9. Los falsos camaradas
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Los falsos camaradas
MIENTRAS PROCEDÍA A UNA implacable depuración del aparato, Carrillo presentó un nuevo plan de organización en el pleno de Toulouse de diciembre de 1945. Su posición en el organigrama del partido era cada vez más destacada. Si la disposición del friso de retratos de los integrantes del máximo órgano de dirección era un buen barómetro para medir su ubicación en la escala jerárquica, el número de Mundo Obrero del 16 de febrero de 1946 resultaba enormemente revelador: la efigie de «Pasionaria» ocupaba la portada; la de Carrillo, a su sombra, la segunda página; Mije, la cuarta; Antón, la quinta; y, por último, Uribe, la octava y última[550]. Carrillo se sintió autorizado para actuar con contundencia. Se acabaron las veleidades autónomas: suprimió la delegación en España, tomando directamente el Comité Central —en realidad, su máximo órgano, el Buró Político— el control del interior[551]. Se distribuyeron cuadros por todo el territorio: en Madrid, Agustín Zoroa, Eduardo Sánchez Biedma («Torres»), Lucas Nuño, Teodoro Carrascal, Eduardo Huertas y Mariano Guerrero; en Euskadi, Clemente y Heras; en Asturias, Casto García Roza y Celestino Uriarte; en Galicia, Gómez Gayoso y Manuel Fernández Soto; Josep Serradell («Román»), en Cataluña; Pelegrín Pérez Galarza, en Levante; en Andalucía, José Mallo, Ricardo Beneyto, Félix Cardador y Ramón Vía. Un tercio de ellos habían formado parte de los batallones especiales del NKVD que habían combatido contra los alemanes o habían pasado por las escuelas político-militares en la URSS. A veces, ambas cosas. Tales eran los casos de Nuño, Carrascal, Huertas, Guerrero, Soto y Pelegrín.
Lucas Nuño trabajó como ajustador en Járkov entre 1939 y enero de 1943, cuando el partido le envió a una unidad de guerrilleros en Ucrania. Más tarde, ya incorporado al Ejército Rojo fue lanzado en la retaguardia alemana en Bielorrusia. Tenía en su haber la Orden de la Guerra Patria de 1.er Grado, la Medalla de Guerrillero de 1.er Grado, la Medalla de Defensa del Cáucaso y la Medalla de la Victoria. Guerrillero, muerto en España en 1947. En Toulouse recibió instrucción en la Escuela 140 antes de pasar a España en diciembre de 1945[552]. Teodoro Carrascal luchó bajo el mando de Pelegrín Pérez en la unidad destinada al norte de Georgia a finales de 1942[553]. Eduardo Huertas había pasado por la Escuela Leninista entre 1939 y 1941. Seis días después del ataque alemán contra la URSS ingresó en las filas del Ejército Rojo, alcanzando el grado de teniente en la Escuela de Minadores-Zapadores de Leningrado[554]. Mariano Guerrero trabajó en una fábrica de automóviles de Gorki antes de cursar la Escuela Leninista entre septiembre de 1939 y junio de 1941. Desde esta fecha y hasta marzo de 1945 estuvo alistado en el Ejército Rojo[555]. Manuel Fernández Soto trabajó en una fábrica en Rostov hasta que en agosto de 1942 ingresó voluntario en las filas del Ejército Rojo. Formó parte en Ucrania de un grupo de descubierta. En febrero de 1943, fue destacado a Rumanía, y luchó en la guerrilla de los Cárpatos hasta agosto de 1944. En noviembre fue desmovilizado por orden del partido e ingresó en la Escuela Política, saliendo de ella en enero de 1945 para dirigirse a Francia. Estaba condecorado con la Medalla de la Guerra Patria[556].
La llegada de los nuevos cuadros no supuso solo una renovación de personal, sino también cambios en el aspecto organizativo. Las direcciones anteriores habían estado integradas por militantes veteranos, fichados por la policía, lo que había provocado la facilidad con la que se sucedían las caídas. Además, todos se conocían entre sí, lo que redundaba en indiscreciones y vicios de familiaridad que ponían en riesgo la seguridad. Ahora se trataba de montar la organización con camaradas jóvenes y totalmente desconocidos para la policía, de cuya capacitación en técnicas de clandestinidad se habían ocupado las escuelas especiales[557].
Desde el punto de vista organizativo, se retornó al más clásico concepto leninista de partido: los comunistas debían asentarse en fábricas y tajos. En las ciudades, apoyándose en la clase obrera; en el campo, en las guerrillas. La bolchevización del partido se resintió, sin embargo, de la ineficacia de los hombres escogidos para integrar su aparato. Por sólida que fuese su formación política e inquebrantable su obediencia ideológica, carecían de habilidades para mimetizarse con el ambiente del país. En las escuelas de Toulouse podían recibir lecciones sobre la actualidad española con informaciones sobre la liga de fútbol, el cine, la música o la forma de vestir, para que los exiliados no se delatasen llevando el cuello de la camisa por fuera de la americana, como era moda cuando salieron del país, o «ignorando las glorias de Quincoces y Juanito Valderrama»[558]. Pero, al instalarse en España, solían cometer fallos por exceso de confianza que les colocaban al alcance de la infiltración policial y les convertían en objetivo fácil de la represión. Los recién llegados —decía una dirigente femenina del interior— traían consigo los métodos de trabajo propios de un contexto legal o, por lo menos, de semilegalidad. Por ello, cayeron en manos de la policía en breve plazo «y en la mayoría de los casos se vieron en los calabozos de Gobernación sin haberse compenetrado [sic] de que la situación y condiciones de trabajo en la España franquista eran completamente distintas a la idea que ellos llevaban al llegar de Francia»[559].
Entre los factores más denunciados como causantes de caídas estaba el trato con mujeres. Algunos informantes enaltecían un ascetismo cuasimonacal como antídoto contra la provocación policial. «Es frecuente, demasiado frecuente —decía Silverio Ruiz—, el caso de camaradas liados con mujeres que no han guardado el recato y la moralidad debidos». Inmediatamente se excusaba de que no se refería «a la moralidad y gazmoñería burguesas»: lo que pasaba es que «nuestro pueblo tiene unos conceptos en cuanto a relaciones sexuales que los comunistas no podemos ignorar».
¡Con qué respeto y cariño hablaban los campesinos manchegos del camarada Ortiz de la Torre, y una de las causas fue la conducta ejemplar que observaba incluso habiéndosele ofrecido una mujer y habiéndola rechazado porque era la novia de un guerrillero!
Desdeñando el ejemplo de este émulo laico de san Antonio Abad resistiendo a las tentaciones de la carne, muchos de los caídos en la lucha clandestina lo fueron porque «las mujeres fueron aprovechadas por la policía para quebrar su resistencia o la de sus compañeros, por persuasión, delación o inconsciencia»[560]. En estas circunstancias, parecían inútiles las reiteradas directrices de seguridad que el partido no dejó nunca de repetir en sus manifiestos:
No deben tolerarse manifestaciones de irresponsabilidad y falta de vigilancia tales como acordar citas en lugares imprudentes donde la policía puede fácilmente localizar a los camaradas; dar siempre las citas en la misma zona, llegar a ellas con retraso, etc. Ningún comunista debe llevar sobre sí cuadernos con apuntes, citas, direcciones, nombres de compañeros u otros datos comprometedores que, en caso de caer en manos de la policía, pueden provocar una verdadera catástrofe. Debe desterrarse todo método de trabajo basado sobre la conservación de papeles, listas, datos escritos, como si se estuviera en un período legal o semilegal y que, sin son capturados por la policía, pueden determinar la caída de organizaciones enteras[561].
La maleta de Sendín, con todo el fichero del partido en su interior, volando por un patio de vecindad en una última y frustrada maniobra desesperada para eludir su registro, era una buena muestra de lo que no debía hacerse. Consejo evidente pero, a tenor de la reiteración, desatendido.
EL ENEMIGO EN CASA
La sucesión de caídas por la acción deletérea de traidores, infiltrados o agentes policiales tenía un largo recorrido en el devenir del PCE en la posguerra, tanto el España como en Francia. Ya en 1942, en el expediente de Jesús Carreras, el sucesor de Heriberto Quiñones, desempeñó un papel esencial Laureano González Suárez («Trilita»)[562]. Había nacido en un pueblo de Asturias, cerca de Trubia. Como consecuencia de un accidente, un trozo de metralla le hirió en la cara dejándole una marca en forma de agujero en la mejilla derecha. Había pertenecido a las Juventudes Libertarias, haciéndose comunista durante la guerra. En Francia, aprovechándose de que su hermano tenía nacionalidad argentina, se hizo pasar por tal, formando parte de un grupo de suramericanos afincados en Burdeos entre los que se encontraban el dirigente juvenil Luis Alberto Quesada y un tal Delgado, conocido como «El Paraguayo», un exinterbrigadista que, a pesar de su alias, era en realidad de origen mexicano. Quesada había sido ayudante de Galán y después comisario de la 68.ª Brigada que mandaba el hermano de Mesón[563].
El grupo de los argentinos llevó a cabo acciones contra los alemanes en la región bordelesa, pero no siempre lo hizo con los parabienes de la organización. «El Paraguayo» fue llamado al orden varias veces por su tendencia a obrar por su cuenta. En septiembre de 1942, fue enviado a París, donde su peculiar forma de actuar propició su caída. Uno de sus compañeros fue fusilado, pero él relató que pudo escapar desde la habitación de un último piso, esposado, mientras dos policías jugaban a las cartas. Utilizó un canalón del desagüe del tejado para deslizarse hasta la calle y salió de París a pie. Llegó andando hasta Versalles, en donde unos obreros le rompieron las esposas con un pico, le dieron dinero y llegó en tren a Burdeos para presentarse al partido. Tan extravagante historia desató las alarmas entre sus responsables. Preguntado por lo que había declarado durante los interrogatorios, dijo haber reconocido las acciones en las que había intervenido e incluso las balas de su pistola; que le habían pillado un cuaderno con la anotación de una cita y le habían enseñado fotos, pero que no había identificado a nadie. Sin embargo, dos meses más tarde, en noviembre, cayó la dirección clandestina del aparato militar de París, con Conrad Miret a la cabeza, que murió a consecuencia de las torturas de la Gestapo. La dirección española en la zona ocupada informó de sus pesquisas al PCF, que calificó al «Paraguayo» de traidor y sentenció que había que ejecutarlo. Dos miembros de la dirección del partido en el Sur-Oeste le llevaron a una cueva de los alrededores de Burdeos que servía de escondite a una multicopista. Sospechando de las intenciones de sus acompañantes, «el Paraguayo» esgrimió un cuchillo e intentó escapar, sin lograrlo. Lo enterraron en la cueva. Según los informantes, la policía franquista se había interesado por él, arguyendo que se había escapado en dirección a España[564].
«Trilita» se había impregnado de la audacia del grupo. Se caracterizaba por una gran decisión y, aparentemente, por una gran valentía, lo que no fue óbice para que marchase voluntario a trabajar a Alemania, regresando a finales de 1942. Pasó al país y en San Sebastián se incorporó a trabajar con Alejandro Lluvia Fernández, aquel agente de enlace entre la delegación en Francia y el interior que mantenía contactos en Bayona y Biarritz con agentes de los servicios aliados para pasar a aviadores y judíos evadidos. «Trilita» conocía el punto de apoyo en Irún para el paso de la frontera, las direcciones en San Sebastián del partido y de la JSU y los enlaces con las células en Pamplona. No es posible precisar en qué momento se puso al servicio de la policía, pero lo cierto es que entregó todo lo mencionado y se desplazó a Madrid para seguir colaborando. Provocó la caída del grupo de Jesús Carreras fingiendo seguir siendo un fiel militante y retirándose después para que la policía golpeara. Según los supervivientes del grupo de guerrilleros que fue arrasado en Peguerinos —algunos de los cuales habían estado en Burdeos—, les interrogó un sujeto cuyas señas personales correspondían a las de «Trilita». Cuando se instruyó el expediente, su nombre no apareció en ninguna de sus páginas. La última noticia que se tuvo de él es que había sido visto en Buenos Aires por el hermano de un antiguo compañero, exiliado en Argentina tras cumplir condena[565].
Si los años de Monzón no estuvieron exentos de provocaciones, hay que reconocer que el trabajo fue más eficaz y el alcance de las operaciones policiales resultado de una infiltración, menores. Por el contrario, el nuevo equipo dirigente radicado en Madrid y encabezado por Agustín Zoroa («Darío»), Eduardo Sánchez Biedma («Torres») y Lucas Nuño duró poco más de un año. Al separar a todos los que habían trabajado con la antigua delegación, apenas se podía contar con nadie fiable para desenvolverse en la capital y se sucedieron los fracasos.
La delegación nueva cerró por completo las puertas a todos los que habíamos trabajado en la época de Monzón y Trilla y naturalmente eran cuatro gatos, pues se podían contar con los dedos los camaradas que no trabajaron, pues fue la época de mayor incorporación de fuerzas que jamás vivió el partido clandestino español. Los que llegaron desconocían por completo el panorama español y los métodos de lucha por mucho que hubieran querido aprender fuera, y naturalmente fueron de fracaso en fracaso. A una delegación sucedía otra; surgieron grupos aislados que se erigían en delegaciones y en la fecha en que mataron a Trilla había dos «delegaciones» más tres o cuatro grupos llamados a sí mismos «dirigentes del partido comunista español». Desde entonces, hasta que me vine [a México], el partido no volvió a levantar cabeza[566].
El 25 de agosto de 1945 fueron detenidos en el Parque del Oeste Santiago Álvarez Gómez, el comisario de Líster en la XI División, y Sebastián Zapirain, veterano colaborador del Comité Central y, durante la guerra, de la Comisión Político-Militar. Habían llegado desde Argentina, a través de la conexión portuguesa. Su proceso se llevó a cabo entre los meses de septiembre y octubre. Enseguida se desplegó una campaña internacional de solidaridad, en particular en Estados Unidos y en diversos países sudamericanos. Los reos, para los que se solicitó la pena de muerte, se beneficiaron del clima de incertidumbre en el que se desenvolvía el régimen tras la reciente derrota del Eje. Zapirain atribuyó al embajador español en Washington la provocación de lanzar el bulo de su fusilamiento a fin de comprobar la reacción de la opinión pública. Al final, las sentencias fueron de 20 años para Zapirain y 18 para Santiago Álvarez. Paradójicamente, su suerte suscitó una respuesta inicial hostil por parte de sus compañeros de prisión: en una época en la que «se fusilaba a la gente por haber repartido unas octavillas», su llegada a la cárcel fue acompañada por «gente asomada a las ventanas de las celdas, con aire crispado, increpándonos: “¡Con que esas tenemos, solo 20 y 18 años…, sois unos tal, sois unos cual…!”»[567]. Fue un fenómeno efímero. Como se iba a comprobar de inmediato, cuando Franco se cercioró de que su destino no iba a ser morir asediado en El Pardo o colgado de la marquesina de una gasolinera de Madrid, su proverbial clemencia volvió por donde solía.
A finales de septiembre de 1946 se produjo una caída en cadena que arrastró a Silverio Ruiz, venido de Francia y miembro de la Comisión de Organización del Comité Regional. A través de él, y por la imprudencia de telefonear a casa de Silverio para darle una cita por teléfono cuando la línea había sido intervenida por la policía, cayó el responsable de organización de Madrid, Eduardo Sánchez Biedma. Sometido a tortura en la DGS y paseado por las calles para identificar a otros militantes, se arrojó al Metro el 15 de octubre en la estación de Antón Martín. Para entonces ya le habían arrancado durante alguna sesión de hábil interrogatorio la dirección de una estafeta en la que se detuvo a un tal Gerardo («el Chato») que, a su vez, entregó el aparato de propaganda, las multicopistas, las imprentas, el archivo con más de cincuenta biografías y a todos los camaradas que conocía, entre ellos Eduardo Huertas, Agustín Zoroa y Lucas Nuño[568].
Aunque en los documentos sobre la caída de Zoroa apareciese como Gerardo, en realidad se llamaba Manuel Rodríguez Antonio. Era el continuador —y no el último, precisamente— de una saga de soplones que compartieron el apodo de «el Chato», como si el alias imprimiese carácter. Tras la entrega de la dirección de Zoroa, siguió levantando presas para la Brigada Político-Social. Denunció a la potente célula de la fábrica Standard y se paseó en taxi con los agentes a la caza de militantes —así fueron reconocidos y detenidos Juan Molina y Miguel Hernández Leal, recién llegados de Francia—. Cayeron la imprenta de Barcelona, las emisoras de radio para la comunicación con Francia albergadas en una casa de Canillejas y fueron detenidos significados militantes como el representante del partido en la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas (ANFD), Casimiro Gómez de Miguel («Roca») y las dos Pilares, hermanas de Fernando Claudín y Trifón Medrano. Por último, en el mes de enero, remató la faena emprendiendo un tour para hacer caer a las direcciones regionales de Valencia y Galicia[569]. Debió obtener la recompensa a sus servicios: «Se le ve muy bien vestido y gordo y con mucho dinero»[570]. A toro pasado, algún responsable acudió al viejo recurso del se veía venir: «Sobre este canalla ya había por parte del camarada Claudín alguna duda por su forma de ser… Era bastante pedante y manifestaba el haber estado en la URSS y saber más que el resto de los camaradas»[571]. Lo malo es que no se escarmentó con lo sucedido.
Agustín Zoroa y Lucas Nuño fueron juzgados y fusilados el 29 de diciembre de 1947. Entre los detenidos en su expediente y extrañamente liberados con prontitud se encontraba un hombre de la nueva hornada, Antonio Rey Maroño, también apodado «el Chato». Madrileño, de veintinueve años, trabajaba como oficinista en el Banco Hispanoamericano. Ingresó en el partido en diciembre de 1936 procedente de la JSU. Con anterioridad había militado en la Juventud Socialista y en la UGT desde 1932. Trabajó en El Socialista y marchó voluntario al frente. Durante la guerra fue comisario de Batallón. Participó en las operaciones de Buitrago, Las Rozas, Guadalajara, Quijorna, Brunete, Teruel, Lérida, Balaguer y el Ebro. Pasó a Francia el 9 de febrero de 1939, permaneciendo internado en Saint-Cyprien hasta mayo de ese año[572]. Inició luego un periplo por los campos de Barcarés y el hospital de Perpiñán hasta marzo de 1940, en que fue movilizado en una Compañía de Trabajo destinada al departamento de Hérault. Mariano Peña le acusó años después de que, al principio de la guerra «fue uno de los que se perdieron»[573]. Reapareció el 22 de agosto de 1941 para ingresar en los guerrilleros, alcanzando el grado de teniente de la 11.ª Brigada. Encuadrado en esta unidad, participó en la operación del valle de Arán. Posteriormente, hizo el curso de la escuela de Toulouse con muy buenas calificaciones[574]. Peña señaló que era hombre que suscitaba pocas simpatías, «por su carácter altanero y bastante chulesco». Sin embargo, según algunos, le unía una muy antigua amistad con Carrillo[575].
Rey Maroño era el responsable de propaganda de Madrid[576] cuando fue detenido en octubre, en la estación del Mediodía, con un ejemplar de Mundo Obrero que dijo haber recogido del suelo. En ese momento se declaró apolítico y sin antecedentes. Se le abrió sumario por «supuesto delito de actividades clandestinas contrarias al actual régimen». Ingresó en prisión el 25 de octubre pero, contra todo pronóstico, el temible coronel Eymar propuso su puesta en libertad el 19 de diciembre por no encontrar «méritos para su procesamiento»[577]. Según la terminología de la lucha clandestina, Rey Maroño, el tercer «Chato» de la baraja de confidentes que compartieron apodo, el camarada ejemplar, se había dado la vuelta y estaba colaborando con la policía. Después de entregar la organización de Madrid se dispuso a hacer lo propio con el Comité Regional de Levante, a cuyo secretario general conocía personalmente. Este fue detenido en una calle céntrica de Valencia. Fue el comienzo de un siniestro carrusel: al día siguiente cayó el secretario de Organización, entregado por el secretario general, y más tarde el de agitprop, dado por el de Organización[578].
LA CAZA
Caída la dirección integrada por veteranos, la organización quedó en manos de gente mucho más joven. A excepción de José Satué, que era el mayor, Santiago García («Santi», «Vicente» y «Verruga») y Antonio Guardiola, subordinado de Carrillo en el exilio bonaerense, montaron una nueva dirección. Contactaron con la JSU, a cuyo frente se encontraba José Tomás Planas («el Peque») y se formó una troika integrada por este, Guardiola y «Santi», dedicándose Satué a la reconstrucción de la UGT.
José Satué Malo se había afiliado a la UGT en 1928, donde llegó a ser secretario de la Unión de Radiotelegrafistas, y al PCE en 1936. En 1939 pasó a Francia e hizo el peregrinaje de los campos de concentración. Salió para México, donde fue miembro de la Comisión Técnica de ayuda a los exiliados republicanos en representación del Partido Comunista[579] y colaboró con la corriente ugetista encabezada por Ramón González Peña. En septiembre de 1946, regresó a Francia y entró en el país a finales de octubre con nombre falso y un maletín con 100 000 pesetas[580].
Santiago García, de veinticuatro años, se afilió a UGT en febrero de 1937 y se alistó voluntario con quince años, siendo destinado a artillería. Participó en los combates de Belchite, en la retirada de Aragón, en Balaguer (Lérida) en mayo de 1938, y en la operación del Ebro. Salió de España el 2 de febrero de 1939. Bajo la ocupación alemana fue destinado a compañías de trabajo. Estuvo en los campos de Vernet, Argelès y Gurs, no teniendo actividad política durante este período. Cuando estalló la guerra contra la URSS, fue llevado a la zona ocupada para participar en la construcción de una base de submarinos. Se escapó en septiembre de 1941 y se fue a Compiègne. Reconocido, fue preso y enviado a una cárcel disciplinaria hasta el mes de diciembre. A su salida fue destinado de nuevo a la base, donde permaneció hasta marzo de 1942. Saboteó un tractor echando arena en el depósito y huyó a un pueblo donde encontró a españoles de la CNT encuadrados en Unión Nacional. En Rennes, un miembro del PCE le propuso entrar en un grupo de acción. Su misión consistiría en sacar dinamita de las obras y llevarla a los del bosque. En 1944, en los prolegómenos del desembarco y durante su ejecución, fue encargado de avisar al maquis de la montaña de la salida de las columnas de alemanes de refuerzo para algún sector. Tomó parte en la liberación de Nantes y participó en la operación del valle de Arán[581].
José Tomás Planas («el Peque»), secretario del Comité Nacional de la JSU, de veinticinco años, ingresó en el partido en septiembre de 1938. Natural de Altorricón (Huesca), procedía de una familia campesina muy modesta y su vinculación política fue muy temprana, pues comenzó a militar en los pioneros en 1932, con once años. A los quince, intervino en representación de esta organización en tres mítines de la campaña de febrero de 1936. En un congreso nacional celebrado en Barcelona en noviembre de 1936 fue nombrado miembro del Comité Nacional de Pioneros de Cataluña. En octubre de 1937, aprovechando que tenía un amigo en el Estado Mayor de la XIII Brigada Internacional, consiguió ingresar como voluntario en ella. Teniendo en cuenta su excesiva juventud, fue incorporado a la sección de propaganda del comisariado y poco tiempo después se le responsabilizó del trabajo de la JSU en la Brigada. Cuando las Brigadas Internacionales fueron desmovilizadas, ocupó la secretaría de Organización de la JSU de la 35.ª y la 56.ª División. Salió del país el 9 de febrero de 1939, fue internado en el campo de Argelès. Pasó por Gurs y acabó en la 147.ª Compañía de Trabajadores Extranjeros. En febrero de 1941 marchó a Perpiñán con documentación falsa y contactó con el partido, dirigido por un tal Peydró. A los pocos días, fue detenido Peydró. Enlazó entonces con el responsable del Rosellón, apellidado Hermosa, con el que pasó a formar parte de la dirección departamental. Por enfermedad de Hermosa, ocupó la secretaría general de la JSU. El coronel Aguado le cita en dos ocasiones, ambas como comisario político e instructor de la JSU en la 26.ª Brigada de Perpiñán (Pirineos Orientales)[582].
A principios de 1944, Tomás Planas fue responsabilizado por la comisión en Francia de la JSU del servicio en un sector del aparato de pasos, el que controlaba Manuel Castro Rodríguez, teniente coronel, antiguo comisario del 5.º Regimiento y jefe de la 26.ª Agrupación Guerrillera. Para encubrirlo, organizó un chantier forestal como punto de apoyo «que servía de guarida a los camaradas que escapaban de cárceles y de los alemanes, así como punto de apoyo de los camaradas que pasaban a España». Es decir, controló un lugar que proporcionaba información vital sobre el paso de frontera. Tenía nueve guías bajo sus órdenes. La ruta clandestina en su demarcación partía de tres lugares distintos de Toulouse: el Hotel Ruta de España, donde «no se hacía ficha ni nombre»; del Hospital Varsovia o del Hotel de la calle Gran Bretaña. A veces, los viajeros eran despedidos por lo más eminente de la dirección. A Eduardo Huertas fueron a desearle buen viaje Francisco Antón, Fernando Claudín y Julián Grimau. El comité de despedida del propio Tomás estuvo formado por Claudín, Ignacio Gallego y Amaya Ibárruri. Desde Toulouse, los enviados al interior eran transportados en camioneta hasta la masía de María Duro («la Koljosiana»)[583], lugar franco para el paso de guerrilleros y guías hacia España. Desde allí, mediante guía, se pasaba la frontera camino de Barcelona. Arguyendo que el mantenimiento del aparato de pasos y del chantier era muy costoso, «el Peque» justificó la comisión de varios golpes económicos para financiarlo, con un botín de 133 000 francos y algunas subsistencias. En septiembre de 1944 asumió la secretaría general de la Juventud Combatiente. Ignacio Gallego dijo de él: «Este camarada siente un gran cariño hacia la Juventud y hacia el partido. Siempre ha manifestado un gran deseo de trabajar en España y reúne buenas condiciones para el trabajo clandestino por su firmeza y por su carácter prudente»[584]. Lo decía seguramente con profunda autosatisfacción: ambos constituían el paradigma del nuevo dirigente estalinizado, sin biografía comprometedora, sin tacha de desviacionismo.
Desde finales de 1946 y hasta abril de 1947, Santiago Carrillo tuvo una fluida correspondencia con «Santi» y «el Peque». En su primera misiva, fechada entre diciembre y enero de 1946-1947, ambos informaron de la complicada situación organizativa: los recursos eran muy escasos, los detenidos, numerosos, y las relaciones con otros grupos, inexistentes. A consecuencia de las caídas, se señaló a Carrillo que la única dirección segura a la que debía remitir toda la correspondencia era «la de los chavales», es decir, José Tomás Planas («el Peque») y Luis González Sánchez («Carlos» y «el Rubio»). Ambos se convirtieron en la estafeta privilegiada para los mensajes de la dirección residente en Francia.
La persistencia de restos de quiñonismo y monzonismo entre los cuadros veteranos exigía la promoción de nuevos camaradas. «El Rubio» fue uno de los cooptados. Luis González Sánchez, de veinticuatro años, madrileño, estudiante de comercio, tenía la biografía prototípica del cuadro medio del estalinismo maduro. Todos sus carnés tenían fecha posterior al 18 de julio de 1936. Empezó a militar en la FUE en agosto, en la JSU en octubre y en el PC desde 1938. Sus actividades en el partido se correspondieron con su perfil de dirigente juvenil de origen pequeñoburgués, familia republicana y católica y cierta formación intelectual: secretario de Organización del círculo estudiantil Lenin en Madrid, secretario general y de Organización del sector Oeste de la JSU de la capital, profesor de la escuela de cuadros de la Juventud en el ejército, instructor del movimiento Alerta en la escuela n.º 31 de Madrid, secretario general juvenil en la 14.ª Brigada de la 44.ª División. Pasó la frontera el 9 de febrero de 1939, transitó por los campos (Saint-Cyprien, Barcarés, Argelès), por las compañías de trabajo y los chantiers, perdiendo y recuperando los enlaces hasta que ingresó en guerrilleros en enero de 1944.
Para Mariano Peña y Alberto Quesada, presos en Burgos a finales de los cuarenta, fue una sorpresa saber que Luis González estaba en España representando a la Comisión Nacional de la JSU. Peña recordaba a González, compañero de estudios en la Escuela de Comercio, como un esquirol en todas las huelgas organizadas por la FUE. También que fue otro de aquellos con los que se perdió contacto cuando los alemanes ocuparon Francia. Sin embargo, su autobiografía para la comisión de cuadros venía avalada por dos notas favorables. La primera decía: «Tiene experiencia de trabajo ilegal y podría ser utilizado por la Juventud en el país». Otra, a mano: «Muy bien en el curso. Puede ser un poco niño listo, pero es bueno»[585]. Cuando se volvió a tener noticia de él en 1942 se supo que se había incorporado a la Armée Secrète (AS) de De Gaulle y que fue repescado por López Tovar para colocarle al mando de un grupo de maquis españoles. Mientras tanto, había estado viviendo con una francesa en un departamento cercano a la línea de demarcación y luego en la granja de unas polacas, madre e hija, manteniendo relaciones con esta última[586]. A ese carácter seductor contribuía, sin duda, un aspecto físico como el que evocaba Consuelo Peón. Esta veterana militante había caído presa en 1940 por formar parte del Comité Provincial de Asturias. Condenada a muerte y conmutada su pena por la de treinta años, cumplió condena en Ventas y Segovia hasta el 1 de marzo de 1946. A su salida, se incorporó por orden del partido al trabajo en la JSU en Madrid. Se encargó de organizar la Unión de Muchachas (UdM) para ayudar al mantenimiento de la moral de los presos mediante el madrinazgo por correspondencia. Allí conoció a los recién llegados:
Conocí a Luis y a Carlos (no sé cuáles son sus verdaderos nombres)[587], que según me enteré más tarde habían venido de Francia a organizar el partido y la JSU. Eran, Carlos [«el Rubio»] de mediana estatura, muy rubio y pelo algo rizado, siempre llevaba gafas ahumadas y Luis [Tomás «el Peque»] algo más bajo, pelo rizado y castaño, tez más bien morena, cara muy menuda y unos ojos oscuros muy vivarachos. Luis parecía que se movía mucho y tenía entusiasmados a los que le conocían. Decían que si hubiera unos cuantos como él, todo marcharía sobre ruedas. Era, según ellos, muy inteligente y de una actividad asombrosa[588].
El estilo untuoso y condescendiente no funcionaba con mujeres como Consuelo —«[Luis] me dijo, como siempre, frases de halago que a mí me sabían a cuerno quemado»—, más preocupadas por la marcha eficaz de la organización que por los requiebros: «Las cosas no marchaban. Yo observaba mucha desorganización, no hacían más que mover gente nueva y vengan citas y más citas, pero no se concretaba nada».
En contraste con la carencia de trabajo práctico, más allá de la edición rutinaria de Mundo Obrero y Juventud, «El Rubio» desbordaba de un activismo grandilocuente y con unos planteamientos temerarios. En una reunión del sector Norte de la Juventud, en octubre de 1946, propuso el despliegue de una campaña de sabotajes y colocación de bombas. «La JSU estaba organizando unos grupos de acción, el del sector Norte era bastante numeroso y tenía muchos deseos de actuar. Por eso mis compañeros de sector —relataba Consuelo Peón— se pusieron contentos con las orientaciones de “Carlos”»[589]. Se organizó una denominada «Brigada Eugenio Mesón», en homenaje al responsable de la Juventud madrileña preso tras el golpe de Casado y fusilado en 1941. Las operaciones consistieron en la colocación de petardos y en atentados contra algunos guardias civiles para recuperación de armamento. Una de las misiones encomendadas a la División fue el ajusticiamiento de traidores, pero «jamás se logró ninguna operación en este sentido, siempre había fallas, faltaba alguna cosa y se fracasaba». Maruja de Diego, de la Unión de Muchachas, y «el Rubio» pidieron a la organización de cárceles nombres y domicilios de funcionarios de prisiones para eliminarlos. La información, qué casualidad, cayó en manos de la policía.
La calidad de los integrantes de la Brigada era muy desigual. Se reclutaron guerrilleros a espaldas del partido e incluso contra su criterio, como en el caso de la propia compañera de Mesón, Juana Doña, que se encontraba separada de la organización desde 1941. La acción más destacada de la Brigada Mesón fue la colocación de un petardo en la embajada argentina, que acarreó la detención de Juana y su condena a muerte, luego permutada por treinta años de prisión.
«El Peque» convenció al resto de la dirección de que dejaran en sus manos el control del aparato guerrillero para enmendar el deficiente trabajo de sus responsables, Barahona y Pedro Sanz Padres («Paco el Catalán»). Y a fe que lo enmendó: Barahona fue el primero en caer detenido, seguido de «el Catalán», jefe de la Federación de Agrupaciones Centro, y los también guerrilleros Núñez, Pablo y Bueno (el jefe de la Agrupación de Gredos). Todos ellos fueron fusilados el 19 de abril de 1947 en el penal de Ocaña. En la operación cayeron muertos Juan Sanz Pascual, jefe de la Agrupación de Madrid, y Agustín Díaz Rebollos, que se suicidó antes de caer en manos del enemigo. Las detenciones se extendieron a Levante:
Recibimos hace unos días un viajante de Valencia que nos informó de la sucursal de allí, encontrándose enfermos [fusilados] el 1, 2 y 3 [la dirección del Comité Regional], solo queda el 4; al amigo Deli [Juan Delicado] no le ha pasado nada, continúa allí[590]; también ha caído enfermo el 1 del monte [Vicente Galarza, «Andrés»]… El 2 en su enfermedad ha delirado [confesado] bastante y también hay agentes de otras plazas en paro [detenidos], aún no sabemos la cuantía pero los datos que se tienen señalan bastantes parados en Alicante, Murcia, Albacete, Castellón, Teruel, etc[591].
Como único tanto a favor, «el Peque» y «Santi» anunciaron a Carrillo que se estaba regularizando a diez días la aparición de Mundo Obrero, y que se preparaba la de Nuestra Bandera. Pero, para ello, se precisaba dinero. La situación en ese sentido era tremendamente precaria y se prestaba a todo tipo de tráficos sospechosos. Según informaban, habían conseguido un contacto en un banco que se hacía responsable de la entrega de 18 300 pesetas a cambio de que el partido depositase en un banco de París 200 000 francos, donde este sujeto iría a recogerlos personalmente. Terminaban haciendo hincapié sobre la peligrosa situación en que se encontraba Santiago García, al que la policía ya había puesto cara merced a unas fotos imprudentemente tomadas en la calle, a la moda de la época. Era una sugerencia para que, como en los casos de Antonio Guardiola y Luis Delage, «Santi» saliese para Francia dejando la organización en manos del «Peque», no identificado por la policía[592].
Carrillo respondió en abril, animándoles: «Estamos muy satisfechos de vuestro comportamiento, haciendo frente a la difícil situación». Accedió a que «Santi» partiese inmediatamente para Francia con la misión de informar sobre el trabajo en el interior «con el máximo detalle posible» y le exhortaba a traer consigo «ejemplos de todos los materiales editados que poseáis… Estamos deseosos de ver la edición que habéis hecho, aunque por la forma en que nos respondéis sacamos la impresión de que no podréis hacer mucha cantidad». Les instó a remitir información detallada sobre la caída de Zoroa, ya que «solo un estudio profundo de dicho golpe puede permitirnos asegurar sólidamente el trabajo de la familia y deducir si aún puede quedar mala hierba entre nosotros». Mandó a ambos un fuerte abrazo de Dolores y del resto de la dirección[593].
Casi a vuelta de correo, «El Peque» y «Santi» acusaron recibo del dinero recibido —«veinte cuadros de mil que nos han venido muy bien»— y anunciaron acciones para el 14 de abril y el 1.º de mayo[594]. Con disciplina bolchevique, Santiago García elaboró el extenso informe que Carrillo le había solicitado[595]. Tras el inicial análisis estereotipado sobre la situación del régimen, siempre considerado en estado de avanzada descomposición y necesitado de compensar su debilidad con la intensificación de la represión, pasó a describir la extrema debilidad del partido tras los golpes policiales del invierno. Tras la caída de Zoroa, todo quedó desarticulado y en muy malas condiciones, siendo una de las principales preocupaciones de la nueva dirección impedir que decayera la moral de los camaradas. En provincias, la situación era verdaderamente catastrófica. En Toledo y Ciudad Real, el partido había quedado casi totalmente liquidado. Ello, unido a las caídas en Zamora, y Salamanca, conducía a valorar que el partido en la región Centro había dejado de existir. De las guerrillas, mejor no hablar: «Sabíamos que se trabajaba muy mal, que se desoían las orientaciones del partido, que estaban muy localizados… Cuando el enemigo creyó oportuno, en 24 horas se comió [las Agrupaciones] de Madrid y de Gredos y la mayoría de puntos de apoyo». Otro tanto ocurrió con la dirección de la Agrupación de Ciudad Real. Solo quedaban restos de la Agrupación de Cáceres y de Ciudad Real, a las que se pretendía unificar, no sin dificultades, en los montes de Toledo.
Lo único que funcionaba bien era el trabajo de la JSU, donde había lucido extraordinariamente el trabajo del «Peque» y del «Rubio». Tenían organizados siete sectores con un total de más de cuatrocientos militantes, habían penetrado en clubes de fútbol y fábricas y planeaban un trabajo conjunto con UGT para celebrar el 14 de abril y el 1.º de mayo. Habían logrado la salida normal de su órgano, Juventud, que además había mejorado mucho de contenido. Se marchaba hacia la consolidación de la Comisión Nacional de la Unión de Muchachas (UdM), bajo la dirección de Pilar Medrano[596] y Consuelo Peón. El 20 de enero de 1947, Consuelo y «el Peque» se reunieron para tratar de la marcha de la UdM. Ella le comunicó que estaban a punto de sacar su propio periódico. Cuando finalizó la cita, él la acompañó hasta la boca del Metro, donde se despidieron:
Él me conocía por el nombre de «Juanita». No hicimos más que despedirnos, yo iba a empezar a bajar la escalera del Metro y entre el murmullo de la gente y los autos y tranvías que pasaban sentí a mi espalda una voz: «Consuelo», dijo alguien. Me volví rápidamente y sorprendí a [«el Peque»] mirándome unos pasos más allá. Al volverme yo, él dio también una vuelta rápida y se marchó. Bajé al Metro muy preocupada. No volví a verle. A los tres días caí en poder de la policía[597].
Una vez se deshizo de Guardiola y «Santi», que pasaron a Francia, «el Peque» asumió la responsabilidad del aparato de propaganda, las cárceles y la Juventud, mientras otros dos camaradas recién llegados llevarían el aparato militar, guerrilleros, la estafeta con el Buró Político, los aparatos de Madrid y provincia y los intelectuales. El más significado de ellos era Manuel Benítez Rufo, antiguo integrante —como Tomás Planas— del comité de la JSU de la zona pirenaica francesa durante la resistencia antinazi[598]. José Satué quedó a cargo del trabajo sindical.
Comenzó la campaña de preparación del 14 de abril. Se editó propaganda y se fantaseó con una huelga general. Pero lo que se desencadenó fue la catástrofe. Todavía estaba «Santi» en España, acabando su prolijo informe a la dirección, cuando tuvo oportunidad de narrar los inicios de la operación en riguroso directo:
Última caída:… Un terrible golpe de la policía nos crea una situación bien difícil y que puede ser terriblemente fatal para el presente y el porvenir del partido. Cuando os hacemos ese informe estamos en pleno fuego de la caída, acosados por todas partes, cortando fuegos, tomando medidas y no os podemos decir su final… La caída, de lo que estamos seguros pero por deducciones, ha empezado por el sector n.º 2, Sur… A estas horas sabemos que ha caído toda la dirección de ese sector y con ella ha caído o va a caer todo o la mayoría del partido en el sector… De retoque ha caído el camarada «Carlos» [Luis González, «el Rubio»] que actualmente era secretario de propaganda de esta dirección y así han caído o pueden caer el resto de sectores y demás cosas… Yo [Santiago García], como sabéis, estoy totalmente achicharrado… El Chaval [«el Peque»] que ya estaba bastante quemado y que de esta ha quedado totalmente inutilizado y tan quemado como yo mismo. Pepe [Satué] que también va a quedar bien mal y que tenemos que tomar serias medidas con él. Esto, además, cuando la policía se va a lanzar como lobos contra nosotros… Como veréis la situación en bien difícil y además de las medidas que nosotros podamos tomar si nos dejan con vida, necesitamos vuestro concurso urgente para salvar la situación. Hay que mandar urgentemente cuadros que puedan coger esto y levantarlo ya que la situación de los que quedamos aquí es peligrosa. Cortar la estafeta de la Juventud, solamente mantener la establecida con «Chaval» y solamente los miércoles… Mandar dinero que nos hemos quedado listos otra vez, más aún si no podemos recoger una cantidad que está en peligro… Perdonar faltas porque informe está hecho corriendo[599].
Para entonces, estaba claro que la infiltración en la estructura del partido alcanzaba a sus niveles más altos. La policía hizo el paripé de detener al «Rubio», miembro de la troika de la Comisión Nacional del JSU. Dos agentes de la Brigada Político-Social le «sorprendieron» el día 21 en la plaza de la Ópera, portando un par de ejemplares de Mundo Obrero conmemorativos del 14 de abril confeccionados a imprenta. Conducido a la DGS, declaró que había encontrado los periódicos tirados en la puerta de un cine y que se disponía a entregarlos a la policía. Interrogado por sus antecedentes, dijo que, por su edad, había pasado la guerra en la retaguardia sin prestar servicio en el ejército republicano ni pertenecer a organización política alguna. Concluyó señalando que, desde 1939, había permanecido en España ganándose la vida con la impartición de clases particulares.
La prueba de que todo era un montaje se deduce de lo que ocurrió a continuación. Se le abrió procedimiento «por actividades contrarias al régimen actual», del que se encargó, como era habitual, el coronel Enrique Eymar. Pues bien, contra lo que solía suceder en la inmensa mayoría de los casos, el tigre se comportó como un gatito. El 17 de mayo elevó propuesta de libertad provisional «con urgencia» dado que no había constancia de antecedentes desfavorables y que el detenido era políticamente indiferente. Eymar mentía a sabiendas, porque, entre los propios papeles del procedimiento, se encuentra un informe de la DGS, fechado el 12 julio de 1948, en el que se afirma que estaba constatado el paso del «Rubio» a Francia en 1939 y su permanencia en el país vecino hasta que efectuó su regreso clandestino en 1946. En el Archivo Central, se concluía, figuraba documentación que acreditaba su condición de refugiado. Pero, como se sabe, la alegría por el pecador que se arrepiente obra milagros: doce días después de ser solicitada su libertad, Luis González Sánchez salió a la calle para hacer todo el daño posible. Sacó a cambio un certificado de penales absolutamente limpio —sellado el 24 de junio de 1948—, un aval de inmejorable conducta por parte de la Guardia Civil y el sobreseimiento total de la causa[600]. Lo preciso para convertirse en miembro de la policía y perseguidor de sus antiguos camaradas.
«El Rubio» entregó a todos sus colaboradores. Fueron detenidos veintitrés jóvenes de Alcalá de Henares, acusados de la voladura del polvorín de la ciudad. La explosión causó veintiséis víctimas y, aunque la comisión técnica del Ministerio de la Guerra dictaminó que la explosión «no estaba determinada por ningún sabotaje», el fiscal pidió la muerte para doce de ellos. La confesión fue extraída bajo torturas y simulacros de ejecución. Al final, a cuatro se les conmutó la pena y los ocho restantes fueron fusilados en Ocaña en 1948[601].
El partido, a través de Satué, había buscado una imprenta y un nuevo tipógrafo para mejorar la distribución de Mundo Obrero. Los resultados fueron, aparentemente, muy satisfactorios: el periódico salió puntualmente el 14 de abril y se preparaba un número extraordinario para el 1.º de mayo. Lo que no sabían en el partido era que la imprenta ya había sido suya: se trataba de una Boston de pedal incautada por la policía tras la caída de Zoroa. Se la vendió un tal Asensio, que aprovechó para recomendar a un tipógrafo, «buen camarada» y de confianza, que después de trabajar con Satué tres semanas —según Silverio Ruiz, dos meses— resultó ser el jefe de la Brigada Político-Social de Madrid, Roberto Conesa. Durante ese tiempo, Satué fue seguido por un nutrido aparato de policía, siendo detenidos después de las citas todos cuando se entrevistaban con él. Al final, tanto Satué como su mujer, Lucía Barón, corrieron la misma suerte. Cayó toda la dirección de la Comisión Ejecutiva de la UGT. El truco de la imprenta vendida resultó tan bien que «la misma máquina fue ofrecida a un sector y no picaron debido a nuestro aviso [desde prisión]»[602]. Otro de los hermanos Conesa, que trabajaba en el aparato de cárceles, ayudó a detener a todos sus componentes[603]. Los Conesa y otros colegas de la Brigada Político-Social cumplieron durante tiempo su misión con deletérea eficacia. Según denunciaba pocos años después un informe del aparato de cárceles,
no ha sido una sola vez la que Conesa ha recogido a camaradas venidos de Francia… en una cita en el parque del Retiro, cita que había sido establecida por la policía en la estafeta con el enlace [pasado] al servicio de la policía. Esto ocurrió en el verano de 1947. Destaca también en este orden el contacto personal que establece Conesa con el propio Satué. Castellanos, otro policía de la misma Brigada, establece contacto con la dirección provincial del partido en Coruña y asiste a una reunión con dicho Comité Provincial, lo que no impide que utilice el mismo método más tarde con el Provincial de Zaragoza dándole los mismos resultados que en el anterior: asestar un duro golpe al partido. Morales, otro policía de la Social que entabla contacto con el partido en Extremadura, llegando a ser el secretario general. Por otra parte tenemos la actuación de «El Chato», Gilabert, Luis González «El Rubio», Laureano González Suárez «Trilita» y algunos otros[604].
A raíz de las delaciones del «Rubio», la organización de la JSU se deshizo como un azucarillo. El 21 de abril cayó Manuel Benítez Rufo, identificado como secretario general. Esa misma noche detuvieron a los encargados de la imprenta. Al día siguiente le tocó el turno a María Luisa Antón («Tania»), responsable de distribución de Juventud. Luis González preparó una entrevista por mediación de su novia con «el Peque» en la DGS. El 1 de mayo se vio entrar a Tomás Planas en Gobernación. Según la comisión de depuración de la cárcel de Burgos, fue en ese momento cuando se desfondó y se dio la vuelta. Aunque tampoco sería extraño que su traición datara de antes. Su familia, que se había refugiado inicialmente en Francia, había sido expulsada a España por los alemanes. El padre, comunista desde 1931, fue condenado a tres años en la cárcel y se le liberó por enfermedad. ¿Se convirtió «el Peque» en un confidente a cambio de la liberación de su padre? No sería descabellado pensar que hubiera llegado a un trato con la 2.ª Bis. Las autoridades penitenciarias franquistas no se caracterizaban por conmoverse ante la situación de los presos enfermos. A lo sumo, los remitían a establecimientos específicos, como el penal antituberculoso de Cuéllar (Segovia), que eran morideros en diferido. Lo que es constatable es la suerte aciaga que, desde entonces, habían tenido casi todos los comunistas que se cruzaron en el camino del «Peque». Fuera como fuese, lo cierto es que desde ese momento, los golpes policíacos se redoblaron. El 9 de junio cayeron otros dos camaradas entregados por Tomás en el curso de una cita, entre ellos, Mesa, el número dos de la organización del partido en ese momento. El 15 de septiembre se detuvo al nuevo responsable nacional de la JSU. Las caídas se sucedían en interminable cascada: el secretario de organización del Comité Regional, Escribano; el secretario general del Provincial, Parra; y la dirección de la Unión de Intelectuales Libres. Quedaron al descubierto las estafetas de Andalucía y de Francia, lo que reveló a la policía los pasos empleados por el partido, con fatales consecuencias. En el mes de octubre, llegaron a Madrid Luis de las Heras —en una enésima tentativa de cubrir la vacante de Zoroa— y el veterano guía Julio Álvarez Claro («Pradal»), que fue inmediatamente detenido al ser localizado el mismo día de su llegada por «el Peque»[605].
El 22 de octubre, la mujer de Manuel Benítez Rufo, alertó a Fernando Claudín con el reenvío de una carta remitida por su marido:
De Tomás Plana te digo que me quiere muy mal, igual a toda la familia; con decirte que ha hecho cosas muy malas ¡Qué vergüenza cuando se tenga que ver con la abuela [Dolores Ibárruri] o con su primo Ignacio [Gallego]!… Sus cosas no las olvidaremos nunca, porque ha hecho como el que lo da todo aunque no sea suyo, y además todos sus negocios, que iban muy bien, los ha entregado a un tipo repugnante, que no levantarán cabeza hasta que su familia no se convenza y lo mande a hacer gárgaras, porque es que todo lo que le manden lo entrega y lo echa a perder[606].
La causa contra «el Peque»[607] guarda muchas similitudes con la de Rey Maroño. Compareció junto a Julia Landeta, la mujer que cuidaba de un piso franco del partido, y su hija Antonia, con la que mantenía relaciones. El agente al mando del servicio fue Roberto Conesa. Julia Landeta, de cuarenta y ocho años, viuda, natural de Guecho, trabajaba como doméstica para un tal Medina/Vicente/«el Verruga», en realidad Santiago García («Santi»). Cuidaba del piso de la calle Andrés Mellado, 61, donde se ocultaban los activistas y se almacenaba propaganda. Cuando «Santi» marchó a Francia el 18 de mayo para informar al Buró Político, la policía dispuso el allanamiento del piso. El coronel Eymar propuso la puesta en libertad de Tomás Planas el 21 de julio. Su causa fue sobreseída el 7 de agosto de 1948.
El que había sido hombre de confianza de Carrillo se erigió en una especie de Pimpinela Escarlata del que desde entonces se sospechó que estaba detrás de todas las caídas de organizaciones del partido[608]. Se le hizo responsable de las detenciones del Comité Regional de Valencia, aunque del cotejo de las causas depositadas en el Archivo Militar se desprende que el Tomás que aparece como desencadenante en ellas no podía ser el mismo personaje. Según la requisitoria conminando a su entrega so pena de ser declarado en rebeldía, emitida por un juzgado militar especial de la Capitanía General de la 3.ª Región Militar el 23 de febrero de 1948, el Tomás reclamado era un sujeto distinto al descrito por Consuelo Peón: «de unos treinta y dos a treinta y cinco años de edad, de estatura regular, más bien bajo, pelo castaño, liso, peinado hacia atrás, usa gafas pocas dioptrías»[609]. Según Sixto Agudo («Blanco»), uno de estos «Tomás» fue sacado de España por la policía y enviado a América a comienzos de los años cincuenta. Otros obtuvieron su recompensa: Maruja de Diego, de la troika de la Unión de Muchachas y mano derecha de «el Rubio» se encargó durante unos meses del mantenimiento del enlace entre la Comisión Nacional de la Juventud y las cárceles. Cuando fue a juicio, fue condenada solo a un año y salió en libertad. En 1950 residía en Madrid y regentaba un estanco[610].
PALOS DE CIEGO
A últimos de mayo había caído toda la organización. A las cárceles iban llegando oleadas de militantes en cuyas versiones de la debacle había un denominador común: todos venían diciendo que «el Rubio» y «el Peque» habían resultado ser confidentes de la policía y habían entregado toda la organización. A los dos traidores les salió todo tan redondo, que estuvieron bastante tiempo regocijándose de su éxito: en abril del año siguiente, algunas presas de la cárcel de Ventas elevaron una dura crítica contra una de las internas, Carmen Sierra, porque «la habían visto en el locutorio comunicando con el traidor Carlos, “el Rubio”». Ella explicó que no era cierto, que lo ocurrido era que tenía amistad de toda la vida con la familia de Carmen Tapia, una simpatizante del partido presa por pertenecer a la Unión de Intelectuales Libres, que «el Rubio» era novio de una hermana «y que un domingo que vinieron a comunicar, Carlos venía acompañando a su novia y en el locutorio él se había quedado justo a la puerta y no se había acercado a la comunicación para nada»[611]. El comité de Burgos ratificó esta versión: «Damos como dato que la novia de Carlos vive en Zurbano. Él va mucho por la prisión de Ventas, los domingos por la mañana»[612]. Era una llamada de atención para que alguien le ajustara las cuentas, sin que fuera respondida.
Las consecuencias de la infiltración al más alto nivel fueron demoledoras. Entre octubre de 1946 y enero de 1947 hubo más de dos mil detenidos[613]. Una relación nominal elaborada entre 1946 y 1948 detalló los nombres y las peticiones de pena de cuatrocientos cuarenta y tres de ellos. Las condenas solicitadas, en el caso de los que se especifican, incluyeron cuarenta y seis penas de muerte, catorce a treinta años, treinta y seis a más de quince años, treinta y uno a entre diez y catorce años, dieciocho a entre cinco y nueve años y cuarenta inferiores a cinco años de cárcel. El período de condena acumulado ascendió a 1744 años de prisión[614]. La organización fue deshecha y solo quedaron grupos aislados y dirigidos por camaradas inexpertos. Años después, ya en la cárcel, un responsable del comité del sector Sur de Valencia recordó que fue incorporado a la organización del partido «en la calle, a través de un amigo de antes de la guerra y al que no había visto durante ella, [y] paso a formar parte de un comité de radio y pocos días después al sector». Otro relató que, al salir por primera vez de prisión, le hicieron miembro de un comité de sector: «Hice constar que no sabía nada y que me parecía por ello una barbaridad el cargo que me daban». Aplicando el principio del caldo y las dos tazas, a los pocos días fue incorporado al Comité Regional como secretario de propaganda[615].
Los pocos cuadros que lograron escapar desaparecieron de Madrid y resultó imposible localizar a ninguno que pudiese formar una nueva dirección. Quienes ya estaban en prisión desde antes de la catástrofe se dieron cuenta de su letal alcance: «Después de esta tremenda redada no hemos tenido en Ventas ningún contacto ni material ni ninguna otra manifestación de trabajo y organización del partido en Madrid»[616]. La sospecha se instaló entre los supervivientes: «La policía, a través de sus confidentes, se infiltró en el partido y aún hoy… creemos que algunos grupos aislados están dirigidos por la provocación». En la cárcel se constituyó una comisión que, después de estudiar lo ocurrido, acordó «reorganizar Madrid desde la prisión y asumir nosotros la dirección del partido en tanto pudiésemos formar una nueva y desconocida para los confidentes»[617]. Se propuso al penal de Burgos como centro de dirección en el interior para apoyar el trabajo del Comité Central[618]. Los sucesivos informes remitidos por los aparatos de cárceles reconocían la desmoralización como una de las principales causas del arrasamiento de la organización del partido, golpeada por la policía y la infiltración sin apenas armas para defenderse de ambas. La de Burgos apuntaba, al mismo tiempo, posibles soluciones y causas del problema:
Teniendo en cuenta que dadas las dificultades de todo orden nuestras publicaciones no han podido llegar a todas partes y aun llegando no hay otra manera de identificar a los provocadores, solo por el nombre, se nos ocurre que se podrían recoger una serie de datos, bien a través de apuntes, haciéndonos con fotografías, teniendo o creando un fotógrafo callejero, recogiendo las que tuvieron algunos camaradas de elementos provocadores que antes fueron militantes del partido… y todo este material poderlo facilitar a las direcciones del partido, por lo menos a los Comités Regionales y Provinciales como así a los camaradas que vienen [de Francia] hacia acá. Esto, junto a las medidas políticas convenientes, creemos que evitaría esas penetraciones tan altas y que fueran sorprendidos los camaradas que enviáis al [interior]. Estas medidas contribuirían poderosamente a disipar la atmósfera de desconfianza existente entre muchos camaradas, surgida por la persistencia de las caídas por arriba y la comprobación del origen de esas caídas[619].
Dos de los cuatro miembros más prominentes de la dirección del interior habían resultado ser infiltrados y habían llegado hasta lo más alto con el aval de la dirección en Francia, encabezada por Santiago Carrillo. Que esto no había escapado a la valoración de algunos destacados militantes lo demuestra la conversación que la cúpula directiva del partido en el penal de Burgos mantuvo en octubre de 1951, cuando pasaba revista a los errores cometidos en el pasado: «Quesada… critica el haber enviado a Luis González (“el Rubio”), mimado por Santiago o algo así». Y buscaba la explicación en la obediencia reverencial propia de la cultura estaliniana:
Es natural que se tuviera confianza en él, pues quién podría haber informado sobre su comportamiento, uno de ellos soy yo y no lo he hecho; tú, que conoces por mí que desertó cuando la ocupación; y Azcárate, que yo se lo dije cuando me preguntó por él. Si todos hemos callado y no hemos podido hablar, la culpa es nuestra[620].
Si «el Rubio» era «el mimado de Santiago», «el querido Peque» había salido de Perpiñán hacia Barcelona en julio de 1946 despedido por la cúpula del aparato de pasos y de la dirección de la Juventud[621]. Entre todos callaron. Pero la rumorología no cesaba y apuntaba al posible epicentro del problema. Se hizo un estudio de los diferentes expedientes instruidos a partir de 1939, pero especialmente desde que comenzaron a ir camaradas al país enviados por el partido desde Francia. La mayoría no había estado en activo más allá de seis meses antes de caer o ser entregados y, en general, se había detectado entre ellos la presencia de confidentes. La conclusión era tan inquietante que muchos se resistían a expresarla:
No se decía, pero de ello se desprendía con una gran claridad, o al menos después de su lectura se podía llegar fácilmente a preguntarse: ¿No estará en Francia el nido de provocadores que propician todas estas caídas? Y para que no quedase duda de la respuesta a darse se decía: un camarada es entregado por el guía que le traía a Conesa o Morales, no recuerdo bien cuál de los dos, y yo que en el fondo estaba influenciado por esta idea, ayudé a la respuesta dando ya tarde, y cuando ya estaba desenmascarado, los datos que yo conocía de Luis González («el Rubio») y de Antonio Rey [Maroño] («el Chato»)[622].
Consuelo Peón reflejó esta inquietud en su informe, recién llegada a Francia en 1950:
En nuestro afán por buscar las causas hemos llegado a pensar que la traición se salía de las fronteras de España, que también los traidores estaban infiltrados en el partido en el exterior, dada la cantidad de camaradas venidos de Francia que resultaban confidentes o que fallaban a los primeros palos en Gobernación.
Ahora bien, para la cultura militante del activista que había pagado su entrega al partido con la cárcel no cabía la idea de que la provocación estuviese enquistada en el máximo órgano de dirección y buscaba de inmediato los recursos para justificar lo ocurrido: «No quiero decir que nadie dudara de la dirección de nuestro partido en el exilio, al contrario, todas las miradas están puestas en nuestros queridos dirigentes, en nuestra sin igual y muy amada Dolores, con la fe ciega y la seguridad de que de ellos emana la más sabia, inteligente y honrada dirección del glorioso Partido Comunista de España». Lo que sí podía haber ocurrido es que esa dirección hubiese sido engañada o falsamente informada acerca de la verdadera situación de España, de las condiciones en que se desenvolvía el partido y de las verdaderas características de la lucha clandestina. Habían sido muchos años de análisis triunfalistas sobre el desarrollo y la buena marcha del partido mientras que, en realidad, los mejores militantes enviados al interior no habían tenido otro destino que «el piquete de ejecución [o] pudrirse en los penales franquistas». Esta era la causa fundamental de la excesiva cantidad de comunistas que, desmoralizados por la detención y débiles en los interrogatorios policiales, acabaron delatando a otros, aparte de los claramente señalados como confidentes o traidores.
El resultado fue la difusión generalizada de la desconfianza, que tuvo de inmediato sus efectos en la paralización de la actividad militante:
Yo misma tengo que confesar que cuando salí de la cárcel en julio de 1949, atormentada con las dudas y las desconfianzas, salí decidida a tentarme bien la ropa antes de ponerme en contacto con nadie y a decir que no quería saber nada a cualquiera que hubiera venido a buscarme en nombre del partido ante el temor de enlazar con los trotskistas o la policía[623].
Todavía a finales de 1950, los viejos resistentes que llevaban más de una década en los montes asturianos y a los que la dirección en París calificaba como «viejos guerrilleros [que] fueron degenerando transformándose en una especie de bandidos generosos» sin perspectiva ni formación política, se negaron a reconocer «a los que venían de Francia, diciendo que eran gente dudosa y comparándoles con los provocadores que la policía franquista introdujo entre ellos en 1947 y que tan graves daños les causaron»[624]. Viejos militantes de primerísima hora, como Rafael Guisasola, maestro, responsable de la Unión de Intelectuales Libres, carné número 26 del PCE, fue puesto en cuarentena en prisión por discrepar de las versiones oficiales del aparato[625]. Como si de la ley de Davanzati se tratara, la falsa moneda de los fingidos camaradas había acabado sacando de la circulación al oro del partido. Tras los años de plomo, los tiempos sombríos habían llegado para quedarse.