¡Nos atacan los videojuegos!
-¡Preparaos! Los videojuegos pueden atacar de nuevo en cualquier momento –dijo Aldo, alisándose su camiseta a rayas de gondolero, que le quedaba muy entallada, porque era un anciano delgado como un junco.
-Esta guerra va en serio –dijo Babae, impresionada.
A Akira ya no le parecía tan rara con sus enormes pechos de piedra. Era cariñosa, maternal, y les decía cosas bonitas a Ozú y Natsuko.
Dydd Mercher resopló.
-Lo bueno de ser un habitante de Coeden es que tus heridas cicatrizan en seguida -dijo.
-¿Por qué no intentaste pegar el brazo? –le preguntó Jumamosi.
-Se habían roto los ligamentos. Sólo comiendo el musgo inmortal de Coeden podría soldarlos. Ahora no merece la pena lamentarse.
Se hizo el silencio. Sólo se oían los chapoteos que producía Aldo al introducir el largo remo en el Mar de la Imaginación, que ahora se veía espeso y burbujeante, como si en lugar de agua contuviese aceite hirviendo.
El cielo, encapotado, estaba cubierto de nubes negras que tapaban por momentos el medallón plateado de la luna. Muchos murciélagos volaban enloquecidos de un sitio para otro, sin rumbo, como si se hubiesen extraviado y no supieran hacia dónde dirigirse. Emitían un sonido agudo y chillón que resultaba amedrentador.
Aunque en el Mar de la Imaginación daban igual las condiciones climatológicas, porque las dictaba la fantasía y podían cambiar de un momento a otro, ahora el calor era sofocante, propio de una tórrida canícula, y la temperatura no cesaba de elevarse, amenazando con fundirlo todo.
El viejo lobo de mar esbozaba un gesto solemne y reconcentrado.
¿Quizá tuviesen las horas contadas?, se preguntaban los viajeros de la góndola, donde reinaba una atmósfera de tensa espera.
Akira llevaba en brazos a Ozú y Natsuko, que se habían quedado dormidos. Gina estaba a su derecha y Dydd Mercher a su izquierda. Delante de ellos, Huwebes los observaba fijamente con su único ojo. A Akira le intrigaba. ¿Por qué no lo habían atacado los videojuegos?
-Fue tremenda la forma en que estalló Maandag –dijo Jumamosi.
-Desde luego. Y la muerte por agotamiento de Utorok –replicó Dydd Mercher-. En Svetlo llorarán esa pérdida tan importante para ellos, teniendo en cuenta que también han caído sus milenci.
-Los habitantes del Mar Inmortal formamos una gran familia –dijo Babae-. La desaparición de cualquiera de nosotros nos afecta a los demás.
Akira frunció el ceño, pensativo.
¿Podía considerar su familia a aquellos seres? Una montaña de caca con un ojo, un pie gigante, una tosca mujer de piedra de enormes pechos y un extraterrestre medio robot medio pulpo.
Sí, de alguna manera lo eran. Compartían un vínculo que los unía por encima de sus diferencias: el Mar de la Imaginación donde bogaban sus fantasías.
Dydd Mercher le palmeó paternalmente la espalda.
-Lo importante es rescatar a tu amigo Kaito -dijo.
-¡Mirad a Babae! –exclamó Gina.
Babae tenía el cuerpo lleno de bultos. ¿Cómo había cambiado tan rápido? ¡Hacía un instante estaba bien!
-Esto no me gusta -dijo Jumamosi.
Entonces sintieron los gruñidos.
-¡Podridos videojuegos! –exclamó Dydd Mercher levantando el puño.
-¡Están debajo de nosotros! ¡Se han metido dentro de Babae! –dijo Jumamosi.
En efecto, ¡brotaban del Mar de la Imaginación, atravesando el casco de la góndola!
Akira vio cómo los bultos de Babae reventaban para dar paso a las odiosas culebras-látigo.
Dejó en los brazos de Gina a Ozú y Natsuko.
-Procura que no se despierten -dijo.
-Descuida –replicó Gina, poniendo a cubierto al erizo y la gata.
Akira observó espantado cómo las culebras-látigo salían del cuerpo inerte de Babae. ¿Estaba muerta desde que los videojuegos entraron en ella sin que nadie se percatase de lo que ocurría? ¿Cómo podían ser tan poderosos? ¡Malditas criaturas!
-¡Despierta, muchacho! –dijo Dydd Mercher.
Akira se sacudió la sugestión que le provocaba ver a Babae -la tosca mujer pétrea de enormes pechos- reducida a un humeante bloque de piedra con mil perforaciones.
Ahora las culebras-látigo intentaban meterse en sus cuerpos, como habían hecho con Babae.
-¡Terrícola! –exclamó Dydd Mercher mientras Akira se preguntaba quién sería el siguiente en caer.
¿Quizá el propio Dydd Mercher? ¿Jumamosi? ¿Él?
Lo importante era que Gina estuviese a salvo junto a Ozú y Natsuko.
Dydd Mercher lo sacudió de los hombros.
-¡Moriremos todos!
Esa lapidaria advertencia retumbó en su cabeza. ¿Por qué se sentía ido?
Pensó en sus padres, el domador de cocodrilos y la ascensorista de un hotel de lujo donde se hospedan ricachones árabes que viajan en limusina, dromedario o camello. Y en Venezia. ¿Qué estarían haciendo los caracoles gigantes que se dirigían a Vladivostok en la Plaza de San Marcos? ¿Y el tiranosaurio y el dragón mensajero que vivían en la escalinata de la catedral?
¡Le apetecía comerse una Pizza Fantástica y un helado de Beso!
Pero ahora no podía hacerlo. Tenía que seguir luchando en aquella guerra. ¡Por su amigo Kaito!
-¡Akira! ¡Nos atacan los videojuegos! –oyó que exclamaba Gina.