7. El partido en los tiempos de Yalta

7

El partido en los tiempos de Yalta

PARA CUANDO CARRILLO LLEGÓ a Argel, procedente de América vía Portugal, los tiempos de la alianza antifascista declinaban. Venía, además, como avanzadilla de la cúpula del partido para retomar el control de la dirección. La primera tarea que se impuso fue «poner todo el partido de cara al país» y enviar al interior a un hombre de su total confianza, Casto García Roza, para ponerle al mando de la delegación[380]. Roza tuvo dificultades para enlazar con Monzón y, cuando lo hizo, ambos se revelaron incompatibles. Monzón, poseído de optimismo histórico, fabulaba sobre la simpatía generalizada por el programa de Unión Nacional, los centenares de propagandistas espontáneos de Reconquista de España, los avances en los contactos con conservadores, iglesia y monárquicos y los siete mil militantes con que, según él, contaba el partido en el país. Roza, escéptico, consideró que el Buró Político estaba siendo engañado. Algo de razón tenía. Cuando en diciembre de 1944, Arsenio Arriolabengoa se incorporó al Comité Regional del Centro, su antecesor, Emilio Gallego, le hizo entrega de un balance según el cual Madrid estaba organizado en cuatro sectores. Cada uno de ellos tenía una troika de dirección. Las células estaban organizadas por calles y en base a conocimientos personales, siendo su número de componentes inferior a seis y con una dirección unipersonal, salvo casos excepcionales de alguna célula de empresa con dirección colectiva. Según Gallego, habría un total de 1500 militantes cotizantes. La realidad era que, en efecto, existían los cuatro sectores encuadrados, pero no estaba delimitado el radio de acción de ninguno de ellos. Es decir, que un militante de Delicias, en la zona Sur, podía ser controlado por el comité del sector Norte, y viceversa. El número efectivo de militantes no era de 1500, sino 843[381]. Ante las críticas de Roza, Monzón enfureció. Aprovechando que Roza cayó enfermo, él y Pere Canals, dirigente del PSUC pero miembro de la delegación del PCE, aprovecharon para sacudírselo de encima relegándole a una tarea secundaria y prácticamente desatendida hasta entonces: el trabajo sindical[382]. Carrillo se dio cuenta de que el navarro no iba a ceder fácilmente las riendas. Habría, pues, que apoyarse sobre sus errores para desplazarlo.

VOLANDO PUENTES

En sus memorias, Carrillo no hace alusión a sus contactos con el interior durante su estancia en Argel. Sin embargo, su presencia era conocida en Madrid. En la primavera de 1944, Monzón, firmando como «David», se dirigió por carta a Gimeno diciéndole: «Han llegado aquí de lejanas tierras altos jerifaltes juveniles muy queridos»[383]. En otra, que podría haberse redactado entre abril y mayo, encomió el trabajo desarrollado por Gimeno como responsable de la Juventud en Francia, señalándole que «enX [Carrillo], por cuya próxima presencia te veo rompiendo el techo a saltos de alegría en cuanto traduzcas la clave, tienes el mejor ejemplo a seguir»[384].

Poco antes de la llegada de Carrillo a Orán, «Pasionaria» había remitido al secretario general en Argelia, Lucio Santiago, una cordial carta en francés en la que acusó recibo de un informe sobre el trabajo y la situación de la emigración en el norte de África.

Imagínate —le dijo— la alegría que esta carta me ha producido. Refleja la entrega de todos nuestros camaradas y el esfuerzo heroico hecho durante los años de horrible cautividad en los campos de concentración. El hecho de que estéis en contacto con nuestros camaradas de América es muy positivo porque eso os permite orientaros con justeza en la política de Unión Nacional.

Ibárruri instó a los camaradas de la dirección argelina a no olvidar que su tarea primordial estaba orientada hacia España «porque no podemos considerarnos nunca un partido de emigración», al tiempo que les recomendó ser cuidadosos y rigurosos en la selección de noticias para sus boletines, huyendo de los bulos y procurando actualizar los materiales «que tenían un cierto aire rancio y desconocedor de la realidad del interior»[385].

Menos alegre y entusiasta, lo primero que hizo Carrillo nada más llegar a Orán fue organizar una limpia entre la dirección local —Lucio Santiago, Nemesio Pozuelo, Clemente Rodríguez Chaos y Alfonso Argüelles— por su colaboración con los americanos, quedándose únicamente con este último y cooptando a Ramón Vía Fernández. Lucio Santiago era miembro suplente del Comité Central y militaba en el partido desde 1930. Al iniciarse la guerra, fue jefe de las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia (MVR) de Madrid, puesto clave en las operaciones de depuración ejecutadas en la capital en el otoño-invierno de 1936. Encargado particularmente de grupos de información, como el que efectuó el asalto a la legación de Finlandia el 14 de noviembre de 1936, estuvo en la formación inicial del Departamento Especial de Información del Estado (DEDIDE), uno de los numerosos servicios de inteligencia republicanos que acabaron subsumiéndose en el Servicio de Información Militar (SIM)[386]. Responsable de la Comisión de Cuadros del Comité Central, al terminar la guerra fue evacuado a Argelia con nombre supuesto, al igual que Alfonso Argüelles y otros nueve cuadros especiales del aparato. Quedó internado en el campo de Blida. Desde allí lideró la reconstrucción del partido en circunstancias extremadamente penosas, con sus hombres trabajando forzosamente en las obras del ferrocarril transahariano y encerrados en campos disciplinarios[387], a los que se facilitó la fuga para marchar a Orán y Argel y preparar misiones de penetración en España.

Nemesio Pozuelo, natural de Jaén, estuvo refugiado en la URSS, en la ciudad ucraniana de Járkov, donde recibió formación en tácticas de guerrilla. En noviembre de 1942, Jesús Hernández transmitió a Dolores Ibárruri la necesidad de emplear a los militantes comunistas españoles residentes en el norte de África en la resistencia antinazi. Se trataba de ofrecerse a los Aliados para llevar a cabo tareas de propaganda, trabajar en la industria de guerra y contribuir al esfuerzo por la victoria. En caso de que Franco entrara en la guerra al lado del Eje, Hernández —igual que otro comunista disidente, José del Barrio— apostaba por la formación de unidades militares específicamente españolas mandadas por compatriotas. La misma autonomía orgánica que Mozón impuso a la Agrupación de Guerrilleros Españoles (AGE) respecto a las Fuerzas Francesas del Interior (FFI). A este fin, Hernández recomendó a «Pasionaria» el envío a Argelia de un conjunto de cuadros y militares del grupo que se hallaba inactivo en la URSS. Entre ellos se encontraba Pozuelo.

En su primer mensaje a Dolores Ibárruri desde Orán, Carrillo se lamentó de que la dirección norteafricana había obedecido muy tardíamente las instrucciones de romper la colaboración con los americanos. Quizá, entre otras razones, porque de sus contactos con los miembros del Buró Político en América se recibían directrices contradictorias. En julio de 1944 Hernández recordó la disposición de Mije a colaborar con los servicios norteamericanos a cambio de documentación para los militantes enviados a trabajar en el interior y de cobertura para sus acciones de sabotaje. Dimitrov montó en cólera al considerar que semejante trato ponía en manos de la policía americana el fichero de cuantos militantes actuaran en España, que podrían ser entregados a Franco cuando su trabajo ya no conviniera a Estados Unidos. Dimitrov envió un telegrama a Mije en el que ordenaba: «Córtense inmediatamente relaciones con policía norteamericana. No es costumbre comunista utilizar tales medios. Servirse únicamente de aparato propio». La respuesta de Mije, transmitida verbalmente por el enlace con México, fue sorprendente: «¡Qué cojones sabe Dimitrov de estas cosas!»[388].

Más cercanos a las indicaciones de América que a las de Moscú, los responsables en Argelia realizaron los envíos de activistas, material o dinero a España a través de los servicios americanos. Y lo hicieron para llevar a cabo un trabajo conjunto, siendo los americanos quienes les adiestraban y preparaban en todos los órdenes. Una primera expedición, como ya se indicó, fue introducida en Málaga en 1942 para montar una estación de radio. De aquello no quedaba nada, habiendo caído todo lo enviado en manos de la policía franquista. El corte fue tajante:

Desde luego, en todo nuestro aparato prescindiremos a rajatabla de los miembros del partido que ha trabajado con los servicios americanos o franceses. No tocaremos nada que haya sido tocado por estos. Organizaremos nuestro aparato, educándolo en el principio de la vigilancia revolucionaria contra la policía falangista, pero también contra cualquier clase de polizontes.

A este respecto, Carrillo se lamentó del mantenimiento de la coordinación entre los Aliados y los comunistas franceses en Argelia. «Hay que decir que nuestros amigos aquí cuidan todavía muy poco este aspecto»[389]. Lo que no queda claro es por qué no notificó su llegada a «Pasionaria» hasta comienzos de agosto, cuando su presencia era conocida en el interior por Monzón al menos desde el mes de abril. Puede que durante estos meses procediese a ejecutar la reestructuración salvaje de la dirección del norte de África antes de presentarla, siguiendo un método personal aquilatado, como un hecho consumado.

Monzón dio una versión distinta de la caída del grupo de los «pianistas» de Málaga. En una carta a Gimeno, relató que fueron enviados por «Alfonsito [Argüelles] y Lucio [Santiago]». Al parecer, traían consigo bastante dinero y, «en vez de darnos la tela, la derrocharon con el mayor cinismo provocando en nosotros justas dudas sobre su honradez». Por seguridad, el equipo de Monzón se vio precisado a limitar el contacto con ellos, al tiempo que envió a Orán a un camarada de confianza, el guía de pasos Pradal («el Maromo») para que informara de todo a Argüelles y Lucio Santiago. Mientras aguardaban el regreso de Pradal, sobrevino la caída de los «pianistas». En opinión de Monzón, habían llamado demasiado la atención[390]. Como se vio en el capítulo anterior, la causa fue la delación de un miembro del partido, «el Chato», que se había pasado al servicio de la policía. La cuestión es que este hecho sirvió de pretexto para ahondar las grietas de desconfianza entre Carrillo y Monzón y desencadenar la pugna por el control de la organización del interior.

GIRO Y MARCHA ATRÁS

Carrillo envió a «Pasionaria» un cable, con la etiqueta «personal», a través de la legación diplomática soviética[391]. En él le comunicó que estaba preparando el envío de setenta camaradas selectos con el objetivo de contactar con los guerrilleros y la población de Andalucía «para coordinar el trabajo de preparación de la insurrección nacional». Tan aparatosa grandilocuencia hace dudar de la veracidad del proyecto. Primero se mandaría un grupo de diez que tendría como misión preparar el desembarco de los siguientes. Se contaba con «algunas armas», lo que significa que no debían ser las suficientes. Carrillo se sumaría a ellos y Ramón Ormazábal iría directamente a Madrid para contactar con la delegación del Comité Central, es decir, con Monzón. Ormazábal era un hombre de la entera confianza de Carrillo. Había caído prisionero al acabar la guerra, pero pudo salir en libertad, huir por Portugal y refugiarse en Nueva York para luego pasar a México y Buenos Aires. Carrillo confiaba en él para organizar conjuntamente el paso a la Península. Pero el vasco no pudo estar a la altura de las exigencias por sus problemas físicos —insuficiencia cardíaca y vértigo—, por lo que se decidió hacerle llegar cuanto antes a Francia pasando primero por Madrid[392]. Lo que no es en absoluto creíble es que Carrillo, ya para entonces miembro eminente del Buró Político, fuera a emprender personalmente una aventura de desembarco guerrillero que tenía una elevada probabilidad de terminar mal. De hecho, quien lo hizo fue Ramón Vía, a la cabeza de un comando de diez maquis, y duró poco más de un mes antes de caer apresado a raíz de una delación. Era un riesgo que los miembros de la más alta dirección del partido —al menos hasta la época en que pasaron a España «Federico Sánchez» (Jorge Semprún) o Julián Grimau— no acostumbraban a correr[393].

El cable de Carrillo a «Pasionaria» está fechado el 2 de octubre de 1944. Sin embargo, Carrillo contó en sus memorias que él había pasado a la Francia metropolitana en septiembre, cuando los diputados comunistas que se encontraban en Argelia decidieron volver al país recién liberado. Si, como es de creer, Carrillo empleó el aparato de comunicación de la embajada soviética en Argel para contactar con Moscú, es probable que por la misma vía recibiera indicaciones acerca del cambio de estrategia que se estaba operando en el Kremlin, en el contexto de las conversaciones entre Stalin y Churchill para el reparto de Europa por aquellas mismas fechas. Antes de partir, Carrillo dejó depurada la dirección de resabios proaliados y reorientada su línea política. «Todo el trabajo ha sido organizado y realizado con nuestros medios sin ninguna injerencia exterior», señaló. Particularmente cruel fue la crítica dirigida al jienense Nemesio Pozuelo: «Campesinos intelectualizados como Pozuelo, a fuerza de dormir con la cabeza apoyada sobre el Anti-Dühring habían llegado a considerarse grandes teóricos y dirigentes políticos»[394].

El 12 de junio concelebró una reunión de la nueva dirección encabezada por Argüelles y Ramón Vía. En el informe que se elevó a «Pasionaria» se aprecia el giro que tomaba la interpretación de la guerra en sus últimos compases. Unos rasgos con evocaciones a déjà vu anteriores a junio de 1941 trufadas con anticipos argumentales de guerra fría. La línea de alianza antifascista comenzaba a desmoronarse.

El hecho del segundo frente crea una nueva situación que presenta aspectos muy favorables, de carácter positivo para la lucha de todos los pueblos contra su enemigo común, el hitlerismo… El fascismo está en vías de ser vencido en los campos de batalla. Desde el punto de vista militar, entramos en la fase del triunfo. De los bandos imperialistas en guerra, uno de ellos, el más reaccionario, el más brutal, el más peligroso, está condenado a perecer por la victoria de las armas aliadas[395].

La guerra como mosaico de guerras patrióticas de liberación nacional y empresa colectiva de los estados civilizados contra la barbarie nazifascista volvía a ser una guerra imperialista, casi como al principio. Ciertamente, los aliados atlánticos habían abierto el segundo frente, pero en última instancia ello había sido posible «a) por la labor gigantesca e ininterrumpida del glorioso Ejército Rojo; b) por la lucha ascendente de los pueblos oprimidos; c) por los combates sin cuartel de las masas populares de los países democráticos, dirigidos y encabezados por los partidos comunistas nacionales». Sin restar un ápice de importancia a estos factores, era clamoroso el silencio sobre las treinta y nueve divisiones aliadas (veintidós americanas, doce británicas, tres canadienses, una polaca y una francesa) que, totalizando casi un millón de soldados, se desplegaron en las playas de Normandía el Día D. En cualquier caso, se observaba que gran parte de las masas e incluso un buen número de militantes del partido había acogido la apertura del segundo frente con un optimismo excesivo. Error. La reacción nunca renunciaba a sus maniobras y era preciso incrementar la vigilancia política para desenmascararla. Se había ganado una gran batalla, «pero que aún no se ha ganado la guerra y, mucho menos, se ha ganado la paz». En la lucha contra Hitler y Mussolini, las fuerzas capitalistas se habían visto obligadas a contar con la Unión Soviética y a armonizar sus intereses con los de la clase obrera. Ahora que se acercaba el fin, algunas de ellas podían continuar sinceramente el combate al lado de la clase obrera y de las masas populares, pero no eran todas.

Tenemos aliados pero no faltan, ciertamente, los enemigos. El espíritu muniqués está en pie… Antes intentó impedir y retrasar el segundo frente. Ahora busca ganar la paz… Quiere impedir el avance progresivo de los pueblos. Su plan estratégico persigue como objetivo fundamental llegar a una paz de compromiso, antisoviética y antipopular… En este sentido se mueve toda una gama de fuerzas que van desde los fascistas hasta los degenerados trotskistas, pasando por los muniqueses y el papa, que tratan desesperadamente de encontrar las condiciones favorables a una unión archirreaccionaria que posibilite el engendro monstruoso de constituir un bloque reaccionario frente a la Unión Soviética, abriendo una nueva etapa de represión y terror contra las masas populares de todos los países.

El antídoto consistía en revigorizar el partido, romper su aislamiento respecto a las organizaciones de la emigración e incluso —y el matiz anti Monzón comenzaba a ser significativo— poner el objetivo de la unidad democrática por delante de «la bandera de la Unión Nacional, encabezada por la Junta Suprema de Madrid», que si bien no se abandonaba como objetivo máximo, se relegaba a un plano subsidiario si era preciso[396].

LOS GRANDES VIRAN EL RUMBO

En enero de 1944, Carmen de Pedro dio cuenta a Gimeno de la situación planteada a raíz de la recién celebrada conferencia de Teherán. Los tres puntales sobre los que gravitaba la victoria eran «los gigantescos triunfos del Ejército Rojo, la creciente combatividad de los ejércitos anglo-americanos y la lucha audaz de los guerrilleros de todos los pueblos oprimidos y ocupados». La inexorable derrota del Eje suscitaba reacciones encontradas entre el pueblo español. Por un lado, el entusiasmo de la clase obrera, los campesinos, las masas populares y, en general, los españoles amantes de la libertad. Por otro, las maniobras de los elementos reaccionarios, proclives a una evolución del régimen franquista que salvara sus intereses de grupo amoldándose a la victoria de los Aliados, pero continuando con la opresión del pueblo español. La reunión de los Tres Grandes venía a frustrar sus expectativas: «La política de la coalición anglo-soviético-norteamericana se afirma cada vez más sólidamente fiel a los principios democráticos, y que después de Teherán los fines de la guerra de las Naciones Unidas consisten claramente en establecer TODOS LOS GOBIERNOS de Europa sobre una base democrática».

Ahora bien, proseguía Carmen de Pedro, existía entre la oposición al franquismo un error consistente en «confiar y esperar en que todo nos lo van a dar hecho fuera, es decir, que ya los españoles hemos luchado y cumplido con nuestro deber y que ahora la salida de Franco nos vendrá como un regalo llegado del cielo»[397]. La España de la libertad no podía sentarse a esperar que se cotizase en una reunión internacional su aporte a la lucha antifascista. Era el momento de dar un aldabonazo en la conciencia de los Aliados para implicarles activamente en el derribo del más antiguo aliado del Eje. Lo que no sabían, al menos los dirigentes que se encontraban en la vanguardia de la lucha en Francia y en España, era que los líderes mundiales estaban comenzando a jugar sus cartas con la vista puesta más en la confrontación futura que en la restitución de legalidades pasadas.

El 24 de mayo, el premier británico, Winston Churchill, provocó un seísmo con su discurso en la Cámara de los Comunes. Alabó la actitud de Franco durante las críticas jornadas de la Operación Torch (del 8 al 16 de noviembre de 1942) que culminó con el desembarco aliado en el norte de África. Las autoridades franquistas no mostraron ningún tipo de reparo a la ampliación a marchas forzosas por parte británica del aeródromo de Gibraltar, ni impidieron la acumulación de aparatos de caza y bombardeo —seiscientos en el momento álgido— ni el fondeo de gran número de barcos de la Royal Navy fuera de las aguas neutrales de la bahía, estando todo ello a tiro de las baterías de costa españolas. Con esto quedaba compensada la indulgencia con que, en otras ocasiones, habían acogido en sus aguas a submarinos alemanes en dificultades. Churchill consideraba que España había rendido entonces un servicio al Reino Unido, al imperio británico, a la Commonwealth e incluso «a la causa de las Naciones Unidas», y que en un futuro próximo sería un factor de paz en el Mediterráneo. Por ello —concluyó—, aunque no había venido para pronunciar palabras amables sobre España[398], quiso dejar claro que tampoco simpatizaba «con quienes creen inteligente e incluso gracioso insultar y ofender al gobierno de España en cualquier ocasión». Y remachó un clavo en el ataúd de las esperanzas republicanas: «Los problemas políticos internos en España son competencia de los propios españoles». Interpelado por un diputado laborista acerca de si un gobierno fascista, dondequiera que fuese, no era una amenaza para la paz, Churchill respondió: «En nuestro programa de renovación mundial no figura la acción violenta contra un gobierno cualquiera cuya forma interior no esté al nivel de nuestros propios conceptos»[399].

Algunos miembros de la colonia británica en Madrid explicaron al norteamericano Abel Plenn que lo que parecía ser una alabanza al general Franco estaba destinada, en realidad, a tratar de repetir la jugada anterior, manteniéndole neutralizado durante las inminentes operaciones del desembarco en Normandía. Otros justificaron que las amistosas palabras del premier británico pretendían atraer a algunos sectores del régimen a la causa aliada[400]. En cualquier caso, en ese momento hubo un considerable revuelo en los círculos políticos angloamericanos y consternación entre la oposición antifranquista. El impacto del discurso fue intensificado por la maquinaria de propaganda de Madrid, que lo presentó como una aprobación de la política exterior de Franco y una ratificación exterior del régimen, impresión que intentó matizar en vano el embajador de Su Majestad, Samuel Hoare. Los periódicos españoles exultaban y se mofaron cruelmente del disgusto de los exiliados republicanos que habían estado buscando a los Aliados para derrocar a Franco tras la derrota de Hitler y Mussolini.

Monzón se hizo eco de la inquietud por estas preocupantes maniobras aliadas y formuló la necesidad de actuar para precipitar los acontecimientos. Se corría el peligro de que cayeran en la desmoralización amplias capas de la población española hasta entonces esperanzadas en que «la victoria de las Naciones Unidas representaba por sí misma la derrota de Franco y la libertad del pueblo español». Las palabras de Churchill habían dado un balón de oxígeno a la dictadura cuando más se asfixiaba. Pero si de algo sirvió «el descoco de Churchill» fue para abrir los ojos a muchos haciéndoles comprender que «nuestra liberación no se nos regalaría desde fuera, sino que teníamos que conquistarla con nuestro propio esfuerzo combativo». Ante la inminente derrota del Eje, había que ser conscientes de «los graves peligros que se cernerían sobre el pueblo español si el final de la guerra en Europa sobreviniese con Franco en el poder, a pesar de la victoria de las Naciones Unidas». Era urgente derribar a Franco en los meses próximos y para ello resultaba necesario el desarrollo progresivo de la insurrección nacional concretada en dos tareas fundamentales: «impulsar las acciones de masas y guerrilleras y el desarrollo de Unión Nacional bajo la dirección de la troika Monzón, Trilla, Canals»[401].

Los boletines del PCE en Francia denunciaron a «los maniobreros de Múnich» y a «la reacción internacional» que intentaba en aquellos momentos mantener a Franco, presentándolo a última hora como amigo de las democracias. Los hombres de Monzón estaban dispuestos a impedir, cuando Hitler estaba a punto de ser aplastado por la coalición aliada y los pueblos liberados, «las maniobras de los que prepararon el camino de la victoria de las fuerzas hitlerianas». La orden de militarización de las Fuerzas Francesas del Interior por parte del gobierno provisional dio pie para que en agosto se lanzara la consigna de que todos los españoles se integrasen inmediatamente en sus unidades. La disolución del XIV Cuerpo de Guerrilleros ponía a los españoles en la disyuntiva de desmovilizarse o incorporarse a unidades de los ejércitos aliados[402] donde, como expuso por su parte Carrillo, un solo día de batalla podía poner fuera de combate a una división entera[403]. Monzón concibió la agregación de los españoles a las FFI como una contribución a que estas se erigieran en la garantía de las libertades democráticas del pueblo francés y en «valladar contra futuros y posibles asaltos de la reacción en este país si esta no se acomoda lo suficiente a lo que de derecho pertenece a Francia levantada en armas». Había un interés propio en ello: una Francia reaccionaria sería un peligro para la reconquista de España y el derribo de Franco y Falange; solo una Francia democrática garantizaría que se pudiera obtener «el reconocimiento de nuestra Junta Suprema de Unión Nacional como gobierno provisional de España»[404].

El futuro del pueblo español no se estaba ventilando solo en la Cámara de los Comunes o en el París recién liberado. En el Kremlin también se jugaban bazas con la vista puesta en la posguerra. Las operaciones de infiltración guerrillera que tuvieron lugar en los últimos meses de 1944 se han contemplado tradicionalmente desde una óptica específicamente española cuando debe aplicárseles la lente de la geopolítica con la que se estaba diseñando por entonces el mapa de la Europa —y por ende, del mundo— para los años venideros.

Los análisis soviéticos sobre el papel de algunos países de Europa occidental en la posguerra habían empezado a fraguarse en fecha tan temprana como el otoño de 1942[405]. Bogomolov, embajador soviético ante los gobiernos refugiados en Londres, recomendó que en Francia la mejor opción era el reconocimiento del gobierno provisional del general De Gaulle, a quien situaba en oposición a la estrategia de los aliados anglosajones que querían hacer del hexágono una potencia de segunda fila. El 26 de agosto, la URSS reconoció al Comité Francés de Liberación Nacional (CFNL). Meses después, el 6 de octubre, el viceministro de Asuntos Exteriores, Lozovski, emitió una nota que inspiró la política de Stalin sobre el asunto hasta la conclusión de la guerra. Francia, a pesar de sus tribulaciones, seguía siendo una potencia continental por considerar y mantenía aún un imperio colonial. Según Lozovski, la URSS iba a necesitar un aliado occidental para hacer de contrapeso a la hegemonía anglo-norteamericana. En el escenario de la descontada derrota alemana, a Moscú no le interesaba una Francia tan fuerte como para erigirse en baluarte de la reacción antisoviética junto a los aliados occidentales ni tampoco demasiado débil. La cuestión por evaluar era hasta qué punto había que sostener a Francia y maniobrar para que no hiciera bloque junto a Gran Bretaña y Estados Unidos contra los intereses soviéticos[406].

Fue esta línea de análisis la que frustró la política insurreccional desplegada por el PCF en el verano de 1944. Para entonces el partido disponía de sus grupos armados, los Francotiradores Partisanos (FTP), y aspiraba a controlar el máximo de centros de poder a nivel territorial mediante su hegemonía en los comités locales y departamentales de Liberación. A nivel nacional, el PCF controlaba ampliamente el Consejo Nacional de la Resistencia, y en el plano militar, los comunistas controlaban el Comité de Acción Militar (COMAC) que dirigía las Fuerzas Francesas del Interior (FFI). A partir del 7 de junio de 1944, el PCF desencadenó un levantamiento armado general que pretendía crear una atmósfera revolucionaria para apoderarse del poder a nivel local, con resultados desiguales y, en muchos casos, frustrantes. En todo caso, el PCF organizó su propio ejército reagrupando en torno al «coronel Fabien» centenares de jóvenes que habían participado en la liberación de París y lanzándoles en persecución de los alemanes. El «coronel Fabien» rechazó durante tiempo integrarse en el ejército francés, no rehusando, paradójicamente, el apoyo norteamericano.

Mientras tanto, en agosto, Lozovski y Bogomolov fueron encargados de estudiar la posibilidad de la aparición en Francia de una situación revolucionaria. Esta apreciación era fruto de los informes de Marty enviados desde Argel a Moscú, donde motejaba de «fascista» al Comité Francés de Liberación Nacional —el órgano que el 3 de junio se había convertido en el gobierno provisional de la Francia liberada— y a su jefe, al tiempo que, contradictoriamente, ministros comunistas participaban en ese gobierno provisional desde abril de 1944. Algunas fuentes atribuyeron a Charles Tillon, comandante en jefe de los FTP, haber dado orden en agosto para que en cuanto Limoges y Tolouse fueran liberadas, «se proclamase la república de los sóviets en el sur de Francia». François Billoux reconoció que el PCF consideró los pros y los contras de crear «islotes revolucionarios» aprovechando el entusiasmo general de la liberación[407]. EL PCF continuó por la senda revolucionaria desde junio hasta finales de noviembre.

En un principio, Stalin se mantuvo a la expectativa. Pero desde finales de octubre, tras el reconocimiento por parte de los Aliados —incluida la URSS— del gobierno provisional de la República Francesa y tras su reunión en Moscú con Churchill, durante la que se produjo el reparto de Europa, Stalin creyó llegado el momento de hacer entrar en razón a los comunistas galos. La partida se jugó mediante un enroque: mientras De Gaulle llegaba a Moscú, Thorez volvió a París. En su viaje a la URSS, iniciado el 26 de noviembre, De Gaulle obtuvo un tratado de amistad que le permitía aguardar con confianza el retorno al juego diplomático europeo al tiempo que obtuvo el compromiso del aplacamiento de los ardores comunistas en el interior. A cambio, Francia fue el primer país en reconocer al nuevo gobierno comunista de Polonia. De Gaulle autorizó el retorno a Francia de Maurice Thorez, que había sido condenado por deserción en tiempo de guerra en noviembre de 1939 y despojado de su nacionalidad francesa en febrero de 1940. Thorez aterrizó en París el 27 de noviembre y venía bien adiestrado. El 19 había sido recibido por Stalin en el Kremlin en presencia de Mólotov y Beria. La entrevista duró una hora y tres cuartos y consistió en un resumen de la política del PCF y su articulación con la política soviética. Stalin fue muy duro con Thorez:

Los comunistas franceses no han comprendido todavía que la situación ha cambiado en Francia. Los comunistas no lo tienen en ninguna cuenta y continúan comportándose según la antigua línea aunque la situación es ya otra. La situación ha cambiado y hay que dar un giro. El PC no es tan fuerte como para tomar el poder. Debe acumular fuerzas y buscar aliados. Hay que tomar medidas a fin de que, en caso de ataque de la reacción, los comunistas puedan adoptar una defensa sólida. Si la situación cambiara a mejor, entonces las fuerzas agrupadas en torno al partido le servirían para el ataque[408].

El PCF no contaría con el apoyo del Ejército Rojo para tomar el poder y sostenerse en él. Por el contrario, el gobierno De Gaulle acababa de ser reconocido por las tres grandes potencias. Había que moderar el discurso, crear un ejército único, disolver en él los maquis comunistas y abrir vías a la colaboración en un gabinete de unidad nacional para finalizar victoriosamente la guerra, que era la auténtica prioridad[409]. Las mismas medidas que Togliatti decidiría en Italia en mayo de 1945, obedeciendo a idéntico impulso[410]. El 30 de marzo, recién regresado de Moscú, anunciaría al Comité Nacional del PCI el «giro de Salerno», el cambio de táctica por el que aceptaba la incorporación al gobierno Badoglio, el reconocimiento de la monarquía y la supeditación sine die de la revolución al interés inmediato de la derrota hitleriana. Dos semanas antes, la URSS había establecido relaciones diplomáticas con Italia.

Stalin dio directrices precisas para evitar a toda costa el aislamiento del PCF, buscar aliados entre radicales y socialistas e incluso camuflar su bandera. Le fijó a Thorez dos objetivos principales: habiendo un gobierno De Gaulle legítimo, los grupos armados debían transformarse en una organización política y esconder las armas. Por otra parte, encomendó a los comunistas empeñarse en el control de grandes empresas nacionalizadas, sobre todo las de la industria militar. Nada más llegar a París, Thorez aplicó los consejos recibidos. Bajo la consigna «Un solo estado, un solo ejército, una sola policía», abordó la disolución de los grupos armados comunistas y ofreció su apoyo al gobierno De Gaulle hasta la celebración de elecciones. Poco después el PCF lanzó la «batalla de la producción», apoyándose en la nueva CGT hegemonizada por sus militantes. Su secretario, Benoît Frachon, definió a finales de diciembre la política del PCF. El objetivo principal de los comunistas franceses era ganar la guerra y, para ello, resultaba primordial el sostenimento de una potente industria bélica. Era imprescindible la centralización de los recursos y la confiscación de las empresas propiedad de colaboracionistas. Lo que venía a continuación reflejaba paladinamente la renuncia a las tesis insurreccionalistas del verano y la adopción de un gradualismo henchido de manifestaciones de adhesión a la legalidad, aunque teñido de afanes antimopolistas:

Algunas personas pretendían que queríamos aprovecharnos de la actual situación para socializar o sovietizar las grandes empresas. En realidad, nuestro objetivo consiste simplemente en tomas las medidas precisas para poder continuar la guerra eficazmente. Esto, a juicio de nuestro partido, va ligado a la idea de no emprender ninguna especie de lucha política contra nadie mientras el pueblo francés no pueda pronunciarse, por medio de unas elecciones libres, sobre la forma de gobierno que desee. Pensamos, naturalmente, que el régimen comunista es el mejor, pero solo queremos preparar su triunfo por métodos legales. No deseamos destruir la propiedad, pero estimamos nuestro deber edificar un mundo justo, donde todos posean iguales posibilidades de éxito. Por eso pedimos que los truts dejen de gobernar el país y que se establezca una democracia verdaderamente libre[411]. Todo lo anterior hace extremadamente inverosímil el relato de Líster acerca de un encuentro con Dimitrov a mediados de octubre de 1944 en el que el antiguo responsable de la Komintern, disuelta un año antes, le habría transmitido, en nombre de Stalin, la consigna de insuflar energía a un movimiento guerrillero que sirviera de respaldo a «un gobierno, Comité de Liberación Nacional o como se le quisiera llamar… presidido por Negrín». Según Líster, Stalin deseaba desbaratar «los planes de los imperialistas, sobre todo de los ingleses, orientados a dejar a Franco en el poder después de la derrota del fascismo en el campo de batalla».

La historia fue jaleada por el coronel Aguado, a quien siguió disciplinadamente en primer tiempo de saludo su colega Ruiz Ayúcar[412]. Pero no por repetida tenía que ser cierta. A mediados de octubre, Stalin acababa de pactar con Churchill las áreas de influencia en Europa. Más allá de las manifestaciones retóricas de condena, quedaba claro que ninguna fuerza aliada iba a hollar suelo español para derribar a Franco. Salvo que ocultara sus cartas a Dimitrov, no parece coherente la directriz contrainsurreccional que el Padre de los Pueblos comunicó en persona a Thorez y la que Líster dijo recibir respecto a España. Y aún más difícil de creer es que fuera él y no la secretaria general, «Pasionaria», todavía presente en Moscú, la que recibiera esas consignas por parte de las altas jerarquías del movimiento comunista internacional. A estas alturas, era probable que Santiago Carrillo supiera de mejor tinta lo que pasaba por la cabeza de Stalin que Líster.

El pretendido episodio le vino bien a Líster —si non è vero, è ben trovato— en su acumulación de rencores contra Carrillo, y a los dos eximios militares franquistas les confirmó en la fe sobre la hipocresía intrínseca del comunismo por boca de uno de sus más eminentes líderes. Creencia compartida por David. W. Pike, que endosa a otros —quizás porque la cuestión es francamente insostenible, pero provechosa— que cada brigada de lo que se podría denominar «l’Armée Líster en France» contaba con un instructor delegado del PCE, «que era en muchos casos un oficial soviético»[413]. No otra cosa que malicia denotaba el que, habiendo ofrecido a los occidentales la rama de olivo en forma de disolución de la Internacional, Moscú siguiera en realidad manejando los hilos de sus marionetas nacionales para sembrar la subversión en sus retaguardias.

De todas maneras, la capacidad pesquisidora de nuestros conocidos oficiales de la Benemérita queda en entredicho por otro dato: los dos desconocen por completo quién dirigía en aquella época la delegación del interior. Para el coronel Aguado, en el verano de 1944 se sospechaba de «la existencia en Madrid de una nueva delegación del Comité Central del PCE en la que, al parecer, figuraban como jefes Heriberto Quiñones y Gabriel León Trilla»[414]. Lástima que Quiñones hubiese sido fusilado a instancias de su admirado coronel Eymar el 2 de octubre de 1942. Ruiz Ayúcar, por su parte, no se cansa en repetir que «Mariano» (Monzón) se encontró todo el rato en Francia, y que fue Trilla quien le convenció desde el interior de que el país entero se sublevaría cuando los primeros guerrilleros liberadores pusiesen una bota a este lado de los Pirineos[415]. El colaborador de El Español, la trinchera de la contrainformación del Ministerio de Información y Turismo de Fraga Iribarne, demuestra no tener ni idea de que Monzón había pasado a España para dirigir el partido en 1943. Lo que viene en apoyo de lo sostenido por algún veterano activista como Miguel Núñez: la eficacia de la policía franquista era directamente proporcional a la disponibilidad de información proporcionada por delatores u obtenida merced a sus brutales métodos de tortura e inversa a la capacidad de investigación que careciera de estos elementos básicos.

Thorez, como Togliatti y Carrillo, debían imponer a sus respectivos partidos el espíritu que cuajaría en Yalta. Un espíritu de contención en el que no había lugar para desbordamientos. Los FTP-FFI de Tillon y del «coronel Fabien», el aparato militar de Pietro Secchia y Luigi Longo y la AGE-UNE de Monzón canalizaban una corriente de entusiasmo revolucionario que, a la luz de la nueva situación, debía ser frenada[416]. La invasión de Arán no encajaba en el diseño de posguerra, comprometía inoportunamente el progreso de la guerra contra Alemania y entraba en contradicción con la táctica de mantener a Franco fuera del conflicto[417]. Frente a la decisión de Monzón de integrar a los comunistas españoles, bajo la bandera de Unión Nacional, en las FFI para marchar hacia la insurrección nacional, Carrillo aplicó diligentemente la línea estaliniana apostando por la desmovilización, el abandono de la incursión abierta y la creación de una infraestructura encubierta para la infiltración capilar en el interior, la empresa forestal Fernández-Valledor. Para más inri, encargó a un antiguo miembro de la delegación en Francia, Manuel Azcárate, en unión de tres coroneles de la Agrupación de Guerrilleros Españoles, que negociara con el Ministerio de la Guerra las condiciones de dicha desmovilización. Azcárate acudió a André Marty en busca de una carta de presentación. El viejo dirigente francés, calzado a la fuerza en la nueva posición de su partido, pagó con el español su frustración, arrojándole de su despacho entre insultos y reproches[418]. Una reacción estentórea que delataba el desajuste íntimo al que la violencia de los bandazos de la geoestrategia soviética —como en agosto de 1939— sometía incluso a los más fervorosos militantes. En todo caso, el giro de octubre de 1944 debe ser correlacionado también con la sustitución de los equipos de dirección fraguados en la resistencia, imbuidos de una ideología radical, de unas estructuras dinámicas y de la confraternidad del combate por las élites del estalinismo maduro que prefiguraban el orden de posguerra, pragmáticas, burocratizadas y fieles a una estructura internacional y orgánica rígidamente jerarquizadas[419].

«¡A ESPAÑA

En julio de 1944, Monzón y Canals dirigieron un informe a Carrillo del que se deduce que ambos estaban totalmente ajenos a lo que se cocía en el Kremlin. El preámbulo cumplía fielmente el protocolo de loas al Gran Timonel: la apertura del segundo frente constituía «la plena confirmación de la justeza de la genial política estaliniana». El Ejército Rojo ya no se sentiría solo en el combate iniciado el 22 de junio de 1941. La exitosa e ininterrumpida ofensiva soviética había obligado «con la fuerza invencible de los hechos y de las cosas a la creación del segundo frente en Europa que con tan certera visión reclamó el mariscal Stalin desde el primer momento. A la luz de la apertura del segundo frente se ilumina todavía más meridianamente la formidable exactitud de todos los discursos del camarada Stalin durante esta guerra». Monzón puso fin al apartado de jaculatorias con un comentario ciertamente sardónico: «No tengo tiempo de recoger citas; vosotros mismos debéis repasarlas».

La derrota del hitlerismo no podía estar encomendada únicamente al aparato militar de las Naciones Unidas. Eran los pueblos sojuzgados los que debían alzarse a sangre y fuego para liberarse de sus opresores. De esa forma, no solo acortarían sus sufrimientos, sino que además se hallarían en condiciones de garantizarse por sí mismos los frutos de la victoria. En esa tarea estaba empeñado en ese instante el pueblo francés, independientemente de ciertas influencias tendentes a mantener a las masas al margen de la lucha. Influencias ejercidas por ciertos altos mandos militares aliados pero a las que ahora sabemos no eran ajenos los acuerdos que Stalin se aprestaba a establecer con De Gaulle. Todos los refugiados tenían que unirse a la lucha por la liberación de Francia, pero los españoles, particularmente, no debían olvidar que el objetivo fundamental de sus esfuerzos se encontraba en la patria y en el derrocamiento de Franco y Falange.

A la clásica pregunta de qué hacer se respondía con el repertorio de recursos con el que se contaba en Francia: acelerar en progresión geométrica el envío de los mejores cuadros, prestar una gran atención a la formación en las escuelas y acelerar la entrada en España del XIV Cuerpo de Guerrilleros bien armado y organizado. El objetivo final debía ser «constituir unidades en condiciones de situarse inmediatamente en la vertiente española de los Pirineos y comenzar a operar, haciéndose dueños a ser posible de una zona determinada»[420].

El concepto de «cabeza de puente» fue duramente criticado posteriormente por Carrillo. Nunca gozó este término de especial predilección por parte del PCE. En los últimos compases de la guerra de España, el coronel Perea y el dirigente del PSUC José del Barrio propusieron organizar la defensa a toda costa de una zona fronteriza en la región comprendida entre la Seo de Urgel y el norte de Berga. «De haber podido resistir en esa cabeza de frontera durante el verano de 1939 —decía Del Barrio— nadie hubiera sido capaz de desalojarnos de ella en el invierno siguiente». La respuesta en aquel entonces del Buró Político fue que semejante plan solo tenía como finalidad «la constitución de una República independiente (la “República Perea-Del Barrio”, como decían ellos), como un baluarte contra el PC de España. La tal cabeza de frontera, decían, sería la República de los aventureros»[421]. Heredando aquella mala fama, Carrillo se opuso a la cabeza de puente de Monzón arguyendo que los propios jefes guerrilleros no estaban conformes con la operación, aunque se plegaran por disciplina. Además, «los camaradas franceses eran contrarios a esta operación y lo manifestaron». Difiere esta versión de la que narró en sus memorias. Según estas, se entrevistó en París con Jacques Duclos, André Marty —números dos y tres respectivamente del PCF—, Raymond Guyot —secretario de las Juventudes Comunistas— y un general yugoslavo de las FFI, Illich, exbrigadista internacional. Todos ellos, excepto Illich, ferviente partidario, se manifestaron «neutrales» tanto sobre la invasión como sobre el propósito de Carrillo de revertirla[422]. Pues bien, o se engañó o pretendió confundir a los lectores de sus recuerdos continuamente reelaborados. A comienzos del otoño de 1944 la dirección francesa en el país cabalgaba aún sobre la ola de entusiasmo revolucionario que se alzó con la liberación. La carta que Carrillo remitió a Carmen de Pedro con la consigna de no realizar una invasión masiva sino infiltraciones en pequeños grupos fue interceptada por André Marty, que impidió que llegara a su destino. Illich, por su parte, fue en persona a ver a la dirección española en Toulouse. Ambas partes concordaron que no había un minuto que perder. Existía una seria amenaza de que las unidades de guerrilleros españoles fueran disueltas. Hacía falta acelerar al máximo la infiltración e Illich fue informado ampliamente de sus preparativos. Desde que comenzó la liberación de Francia e incluso antes, la obsesión fue hacer entrar en España todas las fuerzas, tanto en el plano militar como de los cuadros políticos de que se disponía en Francia[423].

En junio, Gimeno comunicó a Carmen de Pedro que la concentración en los Pirineos ya se estaba realizando. Los guerrilleros marchaban «como un solo hombre» cuando se les comunicaba la orden. Gimeno estaba entusiasmado: «Puede afirmarse, sin exageraciones, que nos encontramos en condiciones de instalar el XIV [Cuerpo de Guerrilleros] en un plazo relativamente corto en nuestro país… Medios de la MOI han hecho solemne promesa de ayudarnos en todos los aspectos y manifestado su completa conformidad con nuestras disposiciones»[424].

La estrategia quedó definida ese mismo mes. Sin interferir en los planes de los FTP-MOI, los guerrilleros españoles que operaban en las zonas de Ariège, Corrèze y Dordoña debían «ocupar militarmente amplias zonas, tomar pueblos y ciudades, limpiar a todos los alemanes y colaboracionistas, ocupar alcaldías, correos, telégrafos, estaciones. Sustituir las administraciones de Vichy por franceses patriotas. Desarmar a los gendarmes y demás gentuza e incorporarlos a las guerrillas si son verdaderos patriotas». Pero el plan iba más allá de limitarse a liberar el sur de Francia:

Hay que armar inmediatamente a todos los españoles para incorporarlos a nuestros guerrilleros. No hay que limitarse a estabilizarse en las zonas dominadas… Un solo principio: armar a todo Cristo y siempre a la ofensiva. En las zonas así ocupadas (Ariège, Altos y Bajos Pirineos) empezar, pero en el acto, a realizar operaciones de todas las envergaduras sobre la vertiente española del Pirineo.

Se adjuntaba una guía para la acción. Había que pasar la frontera, bajar a un pueblo, tomarlo y liminar a los falangistas y agentes de la Guardia Civil denunciados como torturadores, «sin sectarismos, pero sin contemplaciones». Después, reunir a los habitantes en la plaza para instruirlos sobre los objetivos de la Unión Nacional y de la Junta Suprema, repartir propaganda, armar voluntarios y constituir con ellos nuevos grupos guerrilleros para extenderse por la región como una mancha de aceite. Otras acciones a considerar eran las «recuperaciones» de pesetas en centros oficiales, los asaltos a depósitos de armas y la voladura de ferrocarriles[425].

El ambiente era exultante e incontenible. En una carta a Monzón fechada el 23 de agosto, la delegación en Francia le describía la situación en Toulouse:

El ambiente entre todos los españoles guerrilleros y civiles es auténticamente de cara a España. En las manifestaciones de que te hablamos [la celebrada en Toulouse tras la liberación y en la que participaron 7000 españoles bajo la bandera tricolor que recibieron el homenaje de las autoridades locales y del mando FFI] el grito de: «¡A por Franco!», «¡A por Falange!», «¡Ahora con las armas a combatir en España!» era unánime[426].

Había maquis, como Joaquín Sánchez Martínez, que decidieron pasar al país por su cuenta meses antes de la invasión de Arán: «Hice saber al partido mi determinación de dejar los Pirineos y entrar en España. Entre los camaradas se encontraba Aguado, que me encargó llevar conmigo 80 kilos de Reconquista de España para llevarlos a Barcelona»[427].

Algo que hubiera debido alertar a las delegaciones tanto en Francia como en España fue que la dirección de Moscú comenzaba a moverse para «poner al partido en línea». En una carta de Gimeno a Carmen de Pedro se aludía al objetivo de la misión de «Cabito» (Arturo Cabo Marín), parachutado por los británicos sobre Francia con otros dos camaradas y un aparato de radio. Según contaron, habían recibido órdenes de llegar lo más pronto posible e instalarse por su cuenta. Debían ponerse de inmediato en contacto con la «Casa» y comprobar «que no pasaban cosas anormales en la dirección del partido», tal como al parecer se temía. Eran la avanzadilla que utilizaba por primera vez esa ruta, por la que debían venir más grupos ante el fracaso de otras tentativas, como la del desembarco en Andalucía o la penetración por Portugal. Cabo y Valls transmitieron un informe tranquilizador. El problema, según ellos, es que «en Casa se ignora vuestro trabajo aquí y en España»[428].

«TREINTA Y TRES CURVAS TIENE ARÁN»

Un mes antes del inicio de las operaciones en la frontera, Carmen de Pedro envió un informe a Monzón que comenzaba manifestando «la gran emoción y entusiasmo inmenso que me proporcionó recibir de camaradas para mí tan queridos como Uribe, Mije, Santiago y de nuestro gran Buró Político su saludo de combate y la aprobación del trabajo que durante este largo período habíamos realizado en la delegación»[429]. Describía el estado de euforia colectiva imperante. En el Ariège, los españoles eran dueños de la situación. Los guerrilleros, exultantes, querían marchar aunque fuese solos con su armamento a España y se acomodaban mal a la pasividad de la vida en la retaguardia. Sus camaradas franceses les jaleaban. El coronel «Aubert», jefe departamental de los FFI, declaraba al periódico Lucha el 8 de septiembre: «Los FFI del Ariège aseguran al pueblo español, que lucha a su lado por el mismo ideal, que le ayudarán y harán todo lo posible a fin de que la victoria francesa tenga por consecuencia inmediata la de la España libre. Si hace falta, tomaremos junto a nuestros camaradas españoles el camino de Madrid y todos juntos limpiaremos España de Franco y su banda hitleriano-falangista»[430].

La dirección, desbordada, acordó «volcar inmediatamente todo lo que tenemos en Francia hacia España», que los cuadros marcharan sin demora y que en una semana lo hicieran todos los guerrilleros que permanecían en Toulouse. Sin proyecto previo, se encomendó al jefe de la agrupación, Luis Fernández, que presentase un plan de entrada al país por los puntos más oportunos[431].

Desde comienzos de octubre se produjeron intentos de penetración por el valle del Roncal, Valcarlos y, al otro extremo, por el Pirineo leridano. Algunos grupos de los que entraron por Navarra lograron profundizar y diseminarse[432]. Pero fue el día 19 cuando los hombres de la AGE, al mando de Luis Fernández y Vicente López Tovar, rompieron la frontera por el valle de Arán a la toma de Viella. Los hechos son suficientemente conocidos[433]. El desenlace y sus consecuencias, por el contrario, siguen siendo controvertidos. Días después de comenzada la operación, Carmen de Pedro informó a Carrillo de que la resistencia del enemigo era más fuerte de lo previsto y que la población se mostraba apática. En todo caso —al contrario de lo que luego se dijo— nadie pretendía una ofensiva suicida: «Nuestros jefes tienen instrucciones de aplicar en todo momento de dificultad e inferioridad manifiesta las tácticas elásticas de la lucha guerrillera». Simultáneamente, se estaban realizando infiltraciones por otros sectores, como Euskadi. Desde el punto de vista político, la dirección preparaba una conferencia de Unión Nacional Española en Toulouse a comienzos de noviembre que se esperaba tuviese gran resonancia[434]. Durante su celebración, Carrillo celebró la gesta de «los guerrilleros patrióticos [que] ocuparon durante diez días dieciséis pueblos. Han sido los diez días más felices para aquellas poblaciones desde hace seis años»[435].

Sin embargo, en sus memorias —convertidas durante mucho tiempo en canon interpretativo de los hechos del valle de Arán— Carrillo no reconoció haberse mostrado tan entusiasta. Al contrario, nada más llegar a Francia y tener noticia de lo que estaba ocurriendo se desplazó sin pérdida de tiempo a Toulouse, donde recibió con alarma la noticia de que un regimiento colonial marchaba hacia la frontera, barruntando una encerrona[436]. Contrastaban sus temores con la percepción in situ de Carmen de Pedro, para quien la actitud de las autoridades francesas fue «en todo momento realmente muy favorable a nosotros» y dieron la garantía de que se facilitaría el paso de hombres y material hacia España: «El general Cochet, jefe de los FFI de la zona Sur en el Estado Mayor Interaliado del Mediterráneo, tuvo dos entrevistas en este sentido con nuestros jefes. El propio De Gaulle, al decirle que había ocho mil guerrilleros armados en la región fronteriza, dijo: C’est beau». El comentario del general era, sin embargo, una muestra de displicencia. Aunque Carrillo atribuyó a la presión ejercida por Franco la disolución de la Agrupación de Guerrilleros, la suspensión de Radio Toulouse y la devolución de los consulados incautados, fue realmente De Gaulle, a instancias en todo caso de Churchill, quien ordenó el cese de las emisiones radiofónicas antifranquistas en castellano y catalán, la disolución de los grupos armados FFI y su integración en el ejército regular de acuerdo con lo pactado con Stalin y acatado por Thorez[437]. En todo caso, si en algún sitio no quería De Gaulle a los españoles en armas era en su lado de la frontera. Para López Tovar, el relato de Carrillo acerca de las intenciones del regimiento de spahis carecía de verosimilitud, pues si estos hubieran pretendido desarmar a una división de guerrilleros enardecidos, habría ocurrido una verdadera catástrofe[438]. Alguien tan poco sospechoso como Santiago Álvarez Gómez, comisario de Líster en la XI División y miembro del Comité Central durante décadas, otorgó más credibilidad a la versión de López Tovar que a la de Carrillo:

Cabe creer la versión de Tovar porque por su categoría militar, por su sentido de la responsabilidad y el interés por preservar la vida de sus soldados y por su amistad con el jefe militar francés, coronel Calvatti [sic], responsable de las fuerzas militares de cobertura en la frontera, es lógico que estuviese bien informado[439].

A mayor abundancia, no había caso de conflicto con los franceses que guarnecían la frontera. Su responsable, Hamilcar Calvetti, coronel FTP, a despecho de las órdenes dadas por De Gaulle para impedir la aproximación de resistentes españoles a menos de veinte kilómetros de la raya, dejó campar a sus anchas a los camaradas españoles. Calvetti era militante del PCF[440].

Carrillo y Azcárate se desplazaron a Montrejau, sede del Estado Mayor de la Operación Reconquista de España y se reunieron con sus responsables, Fernández y López Tovar. Les instaron a emprender una retirada inmediata, que se realizó en una noche[441]. Carrillo se arrogó desde entonces el mérito de haber salvado al partido de una aventura suicida que el resto de la dirección nunca hubiera aprobado. Fue el primero de sus entorchados en la batalla por el control del partido, aunque durante tiempo persistiera la polémica de si la orden de retirada precedió a su llegada[442].

En sus memorias inéditas, López Tovar relató los hechos de otra forma. Durante todo el día 28 de octubre se habían recibido en su puesto de mando partes en los que se comunicaba que la artillería franquista estaba castigando las posiciones de los grupos de guerrilleros que se encontraban diseminados por la montaña. Se dio la orden de comenzar la evacuación del valle de Arán a partir de las 24 horas a fin de encontrarse al amanecer en Francia con las menores pérdidas posibles. Cuando la decisión ya estaba tomada, al caer la noche, se presentaron «todas las personalidades del partido», militares, como Fernández, y políticas, entre ellas Santiago Carrillo. La versión de Tovar acerca de lo que ocurrió a continuación es la siguiente:

Me preguntó cómo estaba la situación, antes de que nadie me dirigiese la palabra, y le respondí… que teníamos que estar solos para poder hablar tranquilamente. Le manifesté la barbaridad que suponía el querer enfrentarnos con un ejército regular, valiéndose de mentiras, tanto el partido como la Agrupación, y que yo estaba desde el primer día en contra de esto; le indiqué que ya éramos atacados por la artillería en el sector de Viella, pero no le comuniqué que estaba ya dada la orden de evacuación, ya que no sabía todavía en qué plan venía. Mi negativa de cumplir las órdenes del partido me preocupaba, y para convencerle le hice ver dónde se encontraba el enemigo y que corríamos el riesgo de tener que salir combatiendo con las consiguientes pérdidas. Me preguntó cuánto tiempo necesitaba para evacuar; le respondí: si estás de acuerdo, yo me ocupo de ello, me dio su aprobación y se marchó, sin saber que la orden ya estaba dada. La actitud de Carrillo solucionaba mi problema, yo estaba preocupado por las consecuencias de mi rebeldía ante los responsables del partido, el estar de acuerdo conmigo me tranquilizaba. En la mañana del 29 la maniobra se efectuó sin pérdidas, se me advirtió que en la frontera exigían que entregasen las armas. Tuve que imponerme y dar la orden de pasar, les dije a los gendarmes que no estábamos en 1939 y yo fui el último en pasar el Puente del Rey y pisar territorio español[443].

De nuevo Santiago Álvarez Gómez, en su repaso a los hechos, concedió la razón a Tovar con preferencia a Carrillo: «En cuanto a la decisión de López Tovar de retirarse y a la orden que transmite al respecto a las fuerzas de su División, antes aun de que se lo ordene el núcleo que se arrogaba la dirección del PCE y la del propio Santiago Carrillo, cabe aceptar el testimonio que Tovar nos ofrece». Aunque no se dispone de la orden escrita de retirada, «como en la lucha armada se dan órdenes verbales atribuimos mucho valor a lo que nos dice Tovar». Que Santiago Carrillo no tuvo nada que ver con la citada orden de invasión —concluyó Álvarez Gómez— es históricamente cierto[444].

En sus memorias, el luego secretario general del PCE reivindicó el mérito de haber evitado «la destrucción de miles de los mejores cuadros del partido, inútilmente». Lo cierto es que, tras diez días de combates, los guerrilleros habían perdido 27 hombres y habían ocasionado 36 bajas al enemigo, entre soldados, Guardia Civil y Policía Armada[445]. Y también, que no habían logrado su propósito de promover la intervención aliada a favor de la causa republicana porque su suerte se había decidido en un juego de tahúres cuyos intríngulis eran desconocidos para Monzón, pero no así para Carrillo. Lo que quedaba era arriar la bandera con honor. Las fuerzas guerrilleras se negaron a entregar las armas al retornar a Francia. Como solución provisional, el gobierno francés las clasificó como Batallones de Seguridad. De esta forma estaban obligadas a declarar estadillos de armamento, parque móvil y listas de personal. Formaban parte del nuevo ejército francés y cobraban un pequeño sueldo. En mayo de 1945, los batallones fueron disueltos y obligados a entregar su arsenal, «aunque se escondieron muchas» armas que, un lustro después, aflorarían en el contexto de la Operación Bolero-Paprika.

«¡QUÉ PARTIDO TAN HERMOSO HABÉIS CREADO

Mientras Francia celebraba la liberación y Europa el final de la guerra en el continente, los dirigentes de la diáspora comunista española fueron llegando a Toulouse. Detrás de Carrillo, ya en posesión de los resortes para el control del partido tanto en Francia como en el interior, arribaron en sucesivas oleadas los miembros del Buró Político hasta entonces residentes en América o en la URSS. «Cuando Dolores llegó a París —recordó Tovar— me abrazó y me dijo: Tovar, ¡qué bien habéis trabajado y qué partido tan hermoso habéis creado!».

Tras la euforia inicial, pronto comenzó, sin embargo, un proceso compartido por las diversas burocracias comunistas a raíz de la liberación. En consonancia con el espíritu de Yalta, los partidos comunistas debían abandonar la línea antifascista que había alimentado su resistencia desde 1941. En el caso de los territorios liberados por el Ejército Rojo, debían encabezar los gobiernos de las democracias populares en ciernes. En el de aquellos países que habían quedado fuera del glacis de influencia soviética, debían replegarse a posiciones de reserva. Ello comportó la sustitución de sus direcciones partisanas por los missi dominici que habían pasado la guerra en Moscú o en otras retaguardias.

Lo primero que hizo Carrillo al aposentar sus reales en Toulouse fue sondear a Monzón, por medio de Casto García Roza, acerca de la conveniencia de que un miembro del BP pasase a residir en el interior para dirigir el partido. Monzón le respondió con asertividad. En primer lugar, le señaló que había recibido recientemente «una contestación llena de estímulo y de cariño de nuestro querido Buró Político aprobando el trabajo del que les dábamos cuenta en informes análogos de los que te enviamos a ti, que ellos han recibido ya también». Se refería, con toda seguridad, a Uribe y Mije. Ambos convalidaban la fidelidad de la interpretación por parte de la delegación en España de la línea de Unión Nacional. Por si fuera poco, Monzón invocaba en su apoyo a «Pasionaria». A la cuestión del desplazamiento de un miembro del Buró a España dijo que iba a contestar «con la mayor sinceridad y concreción posibles». Nada podría ser mejor para el fortalecimiento del partido y de la Unión Nacional. La delegación estaba capacitada para montar de inmediato una instalación en Madrid con las condiciones de seguridad y comodidad pertinentes. Para hacerle digerible a Carrillo su negativa a dejarse supervisar sobre el terreno, Monzón tanteó envolverla en miel: «Si me dejase guiar exclusivamente de la alegría que personalmente para mí había de representar la venida de un miembro del Buró Político, te contestaría rotundamente que sí. Pero, teniendo en cuenta que existe el riesgo de caer y el tesoro inmenso que para todos, la vida preciosa de los dirigentes excepcionales que forman parte del Buró Político, no me atrevo a darte una opinión terminante, limitándome a reflejarte con objetividad la situación». Además, si hasta ahora la delegación se había bastado por sí misma, debido a que las dificultades y la distancia habían ocasionado que las comunicaciones del Buró llegaran siempre con mes y medio o dos meses de retraso, la posibilidad de mantener desde ahora una comunicación directa y frecuente con Carrillo, pero también con el resto del Buró «y sobre todo con Dolores», hacía innecesario el desplazamiento[446].

No era el primer encontronazo en la pugna subterránea por el control de la organización. Ya Casto García Roza había probado la hiel de la relegación en sus funciones a un papel insignificante. Mientras creían que Carrillo se encontraba aún en Orán, el equipo de Monzón jugó sus bazas ante la cúpula del PCF en calidad de partido tutor. Duclos y Marty recibieron una carta el 22 de octubre en la que se les alertaba de que la delegación del Comité Central del partido en España tenía «noticias muy graves sobre el camarada S. [Santiago]».

Parece que la provocación ha logrado penetrar en los contactos entre S. y España, y la delegación en el interior del país tiene la impresión de que S. puede estar después de África en relación con provocadores, creyendo que él orienta y dirige el partido.

Sembrando la duda sobre la capacidad de Carrillo para erigirse en responsable de la organización, se encareció a los camaradas franceses que le hicieran llegar lo más rápidamente posible una carta de aviso a través de sus propias redes[447]. La carta, firmada por Monzón y dirigida a Gimeno, urgía a contactar con Santiago cuanto antes invocando el mismo peligro que había costado la caída de los «pianistas» malagueños en 1943. El navarro fijó su preocupación en los contactos de la dirección del norte de África encabezada por Alfonso Argüelles, con el valenciano Demetrio Rodríguez Cepero («Centenera»)[448], un sujeto al que Monzón calificaba de turbio y del que su colaborador, Arsenio Arriolabengoa, señaló maliciosamente que era «hijo de un policía en activo»[449]. La delegación diseñó un plan para liquidar a «Centenera» que debía ejecutar Arriolabengoa con la colaboración de Trilla, pero ante las dificultades para llevarlo a cabo, se optó por cortar sus contactos con el resto de la organización. De esta forma, fueron puestos en cuarentena sus enviados a Madrid, Méndez Mozonís y Magda Azzati, hermana de Paz Azzati y hermana del padre de Pilar Soler, cuñada de Pedro Checa y compañera de Monzón en España[450]. Paz Azzati era, a su vez, la mujer de Ettore Vanni —conocido en España como Andrés Familiari— director del periódico comunista valenciano Verdad durante la guerra y, posteriormente, autor de una autobiografía testimonial sobre su desengaño[451].

Monzón cerró la carta a Gimeno encomendándole la toma de medidas urgentes para comunicar con «X» —Carrillo— advirtiéndole de que las cosas que enviase muy posiblemente terminaran por ir a manos de la provocación. «Para comunicar todo esto a X organizad el inmediato desplazamiento de un camarada de mayor confianza hacia donde él está. Si para ganar tiempo es necesario no vaciléis en pedir con la mayor fuerza a la familia hermana [el PCF] que en avión o como sea mande a un diputado o un alto funcionario que no se vea obligado a perder el tiempo en los trámites del viaje»[452]. No es descartable que este tráfico de mensajes despertase la suspicacia hacia Carrillo entre los dirigentes franceses, lo que explicaría tanto la tibieza con que fue recibido a su llegada a París y el escaso apoyo a su decisión sobre parar la penetración del valle de Arán, como el extravío deliberado por parte de André Marty de la carta que Santiago había dirigido a la dirección española en Francia instándolas a no llevar a cabo la invasión[453].

En el juego de empañar con la sombra de la sospecha la imagen del adversario, Carrillo no se quedó atrás. En diciembre, insinuó que el aparato de Monzón estaba minado por infiltrados. Un espía «falangista que logramos capturar y al que hicimos cantar de plano» confesó que estaba de acuerdo con el responsable de pasos en Cataluña, lo que permitía concluir que «la provocación puede estar dentro o muy próxima a la delegación misma». Si la policía no había actuado aún era porque esperaba obtener mayores réditos. Todavía no acusaba al propio Monzón pero, a su juicio, las debilidades políticas de la delegación (espontaneidad, subestimación de las luchas parciales, inexistencia de trabajo en el ejército) podían ser «consecuencia de que la provocación ha llegado a alterar la línea política del partido y de la Junta Suprema en algunas cuestiones esenciales». Había que actuar de inmediato apartando a alguno de sus integrantes (Trilla y Pilar Soler)[454], lo que en la práctica suponía dejar a Monzón sin base propia y a merced de los enviados de Carrillo: Roza y su nuevo hombre fuerte, Agustín Zoroa («Darío»).

Si Carrillo pretendió darle a Monzón una clase de vigilancia revolucionaria, la respuesta dada por este fue una auténtica bofetada. Era un compendio de lecciones básicas de clandestinidad y un cúmulo de reproches por incompetencia que arrancaba de una manera brutal: «Al contestarte, lo hago sin contar con la seguridad de que esta carta va a parar a tus manos y no a las de la provocación». Comenzó enumerando los incontables fallos de lesa conspiración cometidos por Casto García Roza. Presentado como hombre de confianza de Carrillo, lo hizo sin una sola carta política acreditativa y sí «con muchísimas cuartillas de notas (escritas según él aquí y comprobado por nosotros que de varias manos)» y con la directriz de concertar una entrevista personal con Monzón sin conocerse personalmente. En esas condiciones cabía la posibilidad de que fuese vigilado o sustituido directamente por un infiltrado acreditado con su documentación para entregar a la delegación. A la denuncia por parte de Carrillo de la presencia de un provocador en el aparato de pasos, Monzón y Canals juzgaron que el señalado había demostrado un comportamiento irreprochable. Por sus manos habían venido pasando durante casi dos años todas las cartas, dinero, documentos y la inmensa mayoría de los cuadros provenientes de Francia. Consideraron que solo había pecado de imprudencia y le destinaron a otro trabajo en lugar de liquidarle.

Siendo todo lo anterior humillante para Carrillo, lo peor estaba por venir. Monzón le reprochó que en su carta se hacían constar íntegramente, «con todas sus letras, los verdaderos nombres de cinco camaradas… con [su] grado de responsabilidad, no habiendo utilizado sin embargo para designarlos ni sus pseudónimos, ni ninguna de las claves que tenéis para ello». Además, en la carta, que se había escrito sobre tela para camuflarla en el forro de una prenda, figuraba «una postdata escrita con máquina diferente, dedicada a pedirnos una dirección y forma de presentarse aquí para ligar con nosotros». Monzón sentenció. Todas estas cuestiones, consideradas aisladamente, podrían tener una explicación más o menos satisfactoria. Pero tomadas en su conjunto habrían hecho saltar las alarmas y motivado la toma de medidas «a rajatabla y sin contemplaciones» por parte de la delegación en el interior.

«Teniendo en cuenta que ningún hecho nos prueba decisivamente que este contacto con vosotros no va a parar a la provocación, [decidimos] cortarlo de momento por completo, de forma que en lo sucesivo no acogeremos ningún envío ni enviado. Con la mayor rapidez posible os enviaremos de aquí un enlace nuestro, con pruebas fehacientes de serlo, a la llegada del cual hasta ti podrán rehacerse las cosas con las debidas garantías. Hasta entonces, pues, debe retrasarse la vuelta de Darío (a pesar de la muchísima falta que nos hace) pues su vuelta antes de esa fecha después de haberos comunicado con la presente esta medida la consideraríamos como un signo tan peligrosísimo de provocación que no nos permitiría enlazar con él a ninguno de nosotros»[455].

Monzón puso bajo caución a los enviados de Carrillo y le devolvió empaquetado a Zoroa, asumiendo plenamente y sin tutelas el control del partido en el interior[456]. Por si fuera poco, Zoroa informó que Monzón se sentía autorizado por una carta de América en la que se aprobaba su gestión, sugiriendo que quizá era Carrillo quien se encontraba en discrepancia con el Buró Político[457]. Era demasiado. Monzón, tronó Carrillo, marchaba por el camino que conducía al enfrentamiento con el partido y a la formación de un grupo fraccional. Debía acudir inmediatamente a Francia o, en caso contrario, ser aislado. Los plazos apremiaban. El asunto debía ser liquidado mientras el resto de la dirección se encontraba dispersa. Uribe fue el primero en saberlo: «Muy secreto. Aplicación de las directivas transmitidas Monzón, Trilla, Pilar Soler han sido separados de la delegación del Comité Central… Resoluciones definitivas serán tomadas con Dolores»[458]. Sin embargo, su respuesta demostró que Carrillo se precipitaba al presumir el apoyo del Buró Político: «Lola [“Pasionaria”] está en camino. Respecto a Monzón debes hacerle venir para examinar su cuestión con Lola y dar una solución. Por consiguiente, trata de evitar decisiones extremas. La presencia de Lola y su autoridad resolverán los problemas de la situación creada». Dolores Ibárruri había salido de Moscú el 23 de febrero de 1945 y llegó a Francia en los primeros días de mayo. La decisión de la separación de Monzón le fue presentada como un hecho consumado[459]. En el ínterin, Monzón fue detenido en Barcelona. Quizá escapó a la suerte de su camarada Trilla, pero se enfrentaba a la posibilidad de otra pena capital.

«DAMNATIO MEMORIAE»

Al igual que en la Roma clásica se aplicaba la estigmatización de la memoria a los magistrados detestables, Monzón comenzó en vida a sufrir la denigración de su imagen. Según Carrillo, en España no había existido ningún centro de dirección hasta que «nosotros desde Argentina tomamos en serio medidas para crearlo». Monzón se enfangó en la aventura del valle de Arán, se negó a explicarse y, para colmo, fue detenido en circunstancias sospechosas. Aventurerismo, indisciplina y traición, tres ingredientes clásicos para un proceso de purga.

El ya oficialmente traidor Jesús Monzón Reparaz fue encarcelado y se prepararon las diligencias para someterle a un consejo de guerra en el que, con toda probabilidad, se pediría para él la condena a muerte. Las circunstancias que concurrieron en su proceso y rebaja del grado de pena han sido abordadas en sus biografías publicadas[460]. Las intervenciones para salvarle la vida provinieron de diversos ángulos. Cuando aún se consideraba en las filas del partido, hizo llegar a la dirección una solicitud con carácter urgente para que se gestionara en Ginebra un falso certificado de estancia en esta ciudad, «desde el año 1943 hasta tres meses antes de la fecha de la liberación total de Francia». En la misma nota encomendaba comunicar su situación a «Pasionaria», anunciaba su recurso contra el auto de procesamiento y pedía que se diera a su caso la mayor publicidad posible en Francia[461].

El 21 de junio de 1945 llegó una carta dirigida a Carrillo en la que se le participaba del contenido de una nota llegada a Bayona y enviada por la delegación de Euskadi de Unión Nacional Española. En ella comunicaban que se habían dirigido al consejero del gobierno vasco en el exilio, el nacionalista Jesús Leizaola, para que informara a Dolores Ibárruri de la detención de Monzón. «Pasionaria» señaló la necesidad de recabar más información de Leizaola. Este le remitió otra nota:

Adjunto encontrará Ud. un número del Alcázar de Madrid, donde dan cuenta de la detención de un tal José Monzón. Aunque nadie cree en ello, le han dado a su personalidad carácter de maquis. Póngalo inmediatamente en conocimiento de quien crea Ud. oportuno, pues de lo contrario no damos ni un real por su pellejo. Me dicen que lo pongáis inmediatamente en conocimiento de la Sra. Ibárruri, de Carrillo o de Francisco Méndez. Parece que Jesús es amigo de Billoux [sic], ministro del Aire, con el cual vivía en Marsella. Es opinión aquí que solamente una intervención americana puede parar el golpe, pero a condición de que las cosas se hagan rápidamente[462].

La noticia de agencia publicada por El Alcázar del 11 de junio de 1945 daba cuenta de la detención de cuatro maquis por el asesinato del alcalde de un pueblo de Tarragona. En el transcurso de la operación, la policía había procedido a rodear una casa, de una de cuyas ventanas vieron descolgarse sigilosamente a un individuo al que dieron el alto. El detenido confesó inmediatamente su identidad,

resultando ser José [sic] Monzón, exjefe de los comunistas de Pamplona y abogado, perteneciente a una honorable familia pamplonesa. En sus primeros tiempos pudo considerársele un hombre de derechas, pero al advenir la República se afilió a los partidos izquierdistas y terminó por ingresar en el Partido Comunista[463].

La noticia estaba groseramente manipulada para implicar a Monzón en un hecho de sangre con el que no había tenido nada que ver: la muerte a manos de un grupo de Juventud Combatiente de Cataluña del responsable de Falange en la comarca de Reus, Camilo Morales Cortés, el 4 de marzo. Las investigaciones policiales llevaron a descubrir, por vía de encadenamiento de detenciones, el piso de Barcelona donde se refugiaban Monzón y Pilar Soler[464].

Que el corresponsal a cuyo poder llegó la nota de Leizaola y el recorte de prensa remitiera esta información a Carrillo un mes después de que este hubiese fulminado a Monzón demuestra que la noticia no había trascendido a la organización. Asimismo, dejó constancia de que había informado a Dolores Ibárruri del contenido de la nota, antes de despedirse con un contundente «Tuyo y del comunismo»[465].

La dirección no perdió detalle de la deriva del proceso contra Monzón, llegando a su conocimiento el contenido de su alegato. Como abogado que era, Monzón preparó un recurso de revocación contra su procesamiento dirigido al capitán general de la IV Región Militar. El objeto del escrito pretendía poner a la sedicente juridicidad franquista frente a sus propias contradicciones. La propaganda oficial había propalado entre los exiliados la aplicación de la amnistía a los delitos por los que ahora se le pretendía procesar. La acusación se basaba en la tipificación como delito de un hecho anterior a la entrada en vigor de la ley que lo castigaba. El reciente Fuero de los Españoles se había acogido a la doctrina sobre la irretroactividad de las penas. ¿Cabía entonces pensar que el estado Español no aplicaba sus propias leyes, careciendo, por tanto, de legalidad alguna? En sus interrogatorios había sostenido:

Soy comunista y el serlo lo tengo a gran honor. Cuantas veces me interrogaron lo proclamé, y no quiero esquivar el repetirlo aquí. Que, como V. E. sabe, he nacido en una bendita tierra de donde gustamos de decir las cosas claras: al pan, pan y al vino, vino. Mas no obstante mi condición de comunista, las leyes y decretos sobre las que se ha hecho más propaganda, amparan sin embargo mi derecho a ser puesto en libertad, sin posibilidad de que se me aplique excepción alguna ya que, según reza el artículo segundo del mencionado Fuero de los Españoles, la ley ampara por igual el derecho de todos los españoles sin preferencias de clase ni excepción de persona[466].

No hubo intervención alguna desde los responsables de la dirección del partido en Francia para salvar a Monzón. El documento sobre su falsa estancia en Suiza que no quiso facilitarle el núcleo de Toulouse se lo proporcionó, durante el consejo de guerra, el líder carlista Antonio Lizarza, al que Monzón había salvado la vida cuando fue gobernador civil de Alicante y facilitó su canje. La mentira piadosa de Lizarza fue la que contribuyó a evitar a Monzón la imposición de la pena de muerte[467]. Sensu contrario, lejos de ayudarle, Carrillo emitió una sentencia condenatoria plagada de acusaciones políticas[468]. Monzón había entrado en el país cuando no había en él ningún centro de dirección, anticipándose maliciosamente al envío desde Argentina de Casto García Roza y Ormazábal. La dirección de América fue engañada cuando tuvo noticias de la creación de la Junta Suprema, del acuerdo con los católicos y del manifiesto hacia la insurrección nacional, creyendo que era Roza quien lideraba el movimiento. Monzón transmitía una falsa impresión de lucha y unidad. En la práctica, imprimió al partido una línea de pasividad, subestimó el papel de la clase obrera, desarrolló una línea para frenar la organización y derrochó demagogia sobre la insurrección nacional cuando en la práctica la saboteaba. Las guerrillas de las que informaba fueron inexistentes hasta la llegada de Zoroa. En la práctica, tenía al partido frenado y en trance de disolución en el magma de una entelequia política, una Unión Nacional que solo existía en el papel.

Claro que, como todo traidor tiene que disimular su felonía, hubo de hacer cosas positivas: la Junta Suprema, la popularización de la dirección del partido, que precisaba para consolidarse en ella, no impedir que los cuadros enviados de América fuesen situándose en puestos de nivel, salvo en el caso de Roza porque venía a desplazarle. Pero todo tiene su fin. Monzón se descubrió con la operación del valle de Arán, contraria al criterio de la dirección de evitar aventuras en la frontera al viejo estilo de la de Vera de Bidasoa[469]. Desobedeció la orden de sacar de la delegación a Trilla y a Pilar Soler y respondió con insolencia a las directrices y orientaciones que se le hicieron llegar. Durante la discusión por la advertencia de la existencia de provocadores en el aparato, rompió unilateralmente las relaciones con la dirección en Francia, valiéndose con ventaja del supuesto apoyo de la parte del Buró Político que estaba aún en América y de la desconexión entre Carrillo y Uribe: «Se cree con la confianza de México y no esperaba yo tomase unas medidas de sacarle. A la vista de la carta de México, que se apresura a enviarme, así como un discurso de Uribe, con lo que esperaba apabullarme». Por último, se negó a acudir a Francia «a pesar de que le enviamos al guía que lo llevó» (o, precisamente, por eso mismo) y sucedió su detención rodeada de extrañas circunstancias. A partir de aquí, las anotaciones de Carrillo constituían un extenso, caótico y poco ejemplar catálogo de imputaciones ad hominem:

Para mí no hay ninguna duda: Monzón es un provocador. Y su brazo derecho, Trilla, otro. ¿Desde cuándo? Mucho tiempo. Por lo menos, desde la guerra. Hijo de familia aristocrática navarra. Mimado. Estudia en los jesuitas. Juerguista. Héroe del barrio chino. Maricón. Una vez está a punto de morirse de una borrachera y al salir de ella es cuando decide entrar en el partido. Las condiciones de su salida de Navarra. La lucha contra Astigarrabía[470]. Su actitud hacia Pepe [Díaz]. Su lucha por la dirección de Francia. Su actitud contra la dirección del partido hábilmente. Su política de cuadros. Corrupción. Egolatría. Ambición. Va todo en torno a él. Al principio oculta la faz del partido tras Unión Nacional. Sus ligazones constantes con los tradicionalistas. Enfrentamiento con el partido [comunista] francés.

Carrillo mantuvo la vigilancia sobre Monzón incluso en la cárcel. El aparato del partido existente en cada una de ellas se encargó de remitir completos informes a Francia de los que se desprendía, a pesar de todo, una actitud inquebrantable.

Jesús Monzón se encuentra en esta prisión, el enemigo le castiga muy a menudo y entre un castigo y otro le hace ofrecimientos. Dos días antes del asesinato de Zoroa y Lucas le hicieron unos, descaradamente, donde le aseguraban la vida, etc. Este, como todos los demás que le han hecho, los ha rechazado enérgicamente y de forma indirecta siempre lo pone en conocimiento del partido. Su conducta es muy buena, defiende al partido en todo momento y reconoce todos sus malos trabajos. Ningún militante del partido mantiene ninguna clase de relaciones políticas ni personales. Él hace todo lo que ve hacer al partido. Su separación es total[471].

Andrés Paredes («Gromán»), responsable del trabajo del PSUC en el interior entre 1943 y abril de 1944, informó que en la primavera de 1945 Monzón fue destinado a la 4.ª galería de la Modelo de Barcelona, en condición de preso peligroso. Como era costumbre, se notificó a la delegación su entrada en prisión «a la vez que preguntamos si había algo contra él. Nos dicen que no, pero aunque sea miembro del Comité Central que no se le dé ninguna tarea de dirección hasta tanto no se comunique arriba, y que solo colabore en las tareas generales del partido». «Gromán» cumplió a la perfección el protocolo de denigración: insinuación, marginación, descalificación y estigmatización[472]. Desde el primer día —señaló—, Monzón se negó a comer el rancho carcelario y se hizo traer la comida de un restaurante de la calle. Alardeaba de que su familia, ricos comerciantes de Pamplona, aunque eran de derechas, le ayudaban. Su vida en prisión era la de un potentado «hasta el extremo de que algunos de otras organizaciones llegaron a decir que mientras el resto de los comunistas recibían el paquete y estaban en la miseria al diputado del Partido no le faltaba nada y siempre fumaba tabaco rubio». Bebía mucho y más de una vez creó debido a ello algunos conflictos disciplinarios con la autoridad.

Su condición señoritil, según «Gromán», no pasó desapercibida. Recibía sustanciosos giros postales de los que fue obligado por el comité de la cárcel a entregar una cantidad. Comenzó a hacerse limpiar la celda por otro interno, previo pago, como hacían algunos presos de cuota, republicanos y masones. «Le dijimos que entre comunistas estaba prohibido hacerse limpiar la celda por otro y le obligamos a que se la fregase él». En una conversación de patio, comentando entre varios la carestía de la vida y las dificultades económicas, sacó a relucir las estrecheces que, a su juicio, pasaban los liberados del partido. «Gromán» le respondió que los que trabajan en el aparato debían tener un sueldo como un obrero y «Monzón tuvo el cinismo de decir que lo menos que se debe ganar es 2000 pesetas, porque también se debe fumar tabaco rubio»[473]. Sus contertulios le recriminaron «que el obrero español no fuma rubio porque es un lujo y le hicimos recordar que cuando él estaba al frente de la delegación nos hacía pasar gana». La denigración no estaría completa sin la sombra de la sospecha. Monzón, continuaba «Gromán», recibía frecuentemente la visita del padre Lahoz, jefe de los mercedarios de Barcelona y capellán de la cárcel. Los presos y dirigentes de la CNT no dejaban pasar la ocasión de criticar a los comunistas. Él decía que discutían de teología. También empezó a recibir visitas a deshoras. Algunas de ellas llevaban la recomendación de Solchaga, capitán general de la Región Militar. Él decía que Solchaga era paisano suyo y amigo de su familia, y que por su intervención no le tocaron un pelo en los interrogatorios policiales.

En la cárcel se formó un consejo de resistencia con la participación de varias organizaciones. Monzón trabajó mucho en la incorporación de los masones y Liberación Nacional Republicana, una organización influida por ellos[474]. En general, Monzón tomó parte muy activa en estas tareas de unidad, en ocasiones de manera excesivamente personalista. Su posición hacia el Buró Político siempre fue de reconocimiento y de alabanza, «tal vez fuese porque notó que en la cárcel Dolores era muy querida y todos los militantes decían que teníamos y tenemos un Buró de bolcheviques». Tiempo después se recibió en la cárcel un comunicado de la delegación notificando la expulsión de Monzón por orden del Buró Político. En la 4.ª galería todos los comunistas fueron advertidos y se les recomendó que no hablasen con Monzón de asuntos relativos al partido. Él no dijo nada y al poco tiempo fue llevado a otra cárcel. «En general —concluyó “Gromán”—, yo noté en él una reserva enorme en cuanto a su cuestión personal y un gran interés en trabajar en el movimiento de masas»[475].

Mariano Peña informó sobre los siguientes pasos de Monzón. Le conoció en Carabanchel, donde llegó en 1946. Fue allí donde le fue comunicada oficialmente su expulsión, de acuerdo a una circular del Comité Regional del Centro. El secretario del comité del partido en la prisión, Olmedilla, le expuso los motivos por los que no sería incorporado al colectivo de presos comunistas. Él se mostró de acuerdo y, a pesar de todo, se ofreció al partido incondicionalmente. Aceptó su exclusión bajo el principio de que «el Buró Político tiene razón, que él está seguro de haber cometido varios errores». Expresó que se sentía molesto por no poder ayudar al Buró con su información sobre los hechos y declaró que estaba y estaría siempre al lado del partido, pues «aunque apartado de él, se sigue considerando un militante comunista». En noviembre, a consecuencia de un chivatazo, un grupo de comunistas fue castigado en celdas de aislamiento. Entre ellos se encontraba Monzón quien, en el mismo momento de la conducción, inició una protesta en nombre de todos, erigiéndose en su máximo responsable. Monzón y Olmedilla fueron destinados a la misma celda. Se declaró una huelga de hambre pero, poco después, los militantes recibieron la consigna de cesar el plante. Monzón lo consideró una provocación. Olmedilla, por su parte, acató la directriz y la hizo circular. A raíz de estas divergencias, el partido en Carabanchel acordó aislar a Monzón. Se elaboró un informe considerándole como un traidor y los comunistas rompieron todas las relaciones, si bien algunos, los descontentos, los veteranos expulsados o los sancionados siguieron tratando con él. A pesar del muro de infamias que se levantó en su contra, Monzón hizo llegar al partido cien pesetas para la suscripción a Mundo Obrero. Cuando fue trasladado a la prisión de Alcalá, mantuvo estrechas relaciones con Zoroa, compartiendo con él la hora de la comida. Los dirigentes socialistas y anarquistas le consideraban como una víctima del partido. Finalmente, fue juzgado en Ocaña y condenado a treinta años de cárcel en 1948[476].

Amortizado Monzón, debían caer también sus colaboradores. Para eliminar a Canals se recurrió de manera vicaria al retornado Joan Comorera, para quien Canals no había preservado suficientemente la independencia del PSUC. Su pecado original se encuentra perfectamente sintetizado en una carta remitida por Monzón a Gimeno a mediados de 1944:

De vuestras [cartas] se deduce que, por primera vez en estos cuatro últimos años, hay alguna oscuridad en cómo deben ser las relaciones con el PSUC. No tiene por qué haberla. Las cosas están perfectamente claras. Deben de continuar exactamente igual que hasta ahora. Lo único que pasa es que si antes la delegación del PSU en Francia tenía la misión de dirigir al partido de Cataluña, hoy es la delegación del PSU en Cataluña la que tiene la misión de dirigir al partido ahí. Como sabéis, este cambio se ha operado exactamente en nuestro partido… Podéis decir a esos queridos camaradas del PSU ahí [en Francia] que esta es la opinión de un gran cuadro catalán venido aquí de América, auténtico comunista, miembro del Secretariado del PSUC y que comparte con nosotros las tareas de esta delegación[477].

Canals se había integrado plenamente en la delegación del PCE dirigida por Monzón y se había puesto en contra de los enviados por la dirección exiliada del PSUC, que defendía la opción de la independencia orgánica. En abril de 1944, tras una de las reiteradas caídas de la dirección catalana que se venían repitiendo, con cadencia casi anual, desde el final de la guerra[478], fue enviado desde América un tal Germán para hacerse cargo de la organización. Germán se negó a ponerse a las órdenes de Monzón, «alegando que había sido enviado de América por el Comité Central y no debían enviarle instrucciones, sino escucharle, ya que era parte de la dirección del PSUC que no tenía nada que ver con el PC»[479]. En esta pugna de poder, Canals se alineó con Monzón. Cuando este cayó, Canals, consciente de cuál era su suerte como colaborador necesario en las tareas de dirección de la delegación, hizo todo lo posible por modificar sus posiciones. En sus últimos escritos contradijo toda su anterior trayectoria, procurando plegarse tanto a las directrices como al lenguaje emanados desde la cúpula de Toulouse: «La vigilancia política practicaremos también cumpliendo las directivas del partido para liquidar los agentes y el sistema monzonista de trabajo que era un filtro no solo para las deformaciones de la línea del partido sino para la penetración de la provocación». Acataba sin reparos que la dirección del partido fuese ejercida directamente por el Buró Político «sin necesidad de organismo intermedio». La única defensa de lo que había sido la delegación la basó en que había sido «necesaria en tanto que el Buró, por la distancia y el escaso desarrollo de las organizaciones del partido, no lo podía dirigir directamente. Pero superada esa situación, la delegación ya no es necesaria para dirigir el trabajo de conjunto en el interior»[480].

No le sirvió de mucho. Quizá su abjuración del monzonismo le libró de la primera oleada de purgas impulsadas por Carrillo, pero no le libró del ajuste de cuentas con Comorera, quien le reclamó a Francia para que diera explicaciones de su trabajo en el interior del PCE y, con ello, de su cuestionamiento de facto de la independencia orgánica del PSUC. Canals fue liquidado en fecha indeterminada a comienzos de 1946[481].