CAPÍTULO VI
Me desperté una vez más, sintiendo el abrazo de Iván, su calor y el olor que desprende su piel. No habíamos cambiado de postura en toda la noche y el sueño resultó plácido. Al abrir los ojos me sentía tranquilo, despreocupado y aliviado de la tensión que durante el día anterior sufriera todo mi ser. Dicen que las lágrimas limpian nuestra alma del dolor y nos hacen ver las cosas con más claridad. Las derramadas aquella noche, lo habían hecho, al igual que el abrazo de Iván. Le besé en el torso.
—Buenos días —saludé.
—Buenos días, ¿qué tal has descansado?
—Genial y gracias por tus abrazos —le besé de nuevo en pecho y me levanté. Miré por la ventana. No llovía, el sol brillaba con fuerza y presentí que la primavera comenzaría a ofrecernos días más calurosos. Me volví, cogí un cigarrillo y lo encendí—. Hoy tengo que empezar a preparar la mudanza. No tengo demasiadas cosas que trasladar, pero debo tenerlo empaquetado todo para el viernes.
—Si quieres te ayudo. Cerca de donde yo trabajo hay una tienda de cartonaje, puedo comprar unas cajas y ayudarte esta tarde.
—Me harías un gran favor y si tienes una maleta grande, también. En las dos mías no entra toda la ropa que tengo.
—Claro —se levantó desperezándose—. Cuando salga paso a buscarte y comenzamos con la faena.
—Ahora sólo me queda una cosa en la que pensar y lo tengo que meditar muy bien. Tengo que pillar a ese hijo de puta y que me deje vivir tranquilo. Iván, quiero ser feliz junto a Andrés.
—Tienes que tener mucho cuidado. Juegas en campo contrario y él de tonto no debe de tener ni un pelo.
—No, es muy listo el cabrón, pero yo lo seré más. Al menos lo intentaré. Si pierdo, sé que no me faltará trabajo. Mi experiencia es muy importante e iré con la verdad por delante en la entrevista.
—Sé que actuarás bien. Tú siempre lo haces.
—No creas, soy humano y cometo errores. Uno de ellos ha sido este. Jamás debi juntar el trabajo con el sexo. No volveré a caer en esa trampa. Fui un imbécil, pero de errores se aprende y me ocuparé de corregirlo, al menos éste. Amo demasiado a Andrés para perderlo por una estupidez.
—¿Se lo contarás?
—Claro, suceda lo que suceda se lo contaré. No quiero secretos en nuestra relación. No. La complicidad entre dos personas que se aman, es la sinceridad y yo lo seré siempre con él. Seré un cabrón, o lo habré sido, pero en la pareja soy fiel.
—¿Y lo nuestro?
Le miré con cara de picarón:
—¿El qué? Tú y yo somos dos grandes amigos y lo seremos siempre y espero que también lo seáis vosotros dos. Estoy convencido de que os vais a caer muy bien. Sí, os parecéis mucho. Tal vez por eso me enamoré de él y te tengo a ti por alguien tan especial.
—Gracias por la parte que me toca.
—Te confesaré algo. Si Andrés no hubiera entrado en mi vida, te lo hubiera propuesto a ti. Con los dos siento de la misma forma. Con los dos me encuentro igual de cómodo. Con los dos ya no follo, hago el amor. Me encantaría seguir haciendo el amor contigo, pero…
—Te entiendo, no hace falta que digas nada.
—Me cuesta separarme de ti sexualmente. Me atraes mucho. Me excita todo lo que muestras tanto físicamente como interiormente. Representas mucho en mi vida. Te quiero mucho, cabrón.
Se abrazó a mí y sentí su piel y su olor. Percibí su calor y su energía. Desee hacerle el amor en aquel momento, pero me contuve. Hasta ella se quedó en estado de flacidez. Por primera vez mi corazón, mi cabeza y mi polla, coincidían. Me sonreí por la situación y por estar abrazando a Iván, por quien sentía un cariño y respeto total.
—Debemos vestirnos y emprender la rutina diaria.
—Sí. Salgamos al mundo y dejemos al destino que continúe con su juego y nos sorprenda.
Nos dimos una ducha rápida y nos vestimos. Salimos y cada uno tomó de nuevo su rumbo. Él más relajado, más tranquilo. Por fin su jefe sabía su secreto y le había liberado de la presión de un chantaje, por el contrario, yo tendría que enfrentarme de nuevo a mi jefe, sin saber si esa mañana buscaría un nuevo polvo. Si así era, lo haría, estaba dispuesto a todo para conseguir mi objetivo. No diría que no, le intentaría hacer ver que él tiene el poder y yo me doblegaba a sus órdenes, no sólo en el trabajo sino también en el placer. Sería su esclavo sexual, al menos hasta el momento de mi liberación. El momento en que el esclavo rompe sus cadenas y grita libertad.
Entré una mañana más en la cafetería, pedí el desayuno como el día anterior y como una mala repetición, apareció él. Se sentó frente a mí y me miró sonriendo.
—Buenos días. Veo que tomas como costumbre desayunar en la cafetería.
—Estos días estoy muy ocupado con la mudanza —le respondí sin mirarlo a la cara.
—Espero que el estrés no merme tu apetito sexual.
—Nunca he tenido problemas por tener la polla dura, si es a eso a lo que te refieres. Ella siempre está dispuesta cuando yo lo deseo.
—Me alegro. Siempre he sabido que eres un buen semental.
No dije nada, continué con mi desayuno.
—Hoy te invito a comer y después follaremos. Me gusta sentirte dentro de mí y aunque digas lo contrario, sé que te excito —el humo de su cigarrillo pasó ante mi cara.
—Está bien, pero si no te importa, preferiría desayunar tranquilo. No me gusta hablar de trabajo a estas horas y menos en mi tiempo libre.
—¿Trabajo? ¿Llamas trabajo a follar conmigo?
—Sí ¿Cómo quieres que lo llame? Placer desde luego que no. Desde hace unos días, sólo disfruto con mi chico. Es al único que de verdad siento cuando hacemos el amor.
—Llámalo como quieras. Pero serás mío siempre que lo desee.
—Lo sé y no te defraudaré. Seré tan bueno en ese trabajo, como en el que desempeño día a día.
—Ese punto de chulería me excita. No te pido que me folles ahora, porque tengo una reunión. No estaría mal empezar la mañana con un buen polvo y luego otro después de comer.
—Las veces que quieras mi polla será tuya, pero sólo mi polla. El resto no te pertenece ni te pertenecerá jamás.
—Está bien, tal vez te llame después de la reunión. De algunas reuniones salgo muy cachondo tras escuchar la sarta de tonterías que estoy obligado a oír.
—Lamento que tu trabajo sea tan duro. Pero cada uno tiene sus obligaciones.
—Sí, y las tuyas son complacerme en todo lo que yo desee.
—Exclusivamente en horas de trabajo, el resto de mi tiempo es sólo mío y hago con él lo que me place.
—Tal vez tenga que ampliarte el horario, últimamente hay mucho trabajo.
—Mi contrato no habla nada de aumentos de horas y me ciño a mi contrato y tú harás lo mismo.
—No me tutees. No te he dado permiso para ello.
—Usted a mí tampoco. El mismo respeto tiene que tener un empleado a su jefe, como el jefe al empleado. Si me tutea yo haré lo mismo.
—Veo que hoy te has levantado gallito, espero que me lo demuestres luego.
—No seré un gallo, seré un toro. Puedo convertirme en el animal que el momento requiera.
—Perfecto. Te dejo con tu desayuno —miró su reloj—. Aún te queda media hora para incorporarte al puesto. ¡Qué tengas un buen día!
—Igualmente. Disfruta de la reunión —le respondí tuteándolo, porque él seguía haciendo lo mismo. Las piernas me temblaban bajo la mesa, afortunadamente las manos estuvieron firmes como mi lengua. Deseaba que supiera cual era mi opinión con respecto a nuestra relación y de esta forma no dejar ningún cabo suelto. Me estaba jugando mucho, pero si las cartas me eran favorables, tal vez ganaría la partida.
Terminé de desayunar y salí a respirar un rato. Encendí un cigarrillo y contemplé a la gente caminar de un lado a otro. La mañana era muy agradable, por fin llegaba el buen tiempo y esa sensación me hacía sentir bien, vivo y vital. Pensaba en todas aquellas personas caminando, y me asaltó la idea de si ellos también tenían una vida tan complicada o simplemente el destino estaba jugando conmigo, por algo del pasado que no le gustó de mí. Por alguna actitud negativa que ahora, como un boomerang volvía a mí multiplicada. Si era así, pedía disculpas al destino. Si era así, me enfrentaría con dignidad a él y le mostraría, que como humano puedo cometer errores, pero que también se rectificarlos si me doy cuenta de ello.
Tal vez no era merecedor del amor de Andrés, ni de ningún otro hombre. Tal vez debería seguir siendo un macho duro, nacido para satisfacer y no para ser complacido. Es posible que algunos de aquellos tíos con los que follé en el pasado. En un pasado tan reciente que me parece ahora lejano, se sintieran mal, esperando algo más de mí. Pero les entregué lo que pedían en aquel instante, en aquellos momentos. Buscaban placer y nunca me negué a ello. Qué he disfrutado de muchos de aquellos polvos, claro que sí, pero nunca dejé a nadie insatisfecho, nunca traté a nadie con desprecio. No fui déspota aunque si duro, pero era mi coraza ante el mundo y lo que ellos buscaban en mí. No me quiero defender de lo que hice, no me arrepiento de nada, todo lo contrario, aquello me provocaba sentirme vivo y necesario. Me hacía sentir el macho que deseaba ser y lo lograba, al menos todos me veían así. Me deseaban y yo también deseé a muchos de ellos, pero únicamente era placer, sexo por sexo, sudor por sudor, pasión desenfrenada, lujuria total, que nos llevaba a orgasmos deseados por los dos, los tres o quienes estuviéramos en el juego.
Aquellos años los quería dejar atrás, en el recuerdo, en las estanterías de mi memoria, como vivencias, como acciones, como acontecimientos que me enseñaran a ser yo mismo, a madurar y verme como me veo ahora: un hombre amando a otro hombre y deseando compartir para siempre ese amor.
Miré el reloj, era tiempo de entrar y saber que me depararía el día. Traspasé las puertas, subí y me cambié rápidamente de ropa y a la hora en punto estaba en mi mostrador, con una amplia sonrisa y esperando al primer cliente de la mañana. Conversé con mis compañeros, revisé el género y coloqué algunos objetos que habían llegado nuevos. Lo esperado llegó. La llamada de nuevo al despacho y como un cordero al matadero me dirigí con la frente alta, con el orgullo encogido y dispuesto a satisfacer los deseos de un hijo de puta. Eran poco más de las once y media cuando llamaba a su puerta.
—¿Quién es?
—Soy Rafael.
—Adelante.
Tomé aliento y pasé. Estaba sentado en su sillón, leyendo y firmando unos documentos.
—Siéntate —me dijo sin levantar la mirada de los papeles. Miré a mi alrededor, busqué aquel lugar donde poder colocar la cámara y justo detrás de nosotros, se encontraba una estantería con libros y algunos adornos. Pensé que allí podría estar bien camuflada. Sería un lugar perfecto—. Pasa el cerrojo de la puerta con suavidad, que no se escuche el menor ruido, desnúdate y vuelve a sentarte —volvió a ordenarme continuando su tarea.
Me levanté, cerré la puerta y me desnudé dejando la ropa encima de un sillón que tenía cerca de la estantería, me acerqué y coloqué la polla encima de la mesa. La miró, levantó la cabeza y sonrió:
—Aún no está dura.
—Si la quieres ver dura, ven y cómela. Si no eres capaz de levantarla con tu boca, no te follaré, me vestiré y me volveré al mostrador.
—Veo que te gusta jugar. Hoy sale de ti un nuevo personaje. Me gustan las fantasías.
La palabra fantasía rebotó en mi cabeza y en aquel momento comenzó a tramarse la idea de mi plan.
—Está bien chico duro. Comprobemos a qué sabe ese rabo —se levantó y se vino hacia mí, me senté en la mesa y él se abalanzó sobre la polla tragándosela hasta donde podía. Sentía arcadas, salivaba en gran cantidad, me miraba con los ojos fuera de sí y volvía a intentar meterla entera en su boca, algo que no consiguió. Era muy vicioso, pero su garganta no daba más de sí, no sabía usarla como un buen mamador, pero me la levantó a tope. Debo de reconocer que me excitó, su boca era cálida y sus movimientos precisos, estaba a punto de eyacular y pensé en quitarle la cabeza, pero no lo hice, se tragaría toda mi leche, como así sucedió. Agarré su cabeza enérgicamente cuando estaba a punto de llegar y le obligué a mamar con más fuerza hasta que la última gota saliera de mis entrañas. La sacó de su boca y se relamió—. No está mal, es dulce, tendré que saborearla más veces, es un buen alimento.
Se levantó y sacó un condón del bolsillo, lo abrió y me lo colocó. Acto seguido, se bajó los pantalones y me lo llevé hasta el sillón tirándolo sobre él. Se agarró con fuerza, sabía lo que le esperaba. Escupí en su ano y se la metí de golpe. Mordió el respaldo del sillón y así permaneció hasta que la saqué tras volverme a correr. Mientras esto sucedía mis pensamientos flotaban por toda la habitación, buscando los lugares donde sucedería el acontecimiento final. Los mejores ángulos en los cuales él no sospecharía que un objeto nuevo se encontraba en aquellas estanterías. Debía de pensar en cada movimiento. Todo tenía que ser muy rápido y preciso, pero estaba seguro que lo conseguiría. Terminé de follarlo, la saqué de golpe y se desplomó contra el sillón. Me quité el condón y lo tiré en la papelera tras anudarlo. Tomé dos pañuelos de papel y me la limpie. Le aparté del sillón con desprecio, cayendo al suelo y me vestí.
—No ha estado mal machote, ¿qué fantasía me espera después de comer?
—Ya lo pensaré mientras trabajo, pero sea cual sea, te gustará.
—Eso deseo. Comemos a las dos. Cuando bajes al restaurante, pregunta por la mesa que tengo reservada y me esperas.
No le contesté. Terminé de vestirme y salí. La secretaría me sonrió y la devolví la sonrisa. Me incorporé a mi puesto y agradecí que los clientes iban llegando poco a poco, lo que me dio tiempo a pensar. Fantasía, fantasía. Sí, una fantasía de cuero. Cuero negro, cuero blanco, sería la venganza. Cuero contra cuero, piel por piel. Blanco contra negro. Medité cada detalle, pensé en cada rincón de aquel despacho y poco a poco todo se dibujó en mi mente, con tal claridad, que parecía ver cada imagen, cada movimiento de aquella película, de aquella trama. Le echaría el polvo del siglo. Sí. No habría compasión, ni medida. Follaríamos hasta dejar vacíos mis huevos. Le haría tragarse mi leche ante la cámara, le empaparía la cara, le penetraría en todas las posturas. Sería una buena película porno. Entre los pensamientos y atender a los clientes, las dos llegaron sin darme cuenta.
Bajé las escaleras automáticas, me dirigí al restaurante y pregunté por la mesa de don Robert de la Hoz. Solicitó mi nombre y comprobó que era su acompañante para la comida. Me llevó hasta la mesa y me preguntó si deseaba tomar algo. Le pedí un vermouth y me quedé solo en aquella mesa bastante apartada de las demás, entre dos columnas y con el amplio ventanal detrás de mí. Observé a los que ya disfrutaban de los manjares servidos y pensé si entre aquellas parejas, entre aquellos hombres de negocios y trabajadores, existía algún cautivo como yo. Me imaginé otras historias similares a la mía, donde jefes y empleados eran amantes desde hacía tiempo, donde otros también eran acosados y acosadores sexuales, jugando aquel juego peligroso, donde uno se excitaba ante la situación que vivía y el otro soportaba estoicamente la humillación para no perder su puesto de trabajo.
—Buenas tardes —escuché la voz de Robert sacándome de mis pensamientos.
—Buenas tardes —contesté secamente.
—Hace un buen día, la primavera por fin nos ofrece su calor, este año ha traído demasiada agua, aunque a Madrid nunca le viene mal —continuó hablando mientras se sentaba y el camarero se acercaba a nosotros de nuevo.
Robert cogió la carta y pidió los platos que deseaba, me dejé aconsejar y continuó hablando:
—Espero que en estas horas te hayas recuperado —me miró sonriendo—. El postre es lo que más me gusta disfrutar.
—No necesito recuperarme, parece mentira que no conozcas mi potencia sexual —le contesté retándole con la mirada— y en segundo lugar, yo no soy ningún postre a degustar.
—Serás mi postre, te guste o no —se detuvo ante la presencia del camarero que nos trajo el vino. Sirvió en su copa y luego en la mía y se fue—. ¿Has pensado en la fantasía que tendremos?
—Sí. Seré tu jefe. El jefe de una empresa liberal donde todos los empleados y jefes están en pelotas, te mandaré llamar y…
—Me gusta. Disfrutaremos de esa fantasía y si eres tan potente, como me dices, quiero ver como sale la leche de esa polla dos veces, por lo menos, y la quiero en mi boca.
—Eso no es problema.
El camarero nos colocó entre medio de los dos una ensalada con queso fresco y los platos que pidió.
—También he pensado —pinché un trozo del queso—, en la fantasía de mañana.
—Veo que te estás animando, pero debes de contar conmigo. Tal vez, mañana no me apetezca.
Aquella frase me dejó helado por dentro. Yo no quería prolongar por más tiempo aquella agonía y menos… Mucho menos si vivía con Andrés. Me sentiría sucio y no sería digno de estar en su cama acariciándole. No, aquella pesadilla necesitaba un final. Un final triste o feliz, pero un final y lo deseaba antes de que llegara el fin de semana. Quería estar con mi chico esos días juntos. Como máximo me apetecía salir a dar un paseo por el Retiro y vuelta a casa. Necesitaba sentirme libre dentro de las paredes del hogar junto a él. Hablando, riendo, cocinando, comiendo, acariciándonos, viendo una película, jugando…
—No pasa nada, si no puedes mañana, será cuando quieras.
—Me has dejado intrigado, ¿En qué consiste esa fantasía?
—Una fantasía leather y quiero dinero para comprarme un buen arnés. Será el regalo por los momentos que te estoy dando de placer.
—No tengo porque hacerte ningún regalo, pero lo haré. Sí, me apetece una fantasía leather contigo —sacó su cartera y me puso trescientos euros en la mesa—. Cómprate el que más te guste, quiero que me pongas a cien.
—Te aseguro que no vas a olvidar ese día, sea cuando sea.
—Lo haremos mañana, a primera hora si quieres. ¿Qué has pensado que lleve puesto?
—Tu arnés, las botas militares, el látigo, el bóxer de piel negra mostrando el culo y tu brazalete de cuero en el lado derecho. Pero te cambiarás en el cuarto donde estabas ayer, mientras yo me cambio en el despacho. Cuando esté preparado te llamaré y comenzaremos la fantasía.
—Me la has puesto dura cabrón. Que ganas tengo de que me folles.
—Lo bueno se hace esperar y te aseguro que no vas a olvidar el día de mañana.
Aquella afirmación sentenciaba mi sueño. El deseo de que todo pasara como una pesadilla. Una sentencia de muerte para uno de los dos. Mi vida no había sido un camino de rosas, aunque tampoco de espinas. No me quejaba pero necesita un cambio, necesitaba renovarme y lo haría, me costara lo que me costase. Lo haría. Nunca había estado más seguro de lo que quería y nada ni nadie me lo arrebatarían. Sólo esperaba que el destino y Dios, en el que creía pero pocas veces pensaba en él, me ayudaran. Lo necesitaba y ellos lo sabían.
—Te noto poco hablador. Sigo opinando que hoy te has levantado con el ego subido.
—Me vendrá bien para interpretar el personaje de jefe, ¿no crees?
—Sí —sonrió—. Espero que lo hagas bien. Saberse imponer ante los demás, no es tarea sencilla y que te respeten, mucho menos.
—No lo dudes. Nunca he dejado un trabajo a medias, ni he fracasado en el intento y en cuanto al ser respetado, es cuestión de ser humilde. La prepotencia y la arrogancia, únicamente son síntomas de debilidad y tarde o temprano, los demás lo descubren.
—Los tienes bien puestos. No tienes pelos en la lengua y eso puede jugar en tu contra.
—Siempre he dicho las cosas como las siento. No tengo que ocultar nada a nadie. Soy el que soy y al que le guste bien y al que no…
—Mejor será que terminemos de comer tranquilos, esta conversación empieza a cansarme.
Así lo hicimos. No hubo más palabras durante el resto de la comida. Las conversaciones cercanas se fundían en el ambiente. Las risas penetraban en mis tímpanos y algunas veces me hacían mirar a quien las emitía. El comedor se llenó por completo. Firmó la cuenta y salimos. Ya en el ascensor pulsó al último piso.
—¿Dónde vamos?
—Arriba. Donde se encuentran la mayoría de las oficinas y a estas horas no hay nadie. No quiero que sospechen de nuestros encuentros. Hoy ya te he llamado una vez al despacho, dos, no sería normal.
—Sí, tienes razón. Debemos ser discretos.
Llegamos a la última planta. La sensación de vacío era absoluta. Lo primero que se veía era un recibidor con sofás, sillones y mesas bajas entre ellos. Todo ausente de adornos, salvo un cuadro en cada una de las paredes que eran divididas por un largo pasillo. Un pasillo que daba a puertas a uno y otro lado, donde se albergaban oficinas y despachos.
—Nunca había estado aquí arriba. No me gusta la frialdad que se respira.
—Nadie sube aquí, salvo los que trabajan. Ahora están en sus horas libres. No volverán hasta las 16:30. Así que tenemos algo más de una hora para disfrutar de nuestros cuerpos —abrió uno de los despachos—. Éste además está libre, como otros tantos. La crisis también afecta a los de arriba.
—¿Qué dirán si no me ven en mi puesto de trabajo?
—De eso ya me encargo yo. Tú ahora tienes otro cometido más importante —se rió mientras cerraba la puerta detrás de mí.
El despacho estaba limpio y ordenado. No había nada sobre los muebles y la madera brillaba por el efecto del sol al entrar por el ventanal.
—Ya sabes lo que tienes que hacer —le dije—. Desnúdate ahí dentro y espera que yo te llame —aceptó sonriendo.
Se introdujo en la pequeña habitación y comencé a desnudarme dejando la ropa sobre el sillón. Me quedé tan sólo con la corbata. Cogí el tabaco, el mechero, dos condones y un pañuelo de papel. Me senté y con el pañuelo de papel formé una especie de cenicero. Encendí el cigarrillo, di dos caladas y lo llamé:
—Puede usted entrar.
—Buenos días señor.
—Siéntese —eché un poco el sillón hacia atrás y apoyé un pie contra la mesa, mostrándole algo más de mi desnudez.
—¿Qué deseaba? —le pregunté.
—Verá, como sabe me caso dentro de unos meses y quisiera pedirle un aumento de sueldo.
—Es usted muy atrevido sabiendo la situación que tenemos —le contesté fumando de nuevo y lanzando el humo hacia su cara.
—Lo sé. Mi pareja también trabaja y nos gustaría poder pedir un crédito para un piso que hemos visto.
—Se puede vivir de alquiler, como la mayoría de los madrileños.
—Nos gustaría tener nuestro propio piso.
—Apuntáis muy alto. ¿Sabéis lo que cuesta un piso en Madrid? —acaricié mi torso y la pierna que tenía apoyada en el borde de la mesa.
—Sí, claro que lo sabemos, por eso mismo necesitaría un aumento.
—¿Qué estás dispuesto a hacer?
—Lo que usted quiera. No tengo ningún problema para trabajar más horas si es necesario o…
—¿Sabe? —le interrumpí—. Hay algo que sí podrías intentar hacer. Levántate —obedeció—. ¿Crees qué podrías hacer algo aquí? —le pregunté mientras le mostraba la polla dura.
—Tal vez —se vino hacia mí y se colocó de rodillas. La tomó entre las manos y la comenzó a menear—. ¿Así está bien?
—Deberías esforzarte un poco más. Inténtalo —la llevó a la boca y comenzó a mamarla con desesperación—. Sí, así se mama. ¡Joder cabrón! Sigue mamando así y tendrás el postre en tu boca antes de tiempo.
Aquellas palabras le debieron de excitar porque tragó y tragó sin respirar y toda mi leche llenó su boca. Me hizo lanzar un suspiro y me agarré con fuerza a los brazos del sillón. Lo había hecho muy bien, tengo que reconocer que fue una de las mejores mamadas de mi vida, al menos, claro está, hasta aquellos momentos. Sacó la boca y limpió mi glande. Cogió un condón de encima de la mesa y me lo puso.
—Sí, voy a enseñarte algo más. Siéntate encima de mí —se acomodó y se la metió entera. Su culo estaba preparado para mi rabo y sentí el de él pegado a mi vientre—. Cabalga cabrón, pero quiero que lo hagas con fuerza. Esta tarde me correré tres veces para ti y no tenemos mucho tiempo.
Así lo hizo y la polla entraba y salía con gran fuerza de su interior. Sentí que me empapaba el vientre. Se había corrido con el roce de mi piel y yo también llegué al orgasmo.
—Te estás corriendo más rápido que otras veces.
—Tenemos prisa, ¿no? Mi última corrida ira de nuevo a tu boca después de follarte a mi gusto.
Nos levantamos, le coloqué contra la mesa, le separé las piernas y tras cambiarme de condón, se la metí de golpe y le envestí con furia. El hijo de puta tenía un buen culo, muy caliente y dominaba muy bien su esfínter, lo que provocaba mucho placer a mis entradas y salidas. Sus nalgas eran firmes y las azoté mientras seguía haciéndole disfrutar como el puto vicioso que era. Cuando estaba a punto de eyacular, la saqué de golpe, se giró, se agachó y tras quitarme el condón la metió en la boca hasta que descargué de nuevo. La limpió de nuevo con la lengua hasta dejarla brillante, como si no se hubiera usado.
—Eres un puto vicioso.
—Lo sé y eso te pone. Confiésalo. Hace unos instantes gozabas como un cabrón.
No contesté. Me dirigí hacia la ropa, saqué un pañuelo y limpié mi vientre que aún tenía rastros de su semen. Luego, mientras me vestía, me asaltó la idea de dónde lo haríamos al día siguiente. Si era en este despacho, mi plan fracasaría.
—¿Mañana también lo haremos aquí?
—No. Mañana será en mi despacho. Lo haremos a primera hora de la mañana. En vez de llamarte yo a ti, le dirás a mi secretaria que si puedo recibirte por un asunto de unos paquetes que han llegado. Esta tarde a última hora está prevista la entrada de un nuevo producto y como tú no estarás, vendrás a pedirme consejo sobre qué hacer.
—Buena idea. Se nos queda un detalle, ¿cómo meto la bolsa con mis cosas en el despacho?
—Me la darás a mí por la mañana cuando estés desayunando. Después de la faena, me dejarás la llave y la guardo en tu taquilla.
—Perfecto. Salgamos, hemos terminado pronto y será mejor que no nos vea nadie.
Salimos y en el ascensor me propuso que entrásemos en la sección hablando de los últimos productos que deberían colocarse en los estantes. Una conversación de trabajo, con total naturalidad. Así lo hicimos y se despidió, mientras yo me colocaba en mi puesto. Miré el reloj y comprobé que quedaba poco tiempo para terminar la jornada. Mientras atendía a un cliente, observé que algunos de mis compañeros me miraban. ¿Se estarían dando cuenta de lo que estaba pasando? No era muy normal que el jefe me llamase tanto a su despacho y hoy, los dos comiéramos juntos y llegase tarde a trabajar.
Llegó mi hora tras terminar de atender a aquel cliente. Me despedí de mis compañeros como siempre y salí rápido para cambiarme. Iván me esperaba para comenzar con la mudanza. Mi cerebro desconectaba totalmente del lugar, del trabajo y de la presión del hijo de puta, en el momento que mis pies tocaban la primera baldosa de la calle.
—¡Rafa, Rafa! —escuché la voz de Iván detrás de mí. Le saludé y me dirigí donde estaba—. Tengo el coche aparcado a la vuelta. He comprado siete cajas, espero que quepa todo en ellas.
—Seguro que sobran. Ya te dije que no tenía tantas cosas que llevarme. Aunque tienes razón, los libros y las películas ocupan bastante.
—¿Cómo ha ido el día?
—He estado casi todo el día follando.
No dijo nada, siguió andando hasta llegar al coche, abrió y entramos en él.
—Te has quedado muy silencioso —le comenté mientras arrancaba el coche.
—Es la forma en que lo has dicho.
—Verás Iván. Esta pesadilla terminará mañana. No pienso amargarme esta tarde. Ahora estoy con mi mejor amigo y luego veré a mi gran amor, al que conocerás y deseo que os llevéis muy bien, porque nuestra casa, será tu casa.
—Gracias —sonrió—. ¿Qué ha pasado?
—El puto vicioso me pidió follar después de una reunión. Me dijo que le ponían cachondo algunas reuniones. Luego me invitó a comer y de nuevo a follar. Me ha vaciado cuatro o cinco veces, ya no me acuerdo bien.
—Olvidemos el tema. Como bien has dicho, ahora estamos juntos —me miró sonriendo—. Al final, no he sido el último hombre.
—Lo serás. Haré el amor contigo mañana, después de que todo pase, si tú quieres.
—¿Estás seguro? Lo decía de broma.
—Claro que estoy seguro. Mi despedida de soltero la celebraré con mi mejor amigo. Cenaremos fuera y luego disfrutaremos de una noche memorable.
—Eres increíble.
—Tú sí que lo eres. Tenemos que ir a la calle Pelayo, tengo que comprar un arnés en el SR.
—¿Estás loco?
—Le dije que si quería una buena fantasía, me tenía que comprar un arnés. Le he sacado trescientos euros.
Aparcó y entramos en la tienda. Miré los arneses y me decanté por uno.
—¿Lo puedo probar?
—Claro y si te gusta y necesita retocarlo, te lo hago al instante.
—Genial —le entregué la cazadora y la camisa a Iván y me lo probé. El dependiente me lo colocó y me miré al espejo.
—Joder tío, con ese cuerpazo te queda de escándalo. No hay que ajustar nada —comentó uno de los dependientes.
Miré la ropa interior y me gustó un bóxer corto con cremallera en el centro. Lo cogí.
—¿Se puede probar?
—Sí —contestó el otro dependiente, pero hazlo en el probador, no queremos que nos pongas la polla más dura de lo que la tenemos.
Me fui al probador, me quité los pantalones y el slip, me lo puse y salí. La cara de Iván era de absoluta sorpresa.
—¡Hostias tío!
—¿Me queda bien? —pregunté antes de mirarme en el espejo.
—Nos has dejado sin respiración —comentó uno de los dependientes—. Pedazo de trabuco que gastas.
Al verme en el espejo me sorprendió y sonreí.
—Joder como me marca el rabo y el culo.
—Estás muy bueno tío y si entras así en el Eagle vas a matar de un infarto a más de uno.
—Allí ya me conocen en pelotas, por lo que no creo que se sorprenda nadie —me volví a mirar en el espejo—. Pero tenéis razón, me queda bien y me gusta —pasé la mano por el bóxer, sintiendo la calidez y suavidad de la piel y sonreí a Iván.
—No es lo mismo estar en pelotas, que presentarte con esa ropa —comentó uno de los empleados—. El morbo que provocas es total. Las dos prendas parecen hechas para ti. Sólo te faltan las botas militares y el conjunto es perfecto.
—Me llevo las dos cosas. Mañana es un día especial —entré en el probador y me cambié de ropa.
—Tienes un cuerpo impresionante, pero con esto que te llevas, estás de escándalo —comentó el dependiente mientras terminaba de vestirme y me lo preparaba en la bolsa. Nos despedimos y subimos al coche de nuevo.
—Me veo muy bien con esas prendas. ¿Crees qué le provocaré lo suficiente?
—¿Lo dudas? Tío, nos la has puesto dura a todos. Joder, ¡qué sexual eres!
—¿Ahora te das cuenta?
—Ya sabes a lo que me refiero. No es lo mismo. Como bien ha dicho el dependiente, una cosa es estar en pelotas y otra muy distinta provocar el morbo y ese arnés y el bóxer realzan tu sexualidad: la de un buen macho dominante.
—Lo sé tonto. Igual algún día tengo una fantasía con Andrés así.
—Le vas a matar de un infarto.
—Ya verás cuando conozcas a Andrés… Es… La mejor persona que pensé nunca encontrar. Todo lo que estoy haciendo merece la pena por intentar ser felices juntos.
—Me alegro por vosotros. Llega un momento en que la verdad, a todos nos apetece sentar la cabeza. El ambiente llega a cansar y se vuelve monotonía.
—Pues aplícate el cuento. Tendré que buscarte un buen novio —me reí.
Llegamos a casa, sacamos las cajas y la maleta vacía del maletero y subimos. Nos desprendimos de la ropa, quedándonos de medio arriba desnudos. La tarde era calurosa y en la casa hacía calor.
—Si te parece bien, yo voy llenando las maletas de ropa y tú podrías empezar por desalojar todo lo que tengo en el salón: los libros, las películas y las figuras que te encuentres. Todo es mío.
Así lo hicimos, cuando tenía ya terminada una de las grandes maletas Iván se acercó.
—Ya está recogido el salón. Ven a ver si falta algo.
Entré en el salón, miré en los estantes, cajones y puertas. No quedaba nada.
—Buen trabajo. Ahora el baño. Lo mismo. ¿Cuántas cajas has llenado?
—Tres. Lo he repartido un poco porque los libros pesan mucho —me contestó mientras armaba otra caja y encintaba las otras.
—Bien. Entonces me voy a llenar otra maleta y nos lo llevamos todo cuanto terminemos.
Continuamos con la faena. De vez en cuando nos decíamos algo, pero eran pocas palabras, estábamos muy concentrados en el trabajo. Por fin terminé la segunda maleta. En realidad ya quedaba muy poco para guardar en la que Iván me había prestado y cuando Iván apareció sonriente y sudoroso, contemplé aquel cuarto de baño. Sólo el cepillo de dientes y el dentífrico se encontraban en el vaso.
—No has dejado ni una toalla. ¿Con qué nos secamos mañana después de ducharnos?
—Con la lengua —contestó con cara de picarón.
—Con la lengua nos mojamos más, guarro.
—De eso nada, te quito gota a gota. Te lo aseguro.
—Un respeto que ya soy un hombre comprometido.
—Lo sé. Y no sabes cómo lo lamento. Por una parte sabes que me alegro de verte tan feliz, por otra, no volver a sentirte entre mi cuerpo, me jode.
—Tal vez —le comenté frunciendo la mirada—. Tal vez tengamos algún momento íntimo entre los dos. A mí también me gusta sentirte y creo que compartirte, no es malo. Os quiero a los dos. A él le amo, a ti te quiero.
—Yo también te quiero, lo sabes.
Su piel cálida y sudada me provocaba sensaciones muy agradables. No era sexo, sino el efecto de su olor, de su sensualidad, de sus feromonas, del magnetismo masculino que transpiraba. Causaba en mí interior la misma impresión que Andrés. Eran iguales de sensuales y su forma de ser muy similares. Dos machotes con corazones de niños, deseando ser acariciados y amados.
—Hagamos el amor.
Como un resorte tomó mi cara entre sus manos y nos besamos con pasión. Mis manos recorrieron su espalda húmeda llegando hasta su pantalón, lo desaté y las introduje por detrás acariciando sus nalgas. Su pantalón y slip se fueron deslizando por sus piernas hasta el suelo. Él desató mi pantalón y con varios movimientos también cayeron. Las dos pollas muy duras se pegaron la una a la otra mientras nos seguíamos besando. Nos separamos por unos segundos para liberarnos de las prendas. Le acomodé encima de la tapa del inodoro. Levantó sus piernas y le penetré. Sentí el calor de su ano en la piel desnuda de mi polla. Confiaba en él y deseaba que nada se interpusiera entre nuestras pieles. Su polla estaba muy dura y pegada al vientre. Le levanté sin sacarla, le apoyé contra la pared, sus piernas las cruzó alrededor de mi cintura y seguí penetrándole.
—Te deseo —me comentó mientras mi torso se pegaba al de él y le besaba.
—Yo también —le susurré— y no quiero renunciar a estos momentos.
Su cuerpo fue resbalando por la pared mientras me iba agachando. Le tumbé, coloqué sus piernas encima de mis hombros, lamí sus pies masculinos y me incliné hacia él. Estiré mis piernas, coloqué mis manos a los lados de su cuerpo y seguí penetrándole. Me estaba excitando el sudor que emanaba de su cuerpo y la sonrisa que me brindaba en aquellos instantes. Me incorporé y fui dejándome caer hacia atrás mientras él quedó sentado encima de mí. Estaba a punto de eyacular y agarré con fuerza su polla hasta que estallamos los dos a la vez. Lanzó un grito ahogado cuando sintió mi semen caliente en su interior y yo sus grandes chorretones sobre todo mi cuerpo. Se desplomó sin sacarla, pegando su cara húmeda a la mía. Acarició mi rostro liberando el sudor que me estaba provocado aquel momento.
—Nadie como tú me hace sentir así. Contigo es distinto.
No contesté. Seguí amándolo y poseyéndolo apasionadamente. Se incorporó de nuevo, la saqué y le giré. Se puso de rodillas, separé sus piernas mientras él apoyaba sus manos contra el borde de la bañera y le volví a penetrar. Mi torso se unió a su fornida espalda. Le abracé y besé su cuello. Mis manos se deslizaron hasta volver a coger su polla. Le masturbe. Sentí que se iba a correr y aceleré el ritmo. La saqué, se giró y se tumbó en el suelo. Me senté encima de él y junté las dos pollas, eyaculando a la vez. El semen se juntó como en un rito mágico, donde estaríamos unidos en la amistad y la complicidad. Me tumbé sobre él y noté aquel líquido impregnar mi piel sudada.
—¿Ves?, ahora necesitamos una toalla —me reí mientras acariciaba su rostro.
—Alguna tendrás por ahí sin guardar.
—Debemos darnos prisa —me levanté mientras le besaba los labios—. Sí, haremos el amor siempre que tengamos la necesidad de compartirlo —respondí en alto a la pregunta que me estaba haciendo en aquel momento—. No te voy a privar de mi cariño y no quiero dejar de sentirte —me dirigí a la habitación y busqué entre lo que me quedaba en el armario. No había ninguna toalla, pero curiosamente encima de una de las sillas, se encontraba un juego de sábanas. Volví al cuarto de baño donde Iván se estaba duchando. Me introduje y le acaricié la espalda con el agua que caía de la ducha.
—No has dejado ni el gel.
—Mañana lo traeré de casa y una toalla. Gracias por el momento que me has ofrecido.
—No me des las gracias nunca por hacer el amor. Es cosa de los dos, del fruto de nuestra amistad. Tal vez no sea entendido por muchos, pero te quiero y lo digo muy enserio.
—Lo sé. Me lo has demostrado desde el primer día. ¿Y si se entera Andrés?
—Quien sabe si no se lo diré. No sé tío, pero me gustaría teneros a los dos. Nunca he creído en una pareja de tres —continué hablando mientras salíamos de la ducha y nos secábamos con la sábana, que afortunadamente al ser de franela, absorbía bien el agua—. Pero…
—Dejemos que… Como dices siempre, que el destino continúe con su juego.
Salimos del cuarto de baño, nos vestimos rápidamente. Hice dos llamadas, una a Andrés para decirle que íbamos a llevar las cosas y otra a mi casero, quien me dijo que el viernes dejara las llaves al portero cuando saliera. Subimos todo al coche y emprendimos el camino a la casa de Andrés, que no estaba lejos. En realidad los tres vivíamos cerca. Me alegraba de ello, deseaba tener a Iván lo más próximo a mí. En aquel momento era el hombre más feliz del universo. No podía pedir más: el amor y la amistad en el cuerpo de dos hombres por los que sentía admiración.
Tuvimos la suerte de aparcar al lado mismo de la puerta del edificio de Andrés. Llamé al timbre y bajó. Le presenté rápidamente a Iván y comenzamos a subir las cajas y las maletas. En dos viajes todo se encontraba apilado en la habitación de invitados. Nos sentamos en el sofá y Andrés sacó tres cervezas.
—Ahora, con más tranquilidad —intervine después de dar un buen trago—, os presento: Iván, este es el capullo que ha robado mi corazón y Andrés, este es el amigo más especial que alguien puede desear.
Andrés, antes de sentarse dejándome en medio de los dos, le dio un beso a Iván.
—He oído hablar mucho de ti.
—Espero que no te ruborizaras por lo que te contara. No sé que voy a hacer con este tío, es un saco de sorpresas.
—No. Creo que relatándonos nuestras vivencias, fue lo que nos acercó el fin de semana —me besó en los labios—. Yo si sé lo que voy a hacer con él —sonrió.
—No me puedo sentir más feliz —intervine tocando con ambas manos una pierna de cada uno de ellos—. Estoy con los dos hombres de mi vida —me sonreí—, y en esta casa —miré a los lados—, donde me siento mejor que en la mía.
—Eso espero, porque soy muy casero y no pienso dejarte escapar por ahí.
—No hace falta. Ya no es necesario.
—Podemos preparar una tortilla de patata y cenar los tres —comentó Andrés.
—Perfecto nene. Me encanta la tortilla de patata con pimientos verdes fritos.
—Acepto la invitación si me dejáis hacerlas a mí. Dicen que tengo buena mano con ellas.
—Tuya es la cocina —comentó Andrés—. Estás en tu casa.
Me percaté que los dos contactaron a la primera, incluso se hacían bromas y me dejaban de lado. Hablaban entre ellos y me tomaban el pelo. Aquella sensación me llenó por dentro. Sí. Seríamos tres grandes amigos y tal vez, lo que le dije a Iván, si salía el tema, se lo desvelaría a Andrés: el sentimiento que tenía por Iván. ¿Me comprendería? De momento era mejor dejar esa pregunta en el aire.
Andrés cogió un delantal de uno de los cajones y se lo ofreció a Iván.
—¿Os importa si me quito la camisa? Cuando cocino, normalmente estoy en bóxer o desnudo.
—Ponte cómodo —respondió Andrés—. Estás en tu casa.
—No le digas eso que se despelota —me reí.
Andrés se quitó su camiseta y yo le imité. Cogió las tres prendas y se las llevó al salón.
—Es un tío de puta madre —me susurró Iván para que no nos escuchase—. Me ha caído muy bien.
—Ya te lo dije. Es el mejor.
Mientras Iván cuajaba la tortilla, nosotros pusimos la mesa con todo lo necesario. En el centro los pimientos y luego la hermosa tortilla. La cerveza ayudó a bajar la cena y pronto los tres teníamos un cigarrillo entre las manos.
—En un momento así —comenté—, es cuando me doy cuenta de que con poco uno puede sentirse bien. Una simple tortilla, una conversación y la amistad de tres personas compartiendo el instante.
—Sí. Nada como la naturalidad y la sencillez de las cosas —intervino Iván.
—Creo que los tres somos así. Naturales y sencillos. Sólo te conocía por lo que Rafa me había contado de vuestras aventuras, pero resultas un tío encantador. Es fácil hablar contigo.
—Tú también lo eres.
—Malo, malo, malo. Os estáis tirando los tejos el uno al otro.
—Es posible que ahora que nos hemos conocido, el que se venga a vivir conmigo sea Iván. Es guapo, está muy bueno y congeniamos.
—¡Serás cabrón! Que es mi amigo.
—Tiene razón Andrés. Tú también eres guapo —le miró a los ojos—, estás muy bueno —me miró de soslayo—, más de lo que tú decías de él y no me importaría tenerte como pareja.
—Os mato a los dos. Aquí hoy corre la sangre.
Se rieron los dos.
—No sabéis lo feliz que me siento. Si algo esperaba, es que vosotros dos os llevaseis bien. A ti —le toqué la mano a Andrés—, te amo y lo sabes y a él le quiero por como es.
—¿Alguna vez habías pensado qué este pedazo de macho activo, deseado por todos, porque eso no hay que negarlo, fuera tan romántico? —preguntó Andrés a Iván.
—No. Cuando lo conocí, ya sabes ese momento, porque él me ha dicho que te lo ha contado, contemplaba al hombre duro, fuerte y sexual que me puso la carne de gallina. Luego su forma tan natural de comportarse conmigo durante toda aquella noche, me sorprendió.
—A mí sí que me descolocaste. Tú también eres un buen macho. Imagínatelo desnudo completamente y proponiéndome que le follase. Se me puso dura al instante. Ella habló por mí.
—Sobre todo cuando fisteó al tío, ¿no? —me preguntó Andrés.
—Ese momento me resultó muy fuerte, te lo aseguro. Ahí si demostraba, aún más, la masculinidad y la fuerza que posee. Controló en todo momento la situación, estaba centrado en aquel culo y el placer que producía al chico. Era asombroso. Si por una parte resulta una práctica no apta para todos los ojos, con Iván cobraba carácter de espectáculo. Todo el mundo estaba contemplándole, observando cada movimiento, cada uno de sus gestos.
—A mí me gustaría ver como lo haces tú.
—No nene, esos momentos ya se quedan en el pasado. Ahora quiero vivir una vida distinta. Llenándola de amor y amistad, lo que siempre he perseguido, lo que siempre he deseado y que mi coraza me impedía lograr. Ahora os tengo a los dos y espero que para toda la vida.
—A mi me tendrás siempre. Me tienes hechizado.
—Chicos, es un placer estar con los dos, pero mañana hay que levantarse para currar. Os tengo que dejar. Espero que paséis una buena noche.
—¿Te quedas? —me preguntó con una amplia sonrisa.
—Sí, esta noche me quedo a dormir contigo. Necesito de tu energía para enfrentarme al día de mañana.
—¿Qué ocurre mañana?
—Lo dicho, os dejo —se levantó de la mesa y cogió su camisa, se la colocó y se puso la cazadora. Nos despedimos de él y nos quedamos solos.
—Me has dejado intrigado. ¿Qué ocurre mañana?
—Te lo contaré en la cama. Esta semana ha sido de vértigo. No te puedes imaginar hasta que punto.
Recogimos todo de la mesa y lo dejamos en el fregadero.
Nos desnudamos y ya en la cama cogí un cigarrillo mientras Andrés se tumbaba encima de mí. Aquella postura comenzaba a resultarme familiar y me sonreí. Le entregué el cigarro encendido y prendí otro para mí. Coloqué el cenicero que reposaba en la mesilla a un lado y aspiré profundamente dejando que todo el humo inundara por unos segundos el lugar.
—Mi jefe me está acosando.
—¿Qué? ¿En qué sentido?
—En el más despreciable: sexualmente.
—No me lo puedo creer y tú… tú…
—Verás, como sabes, entré a trabajar en ese departamento por Carlos, ellos dos son buenos amigos y…
—¿Es el leather? —me interrumpió.
—Sí. El lunes me pidió sexo en su despacho y le dije que se había terminado, que tenía pareja y no quería más sexo con nadie. Se enfadó y me amenazó con despedirme.
—¿Follaste con él?
—Sí, me ha obligado a follar con él todos estos días —las lágrimas brotaron de mis ojos—. Pero tengo un plan para que deje de acosarme.
—No cometas ninguna locura —me secó los ojos con la mano derecha. Los suyos también brillaban.
—De perdidos al río, como se suele decir —le conté todo el plan. Se levantó y paseó por toda la habitación. Encendí otro cigarro y él cogió uno del paquete y lo prendió—. Dime algo, por favor.
—¡Hijo de puta!… Tú plan es bueno —abrió la ventana, la brisa de la primavera entró calmando el calor y la tensión acumulada en la habitación. Se asomó, me levanté y lo abracé por detrás—. Aunque el plan es bueno, es peligroso. Él es el jefe y tú…
—Lo sé. Si sale bien, conservaré mi puesto y él tendrá que olvidarse de mí. Es más, tal vez hasta le pida un aumento de categoría.
—Resulta todo tan surrealista —comentó mientras apuraba el cigarro.
—La realidad supera a la ficción —le besé en el cuello y se volvió, nos besamos y me miró con ternura.
—Te pido que tengas cuidado. No quiero…
—No te preocupes nene. Lo tendré.
—¿Puedo ver esa ropa leather? —preguntó mientras dejaba la colilla en el cenicero.
—No. Quiero un día tener una fantasía contigo con esa ropa. Dicen que me queda muy bien.
—Está bien —cerró la ventana, la luz amarilla de las farolas iluminaba tímidamente el cristal en la noche oscura. Nos tumbamos, él se quedó mirando hacia la ventana y yo lo abracé por detrás. Acaricié su pecho y sentí los latidos de su corazón.
—Nene, te amo —le dije abrazándole con fuerza, mientras mis ojos volvían a brillar. Debió de presentir mi desasosiego porque se giró.
—Lo sé y me gusta que confíes en mí. Espero que lo hagas siempre —pasó sus dedos por mis ojos que desprendían de nuevo aquellas lágrimas de dolor e impotencia—. Todo va a salir bien, lo presiento —sonrió.
—Gracias por creer en mí y amarme como me amas. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y no quiero perderte.
—No me perderás, nunca te dejaré. Eres mi chico.
Regresó a la posición inicial y le abracé de nuevo. Su piel se estremeció y con aquel abrazo una leve sonrisa se dibujó en mi rostro y un deseo brotó libre en mi mente: Amarlo siempre y compartir juntos ese amor.