29

El sol era muy caliente, incluso tan al norte. ¿Por qué? (Jeron todavía no cabía captado el concepto de «verano».) La materia bajo sus pies desnudos era caliente también, tan caliente que hizo una mueca y aulló hasta que Darien le mostró cómo pisar un lugar más fresco... ¡Y lo que formaba aquella materia! Rocas desmenuzadas, afilados bordes de conchas..., como un lecho hidropónico antes de que lo enlodaras y mojaras. Y las cosas allá fuera en el puerto, grandes casas flotantes con enormes barrigas y altos palos..., a veces, cuando avanzaban, hinchadas con «velas» blancas en los «mástiles»; y otras casas flotantes, más estilizadas, con cilindros de metal que a veces emitían «humo» y «vapor»; y otras más pequeñas con remos o pértigas, al parecer sólo para divertirse..., algunas de las personas en ellas eran niños.

—Los clípers —dijo Darien, quitándose la parte superior del bikini que llevaba por comodidad y la inferior por modestia— pertenecen al Rey de Hawai, pero se los tenemos alquilados; comerciamos con él madera, patatas y manzanas a cambio de piñas, azúcar y ron. Los vapores transoceánicos son japoneses. Tenían la idea de colonizar un poco por aquí, pero se la quitamos de la cabeza. —Señaló hacia un oxidado casco embarrancado al otro lado de la bahía, y Jeron se dio cuenta con un estremecimiento de que había sido un buque de guerra—. Los kayaks son para diversión, los esquifes para enlazar con las islas al otro lado de la bahía. ¿Vienes a nadar un poco?

Él se había quitado automáticamente sus propias ropas cuando vio que ella se quitaba las suyas —cuando estés en Roma...—, pero se detuvo con la túnica justo por encima de su cabeza.

—¿A qué?

—A nadar. En el agua —explicó ella—. ¡Oh, vamos! No dejaré que te ahogues.

Jeron la miró asombrado mientras ella echaba a correr por la guijarrosa playa. ¿Nadar? ¿En el agua? ¡Pero uno no podía ver en ella! Uno sólo podía especular qué otros «nadadores» podía haber allí debajo, porque, oh, sí, era plenamente consciente de que debajo de aquel agradable azul sinosuidal había una gran variedad de todo tipo y especies y tamaños de cosas vivas, ¡que se devoraban unas a otras! ¡Que tal vez desearan devorarlo a él! Cosas con caparazones duros y recias pinzas aserradas, cosas con tentáculos que picaban, cosas con grandes mandíbulas y dientes..., ¡y todas ellas, siempre, hambrientas!

Pero, sin embargo...

Realmente parecía divertido, mientras Darien se lanzaba contra una ola y otros nadadores reían y chapoteaban cerca. Reunió todo su valor, dudó en la firme y húmeda arena que las olas dejaban al retirarse, chilló cuando una nueva ola chapoteó cubriéndole hasta los muslos.

—¡Vamos, tonto! —gritó Darien, pero él siguió dudando; en la imaginación de Jeron, cada ola ocultaba una aleta triangular, y cada trozo de concha era la pinza de una langosta del tamaño de una oveja, a punto de seccionar de cuajo una pierna para merendar.

Y, sin embargo, la propia física de todo el asunto era fascinante. En su hogar, la gravedad rotatoria era tan ligera que cualquier movimiento, en las pocas masas de agua libre que habían creado, mantenía a flote al niño más delgado; la pequeña flotabilidad positiva del cuerpo humano no era importante. Ahora, hundido en el agua hasta casi la cintura, sintió la extraña sensación de elevarse y caer a medida que las olas pasaban junto a él; y, cuando una más grande llegó y lo alzó, haciéndole perder contacto con el fondo, ya no pudo resistir más. Tosió y agitó los brazos y farfulló, pero permaneció a flote; entonces olvidó las langostas y los tiburones y chapoteó junto a Darien, riendo, hasta que finalmente fue ella quien tuvo que arrastrarle fuera. Se dejaron caer en la caliente arena, jadeando.

Para ser una tecnología primitiva, tenían un buen material, admitió Jeron para sí mismo. La playa, el cielo, el sol, a veces la lluvia..., un conjunto interesante de fenómenos, cuando nunca antes los habías visto. Más que eso, poseían tipos de tecnología que la gente de Alfa-Alef habían olvidado que existían. El pequeño y gallardo coche alimentado por alcohol de Darien. Ascensores en los edificios. ¡Televisión! ¡Con películas y obras de teatro y concursos!

Darien se alzó sobre los codos y escudó sus ojos del sol.

—¿Ves ese gran barco que está entrando por entre los estrechos? Es un petrolero. Del Japón. Petróleo.

—¡Petróleo! ¡Creí que se había agotado!

—Oh, no, no del todo. Es demasiado caro para quemarlo, pero lo utilizamos como alimento para el ganado..., para fertilizantes, productos químicos industriales, algunos plásticos.

Jeron se maravilló ante el enorme tamaño de aquella fea cosa, y escuchó todo lo que ella tenía que decir al respecto. El petróleo procedía originariamente de los campos frente a las costas chinas, pero eran los astutos hombres de negocios japoneses quienes habían financiado las perforaciones y comerciado el producto. Habían sobrevivido muy bien al flujo de kaones. Sólo había sido el fin de su mundo tal como lo conocían..., pero el Mundo japonés Tal Como Lo Conocían parecía llegar a su fin una vez cada generación o así, de una forma tan regular como el salto de los números en un reloj digital. La nación que había sobrevivido al comodoro Perry y a Hiroshima, con el Dios-Emperador y la Meiji revividos, con los samurai y el Milagro Económico..., con un cambio incalculable, siempre cuando menos se esperaba, simplemente se rehacía y reescribía sus hábitos. Su red de energía eléctrica se vio totalmente borrada y, a medida que el mar subía, muchas de las zonas costeras se convirtieron en pantanos y tierras de marea inhabitables. Pero, justo detrás de las playas, las islas del archipiélago se alzaban en empinadas montañas. La mayor parte del país siguió seco. Las fábricas de la Toyota se convirtieron en almacenes de alimentos. El estiércol reemplazó de nuevo los productos químicos agrícolas. Sorprendentemente, poca gente murió de hambre. En China menos aún —la industrialización no había avanzado lo suficiente como para que sus pérdidas fueran impresionantes—, pero más hacia el oeste las pérdidas en vidas y propiedades fueron abrumadoras. Pero siempre había sido así, en los buenos y en los malos tiempos. No se había producido nada peor que los barrios pobres de Calcuta y las inundaciones de Bangladesh, porque nada peor podía ocurrir.

—Así pues —dijo Jeron, asintiendo—, habéis traído de vuelta el Comercio Internacional. Tío Ski nos habló de ello. Imperialismo. Colonización. Trusts y cártels y bienes de consumo.

Darien se echó a reír, pero sólo amistosamente y con buen humor, no de la forma hiriente que podía hacer que el muchacho estallara detrás de su sonriente rostro.

—Oh, la cosa no ha ido tan lejos. No creo que nadie desee eso; espero que cometamos numerosos errores, pero espero también que no sean los mismos que otras veces. No. Con lo que comerciamos es casi exclusivamente con comida, algunas materias primas..., y de tanto en tanto información. ¿No te has preguntado nunca cómo supimos que veníais?

—Enviamos un mensaje —dijo Jeron.

—Lo enviasteis por rayo láser. Desde Alfa del Centauro. ¿No pasó nunca por vuestros supercerebros que Alfa del Centauro jamás es visible desde los Estados Unidos continentales? Esté demasiado al sur. Pero todavía hay telescopios en las montañas de Hawai, y el Rey de Hawai permite graciosamente que los astrónomos los utilicen..., y comerció graciosamente el mensaje con nosotros. Nos costó cien kilos de hidrógeno líquido, aunque supongo que cuando llegó allá la mitad de él se había evaporado. ¿Crees que valíais la pena?

El fruncimiento de ceño regresó brevemente al rostro de Jeron..., ¿se estaba burlando otra vez de él? No quería que lo hiciera. Lo que quería era gustarle, mucho, de modo que ella pudiera gustarle a él tanto como deseaba..., tanto como estaba empezando a gustarle todo aquel complicado, extraño, enorme planeta...

Se sintió aliviado al ver que su sonrisa seguía siendo amistosa. De pronto, se convirtió en preocupada.

—Oh, demonios, te estás quemando, Jeron. No estás acostumbrado a este sol. Espera un momento mientras te pongo un poco de aceite protector.

Mientras frotaba aceite antisolar por todo su cuerpo, él se reclinó lentamente, complacido con la suavidad del contacto. Nadie le había frotado nunca tan amorosamente, al menos desde que Tía Mami lo había cuidado como el bebé que había sido...

—Hey, Jeron —dijo ella en voz baja, mirando primero su rostro, luego más abajo—. Parece que te estás enamorando de nuevo. Sin lugar a dudas. Creo que ya es hora que te muestre donde vivo, ¿eh? Está ahí mismo, subiendo la colina...

Subiendo la colina estaba lo que en su tiempo había sido un enorme hotel de forma irregular, con saunas y piscina, salones para banquetes y de lectura. No había ya suficientes viajeros ni reuniones de ventas como para mantenerlo ocupado, así que se había convertido en el alojamiento de casi quinientos habitantes de Puget. La mayoría de sus ocupantes eran solteros, aunque había algunas parejas sin hijos y, en las suites más grandes de los pisos superiores, unas pocas familias.

En términos de energía se había llegado a un buen compromiso. La mitad de cada ventana panorámica había sido pintada de plata por la parte exterior para retener fuera el sol del verano y dejar penetrar el calor en invierno, y el edificio era recio. Cierto que los pisos superiores no resultaban muy atractivos sin servicio de ascensores; los tornos que tiraban de los coches hasta arriba de la colina imponían un considerable gasto. Pero la mayor parte de sus habitantes utilizaban las escaleras por voluntad propia, excepto para trasladar muebles o llevar cargas pesadas, y la energía de los elevadores era más barata que la de la calefacción. Las cosas que giran utilizan menos energía que las cosas que se calientan; y una cibernética «inteligente» comerciada con la gente de los chips allá al sur en Santa Clara economizaba en viajes. Cada habitación poseía grandes camas, una pequeña nevera, una estufita, su baño propio..., no estaba mal para una persona sola. No quedaba mucho espacio para tener chucherías y recuerdos de familia, pero, ¿quién quería de todos modos esas cosas?

¡Y, por encima de todo, las camas! ¡Qué diferentes de los apelmazados colchones del Presidente Tupelo, o incluso de los sacos de flores allá en casa! ¡Y qué maravillosas cosas podía hacer uno en ellas!

Aunque Darien tenía dos veces la edad de Jeron, quedó al menos como una pregunta abierta quién aportó más habilidad en hacer el amor. O más sorpresa. Los peculiares retorcimientos y muecas de Jeron en medio de todo..., eran desconcertantes, pero, ¿cómo iba a saber Darien que eran reacciones instintivas de Jeron a la modalidad del sexo-como-comunicación que habían evolucionado los adultos en la Constitución? Esos intentos se perdieron en ella, pero no mucho más; fue bueno. Explosivamente bueno, y, cuando finalmente se separaron y su respiración se calmó, fue el turno de Jeron de mostrarse desconcertado. Con voz casi tierna, dijo:

—Quizá debiéramos conservar éste.

Darien, que había estado jugueteando con el largo y lacio pelo que reposaba encima de su hombro, alzó ligeramente la cabeza para mirarle.

—¿Conservar qué, Jeron?

—El bebé —explicó él—. Tía Eve probablemente deseará plantar pronto algunas de sus calabazas. Por supuesto, tendrás que llevarlo tú unas semanas hasta que los úteros vegetales hayan crecido...

Darien aún no había vuelto a conectar su mente racional. Tardó en reaccionar; pero luego el significado de las palabras penetró en ella y se sentó.

—¿Qué bebé?

—¿Qué quieres decir con qué bebé? Nuestro bebé. He estado pensando que podía constituir un hermoso cruce. —Se sentó también, asintiendo para sí mismo a medida que pensaba en ello—. Mira, yo soy de Eve y Jim Barstow..., supongo que te habrás dado cuenta por el nombre...

—¿De qué me he dado cuenta por el nombre?

—De la ascendencia. Todas las primeras diez cohortes o así muestran su ascendencia en el nombre. Luego las cosas empezaron a enredarse un poco, pero mi nombre, por ejemplo, muestra la E por Tía Eve y la O por Tío Jim. La J significa que pertenezco a la tercera cohorte, la R sólo significa que mis genes no han sido manipulados. La N no tiene ningún significado, es sólo para hacer bonito. «Jeron», ¿entiendes? ¡Bien! Muchos de los chicos más pequeños, como Jermolo Bill, han sido un poco manipulados, algunos lo han sido mucho más que él..., pero, básicamente, siempre ha habido las mismas líneas de cuatro machos y cuatro hembras con los que trabajar. Así que lo que estoy diciendo es: creo que sería una buena idea procrear un poco.

La última vez que Darien recordaba haber enrojecido tenía seis años, cuando se había pisado la falda y había tropezado mientras saludaba con una reverencia a la gente más famosa que jamás hubiera conocido; pero ahora pudo sentir que sus hombros y garganta enrojecían. La sexualidad nunca la había hecho enrojecer. ¡Pero hablar de una forma tan a la ligera de procrear!

—Tengo sed —dijo, y se inclino para coger dos botellas de cerveza de la pequeña nevera. Le mostró a Jeron cómo abrir el tapón sin estropearlo, a fin de poder ser utilizado de nuevo, y dio un largo sorbo.

Parecía condenada a seguir repitiendo una y otra vez para sí misma, ¡Qué gente extraña!, durante todo el resto de su vida. Llevaba haciéndolo ya, contó, una semana y un día, con los breves encuentros en Washington, el rápido vuelo a través del continente, el mostrarles Puget a los visitantes..., ¡y, sin embargo, aún tenían la capacidad de sorprenderla! O él, al menos.

—Jeron —dijo—, aquí las mujeres no se quedan embarazadas tan fácilmente; de hecho, muchas de nosotras ni siquiera esperamos quedarnos embarazadas en absoluto. Pero, cuando lo hacemos, nos lo tomamos muy en serio. Suena como si vosotros lo hicierais de una forma un tanto distinta, ¿no?

La sorpresa de él fue igual a la de ella, y durante diez minutos intercambiaron datos acerca de cómo concebir y desarrollar los hijos. Ellos dejaban que el desarrollo fetal se produjera en un útero vegetal, explicó él. ¿Obstetricia? ¿Era algún tipo de doctora? No, por supuesto que no. ¿Para qué necesitaban ellos una doctora? La mayoría de ellos sabían cómo hacerlo, del mismo modo que en el viejo mundo la mayoría sabían, por ejemplo, cómo hacer la respiración boca a boca o realizar la maniobra Heimlich. Hallar el óvulo era un poco complicado, admitió, pero había una ducha con un tinte selectivo que lo hacía más fácil una vez habías desplegado el espéculo y la cánula. Entonces tenías que comprobar que había sido realmente fertilizado. Si no, siempre podías hacerlo in vitro —si deseabas efectuar alguna manipulación o cruce genético, en realidad tenías que hacerlo así—, pero en general parecía mucho más divertido hacerlo a la manera clásica antigua. Luego transferías el embrión al útero vegetal. Cualquier momento dentro de las primeras trece semanas era adecuado, le aseguró..., podías hacerlo más tarde si lo deseabas, pero, ¿quién lo deseaba? Luego, durante los próximos seis u ocho meses, podías ver crecer e hincharse el útero con tu hijo dentro.

—Sí, pero... Sí, pero... —no dejaba de decir ella—. Sí, pero, ¿qué hay acerca de la superpoblación? —(¡No es problema cuando tu intención es llenar todo un sistema solar!)—. Sí, pero, supón que no deseas ningún hijo. —(¿Por qué no deberías desearlo?)—. Sí, pero, supón que ni siquiera te gusta la otra persona.

Él se la quedó mirando con creciente asombro. (¡Qué gente extraña!)

—Oh, ¿qué diferencia representa esto? —preguntó—. Siempre hay alguien a quien le gusta cuidar de los bebés. ¿No tenéis ninguna Tía Mami por aquí? Aunque —añadió, con lo que Darien captó como un toque de azaramiento— yo me ocupé personalmente de mis primeros dos por un tiempo. No de Bill, sin embargo. Fue una mujer de la segunda cohorte llamada Odirun a quien le gustaba hacerlo... Por supuesto, yo no interferiría si tú desearas ocuparte...

Ella sacudió la cabeza.

—Eso no va a ocurrir, Jeron —dijo, y explicó por qué. Años antes se había hecho un implante «no-niños» en sus trompas de Falopio, como habían hecho casi todas las quinceañeras núbiles en Puget. El tener niños en Puget era casi siempre algo intencional, que requería un acto de decisión al menos por parte de la mujer. Él pareció escéptico, luego tolerante.

—Siempre podríamos hacerlo in vitro —señaló—. O Tía Eve sabrá cómo invertir el proceso. O podemos hacer clones a partir de los tejidos, como con las viejas muestras de sangre de Tío Fantasma, cuando quisimos que tuviera descendencia después de su muerte.

—¿Quién es Tío Fantasma?

—El que murió —explicó él, y luego su rostro se iluminó—. ¡Oh, Darien! ¡Podemos hacer tanto por tu gente! —Dio otro rápido sorbo de su botella, mientras Darien reflexionaba que la última persona que le había dicho algo parecido a aquello era el comandante de la nave de guerra japonesa que ahora se oxidaba al otro lado de la bahía. Jeron tragó apresuradamente y siguió—: Como nos enseñó Tío Ski. ¡Zen! ¡Te dedicas a ello un par de años, y eres realmente capaz de manejar las cosas! ¡Cualquier cosa! Y podemos enseñaros... Y todo ese enorme espacio por encima del que volamos, bueno, con los úteros vegetales, podemos llenarlo en un abrir y cerrar de ojos. Y...

—¿Podemos entrar? —trinó una voz desde la puerta, interrumpiéndole. La voz no aguardó ninguna respuesta, sino que abrió la puerta y entró; eran la mayor de las chicas, Molomy, y una de las más pequeñas, quizá la llamada Ringo—. ¿Estabais jodiendo? —preguntó educadamente Molomy—. Dijeron que estabais aquí arriba, Jeron. Escucha. Será mejor que vayas a la nave. Tío Fantasma está ahí, ¡y no creerás lo que ha traído consigo!