Estado puro
Cerré los ojos y una luz cegadora lo iluminó todo. Poco a poco me acostumbré a ella y me encontré en un lugar agreste, sin vegetación, con un suelo árido y quebradizo. Mis botas militares, a cada paso que daba, quebraban el suelo, saltando pequeños trozos de barro seco al aire y manchándolas de polvo. Llevaba puesto un pantalón de cuero negro corto, el arnés y unas gafas estilo policía con cristales verdes de espejo. Caminaba entre aquella desolación, sintiendo el calor asfixiante de un sol desértico, provocando que mis poros desprendiesen un sudor abundante, resbalando por la piel. El viento silbaba a mi alrededor y entre aquel silbido, aquel sonido, escuché una voz que me llamaba.
—¡Frank! ¡Frank! ¡Espérame!
Me giré encontrándome con Óscar caminando en mi dirección. Me detuve hasta que estuvo al lado. Vestía un arnés de cuero rojo conjuntado con sus botas y el bóxer bien pegado a sus fornidas piernas. Relucía como un ángel en aquella mañana, en aquel lugar sin vida.
—¿Dónde estamos?
—En tus sueños. Me llamaste en la noche y decidí venir.
—En realidad no te llamaba. Antes de quedarme dormido estaba pensando en ti. Desde que te conocí en aquel sueño te he estado buscando por los lugares que frecuento los fines de semana.
—Últimamente he salido poco. Demasiado trabajo y al llegar a casa, sólo deseaba descansar y desconectar. ¿En qué pensabas? Ya sabes que puedo escucharte en los sueños, pero no en la vida real.
—Sí —sonreí—. No lo olvido: el viajero de los sueños.
—Me gustó que me llamaras así. Pero aún no has respondido a la pregunta.
—Cada vez que cierro los ojos para entrar en el maravilloso mundo de los sueños, pienso en ti y en que no busco un sueño contigo, busco una realidad. Además —miré alrededor—, si quisiera un sueño contigo, no sería en un lugar como éste.
—Nuestra mente es compleja y crea lugares motivados por el estado de ánimo.
—Pues hoy he tenido un buen día. Nada alteró la normalidad de las horas vividas.
—Pero el espíritu no está tranquilo. Algo lo altera.
—Tal vez tengas razón. Tal vez los miedos me sigan acechando y deseo dejarlos en el olvido. Quiero empezar una nueva vida junto a alguien con quien compartir mis sueños despierto, mis momentos felices y los que no lo son tanto, reírnos juntos y sufrir, porque nadie se libra de sufrir en esa tierra que nos sustenta. Pero a la vez…
—A la vez el cuerpo te pide guerra y gozar y disfrutar de esa materia que la naturaleza te ha otorgado. Hoy estás muy provocativo, muy sensual. Desde el momento en que te vi, despertaste el animal que llevo dentro y decidí vestirme parecido a ti.
—Estás muy bueno así. Ese bóxer te marca perfectamente cada volumen del deseo que esconde.
—Te ayudaré a olvidar, a sentir lo que buscas.
Su arnés cayó al suelo y el bóxer desapareció. Su desnudez se presentó como la de un ser celestial y al mirar mi cuerpo, también estaba desnudo. Nos acercamos y al abrazarnos, nos besamos. Recordé aquel beso. El primer beso que nos dimos bajo el melocotonero y su saliva resultó como néctar de frutas salvajes estallando en mi boca. Caímos sobre aquel suelo reseco y agreste y nuestras manos acariciaron cada contorno de nuestra piel. Una piel que ya conocía y despierto deseé volver a encontrar para sentir. Los cuerpos sudaban y se entrelazaban entre sí. Amándose y deseándose. Tumbado sobre él me sonrió. Acaricié su rostro y separó las piernas. Esta vez no jugué con su ano, pues al rozar mi glande con él, lo sentí húmedo y preparado para acceder a su interior, como así hice. Lo penetré hasta que el pubis rozó su piel y al suspirar los dos, la mente se liberó de toda duda.
El suelo se fue cubriendo de un manto de hierba suave y fina, que acarició nuestras pieles. El polvo del ambiente se convirtió en miles de esporas cernidas por la suave brisa que nos acompañaba. Los árboles se alzaron a lo alto cubriendo en parte aquel sol abrasador. Escuchaba el sonido de su corazón a la vez que el agua de una cascada fluyendo y cayendo en un pequeño estanque, mientras la naturaleza cantaba a nuestro alrededor.
Hoy no me follaba a Óscar, aunque no se lo diría e intentaría que no se notara. Hoy sentía algo especial: el deseo del hombre que buscaba y no encontraba, pero tampoco debía de saberlo. Si algo surgía, esperaba que fuera de forma natural, no provocado por un par de sueños, donde la fantasía no tiene fronteras.
Entraba y salía de aquel volcán de fuego que era su ano. Abrasaba la piel de mi polla en cada embestida Sus gemidos y los míos rompían el silencio del lugar. Me incorporé sin dejar de penetrarlo y en pocos movimientos estaba sentado sobre mí, abrazados los dos. Mis nalgas acariciadas por el suave tapiz de la hierba fresca y sus manos deslizándose, tras encontrar el equilibrio entre los dos, por la espalda. La penetración en aquella postura resultaba más suave y relajante al sentir su pecho pegado al mío, los corazones latiendo acorde el uno con el otro y las manos palpando la espalda del otro. Las bocas encontrándose y sintiendo el calor de los labios y el elixir del fluido de su interior, mientras las lenguas hablaban su lenguaje especial. Dejé de penetrarlo. Sonrió.
—¿Miedo a correrte?
—No. Quiero que ahora seas tú el que actúes. Que me hagas gozar.
Me tumbó sobre la hierba y se dejó caer encima. Me besó con pasión y su polla se restregó con la mía. Las dos muy duras. Me abrazó y rodamos por aquel prado. Me miró tras detenernos:
—Gírate y dame ese rico culo. Me gusta degustarlo antes de que mi polla goce de él.
Lo hice. Tomó con sus manos mis nalgas, las acarició, las azotó y separándolas metió su lengua y boca. El movimiento de su lengua contra mi ano me provocaba una gran excitación y pronto cedió a su deseo. Se incorporó, enfiló el glande y la metió hasta el fondo sin detenerse, al igual que hiciera yo. Suspiré. Pero él no me penetraba con el deseo que yo hice, sino con fogosidad. Embestía como un animal furioso provocándome un calor interno que me hacía gemir sin control. Me pidió que me agarrase a su cuello y me levantó.
Crucé mis piernas alrededor de su cuerpo y caminó hasta que me sentó sobre un columpio sostenido entre dos árboles. Me extrañé y sonrió.
—Siempre he deseado follarme a un tío en un columpio al aire libre.
Las cadenas de aquel columpio comenzaron a moverse atrás y adelante según las embestidas de Óscar. Elevó mis piernas colocando mis pies en las cadenas y él se subió a la tabla, donde yo estaba medio tumbado, asentando un pie a cada lado de mí. Con los brazos provocó que el columpio tomara altura yendo de atrás adelante mientras me seguía follando. Sentí que volaba, por la sensación del ir y venir y la penetración salvaje de Óscar. Ambos sudábamos a raudales. Las gotas de él caían sobre mi cuerpo y su garganta profería un sonido de animal excitado. Me miraba con cara de deseo. Sonreía y a la vez apretaba los dientes mientras aquel columpio surcaba los aires. Cada vez más alto. Desafiando la gravedad. ¿Gravedad? Aquella postura y aquellos movimientos acrobáticos circenses, no serían factibles en tierra firme. Pero qué más daba. Me estaba follando a saco. Entrando su rabo y saliendo y dejándome el culo como nunca lo sintiera. Sí. No era el Óscar del primer sueño. Ya conocía mis fantasías, sabía de mis deseos y tras haber entrado por primera vez en mis entrañas, ahora buscaba complacerlas. Sentí que me corría y controlé aquella sensación. No deseaba despertarme. Él eyaculó en el interior. Óscar sacó su rabo y se bajó del columpio sujetando mis piernas para que no se movieran. Metió la lengua en el agujero que su polla había dejado y lamió la leche que iba saliendo. Aquel esperma que inundara por unos segundos mi interior y ahora bebía como líquido embriagador. Me incorporó. Sus labios estaban húmedos, pegajosos y oliendo a macho. Su boca se pegó a la mía y saboreé la fragancia de su ser.
Dejó caer su cuerpo sobre el césped y yo me dejé deslizar del asiento hasta quedar sobre su torso. Mientras nos relajábamos, acarició mi cabello y yo su pecho. Mi mente estaba fuera de sí y él perdido en sus pensamientos.
—Has controlado muy bien la corrida. Me alegro. No deseo que aún te despiertes. Quiero seguir follando contigo.
—Cabrón. Tengo el culo ardiendo. Me has follado como un animal.
—Somos dos animales cuando el sexo nos domina. Quiero que luego me revientes el culo de placer. Que me folles como si te fuera la vida en ello.
—Menos mal que esto es un sueño, en la vida real no te aguantaría.
—En la vida real nos daremos más placer, porque despiertos seremos nosotros mismos.
—Eso quiere decir que nos veremos.
—Te buscaré cabrón. Necesito saber cómo eres en la realidad.
—En la vida real tendrás que tener cuidado con mi culo. Aún es virgen.
—Mejor. Así seré yo quien entre por primera vez. Lo malo que como te guste como aquí. Te perderé.
—No. Te aseguro que contigo tengo más que suficiente.
—Quiero que seamos pareja, pero que descubramos todos los placeres del sexo no sólo entre nosotros, sino con quien nos ofrezca nuevas propuestas. ¿Qué me dices?
—Acepto.
Aquella afirmación me extrañó, pues no era yo de esos.
Creía en la pareja de dos y sin compartir, pero Óscar… Óscar era distinto y me gustaba su vicio, su forma de ser, de entregar y entregarse. Sí, tal vez sería interesante explorar nuevos campos ¿Por qué limitarnos? Si el cuerpo te pide marcha y se puede aguantar, démosle marcha. A nadie tenía que rendir cuentas, por lo tanto, sería yo mismo acompañado por aquel semental, con olor a macho, con un cuerpo deseado y una forma de follar que me enloquecía.
¿Disfrutaría tanto en la vida real con el rol de pasivo como de activo? Esperaba que sí. Me gustaba penetrar y gozaba siendo penetrado. El sexo en toda su plenitud. Las pasiones desbordándose mientras la mente perdía su control y la vista se nublaba. Éxtasis, esa era la palabra mágica.
Me incorporé pensando en el columpio y en aquella pradera. Imaginé un maravilloso parque de atracciones con tiovivos, montañas rusas de agua, columpios desafiando el espacio, coches de choque, casas del terror, sustituidas estas últimas por casas del placer, casetas de tiro al blanco con chicos desnudos como premio, puestos de algodón dulce y otras chucherías. El silencio fue sustituido por las voces, gritos y risas de quienes disfrutaban del lugar. Óscar se incorporó y me miró sonriendo.
—¡Estás loco! Lo sabes, ¿verdad?
—Sí, pero no me digas que no es una hermosa locura.
—No has recreado ni una sola mujer, ni un solo niño.
—No. Si las atracciones son para disfrutar, los visitantes también.
Había para todos los gustos: Los osos en su más amplia variedad, los delgados, los culturistas, los fibrosos, blancos, negros, asiáticos, altos, bajos, rubios, morenos, pelirrojos.
Todo el amplio abanico de hombres dispuestos a disfrutar de aquellas atracciones de metal… y de carne.
—Me apetece un algodón de azúcar —comentó sonriendo mientras se levantaba.
—A mí también.
Me ofreció su mano y de la mano caminamos hacia el mundo mágico de la diversión. Mientras nos internábamos en el lugar, el sol dejó paso a la gran luna y todas aquellas atracciones se iluminaron con miles de bombillas de colores. La noche concedía otra dimensión para explorar. Óscar se detuvo ante uno de aquellos puestos y tomó dos algodones dulces y me ofreció uno. Comí de él y luego viendo como Óscar se llevaba un trozo a su boca quedando una parte fuera, me lancé hacia su boca fundiéndonos en un beso dulce y deseado. Nos abrazamos y otros también lo hacían.
Los caballitos del tiovivo estaban ocupados de dos en dos, algunos abrazados, otros acariciándose y los más atrevidos se penetraban mientras aquellos caballos de madera subían y bajaban. Decidimos entrar en una de aquellas casas del placer y nos encontramos con cientos de espejos donde cientos de cuerpos desnudos de hombres se reflejaban. La mayoría con sus rabos erectos y entrando en el juego entre dos, tres, cuatro…
Cerré los ojos deseando que desapareciera la caseta quedando todo aquel laberinto de espejos al aire libre. Sería la escena de cruising más inimaginable que alguien pudiera pensar.
—Eres un vicioso.
—En este sueño sí, en la vida real soy más comedido.
—No me lo creo —aseveró sonriendo—. Alguien que sueña así…
—Deja de hablar. Mira los espejos. Es la orgía más sexual y sensual que se me ha ocurrido.
—¿Quieres que follemos con ellos? —preguntó.
—No, dejémoslo para el final. Entre esos espejos deseo lanzar mi leche como un estallido mientras me penetras.
—Recuerda que es a ti al que quiero sentir. Quiero que me poseas como el animal que puede imaginar este despropósito.
No le respondí. En ese momento me sentía insultantemente sexual y tomando su mano, comenzamos a caminar de nuevo. Nos montamos en la montaña rusa que se internaba en una laguna, saliendo luego al exterior y subiendo una nueva pendiente hasta detenerse. Todos terminábamos empapados en agua y aquellas pieles húmedas me despertaban mis instintos más primarios.
—Entremos al paraíso de los osos. Quiero verlos. Algunos desprenden mucha sensualidad y hoy quiero absorberlo todo.
—Me das miedo.
—Piensa que cuanto más me caliente, mejor te follaré.
—Entonces… entremos. Quiero que estés a cien.
Al traspasar el umbral nos encontramos con lo más parecido a una cueva prehistórica. Las estalactitas y estalagmitas creaban recodos por los que se vislumbraban cuerpos entre las sombras que recreaban las antorchas adosadas en lugares estratégicos. La temperatura era perfecta y pronto nuestros ojos se habituaron a la penumbra, las sombras y los claro oscuros. Todo allí dentro era en blanco y negro con ciertos matices de grises. Aquellos cuerpos de mayor o menor volumen, pero muy velludos, gozaban del frenesí que despertaba su sexualidad. Apunto estuvimos de pisar un grupo de cuatro que se encontraban en una felación múltiple. Dos de ellos comenzaron a lamer nuestros pies desnudos y con sus manos acariciaban nuestras piernas. Sentí que se me ponía muy dura y al mirar a Oscar, comprobé que él también estaba excitado. Nos miramos y besamos, mientras aquellos dos tíos seguían lamiéndonos, subiendo por las piernas hasta detenerse en nuestras vergas, que mamaron a su antojo. Cuando lo creyeron oportuno, nos ofrecieron sus culos, colocándose a cuatro patas. Óscar y yo nos arrodillamos y dejamos que nuestras pollas fueran entrando suavemente. Estaban bien dilatados. No eran las primeras pollas que entraban aquel día. Cogí aquellas nalgas y lo follé con ganas, Óscar se excitó al verme embestir y siguió mi ritmo. Sacábamos la polla entera y de golpe la introducíamos y así varias veces hasta volver a la carga. Mi oso no era muy corpulento pero su pecho era un felpudo. Desde el cuello hasta su pubis no existía una parte de piel visible. Al girarlo y tras colocar sus piernas sobre mis hombros, acaricié aquella mata de pelo. Resultaba atractivo. Cogió mi cabeza con sus potentes brazos y me lanzó hacia él. Mi piel se pegó a su pelo abundante y mi boca recibió el beso de aquel animal en celo, que levantando sus piernas me ofrecía el orificio del placer. Miré a Óscar y éste sacó la polla lanzando toda su leche encima de aquella espalda. Me gustaba ver como se corría. Sus abundantes chorros me ponían a cien y la cara de vicio que presentaba cuando lo hacía. Me miró y sonrió. Penetré aquel oso y Óscar se colocó detrás de mí. La metió, la sentí húmeda y caliente. Me abrazó y me pegó a su pecho susurrándome:
—Te tocaba a ti, pero este culo pide guerra y quiero complacerlo.
—Fóllame y calla. Sigue mi ritmo y córrete dentro de mí.
—A ti no se te ocurra eyacular. Aún queda mucha noche.
—No —contesté mientras penetraba el culo de aquel hermoso ejemplar de oso.
Follé con rapidez, deseaba sentir el líquido de Óscar dentro de mí. Me estaba acostumbrando a su semen en el culo, en la boca, en el cuerpo. En la vida real… Bueno, en la vida real tomaríamos nuestras precauciones en determinados momentos, pero aquí no pensaríamos en eso. Aquí era hora de disfrutar y gozar.
Los osos siempre me han dado morbo. Tan grandes, tan machos con ese vello corporal y luego, tan putas en la cama. Bueno, algunos más que otros. Ya me entendéis. La masculinidad personificada en todo un hombre y como antaño se decía: «El hombre, de pelo en pecho». Sí, pelo en mayor o menor abundancia. El pelo que personifica al macho hispano y luego en la cama se revuelca y pide a gritos ser follado o follar con desesperación. Esa era la imagen que en esta osera estaba contemplando y con aquel oso disfrutando. Un chubby se puso frente a nosotros y ofreció su polla al oso. Éste la tomó y la devoró. Las carnes flácidas de aquel tipo se movían como si de un gran bloque de gelatina se tratara. Se agarraba los senos con las manos y los magreaba. Se pellizcaba los pezones y luego atrapaba la cabeza del oso buscando una mamada más intensa, más profunda. En realidad, follando su boca.
—¿Puedo follármelo? —me preguntó.
Miré a Óscar y éste sacó la polla de mi culo. Yo hice lo propio con el oso y se lo ofrecí al chubby. Éste se puso por detrás, lo penetró y entonces toda aquella masa de carne se movió como si estuviera siendo rebullida por un terremoto. Disfruté del panorama mientras me levantaba. Óscar me agarró de la polla:
—Vamos. Deja que los osos disfruten. La primavera y el verano son sus épocas.
—Para estos osos, cualquier día del año es bueno. Míralos… Es todo un espectáculo de carne y pelo en exaltación sexual.
—Continuemos nuestro paseo.
Salimos de la osera. Las luces de las barracas nos deslumbraron por breves instantes. Nos acercamos a un puesto donde cinco chicos musculosos se encontraban de pie o sentados sobre plataformas. Desde una línea imaginaría otros lanzaban pelotas hacia una diana. La idea era acertar y que aquellos cuerpos perfectos anatómicamente, cayesen a un estanque de agua. El ganador, además de disfrutar viendo como el ejemplar elegido se zambullía, se lo llevaba como premio durante el tiempo que durase un buen polvo. Uno de aquellos chicos señaló a Óscar y luego a su diana.
—Quiere ser tuyo.
—Sí —me abrazó y besó en los labios. El chico entonces sonrió y nos señaló a los dos y luego de nuevo a la diana—. Ahora sí. Ahora voy a jugar, nos lo follaremos los dos.
Óscar tomó una de aquellas pelotas y la lanzó con fuerza. No acertó y el chico se cruzó de brazos con gesto consternado. Se encogió de hombros y el chico de nuevo separó sus brazos y me miró invitándome a que lo intentara. Tomé una de aquellas pelotas y la lancé con fuerza. Deseaba gozar con un hombre como aquel. Acerté y cayó de pie en el agua. Salió del estanque moviendo su media melena y me abrazó.
—Gracias tío. Me habéis gustado y deseo disfrutar con vosotros de un buen rato —me apretó el rabo y luego el de Óscar—. Me follaréis los dos y si queréis, yo a vosotros. Como veis, tengo un buen pollón.
Era cierto, tenía una buena tranca para gozar con ella. Nos abrazó a los dos y caminamos entre la multitud que llenaba, en aquellas horas, casi por completo la feria. Óscar y yo colocamos una de nuestras manos sobre las nalgas del chico y éste nos sonrió. Tenía una gran sonrisa y unos glúteos que hicieron que nuestras pollas mirasen al cielo.
Eso me gusta. Que se pongan duras como la piedra —comentó mientras dejaba de abrazarnos para agarrarlas con fuerza—. Buenos rabos para mí.
Tenía que pensar rápido. Buscar un lugar distinto para los tres y en eso vi un pequeño descampado e imaginé una gran cama de aire con dosel, donde las telas blancas y livianas bailaban al son de la brisa. Nos tiramos sobre la cama. El peso de nuestros cuerpos y los movimientos que ejecutábamos provocaban una especie de oleaje en aquella superficie. Jugamos durante un rato. Nos reímos a carcajadas. Nos manoseábamos, hasta que los cuerpos estuvieron muy pegados los unos a los otros. Buscamos aquella posición donde Óscar me la mamaba a mí, aquel chico a Óscar y yo al chico que, sinceramente, me costaba tragar aquel rabaco grueso y grande. Al poco rato se giró ofreciéndome sus musculosas nalgas mientras continuaba degustando el rabo de Óscar. Me arrodillé detrás de él y separé sus glúteos introduciendo la lengua en su interior. ¡Exquisito manjar! Su rosetón se abría y contraía. Me estaba poniendo a mil e incorporándome se la metí hasta el fondo. Sacó su boca de la polla de Óscar y levantó la cabeza lanzando un gemido de placer. Me miró y sonrió:
—Fóllame a saco. Quiero sentir bien dentro ese rabo.
—Le embestí con fuerza agarrándome a su cintura, mientras aquella cama nos balanceaba a su antojo. Le agarré la polla, lubricaba mucho y me provocaba aún más. Seguí follándolo mientras continuaba masturbándolo. Óscar se incorporó. Su polla estaba más hinchada de lo que nunca había visto. Saqué mi rabo y el chico se dio la vuelta. Óscar le traspasó y el chaval apretó mi rabo con sus manos, luego se lo llevó a la boca. El hijo de puta la mamaba muy bien. Cerré los ojos por unos instantes y al abrirlos el rostro de Óscar me pareció más erótico, sensual y excitado. Apretaba fuerte los dientes mientras le follaba a saco y me miraba con ojos de deseo. La sacó. El chico se tumbó boca arriba, le separé las piernas y las coloqué encima de mis hombros y volví a penetrarlo. Óscar se colocó por detrás de mí y me la metió de golpe.
—¡Cabrón!
—Calla y goza. ¡Goza como el cabrón que eres!
Aquella expresión no me gustó, pero no le dije nada. La excitación que tenía era demasiado salvaje como podía experimentar dentro de mí. Me estaba follando como nunca lo hiciera y el culo ardía de gozo. Follé también a saco al chaval y tomando su polla le volví a masturbar. Hizo un gesto con el vientre que intuí que su momento estaba a punto y en efecto: los chorros saltaron al espacio como fuegos de artificio. Sentí su semen entre mis dedos y me lo llevé a la boca. El sabor era dulce. Óscar también me llenó el culo con su abundante líquido y se desplomó encima de mí. El rabo del chico aún estaba duro. Me coloqué encima de él. Dispuse su glande contra mi ano y la metí poco a poco. Era gruesa, era grande, pero yo estaba bien lubricado. Situé mis manos en su fuerte pectoral y me follé a saco. El chaval gemía y yo disfrutaba de aquel pedazo de tronco que entraba y salía con los movimientos que provocaba. Sentí su leche llenarme y lancé un fuerte gemido dejándome caer sobre él. Acarició mi rostro, besó mi boca y susurrando me pidió que le follásemos los dos a la vez. Me incorporé. Óscar estaba tumbado, el chico se colocó encima de él y se penetró, después me situé por detrás y la metí. Sentir la piel y el calor de la polla de Óscar y el interior del chico me excitó de tal manera que sabía que en cualquier momento me correría. Entonces cerré los ojos y deseé estar rodeados en aquella cama por todo tipo de ejemplares que en aquellas horas disfrutaban de sus cuerpos. Todos alrededor de los tres, mientras Óscar y yo hacíamos una doble penetración al cuerpo más musculoso de la feria. El chico profería grandes gemidos y nosotros le acompañamos en ellos. Sentí el calor de la leche de Óscar y todos aquellos machos: altos, bajos, osos, musculosos, delgados, blancos, negros, rubios, morenos, pelirrojos… todos lanzaron su leche contra nosotros y en aquel aluvión de lluvia blanca, estallé. Estallé como nunca lo había hecho y mi grito rasgó el espacio. Un grito de placer, de gozo eterno, de delirio que me devolvió a la realidad. A una realidad no deseada, pues me sacó del sueño más húmedo, que jamás volví a tener. Me desperté sofocado. Me faltaba el aire, el cuerpo se encontraba empapado de mi ser y en aquel momento, añoré el líquido de todos los machos de mi sueño, de mi fantasía, de mi gran delirio en esa dimensión en la que entramos al llegar la noche.