CAPÍTULO III
—Me gusta ese pantalón ¿Crees que me quedarán bien? —me preguntó Andrés ante un escaparate donde el maniquí llevaba un pantalón de piel negra.
—Ese no. Ese pantalón es más marca paquete. El tuyo tiene que realzar más esas nalgas duras y bien redondeadas que tienes. Pero entremos, seguro que encontraremos alguno que te quede bien.
Así lo hicimos. El dependiente nos sacó varios modelos y ninguno me gustaba.
—Bueno —le dije al dependiente—, estos modelos están muy guapos, pero yo quiero para mi chico uno que le marque bien su fantástico culo.
El dependiente se rió y Andrés se sonrojó.
—Eso es lo primero que me tenías que haber dicho. Me he fijado que marcaba muy bien el paquete y pensé…
—Mi chico está muy bien de las dos partes. Es un buen semental, pero su culo es lo mejor que tiene.
—Me vas a poner cachondo —se sonrió mirando que nadie nos escuchara.
—Pues tú también tienes un buen culo.
—Eso dicen y caliente.
—Dejemos el tema, se me está poniendo muy dura y no es el sitio.
El dependiente se retiró en busca de otros modelos y Andrés me miró.
—¡Qué puto eres!
—No nene, este tío además de sacarnos algún modelo guapo, estoy seguro que nos hará una rebaja y que además nos lo vamos a follar los dos.
—¿Yo?
—Sí. Quiero ver como usas ese rabo cabrón. Desde que me contaste que has hecho de activo, me apetece ver como follas y además te follaré mientras tú lo haces.
El dependiente volvió al mostrador donde estábamos y nos enseñó tres modelos espectaculares.
—Éste sí me gusta. Vete a probarlo.
—Los probadores están llenos, pero si te da igual, lo puedes hacer en la trastienda. Tengo un espejo de cuerpo entero.
—¿Puedo pasar con él?
—Claro.
Corrió la cortina que daba a la trastienda y Andrés se quitó los pantalones y se puso el pantalón que le sugerí. Se miró en el espejo y aunque le quedaba bien, algo fallaba.
—¿Qué tal le quedan?
—Bien, pero… —volví a salir a la tienda y miré la ropa interior—. ¿Tienes suspensorios?
—Sí —se acercó y me trajo uno negro.
—¿Se le puede probar?
—No es lo normal, pero que se lo pruebe.
Entré con el suspensorio, Andrés continuaba mirándose en el espejo.
—Quítatelos y ponte este suspensorio.
El dependiente descorrió un poco la cortina y miró a través de ella. Le sonreí guiñándole un ojo. Andrés no se inmutó y en el espejo se reflejo su cuerpo entero por delante, la tenía morcillona, y por detrás presentaba toda su belleza. El chico me sonrió y volvió a la tienda.
—Me estaba mirando.
—Sí, creo que le hemos puesto cachondo.
Se puso de nuevo el pantalón y entonces sonreí.
—Ahora sí, ese pantalón es para que lo lleves sin gayumbos. Mira —le cogí el culo con las dos manos—, mira como te marca y da forma a tus nalgas. Está hecho para ti y ese culo me la ha vuelto a poner dura.
—Si sigues mucho tiempo a mi lado, cualquier día te quedas sin sangre en la cabeza.
—No te preocupes, eso de momento no creo que suceda.
—Eso espero. No quiero llamar a una ambulancia en pleno polvo.
—Dame el pantalón y el suspensorio, los sacaré afuera.
Me los entregó y salí.
—¿Qué tal?
—Mejor. Con el suspensorio le quedan clavados.
—¿Hay que coger los bajos?
—No, le quedan perfectos. ¡A ti sí que te cogía yo los bajos!
—Cuando queráis. Tú novio tiene un buen rabo, y si tú lo tienes así me encantaría una buena sesión con los dos.
—¿Quieres verla?
—Prefiero que me sorprendas o me sorprendáis. Yo sólo soy pasivo.
—Yo activo y mi nene versátil.
—Perfecto, entonces lo pasaremos bien.
—Cuando quieras quedamos.
—Hoy puedo cerrar la tienda durante dos horas, si queréis… Pasaros a las 13:30.
Andrés salió colocándose la camisa y la cazadora.
—¿Qué te doy? —preguntó Andrés.
—El suspensorio te lo regalo por la visión de antes y te haré un 30% de descuento, como si lo comprara para mí.
—Gracias —sonrió Andrés.
Pagó y antes de salir el dependiente me recordó la cita de una forma sutil.
—¿Tienes condones? —pregunté a Andrés.
—No, los dejé en casa ¿Por qué?
—Vamos a comprar una caja, a las 13:30 tenemos una cita con ese tío.
—¿Dónde?
—En la tienda. Le vamos a follar los dos.
—Estás loco.
—No. Le ha gustado tu polla y quiere que le follemos los dos.
—Y tú nos follaras a los dos.
—Por supuesto. Joder que morbo, follar en una tienda. ¿Dónde vamos ahora?
—Quiero comprarme una camisa y otro pantalón.
Estuvimos de compras más de dos horas. Los pies comenzaban a dolerme de ir de un lado para otro. A mi no me gustaba mucho ir de tiendas pero a Andrés le volvía loco. Se probó más de veinte camisas y otros tantos pantalones en distintas tiendas hasta que encontró lo que buscaba.
—Necesito sentarme un rato. Aprovechemos para tomar algo en una terraza —miré el reloj—. Aún nos quedan 45 minutos antes de la cita y está aquí al lado. Quiero que actúes como un auténtico activo.
—Ya me dirás luego la puntuación que me das como activo.
Nos sentamos en una terraza y pedimos dos cervezas con un pincho de tortilla. Descansamos un buen rato y nos fuimos a la tienda. Entramos, aún quedaban dos clientes y el chico nos sonrió. Disimulamos mirando algunas prendas hasta que se fueron. El chico cerró la puerta.
—Ya estoy libre, vayamos a la trastienda, allí estaremos más cómodos.
Su desnudo era muy bonito. Delgado pero fibroso. Nada de vello corporal pero un abundante pubis negro y sus nalgas con un suave vello que me la pusieron muy dura. Le comí el culo mientras él disfrutaba de la polla de Andrés. Luego nos cambiamos y me la mamó a mí. Le levanté la cabeza y le morreé. Besaba bien y estaba muy caliente.
—Quiero que me folléis —susurró mientras le masturbaba sintiendo como lubricaba su pequeña polla.
Hice una señal a Andrés para que fuera él el primero. Se colocó el condón y le penetró. Cuando la tuvo entera dentro me apretó la polla con sus labios. Le gustaba. Saqué el rabo de su boca y le morreé de nuevo. En el espejo que antes sirvió para verse Andrés, nos reflejábamos los tres. Él ahora comiéndome la polla y Andrés follándoselo a saco. El torso de Andrés comenzaba a humedecerse por el sudor, aquello me excitaba hasta que me corrí. Le avisé antes de llegar y el chico no hizo el menor ademán de sacarla. Me corrí en el interior de su boca. El semen caía por la comisura de sus labios. La sacó, la lamió y me sonrió. Andrés se excitó y cabalgó con fuerza, lanzó un suspiro y se corrió.
—Ahora te toca a ti.
Andrés sacó su polla aún dura, se quitó el condón y me ofreció uno, me lo puse. Acaricié aquel agujero bien abierto y acerqué mi glande al orificio agarrándole por la cintura y se la metí de golpe. El chico gritó y miró hacia atrás.
—¡Joder!
Pidió a Andrés que se pusiera delante de él y se la mamó. Andrés y yo acercamos las bocas y nos besamos con profundidad. Los dos estábamos muy excitados. Me sonrió y se separó mirando como aquel chaval se la estaba mamando. Yo me lo follé sin compasión, sacándola entera y volviéndola a meter. Apretaba sus nalgas y contraía y dilataba su esfínter para provocarse y provocarme más placer. Era un experto con su culo y el calor de su interior me estaba volviendo loco. Le agarré la polla y se corrió.
—Sigue, sigue follándome, no la saques hasta que te corras.
Le agarré con fuerza su cintura y mis entradas y salidas se volvieron violentas. Su cuerpo se estremecía, sudaba a raudales, por su espalda corría un reguero de sudor que caía por la apertura de sus nalgas y aunque no era necesario, servía de lubricante a mi polla. Noté en la cara de Andrés que estaba a punto de eyacular y le hice una seña que entendió perfectamente. Miré al espejo y Andrés sacó la polla de la boca del chico y le llenó de leche toda la cara, me excito de tal manera que las embestidas le hicieron gritar hasta que llegué al orgasmo. Caí sobre su espalda húmeda juntando nuestros sudores. Esperé un rato para recuperar el aliento y me incorporé. La polla salió poco a poco y el chico suspiró aliviado cuando sintió su ano liberado. Se incorporó y nos miró:
—Sois muy buenos los dos. Me habéis follado de puta madre.
—Me ha sorprendido lo vicioso que eres —me toqué el pecho empapado en sudor. Me quité el condón, lo anudé y lo dejé en el suelo.
—En el baño tengo una ducha. Creo que la necesitamos.
Los tres nos metimos bajo aquella ducha, acariciándonos mientras el jabón y el agua nos limpiaban el sudor y el semen de nuestras pollas. Nos secamos con unas toallas pequeñas.
—Lo siento. No tengo más toallas.
—Nada de sentirlo tío. Gracias por este momento de placer. Hemos disfrutado mucho contigo.
Sonrió y nos dejó vestirnos tranquilamente mientras él volvía al interior de la tienda. Andrés y yo nos miramos, pero no dijimos nada. Salimos.
—Gracias por no haberme dado plantón. He disfrutado mucho. Tenéis buenos rabos los dos, pero tú… —me miró el paquete—. ¡Menudo rabazo y que bien follas!
—No tendrás queja de mi chico, ¿verdad?
—No. Folla de puta madre, me ha dado mucho placer, pero es que tú…
—Bueno, si quieres podemos quedar en otra ocasión. Tienes buen aguante y buen culo.
Sacó una tarjeta y escribió por detrás su nombre y su teléfono personal.
—Aquí tenéis. Pero os quiero a los dos, no a uno.
—Nos tendrás, te lo aseguro.
Me entregó una bolsa y me dijo:
—Es un regalo para ti. A él le regalé el suspensorio y espero que ese bóxer te guste, con el paquete que tienes vas a lucirlo.
—Gracias pero no hacía falta. La próxima vez —le besé en la boca— lo llevaré puesto.
—Y yo te lo quitaré con la boca mientras tu chico me folla.
—Prometido —comentó Andrés.
Salimos de la tienda y paseamos por aquella calle sin rumbo fijo. Andrés me miró con cara de picaro.
—¿Qué te pasa?
—Espero la puntuación del maestro.
—No sé… Tal vez… No, esa nota es muy alta, así que…
—No seas cabrón, me da igual, pero ya que me querías ver follar, me gustaría saber cómo lo hago.
—Cabrón, follas de la hostia. Si yo fuera versátil me la estarías metiendo a todas horas. Te doy un sobresaliente alto y espero que la próxima vez que nos le follemos llegues a la matrícula de honor.
—¿De verdad lo hago bien?
—Joder tío, me alegro que seas más pasivo que activo, porque como activo, me tendría que esforzar mucho para que no me quites los machos.
—No digas tonterías —se rió—. Como tú no hay otro.
—Sabes que nunca miento. Eres un buen follador y ese tío, que por cierto ni sabemos su nombre, va a tener el culo bien caliente todo el día.
—¿Vamos a comer?
—Sí. ¿Qué te parece si paramos en el chino, pedimos unos platos y los subimos a casa? Me apetece comer tranquilo.
—De acuerdo. Pero te aviso que tengo mucha hambre.
—Yo también. Hemos pasado todo el día de un lado para otro y luego el ejercicio final nos ha dejado muertos.
—Comeremos y luego dormimos la siesta.
—Sí. Me encantan los fines de semana que no me toca trabajar para dormir tranquilamente después de comer.
Lo hicimos tal y como lo planeamos. Primero pasamos por mi casa para recoger el pantalón de piel, la camisa y las botas que llevaría esa noche. Lo metí todo en una bolsa y salimos en dirección a su casa. Comimos y después de recogerlo todo nos fuimos a la cama. Nos desnudamos y nos quedamos dormidos en aquella postura que nos gustaba a los dos. Me desperté poco antes de las seis de la tarde. Mis manos comenzaron a acariciar su pecho y le besé en el cuello.
—Buena tardes —me dijo—. Me encanta que me despierten así.
Le metí la polla pero la dejé quieta.
—Y así mucho mejor —se empezó a mover sacándola y metiéndola—. No te muevas, quiero que te corras sin que te muevas.
Le obedecí pero con la mano izquierda agarré su polla y le masturbé. Su forma de moverse y el tacto de su polla en la mano, nos hizo llegar a los dos a la vez. Permanecimos en aquella postura un buen rato hasta que poco a poco fue sacando mi polla de su culo. Esta vez me tumbé yo sobre él sintiendo su rabo húmedo encima de mi vientre.
—Anoche no me contaste nada. ¿Cuándo has vuelto?
—Hace una semana. Me agobiaba Londres y la agencia me trajo de nuevo. Trabajo de lunes a viernes salvo un sábado al mes.
—Igual que yo, espero que coincidamos en trabajar el mismo sábado. Me estoy dando cuenta, que no sé casi nada de ti.
—La verdad es que hay poco que contar. Como sabes soy de Granada, me vine a estudiar a Madrid. Cuando tú me conociste había terminado la carrera y trabajaba para una agencia y a los tres meses me ofrecieron irme a Londres, donde he pasado todo este tiempo.
—Entonces… te fuiste poco después de conocerte.
—Justo a la semana siguiente. Tu polla fue la última española que entró en mi culo.
—No me lo puedo creer.
—Pues créetelo y encima, la primera después de mi vuelta.
—Eso está bien.
—¿Te gustaría que fuera la única a partir de ahora?
—No puedo pedirte eso, porque la mía no sería la única para ti.
—No me importa. Ya te he dicho que no quiero comprometerte a nada, pero me gusta estar contigo y con que follemos una o dos veces a la semana, me vale. No necesito más.
—Si te soy sincero, me gustaría que sólo fueras mío, pero me resulta un comportamiento muy machista.
—No viniendo de ti, porque sé que no lo eres y además, a mí también me apetece ser sólo tuyo.
—Eres un tío muy especial y te sabré tratar como te mereces.
—Cuéntame alguna aventura tuya.
—¿Qué te gustaría saber?
—¿Cómo entraste en el mundo leather?
Me acomodé con los cojines detrás de la espalda, encendí un cigarrillo y él se colocó sobre mí, apoyando su cara en mi rabo.
—Como ya te comenté, me beneficio de vez en cuando a uno de los encargados donde trabajo, por eso también tengo un horario especial. La primera vez que follé con él fue haciendo un trío con Carlos, ellos dos se conocían y fue por mediación de Carlos por lo que entré a currar ahí. Después de aquel polvazo, me propuso ir a una fiesta que organizaban en una especie a discoteca. Era una fiesta privada a puerta cerrada, pero dentro había más de quinientos tíos con ganas de dejarse la piel durante las más de ocho horas que duraba la fiesta. Todo el mundo iba de cuero, a mí me dejó la ropa él: un arnés, unos chaps, un chaleco, una gorra de policía y el cinturón con la porra. Las botas militares las tenía yo recién compradas.
—Si te veo así, me hubieras dado miedo.
—No, ya me verás algún día cuando me compre el arnés.
—Continúa.
—Con todo aquel atuendo puesto, nos fuimos a la fiesta en su coche. Tanto en casa como en el coche, me fue explicando en que consistía la fiesta y que mi rol, como activo, fuera dominante, como lo había sido con él. Que me tenía que mostrar enérgico con los perros, controlando pero sin piedad. La verdad que todo aquello me asustaba. No me gusta la violencia y menos impartirla sin ningún motivo. Entré en aquella discoteca, donde la luz era la justa y perfectamente distribuida para crear el morbo suficiente viéndonos los unos a los otros. La fiesta había empezado. Una música extraña lo invadía todo, pero aquella música no estaba puesta al azar, cuando llevabas un rato dentro, sentías una excitación extraña. Mi encargado me besó y me dijo:
—Diviértete, a las ocho te espero en la puerta para regresar a casa.
—¿Me dejas sólo?
—Sí. Disfruta, recuerda mis consejos y ya me contarás por la mañana. Aunque aquí sólo se sabrá qué hora es, cuando todas las luces se enciendan. Te aconsejo, que cuando eso ocurra, cierres los ojos durante unos momentos y los abras poco a poco.
—Está bien. Diviértete.
Se fue y me dejó sólo, en medio de todo aquel carnaval de sexo, de pieles blancas bajo pieles negras. Pieles negras, que en muchos de ellos ya habían ido desapareciendo mostrando cuerpos para el gusto de todos. Se respiraba sexualidad por todos lados.
Aún lateral había unas escaleras que daban a un piso con una gran barandilla que rodeaba toda la zona central donde se bailaba y follaba, aunque se follaba por todos lados. Subí aquellas escaleras y me situé en un lado mirando hacia abajo. En una parte de la pista se encontraban dos mesas de billar, una frente de la otra y en medio un sling. En otra de las paredes, de lado a lado, se alzaba una gran reja separada a unos dos metros de la pared, en ella se encontraban, en ese momento dos tíos, completamente en pelotas y amarrados con cadenas. En la parte contraria a ésta dos bañeras. Algo que en aquel momento me extrañó ver allí, pero luego supe su finalidad, y entre medio de ellas, una cruz de madera. Algo tenía claro, el morbo estaba asegurado y toda aquella gente buscaba algo más que sexo.
Al girarme para volver a bajar, me encontré de frente con un tipo muy alto, mediría casi dos metros, sin camisa, luciendo su torso de oso, con sus pantalones de cuero y unos guantes de piel. En su mano derecha llevaba una cadena a la cual iba sujeto un tío que se arrastraba por el suelo como un perro. El tío miró mi brazalete y muñequera, en el lado izquierdo y me sonrió.
—Te sobra el chaleco, el arnés te queda muy bien —miró a su perro y luego a mis botas—. Tienes la botas algo sucias —miró de nuevo a su perro—. Sácale brillo a las botas y tendrás un premio.
Aquel tío se puso a lamerme las botas con sumo cuidado. El amo cogió mi boca y me la comió. Besaba muy bien y se me puso dura enseguida. Me agarró el paquete y me comió con más fuerza la boca.
—¿Quieres follarlo? Serías un gran premio para él, mira como te está dejando las botas.
Nunca imaginé que con la boca alguien pudiera sacar aquel brillo a la piel. El amo desató la cremallera de mi pantalón y mi rabo salió disparado y duro como una piedra.
—¡Joder tío! Pedazo de rabo que tienes.
Estaba muy bruto y aquel perro, sólo con un pantalón corto de piel negra y el arnés, me empezó a calentar.
—Le daré el premio a tu perro —le dije.
El tío tiró de la cadena y el perro se puso de pie. Estaba muy bueno aquel cabrón y cuando se bajó el pantalón creí que me iba a correr sólo con mirarlo. Sus nalgas velludas y duras me excitaron al máximo. Le colocó contra la barandilla y me entregó un condón. Me lo puse y le follé sin compasión, mientras su amo se encendía un puro y nos lanzaba el humo a los dos. Aquel culo no había sido probado en toda la noche y si lo fue, no lo habían abierto lo suficiente, porque noté duras las paredes de su ano, tan duras que me provocaban una excitación impresionante. La saqué dos veces para no correrme antes de tiempo, quería hacer disfrutar a aquel perro y su amo también lo deseaba. Sacó su rabo y se puso a masturbarse, le miré pero no le toqué. Comencé a entender aquel juego, por lo menos aquel primer juego.
—Quiero que nos corramos los dos a la vez en su boca.
—Dime cuando estés preparado y lo haremos.
—¿Tanto control tienes con tu polla?
—Sí. Nos entendemos muy bien.
Seguí follando mientras él se masturbaba mirándonos a los dos. Le toqué la polla al perro y lanzó toda su leche. Me excitó hasta el punto en que me iba a correr y justo en ese momento su amo me miró con la cara descompuesta.
—Me voy a correr tío.
Saqué la polla y el perro se arrodilló entre los dos, me quité el condón y saltó el primer chorro de leche, su amo también lanzó un buen chorro y los dos descargamos sobre su cara y su boca. Dejé mi rabo suelto, aún muy duro.
—Buen rabo cabrón y sigue dura —sacó un paquete de pañuelos de papel y me ofreció uno. Me limpié la polla y la guardé—. Ha sido un placer conocerte y mi perro también te lo agradece —me besó en la boca y se fueron.
—¡Joder tío! Me has puesto muy bruto. Me he corrido y todo —interrumpió el relató Andrés.
—Si quieres continuamos luego. Me apetece darme un baño con mucha espuma, pero nada de sexo.
—Perfecto —se levantó y vio el chorretón de semen en la sábana—. Tendremos que cambiar las sábanas.
—Sí guarro, menuda lefada. ¡Eres un cerdo! —me reí.
—Es que esa historia…
—Pues todavía quedan mucho que contar y te aseguro que eso sólo fue el aperitivo.
—Lo que no comprendo —continuó hablando mientras se dirigía al baño a preparar la bañera—, es como alguien puede dejarse encadenar y humillar de esa forma.
—En el sexo he descubierto que lo más insólito, puede provocar placer y aquella noche lo descubrí —le comenté mientras quitaba las sábanas de la cama—. ¿Dónde tienes las sábanas?
—Abre el armario y en el cajón de arriba —contestó volviendo de nuevo a la habitación. Saqué un juego e hicimos de nuevo la cama—. ¿Tomamos algo mientras se llena la bañera?
—Sí, prepara un buen cubata, yo mientras voy a buscar algo de comer al frigorífico.
En casa de Andrés me sentía mejor que en la mía, por lo menos estaba acompañado y no me rebotaba tanto mirando la televisión, mi única compañera. Al apartamento no me gustaba llevar a nadie, en raras ocasiones alguien se había quedado a dormir y muy pocas, había follado allí. No me gustaba que los vecinos que tenía, supieran nada de mi vida. Era un edificio con gente muy mayor y prefería respetar aquel estado de tranquilidad. Saqué chorizo que tenía en lonchas y preparé dos bocadillos en pan de molde, los coloqué sobre una bandeja y los llevé al baño. Andrés hizo lo mismo con los cubatas y nos metimos en las aguas calientes y espumosas. Me encantaba darme un buen baño y aunque hay que cuidar del consumo del agua en Madrid, de vez en cuando, un capricho se lo puede permitir uno.
—Me gusta bañarme así —le dije mientras tomaba un trago del cubata—. En buena compañía.
—A mí también, además acompañado se está de vicio.
Le pasé uno de los bocatas y lo devoramos.
—Cuéntame más de aquella historia.
—Eres un pervertido —me reí mientras le lanzaba espuma a la cara.
—No. Me has dejado intrigado.
Me quedé de nuevo allí arriba, mirando todo el espectáculo que se estaba forjando en la pista y aquellos lugares hasta donde mi vista llegaba. Decidí bajar y en las escaleras me encontré con dos chicos abrazados y comiéndose la boca. El uno desnudo completamente y el otro con bóxer blanco. El que estaba desnudo se volvió y me tocó el paquete.
—Parece que aquí dentro se esconde un buen rabo.
—Pero seguro que a tu novio no le gustaría que te la metiera.
—Mi novio y yo buscamos nuevas emociones, por eso hemos venido.
—Pues este culo —se lo acaricié—, está pidiendo guerra. Lo tienes ya húmedo.
—Es que Rubén besa muy bien y me lo dilata rápidamente.
Volvió a tocarme y notó la excitación.
—Está creciendo.
Rubén me la tocó y sonrió.
—Nos podemos montar un buen trío y si follas bien, hasta me la dejo meter yo.
—Busquemos un lugar para los tres. Yo esto no lo conozco.
—Nosotros sí. Siguenos —me comentó el chico del bóxer.
Bajamos las escaleras y Rubén me morreó. Era verdad, el cabrón aquel besaba de escándalo. Seguimos andando, nos internamos entre toda la masa de carne y cuero y me llevaron por un pequeño pasillo. A los lados había puertas abiertas y cerradas, Rubén fue mirando en aquellas que estaban abiertas y continuaba caminando. Eché un vistazo a algunas de ellas y me extraño que no parase, pues estaban vacías. Por fin se detuvo en una, hizo entrar a su novio y me invitó a pasar. Así lo hice y tras entrar él cerró la puerta. Había una pequeña luz roja, suficiente para vernos y que no nos molestara. Contra la pared se encontraba una especie de camastro con una gran colchoneta. Rubén se subió y la estuvo inspeccionando y su novio se presentó.
—Mi nombre es José.
—Está limpia —comentó volviendo a ponerse de pie delante de mí—. Besas bien, espero que folles mejor.
—Nunca se ha quejado nadie por mi forma de follar —le sonreí mientras José comenzaba a bajarme los pantalones. Sacó mi rabo y se quedó mirando.
—¡Joder qué rabo! ¡Mira lo que tiene éste cabrón! —Rubén me la agarró y la apretó. Le cogí la boca y se la comí mientras José se puso a mamármela. Me di cuenta de que no tenía condones.
—Espero que tengáis condones.
—Por eso no te preocupes —comentó Rubén y se agachó sacando una caja del calcetín que sujetaba con la bota y antes de subir de nuevo le quitó la polla a José y me la mamó. Mamaba mejor que besaba. Me hizo jadear y jugaron con ella los dos un buen rato. La masturbaron con sus labios colocando sus bocas a uno y otro lado de mi polla.
—Qué bien mamáis cabrones.
Nos subimos al camastro y comenzamos a jugar. Le quité el bóxer a Rubén. Aquel cabrón también gastaba un buen instrumento y me lo llevé a la boca. Tenía una piel muy suave y lo mejor de todo, no lubricaba. Me jode cuando una polla lubrica mucho, me da rechazo. Se la mamé con ganas y el tío me quitó la boca, entendí que si continuaba así, se correría. Después de más de media hora comiéndonos los tres, Rubén me puso un condón.
—Quiero ver como follas. ¡Follatelo!
José se puso a cuatro patas, me aseguré que el condón estaba bien colocado y moviendo un poco a José, para que viera Rubén penetrarlo, coloqué mi glande en el agujero. Miré a Rubén sonriendo y dejé que fuera entrando poco a poco en aquel ano. Dilataba muy bien y me excitaba la forma en que se abría a mi polla y se movía.
—Despacio tío. La tienes muy gorda.
Seguí metiendo hasta que toqué sus nalgas con mi vientre. Aulló de placer y Rubén sonreía. Comencé a embestirle suavemente. Rubén se colocó por detrás de mí y colocó su rabo en mis nalgas.
—Ni lo intentes.
—No quiero follarte, sólo sentirte —me abrazó.
Notar su cuerpo caliente pegado a mí me excitó y comencé a follar con más fuerza. Luego se separó y se mojó el ano con su saliva:
—Ahora inténtalo con en el mío —la saqué y al ir a quitarme el condón me detuvo—. No, fóllame con el mismo condón. Mi novio y yo estamos sanos, así que no te preocupes.
Me levanté y le tumbé contra el camastro, miré sus nalgas y toqué su agujero. Jugué con él un poco antes de meterla. No estaba muy dilatado y deseaba que disfrutara y no me la rechazara por estar demasiado tenso y cerrado. Me agaché, olí su culo. Estaba muy limpio y se lo comí. El tío comenzó a suspirar. Me levanté, le separé bien las piernas y le penetré. Estaba más cerrado que el de José, pero se iba abriendo y me corrí sintiendo el calor de sus paredes anales. No dije nada y la metí entera. El tío se agarró a las piernas de su novio que de rodillas se encontraba frente a él.
—Dame polla, quiero comértela mientras me folla este cabrón.
José se acercó y Rubén se la devoró con ansia durante un buen rato.
—Quédate quieto con la polla dentro, me voy a colocar el condón, quiero follarme a mi chico mientras tú continuas conmigo —le obedecí, levanté su cuerpo y le abracé sin sacarla, le estuve acariciando su torso mientras José con el condón en la boca se lo colocó a su novio. Le separé lo suficiente para que José se colocara en la postura que yo le había tenido a él. Se la metió y empezó a cabalgar sin moverme. Deseaba que disfrutara de aquel momento a gusto. Me miró y sonrió—. Sigue mi ritmo si puedes —y empezó a envestirle con fuerza. Enseguida me adapté a aquel movimiento. Los dos continuamos sin bajar aquella velocidad, que por cierto, era perfecta para mí—. Me voy a correr —me miró sonriendo. Agarré sus nalgas y empecé a darle fuerte, muy fuerte. Ahogaba sus gritos, pero yo le podía escuchar—: ¡Me corro, me corro! —murmuró y emprendí una fuerte cabalgada para llegar al mismo tiempo que él, como así sucedió. Rubén cayó sobre el cuerpo de su chico y yo sobre el de él.
Recuperé el aliento y sin dejar de abrazarlo, mientras se la sacaba, le sugerí si podía follarme a José. En realidad había estado poco tiempo dentro de él.
—¿No has tenido bastante con mi culo?
—No. Me gustaría follarlo a él y luego a ti otra vez. No me digáis qué ya tenéis bastante con esto o es que preferís reservaros para otros machos, algo que entendería.
—No tío —se volvió tras sacársela a José y quitarse el condón—. Por mí estaría contigo toda la noche.
José sonrió:
—Yo también, o al menos un par de horas más.
—¿Dónde está entonces el problema?
Rubén me miró a la polla.
—¿Esa no piensa bajar?
—Cuando tiene dos culos tan ricos como los vuestros no.
—Está bien —sacó un pañuelo de papel del calcetín y se limpió la polla. Cogió el bóxer y se lo puso—. Voy a buscar unas cervezas y unos condones.
—Trae bastantes —sugirió su novio riéndose—. Veamos si es capaz de usarlos todos.
—No me retes chaval, no sabes de lo que es capaz mi hermanita.
—Claro que te reto. Nos gusta agotar a un buen semental cuando nos encontramos con uno. No se nos ha resistido ninguno.
—Entonces —miré a Rubén—, además de un buen lote de condones, trae por lo menos dos cervezas para cada uno, tendremos que brindar por este encuentro, a mí también me gusta encontrarme con machos hambrientos. Yo al menos lo estoy, y no por no follar, sino porque mi polla es puro vicio, más que yo.
—Tendrás que acompañarme.
—No me apetece vestirme. Me encuentro bien así —dije mientras me tumbaba sobre el camastro.
—No te pongas nada. Con ese arnés, las botas y ese… Vamos tío, acompáñame.
—Está bien, así además me limpiaré bien la polla.
—Cierra la puerta y no abras hasta que nosotros te lo digamos —le comentó a José mientras le besaba en la boca—. ¿Estás bien?
—Sí, lo estoy. No tardéis que me quedo frío.
—No te preocupes, que ya nos encargaremos de volverte a calentar —me reí.
Salimos. La fiesta estaba subiendo cada vez más de tono. Algunos tíos al pasar se nos quedaron mirando y otros me agarraban el rabo. Me sugerían que les follara o que deseaban mamármela.
—Este macho está ocupado por un par de horas —comentó mientras les sonreía.
Llegamos a la barra y pidió las seis cervezas y los condones. El camarero le mostró una gran caja de madera que estaba colgada a la parte derecha.
—Los condones están en aquella caja, ¿te importa ir a por ellos?
Fui a por los condones. Metí la mano y mientras sacaba un buen puñado, un tío se puso a mamarme el rabo. Le dejé un rato mientras Rubén se acercó.
—No te puedo dejar sólo un momento —me apartó agarrándome del brazo.
—Qué culpa tengo yo de que les guste mi rabo. Además no seas egoísta, que lo vais a tener en exclusividad por un par de horas.
—¿Puedo autoinvitarme a la fiesta? —preguntó un tío colocándose frente a mí. Por unos instantes me dejó sin respiración. No te puedes imaginar el pedazo de macho que tenía frente a mí. Guapo a rabiar.
—¿Más que yo?
—Sí, más que tú —le contesté a Andrés—. Como te decía, muy guapo, con un torso que parecía un armario de cuatro cuerpos, peludito, unas piernas escandalosas…
—¿Mejor que las mías? —me interrumpió de nuevo Andrés mientras sacaba una de sus piernas de la bañera.
—Sí, mejores que las tuyas, impresionantes, sería la palabra. Un culo… Mejor que el tuyo —sonreí a Andrés y éste permaneció callado—. Era un adonis para el sexo. Mi rabo se disparó y lo miró.
—¿Eso es un sí?
—Depende de tu rol.
—Soy versátil, pero quiero ese rabo dentro de mi culo.
—Coge un par de cervezas, te esperamos, tenemos una fiesta privada.
—¡Genial! —me besó en la boca y salió en busca de la bebida.
—¿Te molesta si se une?
—Que va tío. Está muy bueno.
—Más que bueno, es perfecto el cabrón. Mira que espalda tiene y mira esas nalgas. ¡Joder como está el cabrón!
—No hace falta que digas nada. Tu rabo está a cien.
—Espera, voy a buscar más condones.
—¡Estás loco! Tienes más de una docena en la mano.
—No son suficientes. A vosotros dos os puedo follar con el mismo, pero a él no. Tú también usarás alguno y él no creo que se quede sin meter la polla.
—Tienes razón.
—¿Dónde vas? —me preguntó al ver que me separaba de Rubén.
—A buscar condones.
—No hace falta —abrió la bolsa que llevaba atada a la cintura y sacó un puñado de ellos.
—Perfecto. Si necesitamos más, volveremos —me reí.
—Me llamo Iván, tío —se presentó.
—Yo Rafa y este colega se llama Rubén.
—¿Dónde vamos?
—José, el novio de Rubén, nos espera en un privado. Estábamos follando y nos apeteció tomar algo. Pensábamos darnos una buena y larga sesión de sexo.
—Perfecto. Vosotros estáis muy buenos y el rabo que tienes tú me vuelve loco.
—Nos lo pasaremos bien. Sólo una cosa. Mi culo se puede comer pero nada más.
—Entendido. Pero me pasaré un buen rato comiéndote el rabo para que me des una buena follada —tocó el culo de Rubén—. ¿Éste si se deja?
—Por supuesto y el de mi novio también.
—¡Genial! ¡A follar que son dos días!
Nos reímos, dimos un trago a una de las cervezas y antes de entrar en el privado, pasamos por los baños, meamos y nos limpiamos bien las pollas con agua y jabón.
—Ya era hora —comentó José y se quedó mirando a Iván—. ¿De dónde sale este macho?
—Lo hemos traído para ti —contestó Rubén.
—Joder tío, que bueno estás.
—Pues soy todo tuyo. Tú también estás muy bueno. Creo que nos lo vamos a pasar muy bien.
—José no dijo nada, bajó a la polla de Iván y se la mamó.
—Sí, creo que nos lo vamos a pasar muy bien —repitió mientras dejaba las botellas encima de un estante al lado de una de las paredes. Me acercó y me besó, agarrándome la polla. Luego se inclinó hacia ella y la mamó.
Los cuatro encima del camastro disfrutamos como animales. Sudábamos a raudales pero el olor corporal de los cuatro era agradable, se notaba la higiene. Me comí el culo de Iván durante un buen rato y luego estuvimos follando entre todos, al final, antes de corrernos por primera vez, hicimos un tren. El último vagón antes de mí, fue Iván y disfrute de nuevo de aquellas nalgas prietas y de aquel agujero que irradiaba un calor muy excitante. Tras la primera corrida y descansar un poco; tomamos una de las cervezas, hablamos un poco y decidimos ir a limpiarnos las pollas y ellos los culos. Así estaríamos listos para la siguiente sesión. Primero salieron José y Rubén y luego Iván y yo. Mientras nos limpiábamos, varios tíos se nos quedaron mirando.
—¿Sabes lo que me apetecería? —me preguntó y sin dejarme contestar, respondió—: Que me follaras aquí delante de todos estos y ver como se matan a pajas.
—Dame un condón.
—¡Joder tío! Se te pone dura sólo con hablarte.
—Y con mirar ese culo que tienes.
—Quiero que le des fuerte, pero muy fuerte. No te prives —sacó el condón y me lo puso con la boca. Se levantó y se inclinó contra el lavabo. Los que estaban en el baño se colocaron alrededor nuestro. Escupí en su culo, le separé las piernas y se la metí de golpe.
Tal y como había dicho Iván empezaron a masturbarse, pero yo me olvidé de ellos. Le cogí por la cintura y comencé un galope incontrolado. De vez en cuando la sacaba entera y se la volvía a meter de nuevo a aquel trote. Mi pecho se empapó en sudor y sentí como sudaba él corriendo un reguero de sudor que recorría su espalda, que caía por sus nalgas y empapaba el condón sirviendo de lubricante, aunque su ano estaba bien dilatado. Le toqué el rabo.
—Me voy a correr.
Le incorporé para que todos vieran los chorretones de Iván mientras yo continuaba follándole y masturbándole. Sentí los latidos de su polla y como salpicaba. Me excitó hasta el punto de eyacular. Se apoyó contra la pared y yo caí sobre él. El sudor de mi pecho se pegó al de su espalda y la saqué muy despacio. El suelo estaba lleno de leche derramada por todos aquellos tíos. Nos volvimos a asear y salimos ante la mirada de todos. Entramos de nuevo en el privado y los dos estaban follando.
—Nos estábamos quedando fríos y como tardabais, hemos pensado en calentar la comida —comentó José riéndose.
—Me parece muy bien —sonrió Iván y le ofreció su polla mientras se subía al camastro. Cogí un condón, me lo puse, me coloqué detrás de Rubén y le penetré. Iván me miró sonriendo. Así volvimos a empezar durante otro espacio prolongado de tiempo. Las pieles brillaban iluminadas por el foco de luz roja. Nuestros rabos estaban duros como la piedra. Mi polla pasaba del culo de José al de Rubén, mientras Iván se follaba al que estaba libre, le follaban a él o se dejaba comer la polla. Luego me quitaba el condón y cambiándolo se la metía a Iván. Éste disfrutaba cada vez que mi polla entraba dentro de él. Me miraba, me besaba y me lanzaba aquellas palabras de que me deseaba. Él sudaba mucho, tanto como yo, y también resultó tan fogoso como yo. Se corría y su polla continuaba dura, aunque era bastante más pequeña que la mía. Agotados terminamos tumbados sobre el camastro recuperando las fuerzas y el aliento. Rubén y José decidieron irse y allí en el privado, nos quedamos tumbados y abrazados Iván y yo tras cerrar la puerta.
—El cubata se ha terminado y el agua se está quedando fría. Mejor será que nos aclaremos y salgamos, al final vamos a terminar arrugados como uvas pasas —interrumpí de nuevo la historia sacando a Andrés de su ensimismamiento.
—No creo que nuestras pieles se arruguen tan fácilmente —comentó Andrés mientras se levantaba y quitaba el tapón de la bañera, ofreciéndome sus nalgas llenas de espuma. Las cogí con las manos y se las comí—. Te vas a poner cachondo.
No le dije nada y levantándome un poco se la metí.
—¡Cabrón! Aunque estemos sanos no me gusta que me la metan sin condón. Algunas veces no me importa siendo tú, pero…
—Tienes razón —y saqué el rabo de dentro de él.
—No, ahora no la saques, ahora terminas lo que has empezado.
Me reí y le follé suavemente. Era como me apetecía en aquel momento tras terminar aquella parte del relato. Le acaricié el pecho y le besé la espalda. Mis manos fueron bajando poco a poco y sentí el semen de su polla en mi mano. Me excitó y me corrí en su interior. Luego nos duchamos y nos vestimos. A la hora de ponernos los pantalones, me quedé mirando a Andrés.
—¿Qué te parece si llevamos los pantalones sin los gayumbos? Marcaríamos mucho más. Además resulta muy excitante sentir piel contra la piel.
Se miró y se quitó el suspensorio:
—Está bien y se los colocó.
—Joder como te quedan ahora —me puse los míos y él sonrió:
—¡Uf, cabrón! Como te marca el paquete.
Me miré en el espejo del armario y pasé la mano por delante y por detrás:
—El culo también me lo marca bien. Tengo un buen culo.
—Tu culo no me interesa demasiado.
—Me alegro, aunque me encanta que me lo coman.
Eran más de las diez de la noche y en aquel momento sonó mi teléfono.
—Dime Carlos… Es que estoy con un amigo y… No sé, se lo tendré que preguntar, espera —miré a Andrés y sin apartar el teléfono de mi cara le dije—: Es Carlos, que si nos apetece cenar con ellos y luego dar una vuelta.
—Me habías prometido ir a bailar —me miró con cara de niño bueno.
—¿Carlos?… Sí, es que había prometido a mi amigo ir a bailar… Eres incorregible —tapé con la mano el teléfono—. Dice que a ellos también les apetece, que hace mucho que no salen y también les apetece un poco de fiesta.
—De acuerdo. Así me presentas a ese amigo especial.
Me acerqué a él y le besé en la boca.
—Pero estaré contigo, sólo contigo —destapé el teléfono—. De acuerdo… ¿Dónde quedamos?… Vale, en media hora estamos en la puerta —corté el teléfono y le volví a besar.
—Te va a gustar Carlos, es un tipo muy agradable, de lo mejor que he conocido en toda mi vida.
—¿Voy guapo para tus amigos?
—Vas guapo para mí y eso es lo que me importa.
—Eso sí ha sonado a machismo gay.
—Tienes razón. Pero Carlos se va a quedar impresionado cuando te conozca.
—¿Por qué?
—Porque estás muy bueno cabrón. Tienes un cuerpo espectacular —le abracé y le acaricié las nalgas por encima del pantalón—. Y este pantalón de cuero, te queda de escándalo. Piel blanca bajo piel negra, ¿qué puede excitar más?
—Tú sí que estás muy bueno y a mí me gusta lucir un buen macho al lado.
—Pues salgamos a reventar corazones —le comí la boca con deseo y él como siempre correspondió.
Llegamos a la hora al restaurante y en la puerta nos esperaban Carlos y Pablo, su novio, tras las presentaciones entramos. Habían reservado mesa y nos sentamos. Comenzamos una conversación tranquila y amena. Nos sirvieron y comimos apaciblemente. Carlos, como suponía, se sorprendió con Andrés y me miraba sonriendo.
—Tengo que reconocer —comentó Carlos— que Andrés además es un tipo inteligente.
—Lo es. Ya sabes que yo sólo me rodeo de gente que merece la pena.
—Bueno, no diría precisamente eso —me miró con cara picarón.
—Ya sabes a lo que me refiero. Puedo follar a saco con muchos. Me gusta el sexo, nunca lo he negado, pero cuando alguien me interesa de verdad, para tener una buena amistad, no busco sólo sexo. Busco más cosas.
—Lo sé.
—Andrés y yo nos conocimos una noche, digamos loca, pero me sorprendió; luego desapareció, no sólo de mi vista sino de Madrid y ahora ha regresado. Es un tipo con quien se puede conversar, sabe escuchar, es divertido…
—Y seguro que folla bien —comentó Pablo.
—Eso queda entre nosotros —intervine con mirada tajante.
—Tampoco hace falta que te pongas así —sonrío con sarcasmo—. Podemos montarnos una fiesta entre los cuatro, total, el culo de Carlos ya lo conoces y así pruebo el de tu nueva adquisición.
—¡Pablo! —intervino Carlos.
—¿Qué sucede? —preguntó Pablo con altivez—. El tío está bueno y me gustaría tirármelo. ¿No te ha follado Rafa a ti?
—Cuando tú y yo no nos conocíamos. Ahora simplemente somos amigos.
—Perfecto, yo me tiro a este tío y luego todos tan amigos.
—¿Sabes? Si he venido a cenar es por Carlos. Hasta la fecha me habías parecido un tipo normal, algo altivo y chulesco, pero normal y te soportaba porque Carlos es feliz contigo y él es un gran amigo —me levanté de la silla, saqué dinero y lo dejé sobre la mesa—. La cena estaba siendo muy agradable, pero veo que tú hoy no tienes el día o tal vez seas así y yo estaba equivocado.
—El chico se pone celoso —continuó hablando mientras me seguía retando con la mirada—. Deja que él decida, tal vez…
—Eres un imbécil —le interrumpí—. Yo me voy —miré a Andrés—, ¿vienes?
—Claro. Por educación me abstengo de comentarios, pero…
—No merece la pena —le interrumpí—. Vamos que la noche está para disfrutarla, tal y como habíamos planeado. Carlos, como siempre es un placer verte y recuerda que te quiero un montón.
—Lo sé —comentó tímidamente, cortado por la situación. No dijo más y me cabreó irme de aquella manera por él, no se lo merecía.
Salimos. Estaba encendido y con el deseo de haber hostiado al muy cabrón y hacerle saltar los dientes uno a uno, borrando aquella sonrisa de chulo barriobajero. Ya en la puerta tomé aliento y respiré profundamente varias veces. Andrés me miraba con gesto triste.
—Lo siento.
—Tú no tienes nada que sentir —le abracé—. Tú eres un gran tipo. Si yo hubiera estado en tu pellejo, te juro que le rompo la cara; en cambio has estado sereno y tranquilo.
—No creas —sonrió—, si no te hubieras levantado, le hubiera estrellado el plato en la cara. Nunca me habían insultado de esa forma.
—El que lo siento soy yo, por haber aceptado la cena.
—Deja de preocuparte —me besó suavemente los labios—. Me prometiste ir a bailar.
—Gracias nene. Vamos a bailar y a sacar toda la adrenalina que se ha acumulado en mi interior.
—Y en el mío. Aunque no sé… Sabiendo que estás cabreado… —me miró con cara de picarón.
—¡Qué cabrón eres! —le agarré por el cuello y comenzamos a andar—. Este cabreo no me la ha puesto dura, ni me han entrado ganas de follar. Te ha ofendido y eso me ha dolido.
—Si te digo la verdad, me gusta.
—¿El qué?
—Es como si te hubieras puesto celoso.
—No digas tonterías. El vino se te ha subido a la cabeza. Vamos a bailar.
Paseamos por aquellas calles. Decidí finalmente ir a The Angel. Sabía que a Carlos no le gustaba el ambiente oso y si por una razón u otra, ellos pensaban continuar la noche, algo que dudaba tras lo ocurrido, no deseaba lo más mínimo encontrármelos. Nunca había soportado la prepotencia y en aquellas palabras, aquel cabrón, la expresaba por todos sus poros. Sentía odio, desprecio y tal vez, como dijo Andrés, algo de celos. No sé que estaba sintiendo, tal vez sólo era el instinto de protección, porque me gustaba proteger a Andrés. Él es fuerte, grande y seguro que pega mejores hostias que yo, pero deseaba que junto a mí, se sintiera protegido. Había cogido cariño al cabrón y me sentí feliz en nuestro reencuentro y en los momentos vividos desde entonces. Algo en mí estaba cambiando.
—¿Qué piensas?
—Nada nene, estoy deseando sudar en la pista y divertirnos —le cogí por la cintura y le acerqué a mí—. Bésame, eso hará que me sienta mejor.
—Te besaría toda mi vida —me cogió la cabeza con su mano y nos besamos en medio de aquella calle, entre la gente que cruzaba en los dos sentidos, pero en realidad, yo sentí que estábamos solos, solos y en el paraíso—. ¿Dónde vamos? Que yo sepa…
—Vamos a The Angel, no sé si lo conoces. Es un lugar de ambiente oso, pero va gente de todo tipo. Hay sábados que la música está de puta madre y ahora además no habrá mucha gente, se empieza a llenar a partir de las dos.
—Mejor, así bailaremos a nuestras anchas.
—Sí, tú y yo. Provocándonos, insinuándonos —me quedé mirándole fijamente—. Se me está ocurriendo una cosa.
—Miedo me da —sonrió.
—Verás. Entramos juntos, pero cada uno se va a una parte. Tú a la barra del final y yo me quedo al principio. Pedimos la bebida, seguramente te podrás sentar en algún taburete y al cabo de un rato…
—Me gusta esa fantasía. No me cuentes más.
—Está bien. Nos quitamos la ropa de abrigo, nos quedamos con las camisas y tú te la desabrochas, digamos, unos cinco botones.
—Eso es provocar mucho.
—Claro. Me tienes que provocar, por el contrario no te entraría. Pasaremos toda la noche como que nos acabamos de conocer, hasta que nos vayamos.
—Está bien, ¿Qué pasa si me entra otro machote que me guste?
—Pues entonces me volveré a mi sitio y ligaré con otro —le miré con cara de enfadado.
—Nunca te haría eso y lo sabes.
—Claro que lo sé —le toqué el culo—. Ya hemos llegado, entremos.
Tal y como lo habíamos planeado tras dejar los abrigos en el guardarropía, le desaté los botones hasta donde me resultaba sexy, le besé en la boca y le di otro azote. Me sonrió y se fue hacia el final de la discoteca. Me acerqué a la primera barra y pedí un cubata de ron, estuve unos segundos sentado, fijándome en el nuevo camarero. A éste no le conocía y tenía un pectoral impresionante, me miró y sonrió, le devolví la sonrisa y continuó con su trabajo. Decidí proseguir con la fantasía y comencé a caminar despacio por todo el local, sin prisa, como si estuviera observando a los machos que se cruzaban a mi paso. Al llegar casi al final, Andrés estaba sentado al lado de un oso sin camisa y muy grande que le estaba dando conversación. Me detuve, Andrés me miró y sonrió, debió de despedirse del gran oso y se levantó sentándose al lado de una de las columnas, adoptando una postura de macho desafiante. Caminé hacia él despacio y pasé por delante mirándonos fijamente a los ojos. Continué mi camino y me detuve girándome hacia donde Andrés se encontraba. Él no cambió la postura, seguía mirando hacia el lado contrario de donde yo estaba. Me gustó aquel desafío, me estaba excitando y retomé el camino hacia él deteniéndome a su lado. Levantó la mirada y sonrió con cara de vicio.
—¿Estás solo? —le pregunté.
—Depende de cómo se mire —me respondió.
—Te he visto con ese oso y…
—Es un amigo, un buen amigo con el que he venido esta noche a pasar un rato.
—¿Te gustan los osos?
—Me gustan los machos, ¿tú lo eres?
Me senté a su lado. No se inmutó, ni siquiera apartó la pierna para que me acercara a él.
—No has contestado a mi pregunta.
—¿A ti qué te parece? —me agarré el paquete marcándolo aún más.
—A mí los machos no me impresionan por la polla. Esa la sabe usar cualquiera que tenga un poco de experiencia.
—Para ti, ¿cómo se demuestra que un tío es un macho?
—Bailando.
Me reí.
—Los machos no bailan.
—Esa es una afirmación estúpida. Demasiadas películas has visto tú.
—Me gusta bailar, aunque no sea mi fuerte. Prefiero hacer otras cosas con un buen macho y no dejar el sudor en una pista de baile, sino en una cama.
—Si consigues conquistarme bailando, esta noche estaremos juntos en la cama, pero te lo advierto, soy muy exigente.
—No pretenderás que bailemos ahora que no hay casi gente.
—¿Por qué no? ¿Te acobarda que te vean?
—No, pero me gusta ser discreto.
—Creo que no eres el macho que busco.
Me quedé en silencio unos minutos, mirándonos fijamente. Saqué un cigarrillo y lo prendí, el cabrón estaba jugando muy bien y me estaba provocando. Era verdad que me gustaba bailar, pero cuando una pista está a reventar y pavonearme entre todos, pero allí, si contaba a la gente que estábamos, no pasaríamos de unos cuarenta y nadie estaba bailando. Todos permanecían contra las barras, sentados o de pie, mirándose los unos a los otros o simplemente abstraídos en sus pensamientos. El cabrón me estaba probando, creo que empezaba a ver alguno de mis lados vulnerables, que no me gustaba que nadie descubriera y menos él. No, él no. Al menos por el momento. Aún era muy pronto para abrir algunas puertas, aunque con él sin duda ya había dado algunos pasos importantes.
Seguía retándome con su mirada y con aquella postura: sentado, con la pierna derecha subida sobre el asiento y doblada hacia él y la otra apoyada en el suelo. Con la mano derecha rozaba de vez en cuando la columna, suavemente y cuando lo hacía, la miraba de arriba abajo en consonancia con el movimiento de su mano. Aquel gesto me hacía pensar que en su mente, la columna era un enorme falo y la acariciaba para que creciera más y más en un deseo irrefrenable de la sexualidad que transpiraba. Miré su torso, lo que la apertura de su camisa me dejaba ver y deseaba continuar desabrochando aquellos botones, para una vez descubierto en su totalidad, lamerlo y hacerlo vibrar. Sentía que ardía por dentro y aquella sensación me hacía sentir muy bien. Cálido y con el deseo animal que me gustaba que un macho provocara en mí. Apuré el cigarrillo y lo tiré al suelo pisándolo con la bota.
—¿Hablamos, bailamos…? Me estoy aburriendo y no me gusta esa sensación.
—Está bien. Bailemos.
Se levantó y sin mirarme comenzó a bailar, apenas movía el torso en aquellos primeros movimientos. Contorneaba las caderas y la cintura en un ademán varonil con un toque muy sutil femenino. Llevaba muy bien el ritmo con las piernas y poco a poco, comenzó a mover el tronco hacia los laterales. Saqué otro cigarrillo y lo prendí. Me levanté y me puse frente a él. No me miró directamente, sólo de soslayo con sonrisa retadora. Empecé a bailar, provocándole con movimientos de cadera de lado a lado y luego de adelante atrás. Me acerqué más y más a él. Rocé con mi paquete el suyo y me miró.
—¿Qué buscas?
—Provocarte. Me pareces un tío sensual y creo que…
—Tal vez, como todos, te equivocas. No soy tan fácil.
Me atreví a tocar su torso con la mano derecha mientras mi cuerpo se pegaba aún más al de él.
—Tienes una piel muy suave.
—Lo sé.
Reconozco que me estaba poniendo un tanto nervioso. Por un momento casi le propongo terminar el juego y ser nosotros mismos. La indiferencia con la que me retaba me desconcertaba. Siempre era yo quien llevaba la voz cantante cuando un tío me interesaba y tras cuatro palabras terminaba follándolo en cualquier rincón; pero este cabrón, este cabrón estaba jugando muy bien sus cartas que ocultaba con suma pericia, mientras las mías, estaban al descubierto. En aquel momento me miró con fijeza y con sus manos comenzó a desabróchame algunos botones de la camisa.
—No me gusta ver a la gente con la camisa tan cerrada, parecen curas de pueblo. El pecho es para mostrarlo —me dijo mientras me desabrochaba la camisa e iba acariciando mi piel y el vello del pecho—. Estás en buena forma, eso me gusta en un tío, que se cuide —la desabrochó por completo y la separó ligeramente hacia los lados—. Así está mejor, mucho mejor.
Le acerqué a mí, agarrándole del cinturón con el dedo corazón, mientras los dos seguíamos bailando insinuantemente, ahora ya, mirándonos a la cara, pero retándonos, como dos machos en celo para saber quien se lleva la presa. Pegué su paquete al mío y las piernas buscaron la postura para continuar con la danza. Sentí el olor de su piel y el calor de sus labios al acercar poco a poco los míos. Él hizo el gesto de besarme y yo me retiré separándome ligeramente, mientras mi mano ahora iba descubriendo las formas de su torso, como si fuera la primera vez. Con maestría le fui desatando los botones de la camisa que aún ocultaban su abdomen y cuando estuvo totalmente, en un gesto sensual y suave, la dejó deslizarse por sus hombros cayendo por su espalda y deteniéndose por la presión de los puños de la camisa. Volví a acercarme sin dejar de tocar su torso y él comenzó a tocar el mío. Cuando estaba de nuevo pegado a él, en vez de besar sus labios, besé su cuello y se estremeció. Mis labios fueron recorriendo su mejilla hasta llegar a sus labios y en ese momento él me pegó a su cuerpo echando mi camisa hacia atrás. Desatamos el uno al otro los botones de los puños y éstas cayeron sobre el asiento donde reposaban los vasos. Los torsos pegados, las bocas unidas, los ojos cerrados y las piernas entrecruzadas, sin dejar de moverse y juntando nuestros paquetes que poco a poco se iban abultando más y más. Abrió la boca y se la comí y él respondió con furia. El beso se prolongó lo suficiente hasta sentir los labios irritados por el roce. Nos abrazábamos y nos separábamos continuando con aquel cortejo hecho baile. La música se adaptó a nuestros movimientos o tal vez fueron nuestros sentidos los que se acomodaron a ella. Estábamos haciendo el amor en la pista de baile, una pista de baile vacía de cuerpos, pero llena de calor. El que desprendían los nuestros. Él volvió a coger mi cabeza con sus manos y me besó de nuevo cada vez con más calidez, con más energía y más sensualidad. Mi polla estaba a punto de reventar, sentía como las venas se inflaban y latía mi glande de deseo por aquel macho, que aún conociéndole bien en la cama, allí era un desconocido en un juego que estaba funcionando a la perfección.
—Besas bien tío —se atrevió a decir sonriendo—, me has puesto cachondo.
—Tú tampoco lo haces mal, me la has puesto muy dura.
—Lo sé. La estoy notando apretada junto a la mía.
Nos separamos ligeramente mientras continuábamos bailando, ahora con movimientos más sensuales, más atrevidos, más lujuriosos, calentándonos aún más el uno al otro. Era como el reto de los gladiadores en la pista del gran circo romano. Ellos buscando la provocación para la batalla y nosotros deseosos de una batalla llena de sexo. Le cogí por detrás, pegué mi torso a su espalda húmeda y me excitó aún más. Sus nalgas se movían suavemente balanceando mi paquete que se encontraba unido a ellas. Con mis manos fui acariciando su torso que también comenzaba a sudar, facilitando a mis dedos desplazarse por su piel tersa y suave. Cálida y apasionada. Deseosa de ser devorada, degustada y saboreada como el más exquisito de los postres. Coloqué mis manos en su paquete y empecé a moverme con giros de cintura. Echó la cabeza hacia atrás y le comí el cuello. Lanzó un suspiro y de nuevo al besarle, repitió aquel sonido sensual, cargado de pasión.
—Me estás poniendo muy caliente, tío. Debo de reconocer que eres un buen macho. Sí, el macho que buscaba esta noche.
—La noche acaba de empezar —le susurré lamiendo su cuello hasta llegar a la oreja la cual mordisqueé. Gritó de pasión.
—¡Cabrón! Parece que conoces mis puntos débiles.
Cierto es que conocía cada uno de sus puntos débiles. Nuestros preliminares en el sexo eran largos, pero resultaban más fuertes, más violentos, más de macho contra macho intentando ganar una batalla desenfrenada y que ninguno de los dos quería perder. Aquí, todo resultaba distinto, aquí la sexualidad se había convertido en sensualidad. La fuerza en ternura. La pasión en juego de pieles y lenguas. Con nadie, ni siquiera con Carlos, había tenido jamás una sesión de estas características y me sentía bien, deseaba que no cesara. Metí mis manos por su pantalón y continué besándole. Sabía que él tenía los ojos cerrados, que estaba soñando, levitando y haciendo que yo también me elevase de aquella pista hasta tocar el techo y desaparecer a través de él. Estuve a punto de decirle la palabra prohibida, aquella que no quería decir a ningún hombre, la que denotaría mi debilidad, mi vulnerabilidad de hombre y no, no era el momento. Yo aún era el macho cabrón que muchos miran con ojos de deseo, buscando que les folle hasta reventarles. Aquellas palabras no debían de salir de mi boca. «Te amo» eran dos palabras prohibidas que cambié por tres muy distintas:
—Te deseo cabrón. Quiero follar contigo si soy el macho que estás buscando.
Quitó las manos de sus costados y se giró:
—Sí, lo eres y quiero que me folles aquí.
—Vayamos al privado, esto no es el Eagle.
—Llévame a ese privado que quiero sentirte muy dentro de mí.
Me separé, le agarré de la mano y nos giramos. Al final del pub hay un habitáculo grande en tonos granates y con varios cuartos con puertas. Es el privado más cuidado y limpio de los que he visto nunca. Allí me había follado a varios osos que me habían calentado en sesiones de sábado noche, cuando a altas hora, bailan desenfrenadamente sin sus camisas, luciendo sus torsos velludos y masculinos. Respirando sexualidad salvaje y con deseos de que un buen macho les cazara y les hiciera gozar durante un largo periodo de tiempo.
No había nadie. Cerré la puerta y me empujó contra una de las paredes pegándose a mí y comiéndome la boca con furia y deseo incontrolable. Abrió mis brazos en cruz y agarró mis manos. Lamió mi cuello, mis hombros y parte de los brazos. Metió su lengua en uno de los sobacos y me hizo suspirar. Empezó a desatarme el cinturón.
—Espera nene. Los pantalones mejor nos lo quitamos nosotros. No llevamos ropa interior y…
Se rió a carcajadas.
—No me gustaría que sufriese un accidente esa hermosa polla.
—Eres un cabrón. No salgamos de la fantasía. Aún no.
—Hace un rato que salí de ella. Eres mi macho de verdad y eso es lo que deseo. Al macho llamado Rafa.
—Está bien —le sonreí mientras me quitaba las botas y los pantalones. Él hizo lo mismo. Nuestros rabos estaban tremendamente erectos y a punto de reventar—. Creo que me voy a correr nada más ponerme el condón.
—No te lo pongas. Ahora no. Deseo sentir el calor de tu polla y que sientas como está mi culo ardiendo por ti.
—Está bien, pero nos estamos acostumbrando mal.
—Mientras no tengamos sexo con otros, no habrá problema.
Dejamos los pantalones sobre el banco, apoyó sus manos contra la pared y me ofreció sus increíbles nalgas. Me agaché y las agarré con mis manos apretándolas y metiendo la lengua en el orifico del placer. Me corrí mientras lo hacía y seguí comiéndole el ano. A mí lengua le gustaba explorarle. Aquel culo que ya conocía muy bien, siempre me parecía distinto y cada vez lo deseaba más. Nunca un agujero me había provocado tales sensaciones, nunca unas nalgas me parecieron tan hermosas, nunca una espalda me provocó una excitación semejante. Me levanté y coloqué mi glande y él, poco a poco, en movimientos muy sensuales, la fue introduciendo en su interior. Coloqué mis manos apoyadas a las de él, las giró y las juntamos apretando con fuerza mientras mi pubis rozaba sus nalgas.
—Quédate así un rato. Quiero sentirla así.
—Hasta que salgamos de aquí, mandas tú. Quiero darte el placer de dominarme al menos por una vez.
Giró su cara y sonrió:
—Bésame tonto.
Le besé mientras continuaba con sus movimientos. Su ano estaba muy caliente y sus paredes se adaptaban a mi polla apretándola de vez en cuando y liberándola a su antojo. Sabía muy bien controlar su punto más sexual. Si su boca era como la delicia de un exquisito aperitivo, su cuerpo era un manjar a degustar, su culo era su plato fuerte, el que te colma, el que te llena, el que te enciende por dentro y por fuera, robándote toda la energía y el ser. La saqué y le coloqué sobre aquel banco, deseaba ver su cara y como su cuerpo se estremecía, sentir sus piernas sobre mis hombros, acariciar sus pantorrillas y comerme sus pies, mientras su polla permanecía dura y sus hermosos huevos colgaban y rozaban mi rabo mientras salía y entraba de su orificio. Tenía unos huevos muy grandes que me encantaba comerme mientras apretaba su escroto y admiraba su volumen y su piel rosada y fina. Cada vez que lo miraba, me resultaba más sexy, más hermoso, más macho, más sensual y sexual. Era un ejemplar único y sentía por mí, que era lo más importante y lo que más me ponía. Me corrí y sonrió:
—Sigues igual de caliente o ya no aguantas más —me comentó cuando notó que la iba a sacar.
—Qué cabrón eres, ¿me quieres matar?
—Sí. De placer. Quiero morir de placer contigo y que me acompañes.
La metí de golpe y cerró por unos segundos los ojos.
—No saldría de ti nunca —me tumbé sobre él besándolo—. Me tienes atrapado, cabrón —apretó con fuerza mi polla con su esfínter y sonrió—. ¿La quieres estrangular?
—No, la quiero para mí, para siempre.
—Pues ya me dirás como vamos a casa, porque me apetece estar en la cama tranquilamente los dos juntos.
—¿Quieres que vayamos a follar a casa?
—No. Quiero sentirte desnudo en la cama y hablar de nosotros.
—Pues vistámonos y a casita. Es donde mejor se está.
Saqué la polla y le volví a besar.
—Además, me tienes que contar como terminó aquella fiesta.
—Te la resumiré muy rápidamente mientras te tumbas encima de mí. Pero esta vez —me incorporé—, espero que no te corras, no me apetecería tener que levantarme y volver a hacer la cama.
—Pondremos una toalla. Estando encima de ti y contándome esa historia, no te puedo prometer nada.
—Está bien, pero ya me conoces, me gusta el morbo. Si te vas a correr, quiero ser yo quien agarre tu rabo mientras sale toda la leche.
—Eres un vicioso —se colocó los pantalones.
—No, soy morboso y el morbo me provoca vicio, pero si no me excita un tío, desaparece el vicio y el morbo.
Terminamos de vestirnos y salimos. La música había cambiado, ahora me resultaba excesiva y en la pista se encontraban pequeños grupos hablando, observando y bailando. Comenzaba a llenarse, era la hora para aquel lugar y la nuestra para volver al nuestro. Caminamos entre la gente, recogimos la ropa de abrigo y salimos. La noche resultaba fría y Andrés se abrazó a mí. Aquel gesto me hizo sonreír y le besé en la frente.
—Eres un cabrón encantador.
—Lo sé —contestó sin inmutarse apretándose contra mí.
Le abracé. Debo de reconocer que con ternura. Aquel tiarrón me estaba atrapando. Me emborrachaba su aroma y su presencia resultaba vital para sentirme a gusto. No quería pensar en aquellos sentimientos, que creo que nunca he tenido por nadie, salvo por Carlos y siempre ha sido una gran amistad, pero este cabrón… Con este cabrón no era de la misma forma, incluso no se lo había dicho, pero con él ya no follaba, hacíamos el amor, le sentía como parte de mí cuando lo tenía pegado a mi piel, me fundía con él cuando le penetraba y al mirar sus ojos, cuando éramos un sólo cuerpo, me hacía estremecer por dentro, provocándome aquel estímulo que me hacía sentir bien, libre, poderoso y así deseaba que él también se sintiera. ¿Qué me estaba ocurriendo? No, no quería pensar en ello. Pero ahora, caminando despacio e internándonos en calles poco iluminadas, entre hombres que se cruzaban en nuestro camino y nos miraban, lo que en realidad me importaba, era aquella manera de abrazarlo, de protegerlo, de arroparlo entre mi ser y hacerle sentir bien. No hablaba y por unos momentos deseaba poder estar dentro de su mente y saber que estaba pensando. Tal vez él también estaba experimentando una sensación como la que yo vivía ahora. Estaba confuso o tal vez era todo lo contario y no deseaba que aquella realidad fuera real. Sí. Lo deseaba, deseaba formar parte de su vida y que él formara parte de la mía. ¿Sería feliz conmigo? Yo estaba seguro que sí lo sería junto a él. Llevábamos desde el viernes compartiendo todo y ahora, en la madrugada del domingo, parecía que acabábamos de vernos. Domingo, no quería pensar en ello, nos tendríamos que separar por lo menos durante cinco días y eso me iba a doler. Lo sabía, me dolería no compartir con él conversaciones, risas, abrazos, comidas, sentir su presencia, su olor, su piel, su calor, su forma de mirarme, su naturalidad relajada, su fogosidad cuando el deseo nacía entre los dos, su forma de escuchar… Me estaba aportando todo lo que un hombre busca en otro. Todo lo que alguien desea sentir junto a otro. Todo lo que poco a poco y con paso firme, lleva a esa palabra mágica, que en mi corazón tenía oculta para no sentirme dañado ni sufrir por amor. El amor es maravilloso pero duele y a mí no me gustaba el dolor. En mis prácticas sexuales había infringido dolor, pero siempre fue por el deseo del otro. No me estimulaba nada y ese fue el motivo por el que dejé de hacérselo a los demás por mucho que me lo pidieran, por mucho que lo desearan para satisfacer sus apetencias sexuales. Prefería este instante, así, suave, tranquilo. Sí él escuchara mis pensamientos o los amantes que he tenido, no se lo creerían. El tipo duro, el macho que les complacía y que nunca quedaba satisfecho. Ese macho, ese tipo duro, que parecía no tener sentimientos, era en realidad, un puto romántico que buscaba encontrar quien le entendiera y disfrutara junto a él, no sólo del sexo, sino de la vida.
—¿En qué piensas?
—En que me gusta tenerte así abrazado.
—Un hilo de romanticismo en ese macho infranqueable. Me gusta —me dijo sonriéndome.
—No te confundas cabrón. Soy un tío duro, pero nada tiene que ver con abrazar y gustarme el hecho de hacerlo.
—Vale, lo que tú digas. Pero esa frase te ha delatado.
—¿Quieres que deje de abrazarte?
—No, me gusta sentirme protegido por tus fuertes brazos. Tendré que ir a un gimnasio como tú.
—El gimnasio me ayuda a soltar adrenalina y a definir mi complexión muscular. Pero siempre he tenido este cuerpo. Y si quieres vamos juntos al gimnasio, aunque si te pones más bueno, te alejarás de mí.
—No, yo soy tuyo, lo sabes. Pero quiero estar a tu nivel.
—Cabrón, ya lo estás y por encima. Tú cuerpo es más bonito que el mío ¿Qué mides?
—1,80 y 85 kilos.
—Me lo imaginaba. No eres mucho más bajo que yo y peso 95kg. Estamos bien proporcionados. No nos sobra nada.
—A ti un poco de polla. A propósito, ¿cuánto te mide?
—Unos veintisiete centímetros.
—¡Joder! Es la más grande que ha entrado en mi culo. Pero follas tan bien, que provocas placer, no dolor.
—Me alegro. Me gusta dar placer. No me gusta el dolor.
—¿Alguna vez algún tío te ha dicho que no?
—No, pero no ha entrado en todos los culos que lo han deseado.
—Cuéntame una de esas veces.
—Eres un morboso.
—Sí, lo soy y además me gusta cómo cuentas las historias.
—Está bien viciosillo. Un viernes estaba en el Eagle tomando una cerveza. Era una de esas noches que me apeteció estar en pelotas dentro, pero en realidad no buscaba sexo, sino estar desnudo tomando una birra tranquilamente. Esa noche se puso a tope y muchos también optaron por desnudarse. Algunos en suspensorios, otros sólo con arneses y otros como yo. Hacía mucho calor y pronto las pieles se mezclaron entre sí. Cuero de prendas contra cuero de pieles cálidas y ardientes. Cuando llevaba la segunda cerveza me entraron ganas de mear y subí a los baños. El morbo allí arriba había subido la temperatura. Un chico me la agarró y me miró sonriendo, con sus ojos me estaba preguntando si podía mamármela y sonriéndole apreté su cabeza hacia abajo, se arrodilló y me la mamó. Otros cuerpos se unieron al mío manoseándome por todos lados. Uno de ellos me intentó meter un dedo en el culo y sólo con mi mirada lo retiró automáticamente, otro chico se agachó y compartieron mi rabo. Había un rapado que me miraba mientras a él también se la comían, se acercó y nos morreamos. Sus manos tocaron mi cuerpo, apretó uno de mis pezones y yo hice lo mismo con él. Miré su culo, lo acaricié y me sonrió. Aquel tío le estaban mamando el rabo pero él buscaba que le calentaran por detrás. Mi rabo estaba muy hinchado y lo agarró impidiendo a los chicos que continuaran mamando, se agachó y lo hizo él. Sin saber cómo, tenía puesto un condón, se incorporó y me ofreció el culo. Le mojé el ano y lo penetré, uno de los chicos que me había estado mamando la polla me abrazó por detrás y me lamió la espalda. Me puso muy bruto y me susurró que él también quería que le follara. Cuando terminé con el rapado me giré hacia el chico que continuaba abrazándome, me quite el condón y él me dio otro. Lo coloqué y le doblé. Su ano estaba dilatado pero no muy abierto. Intenté meterla y era imposible, su esfínter se cerraba. Le acaricié alrededor, le metí un dedo, luego dos y el rapado sonriendo me ofreció un pequeño bote de lubricante. Le eché una buena cantidad en el ano y a mi condón y volví a intentarlo, pero no entraba. Era imposible.
—Empuja tío, quiero que me la metas —sinceramente lo estaba pasando mal, porque aquel culo no dilataba para mi rabo.
—Tío te voy a hacer daño y no quiero —le dije mientras empujaba y él me la repelía.
—Dale fuerte, dale fuerte —me gritaba—. El rapado me miraba y se encogía de hombros.
—Chaval, necesitas que te abra ese culo una polla más pequeña. Si quieres yo te follo mientras este cabrón me la mete a mí, que mi culo si la aguanta y la desea de nuevo dentro —le dijo el rapado mientras le levantaba la cabeza y le miraba.
—Está bien. También me gusta tu rabaco.
El rapado sacó dos condones, me ofreció uno a mí y se puso otro. Colocó al chico contra las barras y se la metió de golpe. Aquel tío le empezó a embestir con fuerza y esperé con el rabo duro detrás de él acariciándole sus nalgas que apretaba y relajaba según sus embestidas. Después de un rato me miró.
—Te toca cabrón, dame placer.
Le separé un poco las piernas y se la metí poco a poco.
—Sácala y métela de golpe, ese rabo lo aguanto bien.
La saqué y la metí de golpe, hasta el final, hasta que mi pubis tocó sus calientes nalgas y gritó provocando a los otros que nos miraban.
—Hijo de puta. ¡Que rabo tienes! Folla sin miedo, yo seguiré el ritmo.
Le agarré por la cintura y empecé a embestirlo sin compasión, el cabrón se adaptó al ritmo y el chaval comenzó a gemir como un poseso. Sudábamos a raudales, los tres estábamos muy calientes y el culo de aquel tío me provocó un orgasmo total.
—Podrías escribir un libro con tus experiencias. —Me interrumpió Andrés ya en el portal de casa.
—Tal vez, pero hay tíos que tienen más carrera que yo. Aunque es cierto que algunas de mis aventuras han sido muy especiales. Todo me ha ayudado a valorar lo que ahora busco.
—Yo no me creo capaz de tener sexo así, de esa manera.
—Me extraña que me digas eso, sabiendo de la forma que nos conocimos —le sonreí.
—Aquel día fue distinto —se quedó en silencio—. Te lo contaré dentro.
Aguardé a llegar al piso y una vez dentro, sentí el fuerte calor de la calefacción.
—Hogar, dulce hogar —comenté mientras me quitaba la prenda de abrigo. Andrés me dio la suya y las colgué en el perchero. Fuimos a la habitación y comenzamos a desnudarnos—. Continua con la historia —le dije.
—Aquel día estaba cabreado y muy irritado. Estaba furioso y…
—¿Qué te había pasado? —le pregunté mientras separaba el edredón y me metía en la cama. Él hizo lo mismo y colocamos cojines sobre la espalda y nos quedamos sentados cubriéndonos con el edredón hasta la cintura.
—Cuando te conté que me ofrecieron irme a Londres, en realidad lo pedí yo. Unos días antes de conocernos había roto con mi ex. El muy hijo de puta me ponía los cuernos y encima lo mantenía. Vivía en mi casa y no le faltaba de nada aún no teniendo trabajo. Un día salí antes del curro, estaba haciendo de guía para un grupo en Toledo, y se puso a llover por lo que tuvimos que volver a Madrid y regresar al día siguiente por la mañana. Llegué a casa muerto de frío y cabreado porque no me apetecía nada volver al día siguiente y contar la misma historia al mismo grupo. Abrí la puerta y oí un ruido extraño que venía de la habitación. Pensé que alguien había entrado a robar y me encontré a mi novio en pelotas alterado y con la cama revuelta.
—¿Te ha pasado algo? —le pregunté.
—No, simplemente me has asustado, no te esperaba tan pronto en casa.
—La excursión ha sido una mierda, se ha puesto a diluviar en Toledo y hemos tenido que volver. Mañana tenemos que salir muy pronto. Pero bueno… —le miré—. ¿Por qué estás desnudo?
—Verás… es qué… —detrás de la puerta, como en una mala secuencia de una película cutre, salió un tío en pelotas.
—Estábamos follando. No sabía que tenía novio. Me contactó por Internet y…
—Vístete y lárgate —miré a mi novio—, y tú también. Desaparece de mi vista, antes de que te rompa la cara. El sábado cuando esté en casa, vienes a por tus cosas, no quiero volver a verte.
—Andrés… Perdona… es qué…
—No digas nada. Ponte la ropa y sal disparado antes de que se me termine de subir la sangre a la cabeza.
Se puso a llorar mientras se vestía. No me inmuté. Respiré profundamente, intenté como bien le había dicho, que la sangre no se subiera a la cabeza y cometiera una locura. El hijo de puta me estaba poniendo los cuernos con un tipo que acababa de conocer por Internet en nuestra cama. El muy hijo de puta follaba con otros tíos mientras yo me rompía los cuernos trabajando. El muy cabrón me follaba a pelo porque creía que éramos una pareja cerrada. Nunca me había negado a ninguna de sus exigencias, nunca le faltaba nada, ni en la cama, ni en sus necesidades y no veas los caprichitos que tenía el niño. Salieron en silencio y me quedé como un imbécil sentado sobre aquella cama, aquella cama deshecha donde se había estado dando el lote con otro tío. No me lo podía creer. Me levanté, quité la funda al edredón, las sábanas y la funda de la almohada. Las metí en la lavadora y lo puse a lavar. En silencio volví a la habitación y vestí la cama con sábanas limpias. Estaba roto. El cansancio del día se había convertido en total agotamiento. Me desnudé y me metí bajo la ducha. Al agua que caía por mi cabeza se unieron las lágrimas de dolor e impotencia, de rabia y sufrimiento, por la traición de la persona que más amaba y en la que más confiaba.
—No hace falta que continúes —le interrumpí al ver que sus ojos se empañaban en lágrimas—. No quiero verte triste —y le sequé las lágrimas con los dedos de las dos manos.
—No pasa nada, viene bien desahogarse de vez en cuando —se inclinó sobre mi pecho y lo abracé—. Continué con mi rutina como siempre y cada momento en el que me encontraba sólo, rompía a llorar. Estaba destrozado, no te puedes imaginar cuanto. Llegó el viernes y no pude aguantar más en casa, salí y di mil vueltas sin rumbo fijo ni saber qué hacer. Al pasar por la plaza Vázquez de Mella escuché una voz que me llamó. Eran unos amigos que iban al Eagle y me animaron a ir con ellos. En un principio no quise ir, no me encontraba con ánimo para ir a un pub y menos sin conocerlo. Sí —me sonrió—. Era la primera vez que entraba en el Eagle, aunque no la primera que me desnudaba en un local. Me gusta mi cuerpo, tengo ese punto exhibicionista que me pone cachondo cuando me miran y me desean.
—No lo entiendo. Cuando entré, debo de reconocer que me pareciste salido de un sueño, como bajado del Olimpo de los Dioses y para nada me pegaba aquel lugar para ti. Aunque cuando te toque el culo y me miraste con esa cara de vicio, y mi rabo se puso duro, cambié de opinión, pensé «este puto cabrón que bueno está».
—¿Pensaste eso?
—Qué iba a pensar: Un tío desnudo en el Eagle, con un cuerpo increíble, con una mirada de fuego y ofreciéndome su culo para que lo follara allí mismo delante de todos.
—Cuando entré mis amigos pidieron unas cervezas y me dieron una, ellos se subieron a la parte de arriba, tenían ganas de follar pero yo no. Si estaba desnudo fue porque no me dejaban pasar con la ropa de pijo que llevaba —se rió—. Pedro me dijo que si quería entrar debería desnudarme y ni me lo pensé. Como te he dicho, ya había estado desnudo en un par de sitios. Muchos tíos me entraron antes de llegar tú, incluso uno me propuso atarme con cuerdas, decía que le gustaba mi cuerpo para hacer un buen trabajo de bondage.
—La verdad que sí. Estarías increíble atado con cuerdas y colgado de los ganchos —le dije mientras él se reía.
—No quería sexo con nadie y empecé a sentirme incómodo hasta que apareciste tú y me tocaste el culo. No sé, tu forma de tocar, de mirarme, de sonreírme me hizo sentir bien. Te lo aseguro y desató la furia que llevaba dentro, toda la rabia contenida. Te propuse follarme y quería que fuera allí delante de todos los que lo habían deseado antes. Era como una liberación, como decir vosotros no, viendo en cada uno la culpabilidad que despertaba mi cerebro hacia aquel hijo de puta que me había puesto los cuernos.
—Pero ellos no tenían nada que ver, ellos estaban allí como tú, buscando conocer gente, hablar o tener un momento morboso y tú provocabas que el hielo se convirtiera en fuego. El Eagle, a mi modo de ver, es un lugar donde se crea complicidad entre los habituales, donde la gente libera sus fantasías sin presionar a nadie, donde cada uno se expresa sin tabúes y comparte con los demás.
—Lo sé. Nadie tenía la culpa, pero mi mente en ese momento no actuaba de forma racional y además, como te he dicho, era la primera vez que entraba.
—Te entiendo y me alegro que me dijeras que sí. Me hiciste sentir muy bien y mira por donde ahora estamos los dos aquí desnudos y hablando tranquilamente.
—Eso es lo que me gusta de ti. Eres muy sexual y a la vez sensual. Eres agresivo y tierno. Cuando estallas eres como un volcán y otras veces tranquilo como las aguas de un lago. Tal vez eso es lo que percibí en aquella mirada que me lanzaste, entre deseo y ternura y en aquel momento era lo que necesitaba.
—Que extraña es la vida. ¿Lo has vuelto a ver?
—No y espero no encontrármelo nunca.
—¿Sigues sintiendo algo por él?
—No, yo sólo puedo sentir por una persona y ahora por quien siento es por ti.
Me descolocó con aquella frase. Me rompió por dentro. Aquella misma tarde me había dicho que no buscaba que nos enamorásemos y ahora… Ahora me lanzaba toda una declaración. Le abracé con fuerza. Mi deseo de saber lo que pensaba mientras caminábamos aquella noche, se cumplió en ese instante y pareció leer mi mente confundida, dándome una pista, ofreciéndome un nuevo camino a seguir, entregándome su amistad y ahora su amor. Su olor pareció llenar toda la habitación con una fragancia envolvente que me arropó en la desnudez de la noche, como nunca había sentido. Respiré profundamente y noté en su cuerpo que imitaba mi respiración.
—Espero…
—No digas nada —le besé en la frente—. ¿Qué te parece si dormimos un rato y mañana nos levantamos pronto? Si hace sol, podríamos ir a pasear un rato por el Retiro. Los domingos me gusta respirar aire puro y además hay poca gente a primera hora de la mañana.
—¿Y si no hace sol?
—Nos quedamos en la cama abrazados, sintiéndonos el uno al otro.
—Me parece buena idea —se giró y me besó el pecho.
—No. Bésame en la boca. Quiero el sabor y el calor de tus labios antes de dormir.
Me sonrió, me besó, apagó la luz y se tumbó de lado, esperando que yo lo abrazara como me gustaba hacer con él. Pegado a su cuerpo y acariciando su torso mientras nos quedábamos dormidos. Sentir aquel calor tan especial que me ofrecía y el amor que destilaba. Su piel era parte de mi piel. Había abierto su corazón aquella noche, aunque tal vez ya lo había hecho en otras ocasiones, con pequeñas pinceladas, con pequeños detalles, con frases mezcladas con otras para despistar hasta que todo encajara. Pero yo no estaba preparado aún para amar, al menos de momento. No, aún no era el instante para el amor, aún faltaba tiempo para aprender a amar, no quería volver a equivocarme. Cuando estuviera preparado le entregaría todo mi ser sin reservas, pero ahora… Ahora sentía aquella sensación que atenazaba algo en mi interior y no la soltaba provocándome un dolor extraño, pero a la vez agradable. Me había acostumbrado tanto a la soledad, al vacío, a la libertad de mi cuerpo durante aquellos años, que mi corazón se quedó dormido y ahora se desperezaba de nuevo, enfrentándose a una realidad deseada, pero temida. Miré a través de la ventana como la luz de las farolas se filtraba iluminando tímidamente la habitación. Su figura ahora liberada del edredón, se dibujaba ante mis ojos mientras le acariciaba el torso, sintiendo los latidos lentos y relajados de su corazón. Cerré lo ojos y me dejé envolver de nuevo por el aroma de aquel hombre que mantenía abrazado a mí.