El Chirla se cagó en lo más sagrado cuando vio que un coche de la pasma trataba de cerrarle el paso a la entrada del poblado. Los tostis iban de incógnito con un todoterreno blanco, pero ese coche, el único de la comisaría de Vallecas apto para entrar en el barrizal de las Barranquillas, era de sobra conocido por todos los traficantes. Frenó en seco su Mitsubishi Montero con tracción a las cuatro ruedas que le había conseguido su padre y dio marcha atrás a toda velocidad. Giró el volante y, como en los telefilmes policíacos, logró hacer un trompo que ya tenía muy ensayado, para volver por donde había venido. La policía hizo sonar la sirena, pero él pisó el acelerador y logró alcanzar la carretera. Paco Maya, el Chirla, el tipo con más espinillas del poblado, no solía rehuir a la policía, pero esta vez tenía sus razones para salir pitando. Regresaba al poblado para reponer el género, que se había acabado el día anterior por la tarde. Llevaba en el coche trescientos gramos de cocaína y otro tanto de heroína, cantidades muy por encima de las que manejan habitualmente de una sola vez los traficantes del poblado. Lo normal es que el reponedor no lleve más de cien gramos cada vez. Suficiente para atender a cientos de clientes que compran de micra en micra. Pero como era viernes, el Chirla quiso tener abastecido el negocio durante todo el fin de semana. Así podía irse de juerga y emborracharse a gusto sin que su hermano, el Negro, o su madre, la Panita, tuvieran que sacarlo a medianoche de algún prostíbulo para reclamarle más camisas marrones o blancas. Él era el encargado de reponer porque el Negro no quería encomendar ese trabajo a la hermana pequeña, la Loli, de dieciséis años y a punto de parir. Y menos aún por la noche. Como tampoco quería pedirle el favor al padre porque a Marcelino Maya le disgustaba que lo mezclaran con esos asuntos, el único disponible para esas tareas era el Chirla. Además, Paco el Chirla es muy diestro en el manejo del volante ya que conduce desde los diez años, cuando su padre lo sentaba entre sus piernas y lo dejaba llevar la furgona por algunas carreteras poco transitadas en esos tediosos viajes para colocar ganado en algún pueblo castellano. Después se le dio de perlas el robo de coches e incluso hizo sus pinitos como conductor de aluniceros, pero con la mayoría de edad lo dejó para volcarse en el negocio familiar.
El Chirla, el mediano de los hijos de Marcelino y la Panita, que gastaba un capital en putas y cogorzas, tenía veinticuatro años cuando se topó con la pasma a la entrada de las Barranquillas. La maniobra de evasión fue perfecta. Giró en redondo su potente todoterreno y logró alcanzar la carretera para huir. Como los policías lo perseguían con la sirena, optó por arrojar la droga por la ventanilla. Tomó las bolsas de plástico, primero la de coca y luego la de caballo. Las rompió con un pequeño mordisco, las sujetó con una mano fuera del coche y dejó que el fino polvo de droga se derramara poco a poco sobre el asfalto delante de las narices de los policías que le pisaban los talones. Cuando se vaciaron, arrojó las bolsas y detuvo el coche en el arcén. No le gustaba que la policía lo acusara de tratar de escapar.
Los agentes registraron el coche. Estaba limpio. El Chirla tampoco llevaba nada encima. A punto estaban de irse, cabreados por la frustrada operación, cuando uno de los policías tuvo una idea. Piensas que te vas a ir de vacío ¿verdad, Chirla?, le dijo José Luis Requena al gitano. Pues vas listo. Requena, al que los gitanos (mejor dicho, las gitanas), apodan el Ricky Martin por su parecido con el cantante, conocía desde hacía tiempo al Chirla y al resto de la familia de los Gaditanos. No estaba dispuesto a dejar que, por un sucio truco del traficante, se fuera al garete la operación que tan concienzudamente había preparado personalmente. Llevaba varias semanas observando a la familia. Las entradas y salidas de yonquis en la chabola. Los Gaditanos ponían sumo cuidado en disimular sus actividades. Formaban la fila a la vuelta de la esquina, para que no llamara la atención. Además, aparcaban una furgoneta justo delante de la puerta para dificultar la visión. Pero Requena/Ricky Martin, logró que uno de los agentes, haciéndose pasar por toxicómano, entrara en la chabola a comprar su dosis un par de veces. Algo sumamente difícil que ya había fracasado muchas veces antes porque los traficantes parecen tener un sexto sentido para descubrir a los agentes. Hasta los niños gritan «¡Vicente, Vicente!», la palabra clave, cuando sospechan que un policía anda de estranjis por el poblado. Sin embargo, Requena pudo colocar a un compañero sin que fuera descubierto. Así supieron que cuando se acababa la mandanga, normalmente bien entrada la madrugada, era el Chirla el que la reponía. Notaron que para el fin de semana, el gitano, propenso a perderse en sus vicios, traía más de lo habitual para que no le interrumpieran sus festejos particulares. Esto fue causa de varias broncas entre los dos hermanos, aunque este punto, naturalmente, lo desconoce la policía. Solamente había que esperar a un viernes por la tarde para poner en marcha la Operación Molusco. Así la llamaron en la comisaría de Vallecas al ser el Chirla el objetivo principal.
Requena no estaba dispuesto a tirar por la borda tan minucioso trabajo, de modo que pidió refuerzos a través de la radio: más agentes y otro coche de apoyo para cerrar la carretera al tráfico. Les encargó que trajeran bolsas de plástico y media docena de cepillos de dientes a estrenar. No tardaron en venir sus compañeros con tan extraño recado. ¿Vas a iniciar una campaña de limpieza bucodental en las Barranquillas?, le dijo uno con sorna. No. Pero voy a empapelar a este, respondió Requena señalando al Chirla, que no acababa de comprender la jugada del policía.
Cuando cortaron la circulación, media docena de agentes, pertrechados con cepillos de dientes y bolsas de plástico se dedicaron a recoger del asfalto todo el polvo blanco que encontraron entre el cruce con las Barranquillas y el lugar donde se detuvo el Chirla, a unos cuatrocientos metros de distancia. Resultado: al cabo de tres horas de trabajo, con dolor de riñones y de rodillas, la policía recogió unos doscientos gramos de una sucia sustancia en la que se mezclaban casi a partes iguales polvo de asfalto, cocaína y heroína. Suficiente para retirar al Chirla durante una temporada de las putas y las borracheras de fin de semana.
José Luis Requena, el policía más experimentado del módulo antidroga, fue felicitado por escrito por el director general de la Policía, que alabó su imaginación en los métodos utilizados para luchar contra el crimen. Esto ocurrió hace algo más de un año. Hoy, Requena/Ricky es el jefe del módulo antidroga de la comisaría de Vallecas.
Miércoles, 19 de marzo de 2003
Se ha acabado el marrón y solo queda blanca. La gente que viene a pillar no se lleva nada porque lo normal aquí es llevar de los dos y si cogen blanca aquí, en otro sitio no les dan solo marrón. Afortunadamente, la Gorda me adelantó un par de rocas y he podido fumar con tranquilidad. Me da miedo que amanezca para irme a Parla. Tenía que haber ido al médico anteayer para ver si me opero de la hernia de una vez por todas. Pero me pasó lo de siempre. Estuve despierto hasta las ocho de la mañana y cuando cerré el ojo, me dormí y no desperté hasta las dos y media de la tarde, cuando tenía médico a las doce. A esa hora a ver a qué voy yo a Parla. No quiero pensar en la bronca que me dará mi madre cuando vaya a verla, y con razón, dirá que cuando me duela que me joda, que está harta de pedir cita.