranquilidad pasmosa. Macarena hizo lo propio en cuanto él acabó y con un gesto me preguntó si yo iba a tomar también. Negué levantando mi mano un poco desconcertada, ¿de qué iba aquello? Cuando menos lo esperaba una voz aguda y algo afeminada rompió el silencio. —¿Sorprendida?

—¿Disculpe?

—La noto algo decepcionada.

—Perdone, pero ¿quién es usted? –exigí confundida mirando hacia Macarena. La chica sonrió brevemente y fijó sus ojos en mí algo divertida.

—Elva te presento a don Rafael de Alcolea y Figueroa de Castañeda, nombre real de la autora Helena Carsham.

Si me llegan a pinchar en ese momento, os juro que no sangro. ¿Helena Carsham no era una mujer? Era… era… ¿ese hombrecillo? Mi Connor, mi highlander buenorro y de gran corazón, ¿había nacido en la mente de ese hombre? Muerta, morida, matá.

—¿Entiendes ahora el porqué del contrato? Es su deseo mantener este anonimato y esperamos con tu ayuda que así siga siendo –me explicó la chica al ver mi turbación.

¡Helena Carsham era un tío! Si Marisa llega a estar aquí le da un ictus.

El hombre dio un bocado a su tostada y, mientras masticaba, fijó su mirada en mí por encima de sus redondas gafas. Yo no pude quitarle los ojos de encima, absorta por la sorpresa. En cuanto el riego sanguíneo volvió a fluir por mi cerebro, algo que no llegó a balbuceo intentó salir de mi garganta. El hombre, al ver mi dificultad, me animó.

—Vamos, no sea tímida, pregunte lo que quiera. Es lógico que se haya sorprendido, mi presencia suele causar ese efecto.

Era un tío hortera y encima pedante.

—Lo siento, es que no esperaba que usted… ya me entiende. Perdone, esto no se trata de una broma, ¿verdad? Una cámara oculta o algo así.

—¿Cree usted que yo puedo malgastar mi preciado tiempo en ese tipo de tonterías? Mire, voy a serle franco. Tengo una regla sagrada y es no reunirme con mis fans porque valoro mucho mi parcela personal, de ahí el contrato de confidencialidad. Comprenderá que un hombre de mi posición puede perder mucho si se llega a descubrir que soy escritor de literatura romántica. Ya sabe, prejuicios. Gracias a Dios, mis libros se venden solos y no necesito acudir a eventos ni firmas de libros, por lo que es muy fácil mantenerme al margen.

—¿Por qué romper la regla? ¿Por qué conmigo?

—Mire, si he accedido a conocerla es porque estoy… digamos, muy impresionado con sus dibujos sobre Connor Murray –me turbé–. Parece ser que le gustó mucho mi novela, ¿no es cierto?

—Sí –balbuceé nerviosa–. Me quedé muy impresionada. Es una historia fantástica, no pude dejar de leer desde que la empecé.

—Y, ¿qué le pareció Connor Murray? ¿Por qué le ha impresionado tanto?

Decidí ser sincera y ver a donde nos llevaba la conversación.

—Es un personaje diferente, me encantó que no fuera un ser perfecto como en todas las novelas, se equivocó muchas veces, y estuvo a punto de perderlo todo.

—Señorita Mota, ¿ha estado alguna vez en Escocia? –Esa pregunta me dejó fuera de juego.

—No.

—¿Está segura? –insistió mientras le pegaba un bocado a la tostada.

«Acaso, ¿no lo recordaría?», me dije.

—Estoy bastante segura, sí –respondí confusa–. No entiendo a dónde quiere llegar.

—¿En qué se basó para hacer los dibujos del Laird?

—Simplemente le dibujé tal cual le imaginaba mientras leía.

—¿No ha usado modelos ni alguien le ha dado indicaciones? –volvió a insistir.

—No. Ya le digo que sólo lo dibujé como lo sentía –reiteré.

—Entonces es muy poco probable, por no decir imposible, que conozca algo de la historia de los Murray. Y menos aún del Laird hechizado.

—¿Laird hechizado?

—Así es como se conoce a Connor Murray en su tierra. Aunque he de decirle que son muy pocos, además de la familia, los que conocemos los detalles de la historia.

—¿Me está diciendo que Connor Murray, el Connor Murray de su novela fue real?

—Exacto.

—Lo sabía, sabía que no estaba loca, ¡lo sabía! –celebré sin apenas contener la alegría.

El hombrecillo y su secretaria se miraron asombrados sin entender mi reacción.

—¿Se encuentra bien? –preguntó él extrañado.

Mi sonrisa abarcaba todo mi rostro y notaba que mis ojos chispeaban por la emoción.

—Estupendamente. Disculpen.

Retorcí con ganas mis manos bajo la mesa, mientras contaba hasta diez mentalmente. No podía dar ningún tipo de explicación a mi dicha ante aquellas personas. Por el bien de mi salud mental, mejor que no lo hiciera. ¡Contente, Elva, contente!

El hombrecillo trajeado en tonos chillones volvió de nuevo a sus quehaceres con la tostada y suspiró.

—En dos semanas parto de viaje para escribir la segunda parte de la novela, que como ya sabrá está anunciada desde hace unos meses.

—Algo he leído sí –afirmé.

—En esta ocasión trataré el tema más fantástico de la historia de este gran hombre. El por qué se convirtió en una leyenda. Tengo la suerte de tener una estrecha relación con la familia y me espera un trabajo creativo y de documentación importante.

—La historia de Connor es impresionante, me encantaría saber cómo acaba ya que el primer libro termina en lo más interesante. –«¡Elva, que te embalas!», me reprendí.

—Todo llegará, no se preocupe. Ahora bien, dígame, ¿por qué intentó buscarme tan obstinadamente? Envió más de cincuenta correos.

Vaya, lo que me temía. Soy una psycho fan reconocida.

—Me llegó mucho su novela… sólo quería felicitarle por ello.

—Su pertinaz interés, le confieso, me ha suscitado gran curiosidad. –Cogió una delicada servilleta de hilo y tras limpiarse la boca con exquisitos ademanes, se recostó en la butaca con las piernas cruzadas y observándome con cautela–. Suelo recibir cartas y correos habitualmente, incluso regalos absurdos por parte de mis lectores más acérrimos. Pero hay algo en usted que no acabo de comprender. ¿Por qué una chica como usted iba a interesarse de tal forma por un simple personaje de un libro?

¡Ay madre, que de esta no salgo! Si no pensaba algo rápido, y sabiendo que mi cara era todo un poema, me iba a encontrar en un aprieto y prefiriendo ser fiel a mí misma, no quería mentir.

—Verá, estaba pasando una etapa bastante dura en el momento en que leí su novela. Y podrá creerme o no, pero me ayudó mucho a salir del bache. –¡Ole yo! Aquello era una verdad como un templo–. La historia de Connor me marcó mucho en ese momento y simplemente, quise conocer más sobre la historia… a través de…

—Lo que no logro entender es, si realmente usted no ha viajado nunca a Escocia, ni por supuesto conoce la historia de los antepasados Murray, ¿cómo es posible que haya descrito con tanto lujo de detalles la imagen del Laird hechizado? Y no me diga que lo ha visto en Google, porque no es posible.

Se produjo un silencio incómodo en el cual don Rafael no cesó de observarme en ningún instante. Me sentí desnuda, como si su mirada pudiese ir arrebatando capa a capa la seguridad con la que protegía mi secreto. Intenté cortar de raíz esa situación pero no me salían las palabras. Fue Macarena, bendita ella, la que me hizo el enorme favor de romper aquel pulso visual.

—Don Rafael ha estado admirando tu trabajo. Según veo en el cuestionario, te dedicas al diseño de forma profesional, ¿es cierto? –preguntó mientras leía el contrato.

—Hago alguna cosita puntual, mi intención es llegar a hacerme un hueco como profesional en este campo. Pero, ahora mismo, estoy buscando un trabajo temporal hasta que pueda establecerme por mi cuenta. –Me sentía turbada y amenazada por aquel hombrecillo con gafas redondas. Era imposible que aquel hombre supiese nada referente a mi noche mágica, por lo que me animé a seguirle el rollo a la secretaria que había cambiado de tema.

—Vaya –dijo mirando a don Rafael de soslayo.

—¿Le gustaría viajar a Escocia? –espetó de súbito el hombrecillo.

—Tenía pensado viajar en primavera –contesté algo avergonzada.

Creí notar cierto destello en su mirada cuando prosiguió.

—¿Le gustaría acompañarme?

¿¿¿¿Qué???? Creo que si hubiese tenido la fuerza necesaria hubiera pulverizado los brazos de la butaca con mis manos. Fue Macarena la que continuó.

—Como ves, estoy a punto de dar a luz y don Rafael necesita a alguien que le asista durante su trabajo de documentación. Yo no puedo viajar a estas alturas y estamos seguros de que alguien que es capaz de plasmar la esencia de lo que hace como tú, con tus dibujos, serías perfecta para hacerlo. Incluso con la información recabada podrías realizar la portada de la novela. Si aceptas, claro.

Bolsa, hiperventilación, ¡¡Diazepam en vena!!

—¿Me están ofreciendo un empleo? –pregunté perpleja casi levitando.

—Sería algo temporal, un mes o dos a lo sumo. Lo suficiente para finalizar el proceso de documentación. Desde luego, sería oportunamente remunerado y con los gastos del viaje debidamente cubiertos.

Todo lo que habíamos imaginado Marisa y yo sobre el resultado de ese encuentro se quedaba a la altura del subsuelo con aquella proposición. ¿En serio me estaban ofreciendo la oportunidad de viajar a Escocia, a Stonefield, pagándome por ello?

—Sé que te puede parecer todo muy extraño, pero confiamos en que lo pienses y te decidas por acompañarle en este viaje. –Macarena, ofreciéndome un sobre alargado continuó–: En este sobre encontrarás las condiciones y particularidades del contrato. Así como tus tareas y servicios. Si decidieras aceptar, nuestro gestor se encargaría de todo para formalizarlo y organizar la partida.

—Usted tendría la oportunidad de encontrar las respuestas que busca y yo las mías –sentenció el escritor sin dejar de observarme.

¿A qué respuestas se refería? Las mías las tenía claras, pero ¿las suyas? Estaba tan descolocada que no atinaba a pensar con claridad. Mil imágenes me desbordaban y me impedían mantener la calma hasta el punto que me vi a mí misma pellizcándome el antebrazo para constatar que aquello era real.

—No digas nada ahora, piénsatelo unos días y te llamo. ¿Qué te parece el jueves? –Me tranquilizó la secretaria mientras abría una agenda roja.

—Bien, bien. Perdonen, pero es que no sé qué decir, no me esperaba…

—De acuerdo entonces –me cortó don Rafael dando una palmada sobre sus muslos–. Espero sus noticias y verla muy pronto. Macarena me mantendrá informado de todo. Ahora, si me disculpa, es la hora de mi masaje craneal.

Macarena se levantó y yo, como si tuviera un resorte, hice lo mismo. Él permaneció sentado, con sus ojillos vivaces clavados en mí. Deseé que no tuviera habilidades especiales respecto al lenguaje corporal, porque de ser así, mi cuerpo le estaba diciendo con neones: Yo conocí a Connor.

Le agradecí su tiempo y la propuesta, o algo parecido, porque ya estaba tan acelerada y confundida que no sé ni lo que dije, y con la invitación de su asistente embarazada me dirigí de nuevo al hall, esta vez flotando por encima de la maravillosa moqueta.