Blasílogo
Gayumbo y Yuyu tenían muchas ganas de hablar de lo que habían vivido y de cómo iba a afectar a su vida futura. Por eso no mencionaron el tema para nada y pasaron el viaje de vuelta divagando sobre nimiedades como el tiempo y los hábitos alimenticios de los mosquitos.
— En realidad no son los mosquitos los que pican —decía Yuyu—, sino las mosquitos. Los mosquitos hembra. Los machos se alimentan de savias vegetales. Es curioso.
— Maestro, ¿hasta cuándo vamos a seguir soslayando el tema?
— ¿Tema? ¿Qué tema?
— Mi prueba. Tú sabes que merezco ser chamán. ¡Y no, no discutas! Los dos sabemos que lo merezco.
— Ya. Tú lo que quieres es que yo me vaya de la aldea, ¿no? Librarte de mí por fin.
— ¡No! Lo único que quiero es ser chamán.
— Pero no puede haber dos chamanes en la misma aldea.
— ¿Y por qué no?
— Porque... Porque... Bueno, la verdad es que no sé por qué. Supongo que sí puede haberlos.
Gayumbo sonrió.
— ¿Entonces?
— ¡Está bien, has aprobado! ¡Eres un chamán Pigmento! ¿Estás contento?
— Sí, maestro.
Yuyu sonrió.
— La verdad es que yo también.
Reconciliados al fin, llegaron a su aldea. Su regreso fue celebrado por todos con una alegría que no imaginaba ninguno de los dos chamanes. Los motivos de tanta dicha eran tres: Primero, saber que ambos Pigmentos se encontraban bien y el mundo no iba a ser destruido a corto plazo. Segundo, enterarse de que a partir de aquel momento iban a tener no uno sino dos chamanes. Y tercero, que durante su ausencia había ocupado el puesto de chamán en funciones nada menos que Canguingo.
Restablecieron el Ídolo Mangante a su lugar y Gayumbo decidió que nunca más volverían a pasar por una situación tan peligrosa como la que habían vivido. Cada tanto iba a ver que la estatua estuviera bien, mientras Yuyu seguía ocupándose del chamanismo básico de la aldea. Los guías nativos dijeron a partir de entonces que el Templo Mangante estaba protegido por una indestructible pantera negra. Al oírlo, la gente levantaba una ceja en señal de escepticismo y no se creía nada. Los Pigmentos siguieron su pacífica vida, ajenos a las tribulaciones del gran mundo. Y, gracias a Gayumbo y Yuyu, nadie volvió a robar el Ídolo Mangante.
Porque, desde lejos, la Mística Hermandad de Mosquitos los vigilaba...
Ahora sí:
FIN
Para Talía.