¿Volverá Venezia a ser Tokio?
Ni siquiera tenía tiempo para enterrar el dolor. Se habían embarcado en una guerra a muerte, como dijo Dydd Mercher, y en cuanto bajasen los brazos caerían por un abismo.
La voz de Gina lo despertó del sopor.
-¡Akira! ¡Nos atacan los videojuegos!
Al incorporarse se sintió asaltado por una sensación surrealista.
¡Las culebras-látigo estaban estrangulando a Gina y Natsuko!
Encolerizado, se sacudió la impotencia que se había apoderado de él y pulverizó a los videojuegos con los potentes focos de sus manos.
-¡Salgamos de aquí! –exclamó, agarrando a Natsuko, y tomó a Gina de la mano.
En el exterior del agujero negro había una marea de culebras-látigo que se sobreponían unas a otras, formando cordilleras. La invasión era imparable. ¿Cómo podía haber tantos videojuegos?
-¡Acaba con ellos! –dijo Gina tomando a Natsuko en brazos para que él tuviese las manos libres.
¡Desde luego que lo haría! ¡Pero luego vendrían más y más! ¡Eran inextinguibles!, pensó Akira, derrotado.
Por eso había tantos hikikomori como Kaito prisioneros entre las cuatro paredes de su habitación.
Los videojuegos se alimentaban del aliento de sus víctimas.
Pero Gina estaba en lo cierto, había que seguir luchando, se dijo mientras barría con su luz interior la marea de culebras-látigo, que quedó carbonizada, formando un paisaje volcánico de piedras negras.
Luego se sintió muy débil.
Gina lo abrazó.
-Ya no hay más videojuegos. Los últimos que quedaban huyeron del poder de tu luz. ¡Me siento orgullosa de ti!
Los besos de Gina lo reconfortaron. ¡Le devolvían el aliento que le faltaba!
-Ya me siento mejor –dijo, abrazando a Natsuko-. ¿Cómo está mi gatita?
Natsuko apenas reaccionaba. Lo miró con los ojos idos y su boquita se abrió para decir unas palabras que ya no tenía fuerzas para pronunciar.
Se encontraba al límite de su resistencia. Ella, que amaba el verano de sus fantasías.
Al observar que su vestido rosa estaba hecho trizas, Akira se lo quitó, dejando al descubierto su cuerpo de gata, y le acarició el pelaje rubio, las simpáticas orejitas que ahora estaban plegadas, las patas mortecinas y esa linda carita que ya no mostraba una expresión romántica, enamorada, cuyos belfos se veían ajados y sin vida. El corazón de Natsuko palpitaba levemente. Casi no podía sentirlo. Se estaba apagando.
Dydd Mercher llegó hasta ellos dando tumbos. Estaba grotesco sin brazos y sin la mitad de sus patas. A duras penas podía sostenerse erguido.
-¡Podridos videojuegos! –exhaló, desplomándose, con la mirada perdida.
-Dydd, amigo -dijo Akira, apiadándose de él-. ¿Qué han hecho contigo?
-Podrían haberme destrozado, pero no lo hicieron. Tú se lo has impedido, muchacho. Tu afecto hizo de escudo. Pero no duraré mucho. Es inevitable que también yo caiga.
Apareció Huwebes, arrastrándose lentamente, y posó en Natsuko la mirada inexpresiva de su único ojo.
Akira se estremeció. ¿Podía ser cierto? ¡Estaba oyendo los silbidos de Ozú! ¡Sí! ¡Ozú se encontraba allí, junto a él! ¡Le dedicaba su canción de los cowboys del Oeste!
¿Dónde estás?, se preguntó, enternecido, y salió corriendo. ¡Había sonado tan claro el entrañable silbido de Ozú que él tenía grabado en el corazón!
Saltó al interior del agujero negro y miró en todas direcciones. Ozú ya no estaba allí. ¡Había desaparecido el bloque de piedra al que lo habían reducido los videojuegos!
Rompió a llorar recordando los momentos que compartieron en el territorio de su fantasía. Sin su querido erizo Venezia volvería a ser Tokio. En vez de góndolas habría coches.
El Mar de la Imaginación quedaría sepultado por los rascacielos.