Las visitas al tanatorio nunca han sido un plato de buen gusto para el Legi. Ha tenido que acudir en otras dos o tres ocasiones y siempre lo ha pasado mal. Esta vez tiene el apoyo de Reme. En un tanatorio como el de Carabanchel es fácil encontrar las salas del Negro y del Loren. Los han colocado contiguos y unas trescientas personas, concentradas ante las puertas, atascan la galería que circunda el edificio. Están casi todos los Gaditanos, los Abantos y los Fechorines, incluida numerosa parentela venida de fuera de Madrid. Un pastor de la Iglesia Evangélica trata con poco éxito de imponer unos rezos dentro de la sala del Negro. Es Jacinto Ramírez, predicador de la parroquia evangelista del Parque de San Isidro, muy cerca de la casa de los Gaditanos. Jacinto conoce desde hace tiempo a Marcelino Maya, pero no por su actividad evangélica, sino porque le compró una furgoneta de segunda mano en el mercadillo de Antonio López. Marcelino no tiene el menor sentimiento religioso, pero Jacinto, al conocer la muerte de su hijo mayor, se ha empeñado en prestarle toda su ayuda espiritual, a él y a su familia. En el tanatorio no se separa de Marcelino ni de la Panita, totalmente destrozada por la muerte de su primogénito. El Legi casi no la reconoce cuando se asoma a la puerta de la sala después de abrirse paso a duras penas entre tanto familiar. Está sentada, hundida en un sofá, frente al ventanal que separa al muerto de los vivos. No para de llorar y de lanzar ayes cada quince o veinte segundos. Marcelino permanece de pie junto a ella, con una mano sobre su hombro, y a un lado, Jacinto declama pasajes de la Biblia a los que nadie presta atención. La gente entra, besa a la madre, llora, habla exageradamente alto y sale de nuevo a la galería. Así, toda la mañana.
El Legi, acompañado por Reme, se acerca a la Panita y a Marcelino. Les expresa sus condolencias. El patriarca le estrecha la mano y le agradece el gesto con un movimiento de cabeza. La madre solo lo mira con sus ojos vidriosos durante un segundo, antes de regresar a sus suspiros y lamentos. Reme no se atreve a abrir la boca. Se aferra al brazo de su hombre. El cadáver del Negro reposa en un ataúd oscuro, amortajado hábilmente para ocultar los destrozos causados por los tiros, pero dejando ver su rostro sereno. Impersonal. Podría ser cualquiera, piensa el Legi al contemplarlo fugazmente. Salen. En la sala del Loren prefieren no entrar. Apoyado en la barandilla de la galería se encuentran a Tomás. Está solo. Reme le pregunta por Esperanza. Se encoge de hombros con desdén. ¿Os habéis vuelto a pelear?, pregunta el Legi. Tomás hace un gesto afirmativo con la cabeza mientras saca un cigarrillo negro. No tiene muchas ganas de hablar del asunto. ¡Joder, siempre estáis igual!, se lamenta Reme. No te preocupes, responde Tomás, que ya es la última vez. Hemos roto definitivamente, que le den por el culo. ¡Bueno, bueno!, interviene el Legi, no te lances que todas estas peleas tienen arreglo. Ya no, replica Tomás con voz neutra, nos hemos dicho cosas muy gordas. Se acabó.
La conversación la interrumpe Soraya, que se cuela entre Reme, a la que le da la espalda ignorándola deliberadamente, y el Legi, al que concede su mejor sonrisa. ¿Qué tal, soldado?, le dice con voz insinuante. ¡Qué puta eres!, interviene Tomás, siempre tan diplomático. Pero Soraya solo tiene ojos para el Legi. Reme echa humo por las orejas y está a punto de lanzarse sobre el cuello de su enemiga. Pero no quiere montar el espectáculo en el tanatorio. ¿Por qué no cantas algo con mucho sentimiento?, le propone Soraya al Legi. ¡Qué dices, tía!, rechaza este, aunque en su sonrisa desdentada se intuye que la idea no le desagrada. ¡Sí, hombre!, insiste ella, seguro que a la familia le gusta más que los sermones del cura ese. El Legi mira al interior de la sala mortuoria del Negro, donde Jacinto sigue a lo suyo. Soraya aprovecha el momento de duda para plantear la cuestión a varios miembros de la familia Maya. Finalmente es la viuda, Juani, que está sentada en un banco de la galería acompañada de su cuñada Loli, la que acepta la idea de Soraya. Juani está más entera que la Panita, quizá porque aún no se cree lo que ha sucedido, o quizá porque su extrema juventud no le permite atisbar aún con nitidez su dramática situación de viuda de veinte años con dos hijos menores. Juani, que conoce las facultades de la garganta del Legi y la admiración que por ello le profesa su suegro, acepta la propuesta de Soraya.
El Legi no necesita más. Se suelta de la mano de Reme, que está que bufa, y se hace un hueco ante la puerta de la sala, en un lugar desde el que Marcelino y Panita puedan verle. Carraspea y se arranca por alegrías. Obliga a Jacinto a cesar en su salmodia.
Tirititrán, tran, tran,
han puesto en una balanza
dos corazones a un tiempo,
uno está pidiendo justicia
y otro pide venganza.
Yo pegué un tiro al aire,
cayó sobre la arena,
confianza en el hombre
nunca la tengas.
En medio de un silencio absoluto, solo acompañado por algunas palmas, el Legi canta un par de estrofas más de Camarón. Cuando acaba, Marcelino Maya se le acerca con lágrimas en los ojos y le da un profundo abrazo. El Legi también llora. La vanidad de Soraya se ha inflado de tal manera que parece tener dos tallas más de pecho. Reme también se ha emocionado al escuchar la voz desgarrada de su hombre, pero los celos le arañan el corazón. No soporta la contradicción interna de agradecer el canto y aborrecer la propuesta de Soraya.
Marcelino conduce al Legi al interior de la sala y le hace un hueco al lado de la Panita, que le da un beso. Soraya aprovecha para colarse junto al cantaor, aunque este no le presta la más mínima atención. Está más interesado en un enchufe que acaba de descubrir y ha decido poner a cargar la batería de su nuevo móvil, no vaya a ser que cuando lo llame Antonio esté agotada. Con disimulo, desenchufa la lámpara de pie y coloca el teléfono mientras recibe la felicitación de los presentes. Primero, de los familiares más directos del Negro; después, de todos los demás. Es difícil determinar si la cola que se ha formado de nuevo es para expresar otra vez el pésame a la Panita y a Marcelino Maya o para felicitar al extraordinario cantaor, como lo definen algunos cuando estrechan su mano. El Legi aguanta allí más de media hora, el tiempo que él considera suficiente para recargar el móvil. En la chabola hay algunas tomas ilegales, pero no siempre funcionan, por eso ha preferido asegurarse.
El Legi y Reme regresan a las Barranquillas. El entierro será por la tarde, pero no desean asistir. Eso los deprime más que el tanatorio. Soraya está a punto de pegárseles en el viaje de vuelta, pero Tomás, con habilidad, logra distraerla y quitársela de encima a la pareja. Además, de paso, intentará ligársela para darle en las narices a Esperanza, que sepa que no es la única mujer del mundo. Aunque sí es la más guapa del poblado.
En el autobús, el Legi le pregunta a Reme qué le pasa, por qué está tan mohína. Ella se lo explica: no soporto que esa guarra se acerque a ti, le dice, y mucho menos que tú aceptes cantar cuando ella te lo pide. El Legi trata de explicarle que no cantó cuando Soraya se lo pidió, sino cuando lo hizo la viuda. Es muy diferente, concluye. Reme sabe que es así, que el Legi tiene razón, pero en su estado de ofuscación le cuesta mucho dar su brazo a torcer. Entonces, el Legi, que ya tiene la garganta caliente, le dice: para que veas que no hay otra como tú en mi vida voy a cantarte ahora, para ti sola, un fandango de Huelva que quita el hipo. Reme se incomoda, ¿se pondrá a cantar en el autobús? El Legi carraspea y se arranca. Reme siente cierta vergüenza por la situación, pero la envanece enormemente que su hombre haga el ridículo (eso piensa por cantar en el autobús) por ella. Le clava las uñas en la Venus de Milo y el Legi pone algo de sordina a su voz, pero no calla:
Con esos celos de muerte
vas a conseguir tres cosas:
que se ría de ti la gente
o que te tomen por loca
y que tenga yo que aborrecerte.
Reme no responde. Se acurruca agarrada a su brazo. Si en algún momento ha estado realmente enfadada con él, que no está segura, ya lo ha perdonado. El Legi se busca la cartera en el bolsillo trasero del pantalón vaquero. Saca su hostia de la suerte y se la entrega a Reme. Toma, es para ti. Es lo que más quiero, le dice. Me basta con tener tu corazón, responde ella. Ya, pero como mi corazón no te lo puedo dar si no me hacen antes un trasplante, te regalo esto que es como si lo fuera. Reme sonríe la ocurrencia. Sabe que le cuesta ponerse romántico. Coge la hostia envuelta en plástico y la aprieta contra su corazón con mucho cuidado.
Por la tarde, Linares y Requena/Ricky Martin ya tienen un permiso para intervenir los teléfonos móviles de la Panita y de Ramón Cabrera, padre. Requena alegó las actividades narcotraficantes de las dos familias más importantes de las Barranquillas y aportó numerosos datos sobre ello. Unos reales y otros manipulados. También incluyó los crímenes y la posibilidad de que los autores fueran miembros de alguna de las dos familias. La fábula le salió bien. Obtuvo un permiso para intervenir los dos teléfonos durante una semana.
Al salir del juzgado, Requena se jacta ante Linares, delante de una cerveza, de su habilidad para lograr lo que quiere. El juez era una mujer, ¿no?, pregunta con sorna Linares. Sí, asiente Requena, tengo que reconocer que es un dato que me ha allanado mucho el camino, a esta juez ya la conozco de otras veces. ¡Ya veo que te mueves como pez en el agua con las magistradas!, dice Linares después de dar un trago largo a su cerveza y chascar la lengua. Requena/Ricky ignora la broma y continúa: no podíamos plantear otra petición de registro, pero con las escuchas quizá logremos más pruebas que con un registro de las chabolas. A veces con la Justicia la línea recta no es el camino más rápido para llegar adonde quieres, exclama exultante el policía con los labios llenos de espuma cervecera. ¡Pagas tú!, añade.
Linares se muestra encantado con el trabajo de su compañero y no tiene inconveniente en pagar dos rondas. Ambos están convencidos de que los Ramones son los autores de los dos crímenes y trabajan sobre esa hipótesis. Ya han logrado la intervención de los teléfonos y ahora van a comenzar a interrogar a la mayoría de los miembros de las dos familias. Seguro que todos los Ramones tienen coartadas, pero tendrán que comprobarlas minuciosamente, incluso están dispuestos a hacer la prueba de la parafina a cada uno de ellos. Requena se ha ofrecido a ayudarle en todo, con su profundo conocimiento del mundo de las drogas, de las familias gitanas y del narcotráfico.
Domingo, 27 de abril de 2003
Las cosas me van fatal con el Rana últimamente. Creo que me odia. Le jode que ronde a la Rosi, ¡ya ves tú qué peligro, si no me hace ni caso! Para colmo, tengo la hernia que se me va cada dos por tres y las paso putas para volverla a meter. Tengo que operarme porque así no puedo seguir. Le diré a mi madre que me vuelva a pedir hora para el médico. Os dejo que tengo que currar. ¡Qué vida más mala la de los pobres!