CAPÍTULO IV

Abrí lo ojos. Un extraño sonido violaba el silencio que nos rodeaba. Miré hacia la ventana, eran las gotas de agua que golpeaban furiosas contra el cristal. Estaba lloviendo con intensidad, de tal manera, que el ventanal parecía una gran catarata ocultando la visión del exterior. No me moví. Mi polla estaba dura y pegada contra las nalgas de Andrés. Sonreí y permanecí muy quieto. De nuevo cerré los ojos pero Andrés presintió de alguna manera que estaba despierto.

—Buenos días —susurró.

—Buenos días, ¿cómo te sientes en esta nueva y lluviosa mañana?

—Muy bien, pero no dejes de abrazarme. Ahora que estoy despierto quiero seguir sintiéndote así.

Le acaricié suavemente el pecho bajando hasta su vientre. Su piel estaba suave, relajada y muy calentita. Volví a subir la mano hasta el pectoral y sentí sus latidos lentos. Besé su cuello y se estremeció. Colocó su mano sobre la mía y jugó con mis dedos hasta cruzarlos. Allí arropados por nuestras pieles y el calor de la calefacción, los cuerpos reposaban en calma, sin que nadie perturbara el instante. Un instante al que no estaba acostumbrado y que me provocaba una paz que no recordaba. Andrés sin duda era alguien especial y si en realidad yo buscaba una persona que calmara mi espíritu inquieto, que aliviara la furia que se había desatado en mi interior, que relajara el estrés que produce esta ciudad, que me amara por lo que era y no me abandonase tras un momento fogoso de sexo, tal vez debía tomar una decisión.

Aquel hombre al que abrazaba esa mañana lluviosa, me hacía sentir lo que otros nunca habían logrado. En ellos encontré sexo y debo de reconocer que aquellas sensaciones me gustaban. Me sentía bien mostrando mi masculinidad y ofreciéndosela a los demás. Me motivaba como macho hambriento de sexo que otros me desearan. Me hacían sentir vivo cuando mis feromonas se disparaban deseosas de compartir aquel momento animal, lleno de fuerza, de agresividad, de lucha, entre dos guerreros desnudos, entre dos cuerpos batallando por expulsar toda la energía contenida en momentos de desenfreno, de lujuria y donde el corazón parece salirse del pecho, donde las piernas llegan a temblar y en aquel estado febril, los cuerpos transpiran por todos sus poros el líquido salado ante la batalla emprendida y con el deseo de que no finalice. Cuerpos ardiendo de pasión, pieles brillando de sudor, almas sexuales desnudas pero carentes de amor. En cambio ahora, aquí, en el descanso deseado por el guerrero, encuentro un alma buscando amor que habla con la mía y la despierta y en ese despertar ve una luz que le aterroriza y le estimula a la vez. El terror por abrir unas puertas tan cerradas que chirrían al menor movimiento y que temen dar a conocer lo que se encuentra en el interior: El estímulo de compartir lo que todos buscamos, lo deseado, el abrazo sincero, el beso cariñoso, la mirada tierna, el gesto fiel, las palabras silenciosas y las emitidas con naturalidad. Los sueños perdidos en el pasado volvían a emerger con más vigor que entonces. La inocencia de la juventud evocaba imágenes que llenaban la habitación. El amor se desperezaba y la pasión se contenía.

—¿Quieres desayunar? —le pregunté suavemente mientras volvía a besar su cuello.

—Me gustaría estar así todo el día.

—Debemos comer algo. Si este es tu deseo, nos quedaremos todo el día en la cama. También quiero sentirte y llenarme de tu olor, deseo que mi piel y la tuya sean una.

Se volvió y acarició mi cara:

—He notado que hoy…

—Hoy me siento feliz, mi mente escucha a mi corazón y mi cuerpo reacciona ante esas sensaciones. No, hoy no me he despertado con deseos en mi mente, salvo los de acariciarte, besarte y sentirte. Desde hoy no quiero follar más contigo —frunció el ceño—, aunque en realidad, la última vez no te he follado, te he hecho el amor —sonrió enternecedoramente—. Llámame loco si quieres, pero me estoy enamorando de ti —las palabras salieron sin pensarlas, pues aquellas palabras me producían temor y dolor ante lo que pudiera suceder desde ese instante.

—Sí, eres un loco, pero eres mi loco. Yo también me estoy enamorando de ti y tengo miedo.

—Yo también.

—¿Tú?

—Sí. Creo que sin decir nada, ni liberar mis emociones, has detectado algunas de ellas. Eres muy inteligente y ciertas sensaciones no se pueden ocultar. Sí, contigo me siento bien, contigo me siento completo, contigo…

Me besó, no dejó que continuara con aquella declaración que liberaba mi corazón y deseaba exponerle. Me besó con ternura, con ese beso que todos esperamos. El beso que sella el encuentro real de dos corazones en busca de un sueño.

—No digas nada, venceremos juntos nuestros miedos.

Comenzaremos desde cero aunque ya hemos emprendido un camino, pero éste nuevo, lo haremos despacio, sin prisas, conociéndonos día a día.

—Nene —rocé con mi mano su mejilla—. Te amo. Lo sé. Nunca he experimentado lo que siento por ti y contigo… Jamás me he sentido más desnudo y vulnerable que en estos momentos. La coraza ha caído y aún resuena en el suelo. Siento el frío de mi desnudez real a la que no estoy acostumbrado y el calor que me provoca la emoción de amarte.

—Eres un romántico, lo vi en tus ojos aquella noche cuando te saludé en el Eagle. Rodeado del morbo que siempre ha despertado el macho de tu interior, pero tus ojos brillaron al verme de nuevo. Entonces, algo dentro de mí me dijo que debía acercarme un poco más a ti. Pero te aseguro que tengo mucho miedo.

—Los dos lo tenemos. Tú por tus experiencias vividas y yo… Bueno, lo mío es distinto. Creo que nunca he amado de verdad, salvo a mis padres, pero ese amor es distinto. No he conocido el verdadero amor y siempre he cargado con el peso de esa coraza, a la cual todos estaban acostumbrados y les deslumbraba.

—Emprenderemos juntos este nuevo camino.

—Lo que si te prometo —le besé suavemente los labios—, es que jamás te haré daño y te pido que si un día te cansas de mí, sepas decírmelo antes que yo lo descubra.

—Nunca me cansaré de ti. Eres lo que siempre soñé. En ti no hay mentiras, sólo una coraza que te has quitado para mí y que te agradezco.

Nos abrazamos, nos besamos y permanecimos en silencio, sintiendo nuestras pieles, escuchando nuestros corazones. Su polla y la mía estaban pegadas una a la otra, las dos muy duras. Mi mano acarició su espalda deteniéndose en sus nalgas, él me besó y los cuerpos comenzaron a moverse. Me tumbé encima de él y seguí besándole. Poco a poco mis labios y lengua recorrieron su cuerpo. Lamieron y mordisquearon sus tiernos pezones, suspiró, y continué descendiendo por su piel. Mi lengua recorrió las formas de su abdomen bien marcado y con aquel hilo de vello que me invitaba a continuar más abajo. Arqueó el cuerpo y suavemente volvió a caer sobre la sábana. Suspiraba y su cuerpo temblaba. Recorrí sus ingles con los labios y al llegar a su polla la lamí de abajo a arriba introduciéndola en la boca. Sentí el calor de aquella piel fina, el latir de su excitación, la dureza del fuerte músculo, su glande redondeado y rosado. Volví a subir hasta que las bocas se encontraron y disfrutaron del sabor de los labios. Me giró y separó mis brazos, su lengua ahora jugaba con mi piel. Lamió mis sobacos y jadeé, luego se entretuvo con mis pezones y descendió. Tomó mi polla con sus manos y la acarició. La separó de mi vientre y la introdujo en su boca tragándola hasta el punto que le dio una arcada y siguió lamiéndola. Le coloqué encima de mí, separó sus piernas y me ofreció sus hermosas nalgas. Las lamí, acaricié y besé. Mi lengua buscó el orificio del placer y disfruté de aquel ano rosado y perfecto. Apretó mi polla. Le estaba excitando y su ano se fue abriendo como una hermosa estrella. Continué un rato lamiendo y jugando en aquella zona y sentí que me corría con las caricias que su lengua le dedicaba a mi polla. Percibí mi vientre humedecerse y aquella sensación de su semen cálido sobre mi piel, me hizo eyacular. No le avisé y él disfrutó del néctar que le ofrecí. Se giró, se pegó a mí y me besó. Sentí el sabor de mi semen en sus labios. Separó un poco las piernas, cogió mi polla y se la metió mientras se iba sentando encima de mí. Con sus manos se apoyó en mi torso y comenzó a trotar. Le cogí las nalgas con las dos manos y aumenté la velocidad. Su cuerpo brillaba por el sudor y no dejaba de sonreírme.

—Te amo —le comenté mientras ambos disfrutábamos de aquel momento de placer. Su polla estaba muy dura, la tomé con la mano y le masturbé. Separó las manos de mi pecho, se inclinó hacia atrás y apoyó las manos a uno y otro lado de mis piernas. Echó la cabeza hacia atrás. Estaba muy caliente, lo adiviné con su respiración. Sentí como su semen salpicaba hasta mi cara e inundaba mi cuerpo. Me excitó aún más. Siempre me excitaba el calor del semen del macho al que estaba follando, pero con Andrés era distinto, su semen era vida para mí y el chorro, que llegó a mi cara, lo saboreé como un manjar mientras le inundaba en su interior. Se tumbó sobre mí sin sacarla y lo abracé. Nos besamos. Acarició mi rostro sudado y sonrió, yo también le devolví una gran sonrisa y volvió a unir sus labios a los míos.

—Te amo. Ahora ya puedo decirlo —comentó casi en un susurro.

—Grítalo si lo deseas, ya no es un secreto. Nos amamos y nos amaremos siempre.

—Eres mi sueño hecho realidad. Siempre he soñado con un hombre como tú.

—Es mutuo nene. Contigo me siento feliz, completo, lleno.

—Tengo hambre —me susurró al oído mientras mi polla salía de dentro de él.

—Yo también —me separé de él con rapidez y me levanté. Miré a través de la ventana, el día era muy desapacible, parecía que los elementos deseaban que nosotros no abandonásemos aquel lecho de amor y así lo decidí. Me volví, cogí un cigarrillo, lo encendí mientras observé a Andrés apoyado sobre su codo mirándome.

—Ahora me resultas más perfecto.

—¿Antes no? —miré mi reflejo en el espejo y contemplé mi desnudez—. Tengo un buen cuerpo de macho —le sonreí—. El macho que te hará feliz desde hoy y que espera lo mismo de ti.

—Lo haré —intentó levantarse y le detuve.

—No, quédate en la cama. Hoy pasaremos todo el día en la cama como querías. Me daré una ducha rápida, me visto y bajo al bar. Compraré comida y alguna otra cosa y subo en un momento.

—No quiero que salgas, te quiero aquí conmigo.

No le hice caso, me duché, volví a la habitación y me puse los pantalones sin el slip, los calcetines, las botas y busqué un jersey en el armario de Andrés. Me miré en el espejo de nuevo y luego a él.

—No seas malo en mi ausencia, volveré enseguida —le dije mientras me acercaba para besarle los labios.

—Te estaré esperando y recuerda que los segundos se me harán horas. Las llaves están en la entrada, sobre el taquillón.

—Intentaré ser tan rápido como Superman.

—Lo conseguirás, porque tú eres mi héroe de carne y hueso.

—Eres un zalamero —le volví a besar y salí. Me coloqué la zamarra y la até hasta arriba, presentía que fuera hacía frío, al menos, el calor de verdad se quedaba en aquella habitación.

Al abrir la puerta del portal sentí el azote del frío y algunas gotas de agua que salpicaron mi cara. Me estremecí y encogido caminé hasta el bar. Entré resoplando y moviendo mi cabeza, como un perro que acaba de salir de debajo del agua. Uno de los camareros me miró desde la barra y sonrió:

—Buenos días, por decir algo.

—Sí, nunca mejor dicho. Cómo ha cambiado el tiempo. Menuda forma de llover.

—Eso es bueno —dijo otro de los camareros pasando al lado de su compañero—. Madrid necesita agua, que los pantanos están muy bajos.

—Pues que llueva encima de los pantanos y nos deje tranquilos en la ciudad —intervine acercándome a la barra—. Ponme un café con leche y déjame la carta, quería llevarme comida para dos.

—Si es para llevar, te recomiendo el pollo asado. Está muy bueno.

—Está bien y algo que reanime a un muerto.

—Si no vives muy lejos, te puedo preparar una sopa de pescado.

—Buena idea. Pues ya está decidido: Un pollo asado, me lo cortas en cuatro piezas, con patatas y pimientos verdes. Una sopa de pescado para dos, una ración de croquetas y otra de calamares. Pones pan y una botella de vino de la casa.

El camarero se retiró y el otro me puso el café con leche. Calenté mis manos con el cristal del vaso y tras verter el azúcar y removerlo, me lo tomé poco a poco sin apartar el vaso de los labios. Estaba helado y deseando volver a aquella habitación caliente, desnudarme y sentirme cálido en aquel ambiente y junto a… ¡Mi chico! Ahora sí podía empezar a decir que tenía chico. Un hombre hecho y derecho. Con las ideas muy claras y que me amaba. Me lo había dicho con palabras, me lo insinuó con la mirada, me lo demostraba con sus caricias. Me quería y yo a él. Me sentía como un quinceañero. Yo, el hombre duro, el macho deseado por tantos machos. Ahora mi vida cambiaría. Ya dejaría aquellos lugares, o al menos iría con él. Se lo presentaría a mis amigos y me envidiarían. Sí, me envidiarían por tener al lado un hombre como Andrés y más por haber conseguido el amor. Lo que todos buscamos y por tantos prejuicios no damos el paso. Yo lo había dado, aunque en realidad fueron mis sentimientos los que me impulsaron, los que empujaron a que aquellas palabras brotaran de mi boca. Miré hacia las puertas del bar y seguía lloviendo, enfrente una tienda de chinos estaba aún abierta y en un ataque de locura decidí salir.

—Ahora vengo, voy a comprar una cosa enfrente.

—Te vas a empapar, mira como diluvia —me dijo uno de los camareros—. Espera —entró y sacó un paraguas y me lo dio.

—Gracias —le sonreí y salí disparado.

Entré en la tienda, busqué entre los adornos, regalos y todo el popurrí de cosas que había en aquellas estanterías. Buscaba algo, pero no sabía el qué, me apetecía regalarle algo. Era nuestro primer día y deseaba que no lo olvidara. Sí, tenía razón, era un romántico, un bobo romántico, pero lo sería únicamente para él. Dos personas conocían ahora mi gran secreto. Carlos y él. Carlos mi mejor amigo, él el amor de mi vida al que deseaba mimar y cuidar. Me fijé en un portafotos de cristal, sin adornos. Me gustó y lo compré. Compré también papel de regalo y lo envolví allí mismo. Nervioso, impaciente, precipitadamente, no por las prisas, sino por la emoción. Era el primer regalo para la persona que amaba y sería una sorpresa que no se esperaba. El dependiente lo introdujo en una bolsa y tras pagar salí de vuelta al bar. Ya estaba preparada la comida, pagué y me fui. Me refugié como pude del agua que caía a mares y entré en el edificio. Subí en el ascensor, abrí la puerta, dejé las llaves encima del taquillón y lo llevé todo a la cocina.

—Has tardado mucho —escuché la voz de Andrés desde la habitación.

—Había mucha gente —fui a la habitación y me desnudé—. No te puedes imaginar el frío que hace y como llueve. Mira, la pobre se ha quedado helada.

—¿Qué has traído para comer?

—Un pollo asado, dos raciones de sopa de pescado, croquetas y calamares.

—¿Tú me quieres cebar?

—No, lo que quiero es que mi nene esté bien alimentado. Tenemos que cuidar ese cuerpazo y el mío, y la comida es muy importante —salí de la habitación y cogí el regalo escondiéndolo detrás de la espalda—. Te he comprado un regalito.

—Tú estás tonto… ¿Qué es? —me preguntó sentándose en la cama con cara de niño bueno.

Me senté a su lado y se lo entregué mientras le besaba en los labios.

—Eres un bobo —sujetó el paquete—. ¿Qué voy a hacer contigo?

—Quererme mucho, yo también necesito amor y quiero que me lo des tú.

Dejó el paquete a un lado y se abalanzó contra mí tumbándome en la cama y besándome.

—Te amo y quiero gritarlo a los cuatro vientos. Siento algo muy especial por ti y deseo conocerte profundamente y amarte cada día.

—Yo también a ti —le dije abrazándole.

—Ahora está calentita, se ha puesto alegre —se rió incorporándose y agarrándola con la mano.

—Sigo siendo un macho y tus besos me ponen como un toro.

Se la llevó a la boca y me hizo suspirar. Acaricié su cabeza durante unos instantes y luego le obligué a girarse. Le atraje hacia mí e introduje su polla en la boca. Su textura suave y caliente me encantaba. Disfrutamos de un buen sesenta y nueve mientas mi mano acariciaba sus nalgas. Le puse boca arriba y separé sus piernas colocándolas encima de mis hombros. Le comí los pies suavemente, dedo a dedo y sonrió. Me acerqué a su orificio y le penetré poco a poco sin dejar de acariciarle los pies con mis manos y mi boca. Luego se agarró las piernas mientras me inclinaba hacia él. Puse una mano a cada lado de su cuerpo, le besé y así, estirando las piernas y flexionando los brazos, continué penetrándole. Bajó las piernas, le fui subiendo poco a poco mientras yo me tumbaba y él quedaba sentado encima de mí. Se inclinó, me besó y de nuevo se incorporó. Le tomé por las nalgas y adopté una postura cómoda para penetrarle más profundamente.

—Ahora sí, ahora sí podemos hacer el amor así. Yo no volveré a estar con otro hombre y si tú lo estás, dímelo y ponemos precauciones.

—No nene, no volveré a follar a otro hombre, ya tengo al hombre de mi vida. Ya te tengo a ti y nos entregaremos todo el amor del que seamos capaces. Sí, somos dos tíos sanos y la mejor forma de hacer el amor es esta, que tú sientas la piel cálida de mi polla y yo sienta el ardor de tu culo. Te amo y quiero entregarte todo mi amor —le volví a tumbar, levanté una de sus piernas y el giró su cuerpo quedando apoyado sobre uno de sus costados. De esta forma la penetración resultaba más profunda. Suspiró y aumenté la velocidad. No se la metía entera en aquellas envestidas, sólo cuando el momento se volvía más lento y me quedaba durante unos segundos completamente en su interior. Con la pierna sobre mi hombro dejé la mano libre para masturbarlo. La tenía muy dura, en cualquier instante se correría y quería sentirlo en mi piel. En un movimiento rápido volvió a estar encima y sin tocarle, su leche salpicó de nuevo mi cara llenándola más que la vez anterior. Varias gotas cayeron en mis labios, se inclinó y las lamió fundiéndonos en un nuevo beso. El sabor de su semen, el calor de éste sobre mi cuerpo, hizo que descargara en su interior. La sacó y la cogió lamiéndola.

—Cabrón —le comenté mientras su lengua limpiaba mi glande. Se deslizó por mi cuerpo y nos besamos penetrándole de nuevo. Continué durante un rato a un ritmo suave. La saqué y le puse a cuatro patas, separé sus nalgas y entró sola hasta el fondo. Suspiró una vez más, le levanté y pegué su espalda a mi pecho. Los dos estábamos empapados en sudor y le abracé. Me corrí de nuevo y esta vez fui yo quien poniéndole boca arriba, se la mamé hasta que descargó dentro de mi boca. No dejé que se escapara ni una gota. Era el néctar del amor y así lo ingerí. Mi cara se unió de nuevo a la suya, nuestras pollas ahora en reposo permanecían unidas y nuestros cuerpos oliendo el amor y el deseo. Así permanecimos largo tiempo, acariciándonos la cara el uno al otro, besando nuestros ojos, mordisqueando la nariz, los lóbulos de las orejas, la barbilla para volver a nuestros labios y besarnos con profundidad.

—Has probado mi semen —sonrió.

—Sí. El mejor desayuno que he degustado jamás. Me tendré que alimentar de él con más frecuencia —continué tumbado encima de él, cara a cara y de nuevo nuestros penes se pusieron duros—. Te amo.

—Lo sé. Ya me lo habías demostrado, pero ahora… Ahora ha sido distinto.

—Ahora he probado tu ser y lo haré siempre. Porque nada que brote de nuestro amor debe de perderse.

Separó las piernas y le penetré de nuevo, quedándome quieto.

—Así es como quiero estar siempre contigo. Unido a ti como siameses.

—Te amo. No salgas de dentro de mí. No sabes la sensación que percibo cuando estás así, dentro. Siento que me llenas por completo, como si lo que me faltara apareciera de repente.

No le dije nada, simplemente le besé los labios.

—Quiero que me cuentes el final de aquella historia.

—¿Crees qué es necesario?

—¿Por qué no? Esas historias forman parte de un pasado y me gusta como las cuentas. Es como si me estuvieras leyendo una novela erótica.

—Pero uno de los protagonistas soy yo y ahora mi mundo es otro.

—Sí, tu mundo ahora soy yo, pero quiero saber de ti. Quiero conocerte profundamente. Quiero que en momentos como éste, me cuentes historias.

—Está bien —le dije y me dispuse a acomodarme.

Al hacerlo se salió un poco la polla y creyendo que la iba a sacar me agarró las nalgas con fuerza y apretó.

—No te preocupes, mientras no se baje, no saldré de ti —le sonreí—. ¿Dónde nos quedamos en la historia?

—Estabais tumbados en pelotas en aquel camastro el tío bueno y tú.

—Se llama Iván. Sí, tras el agotador momento entre los cuatro nos quedamos tumbados allí. Mi arnés estaba en el suelo y toda la ropa desperdigada por todo el camastro.

—Estoy reventado —comentó Iván—. Tengo la polla rota.

—¿Y el culo?

—Mi culo tiene mucho aguante tío. Ya ves como entra tu rabo, y quiero que me vuelvas a follar, si puedes, antes de salir de aquí.

—Claro tío. Mi polla está deseando entrar las veces que haga falta ahí dentro. ¡Joder que culo tienes cacho cabrón!

—Tengo sed, ¿vamos a tomar una cerveza?

—Sí, pero antes pasemos por el guardarropía, quiero dejar todo esto, salvo el arnés. Quiero estar en bolas como tú.

Nos levantamos y nos calzamos las botas, me coloqué el arnés y lo ajusté bien. Iván me miraba.

—Como te queda ese arnés tío. La forma de tu pecho resalta aún más entre el cuero y el metal.

Me miré y sonreí:

—La verdad que nunca me había puesto uno y me gusta, queda muy sensual.

—Necesito que me folles tío. Me pones a mil así y no puedo salir con el calentón que tengo ahora mismo.

—Está bien tío. Dame un condón y te dejaré bien relajado, aunque primero disfrutaremos los dos.

Me colocó el condón con la boca y le penetré con fuerza, con mucho ritmo. Los dos deseábamos aquel momento de placer y a la vez saber cómo había evolucionado la fiesta. Llevábamos mucho tiempo en aquel privado. Toqué su rabo y noté como salían los chorros de leche. Era muy lechero el cabrón. Se corriera las veces que fueran, siempre tenía cantidad de leche. Me corrí y me quité el condón. Lo tiré a la papelera y salimos.

El ambiente en el local se había desmadrado o al menos me lo pareció. Era la primera vez que estaba en una fiesta de estas características, pero aquello me pareció desmesurado: Las puertas de todos los privados estaban abiertas y en el interior, con la luz encendida se veían cuerpos revolcándose los unos con los otros, algunos se acercaban a las puertas y se quedaban mirando, los había que pasaban de largo, pero otros se sumaban a aquellas orgías de carne y deseo. En cualquier esquina, cualquier rincón, contra las columnas, las penetraciones estaban a la vista de todos y algunos invitaban a otros a unirse. En aquella pista de baile, los magreos y las mamadas eran lo normal. Nos acercamos a la barra y pedimos dos cervezas. Un chico se encontraba a un lado con el culo en pompa mientras otro se lo estaba comiendo e introduciéndole una porra de policía. Con las botellas de cerveza en la mano, nos giramos y nos apoyamos contra dicha barra observando todo aquel paisaje sexual. Un tío vestido de militar sin camisa pasó junto a nosotros y nos miró. Iván le sonrió y éste se agachó y se puso a mamarnos a los dos.

—No está mal el ambiente.

—No —respondí mientras miraba como aquel tío nos comía la polla a los dos.

—La mama bien el cabrón. Como siga así me voy a correr.

—Quiero tu leche en mi boca, que me la inundes —le dijo el chico sonriéndome.

—De eso no te quepa la menor duda. Es muy lechero.

Aquellas palabras le debieron excitar y mientras me la meneaba a mí, se la comía a él con ansiedad. Otro tío se agachó y le quitó la mano al chico para mamarla.

—Hostias, éste sí que la mama bien.

Iván se corrió en la boca de aquel tío y viéndole a él me excitó al máximo. Intenté sacar la polla de aquella boca antes de venirme, éste se negó y descargué en su interior toda la leche. Relamió mi glande y lo dejó limpio y brillante, como si nada hubiera sucedido. Los dos se fueron y nosotros dimos un trago a la cerveza.

—Buenos mamadores —sonreí a Iván.

—Ya lo creo. Mira, están fisteando a un tío en aquella mesa.

Aquella práctica la había visto algunas veces en el Eagle y seguía sin entender que placer se podía obtener metiendo el puño en el culo o recibiéndolo. Aquello para el pasivo debía de ser altamente doloroso y lo más asombroso, comprobar hasta el punto que un ano se dilata.

—Me encantaría fistear a un tío.

—Si tu pareja te lo permite, podrías fistearme a mí —intervino un chico que estaba a nuestro lado—. Tengo mucho aguante.

Iván no dijo nada, le apartó de la barra y le miró el culo. Le tocó las nalgas y oteó su ano mientras le introducía dos dedos en su interior. Los sacó y comprobó que lo tenía limpio.

—Está bien tío, pide unos guantes y lubricante. Ese culo pide una buena sesión.

Miré a Iván con sorpresa y me guiñó un ojo.

—Te voy a enseñar a fistear, te aseguro que es una gozada sentir el puño dentro del culo de un tío y como se abre…

—He visto hacerlo en el Eagle, pero no entiendo qué placer se puede encontrar en esa práctica.

—Lo descubrirás por ti mismo cuando lo hagas. Yo no te puedo contar nada.

El chico volvió con guantes y un bote de lubricante.

—¿Vamos? —le preguntó sonriéndole.

Nos abrimos camino entre la gente de la pista. Roces de manos acariciaban todas las partes de mi cuerpo a su paso, pero no me detuve. Quería ver como Iván fisteaba. Te diré que el brazo de Iván es más fuerte y voluminoso que el mío. Iván es todo un toro, de verdad, y no me podía imaginar cómo aquel brazo… Una de las mesas de billar estaba vacía. El chico se tumbó y se colocó en posición: levantó las piernas, las asentó en el borde de la mesa separándolas bien. Iván se colocó los guantes y pronto varios de los que por allí se encontraban nos rodearon. Tomó el bote de lubricante y se aplicó una gran cantidad en los guantes. Unió sus manos y lo extendió sin dejar un hueco de sus dedos sin la crema. Luego cogió otra cantidad y la aplicó en el ano del chico y comenzó a meterle los dedos. Aquel ano estaba bien dilatado, en unos segundos cuatro de los dedos entraban y salían sin ninguna resistencia. Comenzó a jugar con las dos manos, introduciendo cuatro dedos de cada mano y pronto pasó a los cinco sin meter aún el puño. Tomó otra cantidad de crema y se la volvió a aplicar en las manos y entonces juntó los dedos de la mano derecha y comenzó a meterlos hasta que todo el puño entró. El chico emitió un sonido de placer e Iván me miró sonriendo.

—Tiene un buen culo para fistear, si tuviera un guante mayor, éste cabrón disfrutaría como se merece.

Al cabo de un rato, de meter y sacar una y otra mano en el culo de aquel chico, un leather se acercó ofreciendo un guante negro y largo a Iván.

—Veamos hasta donde tiene aguante ese cabrón —le dijo el leather.

Iván sonrió y extendió el brazo al leather para que le colocara el guante. Éste accedió y se lo puso. El guante le llegaba más arriba del codo y se lo sujetó con un adhesivo que llevaba dicho guante. Se untó con la crema todo el guante. No me lo podía creer. Nunca había visto meter más allá del puño, pero por lo visto Iván quería intentar llegar más allá y ante nuestro asombro fue introduciendo más y más. El chico pidió que sacara el puño y pensé que la sesión se terminaba ahí, pero no, se colocó de pie encima de la mesa e Iván entendió lo que deseaba. El chico se puso en cuclillas e Iván se arrodilló, comenzando de nuevo a meter el puño, como el que se mete un palillo en la boca, y el chico estiró bien su espalda. Iván metía y metía más y más su potente brazo mientras otro tipo le echaba crema sobre el guante. Aquella gente sabía muy bien lo que estaba haciendo Iván, pero yo estaba totalmente acojonado. El chico se fue incorporando e Iván se quedó quieto con el brazo dentro y levantándose de la misma forma, muy suave y tranquilamente. Continuó metiendo el brazo más y más, estaba a punto de llegar al codo y el chaval aquel aullaba de placer y respiraba con fuerza. Todo su cuerpo se agitaba.

—Sigue tío. Tienes un brazo fuerte pero lo aguanto.

Iván no hablaba, estaba concentrado, creo que no veía a nadie, salvo aquel culo que estaba trabajando. Empujó un poco más y entró el codo, casi rozaba ya el final del guante. Algunos de los presentes se mordían los labios y soltaban frases como: «Joder que aguante tiene el tío». «Ese culo está bien trabajado». «Así se fistea tío, que disfrute». «Éste es capaz de meterle hasta el hombro». Se había formado un gran corrillo a nuestro alrededor. Para los amantes de aquella práctica, sin duda era todo un espectáculo. Además Iván, con su impresionante cuerpo, destacaba entre muchos de ellos y su poderoso brazo entrando y saliendo de aquel culo, sobrecogía.

Sentí humedad en una de mis piernas y al mirar contemplé un chorretón de leche. Miré al tío que aún le goteaba el capullo.

—Lo siento tío, es que me he excitado.

—No lo sientas, lámelo y que no quede ni una gota.

Mi mirada le debió de acojonar, se agachó y comenzó a lamerme la pierna. Metió la mano entre las dos piernas y me cogió la polla echándola hacia atrás.

—Si me la quieres mamar, antes te lavas la boca.

El baño quedaba al lado y se fue, volvió y se puso a mamarme mientras Iván continuaba con su juego.

—Mama más fuerte cabrón —le cogí por la cabeza—. Trágala entera —se atragantaba con ella y le daban arcadas, pero la comía como yo deseaba—. Hijo de puta, me voy a correr —pero el tío continuó mamando sin detenerse.

Iván sacó el brazo por sugerencia del chico. Ya no aguantaba más y justo cuando sacó la mano, me corrí en la boca de aquel tipo. Iván me miró y sonrió. Cogí el rollo de papel y le quité el guante. El leather que le había prestado aquel guante negro, le dio una fuerte palmada en la espalda.

—Así se fistea. Buen espectáculo, y tú chaval —le dijo al chico que tenía el ano increíblemente abierto— cuando quieras me dejas tú número de teléfono y te fisteo. No se ven tantos culos como el tuyo. Esta es mi tarjeta y con ella tienes pagadas todas las consumiciones que desees en esta fiesta y en mi local.

El chaval cogió la tarjeta y le sonrió, luego se puso a cuatro patas e Iván tomando gran cantidad de papel le limpió toda la crema que salía por el culo. Por fin bajó al suelo y se abrazó a Iván.

—Gracias tío. Eres uno de los mejores que me ha fisteado. Le besó en la boca. Espero que nos veamos en otra ocasión.

—Un placer para mí también. Le dio un azote y el chaval se fue.

En unos minutos la gente volvió a la normalidad.

—Estoy seco. ¿Qué te parece si nos tomamos una cerveza?

—Sí, te la tienes merecida. Me has sorprendido.

—Te dije que era un buen versátil. Hasta hace dos años mi rol era activo y tan activo como tú, pero un día probé una polla y me volví loco.

—No me creo capaz.

—¿De qué?

—De ninguna de las dos cosas. No creo que en mi culo pueda entrar una polla y no sería capaz de fistear como lo has hecho tú.

—A lo primero te diré que es cuestión de probar y saber si te gusta o no. Hay mucha gente que no le gusta y no lo vuelve a intentar, pero no te quedes con las ganas. Si conoces a la persona adecuada en un momento determinado, inténtalo. Respecto a fístear, lo que yo he hecho, son años de experiencia. No recomiendo a nadie que lo haga si no sabe muy bien lo que está haciendo. Un culo es sagrado. Todos sabemos lo que tenemos en el interior de nuestro cuerpo y tenemos que saber muy bien hasta donde llegar y cómo hacerlo.

—El chaval ese me ha dejado…

—El chaval ese tiene un gran culo y muy bien trabajado. Eso también es muy importante. Muchos te piden que les fistees y sus culos no están preparados. Un ano hay que trabajarlo muy bien, saber hasta dónde llegar y por mucho que te pidan, ante todo saber una cosa, el que controla eres tú, no él. Él busca el máximo placer y no pone límites, por lo que tú debes controlar en todo momento.

—Te veía muy concentrado.

—Lo estaba, te aseguro que me olvido de todo cuando fisteo a un tío. Me concentro sólo en él, en sus movimientos, en sus gestos, en su ano, en su interior. Todos los sentidos están puestos en él.

Pedimos las cervezas y al pagar el camarero sonrió.

—Estáis invitados a todo lo que toméis.

Le di las gracias y por detrás nos abrazó alguien. Al volvernos nos encontramos con el tipo que le puso el guante negro a Iván.

—Antes no tenía más tarjetas para daros una a vosotros. Con esta ropa, no tengo mucho sitio para llevar cosas —se rió—. Me gustaría veros alguna vez que otra por mi local y lo que me apetecería ahora es que los dos me follarais. Tenéis buenos rabos, sobre todo tú —me la agarró.

Iván le tocó el paquete.

—¿Tú follas?

—Si tengo un buen culo a mi servicio, sí. Aunque dudo que vosotros.

—Yo soy versátil y también me gusta recibir un buen trancazo y ésta parece que promete.

La sacó y en efecto gastaba un buen instrumento: Unos veinte centímetros, circuncidada, muy venosa y ligeramente inclinada a la derecha.

—Lo sabía. Pasemos un buen rato los tres.

Se dirigió a la barra y pidió tres cervezas y el camarero se las puso y le entregó una bolsa negra de piel.

—Vamos.

Emprendí el camino hacia los privados y me detuvo.

—No, por ahí no. Esos privados son para el público en general. Nosotros nos vamos a otro sitio.

Le seguimos. Salimos por la puerta que daba entrada a la discoteca y a la izquierda se encontraban unas escaleras. Subimos, sacó de la bolsa unas llaves y abrió. Encendió la luz y nos quedamos mirándonos.

—Este es mi santuario para el placer.

Se trataba de una gran habitación con una cama impresionante. Calculo que mediría más de tres metros por tres metros. En una de las paredes se encontraban tres duchas, al otro extremo un magnífico jacuzzi, en otra de ellas colgaba un sling y en la cuarta una cruz. El suelo era de madera y la luz se graduaba.

—Pasaremos de sexo duro por esta noche y gozaremos de nuestros cuerpos de forma convencional. Ante todo me gusta la higiene y aunque vosotros estáis muy limpios, se nota en vuestro olor corporal, nos daremos una ducha.

—Sin problemas —le dije—. Una ducha ahora, al menos a mí, me viene de puta madre.

—Una buena ducha y un buen jacuzzi. Me gusta morbosear dentro de él.

Me quité el arnés y sentado sobre la cama me desprendí de las botas. Iván ya se había metido en las duchas y aquel tipo ya desnudo, le acariciaba las nalgas. Iván se pegó contra la pared y él le enjabonó bien el culo. Entré dentro de las duchas y me centré en el culo de aquel cabrón. Le enjaboné bien, le metí los dedos y me miró.

—Sí, cabrón. Dilátame bien que tu rabo es muy grande. Vas a disfrutar de él, te lo aseguro.

Saqué los dedos y se incorporó. Nos acariciamos los tres bajo las duchas mientras se llenaba el jacuzzi. Nos besamos juntando nuestras bocas mientras nuestras pollas buscaban posición ya que las tres estaban muy duras. Acaricié las nalgas de los dos y aquel tío tocó las mías y retiró la mano. Le sonreí:

—No me gusta que me penetren, pero que me toquen las nalgas y me coman el culo, sí, me pone cachondo.

Se agachó y cogió las dos pollas, se las llevó a la boca. El agua caía sobre nuestras cabezas recorriendo todo el cuerpo. Unía nuestros glandes y los devoraba como si fuera uno. Iván tomó con fuerza mi cuello acercando mi boca a la suya y disfrutamos de un profundo beso. Las lenguas jugaban en el interior de nuestras bocas y aquella sensación me elevaba los sentidos. Sus nalgas estaban apretadas por mis manos y los dedos comenzaban a jugar buscando el orificio que tanto placer me daba. Relajó sus nalgas ofreciéndose para que mis dedos entraran dentro de él. Así lo hice y suspiró mordiéndome los labios.

—Me gusta cómo me trabajas —susurró a mi oído y me mordió la oreja.

—Cabrón, me pones muy bruto.

Aquel tío se levantó y miró el jacuzzi.

—Vamos a disfrutar de la espuma y las burbujas.

Salimos y nos metimos dentro. Estaba caliente y las burbujas jugaban con nuestras pieles. Nos sentamos y aquel tío se aproximó a mí, levantó mis nalgas y dejó fuera todo el rabo duro. Lo mamó e Iván se puso detrás y le comió el culo.

—Fóllame —le dijo—. En esa copa tienes condones.

En un lateral del jacuzzi se encontraba una gran copa de cristal ahumado en tonos marrones. Iván sacó varios condones y se colocó uno. Se la metió de golpe y el tío apretó con fuerza mi rabo con sus labios.

—Así me gustan los machos, que sepan meterla.

Iván empezó a follarlo a saco, aquel culo invitaba a ello.

—Dame un condón —le dijo a Iván sacándose mi rabo de la boca—. Fóllame tú ahora, quiero sentir esa tranca dentro de mí.

Iván la sacó y me coloqué. Enfilé el glande y no tuve compasión, la metí entera y el cabrón gritó:

—¡Hijo de puta! Tu rabo es demasiado grande para hacer eso —la saqué sin hacerle caso y la volví a meter de golpe—. ¡Hijo de puta! Si sigues así me vas a reventar el culo.

—Este culo aguanta todo lo que le den y mi rabo se lo va a dar —me incorporé de nuevo y comencé una penetración frenética.

El tío gritaba como un poseso, pero no hacía ningún gesto para que la sacara, por lo que adiviné que estaba gozando como un perro. Iván me abrazó, sentí su rabo duro entre mis nalgas pero confié en él. Me comió el cuello y me puso a cien, lo que elevaba mi excitación y la velocidad de penetración hasta que estallé dentro del condón. Me derrumbé sobre él agotado, con la respiración a cien y la vista nublada. Aquel había sido todo un polvo y me faltaba el oxígeno. Iván también se dejó caer sobre mí y sentí su glande dentro de mi culo. Él se dio cuenta y la sacó rápido.

—Lo siento —me susurró.

Estaba tan caliente y húmedo por la espuma del jacuzzi, que mi culo se había dilatado algo más de lo normal. Le miré y le sonreí:

—No pasa nada —le dije y se volvió a abrazar a mi espalda.

—Está bien cabrones. Segundo asalto —se rió, cogió un condón, se lo colocó y miró a Iván—. Dame ese culo que tienes, te lo voy a dejar bien caliente.

—Te tendrás que esforzar mucho. Le gusta que le den caña.

Iván se volvió y aquel cabrón no tuvo perdón. Le metió el rabo de un golpe, pero Iván giró la cabeza y le sonrió:

—¿Eso es todo lo qué sabes hacer?

—Esto sólo es el principio —le agarró con fuerza por la cintura y le zarandeó con violencia, metiéndola y sacándola a su antojo—. Y tú, ¿qué haces? Métemela y sigue mi ritmo. Jódeme como yo le estoy jodiendo a él.

Así lo hice hasta que los tres nos corrimos. Nos volvimos a duchar y nos pusimos las prendas que teníamos.

—No perdáis mi tarjeta. Me gusta disfrutar con machos como vosotros.

—A nosotros también con tíos como tú.

Nos comió la boca a los dos y cerró aquel templo del placer.

—Ahora os tengo que dejar, todavía quedan unas horas y tengo mucho trabajo.

—Está bien. Cuídate —le comenté mientras le daba un pico.

—Y vosotros. Gracias por venir a mi fiesta.

—Estoy pensando una cosa —le comenté a Iván—, creo que he disfrutado de la fiesta más de lo que esperaba y me voy a retirar.

—Esperaba continuar contigo el resto de la noche, o debería de decir de la mañana. Eres un buen compañero de fatigas —se rió.

—A mí también me gustaría terminar contigo y te invitaría a casa, pero no vivo sólo —le besé en los labios—. Mañana no tengo nada que hacer y me gustaría despertarme con un buen macho en la cama, los dos en pelotas.

—Vamos a la mía. Yo si vivo sólo y también te quiero en la cama.

—¿Por dónde vives?

—Cerca de Gran Vía. Pero tengo coche.

—Tendría que buscar al amigo que me trajo, pero adivina dónde está ahora.

De repente Andrés se movió e interrumpió mi relato:

—¿Vivías aún con Carlos?

—Sí, y aunque siempre me había dicho que podía llevar a alguien si me gustaba mucho, deseaba respetar su casa. Creo en la intimidad y una casa ajena, aunque uno viva en ella, es sagrada.

—¿Te fuiste con él?

—Sí, pero esa ya es otra historia.

—Menuda fiesta. Yo nunca he estado en ninguna parecida. Lo máximo han sido tríos y un par de orgías. Por cierto, la otra vez me corrí mientras me contabas la historia, pero esta vez has sido tú.

—Sí, pero yo no he manchado las sábanas, sigo estando dentro de ti. Y para que lo sepas, no me he corrido por contar la historia, sino por el calor que produce tu interior y como mueves el esfínter. Me has masturbado con él contrayéndolo y relajándolo.

—¿Lo has notado? —sonrió.

—Cómo no lo voy a notar cabrón. Mi polla será muy dura a la hora de follar, pero es tremendamente sensible y tu ano…

—Es mutuo. A él también le gusta la amiga que le hemos presentado.

Salí poco a poco de su interior y apretó con fuerza.

—Nene, déjala descansar. Desde hoy será únicamente para ti. Todo mi ser será tuyo —me senté en su miembro—. Desde hoy… —puse mi mano derecha en mi corazón y la izquierda en el suyo—. Desde hoy mi cuerpo y mi alma los quiero compartir contigo mientras lo desees —sus ojos brillaron y dejaron escapar varias lágrimas—. Eso es lo que siempre he deseado en la persona que eligiera y me escogiera para formar pareja. Un cuerpo de hombre y un corazón de niño.

—Yo también, pero no quería interrumpir, ni tu historia, ni este momento. ¡Te amo! —al levantarse casi tira la caja del regalo—. ¡Se me olvidaba abrir tu regalo!

—Es cierto. Ábrelo, es el primer regalo por amor.

Lo abrió, lo acarició y me miró:

—Quiero poner una foto nuestra de hoy. Desnudos.

—Está bien. Busca la cámara de fotos mientras caliento la comida.

Me fui a la cocina. Saqué dos cazuelas y coloqué el pollo en la grande y la sopa en la otra. Mientras puse las croquetas y los calamares en dos platos y los metí en el microondas. Sentí un chispazo de luz detrás de mí, al volverme me sacó otra foto. Me senté en el fogón, separé mis piernas y dejé mi polla colgando, eché el cuerpo ligeramente hacia atrás y separé las manos. Tiró una nueva foto y continué con nuevas poses.

—Deberías haber sido modelo. Tienes altura, cuerpo y eres muy atractivo.

—Una pena que no me descubrieran. Ahora estaría forrado de dinero y con cientos de machos desnudos para mí sólo.

—Pensándolo mejor, prefiero que no. No eres tan guapo, no eres tan alto y no estás tan bueno.

—Cabrón. No te cambiaría ni por mil machos hambrientos dispuestos para mí. Ya ves, hasta ella se calma cuando te abrazo de esta manera. ¿Entiendes la diferencia entre el deseo y el amor?

—Claro, ¿qué te has creído? Tu rabo se comporta de forma muy distinta, natural y me gusta que así sea. Disfruto estando desnudo en casa y no quisiera verte con el arma siempre cargada —se rió—. No sería bueno para tu cerebro, le faltaría sangre, no oxigenaría bien y podrías volverte loco. Y no quiero un novio loco, aunque creo, que los dos lo estamos un poco.

Miré la comida, ya estaba lista.

—Prepara la mesa mientras termino con esto —le miré mientras se dirigía al salón comedor.

Me encogí de hombros y apagué los fuegos. Volví de nuevo la vista atrás y allí estaba colocando el mantel. Era real, era mi chico, mi sueño hecho realidad. Tomé los salvamanteles de encima del microondas y los llevé a la mesa, le propiné un azote y regresé a la cocina.

—Esas manos quietas, ahora me debes un respeto.

—¿Cómo? —le pregunté mientras acercaba la primera cazuela a la mesa.

—Sí. Antes era el amante, con quien follabas. Ahora ya no, ahora soy…

—Ahora y siempre serás un cabrón —le contesté regresando por la otra cazuela.

—No me gusta ese tono y las palabras mal sonantes. Te tendré que lavar la boca con lejía.

—Ya sabes lo que tienes que hacer con la boca —al volverme hacia la cocina de nuevo, se arrojó contra mi espalda subiéndose sobre ella—. Baja de ahí cabrón, que no eres un peso pluma precisamente.

—¿Me vas a respetar? —preguntó mientras se bajaba.

—Claro que te respetaré —le volví a azotar—, pero no me provoques.

—Le voy a poner un candado a mi culo, así no podrás aprovecharte de mí.

—Cualquier candado que pongas mi polla lo reventará.

Se quedó mirándome con los ojos muy abiertos y los dos nos echamos a reír.

—¡Que fuerte, como ha sonado eso!

—Sí —se fue para la cocina a coger los cubiertos—. Cuando estabas en el restaurante pensé en una locura pero…

Le acompañé y saqué dos platos hondos y otros dos llanos, coloqué encima dos vasos y le seguí. Le miré intrigado mientras dejaba los platos y vasos dispuestos en sus sitios.

—¿En qué pensaste?

—Una locura. Siéntate y comamos.

—Voy a buscar el cacillo para servir la sopa —al regresar avisté aquella mirada perdida en sus ojos—. ¿Qué te ocurre?

—Verás, pensé que sería bonito vivir los dos juntos. Mi casa es más grande que la tuya y podríamos compartir los gastos.

—¿Eso es lo qué te inquietaba? —le serví en su plato y luego lo hice en el mío.

—Sí —tomó una cucharada—. ¡Qué buena está!

—Gracias, es que soy muy buen cocinero.

—Sí, eso se lo dirás a todos.

—Lo digo en serio. Sé cocinar y muy bien.

—Me lo tendrás que demostrar.

—Lo haré, cuando vivamos juntos.

—¿Te vendrás a vivir conmigo? No quiero presionarte, no quiero coartar tu libertad. Quiero…

—Come y déjame ese tema a mí. Si me ofreces venirme a vivir aquí, acepto. Podría usar la otra habitación…

—¿La otra habitación? —me preguntó sorprendido.

—Sí —le sonreí—. En algún sitio tendré que colocar mis cosas.

—Que tonto soy. Por un momento pensé…

—Tú te crees qué viviendo juntos voy a dormir en otra cama que no sea la tuya. Ni lo sueñes.

—Quiero que sea nuestro nido de amor. Organizaría para que te sientas bien. Quiero…

—Come… Me gusta tal y como tienes la casa. Te aseguro que me siento muy bien aquí y el motivo eres tú. Nada más que tú. Todo lo demás me sobra, sólo quiero hacerte feliz a ti. Nunca he hablado tan en serio y jamás he dicho estas palabras. Si te soy sincero, me doy miedo. He pasado de ser un tipo duro a un romántico, en un fin de semana.

—Siempre has sido un romántico. Los románticos no se hacen, nacen.

—Pero yo…

—Te faltaba encontrar la seguridad en ti mismo o mejor dicho, encontrar quien te la diera. Estabas perdido —me sonrió— y yo te he encontrado.

—Sí, me has rescatado y ahora comamos.

Comimos tranquilamente. De vez en cuando hablábamos de nuestras cosas, de las costumbres que teníamos y nos reíamos de las más insólitas. Terminado el almuerzo volvimos a la cama y me propuso ver una película.

—Preferiría que me contaras cosas sobre ti. Cuéntame una de tus aventuras.

—Está bien —colocó los cojines detrás de su espalda y se acomodó. Cogí el paquete de cigarros, el mechero y un cenicero y me tumbé boca abajo con la almohada en mi pecho. Encendí un cigarrillo y se lo ofrecí a él, lo tomó y prendí otro para mí.

—Adelante, descúbreme una de tus historias.

—Será difícil superar a las tuyas.

—Cada uno tiene sus aventuras, cada uno vive la sexualidad dependiendo de lo que le rodea. Así que deléitame con una de esas historias.

—Te contaré una que viví en Londres, al mes de llegar… La verdad que me costó adaptarme a sus costumbres. Son muy diferentes a nosotros. En todo, en la forma de comer, en sus horarios para el trabajo, en la forma de divertirse. Tienen un carácter muy distinto. Nosotros somos más locos a la hora de salir de fiesta, ellos en cambio… Bueno, eso lo dejaremos. Las primeras semanas apenas salía de la habitación que tenía asignada en una residencia, donde se quedaban algunos trabajadores y estudiantes. Me refugiaba allí y veía la televisión hasta quedarme dormido. Algunas noches salía a reconocer el lugar para sentirme más adaptado y siempre terminaba en el cine. No buscaba nada en concreto, no deseaba tener contacto con nadie, estaba hundido y roto por dentro. Aquel cabrón me había dejado una profunda huella. Lo quería demasiado. Cuando me entrego por amor, soy un idiota.

—Todos lo somos. Por eso nunca he querido comprometerme con nadie. Pero continúa.

—Llegué a la residencia después de currar, me duché, cené algo y me sentí agobiado en aquella habitación. Abrí la ventana y comprobé que la temperatura seguía siendo muy agradable. Me puse un vaquero y una camisa negra y salí. Busqué un nuevo rumbo y fui al Soho, la zona gay por excelencia de Londres. Pregunté a unos chicos y me aconsejaron que fuera al bar Code en Archer Street. El local es muy amplio y con un diseño muy moderno. Me acerqué a la barra y pedí una cerveza. Llevaba la camisa desabrochada, más o menos como anoche y algunos chicos se fijaron en mí. Uno de ellos me tocó el culo, le miré y pasé de él dirigiéndome a la pista donde la gente bailaba y me puse a provocar con mis movimientos de cadera.

—Qué cabrón —le interrumpí.

—Necesitaba olvidar, despejarme y salir de la rutina que me estaba bloqueando. Como te decía, me puse a bailar y pronto me entró un buen macho, como tú dices, que se puso a bailar frente a mí. Por sus movimientos detecté que era activo y me pegué más a él, juntando mi paquete con el suyo.

Me agarró por las nalgas, me apretó contra él y me besó. Besaba bien y le seguí el juego. Noté como crecía su polla dentro del pantalón y le sonreí:

—Espero que tengas un buen rabo. Mi culo está hambriento.

—Tendrás el rabo que deseas y si eres bueno, tal vez te invite a mi fiesta de mañana.

—Veamos lo que haces con esa polla. Vamos a los baños.

—Eres muy provocador.

—Estoy caliente y busco un buen macho que me encienda aún más.

Llegamos a los baños y nos metimos en uno con puerta, cerramos y me echó un buen polvo. El cabrón tenía un buen rabo y sabía cómo usarlo. Era italiano y llevaba en Londres dos años viviendo. Estaba bien relacionado en el ambiente y una vez al mes organizaba una fiesta en su casa. A la una cerraron el local y me invitó a pasar la noche en su casa. Acepté y estuvimos follando toda la noche. Luego nos quedamos dormidos y al mediodía me levanté y cuando me estaba vistiendo me preguntó dónde iba.

—A la residencia. No quiero molestar. Me lo he pasado muy bien contigo.

—Desnúdate y vuelve a la cama. Descansemos un rato más. Como te dije, una vez al mes organizo una fiesta en esta casa y tú estás invitado, si quieres claro.

Me desnudé y volví a la cama sin decir nada. Sobre las tres de la tarde me desperté porque me estaba comiendo la polla. Al ver que me despertaba me saludó.

—Buenas tardes. Me gusta despertar a mis invitados de una forma especial.

—Pues sigue, es la mejor manera de volver del mundo de los sueños. Dame la tuya, yo también quiero mamar. Hicimos un 69 pero nos detuvimos sin corrernos, por petición de él.

—Mejor será que guardemos fuerzas para esta noche. Te prometo una buena velada. Serás el único español en la fiesta y le darás un toque más internacional —se rió.

Se levantó y le seguí. Preparó algo de comer y luego me propuso dar una vuelta por el centro, quería comprar algo de ropa. Estuvimos toda la tarde de tiendas y después entramos en un bar a tomar una pinta de cerveza. Era un tipo conversador y sencillo, pero en la cama era muy vicioso.

—¿Más que yo?

—Nadie aguanta en la cama como tú. Ni en la cama ni fuera de ella. Al menos de los tíos que he conocido. Eres una máquina sexual, mi máquina sexual —se inclinó, me besó y prosiguió con su relato—: Llegamos a casa sobre las siete de la tarde y le ayudé a preparar el salón dejando completamente libre el espacio central. El sofá y los sillones los cubrimos con una tela cálida y suave. Los muebles retirados se juntaron todos contra una de las paredes y el espacio libre se rodeó de colchones. En dos de las esquinas se colocaron recipientes llenos de condones y en las otras dos papeleras con bolsas de plástico. Su idea, la de Marco que era como se llamaba, es que a medida que fueran llegando, se desnudaran en la entrada y metieran toda su ropa en una bolsa que les entregaba y cerraba poniendo una etiqueta de papel con el nombre. De esta forma, todos pasaban al gran salón, completamente desnudos o como mucho, con ropa interior. Adaptó la luz, colocó en algunos estantes incienso y puso una música que resultaba perfecta, incluso se podía bailar.

—Ya está todo listo —comentó sonriendo—. Ahora falta que vayan llegando y disfrutemos de la fiesta.

—¿Alguna vez te han dejado colgado?

—Sí. La primera que organicé fue un fracaso de asistencia, pero un éxito en cuanto al morbo y el sexo que hubo. Invité a unos treinta y asistieron diez, pero te aseguro que todos quedamos más que complacidos. El éxito de aquella corrió de boca en boca entre los que asistieron, hablando con otros amigos, los cuales fui conociendo cuando salía de marcha.

—¿Cómo contactas y las organizas?

—Ahora ya es muy fácil, aunque hay una regla: Invito a quince o veinte ya conocidos y ellos traen una persona nueva, las novedades.

—¿Yo soy tu novedad?

—Sí —sonrió abrazándome—. Tú eres mi novedad y se van a quedar de piedra. Estás muy bueno, eres agradable y encima versátil. Con un buen culo y un buen rabo, que esta noche probaré. Tengo ganas de que me la metas —miró el reloj—. Enseguida empezarán a venir. Mejor será que nos desnudemos y nos duchemos, debemos dar ejemplo.

Así lo hicimos pero nuestra ropa no fue a las bolsas, sino a su habitación. Nos duchamos juntos y nos la mamamos durante un rato y justo mientras nos secábamos sonó el timbre de la puerta. Marco fue a abrir y yo me quedé en el cuarto de baño. Escuché varias voces y reconozco que me puse algo nervioso. Si bien estar desnudo me gusta, como bien sabes, no sabía que me deparaba aquellos primeros instantes. Me miré en el espejo, sonreí y me dije: «Te vas a divertir, lo sé, así que relájate». Uno de los chicos, ya desnudo entró en el baño. Me miró, sonrió y se fue directo a la ducha con una toalla. Se presentó mientras se duchaba.

—¿Tu eres la novedad de Marco?

—Sí —le contesté.

—Yo soy amigo de él desde hace casi un año. Te lo vas a pasar bien, te lo aseguro y con ese cuerpo que tienes, vas a causar sensación.

—¿Eres versátil?

—Lo soy, ¿tu?

—También. Genial, nos follaremos los dos —se acercó y me tocó el rabo.

—Quiero ver cómo crece —se arrodilló y me la mamó, al instante se puso dura—. Sí señor, un buen rabo para mi culo. Quiero que seas el primero en metérmela —se levantó y me besó—, así que no te alejes mucho de mí.

Volvimos al salón y Marco me presentó a los otros cinco chicos que habían llegado. Debo de reconocer que al menos aquellos seis primeros ejemplares estaban muy bien. Tres de ellos eran, como decirlo, tripareja —se rió— eran tres en la relación y claro, cada uno trajo a su novedad. Dos de ellos se pusieron a bailar mientras Marco se morreaba con uno de ellos. La fiesta había comenzado y aquel primer chico se acercó y me tocó de nuevo. Me decidí y lo abracé comiéndole la boca, se excitó y en pocos segundos nos encontrábamos en uno de aquellos colchones en el suelo devorando nuestros cuerpos. Uno de los que bailaba nos miró.

—Pronto empezáis vosotros.

Mi compañero de faena sacó mi rabo de su boca y le miró.

—Este macho lo pruebo el primero, que luego hay mucha loba suelta —y volvió de nuevo a comerme la polla.

El timbre sonaba en aquellos instantes constantemente.

El chico y yo dejamos de jugar y nos quedamos sentados mientras comenzaba el desfile de carne en el salón. En poco más de media hora, más de treinta tíos estábamos reunidos en pelotas en aquel salón. Unos bailando, otro rozándose, otros hablando y algunos metidos en faena como mi compañero y yo.

—Me encanta tu polla —comentó.

Le giré poniéndole boca arriba y yo me tumbé encima de él ofreciéndole mi culo. Acarició mis nalgas, las abrió, metió la lengua y… Era un experto comedor de culos. Tenía una lengua grande y la sabía usar hasta el punto que me volvió loco. Me olvidé del resto de gente. Aquello era una orgía, pero yo estaba muy a gusto con aquel tío, para qué buscar más, ya habría tiempo el resto de la noche y por lo que intuí, mi compañero tampoco deseaba más. Cambiábamos de postura, uníamos nuestros cuerpos, con las pollas muy duras la una con la otra mientras nos comíamos la boca. Me miró y sonrió.

—Coge un condón y fóllame.

—¿Ahora? —le pregunté mientras mis ojos contemplaron que algunos ya lo estaban haciendo. Cogí un condón y me senté en su polla mientras me lo colocaba. Tenía un rabo normal, con el glande ligeramente tapado por la piel, pero en el momento de ponerse bravo, su enorme capullo quedaba al descubierto. Le levanté las piernas, le atraje hacia mí y le penetré poco a poco.

—Sí tío. Eso es… Métela así, que rabo más bueno.

Dos chicos se acercaron a nosotros, uno le metió la polla en la boca a mi compañero y el otro me ofreció la suya. La tomé con una de las manos y se la mamé. La tenía muy dura y se colocó un condón, se puso por detrás de mí, me comió el cuello y me preguntó si podía follarme. Le dije que sí y me la metió. Seguía muy bien mi ritmo y me sentí genial en medio de aquellos dos tíos.

—Estás muy bueno tío —me dijo mientras dejándola quieta dentro de mí me abrazaba y comía la oreja—. Tienes un culo delicioso —se separó y agarrándome fuerte por la cintura comenzó a galopar dentro de mí.

—Dale lo fuerte que quieras, mi culo aguanta todo lo que le des —aquellas palabras le pusieron muy bruto y el tío me tumbó sobre mi otro compañero y galopó con fuerza hasta que se corrió. Se dejó caer sobre mí empapado de sudor—. Ahora te toca a ti. Veamos como galopas.

A quien estaba penetrando me miró, me cogió la cara con las dos manos y me besó.

—Follatelo bien, es puro vicio, yo te follaré a ti y seguiré tu ritmo. Sentí liberado mi culo de la polla del otro y saqué la mía. Me dio un condón y lo cambié. Tiró los usados a la papelera y volvimos al colchón. El chaval se puso a cuatro patas, le abrí las piernas y toqué su ano, estaba húmedo. Mientras, el otro me acariciaba el pecho pegado a mi espalda.

—Quiero ver como se la metes —me susurró al oído—. Hazlo de golpe —le miré—. Hazme caso, métesela de golpe.

Situé mi glande en el ano, le agarré de la cintura y se la metí hasta el fondo. El chaval gritó, me miró y sonrió. Le penetré con todas las fuerzas que puede y el otro hizo lo mismo en mi culo. En uno de aquellos momentos me abrazó:

—Me gustaría que nos corriésemos los dos a la vez y quiero echarte mi leche por toda tu espalda. Volvimos a penetrar con fuerza, sin descanso. Sentí que mi torso se humedecía y de la frente caían las primeras gotas de sudor. Aquel culo era toda una gozada galoparlo de esa forma. Tenía unas nalgas prietas y duras, redondeadas y voluminosas y un ano tan caliente que pensé que sería capaz de derretir el látex. Sentí que sacaba la polla de mi culo y eso significaba que estaba a punto de llegar al orgasmo y aceleré. El chico ya no decía nada, sólo resoplaba y me corrí lanzando un aullido que no era habitual en mí.

—Ya me conoces, soy muy silencioso —asentí con la cabeza y no le interrumpí, me estaba poniendo muy caliente—. Bueno, me desplomé sobre él y sentí el calor de la leche del otro chico caer por toda la espalda. Su leche era abundante y parecía no tener final. Le apodé aquella noche la regadera. Extendió toda la leche por mi espalda y me abrazó.

—¿Nos duchamos juntos? —me susurró al oído.

El otro había desaparecido del colchón buscando más diversión. Yo me tumbé boca arriba y el chico se tumbó encima de mí.

—Sé que esto es una orgía, pero a mí me gusta estar contigo.

—No hay problema. Tú también me gustas.

—Duchémonos juntos y follemos en la ducha.

Se levantó y me ayudó a incorporarme, cogió unos condones y nos fuimos al baño.

—Eres muy sensual, tío —me dijo—. Tu piel me pone muy cachondo.

—¿Sólo mi piel? —le pregunté mientras cogía el bote de gel y le ofrecía mi culo.

—Eres un vicioso. Te diré algo. Te gustará que te follen, pero tú lo haces muy bien y quiero sentirte dentro más veces.

—Las que tú quieras. Sí. Me vuelve loco que me metan una buena polla o mejor, que sepan usarla bien. El tamaño en ocasiones no importa, pero un buen culo, me saca de mis casillas.

—¿Te gusta el mío?

—¿Crees qué estaríamos aquí, con todos los machos que están en el salón, si no me gustara lo que tengo delante y como lo usas?

Me abrazó y me comió la boca. Froté su espalda con gel y él hizo lo mismo sin despegar nuestros cuerpos. Nuestras pollas ya estaban otra vez pidiendo guerra, pero las dejamos a su aire. Nos enjabonamos todo el cuerpo el uno al otro. Al agacharse para pasar el gel por mis piernas metió mi polla en su boca y me la mamó durante unos instantes antes de enjabonarla. Yo hice lo mismo. Existía buena química entre los dos y la aprovechamos. Tomé la ducha en las manos y le aclaré todo el cuerpo y luego él hizo lo mismo. La volvimos a colocar en su sitio y me ofreció un condón. Miré a mi polla y luego a él.

—Está bien, te lo pondré con la boca.

Se agachó y me lo puso con la boca. Se incorporó, subió una pierna al borde de la bañera y se la metí de golpe. Decidí follarle a saco, primero para saber su aguante y segundo, sabía que eso le calentaría y él haría lo mismo conmigo, como así sucedió. Nos limpiamos bien y nos secamos. Yo con la toalla que me prestó Marco y él con la suya.

—Si te parece, me apetece buscar un par de machos y follarlos a la vez los dos, pero nuestra leche les tiene que empapar la espalda.

—Yo no soy tan lefero como tú.

—Me da igual, quiero ver como explota esa polla.

—Vamos vicioso —le agarré de la polla—, sigamos follando.

Me sonrió y agarró mi polla.

—Entremos así en el salón.

—Me gustas cabrón, ¿de dónde eres? Tienes cierto acento.

—Portugués.

—Ya decía yo. Bueno vecino, demostremos de que somos capaces los peninsulares.

—¿Español? —me sonrió—. Normal que seas tan caliente.

Entramos en el salón y nos quedamos mirando aquel paisaje de carne. Nadie estaba en pequeños grupos, ni en parejas. Todo el mundo estaba unido en el centro. Unos encima de otros. Rodeándose por todos los sitios, con sus pollas en las bocas y culos de los demás, pero ninguna libre. Un chico nos sonrió y movió su culo, al lado mismo otro estaba también en pompa comiendo el rabo a otro. Nos miramos y nos colocamos un condón cada uno. Nos arrodillamos y contamos en silencio. Uno, dos y tres y las dos pollas entraron hasta el final. No se inmutaron y empezamos a penetrarles despacio.

Paulo resultó ser muy divertido y juguetón. Lo descubrí mientas penetrábamos a aquellos dos chicos. Empezaba a poner posturitas: colocando los brazos en cruz, detrás de la nuca mientras meneaba la cadera, con una mano en una nalga y la otra haciendo el rodeo… Y yo le imitaba. Luego, después de un buen rato me sugirió galopar con fuerza y lo hicimos como dos jinetes sobre sus caballos. Yo tenía más aguante que él a la hora de eyacular y él lo sabía con lo que me avisó con tiempo suficiente para que yo acelerase más y juntos sacar las pollas de los culos, quitarnos el condón y llenar aquellas espaldas de nuestro líquido blanco y caliente. Fue la primera vez que probé mi semen, cuando el comenzó a lamer el suyo de aquella espalda y yo hice lo mismo. No me resultó desagradable, todo lo contrario, resultó muy dulce. Nos pusimos de pie, nos abrazamos y le besé. Nuestros rabos húmedos jugaron durante un rato, flácidos entre ellos y aquellos dos chicos se levantaron, nos abrazaron por detrás y jugaron al mismo juego que nosotros habíamos emprendido momentos antes con ellos. Nos penetraron sin separarse de nosotros y nos vimos allí envueltos y rodeados por dos machos. Sentí la polla de Paulo crecer y la mía. Ellas mismas buscaron una posición para no molestarse y nosotros seguimos comiéndonos la boca, mientras terminaron de penetrarnos.

—¿Otra ducha?

—Tengo una idea mejor. ¿Qué te parece si llenamos la bañera con espuma y mientras nos revolcamos entre todos estos y les pedimos que se corran encima de nosotros? Luego nos vamos, nos metemos en la bañera y la disfrutamos tú y yo tranquilamente.

—¡Sí! Gran idea.

Fuimos al baño y preparamos todo, dejamos el grifo cayendo el agua suficiente para que nos diera tiempo de un buen revolcón y no se saliera el agua por fuera. Corrimos hacia el salón y nos metimos entre todos. Nos comimos varios rabos, nos follaron y follamos y Paulo gritó:

—¡Queremos leche encima de nosotros!

Varios tíos se incorporaron y se pusieron a masturbarse, les ayudábamos con caricias, tocándoles los huevos e incluso comiéndoselos a algunos de ellos y empezó a caer la lluvia blanca sobre nuestros cuerpos. Paulo y yo sonreíamos mientras nos morreábamos. Nos revolcamos el uno encima del otro juntando la leche de todos aquellos machos.

—A la bañera —le susurré al oído.

Nos levantamos, entramos en el baño entre risas, cerramos por dentro y nos metimos en la bañera.

—Me lo estoy pasando muy bien contigo —comentó.

—Yo también. Eres un tío, como se dice en España, de puta madre.

—Conozco vuestras expresiones. Paso siempre mis vacaciones en Andalucía.

—Yo soy de Granada.

—¡Qué bonita es Granada! Me enamoró, pero no tanto como tú —le miré sorprendido—. Disculpa, lo he dicho mal. He querido decir que tú eres más bonito que Granada, no que esté enamorado de ti —se rió a carcajadas mientras me lanzaba una gran cantidad de espuma a la cara.

—Eres muy especial tío, me alegro de haberte conocido.

—Y lo que nos queda.

—Me da pena que se termine la orgía…

—No. Lo que nos queda a ti y a mí. Me gustaría que nuestra amistad continuase.

—Por mí perfecto.

—¿Dónde vives?

—En una residencia. Estoy aquí por trabajo y no sé cuando tendré que regresar.

—¿Por qué no te vienes a vivir conmigo? Nada de compromisos, cada uno a lo suyo, si nos apetece follar, follamos. Si cada uno quiere salir por su lado, lo mismo. Pero me gustaría tenerte como compañero. Vivir sólo es un aburrimiento.

—Te tomo la palabra. Te pagaré a ti lo que pago a la residencia.

—A mí no me tienes que pagar nada. El piso es de la empresa y no tengo gastos —sonreí y no le dije nada—. ¿Por qué sonríes de esa manera? Me gusta verte sonreír.

—Hace un par de días estaba agobiado, no conocía a nadie aquí salvo a algunos de la residencia y la verdad que no he pasado de conversaciones típicas y ahora… Ahora me encuentro contigo.

—Yo soy muy natural, ya me ves. Soy así. Un poco payaso, muy vicioso, pero también serio cuando hay que serlo.

—Sí, somos muy parecidos.

—¿Follamos? —me tocó la polla con el pie.

—No me apetece, la verdad que ahora me gustaría salir de esta bañera, secarme e irme a casa, desnudarme y meterme en la cama con alguien como tú —le miré—. Pero sin follar y al despertarnos…

—Echar un buen polvo matutino. Esos son los mejores.

—Sí.

—Pues hagámoslo —se levantó y la espuma le cubría todo el cuerpo—. Salgamos sin que nadie se entere y nos vamos a mi casa. O mejor, vamos a la residencia donde estás, lo recoges todo y ya te quedas a vivir conmigo. Yo vivo en pleno centro.

—Pues yo trabajo en el centro —me levanté y le quité algo de la espuma que tenía por el cuerpo, él hizo lo mismo y después de algunas caricias nos aclaramos y secamos—. Avisaré a Marco, espero que no le importe.

Marco abandonó la orgía por unos instantes para entregar la bolsa a Paulo. Yo estaba vistiéndome en la habitación y entró.

—¿Te parece bonito? —me preguntó con cara de enfadado.

—Perdona, es qué… —intenté disculparme y su semblante cambió sonriendo.

—Me di cuenta desde el primer momento. Paulo es un gran amigo y una persona increíble.

—Dejo la residencia, me voy a vivir con él.

—¿Cómo? —me miró sorprendido.

—Sí. Le he ofrecido quedarse en mi casa —intervino Paulo entrando en la habitación—. Nos hemos caído muy bien y quiero que nos conozcamos mejor. Los dos estamos solos.

—Me alegro por los dos, pero espero veros a menudo y en la próxima fiesta.

—Querido Marco —le abrazó—. Tú eres uno de mis mejores amigos. Andrés y yo viviremos como amigos, eso sí, con derecho a roce cuando nos apetezca a los dos.

—Que será siempre —le interrumpió.

—Bueno, pero lo tenemos muy claro. Además él algún día se volverá a España y yo no quiero un novio tan lejos.

—Si ya estáis vestidos, os abriré despacio, no quiero alertar al resto de la jauría.

—La manada ni se va a enterar de nuestra falta. Como siempre ha sido un placer venir a una de tus fiestas. Te lo montas muy bien y esta vez mejor que nunca —me besó en los labios—. Tu novedad ha sido la mejor.

—Lo sabía, pero te la llevas tú. —Besé a Marco— al menos yo, quiero volver a sentir tu piel.

—La sentirás amigo, la sentirás. Largo de mi casa, que me estoy quedando frío.

—Fin de la historia —y Andrés me miró esperando mi reacción.

—Es curioso. Yo descubrí un gran amigo en aquella fiesta de cuero y tú en la orgía.

—Sí. La gente en ocasiones se equivoca. Es cierto que en fiestas como la tuya o una orgía, como la que yo asistí, se va a follar a saco y ese es el objetivo principal. Mucho morbo, mucha carne, calor humano y sexo hasta el límite, pero también suelen surgir conversaciones y amistades.

—Tal vez es la poca información y la que se tiene, cuando no hay experiencia en esos campos, está desvirtuada por imágenes en revistas o películas.

—Sí, por eso yo nunca me he cerrado a nada.

—Es igual que la situación en la que estamos tú y yo ahora. Dos tíos en pelotas encima de una cama, hablando de sexo. Mucha gente pensaría, que lo que buscan es calentarse el uno al otro y luego follar como animales, en cambio, yo me siento feliz tal y como estoy ahora. Sin deseo de sexo —encendí otro cigarrillo—. ¿Qué pasó con Paulo?

—Nos hicimos grandes amigos como te puedes imaginar. Estábamos compenetrados al máximo. Los meses que viví en su casa están aún muy vivos dentro de mí. Resultaba tierno, seductor, romántico, juguetón, divertido. Se parecía mucho a ti, tal vez por ese motivo, he conectado más directamente contigo.

—Vamos, que soy la sombra de tu amor portugués.

—No, no me entiendas mal.

—Es lo que has sugerido.

—No. Como se suele decir, «no hay palabra mal dicha, sino mal interpretada». Él era él y tú eres tú. Él aportó a mi vida mucho y espero que tú lo hagas desde ahora hasta el fin de nuestras vidas. Siempre he sabido lo que buscaba en la vida: Un hombre que mantenga despierto el niño que llevo dentro y caliente al hombre que soy.

—Vale. Por esta vez te libras. Continúa.

—Pues eso. Compartíamos las mismas cosas. Por las mañanas nos levantábamos pronto, porque a él le gustaba el deporte y me contagió aquella afición de correr. Así que ya me ves en pantalón corto y camiseta corriendo por Green Park.

—Estarías muy sexy. Tienes buenas piernas para lucir.

—¡Tendrás quejas del resto!

—No seas tan susceptible. Lo he dicho por los pantalones cortos.

—Pasábamos aproximadamente una hora corriendo y regresábamos a casa. Nos dábamos una buena ducha y desayunábamos. En la puerta de la calle nos despedíamos. Cada uno a su trabajo y a la vuelta, a diario, de lunes a jueves no salíamos más que a dar un paseo o a comprar algo que se nos había olvidado. Tenía muy buena mano para la cocina, disfrutaba preparando todo tipo de platos y si no hubiera sido por aquellas carreras matutinas, hubiera engordado como un cerdo. Cenábamos siempre en la cama, desnudos y viendo alguna película o hablando tranquilamente.

—¿Cenabais en la cama?

—Sí. Paulo tenía una de esas mesas que se adaptan a las camas para los enfermos. Muy pocas veces, cuando estábamos en casa, comíamos, cenábamos o desayunábamos, en la mesa del comedor. Preferíamos desnudarnos, meternos en la cama y allí descansar tranquilamente. El me descubrió el Londres que los turistas no conocen y nos gustaba pasear por los parques, creo que los conocí todos, al menos los más importantes. Londres tiene un clima templado y lluvioso y, sin duda, la mejor estación es el verano. Con su coche recorríamos toda la ciudad de un lado a otro y nos deteníamos en aquellos en los que me deseaba mostrar algo interesante.

—Así que te robó el trabajo.

—No, todo lo contrario. Cuando salía como guía, siempre el recorrido era el mismo. Resultaba igual de pesado y monótono, pero desde que Paulo me enseñara otros sitios, me permitía la licencia de llevarlos también a esos lugares. Los turistas me lo agradecían y el bolsillo también. Las propinas eran muy generosas. En la agencia me preguntaban cómo podía conocer esos lugares y les decía que por la noche estudiaba la historia de Londres en Internet.

—¡Qué cabrón!

—Pues sí. Todos salíamos ganando.

—¿Alguna vez algún turista te pidió información de lugares gays?

—Constantemente y en algunas ocasiones Paulo y yo les acompañábamos, al igual que terminábamos follando en la casa de Paulo, con aquellos que más nos gustaban.

—El guía resultaba ser un semental.

—Ya te lo he demostrado y eso que aún no has probado mi rabo.

—¿Es una insinuación?

No me contestó, cogió otro cigarrillo, lo encendió, me lo ofreció y él prendió otro. Miré hacia la ventana, la tarde empezaba a decaer. Me levanté, abrí la ventana y me asomé. Por fin había dejado de llover.

—¿Te quedas a dormir?

—Me gustaría, pero tengo que preparar cosas en casa.

—Está bien —agachó la cabeza y dejó caer la ceniza en el cenicero.

—No te pongas triste —me senté junto a él y lo abracé—. Te prometo que esta semana empaqueto todo y me vengo contigo. Hablaré con el casero y le diré que me tengo que ir, ya inventaré algo. Quiero vivir contigo, compartir nuestras vidas, como lo hiciste con Paulo.

—Será mucho mejor, Paulo y yo éramos amigos con derecho a roce, nada más. Tú eres mi chico y espero no defraudarte jamás. Te amo y quiero amarte toda mi vida. Eres…

—No lo harás, estoy más que convencido. Entre nosotros existirá siempre la complicidad, que es lo que une a dos personas. Ya ves, nos estamos contando nuestras experiencias sexuales con total naturalidad.

—Sí, es verdad —sonrió—. Tengo miedo, pero quiero intentarlo. Mi corazón está curado, pero soy un sentimental y no quiero sufrir.

—Menos mal que no soy de guardar muchas cosas, porque odio las mudanzas. Compraré unas cajas y con las maletas…

—Yo te ayudaré. Tengo un amigo que tiene una furgoneta y si no tienes muebles, en un viaje lo haremos todo.

—Nene, me voy a tener que ir —le abracé con fuerza—. Me va a costar conciliar el sueño esta noche sin sentirte a mi lado. Esa costumbre sí que no la quiero perder: abrazarte y sentirte.

—Y a mí, pero piensa que a partir del viernes ya no podrás separarte de mí.

—¡Qué miedo!

—Tiembla. No sabes lo que te espera.

—Me gustas cabrón, me divierto contigo. Las horas se pasan volando junto a ti.

—Y yo. Me tienes que contar más aventuras.

—Sí, el próximo día te hablaré de la primera vez que fisteé a un tío.

—Me gustaría más ver como lo haces.

—No es mala idea. El viernes, después de traer mis cosas, cenamos, nos duchamos y nos vamos.

—¿Vestidos de cuero?

—Sí, pero nos pondremos en pelotas. Quiero que me veas fisteando y luego follarte por última vez en público.

—¿Por qué? ¿No te gusta follarme en público?

—No nene. A ti ya no te follo, te hago el amor. Es algo muy diferente aunque te parezca igual.

—Vale, me follarás a saco en el sling.

—Ya veremos donde te follo, pero quiero que sea inolvidable.

—Ese punto morboso que tienes no quiero que lo pierdas.

—No, porque yo soy así. Ahora te tengo que abandonar.

Me levanté y cogí el pantalón vaquero y me lo puse sin gayumbos, la camisa negra y las botas. Abrí la bolsa de viaje que había traído con la ropa de cuero y metí el resto. Me detuve por unos instantes y le miré.

—Temo esa mirada —sonrió—. ¿En qué estás pensando?

—El armario de la otra habitación, ¿está vacío?

—Sí, nunca he metido nada en él.

—Quiero sentir que ya estoy aquí —cogí toda la ropa en la bolsa y me fui a la otra habitación, él me siguió y coloqué todo en las perchas y las deportivas en un lado del armario—. Ya formo parte de esta casa.

—Sí. Ya estás aquí, aunque creo que siempre lo has estado.

—Mi niño grandullón, te voy a echar de menos estos días —le besé y me despedí de él. Me abrigué y antes de salir por la puerta le volví a besar—. Pórtate bien esta semana, no me seas infiel.

—No sé que decirte, cinco días sin un macho es mucho tiempo.

Le azoté y volví a besarlo de nuevo.

—Ya tienes el macho que buscabas, y no serán cinco días, pues el viernes dormiremos juntos.

Bajé en el ascensor con una sensación de abandono. Como si algo me faltara y en realidad así era. Me faltaba él: su mirada, su aliento, su olor, su piel, su forma de hablar y de escuchar. Hacía unos segundos que lo había dejado en su casa y ya lo echaba de menos. Parezco un estúpido, un quinceañero que se vuelve loco cuando siente su primer amor. En realidad, era la primera persona que me decía te amo con sinceridad, que me demostraba que me quería, que hablábamos sin tapujos y no nos ocultábamos las vivencias del pasado, todo lo contrario, deseábamos conocerlas, disfrutarlas juntos y saberlo todo el uno del otro. Sin darnos cuentas estábamos aprendiendo a descubrirnos con los recuerdos de otros tiempos. Sin miedos, porque nuestras palabras eran sinceras, salidas del corazón, sin pretensiones de molestar, sino de compartir.

Curioso destino que nos acercó una noche de fogosidad y nos separó y ahora nos vuelve a unir. Pasión por satisfacer el placer que nuestros cuerpos anhelaban, pero a la vez, la necesidad de hablar, de participar de los momentos que nos ofrecieron las horas en aquel fin de semana que ahora termina. Fin y principio. Fin de una espera añorada en el corazón y olvidada en el cerebro, para no sentir dolor y principio de un sueño que los dos deseábamos cobrase vida. Final y principio. El final de historias ordenadas en la mente y el principio de una historia por descubrir.

Ahora deambulo por las calles, sintiendo el frío en el rostro, encogido el cuerpo dentro de mis prendas, mientras minutos antes, mi desnudez era cálida y sentida. Libre y despreocupada en aquella casa, donde presentía que era la mía. Donde unas prendas aguardaban al resto el siguiente fin de semana. Una semana por delante, cinco días, veinticuatro horas cada día y sesenta minutos cada hora, me resultaban demasiados para estar alejado de él.

Rafa, estás loco, me decía a mí mismo. El hombre duro, con mirada de retador. El macho activo que no se inmutaba ni cuando estaba echando el polvo más salvaje. Él que todos veían como impenetrable, ahora estaba al descubierto, vulnerable como las hojas en otoño que caen sin remisión, como el cristal más fino entre las manos de un torpe, como… Simplemente vulnerable y el corazón latía de forma distinta y el cerebro pensaba de forma diferente.

Encendí un cigarrillo y en aquella chispa, me pareció ver la luz de sus ojos y en el primer humo desprendido, su cuerpo en movimiento, provocándome en una pista de baile imaginaria, seduciéndome como si nunca nos hubiéramos visto.

Los pasos poco a poco me llevaban al hogar, a la casa que habitaba desde que Carlos encontrara su gran amor. Esperaba que con él fuera normal, pues en aquella noche, me resultó el ser más vil del mundo. ¿Cómo se atrevió a decir aquellas palabras de alguien que no conocía? Allí fue donde verdaderamente sentí que amaba a Andrés y lo defendería siempre, porque él era mi chico. Allí comprendí que nadie ni nada le dañarían si estaba en mi mano. Allí descubrí parte de mis sentimientos y desde ese momento dejé que continuaran brotando. El abrazo de esa noche mientras regresábamos a casa, devolvió la paz y la calidez a mi cuerpo. Tan grande y fuerte, se arropó contra mí como si fuera un niño. Un niño grande con el deseo de sentirse querido y yo con el ansia de quererlo.

Por fin llegue al portal, abrí y entré en su interior, sentí el calor provocado por las calefacciones y tras subir aquellos dos pisos en el ascensor abrí la puerta, encendí la luz y me sentí en la soledad de aquellas paredes que consideraba hogar. No, mi verdadero hogar estaba a unas calles de aquí, junto a él.

No deseaba pensar más, necesitaba dormir para olvidar al menos por un tiempo, el desasosiego que albergaba en el interior. La inquietud que me desconcertaba, la tristeza que me producía estar lejos de él. ¿Dónde había quedado el hombre duro? Me preguntaba mientras me desnudaba en la habitación. ¿Dónde perdí su rastro? Conecté el despertador, apagué la luz y deseé dormir.