¡Salvemos a Kaito!

 

 

 

-¿Qué te gustaría hacer, Akira? –preguntó Aldo.

-¡Salvar a mi amigo Kaito!

-¿Qué le ha pasado?

-No sale de su habitación.

-¿Por qué?

-¡Lo han atrapado los videojuegos!

-¿A ti no te gustan los videojuegos, Akira?

-¡Los odio!

-¿Por qué?

-¡Por su culpa Kaito no sale de su habitación desde hace mucho tiempo y no puede venir conmigo a Venezia!

-Entiendo… -dijo Aldo, suspirando.

En la cara del viejo lobo de mar apareció una expresión de cansancio.

Luego añadió, animándose:

-¡Muy bien, salvemos a tu amigo Kaito de los videojuegos!

Gina se encogió de hombros.

-Yo naufragué porque no me gustaba ser gorda y casi no comía –confesó.

-¡Bueno, ha llegado el momento de arreglar todo eso! –exclamó Aldo con jovialidad, empuñando el largo remo de la góndola.

-¡Haré cualquier cosa por salvar a Kaito! ¡Estoy preparado para ir a la guerra! –dijo Akira con firmeza.

-Pues sí, hijo mío, de eso se trata: ¡una guerra! –replicó Aldo, esbozando de nuevo un gesto de cansancio.

-¿No nos ayudará nadie en la guerra? –preguntó Natsuko.

-Pediré voluntarios en otros lugares del Mar de la Imaginación –dijo Aldo.

-¡Qué bien! –saltó Ozú, emocionado ante la perspectiva de participar en una guerra y conocer a nuevos amigos, y añadió, con las púas de punta-: ¿Quién es el enemigo?

-Qué bobo eres –dijo Natsuko-. El enemigo son los videojuegos que han atrapado a Kaito y no dejan que salga de su habitación para venir con nosotros a Venezia.

-Ah…

Mientras la góndola de Aldo surcaba el Mar de la Imaginación, Akira observó a Gina. Era más alta que él. Sus ojos azules, grandes y expresivos, brillaban como el mar al reflejar la luz del sol y las estrellas.

La piel, muy blanca, era de leche, harina y yogur natural.

-Qué suave –dijo, acariciando sus mejillas.

¡Gina tenía la cara más guapa que había visto! ¡Y su pelo era increíble! Largo, ondulado, con las hebras finas y delicadas, de un rubio intenso; ¡oro puro!

-Me gustan tus pecas –replicó ella, sonriendo.

Akira observó que Gina calzaba unas zapatillas deportivas muy femeninas, con los cordones de color fucsia fosforescente. El vestido de tirantes, rojo, con la falta corta, dejaba al descubierto sus bonitas piernas.

¡Impresionante!, se dijo, aspirando la fragancia a rosas que despedía.

-¡Parece una princesa! –dijo Ozú.

-Es preciosa –admitió Natsuko, celosa.

-En el Mar de la Imaginación los sueños se hacen realidad –dijo Gina, contemplando el horizonte.

-¡Ya lo creo! –convino Akira.