Utorok y la isla Svetlo
-¡Hemos llegado a Svetlo! –dijo Aldo acomodándose su gorra de marinero, que tenía un ancla cosida con hilo de plata.
La góndola había atracado al borde de una olla gigante, de unos quinientos metros de diámetro y profundidad, donde revoloteaban seres voladores semejantes a luciérnagas, del tamaño de un puño, con la cabeza grande y redonda y una carita simpática y sonriente.
¡Qué extraños seres!, se dijo Akira.
Su cuerpo alargado tenía rayas amarillas y negras, igual que las abejas. Las patas eran piececitos diminutos, como los de un bebé en miniatura. Poseían un afilado aguijón en la parte de atrás y cuatro alas blancas de libélula.
-¡Qué churro de isla! –exclamó Ozú, burlón.
Gina contaba a los svetlanos.
-No te molestes. Hay cincuenta y siete –dijo Aldo.
Las preguntas se amontonaban en el pensamiento de Natsuko.
¡Se moría de curiosidad!
-¿Cuántos años viven? ¿De qué se alimentan? ¿Duermen?
-En Leeg no dormimos. El vacío está siempre despierto, alerta, por lo que pueda pasar –comentó Maandag.
-Será mejor que Utorok conteste a vuestras preguntas –dijo Aldo-. Aunque sólo es un niño…
De entre los habitantes de Svetlo se destacó el de menor tamaño. Lo vieron salir volando de la olla y posarse junto a Ozú.
-Hola, amigos. ¡Yo soy Utorok! –dijo con una aguda voz de pito.
Aldo hizo las presentaciones y todos saludaron al svetlano, que despedía una agradable radiación, cálida y perfumada.
Utorok satisfizo la curiosidad de Natsuko.
Los svetlanos se alimentaban de una resina que segregaba la atmósfera de su isla, dormían una hora al día, suspendidos en el aire, y vivían tres años de promedio, aunque algunos llegaban a siete.
Había tres clases de svetlanos, que se juntaban para tener descendencia. Los Observadores poseían un aguijón muy sensible, como un radar, que captaba ondas de la Tierra, Leeg o cualquier otro lugar. Observaban todo lo que ocurría en el Mar de la Imaginación, compartían la información con sus compañeros Pensadores y éstos sacaban conclusiones que transmitían a los Soñadores para que volcasen sus creaciones en el Mar de la Imaginación.
-Para reproducirnos se juntan un Observador, un Pensador y un Soñador, durante treinta y siete días, uniendo la punta de sus aguijones. Si en ese tiempo no sucede nada que los separe, dan a luz a un nuevo svetlano. El problema es que los Soñadores se están extinguiendo. Eso dificulta la reproducción y nuestra isla no para de encogerse. Ahora mis hermanos y yo somos los únicos Soñadores.
-¿Cuántos hermanos sois? –preguntó Ozú.
-Seis. Yo soy el menor.
-¿Qué edad tienes? –dijo Gina.
-Un año, dos meses y tres días, según vuestro cómputo del tiempo.
Utorok plegó las alas con humildad.
-Cuando Aldo me dijo que Kaito, el amigo de Akira, está atrapado por los videojuegos, comprendí que algo grave está ocurriendo en el Mar de la Imaginación, y me he ofrecido voluntario para ayudaros.
A Akira le maravilló ese ser de aspecto insignificante que vivía en una olla gigante y era tan buena persona.
¡Los humanos tenían tanto que aprender!
-¡A por el tercer voluntario! –dijo Aldo.
-¡Un momento! –replicó Utorok agitando sus alas blancas de libélula con preocupación-. No deseo ir solo…
Aldo esbozó un gesto de sorpresa.
-¿Quieres que te acompañe alguien?
-Mis milenci… -Utorok sonrió-. En mi idioma milenci significa amantes. Temo que los svetlanos se extingan si fracasamos en esta guerra. Me gustaría que vengan conmigo el Observador y el Pensador que escogí para tener descendencia cuando alcance la madurez. Quién sabe, quizá haya que levantar de la nada otro Svetlo en cualquier otro lugar del Mar de la Imaginación…
Aldo se encogió de hombros; en sus pobladas barbas blancas se abrían paso mariposas de colores que echaban a volar alegremente.
-¡Claro que sí! –exclamó.
-¡Gracias! -dijo Utorok saltando encantado a la olla de Svetlo para buscar a sus milenci.