CAPÍTULO V

Al despertarme me sentí solo, pero el poco tiempo que me quedaba para ir al trabajo y preparar todo evitó que pudiera pensar en él en aquellos momentos. Lo que en realidad no sabía es lo que me esperaba aquellos cinco días. En ocasiones los fantasmas se confabulan cuando uno pretende ser feliz y en esta ocasión ocurrió.

Me duché deprisa, preparé el traje para el trabajo, lo guardé en su funda y sin desayunar salí disparado al trabajo. Llegué con el tiempo necesario para tomar algo en la cafetería de los almacenes e incorporarme a mi puesto en el momento preciso. La mañana transcurría sin novedad, como cada día y como cada lunes, donde los clientes se vuelven perezosos hasta pasadas las doce del mediodía. Poco antes de esa hora recibí una llamada, era Carlos. Recordé que la noche de la bronca con su novio en el restaurante, tenía varias llamadas perdidas de él que olvidé por completo. Descolgué el teléfono:

—Dime Carlos… Sí estoy en el trabajo… Ya, lo sé, se me olvidó por completo llamarte. He pasado un fin de semana increíble con Andrés… Sí, está muy bien, los dos estamos muy bien… Sí, zorro, nos hemos comprometido este fin de semana… Lo sé, necesitaba sentar la cabeza y creo que él es el hombre perfecto… Gracias… Te tengo que dejar, el departamento empieza a cobrar vida… La mañana ha sido muy tranquila, como la de cualquier lunes… Bueno, mañana voy a verte cuando salga… Te lo prometo… No, no he quedado con Andrés… Nos veremos el viernes. Me voy a vivir con él… No, no estoy loco. Ya te contaré mañana, te dejo… —al colgar noté en la voz de Carlos cierta preocupación, tal vez por lo sucedido en el restaurante, pero me daba lo mismo lo que pensara el gilipollas de su novio. Si lo tragaba era porque él estaba enamorado, nada más.

Atendí a la clientela y las horas se pasaron volando, ni siquiera tuve tiempo para pensar. Me cambié el traje por mi ropa de sport y salí. La tarde era agradable y antes de irme a casa decidí refrescar mi garganta. Entré en una cafetería de la Gran Vía, me senté en la barra y pedí una cerveza. Al mirar hacia las mesas me quedé sorprendido. Allí sentados estaban Pablo, el novio de Carlos, e Iván ¿Qué estaban haciendo estos dos juntos? A Iván se le veía acalorado, movía las manos de forma amenazante a Pablo y éste se reía, con su sonrisa despótica y repugnante. Iván se levantó y golpeó la mesa, se vino directo hacia la barra y se sentó al lado mío.

—Hola Rafa, disculpa que no te saludara cuando entraste, pero es que…

—¿De qué conoces tú a ese tío? —le pregunté.

—Fuimos pareja. ¡Maldita la hora en que lo conocí!

Pablo se levantó y pasó por detrás de nosotros.

—Dios los cría y ellos se juntan —comentó mientras pasaba.

Iván no se contuvo, se volvió y le sacudió un puñetazo en la cara que le tiró al suelo. Pablo se incorporó y observó que sangraba por la nariz. Nadie en el bar se inmutó, tan sólo un camarero que se acercó a nosotros.

—¿Ocurre algo? —preguntó.

—No, no pasa nada —le respondí mientras dejaba el dinero sobre la barra. Me levanté y cogí por el brazo a Iván—. Vamos, este no es el sitio para discutir.

—Esto no quedará así —comentó enojado Pablo mientras ya salíamos del bar.

—¿Se puede saber qué ha sucedido? —le noté muy nervioso y decidí llevarlo a casa. No hablamos durante el camino. Iván se apretaba una mano contra la otra y miraba fijamente al suelo, mientras controlaba su respiración. Ya en casa se sentó en el sofá. Cogí dos cervezas y me senté junto a él. Así permanecimos unos minutos hasta que Iván tomó un trago de su cerveza.

—Lo siento.

—¿Puedo saber qué ha sucedido?

—Verás… Ese cabrón y yo fuimos pareja. Aún no comprendo cómo me pude colar por ese cabrón, no lo entiendo, no vale una mierda, pero me colé.

—Así es el amor, no conoce de físico, sino de sentimientos y no ve más allá de lo idealizada que tengas a esa persona.

—Me embaucó con su forma de decir las cosas, aunque al final siempre hablaba de lo mismo, pero en aquel entonces a mí… Al mes de conocernos llegó un día con cara de preocupado, al preguntarle que le pasaba me dijo que había perdido su puesto de trabajo y que tendría que volver al pueblo con sus padres. Como te he dicho, yo estaba muy colado por él y le dije que porque no se venía una temporada a vivir a casa, que seguramente encontraría pronto algo. Al principio me dijo que no, que no le gustaba molestar y que prefería irse. Le convencí. ¡Maldita la hora! —se levantó y se quitó la camisa con rabia. Tomó otro trago y me miró—. Ese cabrón se aprovechó de mí. Al principio no me daba cuenta, el amor es ciego, pero poco a poco veía que no hacía nada por buscar trabajo. Siempre que llegaba de trabajar le escuchaba hablar y reírse con gente que conocía por Internet. Siempre estaba en pelotas y con la cámara puesta, dejándose ver por otros. Intenté hacerle comprender que aquello no me gustaba, que si lo nuestro iba en serio, no eran formas de actuar con otros.

—No seas tonto —me decía cuando cerraba aquellas conversaciones—. Con ellos me divierto, les caliento. Son así de ingenuos. Nunca les he enseñado la cara, nada más les muestro mi cuerpo y el rabo. Se vuelven locos —y se reía a carcajadas—. Hay demasiados infelices que se conforman con ver un rabo por la cam.

Me fui enojado a la cocina y preparé la cena. Ni siquiera eso hacía. No limpiaba, no cocinaba, no ordenaba nada. Si yo no lo hacía, la casa era una pocilga. Se acercó por detrás y se pegó a mí con la polla dura.

—Esto te gusta, ¿verdad? Vamos a follar, estoy caliente.

—No. Tengo hambre. Por lo menos podrías haber preparado algo para cenar. Sabes que llego agotado del trabajo y nunca hay nada para comer.

—¿Tú crees qué yo soy un cocinitas? No, yo nací para satisfacer a los hombres. La comida que ellos quieren, es esto —y se cogió el rabo apretándolo contra mí.

—¡Déjame! Voy a cocinar algo.

—Está bien, ya me pedirás el postre en la cama. Eso si lo sé preparar bien, sobre todo calentito —salió de la cocina en dirección al salón.

Iván tomó aire y le dio un trago a su cerveza para continuar con el relato:

—Aquel día debí de echarlo de casa, pero continuamos seis meses más en los que comenzó a exigir. Quería ropa nueva y, por supuesto, yo se la compraba. Se encaprichaba de cosas que yo no tenía, porque no las consideraba necesarias, pero se las regalaba. Poco a poco me sentí cautivo y mi economía muy deteriorada, hasta el punto que no me podía permitir comprar lo más necesario. Necesitaba volver a ser yo mismo y no sabía cómo. Aquel cabrón me tenía hipnotizado y no encontraba la solución. Pero como todo en la vida, el destino pone a cada uno en su sitio. Una tarde cuando volvía a casa, no me escuchó entrar y desde la puerta le vi masturbarse frente a la cámara. No aguanté más. Apagué el ordenador y su lefazo cayó en la pernera de mi pantalón. Me miró con cara de odio y me gritó:

—¡¿Qué te pasa?! ¡¿Eres tonto?! ¡Me has cortado un pajote de la hostia! —me gritó amenazante.

—Quiero que te largues. No te quiero ver más aquí.

—¿Qué te has fumado? ¡Tú estás tonto! ¿Pretendes qué me vaya?

—Me has escuchado bien. Coge tus cosas y lárgate. No quiero volver a verte.

—Ni lo sueñes. Yo no me voy y si quieres que me vaya, dame dinero para pagarme una pensión unos días.

—Ni un céntimo. Ya me has explotado bastante.

—¿Qué yo te he explotado a ti? Has tenido un semental para ti, en exclusiva. ¿Sabes cuánto cuesta eso?

—Yo no te tenía como un semental, sino como mi pareja. Pero veo que tú no opinabas lo mismo.

—Eres un desgraciado ¡Mírate! Si me voy te quedas sólo.

—Eso es lo que quiero. Prepara la maleta y sal de mi vida.

—No pienso irme si no me das dinero.

—Te daré dinero para que cojas una pensión esta noche y para el viaje de vuelta a ese pueblo de donde no debiste de salir. Pero ni un céntimo más.

—No, quiero más.

—Si no te vas, llamo a la policía, así que tú decides.

Entró en la habitación y llenó la maleta, le regalé otra para que se lo llevase todo de una vez y no volviese por casa. Le pedí las llaves, aunque al día siguiente cambié la cerradura y le entregué el dinero suficiente para que también pudiera comer. Sobre la una de la madrugada, cuando ya estaba dormido, sonó el teléfono. Era él pidiéndome disculpas, disculpas que no acepté. Necesitaba librarme de él. Necesitaba vivir la vida que él había encarcelado y arruinado.

Me quedé en silencio y me levanté dirigiéndome a la ventana, volví y tomé la cerveza dando un largo trago.

—Y tú… ¿de qué le conoces?

—Es el novio de mi mejor amigo.

—Pues que se prepare tu amigo. Le va a sacar hasta los ojos.

—A él también le dijo que se había quedado sin trabajo y viven juntos.

—Lo mismo una y otra vez. ¡Qué hijo de puta! Ábrele los ojos antes de que sea demasiado tarde.

—Tal vez con él ha cambiado.

—Sí le da todo lo que necesita, todo irá bien, en el momento que no siga su juego… Es un chulo. Un chapero venido a menos. Al menos los chaperos que yo conozco, tienen dignidad. Usan su cuerpo, complacen con él, cobran por ello y no hacen mal a nadie.

—Completamente de acuerdo contigo ¿Por qué estabas hoy con él?

—Porque no ha dejado de llamarme. Me acosa. En mi trabajo nadie sabe que soy gay y no sé que ocurriría si se enterasen y él lo sabe. Quiere dinero por ocultarlo y no decírselo a nadie.

—No seas tonto. No lo consientas. Hoy por hoy a nadie echan de un trabajo por ser gay, si se es un buen trabajador y te has ganado el respeto de tus jefes.

—No lo sé. Tengo miedo. Hoy le he dicho que no le daré más dinero y que si se enteran en el trabajo le mato.

—¿No lo habrás dicho en serio?

—Ya me conoces. No sería capaz de matar a una mosca.

—¿Sabes? —le abracé—. Tú vales mucho y lo sabes. Pon los cojones sobre la mesa y mañana habla con tu jefe.

—No puedo hacer eso.

—Sí puedes. Mañana le dices que quieres hablar con él y se lo cuentas todo. Que eres gay, que conociste un tío que te hizo la vida imposible y que ahora te chantajea con tu homosexualidad. Si te despide, en mi casa tienes sitio, aunque te aviso que sólo por cuatro días, me voy a vivir con mi novio.

—¿Tienes novio?

—Sí —le sonreí—. El tío más increíble que he conocido en toda mi vida.

Bajó la cabeza y me di cuenta de la frase tan inoportuna que había pronunciado.

—Te diré algo. Desde que estoy viviendo en Madrid, sólo he conocido tres personas que merecen la pena. A las tres personas que más quiero y por las que daría todo: Carlos, Andrés, mi chico, y tú.

Me miró con lágrimas en los ojos.

—Sí tío. Eres un gran tipo y tienes un gran corazón. Además de otras cosas.

—¡Que cabrón!

Se sonrió.

—Eso quiero ver, tu sonrisa y que vuelvas a ser tú mismo.

—Lo he pasado muy mal —se abrazó a mí—, muy mal y no sabía a quién contárselo.

—Ya ves que el destino juega sus cartas, estaba yo para que eso sucediera.

—Sí, te he extrañado mucho. Pero no me he atrevido a llamarte por si te molestaba.

—¡Qué tonto! Me gustó conocerte y no sólo por lo que pasó. De verdad, me sentí muy bien contigo. Tú también eres un tipo muy especial y es fácil encariñarse contigo.

—Lástima que tengas novio. Me encantaría…

—Quédate esta noche. Será la última noche que tengamos sexo. Será la última noche que tenga sexo con alguien, que no sea mi chico.

—Te lo agradezco, hoy necesito…

—No digas nada. Pero prométeme que mañana hablarás con tu jefe.

—Te lo prometo y si me echa… ¿Me adoptáis? Seré un niño bueno —infló sus mofletes y frunció el ceño.

—Prometido —sonreí—. Seguro que a Andrés no le importará. Es un tío muy natural y sencillo. Conoce nuestra historia.

—¡¿Cómo?!

—Sí. Hemos estado hablando de nuestras aventuras y le conté lo de aquella noche.

—Espero que me dejaras en buena posición.

—Creo que se sintió celoso y todo. Los dos cuerpos que más cachondo me han puesto en mi vida son el tuyo y el de él. Eso te lo puedo asegurar, además de vuestra forma de ser. Nunca soñé conocer dos personas tan especiales. Me siento orgulloso de contar con los dos.

—Gracias, yo también disfruté mucho contigo.

—Ya lo creo —me reí—. Ahora, prepararemos algo para cenar y el postre nos lo comemos en la cama.

—¿Me dejas ayudarte en la cocina?

—Por supuesto, no esperaba menos. Me voy a poner cómodo —entré en la habitación y me desnudé quedándome con el bóxer negro.

—Cada día estás más bueno. Que pena que un hombre como tú salga de circulación.

—Tío, no soy ningún coche.

—Ya me entiendes —se quitó los zapatos y el pantalón.

—Ahora te dejo el puesto a ti. Con ese cuerpazo y siendo versátil, puedes cubrir un gran campo.

—Seguro que te van a añorar cuando no te vean por ahí follando.

—Bueno, hay que dejar paso a la sangre nueva —le azoté el culo—. Vamos a la cocina y preparemos algo. Estos cuerpos hay que alimentarlos —abrí el frigorífico y saqué unos muslos de pollo—. Los asaremos con unas patatas al horno ¿Qué te parece?

—Me gusta la idea. ¿Dónde tienes las patatas?

—Detrás del cubo de la basura.

Sacó un cuchillo del cajón de los cubiertos, colocó unas patatas sobre la mesa y se sentó. Entre las piernas puso el cubo de los desperdicios y comenzó a pelarlas. Me gustó aquella imagen. Le notaba más relajado, más tranquilo. Se había desahogado contándome su historia y ahora era el momento de la calma. No comprendía como aquel tío pudo enamorarse de un cabrón como Pablo, pero el amor es así de caprichoso y ciego. Pensé en ese momento la suerte que había tenido conociendo a Andrés. Los dos se parecían mucho. Dos machos bien formados y con corazones de oro. Me miró.

—¿Qué haces?

—Pensar que ahora que nos hemos vuelto a ver, quiero conservar tu amistad. Quiero que seamos amigos y que cuando me necesites sepas donde acudir, aunque espero que muy pronto encuentres el amor de tu vida.

—Eres un cabrón romántico —sonrió mientras volvía su mirada al cubo, continuando con su labor—. Eso te hace especial.

—Lo digo en serio. Nunca sabemos cuándo necesitamos ayuda y es importante saber que cuentas con esa persona en quien refugiarte. Todos precisamos de alguien de confianza en un momento determinado.

—Sí, eso es cierto. Si tú no llegas a estar hoy allí… No sé, estaría dándome golpes contra la pared. Ese tío me ha estado volviendo loco desde que le conocí. No puedo entender cómo puede haber gente de tal calaña.

—Olvídalo, no merece la pena. Tienes que vivir tu vida.

—Te haré caso —respiró profundamente—, y cumpliré la promesa: Mañana hablaré con mi jefe. Es un buen tipo, sé que me aprecia y no soy mal trabajador.

—Ya verás como todo va bien. Por favor, en el momento que termines de hablar con él, llámame. Voy a estar muy preocupado toda la mañana.

—Claro, lo haré —miró hacia las patatas ya mondadas—. Creo que he pelado suficientes —se levantó, las acercó al fregadero y las lavó—. ¿Cómo las corto?

—En rodajas, ni finas ni gruesas.

En un recipiente vertí aceite de oliva, limón liquido y añadí sal. Embadurné los muslos con la mezcla y los coloqué sobre la bandeja del horno, el resto de la mezcla lo eché por encima. Luego coloqué las patatas cubriendo los huecos sobrantes de la bandeja y lo metí al horno.

—Prepararemos una ensalada y algo de embutido que tengo por aquí.

—Todo un festín.

—No es para tanto. Este fin de semana no he ido a la compra. La verdad que me he olvidado de todo. Ha sido un fin de semana inesperado y maravilloso. ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo?

—Si te digo la verdad, poca cosa. Trabajar como un burro y comerme la cabeza. Llevo un mes sin follar.

—¿Tú? No me lo puedo creer.

—Sí, no me apetecía estar con nadie. Me sentía frustrado y lleno de odio. Ya no sabía de dónde sacar dinero. Me ha exprimido como un limón.

—¿Necesitas dinero?

—No. Tengo lo suficiente para pasar el mes.

Salí hacia el dormitorio, abrí la caja donde siempre guardo dinero y saqué 100 euros. Regresé a la cocina y le sonreí:

—Quiero que cojas esto.

—No. Me niego. No quiero que me des dinero.

—No te estoy dando dinero, te lo estoy prestando, así no te me escaparás, porque me lo tendrás que devolver.

—No, de verdad, no quiero…

—Me sentiré mejor si lo coges, te lo aseguro. Quiero que estés bien, que no te preocupes por nada. El dinero es sólo dinero, pero la salud…

—Eres un cabrón y te mereces lo mejor.

—Tú también —me separé de él y le sequé las lágrimas—. Conseguirás la felicidad que te mereces. Guarda el dinero.

Salió de la cocina y me aseguré que lo guardaba en su cartera. Comprobé como iban los muslos. Aún les faltaba un poco, así que saqué dos cervezas y le ofrecí una. Me miró y sentí lo que deseaba. Me acerqué y le besé. Nos besamos muy profundamente y sentí una gran erección. Se separó de mí.

—Lo siento, es que…

—No sientas nada. Esta noche quiero que sea de los dos. Te lo dije antes, serás el último hombre con quien tenga sexo. A partir de mañana seremos grandes amigos, algo que me apetece mucho descubrir.

—Es curioso que nos entendamos tan bien en las circunstancias que nos conocimos.

—Una como otra cualquiera. Si dos personas tienes que conocerse, da igual el lugar, la forma y el hecho. Lo importante es que esas dos personas conecten y tú y yo lo hicimos.

—Es cierto.

—Preparemos la ensalada, los muslos tienen que estar ya listos.

Iván cortó la lechuga, eché unas aceitunas, cortó la cebolla, la añadió y luego la aliñó:

—Ni al gran Arguiñano le quedaría mejor —sonrió y la llevó a la mesa.

Saqué los muslos del horno y deposité la fuente en la encimera. Colocó los salvamanteles en el centro y llevé la bandeja. Dispuse los platos y cubiertos y al rato estábamos disfrutando de la cena y una conversación relajada. Se reía con algunas de las tonterías que le contaba y me hizo disfrutar viéndole feliz. Lo recogimos todo y nos fuimos a la cama.

El juego sexual resultó diferente. No era follar, no era hacer el amor. Era el juego particular que en aquellos momentos nos apeteció y salió de lo más profundo de nosotros mismos. Simplemente nos entregamos, dejando que nuestros cuerpos hablasen, que nuestras manos descubrieran y nuestros sentidos vibrasen al son del deseo entre los dos. Su piel suave y cálida. Sus músculos relajados y firmes. Su mirada cómplice, me hizo sentir bien y disfrutar junto a él. Todo resultó perfecto y, consumado el acto, su cuerpo reposó sobre el mío y acaricié su cabeza mientras él besaba mi pecho. En aquel estado de relajación, de tranquilidad, de paz interior y exterior, nos quedamos dormidos.

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Al despertarme me sentí arropado por el cuerpo de Iván. Su piel cálida y su aroma me invadieron por completo. Uno de sus brazos rodeaba mi cuerpo, mientras el mío hacía lo mismo con el suyo. Su rostro estaba pegado al mío y le besé. Se despertó sonriendo.

—Buenos días. Gracias por ese beso. Es la mejor forma en que uno se puede despertar.

—Gracias a ti, por ser como eres. Nos tenemos que levantar, me gusta estar bien despierto antes de salir de casa. Si no es así, luego parezco un zombi.

—Si fueras un zombi, las películas de miedo iban a cambiar mucho. Un zombi sexual, atractivo e increíblemente humano.

—Eres un adulador —me reí.

—Soy sincero. Ella también se ha despertado —sonrió mientras me besaba—, la estoy sintiendo crecer.

—Ya la conoces, es muy inquieta cuando está con un buen macho. La tuya también está juguetona.

La cogió con la mano e hizo el gesto de metérsela.

—Así no. Lo sabes. No me gusta jugar a la ruleta rusa.

—Tranquilo. Confía en mí. Ninguno de los dos corremos peligro.

—Aunque sea así, de verdad, así no.

Cogió un condón de encima de la mesilla, se bajó por todo mi cuerpo lamiéndo y besando cada centímetro de mi piel, me la mamó durante unos segundos y me puso el condón, volviendo a subir por todo mi cuerpo mientras yo acariciaba su espalda. Se acomodó y la fue introduciendo poco a poco. Cuando estaba completamente sentado sobre mí, sus impresionantes pelotas acariciaron mi vientre.

—Me encanta sentirte dentro. Me excitas mucho.

Le cogí las nalgas y empecé a moverle hacia arriba y hacia abajo con suavidad. Su rabo estaba muy duro. Él comenzó a cabalgar a mayor velocidad y yo le masturbaba. Los dos llegamos al orgasmo a la vez. Me excitó sentir su semen caliente y abundante caer encima de mi cuerpo y llenarlo por completo. Se tumbó sobre mí sin sacarla.

—Te voy a echar de menos.

—No me echarás de menos porque no voy a permitir que te alejes de mí. No tendremos sexo, pero quiero que seamos grandes amigos.

—Siempre. Te lo prometo. Lo seremos siempre. Pero ya me entiendes… Estos momentos los disfruto contigo mucho más que con otros. No sólo follas bien, sino que tienes algo muy especial cuando lo haces. Al menos conmigo.

—Tú lo has dicho. Únicamente a tres personas he tratado de forma especial y lo sabes. Sois los tres hombres de mi vida y lo seréis siempre mientras vosotros así lo sintáis.

—Eres muy especial tío. Cuando te conocí pensé que me follaría el tío más duro de la fiesta y en cambio…

—En cambio, soy un duro con corazón —sonreí—. Pienso que así somos muchos. Lo difícil es encontrar a quien demostrar con total libertad esos sentimientos y que no te los rompan.

—Lo dicho —se incorporó y mi polla salió de dentro de él—. Estos momentos son… Me gustas cabrón —se levantó de la cama y se fue a la ducha.

Me quedé allí tumbado mientras escuchaba caer el agua en la bañera. Pensé en lo afortunado que era teniendo a mi alrededor amigos de verdad. A los tres les había conocido follando y los tres se convertían día a día en las personas que llenaba mi interior solitario. Me levanté y entré en el cuarto de baño. Iván se estaba secando con la toalla y me metí en aquella bañera para liberarme de su ser, del sudor, del olor, que deseaba contener, pero debía eliminar. Al menos, en mi mente siempre quedaría este último momento junto a él. Nos vestimos y salimos. En el portal, antes de abrir la puerta y sentir el bullicio de la ciudad, nos besamos. Un beso tierno, cariñoso y dulce. Al menos, así me lo pareció. Nos despedimos y cada uno emprendió el camino a su puesto de trabajo. Mientras caminaba pensaba en el día que le esperaba, en aquel encuentro con su jefe y cómo se lo tomaría.

Entré en el restaurante de los almacenes y pedí un desayuno. Llegaba pronto, más pronto que nunca y decidí desayunar como Dios manda: un vaso de zumo de naranja, unas porras y un buen tazón de café con leche.

—Llegas pronto —escuché la voz de Robert que se sentó frente a mí.

—Sí, me levanté temprano y preferí acercarme y desayunar tranquilamente.

—Quiero que me folles antes de comenzar la jornada —me comentó en voz baja acercando su cabeza hacía mí.

—No. Ya no follo —le contesté mientras daba un bocado a una de aquellas porras.

—¿Cómo? ¿Qué significa que ya no follas?

—Las cosas han cambiado. Este fin de semana me he comprometido. Tengo pareja y aunque te resulte extraño, soy fiel en la pareja.

—Estás divertido esta mañana —me dijo riéndose.

—No, te lo digo muy en serio. Tengo pareja, el hombre que siempre he deseado tener y no le seré infiel.

—Conmigo follarás, soy tu jefe y es una orden.

—Como si eres el mismísimo…

—Un respeto —me interrumpió cortándome en seco con su mirada intimidatoria. La que usaba siempre con los primerizos y que les provocaba que sus piernas temblasen. Pero a mí aquella mirada, me la traía floja.

—Sabes que te tengo mucho respeto, como al resto del equipo, pero también pido respeto para mí. Mi vida personal es mía y no la comparto y mucho menos mi intimidad. El pasado queda atrás, ahora tengo un futuro por descubrir y en ese futuro no entra el follar con otro, que no sea mi pareja.

Se levantó, me miró con cara de despreció y se marchó. Continué con mi desayuno tranquilamente. Luego subí, me cambié de ropa y comencé mi jornada. Sobre las doce, me llamó a su despacho. Golpeé la puerta.

—¿Quién es?

—Soy Rafa —contesté.

—Pasa.

Abrí la puerta y entré. El despacho de Robert es muy amplio, se divide en dos partes separadas por una puerta de acordeón. La primera sala, en la que yo me encontraba, era el despecho en sí, la otra una especie de almacén donde guardaba sus libros de contabilidad y otras cosas. Se encontraba en esta segunda habitación.

—Acércate.

Me dirigí a la habitación. Algo me alertó. No era normal que me mandara acercarme a dicho habitáculo. Ya en la puerta, lo que presentía se cumplió. Estaba sentado en una silla de madera, desnudo, tan sólo con un suspensorio de color rojo.

—Quiero que me folles y no admitiré ninguna excusa.

—No voy a follarte, digas lo que digas.

Se levantó y se acercó a mí.

—Me vas a follar, soy tu jefe y es una orden —me cogió el paquete y lo apretó—. Quiero que se ponga muy dura para mí.

—No lo haré.

—Te despediré y sabes que puedo hacerlo.

Sentí que mi cuerpo ardía por dentro. La cara se prendió y deseé machacarlo vivo allí mismo, pero me contuve. Aquel hijo de puta me estaba forzando a follarlo, sabiendo lo que le había contado en la cafetería. Él quería que le follase y me amenazaba con despedirme. El muy hijo de puta lo podía hacer. Constantemente renovaba el personal si no cumplían minuciosamente sus caprichos, algunos absurdos, pero eran sus órdenes, como la que ahora deseaba que yo cumpliese y que nada tenía que ver con mi función en el trabajo.

—Así que tú decides, o me follas o te vas a la puta calle.

Me bajé los pantalones, le giré con violencia hacia la silla y saqué un condón de la cartera. Me lo puse y le follé con todas mis fuerzas. Deseaba desgarrarlo por dentro. Romperlo en mil pedazos. El muy hijo de puta me estaba acosando y tenía que pensar rápido. Aquello lo desearía más veces y yo no estaba dispuesto a ser su puto, su amante, el macho que le dejara satisfecho. No, yo amaba a otro hombre y ahora me asqueaba lo que estaba haciendo y más obligado. Tenía que pensar. Él ahogaba sus gritos mordiéndose la mano y seguí follándolo sin compasión. Miraba mi polla cuando salía y entraba y deseaba que se manchara aquel condón con su sangre, pero el muy hijo de puta no sangraba, le estaba proporcionando el placer que buscaba y yo le odiaba a muerte. Debía de pensar, pensar rápido y entre aquel pensamiento me corrí. La saqué de golpe y él aulló. Me quité el condón, se volvió y sonrió.

—¿Ves? No ha sido tan difícil y sé que tú también has disfrutado. Tal vez no folles con más, pero conmigo lo harás siempre que te lo pida y será más a menudo de lo que piensas.

No le contesté. Saqué un pañuelo de papel y me limpié la polla. Tiré el condón al suelo, al lado de sus pies y después de subirme los pantalones, me fui.

—Que tengas una buena jornada —le escuché mientras cerraba la puerta.

Durante unos segundos me quedé apoyado contra la puerta, con los ojos cerrados. Respiré profundamente y los abrí. A un lado, en una mesa de escritorio estaba su secretaria. Su mirada era interrogante y con un punto de tristeza.

—¿Te ha despedido?

—No, pero hay cosas peores que un despido.

—Lo sé —contestó encogiéndose de hombros y continuando con su trabajo.

Respiré profundamente y me incorporé a mi puesto. La mañana transcurrió de forma normal. No se acercó en ningún momento por mi mostrador, si estuvo, por el contrario, agobiando a los nuevos y éstos como siempre, temblaban cuando se acercaba a ellos. Tenía que pensar. No volvería a tocar aquel cuerpo, no volvería a penetrar aquel culo, pero ante todo, no quería perder mi puesto de trabajo. Ahora no, ahora que me iba a vivir con Andrés, no podía perder mi trabajo. Lo necesitaba.

A las dos, más o menos, recibí la llamada de Iván. Era nuestra hora de descanso, de la comida.

—Dime Iván… No, no pasa nada… Ya te contaré, ahora no me interrogues a mí, quiero saber que ha pasado…

—Verás —me dijo—, te hice caso y todo ha ido muy bien.

—¿Qué pasó?

—A las 11:30 siempre tengo quince minutos de descanso y le dije que quería hablar con él. Me miró intrigado, me mandó pasar a su despacho y me preguntó:

—¿Qué es lo que te preocupa Iván? Sé que te pasa algo, hoy no has estado igual de alegre que otros días.

—Verás… Tengo un problema muy serio.

—Te escucho.

—Me están chantajeando y no puedo más.

Me miró con cara de extrañado, colocó sus codos sobre la mesa y apoyó la cabeza.

—¿Quién te está chantajeando y por qué?

Me quedé durante unos segundos en silencio. Le miré y sentí en su mirada cierta compasión que ayudó a liberar mi nerviosismo. Mi jefe es un tío de puta madre, pero… No sabía cómo reaccionaría ante lo que le iba a contar.

—Soy gay —le dije de golpe.

Suspiró, se relajó y se acomodó en su sillón.

—El porque ya me lo has contado y ahora dime quién.

—Mi exnovio. Cuando lo conocí parecía un chico normal y me enamoré de él —mi jefe sacó un cigarrillo y me ofreció otro a mí. Aquel gesto me hizo sentir muy bien—. Como te comentaba —me atreví a tutearle—, empezamos una relación, perdió su puesto de trabajo… —le conté todo, con pelos y señales, sin omitir nada, tal y como hice contigo.

—El ser gay, no es un delito, por el contrario, el chantaje está penado con la cárcel. Por mi no hay ningún problema, debes de estar tranquilo. Eres un buen trabajador, siempre has respetado a todos tus compañeros y les has ayudado, cuando ha sido necesario, y algo que hoy me ha sorprendido, era no ver tu sonrisa y la forma que actúas normalmente. Ahora lo comprendo y te lo digo en serio: No me hubiera gustado estar en tu pellejo. Te admiro con la sinceridad que me lo has contando y como te he dicho. Nada cambia, sigues siendo uno de mis trabajadores favoritos.

—¡De puta madre! —le grité por teléfono.

—Espera —noté que sonreía—. Cuando ya estábamos hablando tranquilamente sonó el teléfono. Miré a mi jefe.

—Cógelo, no tengas problemas —se levantó de su silla y se dirigió a la ventana.

—Es él —le dije.

Se giró y sonrió:

—Quiero escuchar esa conversación.

Así lo hice, apreté la tecla de manos libre:

—Dime, ¿qué quieres?

—¿Has pensado en lo de ayer?

—Sí, ya te he dicho que no voy a seguir dándote dinero.

—Claro que lo harás y desde mañana me ingresarás cien euros extra, al menos durante los próximos seis meses. Pagarás muy caro todo lo que has hecho. Todavía no sabes quién soy yo.

Mi jefe se acercó y me pidió el teléfono.

—¿Quién eres tú, se puede saber?

—¿Cómo? ¿Con quién hablo?

—Mi nombre es Fernando y soy el jefe de Iván. Me ha contado que le estás chantajeando. Desde hoy se acabó. ¿Te queda claro?

—No, no me queda claro. No me lo creo. Ese maricón no se atrevería a decírselo a su jefe, es demasiado cobarde.

—No. Aquí el único cobarde eres tú y no voy a consentir que un indeseable como tú, altere la vida de uno de mis trabajadores. Tengo tu número de teléfono y lo que si voy a obligar a Iván, es a decirme dónde vives. Al terminar esta conversación, llamaré a la policía y les contaré todo. No sabes con quien te has metido, esta vez te va a salir muy caro.

—No creo que se atreva. Esto es un montaje con el maricón de su amigo.

—No, te aseguro que no. Si tienes huevos, ven a la planta sexta del edifico donde trabaja Iván. Dices tu nombre a la secretaria y te aseguro que te recibiré. Hablaremos de hombre a hombre y si no vienes en una hora, te aseguro que llamo a la policía y les cuento todo lo sucedido.

—No se atreverá.

—Te aseguro que sí. Tienes una hora para personarte aquí —colgó el teléfono.

No sabía que hacer, no sabía que decir. Me quedé mudo en aquellos momentos. Mi jefe se había enfrentado a él y lo amenazó. Me miró y me entregó el teléfono sonriendo.

—Así es como hay que tratar a esa clase de calaña. Venga, que hay mucho trabajo que hacer y el tiempo pasa rápidamente.

—No sé cómo se lo voy a agradecer.

—No tienes nada que agradecer. Me alegro que confiaras en mí.

Me levanté y antes de abrir la puerta me habló:

—Iván, ¿crees qué eres el único gay en esta empresa? —sonrió—. Te aseguro que no.

—Al menos sé que tengo un buen amigo.

—Sí. Cuida a ese amigo, es difícil conseguir tener a un amigo que esté a tu lado cuando lo necesitas. Vivimos en una sociedad donde el más fuerte se come al más débil y parece ser que ya no existe lugar para la verdadera amistad.

—Salí y me sentí pletórico. He vuelto a ser yo mismo. Gracias Rafa, muchas gracias por todo.

—De nada tío. Me alegro mucho. ¿Ves? No era tan complicado. Ya no somos enfermos, somos seres humanos, con las mismas carencias que todos, con las mismas ilusiones que todos, con la misma forma de expresarnos que todos. No somos ni leprosos ni contagiosos.

—Sí. Te quiero cabrón. Me has demostrado muchas cosas en poco tiempo, eres un verdadero amigo y yo tampoco te voy a dejar escapar.

—Soy un duro. No me hables así.

—Ese secreto me lo llevaré a la tumba. Pero tienes el corazón más grande que la polla —se rió—. Tenemos que celebrarlo. Te invito a cenar. Nada de sexo, somos amigos.

—Hoy no puedo, he quedado con Carlos.

—Pero no estarás toda la noche con él. Él ya tiene con quien estar.

—No, pero… Vale, quedamos para cenar. No se te ocurra preparar pollo —me reí.

—No. Haré algo especial. Gracias de verdad. Me siento liberado. Me siento feliz.

Colgó el teléfono, comí tranquilamente. El día había empezado tenso, pero ahora todo iba mejor. Lo divertido del asunto, es que él había dejado de ser acosado y yo empezaba otro tipo de acoso. Pero conmigo no iba a poder. Nadie me chantajearía sexualmente. No consentiría ser el amante de nadie y menos tener sexo sin yo desearlo. Buscaría una fórmula y mientras tanto, sólo pedía al destino, que aquel hijo de puta, estuviera suficientemente complacido con otros, para intentar de nuevo forzarme con sus amenazas.

Terminada la comida, como era costumbre, salí un rato a respirar y al mirar a los comercios de enfrente, una sonrisa se dibujó en mi cara. Sí, allí tenía la respuesta. Crucé y traspasé la puerta de la tienda de fotografía. Busqué la cámara más pequeña y que fuera grabadora.

—Necesito que tenga mucha resolución, que sea muy compacta y que pueda grabar con ella al menos una hora seguida —le comenté al dependiente.

El chico estuvo pensando un rato y sacó una pequeña cámara de vídeo de color negro. Ocupaba muy poco y me enseñó cómo se manejaba. Grabamos en el interior de la tienda y me lo mostró, luego lo borró.

—¿Qué te parece ésta?

—Me gusta y se ve muy bien.

—Incluso puedes grabar sin luz. Es muy precisa, lo único que si la usas con poca luz, debe de estar en un sitio estable.

—Me la llevo —saqué mi tarjeta de crédito y la pagué—. ¿Me la puedes guardar? Trabajo ahí enfrente y…

—No te preocupes —sonrió—. Dime tu nombre y cuando salgas la recoges.

Ya en la calle, respiré tranquilo. El resto de la jornada resultó perfecta, nada alteró mi felicidad. Al final de mis horas de trabajo, como siempre, me cambié de ropa y salí. Recogí la cámara y me fui a casa de Carlos. Me recibió como siempre, con su eterna sonrisa. Nos sentamos y sacó dos cervezas.

—La otra noche te llamé para disculparme.

—Tú no tuviste la culpa. Lo que no puedo entender, es porque se metió con Andrés.

—Yo tampoco. Le he preguntado porque lo hizo y no me ha respondido. Simplemente me ha dicho que no te traga, que te considera un prepotente y…

—Me da igual lo que él piense. Mi amigo eres tú, no él. Lo que tengo claro es que desde ahora, si quedamos, no quiero que él esté presente. No lo soportaría, hizo daño a la persona que más quiero en la vida.

—¿Qué pasó, cómo ha sucedido todo?

—Como ocurren las cosas en la vida. Se presentan y ya está. Él y yo ya nos conocíamos y este fin de semana… Te aseguro que ha sido el más maravilloso que uno se pueda imaginar.

—Me alegro por ti, lo sabes. Pero… ¿No crees qué vas muy deprisa?

—¿Por qué dices eso?

—Ayer me comentaste por teléfono que te vas a vivir con él este viernes.

—Sí. Vivir en mi casa es imposible, es demasiado pequeña y además en la suya… En la suya me siento mejor que en la mía. Es muy acogedora.

—Pero… Acabáis de empezar.

—¿Y tú?

—¿Qué quieres decir?

—Metiste en tu casa a un tipo que apenas conocías al mes de vuestra relación.

—Es distinto. Él se quedó sin trabajo, se iba a volver a su pueblo y yo…

—Claro. Cada uno tiene sus motivos. Él mío es que no quiero estar separado de él. Sé que le amo y él también a mí y la mejor forma de fomentar ese amor es vivir juntos. Pienso que tenemos las ideas claras y espero que funcione. Quiero que funcione.

—Lo sé y te lo mereces. En esa piel de hombre duro, se encuentra otro muy distinto.

—A propósito. Cuando venía hacia aquí, temí encontrarme con Pablo.

—Ha salido a buscar un billete de autobús. Se va a pasar unos días con su familia, por lo visto su padre está enfermo.

—Ya, lo comprendo. La familia es lo primero —en aquel momento llegó a mi mente la conversación con Iván y la amenaza de su jefe. Estaba convencido de que aquello significaba que abandonaba a Carlos. No podía decirle nada, pero si sucedía lo evidente, estaría a su lado. Tal vez, con aquella conversación del jefe de Iván, no sólo liberó a Iván, sino que también lo haría con Carlos. Si era el sujeto que Iván decía ser, no deseaba que Carlos sufriera algo parecido.

—Te has quedado muy silencioso.

En ese momento la puerta de la casa se abrió. Respiré profundamente. Sabía quién era.

—Creo que me voy a ir, he quedado con un amigo para cenar —me levanté y le di un beso en la mejilla a Carlos—. Como siempre es un placer hablar contigo.

—¡Qué sorpresa! Los amigos juntos, el día que yo me voy.

—¿Qué insinúas? —le preguntó Carlos.

—Nada. Comprendo que necesites a otro macho que caliente la cama en mi ausencia, pero por lo menos podrías haber esperado a que me fuera y elegir a alguien mejor.

—Me voy. Hay gente que no aprenderá a cerrar su bocaza.

—¿No tienes bastante con aquel espécimen qué llevaste a la cena? Que bajo has caído. Pensé que tenías más clase. Pero bueno, todos van perdiendo popularidad en la vida. La sangre joven sustituye a la vieja.

—Eres un imbécil. Nunca me llegarás ni a la suela de los zapatos.

—Desde luego. Yo al menos no me exhibo con un chapero.

—¿A quién llamas chapero? Creo que te estás equivocando y las neuronas te patinan. El que se hace viejo eres tú y lo peor de todo, no lo asumes. No te soporta nadie y no hablemos de chaperos.

—¿Qué has querido decir con eso?

—Nada. Pero te diré algo, no te acerques a mis amigos.

—¿Tus amigos? Tú no tienes amigos. La única amiga que tienes es tu polla y también te abandona.

—¡Qué infeliz! Mi polla como tú dices, sigue siendo la reina y la más deseada. En cambio la tuya…

—Dejadlo ya —intervino Carlos.

—Tú cállate. Nadie te ha dicho que hables.

—¿Cómo te atreves a mandar callar a Carlos? No tienes vergüenza —decidí darme la vuelta para irme y me agarró por brazo, le miré con cara de odio—. ¡No me toques! ¡Suéltame!

—No sin que me pidas disculpas.

—¿Disculpas?

—Sí, por lo de la otra noche.

—Repito que eres imbécil. Fui a la cena por Carlos, porque en realidad yo quería estar con mi chico. No con el puto aprovechado que eres tú.

Intentó golpearme con el puño cerrado y lo evité agarrándolo con fuerza, mientras lo bloqueaba contra la pared.

—¡Aún no sabes quién soy ni de lo que soy capaz de hacer! —me gritó con rabia.

—Lo sé y muy bien. Te diré algo antes de irme. Si vuelves a insultar, atacar, menospreciar o cualquier cosa que se te ocurra a uno de mis amigos, te juro por lo más sagrado, que te corto esa mierda de rabo que tienes. Tú no eres un hombre, eres una mierda, lo más despreciable que ha parido una mujer. Y antes de irte, dile la verdad a Carlos, se un hombre por lo menos —le empujé y se desplomó en el suelo. No se movió, me miraba con odio y por una vez en la vida, me alegré de sentir esa mirada—. Lo siento Carlos, pero alguien tenía que parar los pies a este chulo venido a menos. Aunque hoy hemos sido dos, o debería de decir tres, ¿no estás de acuerdo conmigo? —le pregunté mientras le miraba con firmeza.

No respondió, Carlos se quedó inmóvil, sin saber que hacer ni decir. Abrí la puerta y salí. Cogí el ascensor y apoyado contra una de sus paredes, mientras bajaba, sentí que me desplomaba por dentro. Necesitaba respirar, percibir el frío de la noche en mi rostro. Necesitaba olvidar aquel encuentro. Hacía mucho que no discutía con nadie tan acaloradamente y sinceramente, aunque pensaba que había obrado bien, me encontraba fatal.

Abrí la puerta del portal, el azote del aire frío y la lluvia me hizo contener la respiración. Saqué un cigarrillo, lo encendí y caminé, caminé sin rumbo hasta que el teléfono sonó. Lo cogí, era Iván. En aquellos momentos se me había olvidado que había quedado con él.

—¿Dónde estás?

—Muy cerca, ahora voy.

—Te espero. Voy a pedir comida en el chino. Al final no me apetecía cocinar.

—Te estás volviendo un perezoso. En diez minutos estoy ahí.

Intenté refugiarme del agua. La llamada de Iván despejó mi mente. La vida continuaba y no merecía la pena sufrir por algo absurdo. ¿Qué estaría pensando Carlos ahora? ¿Le contaría la verdad aquel cabrón antes de irse? Había resultado un día perfecto para el recuerdo o mejor dicho para el olvido.

Llegué al portal de Iván y antes de subir se me ocurrió llamar a Andrés.

—Hola nene… Sí, estoy en la calle, estoy empapado —me reí—. Ya me gustaría… Voy a cenar con Iván… Si, el chico que te conté… No seas tonto, ya te contaré el viernes, hoy ha sido un día de esos de película… como si hubiese cruzado los límites de la realidad… No te rías cabrón, cuando te lo cuente vas a flipar… ¿Ya estás en la cama?… Cómo me gustaría estar ahí, abrazándote y queriéndote como te quiero… Si amor, un beso muy grande.

Llamé al timbre y subí.

—¡Estás empapado tío! ¿Tanto llueve?

—Creo que toda el agua ha caído sobre mí, pero me hacía falta.

—Quítate toda la ropa, la meteré en la lavadora y haré un secado total.

Me desnudé y empecé a temblar aunque la temperatura allí dentro era elevada.

—Me voy a dar una ducha de agua caliente, no me faltaba más que coger un resfriado.

—Sí, ahora te llevo una toalla —recogió mi ropa y la llevó a la lavadora, luego entró en el cuarto de baño y me entregó una toalla. Me sequé y se quedó mirando.

—¿Por qué me miras así?

—No sé. ¿Qué te pasaba esta mañana cuando te llamé?

—Iván, amigo mío, hoy ha sido uno de esos días memorables. Espero que la comida del chino no esté envenenada.

—¿Qué te ha ocurrido?

Le conté todo. La cara de Iván pasaba de la sorpresa a la incredulidad. Se movía, se detenía, se levantaba, se sentaba en el suelo frente a mí. Me miraba a los ojos, bajaba la cabeza. Cuando terminé mi exposición, se hizo el silencio durante unos segundos. Yo estaba sentado al borde de la bañera y él en el suelo. Se levantó dirigiéndose al salón. El timbre sonó e Iván abrió. Era el chino con la cena. Me enrollé en la toalla y salí. Preparamos la mesa, colocamos los platos, los vasos, los cubiertos y los recipientes con la comida en el centro. Nos fuimos sirviendo de todo, llenando aquellos platos.

—¿No me vas a decir nada en toda la noche? —le pregunté.

—No sé que decirte, porque te has enfrentado tú solo a todo. Has cargado con el peso de los problemas de tus amigos y ninguno hemos estado ahí para ayudarte.

—No seas tonto. Al final ha resultado ser un día divertido. Me he encontrado dentro de una película, siendo un protagonista sin guión y teniendo que improvisar para mantenerme vivo hasta la última secuencia. Es cierto eso de que «la realidad supera a la ficción».

—Admiro la forma de ser que tienes.

—No lo creas. Hace unos instantes estaba totalmente roto, como te he contado. Pero me alegro. Al final han salido todos los fantasmas, pero aún queda uno por vencer. No podrá conmigo, te aseguro que ese hijo de puta, va a sufrir.

—¿Qué vas a hacer con tu jefe?

—Voy a grabar el polvo de su vida. Le voy a provocar de tal manera, que la película sería censurada incluso en un sex shop. Este cabrón se va a acordar de quien soy. Nadie me chantajea y menos jugando con el amor.

—Ten cuidado. Si descubre lo que pretendes…

—No te preocupes. No daré un paso en falso. Sé que tengo que tener mucho cuidado. Juego en su terreno y…

—¿Te quedas a dormir?

—No debería, pero esta noche no quiero estar solo. Esta noche te necesito. Necesito que me abraces, que me protejas, que me hagas sentir seguro. Esta noche soy yo el que está aterrado. Sí, estoy aterrado. Demasiadas emociones para un solo día. ¿Quién da más? Me siento tan cansado que…

—Tú no necesitas eso. Tú eres el más fuerte.

—No, Iván. A ti no te puedo engañar. Hoy me siento el ser más vulnerable del universo y necesito el abrazo de un amigo.

—Lo tendrás. Te protegeré y abrazaré como tú lo has hecho conmigo. En eso consiste la amistad, ¿no?

—Sí y tú eres…

—Recojamos todo y vayamos a dormir. Los dos hemos tenido un día intenso y nos merecemos un buen descanso. Mañana lo veremos todo de forma distinta.

Así lo hicimos, nos metimos en la cama, dejé caer mi cabeza sobre su pecho y me abrazó. Brotaron lágrimas de dolor, irritación, felicidad, impotencia, pesadumbre, agotamiento. Las contemplé deslizándose por el cuerpo de Iván que respiraba con tranquilidad. No dijo nada, se mantuvo en silencio, dejando que mi alma se desahogase, mientras él me protegía con sus poderosos brazos y sentía el calor de su cuerpo. Su corazón latía tranquilo y aquel sonido endulzó mi mente.

—Descansa amigo. Mañana será otro día.

—Gracias. Buenas noches.

—Buenas noches —me contestó sin dejar de abrazarme.