CHIE
Al día siguiente, por la mañana, Picatoste estuvo en la Fan Fruit Limitateci, echando un vistazo al lugar donde habían ocurrido los hechos. El italiano Intimissimi le sirvió de guía. Durante su inspección albergó la vaga esperanza de que, entretanto, el tropel de familiares de Norman Fan, que sin duda acudirían al hospital a verle, hubiese desaparecido cuando él acudiese. Así pues, bien entrada la tarde, Picatoste llevó a Ainoa en su Ford al hospital de Imperial Valley County. Ya que de algún modo ella se había arrogado el puesto de su ayudante, quería que hiciese méritos empezando por estudiar a Norman Fan.
Aparte de la opinión de los médicos y de lo que en su momento dictaminase el forense, Picatoste tenía su propia opinión sobre ese caso. La lógica le decía que si el hipotético asesino de Fan hubiese querido deshacerse de él, le habría matado al instante antes de arrojarlo a la tolva para que allí desapareciese deshecho entre cascaras de mandarina. Ni qué decir que habría cerrado la escotilla, para que el vigilante Johnson no lo hubiese descubierto. Pero eso no había sucedido. Más bien parecía que Fan había caído al interior de la tolva sin violencia excesiva. Y todo indicaba que acaso las contusiones que presentaba se debían a golpes con los peldaños del pozo, resbaladizos por el zumo, producidas en el momento de caer o entrar a través de la escotilla. ¿Se debía todo, pues, a un intento de suicidio? Eso estaba por demostrar, como tal vez en el caso de Miao Chu. ¿Le había inducido alguien a hacerlo? El caso de Miao Chu sugería o daba la maldita impresión, o infundía la jodida sospecha, de que el joven bonzo que cuida de la pagoda se había visto impelido a ello, como si obedeciese un mandato. Era algo muy extraño. Era como una anomalía psíquica y por eso él, José Picatoste, llevaba a Ainoa Goyerri para que se lo dilucidase.
Picatoste se llevó un chasco nada más encarar con Ainoa el corredor que conducía a la habitación donde estaba internado Norman Fan. En su puerta, aparte del ayudante del sheriff que vigilaba, se encontraba una nube de parientes de Fan. Lloraban, parloteaban y comían.
En medio de un alboroto de voces chinas, Picatoste saludó a Sam, el agente de la ley, rubio y fuerte como un oso. Sam ya sabía por su jefe cómo debía proceder con el chicano, de modo que no puso ningún impedimento para que entrase en la habitación junto con su amiga de extrañas manos. En el cuarto también había familiares del convaleciente. A una señal de Picatoste, Sam se encargó de echarlos al pasillo.
Norman Fan se hallaba tendido en la cama y cubierto con una sábana. Por fin las enfermeras habían podido vencer en gran medida su rigor mortis adelantado. Aunque su expresión seguía siendo la de un cadáver. Con los ojos abiertos hacia el techo, no parecía que viese por ellos. Tampoco parecía que se apercibiese por otros sentidos de dónde estaba y de lo que ocurría a su alrededor. De contemplarlo así, la expresión de Ainoa se había vuelto más severa. Picatoste pudo sentir su respiración, de pronto más honda, embargada de ansiedad. No tardó ella en aproximarse a la cabecera de Fan.
Picatoste se mantuvo a los pies mientras que Ainoa procedía. Le habló a Fan en español y en inglés pero el hombre permaneció mudo y ausente. Quizá sólo entendía el chino y habrían debido venir con Pei Lin. Pero, según Gullberg e Intimissimi, constaba que Fan entendía perfectamente el español y el inglés. Tentó sus músculos. Observó sus articulaciones.
— Este hombre se encuentra inmerso en una rigidez cataléptica, José — pronosticó Ainoa con ese término técnico, sin perder de vista al paciente— . Aunque puede que su estado sea más grave del que aparenta. Voy a comprobarlo.
— Es todo tuyo…
Picatoste permaneció en silencio, mientras que ella inició una serie de pruebas.
Con extremada dificultad, con sus manos ortopédicas Ainoa se sacó un gran alfiler con cabeza de nácar de su bolso; con extremado tiento pinchó a Fan en un brazo, el tipo ni se enteró. Quedó un punto de sangre en su brazo. Después despegó los labios de su boca, descubriendo que tenía enclavijados los dientes. A continuación Ainoa pasó a auscultar en sus ojos. Su mano derecha se acercó al rostro de Fan, moviendo los dedos con tal tosquedad que Picatoste temió que dejase tuerto al chino. Prefirió no ver aquello.
Se volvió y salió al pequeño vestíbulo de la habitación, a donde iban a dar la puerta del armario, la del cuarto de baño y la del corredor. Allí se encontraba Tony Fan. Al llegar, Picatoste había supuesto que el tipo debía de ser el hermano deNorman. Al cabo de tantos años, ya iba aprendiendo a saber que dos chinos hermanos tienen algo parecido.
— ¿Qué tiene que ver la policía mejicana con esto?
Le preguntó Tony Fan en español, sin duda creyéndole un polizonte del otro lado de la valla. Picatoste no se molestó en aclarar ese malentendido.
— Puede que mucho, señor Fan — le dijo— . Usted es propietario de una maquiladora en Mexicali. Ha habido varios dueños de maquiladoras asesinados. ¿Tiene usted algún problema en su negocio?
— ¿Qué quiere decir?
«Ya estamos como siempre — se dijo Picatoste— . Con las sutiles evasivas de los chinos.»— Quiero decir que usted puede tener enemigos del gremio que quieran hacerle daño. Y que, al no poder hacérselo directamente, lo hayan intentado con su hermano.
— Mi hermano es un buen hombre. Nadie querría hacerle daño.
— Bueno… Su hermano Norman es un buen hombre y nadie quiere hacerle daño — Picatoste se avino a la oscura lógica china— . Entonces, ¿se imagina por qué ha pretendido suicidarse?
— ¿Suicidio? — preguntó Tony Fan, enarcando sus cejas— . El suicidio no es bueno. Norman es próspero con su embotelladora y feliz con su esposa.
Picatoste iba a replicar a Fan como se merecía, contundentemente, cuando un grito interrumpió su plática. Había gritado Ainoa.
Los dos hombres se precipitaron a la habitación. Les siguieron el agente Sam y el resto de familiares. Todos se iban quedando paralizados en la puerta por lo que veían. Todos iban teniendo la impresión de que la mujer pretendía estrangular al enfermo con sus manos artificiales. Aunque el asunto, por patente, no era tan burdo.
Ella era la única persona que gritaba, mientras que Norman Fan mantenía asidas las muñecas de Ainoa, apretando sus manos, abiertas como tenazas, contra su propio cuello. Ella procuraba deshacerse de esa presa, pero sin tirar mucho, pues los adhesivos de los miembros ortopédicos podrían soltarse de su cuerpo. Así que Fan, con la mirada ahora sí viva, con los dientes enclavijados y emitiendo lo que parecían horribles onomatopeyas y no chino, seguía y seguía intentando ahogarse con aquellas manos ajenas. Tuvo que acudir Picatoste con sus manazas y su fuerza para liberar a Ainoa. Entretanto, Sam mantenía a raya a unos alborotados familiares, que lanzaban improperios contra ella. Unos insultos eran chinos, pero otros la tachaban en español de asesina, de demonio y de serpiente.
Acudieron doctores y enfermeras. Alguien esgrimió una jeringuilla con algún sedante y lo clavó en Fan como si fuera una banderilla.
Picatoste sacó a Ainoa de allí. Ella iba muy afectada. Salieron del hospital, llegaron al aparcamiento y montaron en el Ford.
— ¿Te encuentras bien? — preguntó él.
— Sí. Sí… Necesito un trago…
— Yo también. Y algo más que un trago… — Picatoste puso en marcha el coche. Su tono de voz se hizo más serio— . Bueno, Ainoa. Si quieres seguir con esto habrás de tener más temple. ¿Por qué no me has llamado, en lugar de montar ese escándalo? Hubiese bastado con que hubieses dicho: «José Picatoste, acude». Hay que despabilarse. Nadie sabe lo que podemos encontrarnos más adelante. Necesito a alguien que me ayude, chica y no que sea una carga.
— Lo tendré en cuenta, Tarzán. Lo siento…
Giró Ainoa su cabeza hacia él, con una sonrisa agria y una mirada turbia, como diciéndole: «¿estás conforme, Josu o quieres que me tire a las vías de un tren?» El captó el mensaje y no insistió.
— ¿Se puede saber qué ha pasado con Fan?
— Luego hablamos — sentenció ella.
Picatoste gruñó, metió la marcha, maniobró y sacó el Ford de la hilera de coches.
