Tomás lleva toda la semana que no levanta cabeza. Sus amigos no le hablan por cómo trató a Esperanza. Lo culpan de su muerte. Ya saben, porque se lo dijo un sanitario del Samur, que se inyectó insulina para matarse. Ha llegado a odiarse por su comportamiento cruel con la que había sido una novia entregada a sus deseos. Y cómo le había pagado… No se le va de la cabeza su entrada en las Barranquillas aquella noche, agarrado a Soraya, pocas horas después de la muerte de Esperanza. Él, ignorante del terrible suceso, llegó exhibiéndose por la calle principal del poblado, del brazo de ella, a la que magreaba de vez en cuando, solo para dar celos a su novia. Todos lo miraban, pero nadie le dijo nada hasta que se topó con el Legi. Lo encontró más serio que de costumbre, pero lo achacó a su aflicción por la muerte del Negro. El Legi le preguntó sin ceremonias si andaba buscando a Esperanza. Tomás miró a Soraya, le pasó una mano por el culo y respondió con desenfado que sí, que claro, que quería presentarle a su nueva amiga. Una amiga, subrayó, que no se queda con las puntitas a escondidas. El Legi, muy calmado, le contestó que entonces debía acudir al Anatómico, que allí la encontraría. Tomás se quedó de piedra. Retiró su mano del culo de Soraya como si le hubiera dado calambre. Preguntó al Legi qué había pasado, pero este se limitó a responder que había muerto y luego se marchó. Tomás y Soraya se miraron sorprendidos. A Tomás, el culo de la mujer ya no le parecía tan apetitoso ni tan familiar. Se quedó paralizado, aunque su cerebro iba desbocado. ¿Qué hago yo con esta?, se preguntó en un fogonazo que lo hizo tambalearse. La miraba y no la conocía. Soraya, más entera, adivinó las cavilaciones de Tomás y se abrazó a él con la excusa de sostenerlo al notar su leve tambaleo. Es una noticia terrible, murmuró, ven, apóyate en mí y vamos a sentarnos. Tomás no fue capaz de negarse. Estaba traumatizado. Se dejó llevar por la mujer. Ambos avanzaron despacio hasta un murete y se sentaron en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Soraya le ofreció un cigarro, pero tuvo que encendérselo porque era incapaz de aspirar para que el tabaco prendiera. Tampoco era capaz de llorar, aunque sentía una picazón en sus ojos inflamados. Se sentía ridículo. Pero no ante Soraya, el Legi o sus amigos. Sentía una ridiculez extrema a los ojos de Esperanza. Sentía que desde algún lugar lo miraba, que había contemplado su patética entrada en el poblado amarrado a Soraya, solo para darle celos. Porque, en el fondo, pensó con una lucidez que casi le pareció sobrenatural, esta tía me importa un huevo. La miró de nuevo, con el pitillo en la boca, y vio a una desconocida. Una extraña que le dedicaba un extraño gesto, sonriente y expectante. Soraya aguardaba una reacción de Tomás. Este se levantó despacio, como si estuviera infinitamente cansado, y se alejó. Soraya trató de retenerle por el brazo, pero solo recibió un empellón. ¡Déjame, zorra!, exclamó en un resuello inaudible. Trataba de aguantar las lágrimas, al menos hasta que estuviera seguro de que nadie lo vería llorar. Soraya no se atrevió a seguirlo. Sabía que ella no era nadie en su vida, que no podría sustituir a Esperanza. Tampoco era esa su intención. Solamente trató de pasar un buen rato con Tomás. Nada más. Al menos eso quiso pensar durante dos segundos, pero enseguida se dio cuenta de que se engañaba a sí misma. En realidad lo que pretendía era dar celos al Legi. Hacerle ver lo que se perdía por no elegirla a ella en lugar de a la zorra de Reme. Tomás no tenía importancia para ella, y menos Esperanza. Pese a ello, Soraya fue en busca de Tomás. Lo halló en la chabola de los Abantos, como era de esperar. Estos, al regresar del entierro del Negro y del Loren, habían reanudado la venta de droga. Tomás se incorporó de inmediato al tajo ayudando con la báscula a pesar las dosis y a hacer las papelinas. Soraya, antes de entrar a la chabola, se arregló un poco, se peinó, se quitó del pelo las briznas de paja que aún le quedaban del revolcón del camino del cementerio y tiró del escote hacía abajo para dejar a la vista un poco más de su enorme pecho. Quería que Tomás la viera en su mejor estado. Entró en la chabola, pero Tomás estaba en la habitación interior, al otro lado de la pared de protección y no podía verla. Quien sí la vio fue el Tomeno, ya completamente recuperado de su desagradable experiencia en el Anatómico. El gitano había salido un rato a tomar el fresco de la noche porque no soportaba el calor agobiante de la chabola. Al verla salir sin decidirse a comprar costo, la agarró por el brazo. ¿Qué te pasa? ¿No tienes dinero?, preguntó el Tomeno. Soraya negó con la cabeza, tampoco quería dar muchas explicaciones y, además, el gitano la intimidaba. Este sonrió. ¿Quieres un pico?, le ofreció. No tengo dinero, dijo Soraya. Puedes pagarme con tus servicios, dijo el Tomeno mirando su escote. La mujer captó al vuelo la insinuación del gitano, confirmada por esa mirada descarada a su pecho con la que acompañó la oferta. ¿Qué servicios puedo darte yo?, preguntó haciéndose la inocente. El Tomeno, que no le había soltado el brazo en ningún momento, la atrajo un poco más y replicó: no te hagas la tonta conmigo, guapa. Tú tienes mucho que ofrecer a un hombre. La miró de nuevo con descaro de arriba abajo y deslizó su mano suavemente desde el brazo a las tetas de Soraya. Esta dio un paso atrás. Un paso pequeño, casi mínimo. Un paso de oficio, obligatorio en una mujer a la que le tocan las tetas en público, pero insuficiente para evitar el contacto. Porque ella no quería evitarlo. Pero debía dar la impresión de que sí quería, aunque sin ofender al gitano, al que temía y al que también, por qué no, deseaba. Nos hemos quedado sin una machaca, añadió el Tomeno con un dedo enganchado en su escote, presionándolo un poco más hacía abajo, lo que lo hacía aún más vertiginoso. Ese juego le gustaba a la mujer. Estaba en su elemento. Allí es donde ella desplegaba sus mejores armas. Se le pasaron por la cabeza varias ideas rápidas. La primera y principal, que sería magnífico entrar al servicio de los Abantos porque podría sustituir a Esperanza en todos los sentidos. La segunda, que era el gitano el que le hacía el ofrecimiento, lo que sin duda la situaría en una posición de privilegio sobre Tomás. Y tercera, hacía meses que se había planteado la posibilidad de quedarse de machaca en el poblado porque, en la práctica, se pasaba la mayor parte del día allí, sobreviviendo con pequeños servicios a unos y a otros y puteando de vez en cuando. Menos gracia le hacía estar a disposición del Tomeno las veinticuatro horas del día. Sabía que de vez en cuando tendría que darle gusto al gitano y, aunque no le resultaba desagradable físicamente, siempre había preferido ser ella la que eligiera esos momentos. Ahora le vendrían impuestos. No obstante, esa era una pega menor. ¡Vale!, exclamó Soraya con desparpajo. ¿Cuándo empiezo? Ahora mismo, respondió el Tomeno. Sin soltar su escote tiró de ella hacia la calle y la llevó como a una perra faldera de la cadena hasta un lugar en el que había media docena de coches aparcados en batería. Los yonquis que aguardaban turno, apiñados en la esquina, para entrar en la chabola a comprar su dosis, siguieron con la mirada a la pareja hasta que se ocultaron entre dos automóviles. Era de noche, no había mucha luna y no pudieron ver lo que allí ocurrió. Aunque se lo imaginaron.
Requena y Linares se han citado en la comisaría de Vallecas Villa. Es lunes, 30 de junio, y se cumple el plazo de una semana que el juez les dio para las escuchas telefónicas a los cabecillas de las dos familias de traficantes. Están en una sala amplia, casi vacía, del flamante edificio recién construido. Delante de un café ven una cinta de vídeo que ha conseguido el jefe del módulo antidroga. Se trata de los festejos de la boda gitana a la que asistieron los Ramones en la finca El Rebolúo, cerca de Plasencia.
¿De dónde la has sacado?, pregunta Linares admirado. Se la he comprado a una de las gitanas que asistieron a la fiesta, explica Requena. Como este advierte la admiración de su compañero trata de quitarle importancia. Ya sabes que el Ricky Martin, dice con cinismo, tiene mucho tirón con algunas chicas. Le di veinte euros y me regaló una copia. ¿Aporta algo esa grabación?, inquiere Linares sin quitar la vista de las imágenes. No, responde tajante Requena. Además de verse bastante mal no tenemos constancia de las horas en que se grabó. Eso sí, añade, en el vídeo aparecen todos, como puedes ver. Bailan, cantan, beben, gritan, pegan tiros a unas latas, como ya nos dijeron… en fin, que no sirve para nada.
Linares apura su café. De servir para algo, dice, es para exculparlos. En principio sí, admite Requena, pero en ningún sitio dice que esas imágenes son del día de autos, y aunque lo fueran realmente, no sabemos de qué hora. Los asesinos, si estaban en la boda, pudieron abandonarla, venir a Madrid y matar al Negro y a su primo y luego regresar. Es una posibilidad que ya he pensado, reconoce Linares, pero eso les llevaría varias horas de ida y vuelta. Claro, pero tenían toda la noche, subraya Requena, y añade: tú llevas toda la semana diciendo que estás convencido de que fueron los Ramones, ¿acaso dudas ahora? Ni hablar, sentencia Linares, me reafirmo cada minuto, y más con los datos que hemos obtenido con las escuchas telefónicas. Creo que tenemos elementos suficientes para pedir al juez que autorice un registro de las chabolas de las dos familias con la excusa del tráfico de drogas, dice Requena. Un momento, un momento, precisa Linares, vamos buscando asesinos, no traficantes. Creo que deberíamos esperar un poco y pedir una semana más de escuchas. En lo que hemos grabado hasta ahora hay elementos, indicios, de que algo se cuece, de que los Gaditanos saben quiénes mataron al Negro pero no lo denuncian porque quieren tomarse su propia venganza. Quizá en un par de días más podamos saberlo nosotros también. No creo que con estos datos y tu persuasión, la juez esa niegue una ampliación de escuchas. Está bien, como quieras, acepta Requena, yo la convenceré. Además, hay otro dato que tú no sabes aún, añade Linares. ¿Cuál? Acaban de poner al Chirla en libertad condicional.
Domingo, 22 de junio de 2003
Hola, son las cinco de la madrugada y estoy aquí abriendo y cerrando la puerta desde las cuatro de la tarde de ayer, que no veas la cantidad de talfis que llevan ganados. Un par de kilos o tres como mínimo así por encima y sin llevar la cuenta. Habrán entrado y salido cuatrocientas o quinientas personas por lo menos y yo sigo aquí sentado que parezco el guardia de una obra. El dedo gordo de la mano derecha lo tengo destrozado y en la yema tengo un pedazo de callo como la mano entera. A pesar de todo, estoy mejor aquí que con los Ramones, con los que apenas aguanté dos meses. A ver si tengo suerte y me puedo apañar la dosis de mañana y saco algo para la noche, para ir a ver a mi vieja a Parla, que un día no me va a dejar entrar en casa, y con razón. Entonces tendría que ir a casa de mi mujer para lavarme un poco y esa sí que me daría la charla a base de bien porque llevo más de tres semanas sin dar señales de vida. A ver si un día paso a verlos, me disculpo y puedo aguantar la tormenta que me venga.