3. Patos y gnomos
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Patos y gnomos
LA PARTICIPACIÓN DEL APARATO DEL PCE en la persecución del trotskismo en México, en donde el fundador del Ejército Rojo se había refugiado en 1938 respondiendo a la oferta de asilo del presidente Cárdenas, merece un capítulo propio. Desde el primer momento, la presencia de Trotski fue rechazada por una campaña de propaganda orquestada por El Popular, el órgano de la Central de Trabajadores de México (CTM). Hubo un primer atentado fallido contra su vida, ejecutado por un grupo encabezado por el pintor David Alfaro Siqueiros, que asaltó la residencia de Coyoacán el 24 de mayo de 1940[158]. Ya por entonces la policía mexicana sospechó de la implicación de españoles en la conspiración, colocando bajo vigilancia especial a Pedro Checa, de quien se decía «que tiene en sus manos todos los hilos de la conspiración y que vive con otro nombre. Se ha tratado de averiguar de dónde ha sacado la policía esta información, pero sin éxito»[159]. En la tarea de implicar a cuantos más dirigentes españoles, mejor, a veces se tiró a boleo y se apuntó mal. Julián Gorkín, con Comín Colomer y Ruiz Ayúcar de palmeros, envolvió en la trama a Santiago Álvarez Gómez y a Pedro Martínez Cartón, antiguo miembro del Buró Político. Montó en torno a ellos una trama folletinesca esmaltada de estancias en «casas de reposo» soviéticas y cursos de capacitación para la comisión de atentados. Según el trío Gorkín-Comín-Ayúcar, Martínez Cartón tenía la capacidad de recorrer el mundo a una velocidad ciertamente asombrosa para las circunstancias de la época, o disfrutaba del don de la bilocalidad: tan pronto parte hacia la URSS el 14 de abril de 1939 en el barco Smolny, junto a «Pasionaria» y la plana mayor del PCE, como llega a México en agosto de ese mismo año para organizar el asesinato de Trotski y volver rápidamente a la Unión Soviética, atravesando todo un hemisferio convulsionado por la guerra mundial. Allí se le encontraría, en octubre de 1941, formando parte de un batallón especial del NKVD fundado por Caridad Mercader y Alexander Orlov, pasando por alto el pequeño detalle de que Orlov hubiera desertado de los servicios soviéticos en junio de 1938… La realidad era mucho más pedestre: Martínez Cartón, exiliado en México, experimentó un proceso paulatino de alejamiento del partido, en buena medida por sentirse preterido y por las malas relaciones que mantenían algunos de sus dirigentes —en particular, los jóvenes— con su mujer, una alemana que había ejercido como instructora de la JSU y a la que motejaron como «Carmen, la Gorda»[160]. Lo que, en todo caso, es cierto es que a la dirección del partido español le preocupaban las posibles relaciones que pudieran entablarse entre Trotski, Prieto y algunos dirigentes anarquistas responsables de la emigración española[161]. Para los soviéticos, la liquidación de Lev Bronstein antes de que la URSS se viera envuelta en un conflicto bélico a gran escala era una prioridad absoluta. Los fantasmas de Nin y el POUM, de los hechos de Barcelona y de la amenaza del quintacolumnismo inquietaron los sueños de Stalin hasta la consumación de su ukase. La comunidad de intereses fraguó tanto en la colaboración española en el atentado de Coyoacán, donde se encontraba la residencia-fortaleza del exiliado ruso, como en las tentativas para extraer de la cárcel a su perpetrador, las denominadas en clave Operaciones Pato y Gnomo.
La conexión española fue decisiva, como reconocería Sudoplatov, en la liquidación del viejo líder bolchevique, gracias a que sobre la red que había perseguido al trotskismo en España se montó el armazón del operativo que consiguió su objetivo el 20 de agosto de 1940. Según Sudoplatov, Stalin y Beria le convocaron a una reunión para ordenarle el asesinato de Trotski en marzo de 1939. Sudoplatov pidió permiso para recurrir en aquella misión a veteranos de las operaciones guerrilleras en la guerra civil española, incorporando a la organización al general Nahum Eitingon («Kotov» y «Tom»), que había ejercido como rezident principal del NKVD en España tras la fuga de Alexander Orlov en julio de 1938[162]. Un primer ataque había tenido lugar el 24 de mayo de 1940, bajo la dirección del pintor muralista David Alfaro Siqueiros. Fue una chapuza compensada por un derroche de espectacularidad. Siqueiros lideró un comando de veinte hombres que penetraron en el recinto ametrallando a mansalva y lanzando bombas incendiarias. Eitingon organizó un operativo mucho más sutil que el de Siqueiros para liquidar a Trotski, recurriendo a la infiltración en su entorno de un supuesto diletante belga llamado Jacques Monard. Solo los comunistas españoles reconocieron en las fotos publicadas por los periódicos tras el asesinato al camarada Ramón Mercader del Río, integrante de la columna que en julio de 1936 había partido de Barcelona para tomar Zaragoza[163]. Según Julián Gorkin, «el primero que identificó al asesino fue Agustín Puértolas, antiguo fotógrafo de prensa en Barcelona y en el frente de Aragón; había tenido ocasión, entonces, de hacer varias fotos de la madre y del hijo, combatiendo en las filas de las milicias comunistas. Otros dos exmilitantes catalanes, Cabré y el dibujante Bartolí, identificaron a su vez al asesino. Sin embargo, nada dijeron, ni a la prensa ni a la policía… Estos amigos catalanes aseguraron que el criminal debía llevar en el antebrazo derecho la cicatriz de una herida recibida en combate. Hice comprobar esta afirmación sin que el hombre se diese cuenta de ello: la cicatriz existía, tal como se me había descrito»[164]. Hubo incluso quien, como Ángel Palerm Vich[165], lo había visto con anterioridad en la capital mexicana, y había sido advertido de que debía olvidarlo:
Un día… caminando, yo creo que fue por la avenida de Juárez, por los cafés y eso, pues me encontré con alguien y me quedé yo convencido de que era Mercader, ¿verdad?, aunque tenía yo un recuerdo no muy… [¿vago?]. Sí. Pero andaba tan bien vestido, con sombrero y todo… que dije: «No, he de estar equivocado». Él, además, no hizo ningún signo de reconocimiento. Pero, al día siguiente, me llamó mi hermano y me dijo: «Te has encontrado con fulano; este… si lo vuelves a encontrar, en donde sea, tú no lo conoces, en absoluto». Eran maneras de escudar a Mercader. Y yo creo que el apresurar —porque yo esperaba pronto o tarde que me mandaran para España, ¿verdad?—, pero el hacerlo de una manera tan súbita, yo creo que fue un poco por sacarme de en medio, porque había reconocido a Mercader… Y me mandaron para Estados Unidos[166].
Los centros de espionaje soviético en los distintos países dependían del Departamento del Extranjero (INO, según las iniciales rusas) del Comisariado del Pueblo para la Seguridad del Estado (NKGB). El INO estaba dirigido por el teniente general Pavel Mijailovich «Fitin», bajo las órdenes de Laurenti Beria. Las directrices para las distintas rezidenturas partían de Moscú, mediante comunicaciones cifradas por radio y, una vez recibidas en su destino, eran transmitidas por los responsables —rezidents— a los agentes de enlace encargados de hacerlas llegar a la red de informadores e «ilegales» (agentes que actuaban al margen de la cobertura diplomática y con identidad falsa en operaciones de penetración en los servicios occidentales o ejecución de acciones contra enemigos del estado Soviético) que actuaban en el país. La rezidentura mexicana tenía una importancia de primer orden para los servicios soviéticos: su radio de acción no solo abarcaba Centroamérica, sino que, en conexión con la de Nueva York, reclutaba agentes en Estados Unidos o les facilitaba el ingreso en ese país. Esta red se revelaría de vital trascendencia cuando, a partir de ella, se contactase con científicos poseedores del secreto del arma nuclear[167].
Tras la eliminación de Trotski, los servicios especiales soviéticos en el extranjero —rebautizados con las siglas NKGB— pergeñaron el intento de rescate de Ramón Mercader, preso en la penitenciaría de Lecumberri. Se conoce todo lo relativo a esta operación gracias a la desclasificación del conjunto de archivos del FBI conocidos con el nombre clave de «Venona», que contienen los mensajes soviéticos descodificados por la inteligencia norteamericana entre 1940 y 1948. En particular, los que conciernen a la actividad del NKGB en México se centran en el período 1943-1946, formando un conjunto de casi mil mensajes (570 de Moscú a la embajada soviética en México D. F. —abierta en 1943, encubría bajo sede diplomática las actividades del servicio secreto— y 400 entre esta y la sede central)[168].
DISOLVERSE EN SODA
El NKGB intentó reiteradamente liberar a Mercader para acabar de cubrir sus huellas en la liquidación del fundador de la IV Internacional. El servicio secreto soviético asignó a la operación el nombre clave de «Gnomo» —alias de Mercader para uso interno de la organización—. Como era costumbre, se contemplaban dos posibilidades, cuajadas en sendos planes para conseguir el objetivo: la opción de fuerza, consistente en una operación armada ejecutada por un grupo de «ilegales»; y la opción blanda, una actividad basada en el uso de la persuasión para conseguir apoyos en medios influyentes del país.
Una primera referencia a «Gnomo» tenía fecha de 30 de mayo de 1943. En un documento que llegó muy fragmentado a conocimiento de la inteligencia norteamericana, el agente «Harry» o «Garri» (alias de Jacob Epstein) exponía los rudimentos de un proyecto para sacar a Mercader del «hospital» —la cárcel— mediante una infiltración entre el personal de la penitenciaría[169]. La operación quedó pospuesta, por diversos impedimentos, hasta que el 23 de diciembre del mismo año se reactivó, correspondiendo esta vez la dirección al rezident, «Yurij». Este solicitó de «Petrov» (nombre encubierto de Laurenti Beria) el envío urgente de 20 000 dólares para hacer frente a los gastos del operativo[170], dado que la logística de la operación prevista requeriría el empleo de armas y varios automóviles. Seis días después, Beria recibió un nuevo mensaje en clave de México en el que se anunciaba la conformación del grupo ejecutor, se describía el plan de la operación, y se comunicaba su notificación a los principales dirigentes comunistas españoles en aquel país. Mercader sería rescatado durante una de sus salidas de la cárcel para ir a declarar al juzgado. Aprovechando una reducción de la guardia que lo custodiaba, sería introducido en un coche («disuelto en soda», en expresión textual del mensaje cifrado) y sacado del país. La supervisión correría a cargo de «Tom», el general Eitingon, anterior responsable de la planificación del asesinato de Trotski, y a quien unía una estrecha amistad con Caridad del Río, madre de Mercader. Todo el montaje habría sido dado a conocer a «Don», sobrenombre que encubría al jefe de la delegación comunista española en México, Vicente Uribe[171].
Aunque el peso fundamental del planeamiento recaería en elementos soviéticos, formalmente integrados en el personal de legación diplomática rusa, la implicación de los comunistas españoles era muy significativa. Desde abril de 1944, la inteligencia estadounidense había detectado la presencia en México D. F. de José Sancha Padrós («Rembrandt»). Era pintor, hijo del también pintor Francisco Sancha, fusilado por el coronel Aranda en Oviedo en 1936, y hermano de Soledad —casada con el arquitecto Luis Lacasa— y Clara —esposa del escultor Alberto Sánchez—. Todos ellos estuvieron muy ligados a los servicios soviéticos ya desde la guerra de España. Soledad Sancha fue la intérprete de Alexander Orlov, el rezident del NKVD en Madrid entre 1936 y 1938[172]. José Sancha fue enviado a México, probablemente debido a que su actividad profesional podía granjearle buenas relaciones con los artistas mexicanos que se movían en la órbita del comunismo. Llegó a Veracruz[173] en octubre de 1942 y se le proporcionó una cobertura legal como escaparatista. Se le auguró un gran éxito profesional porque estaba considerado como «un fino artista»[174]. En cualquier caso, se le asignaron unos ingresos a cargo de la rezidentura que ascendían a 4375 pesos[175]. La misión de Sancha abortó por razones bastante prosaicas: entabló relaciones con una comunista norteamericana, María Grohol («Gringo»), con la que se casó porque esperaba un hijo suyo. Se habían conocido en otoño durante la celebración de la conferencia del Comité Antifascista de Refugiados y se habían ido a vivir juntos. El asunto generó cierto escándalo en la «casa», debido a que Sancha estaba casado previamente con Amelia Stoyanov, hija de un afamado escritor búlgaro. Al parecer, la mujer de Sancha y otras en su mismo caso protestaron por sentirse doblemente engañadas: se les prometió que sus esposos volverían de las misiones encomendadas y que, en todo caso, podrían mantener comunicación regular con ellos. «No tienen derecho a arruinar familias y empujarlos a todo tipo de enlaces», clamaron. El funcionario de la rezidentura en México que informó a «Fitin» se excusó en que había «una tendencia a echar[nos] la culpa a nosotros por su conducta irresponsable»[176]. La de los agentes, se entiende. A la postre, se hicieron gestiones para sacar a Sancha del país remitiéndolo a Gran Bretaña, donde residía uno de sus hermanos. Como insistiera en no separarse de Grohol, se le amenazó con enviarle a cualquier otro país. Las últimas noticias señalaban que volvió con su primera mujer a Bulgaria en 1948. Pero su fracaso fue una premonición. La Operación Gnomo no empezaba con buen pie.
Es probable que Moscú esperara de Jesús Hernández mejores resultados en la ejecución de los planes para la liberación de Mercader, habida cuenta de la estrecha relación de complicidad que le había unido en la URSS a Caridad del Río —enfrentada, a su vez, con «Pasionaria»— entre 1940 y 1943. En el cuarto de Caridad en el hotel Lux se reunía una de aquellas «peñas» o círculos de tertulia paralelos a la organización del partido, que serían denunciados por los seguidores de Ibárruri y Antón como cenáculos de actividad fraccional: «Caridad se pasaba los días sentada en la cama, vestida, con almohadas detrás de la espalda, el pitillo en la boca, tomando café tras café, y tejiendo, haciendo tricot» —recordaba su hijo Luis—. «Era entonces cuando [Enrique] Castro y Hernández venían por casa a diario, y los tres se pasaban muchas horas charlando». Debió de ser en aquel momento cuando ambos se comprometieron a hacer algo por Ramón si lograban salir de la URSS para México[177]. De las dotes persuasivas de Hernández y otros se esperaba conseguir aliento y, mejor aún, apoyo material, como el que según Burnett Bolloten se le solicitó —en forma de coacción— por los «amigos comunistas» para que ayudara a huir a Mercader proporcionándole un piso franco[178].
La vinculación de dirigentes como Hernández con actividades relacionadas con los aparatos secretos no era nueva. Junto al francés Maurice Tréand («Le Gros»), responsable de la Comisión de Cuadros del PCF, actuó como delegado de la Komintern ante el Partido Comunista Portugués, al que, además de tutelar, facilitó la creación en 1937 de una estación de radio que emitía para territorio luso desde Valencia[179]. Hombres muy cercanos a él, como Eusebio Cimorra, afirmaron sin dudar, años después, que Hernández pertenecía al aparato secreto de la Internacional Comunista[180]. Su ligazón a los servicios secretos puede que explique, asimismo, sus gestiones ante el coronel Starinov, responsable militar de las unidades guerrilleras, que se tradujeron en las frecuentes visitas de Starinov a Dimitrov, entre mayo y septiembre de 1942, para solicitarle el empleo de españoles, encuadrados en una unidad específica bajo mando del NKVD, en operaciones contra la retaguardia de la Wermatch[181].
El desplazamiento de las funciones de control político hacia los servicios de seguridad del estado Soviético, unida a la autodisolución formal de la Komintern en 1943, llevó a los miembros del antiguo aparato secreto de la Internacional a integrarse en la red de agentes soviéticos en el exterior. En la práctica, se creó un ámbito que favorecía la doble pertenencia a la organización partidaria y a los servicios secretos soviéticos[182]. Para quienes, imbuidos de idealismo internacionalista, seguían creyendo en que la causa del triunfo de la revolución socialista mundial dependía de la pervivencia y la expansión del primer estado proletario, la URSS, no existía contrariedad alguna en ocupar un puesto de combate en su aparato de espionaje. Sin embargo, podía haber otras razones para ser transferido al NKGB: según testimonio de uno de los fundadores del PC de Estados Unidos y exmiembro del Comité Ejecutivo de la Komintern, Benjamin Gitlow, las rivalidades internas entre miembros de la dirección de un partido comunista se resolvían a menudo mediante el traspaso de alguno de ellos a los servicios secretos, con el objetivo de sofocar el brote de disidencia gracias al disfrute de los privilegios económicos que llevaba aparejado el desempeño de una misión en el extranjero[183]. El mismo Hernández reconocería años más tarde que el espionaje soviético tenía «una predilección especial en reclutar a su servicio a los elementos sancionados por el partido», de forma que se les daba la posibilidad de «reivindicarse» y de «corregir los “errores” en la actuación práctica». Luis, el hermano de Ramón Mercader, afirma en su libro-testimonio que «en medios de la emigración, cuando Hernández y después Castro mostraron haber sido capaces de abrir la puerta de salida de la URSS, se dio por hecho que habían dejado el país como agentes del NKVD; que salieron, a cambio del compromiso para trabajar para los servicios soviéticos»[184]. A Jesús Hernández le fue asignado el pseudónimo de «Pedro» para operar en México. La primera alusión a este sobrenombre la proporcionaba un mensaje remitido desde Nueva York a Moscú el 8 de junio de 1942, cuando se estaba decidiendo en la capital rusa el traslado a América de Hernández y Antón[185], y volvería a aparecer en una casi indescifrable comunicación de «Viktor» (el general Pavel Mijailovich «Fitin») al agente de Nueva York, el 23 de octubre del mismo año. Desde entonces, y hasta febrero de 1944, no hubo nuevas noticias de «Pedro». Cuando volvieran a aparecer no iban a estar relacionadas precisamente con el desempeño de la actividad prevista por los dirigentes del NKGB, sino inscritas en el contexto de la lucha por el control de la dirección del PCE que conduciría a su exclusión del partido durante los meses siguientes.
INTERFERENCIAS FATALES
Los servicios de inteligencia soviéticos no dejaron de observar con preocupación el conflicto intestino del núcleo de dirección español. El 20 de febrero de 1944, «Fitin» ordenó a la rezidentura en México que se permitiera a Hernández reunirse con otros agentes, con la intención de recabar información sobre su situación. El propio Beria se interesó por él dos días después, recomendando que se procurara «calmar a Pedro (sobrenombre de Hernández)» haciéndole llegar los saludos de «Tom» (el general Eitingon), a quien había escrito para denunciar el intento de Mije y Uribe de aislarle de la militancia del partido. Beria creía que la conducta de Hernández «podía haber sido causada por las circunstancias que habían surgido en torno a él» y aconsejaba a sus subordinados no extraer «conclusiones precipitadas»[186], optando en las siguientes semanas por una postura salomónica: «No intervenir en el trabajo de los miembros del partido», prohibir a Hernández encontrarse con otros exmilitantes que hubieran pasado por un trance similar, como Margarita Nelken —que, aunque había sido formalmente expulsada del PCE en 1942, por su oposición a la línea de Unión Nacional, seguía ligada a los servicios soviéticos con el sobrenombre de «Amor»—, pero seguir en estrecho contacto con él, hacerle llegar el apoyo moral de gente como Eitingon, con quien le unía una vieja amistad desde los tiempos de la guerra de España, y tener siempre claro que «Pedro es nuestra fuente»[187].
Existían precedentes, como el de Margarita Nelken, en los que la suspensión de militancia no tenía por qué suponer la baja en los servicios soviéticos. La implicación de Margarita Nelken en la Operación Gnomo quedó atestiguada en distintos cables cruzados entre México y Moscú. La participación de Nelken en Gnomo se prolongó entre agosto de 1944 y septiembre del año siguiente[188]. Anteriormente, el 31 de marzo de 1944, se la había relacionado con la tentativa de crear un aparato para facilitar el paso de agentes por la frontera con Estados Unidos[189]. Los meses siguientes, su nombre aparece vinculado con distintos avatares en el despliegue del operativo para extraer de la prisión a Monard/Mercader. En correspondencia, recibió de manos de los soviéticos los efectos personales de su hijo, Santiago de Paúl, muerto el 2 de febrero de 1945 en las cercanías de río Óder cuando mandaba una batería de Katiushas. Con ellos se le entregaron también sendas condecoraciones: la Medalla de la Gran Guerra Patria de primera clase y la de la Defensa de Moscú[190].
A medida que la lucha en la cúpula del PCE se volvía más descarnada, los servicios secretos soviéticos, hasta entonces meros espectadores de la lucha por el poder, consideraron llegado el momento de actuar. «La situación en torno a “Pedro” se ha vuelto odiosa», informaban desde México a Moscú. Mije y Hernández estaban, con su lucha, saldando viejas cuentas y, con su empecinamiento, ambos demostraban ser «unos políticos demasiado mezquinos y unos ambiciosos arribistas». Pero el problema principal era —y en esto Mije era el peor parado por su «completa incapacidad para alcanzar una coordinación» y por su «charlatanería»— que se estaba poniendo en riesgo todo el entramado de la Operación Gnomo. Considerando —concluía el informe— que el «proyecto G» debería quedar al margen de las dificultades y riesgos innecesarios que pudieran derivarse de la disputa entre dirigentes del partido español, se solicitaba del «Centro» (Moscú) una rápida intervención en el caso de «Pedro»[191].
La respuesta de la «casa» llegó el 14 de abril, en forma de telegrama remitido por «Fitin», donde se contenían las directrices que debían ser transmitidas a Hernández en nombre de Dimitrov y, curiosamente, de Dolores Ibárruri. Dichas directrices colisionaban con las medidas de aislamiento impuestas a Hernández por el grupo de Uribe, Mije y Antón: frente a la prohibición de hablar y publicar, los dirigentes de Moscú le invitaban a expresar sus puntos de discrepancia con la dirección; le instaban, en un tono conciliador, a retomar el trabajo con el partido; y le autorizaban a seguir escribiendo artículos sobre la Unión Soviética y el desarrollo de la guerra si eran acordes con la línea oficial. Contra la política de cerco por hambre aplicada por la delegación mexicana, se ordenaba garantizar la situación material de Hernández[192].
La intervención de Moscú no fue en absoluto bien acogida por los dirigentes comunistas españoles. Al día siguiente de recibido el mensaje de «Fitin», Tarasov comunicó a Moscú que había hecho llegar su contenido, estrictamente de acuerdo con las instrucciones recibidas, a Uribe y Antón, no estando Mije presente en ese momento. Según el rezident, ambos «trataron de hacerme entrar en una discusión política», a lo que se negó, limitándose a trasladarles las órdenes recibidas, a la par que constataba que tampoco existía en el seno de los órganos del partido en México una unidad monolítica respecto a las sanciones que el grupo encabezado por Uribe pretendía aplicar a Hernández[193].
Aun cuando la tozudez de la troika Uribe/Antón/Mije consiguió imponer la exclusión de Hernández, eso no supuso automáticamente la separación de sus funciones como miembro del NKGB, como revelan los documentos de la inteligencia norteamericana. Su actividad secreta se prolongó durante algo más de un año tras su expulsión oficial del partido. No se conoce la naturaleza de los trabajos que llevó a cabo Hernández durante este período, aunque cabe conjeturar, como se señaló más arriba, que estuvieran relacionados en parte con la continuación de la cobertura a la Operación Gnomo.
La estación del NKGB no podía quedar desasistida por las querellas internas de los españoles. El 29 de junio de 1944, en un cable dirigido a «Fitin», Tarasov anunció la llegada a México de Victorio Sala («Jota»), procedente de la URSS. Se trataba de un comunista catalán que, durante la guerra, había sido puesto por los camaradas españoles «a disposición de nuestra oficina», el NKVD, y que logró entonces con gran éxito infiltrar una red de agentes en «la organización de los trotskistas», el POUM[194]. Sala fue responsable desde finales de 1937 hasta comienzos de 1938 del Grupo de Información del Servei Secret d’Informació (SSI) de la Consejería de Defensa de la Generalitat de Cataluña. El Grupo se había especializado en la identificación, localización y eliminación de trotskistas alemanes. Entre sus logros se contaba la infiltración en el POUM de informadores como el alemán Werner Schwarze, miembro del Partido Comunista de Alemania (KPD) y posteriormente integrante de Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Su trabajo se consideraba de tal importancia que su enlace era directamente el máximo responsable del NKVD en España hasta mediados de 1938, Alexander Orlov («Schwed»), y no el responsable del puesto secundario de Barcelona, el agregado político del consulado soviético, Nahum Eitingon («Tom»)[195]. Tarasov solicitó que «Jota» se integrase en el trabajo contra los trotskistas desarrollado por la embajada, consistente en la creación y mantenimiento de un grupo de vigilancia y seguimiento de individuos, «del que había una gran necesidad»[196]. Pese a todo, el plan para la fuga de Mercader acabó frustrándose por diversos motivos, entre ellos la incapacidad, la desconfianza y las sospechas mutuas entre los propios integrantes del grupo responsable de su ejecución, así como los efectos colaterales de la lucha intestina en el PCE por el control de la dirección. A medida que se retrasaba la Operación Quirúrgica, como también se la llegó a denominar, fueron creciendo las diferencias entre los miembros del comando, arreciando las denuncias contra «Juan» (Juan Gaytán Godoy), al que se acusó de malversar parte del dinero recibido para organizar la infraestructura de la acción[197]. Para atender a Mercader en sus necesidades más perentorias dentro de la cárcel se trajo de Moscú a Carmen Brufau Civit, que llegó a México en noviembre de 1945. Pertenecía a los servicios desde 1936 y tenía el rango de capitán. Un hermano suyo había sido piloto de la aviación republicana y su hermana, Conchita, fue colaboradora de Radio Moscú. Perteneció a un grupo extraordinariamente activo, el de las mujeres comunistas españolas que se incorporaron a ellos durante la República y la guerra civil siguiendo la estela de María Fortus, viuda del malogrado líder comunista catalán Ramón Casanellas y la primera agente ilegal en España del Departamento para el Extranjero (INO) de la Dirección Política Unificada del Estado (OGPU)[198]: la propia Caridad del Río Mercader, Lena Imbert —a la que se suele atribuir una relación con el asesino de Trotski—, África de las Heras y Soledad Sancha —traductora de Orlov, hermana de los también agentes José y Clara y esposa del arquitecto comunista Luis Lacasa, codiseñador del pabellón de la República de la Exposición Universal de París de 1937—. Caridad Mercader ya había estado en México a comienzos de noviembre de 1936, participando en una campaña de solidaridad del sindicato mexicano de maestros con la República española. En aquella ocasión se entrevistó con miembros del Congreso mexicano e intervino en un mitin de masas en la plaza del Zócalo[199]. Viajó acompañada de Lena Imbert, maestra de profesión. Su temprana muerte y el tratamiento novelístico de que ha sido objeto su figura han contribuido a que se aluda a ella solo de manera subsidiaria debido a su relación con Ramón Mercader[200]. Teresa Pàmies proporcionó, con la ventaja que le proporcionaba el conocimiento personal, otra perspectiva muy distinta del personaje: Lena Imbert era una mujer de acción que había estado presente en el asalto al cuartel de Atarazanas el 19 de julio —de lo que quedó constancia gráfica— y tenía un «carácter anarquizante que la hacía alérgica a la disciplina». Baste una anécdota acerca de su genio, muy distante de la pusilanimidad atribuida a Imbert en la fabulación literaria. Cuando, en los últimos días de julio de 1937 se celebró la primera conferencia de la Aliança Nacional de la Dona Jove de Catalunya, organismo unitario en el que estaban representadas las juventudes de Esquerra Republicana y la JSU, Lena Imbert irrumpió con compañeras de su radio manifestándose contra el carácter nacionalista burgués que impregnaba a la nueva organización y, «clavando su dedo en la foto [de Lluís Companys, que presidía el acto] gritó, con su fabulosa voz de miliciana de las Atarazanas: “Allí debería estar la foto de nuestra Lina Ódena, nuestra camarada muerta con la pistola en la mano, símbolo de las muchachas de toda España”». Cuando fue recriminada por un camarada masculino de la Juventud, que la acusó de sectaria y alocada de una manera displicente, «tuvieron que agarrarla entre cuatro porque habría subido a la tribuna y le habría arrancado los ojos». Luego, seguida de la delegación de su barrio, abandonó el recinto del congreso cantando la Joven Guardia. Lena Imbert murió en la URSS cuando se preparaba para integrarse en uno de los comandos especiales de sabotaje tras la retaguardia alemana[201]. Quien también había estado durante la guerra de España fue África de las Heras («María Luisa», en aquel país), a donde llegó en abril de 1937, permaneciendo casi un año. Volvería a la URSS tras el fin de la guerra y se la encontraría, como radiotelegrafista, en las unidades especiales de guerrilleros, junto con José Gros.
A pesar de todo este despliegue, la Operación Gnomo abortó. El fiasco definitivo tuvo lugar cuando, inopinadamente, en marzo de 1945, Caridad del Río Mercader irrumpió en México procedente de la URSS, para tratar personalmente de que personajes influyentes de la política mexicana intercedieran por la liberación de su hijo. El resultado fue el diametralmente opuesto: alertadas las autoridades, aplicaron a Mercader un estricto régimen penitenciario, imposibilitando las oportunidades de rescate. Los rusos enfurecieron, ordenando a «Klava» (alias de Caridad) que abandonase México inmediatamente. Incluso se encomendó a una agente, «Cookie» o «Kuki» —Magda, la hija de Margarita Nelken—, que la metiera de inmediato en un avión con destino a Cuba[202]. No hubo forma. Después de esto, la Operación Gnomo quedó definitivamente descartada. Un par de meses más tarde, un mensaje de «Fitin» a México indicaba que los soviéticos comenzaban el proceso de desconexión de Hernández. El 12 de mayo, el responsable de los servicios exteriores comunicó:
«Pedro» ha roto abiertamente con el partido. Mantenga el enlace regular con «Pedro» [pero] desvíe la atención de «Pedro» tanto como sea posible de nuestro trabajo… Sin embargo, no haga esto de repente, sino gradualmente para no llamar su atención con un cambio brusco. Muestre interés por su trabajo y sus tareas… Mucha cautela[203].
Las «tareas» aludidas bien podrían ser las gestiones que conducirían a la publicación en México de su alegato contra la actuación de los anarquistas durante la guerra civil, que vería la luz en 1946[204]. Ruíz Ayúcar cometió otro de sus habituales errores al intentar poner fin a esta historia a modo de exemplum, con un final tremebundo para sus protagonistas. Al drama de la Mercader, «aquella burguesita antillana» que, pudiendo haber vivido holgadamente de haber seguido el camino dorado que comenzó con su educación en un elegante colegio inglés y culminó en un prometedor matrimonio, prefirió sacrificar su vida y la de «sus propios hijos al servicio del NKVD», se sumó que su amante, el general Eitingon, «fue ejecutado por Beria en 1953, tras la muerte de Stalin»[205]. Error: Eitingon dejó este mundo el 3 de mayo de 1981, a los ochenta y dos años. Lo que sí es cierto es que Ramón Mercader pasó largo tiempo en la cárcel, que intentó hacer más ligero realizando cursos de reparación de receptores de radio. Purgó durante quince años su crimen y la incapacidad de sus camaradas para coordinar su rescate.