III

Me sobresalto cuando oigo el timbre y escucho como alguien aporrea la puerta. ¿Quién puede ser? Es tardísimo y no espero a nadie. ¿Marisa? Quizá por eso me ha llamado varias veces. ¡Mierda! ¿Y ahora qué? ¿Cómo voy a explicar la presencia de semejante Dios griego, o escocés en este caso, en mi casa? ¿Qué coño pasa esta noche?
—¿Qué ocurre? –pregunta divertido, cuando ve mi cara de enojo. —Alguien llama a la puerta –susurro con cautela.
—Eso ya lo he advertido. Pregunto que qué es lo que te aflige. –Sonríe y me derrito por segundos.
—¿Tú que crees? –Suspiro mientras levanto las cejas de forma interrogante y le ordeno–: Quédate aquí, no salgas bajo ningún concepto, yo ahora mismo vuelvo. ¿Ok?
—Okeeeeey –contesta imitándome y arrastrando la palabra con una sonrisa burlona.
Me atuso la ropa lo mejor que puedo, y me miro en el espejo que hay junto a la entrada. Por Dios, ¡estoy hecha un asco! Va a ser imposible no parecer exactamente lo que parezco, pero me esfuerzo por tener la lucidez suficiente para terminar la visita de Marisa lo antes posible. Abro la puerta y me encuentro a la última persona en la faz de la tierra que esperaba ver apoyada en el marco de mi puerta. Me aferro al pomo para no caer por la sorpresa, mis piernas, de repente, casi se niegan a sostener mi peso.
—Hola Elva.
—¡Tú! ¿Qué haces aquí? –atino a decir en cuanto mi boca se vuelve a encajar en su sitio.
—Necesito hablar contigo.
—Ya es un poco tarde para eso, Carlos. –Intento cerrar la puerta, pero su brazo me lo impide.
—No me cierres la puerta por favor, Elva. Sé que fui un cabrón y no tengo derecho a pedirte nada, pero necesito decirte una cosa, déjame entrar, por favor… – No me lo puedo creer. Mi ex, la noche antes de su boda… ¿Va a pedirme perdón?
—Yo es que alucino contigo, después de todo lo que ha pasado ¿qué es lo que quieres? ¡Te casas mañana, por Dios! –Y se lo digo cansada y harta de todo.
—Ya lo sé, pero dejemos eso a un lado ahora, ¿vale? Esto se trata de ti y de mí – apunta con pesar.
—Oh sí, claro. –Y me cabreo conmigo misma como nunca, porque sé que aún tiene poder sobre mí y abriendo la puerta, le hago un gesto para que entre–. Dos minutos, ¿vale? Es lo que tienes. Dispara.
Me quedo de pie de espaldas a la puerta, con los brazos cruzados, e incómoda porque sé que en el mismo momento en que he accedido a escucharle acabo de cometer un gran error. Él entra tímido, y veo como mira con nostalgia la que fue nuestra casa. Detiene su mirada en la mesa, hecha un asco con la cena y la bebida, y luego me mira a mí como evaluando la situación algo sorprendido.
—¿Qué ha pasado aquí? ¿Estás bien?
—El tiempo pasa, tic, tac, tic, tac… –le aviso impaciente.
—Está bien, está bien. –Se dirige hacia el sofá verde musgo que tanto odiaba y se sienta apartando como puede los cojines–. Mira Elva, sé que ya nada va a cambiar lo que hice, pero quiero pedirte perdón por todo el daño que…
—¡Basta! –exclamo cortando su discurso.
—No, por favor, déjame seguir o no podré hacerlo. Aunque no lo creas, aún te quiero
Mi asombro ante su confesión es mayúsculo. ¿Qué está pasando aquí?
—¡Sal de mi casa, ya! –exclamo señalando la puerta y evitando mirarle. No me puedo creer lo que estoy oyendo. ¿Tendrá cara?
—¡Escúchame, por favor! –me suplica mientras baja la mirada con expresión sombría.
—Esperé durante mucho tiempo una explicación, Carlos. Necesité que me dijeras cuál había sido mi error, por qué te liaste con otra mujer a mis espaldas… ¡Pensaba que me querías, que estábamos bien! –Se me está revolviendo el estómago sólo de recordarlo.
—¡Y lo estábamos! Pero necesitaba un poco de espacio, estaba agobiado y la rutina me estaba matando –escupe contrariado mientras se mesa el pelo.
—Es una excusa patética y lo sabes.
—No tengo ninguna excusa, lo reconozco, y no sabes cómo me arrepiento de haberte herido. Fui un cobarde, debí decírtelo antes de que…
—Ni se te ocurra hablar de aquel día, por favor. ¡Fue humillante! –le advierto amenazante.
Me coge de la mano y me insta a sentarme a su lado. Mi defensa ha empezado a resquebrajarse al tacto de su mano, caliente y no tan olvidada por mi memoria como yo esperaba.
—Elva, no busco que me perdones por lo que hice, me merezco todo lo malo que puedas desearme, pero no quería dar este paso sin hablar primero contigo. En estos meses he pensado mucho en lo mal que hice las cosas. Maldigo el día en que empecé todo esto y acabé perdiendo lo único que me importaba de verdad. Aún te quiero, cariño.
—¡No me lo puedo creer! –le espeto impaciente e incrédula.
—Sé que tú también me quieres. Es por eso que tenía que hablar contigo. No quiero cagarla otra vez, esta vez quiero hacer las cosas bien, escúchame…
—No sé qué es lo que pretendes, pero ya es muy tarde, Carlos. –Dudo si siento de verdad lo que estoy diciendo.
—¡No, no lo es!
—¡Mañana esperarás a otra persona en un altar, a una persona que no seré yo! – Le reprocho. Y me trago las lágrimas que no quiero que él vea y me duele el alma mientras se lo digo. Me coge de las manos reclamando toda mi atención.
—Dime que me quieres y no lo haré.
—¿Estás loco?
—¡Dímelo, y no me casaré! Empezaremos de nuevo y te juro que me esforzaré para que vuelvas a confiar en mí. ¡Dime que aún queda algo y no cometeré el error más grande de mi vida!
La situación me supera. Llevo meses esperando este momento, toda la rabia que llevo guardada en mi corazón reclama salir con fuerza.
—¡Pues claro que te quiero! Pero estoy intentando aprender a no hacerlo, ¿entiendes?
—Elva…
Es su mirada desesperada lo que me desarma por completo, realmente puedo ver que no es feliz, que me necesita de verdad, posiblemente tanto como yo a él. Sin poder remediarlo, me dejo llevar. Fija su mirada en la mía, y un atisbo de esperanza ocupa mi corazón. Mis barreras se vuelven de mantequilla, cuando él coge mi cara con suavidad entre sus manos y delicadamente me besa. Un beso cálido y lleno de sentimiento, que me hace caer en el abismo.
—Cuánto te he echado de menos, cuanto he echado de menos tocarte, besarte… –me susurra mientras me besa cada rincón de la cara. Siento su aliento ahogado en alcohol estrellarse en mi piel y me provoca náuseas.
Mi sentido común lucha contra lo que manda mi corazón y, de momento, no hay claro ganador. Aun así, no es lo que esperaba. Carlos ha vuelto a por mí, pero inexplicablemente ahora mismo no puedo pensar en otra persona más que en el hombre que hay escondido en mi baño. Eso me sorprende. Me doy cuenta de que aunque aún siento algo por Carlos, una gran parte de mis emociones siguen apagadas, como si se hubieran fundido. Ni sus palabras ni sus besos las han despertado.
—Esto no está bien. –Me aparto sofocada intentando mantener la distancia.
—No, lo que hice yo no estuvo bien. Esto es lo que tenía que haber sido siempre. Hablaré con ella, le explicaré que no puedo casarme porque sigo enamorado de ti.
—Me has hecho mucho daño, Carlos. No sé si podré perdonarte.
—Esperaré lo que haga falta, cariño. Hasta que vuelvas a confiar en mí. –Veo en sus ojos el brillo de la esperanza, pero no puedo confiar en él, no puedo.
—Necesito tiempo para pensar, ahora mismo esto me sobrepasa.
Estoy confundida. Llevaba un largo año esperando este momento, pero no logro entender por qué me siento decepcionada, por qué no siento la necesidad de abrazarle, por qué Carlos y todo lo que tenga que ofrecerme, ahora mismo, me dan igual.
—No te preocupes, yo tendré que arreglar mis cosas primero. Voy a formar el escándalo del siglo. No será fácil con el niño de por medio, pero me haré cargo de él sin ningún problema.
—¿Qué has dicho? ¿Qué niño? ¿De qué estás hablando? –le grito alucinada. Como sea lo que creo que es, la voy a liar parda.
—Elva, yo… ¡Pensaba que lo sabías! Bueno, ella se quedó embarazada hace unos meses. No fue buscado, pero una cosa llevó a la otra y se fijó la boda y yo… Dios… No quiero casarme, Elva, ¡no con ella! –exclama realmente desesperado.
—¡Eres un miserable de la peor calaña! ¡Sal ahora mismo de mi casa! ¿Cómo te atreves a venir aquí a humillarme de nuevo? ¡Vas a ser padre! –exclamo alzando las manos sin poder creerlo y me dirijo a él decepcionada–. Te pasas la vida huyendo, Carlos. Afronta tus errores de una puñetera vez, ¡madura! Dices que vas a dejar a esa pobre chica embarazada esperándote en un altar para volver conmigo. ¿Te estás oyendo? Pero ¡¿qué tipo de persona crees que soy?! ¿De verdad esperabas que aceptara algo así?
—Elva, escúchame, ¡no quiero casarme! –lloriquea.
—¡Pues no lo hagas!, pero no me utilices a mí para huir de tus problemas. –Me coge del brazo y aprieta hasta hacerme daño–. Eres un cobarde… ¡Suéltame!
—¡Elva, por favor, no me dejes! Aún me quieres, ¡tú misma me lo has dicho hace un momento! –suplica.
—Y no sabes lo que daría porque no fuera así. No me toques. ¡Suéltame!
—No puedes hacerme esto. –Su súplica se ha tornado una orden y su mirada se oscurece hasta llegar a hacerme temer lo peor.
Preso de la furia me agarra con fuerza, tirándose sobre mí en el sofá. Me inmoviliza con sus piernas y sus manos buscan mi cuerpo con ansiedad, mientras con su boca busca la mía con una urgencia que me asusta. Intento zafarme de su abrazo, pero su peso es mayor que el mío y apenas puedo respirar. Me revuelvo y consigo darle un rodillazo en sus partes nobles y, durante un momento, se aparta dolorido pero enseguida vuelve a la carga más cabreado aún que antes, si cabe. No me da tiempo ni a pensar en gritar y salir corriendo, cuando un fuerte bofetón me gira la cara y me deja aturdida, más que por el golpe, por la sorpresa.
—¡Tú eres mía! –me escupe a la cara.
Ahora sí que tengo miedo.
Veo sus intenciones, reflejadas como llamas impresas en sus ojos oscuros, aquellos que una vez me miraron con calidez y ahora brillan obsesionados y perdidos. Me besa y me hace daño, sus manos ya se han hecho dueñas de mi cuerpo e intenta meter una de ellas por dentro del pantalón del pijama.
—¡Suéltame, Carlos! ¿Qué estás haciendo? –sollozo. Apenas me quedan fuerzas para luchar. Me duele que quiera hacerme esto y si no entra en razón, cometerá el error más grande de su vida. No consentiré que me destroce más la vida–. ¡Suéltame, joder, me haces daño! ¡Estás borracho! No hagas esto por favor, no lo hagas. ¡Suéltame!
Cuando empiezo a verlo todo negro a causa de la impresión y el cansancio, noto que su peso desaparece de mi pecho y de nuevo puedo respirar.
—¡Te ha dicho que la sueltes!
Un gruñido como salido de lo más profundo de la tierra me hace volver a la realidad.
Me hago una bola en el sofá, intentando tapar con mis manos la vergüenza y la humillación que estoy viviendo. No puedo dejar de mirar a esa masa musculosa que hace unos minutos se escondía en mi baño, golpeando la cara de mi ex.
Mi agresor intenta defenderse de los golpes, pero los suyos tienen el mismo efecto que harían los de una pulga a un elefante. Sigo paralizada ante el dominio de aquel hombre que me ha salvado de experimentar la peor noche de mi vida. Le golpea con furia y rabia, la misma con la que yo lo haría si pudiese moverme. Reacciono cuando veo que Carlos tiene la cara ensangrentada. Tengo que levantarme a detener a Connor, porque creo que le ha roto la nariz. He sentido un crujido y ahora grita como un cerdo. Y aunque se lo merece, estoy segura de que si no le detengo, mi salvador es capaz de matarle allí mismo.
—¡Para, Connor, para! ¡Vas a matarle! Para, por favor. ¡Connor, basta! –Por un segundo, desvía su mirada hacia mí pero creo que no me ve, está ofuscado y no divisa más allá del cabrón que supuestamente un día me quiso, y que ha estado a punto de forzarme. Toco su brazo intentando calmarle, justo cuando saca un puñal de entre su ropa y lo coloca en el cuello de Carlos. Me acerco más a él, casi rozando su oreja–. Estoy bien, déjale, por favor. –Se lo digo con la voz más tranquila que puedo en ese momento. En un principio pienso que mis palabras no surten el efecto esperado, pero me mira y sus ojos se desplazan hacia la mano que mantengo en su musculado brazo. Es cuando detecta el temblor que me domina, cuando su semblante se relaja, y el estado de furia que le posee se desvanece poco a poco. Mantiene la mandíbula apretada, sus labios carnosos ahora son una fina línea en el rostro, y respira como un toro a punto de embestir a su presa. Busca mis ojos y yo asiento intentando tranquilizarle.
Noto como su cuerpo va perdiendo el rigor de la lucha y, tras apartar la daga, empuja a Carlos contra la pared y le advierte, con el dedo a un centímetro de su cara ensangrentada.
—No te acerques a ella. ¿Me oyes? ¡Jamás!
Cuando Carlos puede reaccionar, se aparta de él a toda prisa con las manos en la cara, intentando detener la hemorragia nasal.
—¿Y este quién es? –me grita con la misma actitud chulesca que hasta ahora y se acerca a Connor para plantarle cara–. ¡Me has roto la nariz, hijo de puta!
—¿No me has oído? ¡Aléjate de ella, miserable! –sisea con la rabia a punto de desbordarse.
—Elva… ¿De qué va esto? ¿Quién es este tío? ¿Qué coño está diciendo? –Nos mira a los dos pero yo no tengo nada que decirle, estoy tan sorprendida por su comportamiento, que no atino a pronunciar ni una palabra–. Ah, entiendo. ¿Has dejado que hiciera el ridículo mientras tenías a otro esperando en tu cama? ¿Es eso?
–Me mira cada vez con más desagrado–. Has disfrutado, ¿verdad?
Recuerdo que los idiomas nunca han sido su fuerte, y espero que entienda lo que yo voy a decirle, porque acaba de traspasar una línea muy peligrosa y, con esta actitud, lo único que va a conseguir es que Connor acabe con lo que había empezado antes de que yo le detuviera.
—Sal de mi casa ¡ya! –Exploto.
—¡Eres una zorra! He estado a punto de mandar mi vida a la mierda por ti. ¿Cómo he podido ser tan imbécil? Me has dicho que aún me querías, ¡me has besado!
—¡También te he dicho que no, y tú no has dudado en hacerme daño!
—¿Sabes? Me has decepcionado. Me has demostrado que no vales lo suficiente como para que sacrifique mi vida por ti. ¡Vete al infierno!
Su desprecio sólo sirve para llenar mi vacío interior con dignidad, y me niego a seguir aguantando ningún tipo de insulto más.
—¿Yo? Vienes borracho a mi casa pidiendo perdón y acabas intentando… ¿Qué te ha pasado, Carlos? ¿En qué te has convertido? –Siento una enorme lástima por el desconocido que tengo ante mí–. Sal de mi casa y no vuelvas a venir jamás, olvídame, por favor. ¡Déjame en paz!
—¡Mírate, Elva! ¡Mira cómo has acabado, como una maldita zorra, metiéndote en la cama con cualquiera! ¡Esperaba más de ti!
Al percibir la agresividad de Carlos y la mirada que me clava con cara de verdadero asco, Connor da un paso al frente que consigue intimidar a mi exnovio.
—Sal de aquí ahora mismo, si no quieres que este cualquiera te haga tragar esos bonitos y blancos dientes que aún tienes colgando de tu repugnante boca –sisea amenazante a dos centímetros de su cara–. Te advierto que si vuelves a acercarte a ella, a tocarla o incluso a mirarla, te encontraré. Y en esa ocasión no habrá nadie que me impida abrirte el pescuezo con mi daga. ¿Lo has entendido? ¡Largo!
Carlos nos atraviesa a ambos con la mirada, dominado por la furia y la impotencia. No ha entendido ni una palabra de lo que Connor ha dicho, pero ha sido tal su fiereza que no hace falta traducción alguna. Escupe al suelo, a mis pies, y se marcha pegando un portazo.
Me rompo en mil pedazos, mi cuerpo empieza a quedarse laxo y mi estómago decide hacer un centrifugado exprés por su cuenta. Noto que unos brazos fuertes, pero que siento cálidos, han impedido que llegara al suelo. Como puedo le indico que me lleve al baño, donde me arrodillo frente al inodoro. Allí, me libero del dolor que me ha causado Carlos durante el último año. Vomito las mariposas muertas que ha dejado en mi cuerpo. Expulso la vergüenza que me provoca haber sido tan débil ante él, el haber creído sus palabras. Pero sobre todo, dejo ir casi un litro de Malibu que, entre pitos y flautas, me he bebido esta noche. Cuando creo que sólo me faltan por vomitar mis órganos vitales, me limpio la boca y la nariz con un poco de papel del váter y me siento en el suelo. Me abrazo las rodillas entre lágrimas, temo que si no aprieto fuerte me voy a descomponer por el dolor. Este no es el final de la historia que yo esperaba.