CAPITULO XIII
ESTABA el jardín en el colmo de su gloria otoñal cuando Francis y Eunice regresaron al Retiro, y con espontaneidad que nunca había mostrado, Eunice sucumbió a su hechizo.
No sólo las flores: eran bellas las lilas tardías, las vívidas dalias, las rosas más bonitas que en junio. Los árboles frutales, esparcidos a lo largo de los senderos y más allá de la pomarada, estaban cargados con ricos frutos. En los membrilleros colgaban las doradas esferas de las ramas, haciéndolas llegar casi hasta el suelo con su peso. Blanche servía membrillos cocidos todas noches en la cena, y durante el día trajinaba entre las calderas hirvientes, de donde salía fuerte aroma, vertiendo su contenido, a última hora de la tarde, en las altas vasijas destinadas a las conservas y la mermelada, y en los vasos de cristal destinados a la jalea. Mrs. Fielding confesaba que el hacer conservas de fruta nunca la había seducido mucho, pero ahora ayudaba algo en la cocina a Eunice, que había emprendido la tarea resueltamente, pues cuando era niña ayudó muchas veces en tal menester a su abuela en Hamstead, aunque en la frugalidad norteña jamás hubo tal prodigalidad de frutas.
En el lado oeste del jardín, más allá de la tapia, había una fila de manzanos, camuesos y reinetas, que servían para hacer jalea y para fabricar sidra, pero en su mayor parte se consumía su fruta fresca. Cada vez que pasaba por el comedor tomaba Eunice una manzana del frutero, que siempre estaba colmado en el aparador, y se complacía hundiendo sus dientes en la firme carne blanca oculta por la piel rosada. Pero lo que más la deleitaba era comer uvas, que cogía de las parras; las «isabelas» no crecían simétricamente, pero daban uvas tan dulces, que parecían haber aprisionado a la vez el azúcar y el sol. Por el Oeste estaban las del tipo Clinton, que daban uvas más agrias que las «isabelas», pero el sitio era encantador, con su largo banco debajo, en el que gustaba sentarse Eunice en las tardes templadas, mientras Noel descansaba a su lado en el cochecito, para hacer alguna labor de aguja. Pero no podía trabajar mucho, porque cuando no jugaba con el niño espiaba el sendero para ver si llegaba Francis al volver del campo.
También iban muchas uvas a parar a manos de Blanche para convertirse en conservas o en vino, y Eunice sugirió aderezar algunas para comerlas con carne de venado a fines de otoño. Sus uvas aderezadas fueron un gran éxito, así como la conserva de tomates que hizo, nueva en el Retiro. La inesperada pericia que mostraba para la cocina, ahora que tenía tiempo suficiente, fué aprobada por Blanche a regañadientes, pero todos los demás formaron un nutrido coro de alabanzas.
—El año que viene, cuando ya no estés tan preocupada por el chico —le dijo Francis, levantando en el aire a Noel—, podrás hacer algo con los higos y ocuparte más de la huerta. Los cerezos esperan también tu atención.
—No tengo idea de lo que me dices, Francis. Cuidado; me parece que agitas demasiado al niño.
—¿Verdad que no, Noel? Ya lo ves... Hay varias clases de cerezos, sin hueso, con hueso negro y con hueso rojo. Y hay otra clase, la de cerezas oscuras, que son las mejores de todas. Recuerdo que una vez fuí a coger de esas cerezas y me encontré un nido de perdiz entre las raíces del árbol, y dentro había quince huevos.
—Supongo que los dejarías.
—Puede que te sorprenda el saber que así lo hice. Siempre te asusta la posible crueldad. Pues no; nadie molestó a los orgullosos padres ni al nido. ¿Has visto alguna vez una perdiz joven, Eunice? Supongo que no... A veces ya echan a correr con un trozo de cascarón en la espalda todavía. Y si miras dentro del nido cuando se han ido, verás que los cascarones están abiertos por el extremo ancho del huevo, que levanta el pollito como si fuera la tapa de una cesta. Bella y Bina solían coger esos huevos abiertos para jugar con sus muñecas, y probablemente lo haga también Mamie Love. Hay que preguntárselo, pues el otro día la oí hablar de sus muñecas, y decía que si no tenía el huevo del nido para ponerla guapa. Hay muchas perdices por aquí; en la primavera, ya las buscaremos y enseñaremos a Noel a buscarlas. Es asombroso cómo los niños aprenden en seguida.
—Prefiero dedicarme a hacer conservas que a cazar perdices, pues no voy a tener tiempo para todo.
—No; no quiero desviarte de tus aficiones, ahora que sé que eres una famosa cocinera.
—¿También hacen conservas Honor y Millie? —preguntó Eunice.
No sabía exactamente por qué lo preguntaba, pero la contestación que obtuvo la llenó de sano orgullo.
—¿Hacer conservas? Tú deliras, Eunice. Honor trabaja mucho, y asusta lo qué es capaz de escribir cada día, y por eso sólo quiere después sentarse en el jardín a descansar; sólo quiere que sea bonito y tranquilo, sin que le importe el que sea o no productivo. Y Millie jamás ha hecho nada útil en su vida.
—Francis, siempre hablas despectivamente de Millie.
—Es la única manera de demostrar que la odio... Reconozco que sabe tirar muy bien, mejor que nadie en la comarca. La he visto levantarse a las cuatro de la mañana y estarse cazando todo el día, para volver a la noche con más botín que nadie. Y sabe educar perfectamente a los perros para la caza. Pero no sabe gobernar una casa como tú lo haces, y mejor sería pedirle que volase antes de hacerla ocuparse de las cosas domésticas.
—¿Crees de verdad que soy una buena ama de casa?
—Oh, querida; otra vez, pregúntame algo más difícil de contestar. Eres la mejor ama de casa de todo el país, y si tuvieras una casa tan buena y una finca como la de Millie, verías lo que conseguías.
—Algún día será el Retiro tan bueno como Solomon Garden. Aguarda y verás.
Francis miraba a su mujer con admiración al advertir cómo deseaba sobresalir en los propósitos de que era incapaz Millie. No sólo la pasión de hacer mejoras, sino el espíritu de rivalidad la impulsaba a más ambiciosas empresas. Bueno; no estaría mal que el Retiro fuese tan bueno como Solomon Garden, y ya veía otra vez los pavos reales por entre los árboles, brillantes como joyas en sus irisadas colas en abanico, y casi oía las voces de los tiradores de arco y el brillo de las flechas al sol.
Pero todo lo que dijo en alta voz, fué:
—No te olvides de construir una conejera cuando tengas tiempo. Cuando yo era niño, lo que más me gustaba de Solomon Garden eran los conejos, y nuestro hijo pronto querrá jugar con los animalitos.
A pesar de la pérdida de peso y de la debilidad que de cuando en cuando sentía, Eunice se encontraba bien, y ahora que comenzó el destete de Noel, empezó a quejarse de dolores. Durante uno o dos días se mantuvo en pie, luchando contra la enfermedad, pero acabó por tener fiebre, y hubo de quedarse en cama.
Pero no podía dormir. No la dejaba descansar el dolor de cabeza y de pecho, y después de dos noches horribles en que tampoco dejó dormir a Francis con su inquietud, decidió mudarse a la habitación de los huéspedes hasta que se pusiese buena. Noel ya había sido separado de la madre a instancias del doctor Tayloe. Como no veía a su madre, estaba de muy mal genio, tiraba el vaso de leche que Edna le ofrecía, y sólo el hambre acabó por dominarle. Se estuvo muy quieta Eunice hasta que se durmió Francis, y luego se marchó suavemente para no despertarle.
No había vuelto a dormir en el cuarto de los huéspedes desde la primera noche que se quedó en el Retiro, y desde entonces habían ocurrido tantas cosas, que ni se acordaba ya del miedo que allí había pasado. Ahora, al estirarse en el alto lecho, lo recordó de repente, pero estaba demasiado maltrecha para preocuparse. Al fin tenía una cama para ella sola y podía moverse sin molestar a nadie. Era extraño que pudiera aliviarla aquella separación de Francis... Rendida al fin, dormitaba, pero sintió frío aunque era templada la noche, y pensó que serían escalofríos de la fiebre. Cuando pretendía subir la manta, que estaba doblada en los pies de la cama, dió un grito. Una figura borrosa se había desprendido de la columna de la cama en que estaba apoyada, desapareciendo en la oscuridad con su blanca vestidura flotante.
La conmoción fué general. Despertó a Noel, que empezó a llorar en seguida. Despertó a Edna, que a pesar de su inteligencia no era inmune para las supersticiones de su raza, y se despertó Francis del primer sueño que lograra conciliar desde hacía varias noches.
—¡Pero por Dios! ¿Por qué te has venido aquí? Si a mí no me molestabas... Vuélvete a la cama inmediatamente. Tienes fiebre, y probablemente estabas delirando. Y ahora, el niño llorando... Tendrás que cogerlo un rato si quieres que esta noche descanse alguien en la casa. Si le hubieras destetado más gradualmente, no ocurriría esto.
—He hecho lo que me dijo el doctor Tayloe, Francis.
—Pero no te habrá dicho que dejes tu cama caliente a media noche y te vayas a otra fría. No me choca que hayas tenido escalofríos y alucinaciones. De todos modos, ahora vas a hacer lo que yo le diga, y por la mañana puedes aconsejarte del doctor Tayloe. Métete en tu cama y dale algo de mamar a Noel.
Cuando llegó el médico, le dió la razón a Francis, con gran pena por parte de Eunice.
—Quizá nos hemos equivocado en hacerlo tan aprisa —dijo—. Está usted muy agotada después de criar tan espléndidamente a este niño, que temía que no pudiera resistir mucho tiempo si seguía dándole de mamar. Pero hubiera sido mejor dejarla debilitarse más que coger estas fiebres. El viejo consejo de dejar obrar espontáneamente a la naturaleza encierra mucha verdad. Estése en cama, Mrs. Fielding, y que Edna tenga el niño; ya se irá acostumbrando a prescindir de su madre. Pero tiene usted que alimentarse, y se repondrá en unas semanas. La cosa sería diferente si hubiera otro niño de camino o necesitase en el momento mayor vitalidad por otra causa.
No deseaba Eunice que se cumpliese el deseo del doctor Tayloe, que era el de su marido y el de su suegra, respecto a tener otro hijo. Amaba profundamente a Noel, y esperaba gozar aún más de la maternidad en el año o los dos años próximos, para lo que era mejor que no lo estorbase la llegada de otro bebé. Además, no había olvidado los trabajos que había pasado, a pesar de que la tía Cynthia se lo había profetizado, y no creía del todo que la próxima vez sería mejor que la primera. Ni tampoco le gustaba que su vida estuviera siempre reglamentada por las horas de mamar; ahora que todo marchaba bien en el Retiro, deseaba disfrutar algo más de la vida. Francis hacía excursiones de placer sin ella, y todavía no había ido a Tívoli.
Por primera vez le desagradaba el papel que tenía que desempeñar. Estaba orgullosa de haber resultado tan buen ama de casa y tan excelente organizadora, y todavía más orgullosa de haber engendrado un hijo tan fuerte y hermoso. Pero no bastaba este orgullo para llenar su vida. No se conformaba con ser ama de casa y madre, y quería influir más en la vida de sociedad.
Alguna vez le dijo a Francis algo de eso. Ahora no estaba a su lado tanto tiempo como cuando iba a dar a luz. Solía estar muy ocupado en el campo, aunque no sabía exactamente Eunice qué era lo que hacía; así que tuvo que esperar una ocasión para expansionarse y confiarle sus pensamientos. Otra vez quedó decepcionada al saber que no compartía sus ideas y proyectos, sino que estaba completamente satisfecho con el género de vida que hasta ahora había llevado.
—Hemos de llevar a cabo el bautizo del niño tan pronto como te levantes. Podemos hacerlo en nuestro segundo aniversario, ya que no lo hicimos en el primero. Espero que se le podrá poner el vestido de cristianar antiguo. Mi madre tendría un gran disgusto si no fuera así. Y también creo que debiéramos organizar para las chicas un baile a estilo antiguo. Casi nos hemos olvidado que también tienen derecho a divertirse. Me parece que, sin tardar mucho, tendremos aquí un par de bodas, y que uno de estos días nos presentará Peyton a su novia, y tendremos que organizar algo en su honor. Así podrás variar un poco de vida, que es lo que tú querías, ¿verdad?
—Yo me refería a algo más general al decir que ansiaba más vida de sociedad.
—¿Algo como lo que hace Millie? ¡Oh, por Dios, deja eso para ella! No me gustan esas reuniones y ese juego político de Free. No vamos a convertir el Retiro en una hostería; nos basta con nuestra familia y nuestros amigos.
—Nuestras reuniones serían más distinguidas que las de Millie. Eso no admite la menor duda.
—En estos tiempos no hay muchas gentes que se preocupen de ser distinguidas. No quiero que en el Retiro haya barullo y francachelas de borrachos.
Conformóse Eunice, aunque ligeramente contrariada; pero no podía apartar de su pensamiento el misterio de la aparición del cuarto de los huéspedes. Nadie había vuelto a hablar del asunto, pero un día de lluvia que Mamie Love llevó sus muñecas para jugar a la habitación de Eunice, se aventuró a interrogarla.
—Mamie Love, ya vas siendo mayorcita; ¿no has pensado en que pronto tendrás que tener una habitación para ti?
Mamie Love todavía dormía en la habitación de Mrs. Fielding, en una camita que ya iba quedando pequeña, por lo que supuso Eunice que no le agradaba mucho a la niña. Mamie Love levantó la vista, echó atrás una trenza, y trasladó de lugar su piano de juguete.
—¿Quieres decir si me gustaría dormir en el ático, lo mismo que Bella y Bina? —preguntó con precaución.
—No; supongo que al principio no querrás separarte tanto de tu madre. Creí que te gustaría el cuarto de los huéspedes, que es tan a propósito para ti, con su papel color de rosa en las paredes.
Mamie Love no tardó en contestar esta vez.
—Por nada dormiré yo en ese cuarto —dijo con decisión—. Está encantado.
—¡Qué absurdo! ¿Por qué dices que está encantado?
—¿Es que tú no lo crees también, Eunice?
Eunice se quedó espantada. Como Francis le había dicho en ocasión de su primera visita, la familia dormía en el otro lado de la casa, y solamente a partir de su matrimonio se ocupó el ala occidental del edificio. Sabía positivamente que Mamie Love no podía haber oído lo ocurrido cuando durmió Eunice en el cuarto de los huéspedes ninguna de las dos veces, a no ser que Edna se lo hubiera contado.
—Si yo creyera que estaba encantado, Mamie Love, ¿cómo crees que te iba a proponer que durmieses en él?
—Bueno; pues que duerman allí los huéspedes, que a ellos no los molesta el fantasma. Como no lo saben, se ponen a dormir y el fantasma no los despierta. Pero tú no dormías cuando lo viste la primera vez, ¿verdad, Eunice? Aunque tú no eras huésped, sino que desde el primer momento ya eras de la casa.
Hablaba la niña en un tono tan cariñoso, que conmovió a Eunice. Pero no cedió en su curiosidad.
—Todavía no has contestado a mi pregunta, Mamie Love. ¿Crees que iba a proponerte el dormir en ese cuarto sabiendo que está encantado?
—Tal vez hayas pensado que las niñas, lo mismo que los huéspedes, no son molestados por el fantasma. Pero yo me moriría de miedo si lo viese con su vestido blanco como un ángel...
—Mamie Love, te voy a decir un secreto si me prometes no decírselo a nadie absolutamente.
—Te lo prometo, Eunice.
—Yo creo también que la habitación está encantada, pero Francis jura que no hay tal cosa, y por eso quería hacer que otra persona de la familia durmiera allí, a manera de prueba. Y te elegí a ti porque pensé que querrías ayudarme.
Mamie Love se infló de importancia.
—¿Y qué quieres que haga para ayudarte, Eunice?
—Quiero que me ayudes a empujar el armario que hay a un lado de la pared del sur. En esa pared no hay puerta, pero cuando el fantasma desaparece lo hace por allí. Quiero buscar si hay una salida oculta tras el armario. Ya lo intenté sola y no pude.
—Pero, Eunice, estás todavía enferma y no debes levantarte de la cama.
—Solamente serán unos minutos, y en seguida volveré a acostarme. Francis y Purvis están matando patos, y todos los demás duermen la siesta.
Estuvo a punto de añadir que nadie debía saber que se había levantado, pero ya iba a sufrir bastante su conciencia por haberse buscado la connivencia de la chica, y no quiso más motivos de tortura. Sin dar tiempo a Mamie Love para que cambiase de opinión, saltó de la cama, metió los pies en las zapatillas, se envolvió en una bata y se dirigió al cuarto de los huéspedes, seguida de Mamie Love.
El armario que se apoyaba en la pared del sur estaba vacío, de modo que no pesaba mucho. Entre las dos lo corrieron sin dificultad. El papel presentaba, en el sitio que había ocupado el armario, una superficie lisa al parecer, pero Eunice deslizó la mano sobre él, apretando con los dedos, hasta que exclamó excitada:
—Mira, Mamie Love: el papel se hiende, y aquí hay una puerta.
Mamie Love miraba con la boca entreabierta, mientras señalaba una dificultad.
—Aunque haya una puerta, no podremos abrirla, Eunice. No tiene tirador y está muy cerrada.
—Voy a rasgar el papel. Tráeme la lima de las uñas, que está en mi tocador.
Mamie Love volvió al cabo de un segundo con el instrumento pedido, y ayudó a Eunice a meterlo en la rendija. A fuerza de empujar las cuatro manos, acabó por ceder la puerta, y en la cara de las dos se abatió una pequeña nube de polvo. En el hueco que quedó abierto vieron unos escalones, y después una pequeña estancia cuadrada. El techo bajo se inclinaba hasta las ventanas de cuatro cristales, cerradas por el exterior con tablas. El papel de las paredes era bonito, pero tan borrado el dibujo, que apenas se adivinaba. Las cortinas de muselina sostenían el polvo de muchos años. En la pequeña cama, el dosel y la colcha mostraban manchas amarillas.
—¡Oh, Eunice, tengo miedo! ¿Cómo estaba aquí este cuarto?
—Siempre ha estado aquí, Mamie Love; pero como es tan pequeño, ha sido fácil ocultarlo. Ni siquiera sabía que este cuarto de huéspedes fuera más pequeño que los demás del piso..., y si me di cuenta, no se me ocurrió preguntar dónde estaba el espacio que faltaba. Desde luego se empapeló de nuevo la casa mientras estuve en el viaje de novios. Pero tu madre debe saber que existe esta habitación, y también Francis..., y probablemente toda la familia, menos tú y yo. Y debe haber alguna razón para que nunca hablen de ella.
Estaba tan excitada, que olvidó por completo que estaba enferma, olvidando también el sentirse agraviada por verse excluida del secreto familiar, e incluso olvidó el asustarse. Pero Mamie Love, que temblaba a su lado, comenzó a lamentarse.
—No me gusta este cuarto, Eunice. Me da mucho miedo. Vámonos y cerremos la puerta, sin decir nunca a nadie lo que hemos hecho.
—También a mí me da miedo, pero me gusta. Mira: aquí hay un pequeño cofre, como debe haber en todo cuarto encantado. Voy a ver lo que hay dentro. Pero si quieres puedes irte y echar a correr como un gatito asustado.
—Yo no soy un gatito asustado, Eunice; pero el fantasma puede hacerte daño si le molestas. No hagas nada.
Eunice había levantado ya la tapa del baúl. Salió un extraño perfume de flores secas, que dió en la cara de Eunice como el polvo que levantó al abrir la puerta. Pero no por ello retrocedió, sino que se inclinó para distinguir, a pesar de la poca luz, los objetos que había en el bastidor de lona. Parecían paquetes, pero cuando echó mano a uno, la cinta amarilla que los ataba se pulverizó entre sus dedos, y las piezas del paquete se esparcieron. Al tratar de cogerlas otra vez, sintió una pesada mano posarse sobre su hombro.
Mamie Love rompió a llorar estrepitosamente, y Eunice dió un agudo grito. El terror que sintió era tan distinto del miedo común, que por un momento quedó paralizada y sin vista, y hasta que oyó la tapa del cofre caer otra vez, no supo que la fuerza que le sujetaba era la de Francis.
Le había visto enfadado muchas veces y temía su cólera, pero nunca le había visto como ahora. La acusaba, con voz temblorosa, de entrometida y de haber comprometido a la niña en su empresa furtiva. Después se volvió hacia Mamie Love y la sacudió hasta que castañetearon sus dientes. Eunice comprendió que si hubiese tenido un látigo a mano, le hubiera pegado. La niña temblaba de espanto, suplicando entre sollozos que no la maltratase.
—No, Francis, no..., yo no quería..., de verdad que no... ¡Oh Francis!
—Te voy a llevar detrás de la casa del jardín, y allí te voy a dar azotes hasta que no puedas sentarte en una semana.
—Francis, deja a la niña y no le hagas daño.
—No te metas tú entre mi hermana y yo, tú, que eres una extraña. Déjame solo; te digo que te marches.
—Francis, Mamie Love no quería venir aquí. Toda la culpa es mía, y yo sola merezco el castigo. Yo no podía suponer que ocultábais algo vergonzoso.
—¿Quién ha dicho que se trata de algo vergonzoso?
—Si no lo fuera, no te enfadarías así. Si no hubiera un secreto y un escándalo relacionado con esta habitación, nunca la hubieras tapiado. Deja ya a la niña, o gritaremos los dos.
—¿Es que me amenazas?
—Tú nos has amenazado y me has hablado como nunca puede hablar un hombre a su esposa. Tal vez tus nobles antepasados tratarían así a sus pobres mujeres. Tendrás que disculparte por lo que me has dicho, o sabrás que no soy una mujer que se conforma con ser maltratada.
—¿Me estás desafiando?
—Sí, te desafío, y por si te queda alguna duda de lo que te digo, vas a ver la prueba. Acércate, Mamie Love.
—Yo..., yo no me atrevo.
—Sí, ven aquí; Francis no le volverá a maltratar ni te dará azotes como te decía antes. Siento mucho haberle dejado asustarte. Deja de llorar y ven que te suene y te seque la cara.
Tímidamente, Mamie Love hizo un ligero movimiento. Los dedos de Francis, que aún la sujetaban por los hombros, se apartaron, y la niña corrió hacia Eunice. Sintió cómo los brazos de su cuñada la rodeaban amorosamente y cómo en seguida se aflojaba el abrazo.
Eunice había caído al suelo, desvanecida.