CAPÍTULO VII

Me desperté con el olor de Andrés, con el calor de su cuerpo, con el sabor de su piel. Me desperté creyendo que todo era un sueño, que no estaba allí, que él no existía, que era producto de mi imaginación. Me desperté sin abrir los ojos, pues no deseaba que aquel sueño, si era un sueño, terminara jamás. Me desperté con miedo, con miedo a ser el que fui, con mi coraza, aunque estuviese desnudo. Me desperté pensando, tras las horas de descanso, que deseaba ser feliz y que Andrés fuera real, porque le amaba y deseaba amarlo siempre, hasta que de ancianos, continuase sintiendo su olor, su sabor, su calor. Me desperté, por fin abrí los ojos, y el sueño era real. Él existía, él respiraba, él era el amor que siempre había soñado.

La luz del sol traspasó los cristales llenando la habitación de claridad. El nuevo día se abría camino para todos y en aquel caminar mis pasos debían de ser firmes. Hoy más que nunca, no podía cometer ningún fallo. Todo debía de ser medido con sumo cuidado, al igual que el cirujano usa su bisturí, el joyero talla su mejor pieza o el albañil coloca los ladrillos con firmeza para que la pared resista las inclemencias del tiempo. Hoy no me podía permitir cometer el menor descuido. Me lo debía a mí, para la estabilidad que mi cuerpo y espíritu deseaban. Se lo debía a Andrés, para que nuestro amor se forjara sin miedos, sin fantasmas, sin coacciones. Se lo debía al destino, por darme una nueva oportunidad, la deseada, la soñada, la añorada en mi corazón que cerré un día a cal y canto y sin saber el motivo real.

Dos personas me querían y una de ellas me amaba y mis sentimientos eran recíprocos. No les podía defraudar a ellos y mucho menos, a mí mismo. Lucharía un día más y deseaba salir victorioso, para que la verdad prevaleciera.

Besé el cuello de Andrés y movió la cabeza sin despegarla de la almohada. Volví a besarle y agarró la mano que se apoyaba sobre su pecho.

—Quiero que me despiertes siempre así.

—Desde mañana lo haré todos los días, te lo prometo.

—¿Hoy no vendrás a dormir?

—No. Hoy necesito estar solo. Hoy es el final para un nuevo comienzo. El final de mi pasado.

—Esta noche no deberías estar solo.

—No lo estaré. Iván me acompañará. Le he pedido que se quede esta noche conmigo.

—¿Le quieres?

—Es un gran amigo y espero que lo seáis vosotros también.

—Ya lo considero un amigo. Me cae muy bien y además no debo alejarlo de ti.

—No quiero que sea para ti un compromiso. Mi amigo no tiene porque…

—Me cae bien, parece auténtico.

—Y lo es. Ya lo descubrirás. Os parecéis mucho… Demasiado.

Se giró poniendo su cara frente a la mía.

—Pero él está más bueno que yo.

—¡Qué tonto eres! —le besé en los labios—. Nadie está más bueno que tú. Nadie es mejor que tú. Nadie es más perfecto que tú. Dios creó un molde único, de él saliste tú y luego lo rompió.

—Eres un cabrón. Hablando así me desarmas.

—Mirándote, acariciándote, sintiéndote, me inspiras esas palabras. Nunca se las he dicho a nadie y jamás las oirán otros oídos que no sean los tuyos. Quiero a Iván, sí, pero a ti te amo, te amo por encima de todas las cosas.

—Te amo.

—Lo sé y nos amaremos por toda la eternidad. Ahora tenemos que levantarnos y salir al mundo.

—Prométeme que te cuidaras. Llámame cuando todo pase. Una simple llamada perdida y sabré que todo ha ido bien.

—Te lo prometo. Confía en mí. Todo saldrá bien, estoy seguro de ello. ¿Nos duchamos juntos?

—Sí.

Nos levantamos y nos metimos bajo el chorro de la ducha. Cayó sobre nosotros humedeciendo nuestras pieles. Le enjaboné todo el cuerpo pegado siempre a él, sintiéndole en cada momento, acariciando cada parte de su ser. Él hizo lo mismo conmigo. Nos besamos y dejamos que el jabón resbalase hasta perderse por el desagüe. Nos secamos y tras vestirnos salimos a la calle. El día nos ofrecía otra mañana calurosa que agradecíamos los dos. Nos gustaba el calor. Nos despedimos y cada uno emprendió su rumbo. Yo llevaba una mochila de Andrés con todo lo necesario para el juego que me esperaba. La batería de la cámara bien cargada y todo preparado para la filmación. Me sentía pletórico e insultantemente provocador. Estaba saliendo de mí, en aquellos instantes, el Rafa activo, el deseoso de dar placer e infringir algún latigazo que otro. La coraza estaba firmemente afianzada. El macho caminaba con pie seguro sobre las baldosas de aquella calle, con la mirada al frente, retando al mal, buscando la luz. La luz que ahora me proporcionaba el gran astro y que con su energía revitalizaba todo mi ser. Miré hacia arriba y le sonreí, le agradecí que me bañara con sus dones y le solicité la ayuda necesaria para no decaer.

Entré en la cafetería un día más, el camarero me sirvió el mismo desayuno especial y a su momento, sin faltar a la cita, apareció el muy hijo de la gran puta, y que me perdone su madre, pero es que parió un miserable.

—Buenos días —saludó.

—Buenos días —le entregué la bolsa—. No mires el contenido hasta que lo tenga puesto, quiero darte una sorpresa. ¿Has traído todo lo que te pedí?

—Sí, y también unos guantes de látex, tal vez me fistees un rato.

—Por supuesto, te dejaré bien abierto el culo para todo el día.

—Te noto animado.

—Siempre me ha calentado una buena sesión y tú eres lo suficientemente perro para aguantarla.

—Hoy te permitiré que me insultes todo lo que quieras, porque es un juego, pero…

—¿He dicho algo qué no sea cierto? —le interrumpí.

—Tal vez sea un cerdo, pero soy tu jefe y tú mi chapero.

—No te equivoques, los chaperos cobran y yo no lo hago.

—Ayer me sacaste trescientos euros.

—Para satisfacer tu fantasía. No pensarás qué encima ponga dinero de mi bolsillo. Pero yo no te he cobrado nunca, así que omite esa palabra hacia mi persona.

—Eres un puto chapero y se terminó —cogió la bolsa y se dispuso a salir—. A las diez en punto te personas en mi despacho.

No contesté y continué desayunando. Antes de las diez estaba en mi puesto de trabajo, con la cámara en el bolsillo del pantalón. Agradecí su tamaño reducido, sino hubiera sido muy difícil ocultarla. Ahora miraba aquellas vitrinas que necesitaban cambios. Algunos de los objetos expuestos llevaban más de dos semanas en aquellas posiciones, así que el lunes daría un nuevo aire a todo. Algunas cajas, como me dijo la tarde anterior, reposaban contra una pared, semiocultas a los ojos de la clientela.

—Te llama el jefe a su despacho —me comentó uno de los compañeros.

—¡Qué pesado! ¿Qué querrá hoy? Últimamente no me deja ni un instante —disimulé mientras me encaminaba al despacho.

Me extrañó que lo hiciera de esa forma, no era la acordada. Debía de ser yo el que pidiera la cita a su secretaria, pero por lo visto tenía prisa o se había olvidado de aquel detalle. Estaba deseoso y tal vez algo rabioso tras las pocas palabras que tuvimos en la cafetería. Llamé. Tras su pregunta estúpida de quién era, contestar y decirme que pasara, entré.

—Cierra bien la puerta.

Me aseguré que estaba bien trancada y contemplé que mi bolsa reposaba sobre el sillón, al lado de la estantería.

—Ya sabes lo que tienes que hacer —le comenté con voz seca y autoritaria—. Entra en esa habitación, ponte tus galas de leather y espera a que te llame. A propósito, ¿tienes algún puro?

Abrió una caja y sonriendo me lo entregó.

—Empecemos la fiesta —le dije.

Se fue hacia la habitación, me asomé mientras encendía el puro, para ver que estaba concentrado en lo suyo.

—Si tú no quieres que te vea, yo tampoco.

—Está bien —me reí—. Dame el látigo.

Dejé el puro en el cenicero y el látigo sobre la mesa. Saqué la cámara, la puse en funcionamiento y la coloqué en el sitio más discreto que pude. Me desnudé y me vestí con el bóxer, el arnés y las botas militares sin atarme los cordones. Tomé varios condones. Me senté sobre el escritorio, libre de todo objeto, y dejé los condones sobre su sillón. Mi pierna izquierda estaba subida en la mesa y la otra la dejé colgando. Cogí el puro, lo encendí y miré hacia la cámara, enfocaba perfectamente hacia donde me encontraba y con la otra mano cogí el látigo.

—Entra.

Pasó al despacho. Al verme sentí la cara de asombro.

—Joder, qué bueno estás con esa ropa. Han valido la pena los trescientos euros, Me la has puesto dura.

—Lo que te voy a poner bien a gusto es otra cosa. Acércate y lámeme las botas.

Obedeció y se tumbó lamiendo la bota que se encontraba pisando la mesa. Mientras sacaba brillo a mi bota, le propiné varios latigazos en la espalda y en sus nalgas descubiertas por el suspensorio de piel. Seguí fumando sin inmutarme aunque sentí cierta excitación cuando sus manos comenzaron a acariciar la pierna y suavemente deslizarse hacia el bóxer. Cuando estaba a punto de tocarme el paquete le di un latigazo en la mano, estiré la pierna y subí la otra. De nuevo lamió la bota que le ofrecí y seguí con los latigazos. El juego se prolongó unos minutos hasta que me tumbé sobre la mesa. Dejó la bota y recorrió con su lengua y sus manos las piernas hasta llegar al paquete. Lo acarició y lamió la piel. Sintió que la tenía muy dura y poco a poco abrió la cremallera. La polla salió como un resorte y la comió como el hambriento que llevaba más de un mes sin llevarse nada a la boca. Me hizo suspirar y le propiné varios latigazos mientras seguía mamando hasta que estaba a punto de eyacular. Me incorporé, me puse de rodillas sobre la mesa y le empapé la cara. Deseaba que se viera bien en la película, como me corría en su cara y luego se la llevaba a la boca todavía goteando.

—Me tienes muy bruto.

—Pásame un condón, te voy a penetrar.

Me lo entregó y lo coloqué. Luego le situé apoyado contra la mesa de forma que la cámara captara como entraba todo el rabo dentro de su culo. Se lo humedecí y la metí de golpe, hasta que mi pubis tocara sus firmes nalgas.

—¡Hijo de puta! —gritó mientras se mordía la mano.

—Esto es lo que buscabas, no me digas que no. Lo deseabas, lo estabas soñando desde ayer.

Le insulté mientras le follaba a saco. La sacaba entera y la metía de nuevo de golpe. Sus nalgas se contraían y aullaba mientras seguía mordiéndose la mano. Cuando estuve a punto de nuevo, sintiendo como el sudor resbalaba por todo mi cuerpo y se mezclaba con la piel de mi arnés, la saqué de golpe, me quité el condón y le obligué a darse la vuelta. Abrió la boca y solté todo mi semen a su interior, se la metí y la lamió.

—Déjala bien limpia cabrón. Que mi capullo brille.

La lamió. Le subí agarrándole por los pelos y le tumbé boca arriba en la mesa. Le abrí bien las piernas y le dejé en esa posición mientras buscaba los guantes de látex que se había dejado en la otra habitación.

—No te muevas. Si noto que lo has hecho, se terminó el juego.

Sus botas pisaban el borde de la mesa, su ano estaba en el centro del enfoque de la cámara y su cuerpo completamente descansando sobre la madera de la mesa. Salí con los guantes de látex puestos y el lubricante. Unté bien los guantes y le apliqué cierta cantidad en el ano. Introduje poco a poco los dedos y el ano se abrió libremente. Comencé a jugar con las dos manos y sentí sus suspiros, sus lamentos de placer. Estaba muy excitado. Pocas veces había visto, fisteando a un tío, que la tuviese dura. Éste cabrón podía partir una nuez con ella, de lo dura que la tenía. Después de jugar un buen rato, me aparté hacia un lado. Deseaba que la cámara captara como entraba todo el puño en aquel culo y así lo hice. Entró hasta mi muñeca y me detuve. Toqué su polla y al instante escupió su leche.

—Te gusta, ¿eh? Eres un buen perro.

—Me tienes muy cachondo tío. Sigue fisteando. Mete más adentro el puño.

Así lo hice y cuando lo creí oportuno, comencé a bombear mi puño dentro de su culo. Su cuerpo se contorsionaba, sus piernas temblaban y volví a notar como su rabo se volvía a poner duro. Mi polla por el contrario se quedó flácida. Siempre me ocurría cuando fisteaba. Consideré que aquel momento debía terminar y saqué el puño. Su ano ofrecía ahora una apertura considerable y me separé. Aquel plano, con su agujero bien abierto, merecía una buena toma.

—Voy a quitarme el guante. No te muevas y relájate, cuando se cierre tu ano un poco, te volveré a follar a saco.

Comprobé en la otra habitación que había traído un rollo de papel de cocina. Cogí una buena cantidad y me quité el guante. Luego lo llevé hasta la mesa y le limpié el culo del lubricante. Cogí el látigo y le infringí varios latigazos con fuerza en sus nalgas y piernas. Suspiraba, me pedía más y yo continuaba insultándole. El dominio que tenía de su esfínter era total, en pocos segundos lo tenía completamente cerrado y listo para otra embestida. Tomé de nuevo otro condón y le mandé subirse a la mesa a cuatro patas y en aquella posición le estuve follando durante largo tiempo. Luego le tumbé sin sacarla y seguí follándolo, con mis manos a los lados de su cuerpo y tocando exclusivamente mi vientre sus nalgas, cuando la polla estaba bien dentro. La saqué y le mandé ponerse de pie, frente a la cámara, mientras se la metía de nuevo.

Le masturbé mientras le seguí follando. Sentí que se corría y aceleré mis embestidas. Noté como su leche salpicaba el suelo y me excitó al máximo.

—¿Quieres mi leche en tu boca, cabrón?

—Sí, la quiero.

—¡Pídemelo, hijo de puta!

—Quiero tu leche en mi boca. Quiero tu leche en mi boca —me rogó por dos veces.

La saqué, le giré y le regué de nuevo su boca.

—Aquí la tienes mala puta —apoyé mis manos contra la mesa mientras él la limpiaba en su totalidad.

—¿Quieres más? —le pregunté mientras me recuperaba y veía que mi rabo seguía duro.

—Me gustaría que me volvieras a follar. Me gusta sentir tu rabo dentro —se levantó y acarició mi torso—. Te deseo y nunca te dejaré escapar.

—Este juego tiene que terminar. Necesito mi libertad. Necesito que me dejes continuar con mi vida.

—No. Sabes que eso no sucederá. El día que te niegues, estarás en la calle.

—¿Serías capaz de despedirme sino continúo accediendo a tus fantasías sexuales?

—Sabes que sí. Soy capaz de eso y de mucho más. De que no trabajes en ningún comercio de esta ciudad. Te lo juro —contestó con ojos de vicio y voz de déspota.

—¿Cómo conseguirías eso?

—Muy sencillo, te acusaría de haber robado. Tengo una copia de la llave de tu taquilla.

—Eres un miserable. ¿No tienes bastante con tus sesiones de sexo de fin de semana?

—No. Ninguno folla como tú. Serás mío hasta que yo lo decida. No hablemos más. Fóllame otra vez. Quiero dejar tus huevos secos.

—Está bien. Túmbate en la mesa, te follaré como a una perra. Aunque en realidad, estoy insultando a la raza canina.

Se tumbó boca arriba, cogí un nuevo condón, le abrí las piernas y le penetré con fuerza. Le miraba con cara de asco, de desprecio, de odio. Aquel miserable estaba dispuesto a no dejarme nunca. Me acosaría toda la vida, si en sus manos estaba. Sólo deseaba que la grabación fuera lo suficientemente buena para pararle los pies y que hubiese recogido la conversación. Seguí follándolo mientras pensaba en Andrés, que esperaba con ansiedad mi llamada para saber que todo había pasado, que estaríamos siempre unidos y que nada nos separaría. Pensé en los buenos momentos vividos con Iván. El si era un hombre de verdad. Los dos lo eran. Auténticos y reales. Seguí follando, deseando terminar y refugiarme en mi amigo y mi amor. Sentí por unos momentos el calor de los dos rodeándome y protegiéndome. Seguí follándolo hasta que sentí que terminaba, la saqué de golpe, me quité el condón y le regué todo el cuerpo, me acerqué hasta su cara, con las piernas entre su cuerpo y se la metí de nuevo en la boca. La lamió y relamió y cuando ya me sentía aliviado me bajé de la mesa. Allí lo dejé tumbado mientras me limpiaba con el papel de cocina. Allí se quedó, mirando hacia la ventana, mientras me cambiaba de ropa. Allí se quedó, sin decir nada, mientras tomaba la cámara y la metía de nuevo en mi bolsillo. Allí se quedó, mientras abrí la puerta y la cerré detrás de mí.

Volví a mi puesto y en aquel momento tuve ganas de vomitar. Uno de mis compañeros me vio la palidez y el sudor frío que comenzó a brotar por todo mi rostro.

—¿Te encuentras bien?

—No. Tengo ganas de vomitar —le contesté saliendo como un obús hacia el cuarto de baño.

Vomité todo el desayuno, mi cuerpo temblaba y sudaba a raudales empapando la camisa. Me aseé en el lavabo y al mirarme en el espejo mi rostro estaba pálido como el de un muerto. El estrés y la presión habían estallado por fin. Mi organismo se había revelado contra lo vivido aquellos días. Es difícil describir lo que es sentirse acosado, de la forma que sea. Si bien me había excitado en algunos momentos, era por la causa y el efecto, pero no por deseo voluntario.

No deseaba volver a tocar aquel cuerpo, que en la medida que pude no toqué. No deseaba volver a penetrar aquel culo, que para mí significaba la opresión, la castración, la falta de libertad que precisaba tener para poder compartir con quienes quería de verdad. No deseaba volver a entrar en aquel despacho a no ser por trámites meramente laborales. Me asqueaba aquel lugar, odiaba a aquel ser. Necesitaba alejarme de él cuanto antes.

Uno de mis compañeros entró en el baño mientras me echaba agua a la cara.

—¿Te encuentras mejor?

—No. Creo que voy a pedir el resto del día libre.

—Robert ha salido de su despacho y ha preguntado por ti. Le hemos dicho que te encontrabas mal y estabas en el baño y me ha mandado venir a ver cómo estás.

—Necesito salir de aquí, me siento mal —me mareé perdiendo el equilibrio y mi compañero me cogió para que no me cayese al suelo desplomado. Me dejó sentado y salió corriendo. Al poco rato entraron la secretaria y Robert.

—¿Qué te pasa chico? —me preguntó la secretaria mientras me tocaba la frente—. Creo que tienes fiebre —se levantó y empapó varias toallas de papel que sacó del recipiente colgado en la pared y me las aplicó en la frente.

—Me siento muy raro. Necesito salir.

—Tómate el resto del día libre y vete al médico. Tal vez estés cogiendo gripe —comentó Robert fríamente.

—No es gripe, simplemente me encuentro mal —me ayudaron a levantarme del suelo.

—Estás muy pálido —intervino la secretaria—. Es posible que sea algo que cenaras anoche.

—No lo sé —miré a Robert—. Si me da el resto del día libre, lo quiero por escrito.

—Marta —se dirigió a su secretaría—, prepara un justificante para que se quede más tranquilo y mientras vete a cambiarte de ropa.

Salimos del baño, mis compañeros me miraban mientras me dirigía al vestuario con paso lento. Entré y me cambié de ropa. Coloqué la cámara en el bolsillo interior de la cazadora. Pasé por la mesa de Marta y me entregó la nota. Salí, bajé en el ascensor y ya en la calle, muy cerca de la puerta, me esperaba Robert con mi mochila.

—¿Qué te ha pasado?

—Es el resultado por tu acoso, por la forma de forzarme a algo que no quiero hacer. Me asquea todo esto y mi cuerpo se revela. No quiero volver a repetirlo, te lo digo muy en serio.

—Pues vete acostumbrándote, porque la próxima vez no tendrás tanta suerte como hoy.

—Tal vez la próxima vez, seas tú él que me pida perdón y me suplique.

—Estás delirando, de eso no hay la menor duda. Anda, lárgate y mañana te quiero como nuevo. Lo de hoy lo repetiremos.

No le dije nada, cogí mi mochila y me la puse a la espalda. Le miré con desprecio y comencé a caminar. No sabía dónde dirigirme en aquellos momentos. El calor del sol alivió mi tensión y recuperé el calor de mi cuerpo. Por unos instantes me había quedado helado, allí, en aquel cuarto de baño, donde pensé morir. Me faltó todo, el aliento, la energía, la vida. Me sentí perdido y abatido.

Llegué a una plaza y me senté en uno de sus bancos, saqué el móvil y llamé a Andrés.

—Hola nene… Ya ha pasado todo… No, estoy en la calle, sentado en un banco… No, no me ha despedido, cuando todo terminó… Mejor te lo cuento cuando nos veamos. Puedo pasar por tu trabajo y me dejas las llaves para…. Perfecto, voy para allá.

Tomé el metro. En aquel paseo me había alejado bastante y no me apetecía volver andando. Dentro de aquel vagón contemplé la gente que lo llenaba. Pensé hasta que punto eran o no felices. Hasta que punto o no sus sueños se estaban cumpliendo o ya se habían realizado según sus expectativas. Leían libros, periódicos gratuitos, apuntes de estudios. Otros miraban a puntos desconocidos, tal vez sumidos, como yo, en recuerdos y deseos. Las puertas se abrían, unos salían y otros entraban y la vida continuaba allí abajo, en el subsuelo de la ciudad. Un músico tocó su guitarra desafinada y su voz quebrada, lastimera y cansada, suplicaba una limosna. La gente estaba ajena a su melodía. Demasiados vagabundos entraban en los vagones, demasiada gente pidiendo socorro, ya todo el mundo estaba acostumbrado y salvo dos o tres personas, nadie se conmovía.

Madrid es una gran ciudad, pero es dura. Yo me había adaptado con facilidad y ella me acogió entre sus brazos generosos. Pero sobrevivir en esta ciudad, es una lucha constante que te quiebra por momentos, aunque te alienta en otros. Te ofrece oportunidades, pero te las tienes que ganar día a día y demostrar que eres válido. ¿Sería yo válido para vivir aquí? Pensaba que sí, pero hoy, hoy me sentía abatido, hoy me sentía roto, hoy… No era yo.

Llegué a mi parada, salí deprisa como salían todos, busqué las escaleras que me llevaran al exterior y una vez fuera respiré. Miré hacia el cielo y sonreí. Sí, quiero vivir aquí, quiero sentir aquí, quiero amar aquí.

Paso a paso llegué a la puerta donde trabajaba Andrés y le hice una llamada perdida. Apareció en pocos segundos.

—¿Cómo estás? ¿Qué ha pasado? Vamos a tomar algo, he cambiado mi descanso con un compañero para estar contigo ahora.

Nos sentamos en una terraza próxima y pedimos dos cervezas. Le conté todo lo sucedido.

—¡Dios mío! Siento que estés pasando por todo esto.

—No te preocupes nene, si la grabación ha salido bien, todo se habrá terminado.

—Eso espero.

—Había pensado ir a tu casa y entretenerme colocando lo que llevamos anoche. Necesito mantenerme ocupado para poder olvidar. Luego quiero ir a casa, allí tengo el ordenador y deseo pasar la grabación de lo sucedido, preparar una copia y tenerla lista para mañana.

—¿Te encuentras mejor?

—Sí, desde que salí, me he recuperado. Lo pasé muy mal nene. Creía que…

—No lo pienses más, no merece la pena.

Tomamos la cerveza, pagamos y Andrés hizo una copia de las llaves en una ferretería que se encontraba al lado mismo.

—Estás serán tus llaves desde ahora.

—Gracia nene por todo —me abracé a él, aunque hubiera deseado besarlo, pero preferí contenerme.

Caminé en dirección a la casa, entré y las tres horas que me llevó colocar todo, me distrajo. No pensé en nada. Me despojé de mi camisa porque hacía calor y la faena resultaba agotadora. Que poco me gustan las mudanzas, pero esta vez, esperaba que fuera la última. Aquella casa me acogía entre sus paredes. Aquella casa olía a Andrés. Aquella casa esperaba que se convirtiera en mi refugio junto a él.

Cuando todo estuvo en sus perchas, en sus cajones y en sus baldas, contemplé que toda mi vida se encontraba en aquella habitación. Suspiré y sentí hambre. En realidad tenía el estómago vacío después de haber vomitado. Me duché y volví a vestirme. Salí a la calle y busqué un restaurante para comer. Pensé en Iván y lo llamé.

—Hola Iván… Estoy muy cerca de donde trabajas… ¿Has comido ya?… No, no me pasa nada, todo ha ido bien… No, no te engaño… Vale, a ti no te puedo mentir… Ha sido horrible… El polvo también, aunque lo peor vino después… No se te ocurra pedir la tarde libre… Está bien, no puedo contigo… Estoy en la cafetería. Enfrente de tu trabajo.

Apenas había terminado el primer plato, cuando se presentó muy nervioso pero sonriendo.

—¿Cómo estás? A mi sabes que no me puedes engañar. Tú voz por el teléfono era muy distinta.

Mientras comía el segundo plato se lo conté todo. En su cara se dibujó tristeza y sus ojos brillaron.

—No seas tonto, ya estoy bien. Sécate esos ojos, que me gusta ver su brillo natural.

—¡Qué cabrón! Déjame darle una paliza, a mí no me conoce y le puedo partir las piernas.

—Que animal eres —me reí.

—¿No has visto nada todavía?

—No. Tengo miedo de borrarlo por error. Estaba muy nervioso.

—Déjamela.

Se la dejé. La abrió.

—Mierda, le queda poca batería.

Se dio prisa tocando los botones y comenzó a ver las imágenes. Escuché nuestras voces. Sí, sonreí, se escuchaba bien.

—Mierda. Se terminó la batería —comentó mirándome con cara de picarón—. ¡Qué bueno estás con ese arnés!

—¿Está bien grabado?

—Se ve de puta madre. El plano es cojonudo, termina de comer y vamos a mi casa.

—Había pensado hacer una copia en mi ordenador.

—No. Tengo un programa cojonudo de fotografía y video en el mío. Haremos una obra maestra —se rió.

—Está bien —pagué y nos fuimos.

Entramos en su casa, nos despojamos de la ropa quedándonos en gayumbos. Encendió su ordenador y nos sentamos. Sacó la tarjeta de memoria de la cámara y la colocó en una de las ranuras de su PC. Hizo una copia y me entregó de nuevo la tarjeta.

—Vamos a ver el gran actor porno que estás hecho.

—No bromees.

—Me da morbo verte follando en una película —se rió mientras se acomodaba en su sillón de piel.

Contemplamos las imágines. El sonido era perfecto, en algunos momentos las voces se escuchaban más bajo pero se entendían a la perfección.

—¡Qué bueno tío! Le hiciste hablar.

—Sí. No sabía si recogería el sonido, pero se ve que es una buena cámara.

—Es cojonuda —se volvió hacia mí y me besó en la boca emocionado—. Mira —dijo señalándose el bóxer—. La tengo como una piedra. ¡Qué manera de follar cabrón!

—Como si no me conocieras.

—Pero es que yo pocas veces veo cuando me follas.

—Eso es que no me prestas atención. Sólo piensas con el culo.

—¡Qué cabrón eres! —me golpeó el pecho—. Sabes que eso no es cierto. ¡Mírate! Serías un buen actor porno.

—Si me despide, igual me lo pienso.

—He oído que se gana muy bien. Con tu cuerpo, guapo que eres, con ese pollón que gastas, que además se te pone dura al instante y aguantando tantos polvos seguidos, serías un sex symbol gay.

—Ya me lo pensaré —me reí mientras acaricié su torso.

—No me hagas eso que estoy muy caliente.

—Hagamos el amor. Lo necesito.

—¿Necesitas follar?

—No. Necesito sentir de verdad. Quiero hacer el amor contigo.

Se volvió y me miró. Acerqué su cara a la mía y le besé. Nos levantamos y nos empezamos a acariciar. Ahora si era feliz. Le abracé y dejé caer la cabeza sobre su hombro y él hizo lo mismo. Mis ojos se empañaron en lágrimas y cayeron por su espalda.

—Estás muy afectado. Tal vez no deberías mirar las imágenes.

—No es por el polvo de hoy, es por la presión que he sentido toda la semana sin saber si saldría bien o no.

—Ya ves que sí. Las voces las puedo igualar al mismo nivel y las imágenes están muy claras. Se le ve al cabrón el vicio que tiene y algunos planos son altamente pornográficos.

—Esa era la idea.

Se separó de mí.

—Hagamos un buen trabajo y luego salgamos a tomar algo. Necesitas respirar.

Nos volvimos a sentar. Abrió el programa y niveló el audio al mismo volumen. Ahora se escuchaba con total perfección la conversación. Las imágenes no se retocaron. Sacó un DVD y lo copió todo.

—Aquí tienes tu libertad.

—Eso espero.

—Y si no… Te juro que le rompo las piernas. No me lo podrás impedir, ahora que sé quién es. Te juro que va al hospital por una larga temporada.

—Al final voy a tener a un sicario como amigo.

—Por ti haría lo que fuera. Eres como un hermano para mi.

—No, no. Eso no. El incesto no está en mi repertorio. Y ya te he dicho que contigo quiero hacer el amor siempre que quieras.

—¿Te has dado cuenta? —me sonrió—. Hemos estado a punto de hacerlo y…

—Mis lágrimas lo han impedido.

—Te prefiero tener esta noche. Vistámonos y salgamos.

Ya en la calle, dando un paseo tranquilamente por Chueca, Iván tomó mi mano. Se la apreté con fuerza y como en un acto reflejo nos miramos y besamos tímidamente en los labios. Soltó mi mano.

—¿Por qué me sueltas?

—No quiero que nos vea nadie y se entere Andrés.

—No te preocupes —le tomé de nuevo de la mano—. Andrés creo que ya lo intuye y además pienso decírselo. Te quiero y no pienso tener más secretos en mi vida. Te quiero y espero que nunca lo olvides.

No dijo nada, pero en su respiración noté la emoción. Sabía que él también me quería y me hacía mucho bien el estar juntos. Nos sentamos en una de las terrazas de la plaza de Chueca. Respiré y contemplé los locales y quienes entraban y salían. A las personas que transitaban en aquellas horas, unos más tranquilos, otros con prisas. Los que se internaban y aparecían de la boca del metro, buscando sus destinos. Algunas mesas y sillas iban siendo ocupadas, por quienes deseaban descansar un rato y saciar la sed. Un vagabundo se encontraba tumbado sobre uno de los bancos de piedra con una botella de cerveza entre las manos. Alguien nos pidió un cigarrillo e Iván se lo ofreció con una sonrisa. La vida continuaba y nosotros con ella.

Después de dar un trago de su cerveza y sin haber dicho nada desde mis últimas frases, me miró:

—¿Crees que Andrés entendería lo nuestro?

—Pienso que sí. Él me conoce como soy. Sabe que le amo y que todo lo que he hecho es por nuestra felicidad, pero también sabe que te quiero a ti.

—Sería feliz pudiéndote tener de vez en cuando. Yo no puedo decir que te quiero, porque mentiría —le miré extrañado mientras respiraba profundamente—. Te amo y espero que mi sinceridad no te moleste.

—No Iván, ya lo sabía. Por eso no quiero alejarme de ti. Yo no puedo amar, por lo que esa palabra significa, a dos personas a la vez de la misma manera, pero quererte te quiero hasta la locura.

—¿Por qué resulta tan difícil todo esto?

—Porque los sentimientos son así de caprichosos.

—Entonces seremos buenos amantes —cogió su jarra de cerveza y la levantó esperando que hiciera lo mismo. Levanté la mía y las jarras se unieron al igual que nuestros labios.

—¿Qué te parece si recogemos la última maleta que me queda y el ordenador y lo llevamos a casa de Andrés? Luego podemos pasar la noche en tu casa o en la mía.

—¿Sabe Andrés que pasaremos la noche juntos?

—Sí —continuamos hablando mientras volvíamos hacia la casa—, se lo he dicho. Ya te he comentado que no quiero secretos entre nosotros, como tampoco los tendré contigo.

La conversación cambió y hablamos de la cercanía del verano y de las vacaciones. Me rondó la idea de que ese verano las pasáramos los tres juntos si coincidían en las fechas. Sería genial. Podríamos alquilar un apartamento cerca del mar y estar todo el día tirados en la playa, bronceándonos y descansando. Comiendo como cerdos y luego al atardecer, salir a correr para no engordar. Hablar y reír. Conocernos más entre los tres. Ir a bailar y sudar como animales. En definitiva, sentirnos vivos, vitales y llenos de energía. Una energía que emanara por nuestros poros. Los poros de tres cuerpos jóvenes deseosos de aprender de la vida y con la vida.

Ya en casa terminé de hacer la última maleta con la ropa que me quedaba y el ordenador. Salimos y pensé en dejar las llaves al portero, pero preferí hacerlo tal y como me sugiriese el casero: el viernes por la noche. Llegamos a la casa de Andrés. Aún no había llegado del trabajo. Coloqué la maleta en la habitación de invitados y nos fuimos.

—Andrés tiene un bonito piso.

—El tuyo también está muy bien, resulta muy cómodo. Me siento a gusto cuando estoy en tu casa.

—Me alegro.

—¿Compramos unas pizzas y las comemos en la cama desnudos viendo la tele?

—Esa es una buena sugerencia viniendo de un macho como tú. Me gusta tenerte en la cama, desnudo, disfruto mucho aunque sólo veamos una película.

—Yo también, aunque hoy no veremos una película precisamente.

—No. Ya la hemos visto —se rió.

—¡Qué cabrón! —le caneé.

—Eso duele —y golpeó mi pecho.

—A mi no —contuve el dolor.

—Ya salió el macho —me hizo una mueca—. ¡A mí no!

—Que soy qué —le cogí por la cabeza y se la llevé contra mi pecho alborotándole todo el pelo.

—No me hagas eso, no me gusta. Odio que me hagan eso en la cabeza —masculló entre dientes. No le hice caso y continué jugando con su cabeza. Me empujó contra una pared de un edificio y castigó mis costados con sus puños.

—No me haces daño mariquita. ¿No sabes golpear con más fuerza? —me golpeó con fuerza y me hizo gritar—. ¡Cabrón, eso sí ha dolido!

—Deja mi cabeza o te hago más daño.

Le dejé. Cuando se incorporó tenía todo el pelo alborotado y me reí a carcajadas. Se miró en el escaparate de al lado y se rió:

—¡Qué cabrón! Mira que pelos me has dejado. Parezco un demonio.

—Con el pelo alborotado o no, siempre estás guapo —le cogí la cara y le besé a boca abierta. La polla se me subió al instante y sentí que la de él también—. Como me pones cabrón.

—Y tú a mí. Compremos esas pizzas que tengo hambre y luego disfrutemos un buen rato.

—Sí. Compremos esas pizzas, que el postre lo pongo yo —le toqué el culo.

—¿Cuándo lo vas a probar?

—¿El qué?

—Que te penetren. Andrés es versátil, ¿no?

—Sí. No lo sé, pero seguramente lo probaré pronto. Me apetece saber que se siente y además soy de los que cree que en la pareja es muy importante la versatilidad.

—Yo también pienso como tú. Pero a mí siempre me quieren por el culo.

—Es que… —mire hacia atrás observando sus nalgas—. Tienes un culo precioso.

—Tampoco estoy mal de rabo.

—No, nada mal y además tienes una piel muy suave y blanca. Me encanta mamártela, me pasaría horas haciéndolo.

—¿Lo hacemos hoy hasta que nos corramos en nuestras bocas? Sabes que estoy sano y últimamente, desde que me hice los últimos análisis, sólo he follado contigo.

—¡¿Sólo has estado conmigo?! No me lo puedo creer.

—Pues es cierto —se detuvo y entramos en la pizzería. Pedimos dos medianas y salimos.

—Cuéntame eso.

—No me ha apetecido estar con nadie más. Me han salido ocasiones, pero…

—Eso no lo dudo —le interrumpí.

—Pero no me apetecía. No sé si me he vuelto más tranquilo sexualmente o estoy pasando por una de esas etapas de cambios. Sea lo que sea, tú eres con el único que tengo sexo.

Yo sabía que no era ninguna de las dos cosas. No le apetecía tener sexo con otros hombres porque estaba enamorado de mí y ese hecho, aunque suene a machista, me levantó el ego. Me hizo creerme importante para él, algo que necesitaba escuchar y percibir aquellos días. Días extraños donde todo se había juntado de una forma surrealista.

No soy nada machista, pero me gusta que me amen, me quieran, me deseen. Es como si me cargasen las baterías. Al principio follaba a saco porque necesitaba sentirme al menos deseado, pero poco a poco, precisaba más. El deseo ya no lo era todo, buscaba lo que otros tenían: las caricias, los roces, los abrazos y los besos fugaces en los labios. Busco lo mismo que quiero dar. Necesito entregar y dar amor, no sólo sexo. El sexo al final cansa, pero el amor siempre es un descubrimiento constante y evoluciona mientras los dos crecen en todos los sentidos de sus vidas.

Hemos nacido para ser amados y compartir ese amor. ¿Por qué entonces nos negamos a ello, cuando nos hace tanto bien? Ahora amo y quiero y no permitiré que me despojen de ello. No. He llegado hasta aquí luchando y continuaré haciéndolo por lo que tengo, para que nadie me lo arrebate. No soy machista, pero de mí sale el animal protector, que destrozaría por defender a los suyos.

—Vuelve de donde estés —me comento Iván—. Ya hemos llegado a casa.

—Disculpa, me puse a pensar y…

—Ya me he dado cuenta. Cuando entres en casa no quiero que…

—Cuando entre en casa, me desnudaré y seré libre.

—Eso espero. El día ha sido muy largo pero ya el sol se ha puesto. Es tiempo de descansar y disfrutar.

Entramos en la casa. El calor me rodeó y me sentí aliviado. Sí, al igual que ocurría en la casa de Andrés, aquí me encontraba bien, me sentía arropado y protegido de cualquier sufrimiento inútil. Nos quitamos las chaquetas y las colgamos en el perchero. Me fui directo a la habitación y me desnudé, Iván hizo lo mismo. Estiré los brazos y le miré sonriendo:

—Ahora sí que me encuentro bien. Aquí nada de lo que sucede ahí fuera, puede alterarme.

Me abrazó y le besé. Acaricié su piel centímetro a centímetro hasta que mis manos se posaron en sus nalgas. Él me acarició de la misma manera y nuestras pollas se alegraron. Le tumbé en la cama y recorrí todo su cuerpo con mis labios y mi lengua. Al llegar a su rabo lo levanté y lamí sus huevos, sus hermosos huevos. Separó las piernas y me ofreció el orificio del placer y mi lengua entró en su interior. Iván suspiró y erizó su cuerpo. Con la mano derecha sobre su vientre, le volví a su posición normal y le sujeté mientras continuaba disfrutando de su ano. Me incorporé, le atraje hacia mí y le penetré. Sus piernas reposaron en mis hombros y sus pies masculinos los lamí con detenimiento. Volvió a suspirar con más fuerza cuando mi polla entró entera y mi pubis toco su piel sedosa.

—Te deseo —susurró mirándome fijamente a los ojos.

Le amé con suavidad. Me incliné hacia él y nos besamos profundamente. Su cuerpo temblaba y el mío comenzaba a sudar. Acaricié sus piernas desde los muslos a los pies mientras seguía entrando y saliendo dentro de él. Aceleré un poco porque el momento lo requería y él suspiraba desviando la mirada al techo. Tomé su polla con mi mano derecha y le masturbé, primero suavemente y luego aceleré mientras yo también lo hacía dentro de él. Estábamos muy excitados y el deseo hizo que los dos llegásemos a la vez y el orgasmo fuera total. Dejé caer mi cuerpo sobre el suyo, coloqué sus brazos en cruz y junté mis manos a las suyas. Aún continuaba dentro de él y le besé. Nuestras manos jugaron y hablaron su propio lenguaje, al igual que nuestras bocas y nuestros cuerpos. Bajé de nuevo lamiendo su cuerpo, percibiendo el sabor de su semen y limpiando toda su piel con la lengua. Suspiraba de placer, mientras nuestras pollas seguían muy duras. Le volví a penetrar y le incorporé sentándolo encima de mí y abrazados, cabalgando sobre mí, volvimos a llegar al orgasmo. Se tumbó de nuevo y yo sobre su cuerpo.

—Gracias.

—Le tapé la boca con la mano izquierda y con la otra hice el gesto de que no hablase. Me incorporé y me senté encima de él. Acaricié su polla, jugué con ella y me acomodé. Iván abrió los ojos, intuía lo que pretendía hacer y fui introduciéndola poco a poco en mi interior. Estiró su brazo y abrió el cajón de su mesilla descubriendo un bote de lubricante. Le sonreí y lo cogí. Unté su polla y mi ano y poco a poco volví a intentar que aquel rabo entrase en mi interior. Poco a poco entraba y respiraba a cada centímetro que de su polla penetraba en mí. Por fin sentí su abundante pubis rozar mis nalgas. Estaba entera dentro. Iván me cogió por las nalgas y comenzó a bombearme suavemente. La polla se quedó flácida pero no me preocupó. Estaba sintiendo un placer distinto y un deseo junto a alguien muy especial. Iván aumentó la velocidad y me hizo suspirar con fuerza. Se rió y la sacó. Reconozco que sentí un gran alivio, pero Iván deseaba complacerme en aquella fantasía, en aquel momento entre los dos. Se incorporó y sin hablar me tumbó sobre la cama, me colocó la almohada en la cabeza y separó mis piernas. Las colocó en sus hombros y se acercó a mi ano con su polla. Cogió un poco de lubricante y me lo introdujo con dos dedos y luego me penetró suavemente. Suspiré de nuevo cuando estuvo dentro por completo, se tumbó sobre mí y me besó. Entraba y salía suavemente sin dejar de besarme. Se incorporó de nuevo, lamió mis pies, acarició mis piernas y aumentó el ritmo. Mi polla se despertó e Iván se rió. Sabía que me estaba gustando, que estaba disfrutando y aquello le animó a aumentar aún más la velocidad. Lo hacía muy bien. Los dos sudábamos. Cogió mi polla, la meneó al igual que yo había hecho y aumentó la velocidad cada vez más y más, tanto con su mano como con su rabo dentro de mí. Me agarré a la almohada. Aquel placer mezclado con cierto dolor deseaba controlarlo pero era imposible. Me corrí con tal potencia que salpicó mi cara y sentí por primera vez el líquido cálido y masculino de Iván en mi interior. Cayó sobre mí y salió de dentro. Acaricié su cabello mientras su respiración se sosegaba. Luego actuó de la misma manera que lo hiciera yo: lamió todo mi semen y tumbándose de nuevo, nos besamos y abrazamos.

—¿Te ha gustado?

—Ha sido diferente, pero sí, me ha gustado. Eres un buen macho, sabes complacer de todas las maneras y me alegro de haberlo descubierto.

—Yo tampoco te he follado, te he hecho el amor. He sentido algo muy distinto. Contigo…

—Claro, mi culo era virgen —le interrumpí sonriendo.

—No. Lo digo en serio. No eres el primer tío que desvirgo, pero contigo ha sido diferente. Me has hecho sentir.

—Tengo hambre, hacer de pasivo da más hambre.

—¡Qué cabrón eres! Se levantó de encima de mí y se sentó sobre mi polla.

—Cuidado, que me la aplastas.

—Perdona, la cogió y con total naturalidad se la metió entera.

—Ahí estará más cómoda.

—Sí, desde luego. Así está más cómoda y calentita.

—Tengo una idea. No te muevas —se levantó y trajo las pizzas y dos cervezas. Se volvió a sentar encima de mí y de nuevo la metió—. Cenemos de una forma distinta.

—Espero que aguante dura hasta terminar la cena.

—Si no aguanta, te tendré que penetrar de nuevo.

—No te acostumbres nene —cogí un trozo de pizza y le di un bocado—. No te me acostumbres.

Se rió mientras besaba mi pecho y tomaba un trozo de pizza.

—Te das cuenta con que poco somos felices —asintió con la cabeza—. Es lo mismo que le contaba a Andrés el fin de semana pasado. No necesitamos tanto para ser felices —subió y bajó dos veces—. No te preocupes, no se baja, está a gusto, tanto o más que yo.

—Pero me gusta sentir que está viva y que forma parte de mí —cogió otro trozo y bebió de la botella de cerveza.

—¿Cuándo te dan las vacaciones? —le pregunté.

—Tengo una semana que junto con Semana Santa, dos en agosto y una en Navidades —me respondió.

—Parecido a mí, salvo en Navidad. Es cuando más trabajo tenemos ¿Ya tienes pensado dónde ir?

—No. Me gustaría ir al sur. Allí el calor y el sol están más que asegurado.

—¿Te vendrías con nosotros? —me atreví a preguntarle mientras tomaba otro trozo de pizza.

Se movió de nuevo arriba y abajo dos veces y me reí.

—Ya tienes la respuesta.

—Perfecto. Lo pasaremos muy bien los tres. Tres buenos machos por las playas de Andalucía. No me lo quiero imaginar.

—Iremos a playas nudistas —se rió y un trozo de pizza cayó sobre mi pecho.

—Me has manchado —le miré con cara de enfado. Dobló su cabeza, cogió el trozo y lamió hasta que no quedó nada—. Así me gusta, un chico limpio.

Se rió a carcajadas y galopó un poco encima de mí.

—¿Iremos a playas nudistas?

—De eso nada, yo no me pongo en pelotas en una playa. Me da mucha vergüenza. Ni lo sueñes.

—¿Te da vergüenza ponerte en pelotas en una playa? No me lo puedo creer. Te exhibes en bolas en los pub, en discotecas como cuando yo te conocí y…

—Es distinto. Eso es morbo, eso lo hacía porque el sexo como lo veía, lo requería, pero estar de forma normal en una playa en pelotas, creo que sería imposible.

—Yo sí lo he hecho y se está genial. El culo se pone morenito, igual que el resto de la piel y te sientes libre.

—Pues me parece muy bien. Tú si quieres te pones en bolas, yo no pienso poner moreno ni mi culo, ni mi polla. Ni lo sueñes.

—Ya veremos. Todavía no han llegado las vacaciones. Seguro que entre Andrés y yo, te convencemos.

—Él tampoco hará nudismo.

—¿Se lo vas a prohibir?

—No, pero me gusta su culito blanco y no quiero que se queme.

—Eres incorregible.

—Y así es como os gusta a los dos que sea. Un tipo duro, romántico e incorregible.

Terminamos las pizzas y se tumbó sobre mí, la polla salió en uno de sus movimientos y ella sola volvió a entrar.

—Ya conoce el camino —se rió Iván mientras acariciaba mi cara.

—Si, ella y yo. Los dos conocemos el camino hacia tu corazón.

—Tú hacia mi corazón y ella…

—Calla, bésame y que ella haga el resto.

Hicimos el amor durante más de dos horas. Me volvió a penetrar y aquella segunda vez resultó mucho más agradable, aunque sinceramente, prefería ser yo el activo. No por machismo, que considero tan macho a un pasivo como a un activo, sino porque disfrutaba más y creo, que también hago gozar más. Cada uno tiene su rol, pero de vez en cuando, tanto a Iván como a Andrés, les dejaría hacer y yo, seguiría experimentando junto a ellos.

Agotados, sudados y como Iván diría, vaciados nuestros huevos, nos quedamos dormidos. Yo abrazándolo por detrás, muy pegado, sintiendo su calor, su sudor y su olor y él agarrando mi mano, que reposaba en su pecho.