Capítulo 15

 

 
 

 
 

 
 

 
 

 
 

 
 

 
 

Nueva York, Estados Unidos

 

No hay cita que no se cumpla, y la mía había llegado. Un sueño añorado desde niña se había hecho realidad, el ser seleccionada para la portada de Vogue en su edición más importante del año. Un logro profesional que sin lugar a duda le daría un fuerte impulso a mi carrera, de por sí exitosa. Sin embargo hay veces que las oportunidades y los sueños se presentan en la realidad de la vida, de un modo muy diferente al que habías idealizado durante largo tiempo.

 

Esta meta no la había alcanzado sola. Alexander había tendido mucho que ver al hechizar el incuestionable ojo de Amelí, y convencer a Anna con su aura encantadora.

 

Me encontraba satisfecha de haberlo alcanzado, pero no me sentía feliz, todo lo contrario, una amargura terrible me deprimía a diario. Este era el verdadero reto para la producción fotográfica. El irradiar alegría teniendo el alma vacía, algo prácticamente imposible. Aun no sabía cómo haría para salir airosa ante esta demandante sesión para Vogue.

 

Las bofetadas y golpes que me había dado la vida en los últimos meses por andar de insolente retándola, eran brutales. Juro que había aprendido la lección, aunque al parecer era muy tarde, ya que no existía más para Alexander. Se  había esfumado de este mundo, sin responder a mis notas, llamadas, mensajes. Incluso viajé a Fráncfort con la intención de visitarlo en su apartamento, en un intento desesperado para verlo y hablar con él.

 

“El Sr. Loewe me pidió que recolectara su correo, pero no mencionó dónde, ni cuando regresaría a casa.”  Había dicho el conserje a cargo de los apartamentos.

 

Frustrada abandoné Alemania para regresar a mi hogar en Vancouver alistando mi cuerpo para esta prueba.

 

Amelí había aceptado a regañadientes el hacer la sesión de fotos sin él. Una decisión que me había sorprendido porque había insistido que deseaba reflejar en la portada de la revista, la imagen de una pareja exitosa de la vida real, aunque para mí la razón verdadera era el haber quedado cautivada con Alexander.

 

Preparada o no, llegué a la cita en 4 Times Square, en Nueva York. Empujé la puerta giratoria y entré al rascacielos cede del exitoso grupo editorial al que pertenecía la revista. Al igual que en otras ocasiones, iba sin maquillaje, como si fuera un lienzo en blanco listo para que los artistas le dieran vida transformándolo en una de sus ideas maravillosas.

 

Al abrirse el ascensor en el quinceavo piso, Amelí me recibió, y cuál fue su sorpresa al verme que dijo:

 

―¿Giselle? ¿Eres tú?

 

―Claro que lo soy, ¿no me reconoces? ―me quité las gafas obscuras.

 

―¡Dios mío, no te reconocí! Parece como si vineras del funeral de tu madre. ¿Estas enferma? ¿Desde hace cuantos días que no sales a que te dé el aire y la luz? No sé si con esa cara podremos comenzar a fotografiarte, Giselle.

 

―No llevo maquillaje, Amelí.

 

―Y así es como te he visto innumerables veces cuando comenzamos el día. No es eso, sino que al verte casi me pongo a llorar de la melancolía que transmites. No te enfades conmigo, pero estoy a punto de cancelar todo. Llamaré a la modelo substituta que había pensado.

 

―¡No espera, Amelí! Tú sabes que soy capaz de hacerlo. El maquillaje y el peinado me ayudarán. Cuando salga de ambos verás que soy la misma de siempre.

 

Amelí se quedó pensativa, observando mi rostro. La mujer de mente sagaz analizaba mi personalidad.

 

Lo que tiene esta chica es la opresión de un desamor que le congelo la sangre, es por ello que tiene la mirada sin vida.

 

 
 

―Está bien, no la llamaré. Te prometo en cambio hacer todo lo que este a mi alcance para levantarte ese ánimo que traes por los suelos. Juntas podremos lograr este paso tan importante en tu carrera y de paso evitaremos que Anna me cuelgue del asta de este rascacielos por no darle lo que deseaba. Pasa por favor a que te peinen, ya te esperan.

 

Me senté mientras transformaban mi cabello en un peinado glamoroso. A los pocos minutos habían convertido mi cabello en un peinado de diva. Uno de esos que las modelos sabemos darles el glamor adecuado causando que las personas que nos ven lo añoren deseando tenerlo, sintiéndose atraídas por su perfección y la belleza que irradiamos. Muchos lo atribuyen a la ropa y accesorios de ensueño que vestimos, pero en realidad somos nosotras las que damos vida a todo ello.

 

 Una vez lista, pasé al maquillaje donde mi transformación continuaría.

 

―¡Pero linda! Voy a necesitar aplicar unos brillos a la sombra de tus bellos ojos azules para reanimar esa mirada apagada ―dijo el maquillista con modos amanerados―. ¿Quién es el macho estúpido que te ha hecho llorar tanto para que tengas esos ojitos así de hinchados?

 

―¿Es tan evidente?

 

―¿Evidente? Se nota que has llorado más que Jennifer Aniston cuando la abandonó el cabrón del Brad Pitt.

 

―Digamos que en mi caso me lo merezco...

 

―Uno nunca se merece que le rompan el corazón, mi amor, a menos que hayamos transgredido los límites de lo permitido.

 

―Pfff… tú lo has dicho…

 

―Giselle, te presento a Chad ―era Amelí que me presentaba al reemplazo de Alexander.

 

―Hola Chad, soy Giselle, encantada.

 

―Uy linda, ¡un poco de más emoción no te vendría mal!

 

―En cuanto esté frente a la cámara te prometo que no me reconocerás.

 

―Sólo porque eres Giselle Bouchard me lo creo ―dijo Chad, conociendo mi trayectoria.

 

El modelo era encantador, perfecto y con experiencia en fotografía editorial. Trataba de ser amigable pero el saber que podía haber sido Alexander, me provocaba agruras.

 

De repente me vinieron unos espasmos horrorosos. Un dolor en el abdomen invadió mi cuerpo doblándolo hacia adelante.

 

¡Buaaaagh!

 

¡Buaaaagh!

 

Volví ahí mismo el estómago, manchando no sólo el set sino el vestuario que llevaba, arruinando además mi maquillaje y peinado. El estar en contacto con el fantasma de Alexander había sido demasiado fuerte.

 

Amelí se acercó tratando de ayudar. Me acercó unos pañuelos para limpiarme y trajo un vaso de agua.

 

―Calma linda. Respira profundo ―secó las lágrimas que se me escapaban― ¿Estás segura que puedes con esto, Giselle? ―me preguntó preocupada.

 

―Claro que sí. Disculpa, creo que ya se me está pasando...

 

¡Buaaaaagh!

 

¡Buaaaaagh!

 

Tercer y cuarto espasmo haciéndome sacar pura bilis.

 

―Disculpa, no sé qué me pasa.

 

Amelí suspiró ―¿No será que estas embarazada Giselle?

 

―¿Embarazada?! Pues será del espíritu santo, porque no me he metido ni un pistache de la méndiga tristeza que me invade, a veces hasta me preocupa que se me vaya a cerrar mi hoyito.

 

 ―Ahora hablas como monja de convento en lugar de modelo profesional―dijo Amelí.

 

―Lo siento, no sé lo que me ocurre ―le dije sin desear revelar la dura etapa por la que estaba pasando.

 

Yo sé perfectamente lo que te sucede, así no lo quieras confesar, Giselle.

 

―¡Que Dios nos ayude! Espero no haber hecho el error de mi vida, porque de ser así pierdo mi trabajo y Anna los destripa a ustedes uno por uno!―se dirigió a todo el staff reunido―. Chicos, hoy tenemos que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para ayudar a esta preciosa creatura. Todos te vamos a apoyar Giselle, cuenta con nosotros.

 

Comenzaron a aplaudir animándome mientras yo terminaba de refrescarme en un lavabo.

 

Aun no comenzábamos con la sesión, y ya me habían tenido que volver a peinar, cambiar y retocar el maquillaje. Parecía una chiquilla novata.

 

Cuando finalmente pudimos comenzar la sesión, el fotógrafo se esmeraba en dirigirnos con las poses y gestos

 

―La barbilla un poco más arriba, Giselle.

 

¡Click!

 

―Exacto, ahora tóquense ambos cariñosamente... Huuhuhh… ¿eso es todo? Mi osito de peluche irradia más sensualidad cuando lo abrazo. ¡Vamos chicos! Muéstrenme que desean arrancarse la piel, hagámoslo de nuevo.

 

¡Click!

 

―Ahora denme una mirada que haga estallar la cámara, ¡vamos!

 

¡Click!

 

Amelí seguía atentamente la serie de fotos que se transmitían a unos monitores en el set. Después de asesorar las que llevábamos, se aproximó al fotógrafo.

 

―Esto no está funcionando, ¿no es verdad, Bruce?

 

―Tst, tst... No es la Giselle de antes, actúa como un molde vacío, desalmado, ya no sé qué más hacer. Jamás la había visto tan desconcentrada, sin duda hace el intento pero algo la acongoja demasiado. Además, no me encanta la pareja que hacen. El chico tiene más fuego en la mirada cuando voltea a ver a los hombres del staff, que a Giselle.

 

―Pongamos música, tal vez nos ayude a animarlos. De no funcionar, haremos una pausa para que hable con ellos. ¡No estamos en el kindergarten!

 

 La música nos animó, relajando nuestros rostros y cuerpos al bailar, pero no lo suficiente para el altísimo nivel que la producción fotográfica requería.

 

―Giselle, Chad, tómense una pausa. Los veo en el backstage ―dijo Amelí con cara de pocos amigos.

 

Al alcanzar mi camerino me senté frente a la mesa de maquillaje con enorme espejo. No podía juzgar las palabras de Amelí, tenía razón sobre la tristeza que irradiaba.  A los pocos minutos, sentí la terrible compañía que me perseguía desde que Alexander me había abandonado: La Soledad.

 

Comencé a afligirme pensando que sería para siempre, por lo que comencé a llorar desconsolada. Sabía que mi desempeño en la sesión con la que siempre había soñado era miserable, a pesar de mis frustrados intentos por eludir la realidad en la que vivía.

 

La tristeza que sentía mi corazón era ineludible y la exhalaba hasta por los poros. Era simplemente incapaz de arrancármela del alma.

 

Años enteros había esperado a que esa persona especial llegara a mi vida, y cuando finalmente lo había hecho, ¿cómo  había actuado? Lo había entregado a un sin fin de mujeres para que fueran ellas las que descubrieran su atrevido encanto e ingenua virilidad, en lugar de entregarme a sus brazos sin pretensiones y caprichos. Una tras otra habían terminado cautivadas por la estrepitosa sensibilidad y carisma que les transmitió su compañía.

 

No me perdonaba el haberme comportado de ese modo, y todo por un estúpido ego de superioridad ante él. Me había aprovechado claramente de la situación al darme cuenta que lo tenía en mis manos desde un principio. No pude resistir la oportunidad de ejercer ese poder manipulador cuando ves que un hombre te idolatra por tu belleza sin siquiera conocerte.

 

¿Merezco este castigo cuando actué para defender lo que mi corazón deseaba tener a su lado? ¿Acaso no se justifican mis acciones cuando no tuve más remedio que actuar deliberadamente al ver que la chispa de su mirada se volvía hacia otra mujer? Una mujer estupenda, pero con decisiones tomadas atándola a otra persona y a otro estilo de vida. Conscientemente no deseaba afrontarlo y prefirió jugar dándole tontas esperanzas y razones infundadas de poder tener un futuro juntos.

 

La puerta del camerino se abrió.

 

En mis peores pesadillas había imaginado que la directora creativa de Vogue tuviera que hablar conmigo por no estar a la altura de sus expectativas.

 

 
 

―¿Hola Giselle, me recuerdas? ―dijo una voz a mis espaldas. No era la de Amelí.

 

Cambié mi postura irguiéndome. Me puse alerta mientras se me congelaba la sangre. Pestañe varias veces tratando de enjuagar mis ojos, los que abrí ampliamente atenta a ese tono de voz familiar, pero que hace mucho no escuchaba. Con los dedos limpié la humedad bajo mis párpados, sin pensar que con ello correría aún más el rímel.

 

―¿Giselle, soy yo, aún me recuerdas? ―volvió a preguntar en tono cauteloso esperando mi reacción.

 

Las manos me temblaron, las piernas no me dieron el soporte que buscaba para ponerme de pie.

 

Con voz temblorosa, y rompiendo irremediablemente en llanto respondí:

 

―¿Cómo no recordarte si me rompiste el corazón? Llevo meses llorando tu ausencia y maldiciendo tu nombre.

 

―Estoy aquí para hablar de todo ello.

 

―Tengo miedo de voltearme y descubrir que no eres la persona que pienso. No me moveré hasta que me digas tu nombre.

 

―Soy Alexander.

 

La respuesta me destrozó aún más. En lugar de girarme me desplomé de la silla al suelo, sollozando.

 

―¡Ojos lindos! ―dijo acercándose atropelladamente hacia mí.

 

―¡Espera, detente! Dame un momento… es sólo que traté inútilmente de olvidarte, y ahora te apareces inesperadamente.

 

Respiré profundamente llenándome de valor para girarme a verlo.

 

No podía creerlo, pero ¡era él! Sostenía un inmenso y colorido ramo de tulipanes gigantes.

 

―¡Alexander!! Me puse de pie arrojándome a sus brazos. Al tenerlo cerca besé su rostro numerosas veces―. ¿Cómo estás, tigre? ¿Te encuentras bien, corazón?

 

―Estoy mejor, si... ¿cómo estás tú?

 

―¡Perdóname, por favor perdóname! No deseaba lastimarte. Te pido perdón si te cause daño, he aprendido mucho con esta tempestad. Sólo espero me des una oportunidad para demostrártelo.

 

No worries, creo que ambos hemos aprendido a conocernos.

 

―¿Sigues molesto conmigo?

 

―¿De ser así,  estaría aquí abrazándote?

 

―¿Son esas hermosas flores para mí?

 

―En realidad son para el modelo con el que haces pareja hoy, se ve que le gusta sacarle el gas a la Pepsi.

 

Me carcajeé ―¡No seas tonto! Lo dices porque es más guapo que tú.

 

―¿Más guapo? ¡Pfff! Deja que veas lo que el duro trabajo en los campos de agave ha hecho por mi cuerpo.

 

―¿Así que ahí fue donde te escondiste?

 

―Me refugié, más que esconderme. Necesitaba retirarme, reflexionar y darle duelo a la memoria de Luna. ¿No lo sabías? Pensé que habías hablado con Ethan y Sunny. Estuvimos dos semanas juntos.

 

―No lo sabía. Por lo que me dices fue pura iniciativa de ellos.

 

―Me hizo muchísimo bien que me visitaran, no te puedes imaginar. Me devolvieron a la vida con su peculiar modo de ser y divertidas personalidades.

 

―Y tú a mí. Al verte, siento como me devuelves el alma que te llevaste contigo. Sólo ahora entiendo lo que me profetizaron en ese pequeño pueblito a orillas del Mar Negro: "Te arrancará el alma, pero es el único capaz de curar esa sed carnal que tienes".

 

Sentí su mano recorriendo mi mejilla. Me abrazó estrujándome. Parecía que deseaba exprimirme la tristeza con su abrazo de oso. Yo me dejé querer, a pesar del rudo modo de demostrarme su afecto. Lo que más necesitaba era un abrazo de esa intensidad que ahogara la amargura.

 

Feliz de sentirme entre sus poderosos brazos, entrelacé su cuello con los míos. La mirada de Alexander estaba encajada en la mía, no deseábamos desviarla, después de tanto tiempo separados.

 

―Tu ausencia puso mi mundo de cabeza, Alexander. Una sola noche me permitió vivir la ambivalente experiencia de la pasión y la ternura. Imagino que esa sería nuestra visión del mundo al hacer eternamente el amor…

 

 ―¿Y tú qué sabes del amor?

 

―Tal vez era nuestro destino el entregarlo todo, para sufrir extrañándonos. Después de esa noche ya no tengo nada que perder.

 

―Eso no contesta mi pregunta. No lo tomes como una rudeza innecesaria si te hablo directamente y sin rodeos, Giselle; pero pensé mucho en ti y reafirmé algo que me temía.

 

―¿Y qué es?

 

―¿Es posible que aún no te des cuenta lo sencillo que era saciar la híper-sexualidad que te atormentó durante tanto tiempo? ¿De verdad que aún no lo sabes?

 

―Sólo sé que tú eres capaz de hacerme tocar el cielo a voluntad, guiándome por el maravilloso camino de arrebato y seducción.

 

―Amor, Giselle.

 

―¿Amor? ―pregunté confundida.

 

―Lo que necesitabas era entregar tu corazón.  Al hacerlo y sentirte correspondida se disolvió el problema permitiéndote alcanzar las estrellas de un modo fenomenalmente intenso. Siempre buscaste el tener relaciones pensando que calmarían tu insaciable apetito sexual, pero jamás le diste una oportunidad al amor.

 

―¿Tú crees que esa es la razón?

 

―Incluso me atrevo a decir que nunca antes te habían hecho el amor.

 

―¿Y qué te hace creer que estoy enamorada de ti, guapo? ―le dije coquetamente guiñando un ojo, mostrando lo que no había hecho en meses: una sonrisa.

 

―Es sólo una corazonada. Eso es justo lo que deseo saber para decidir cómo seguir adelante con mi vida. Es de hecho la razón por la que vine. Necesitamos ser lo suficientemente sensatos, Giselle.

 

―Ya veo… ―dije pensativa.

 

―Estoy dispuesto a entregarte lo mejor de mí, si tú también lo estas. Te pareceré anticuado, pero aun creo en las relaciones que duran toda una existencia. Hoy más que nunca creo en el amor.

 

―Es demasiado amor ante los ojos de una chica que jamás ha tenido una relación estable, me haces sentir nerviosa, Alexander. Por tonto que parezca, jamás imaginé lo que me dices, pero tiene mucha lógica.

 

 ―Nada me haría más feliz, que escuchar una respuesta positiva, pero de no ser así, prometo marcharme sin hacer dramas. Sin duda que estaremos en contacto, pero forjaré un camino sentimental diferente. Es importante que sepas que me llevará tiempo olvidar a Luna, pero estoy abierto a un futuro contigo sin quedarme atrapado en el pasado.

 

―¡Uy que seriedad!, señor auditor ―le dije besándole la mejilla y rozándole los labios intencionalmente.

 

―Ya no lo soy, renuncié a mi trabajo ―sonreí apenado.

 

―¿Qué príncipe rescata a su princesa declarando su amor para confesarle después su estado de desempleado? ―le pregunté provocativamente. Él se encogió de hombros.

 

¡Lo único que deseaba era un beso suyo que le mostrara la intensidad del amor que sentía por él, pero estaba muy serio en su papel y no me atreví a interrumpirlo, hasta que se me ocurrió preguntarle:

 

―Dime algo guapo, en el paquete del amor que describes tan solemnemente, ¿viene incluido ese delicioso y enloquecedor pito de King Kong?

 

―¡Giselle, qué palabrotas dices!

 

―Disculpa, se me sale lo traviesa al estar contigo. Es la felicidad y los deseos de aventura que comienzan a fluir por mis venas. Ejem, ejem… ahí voy de nuevo: ¿Estás dispuesto a enseñarme lo que es el amor?

 

―Me encantaría descubrirlo a tu lado. Estoy seguro que la vida tiene aún mucho que ofrecernos.

 

―Está bien, tigre. A partir de ahora, nada de retos, nada de esperar a que me demuestres el diamante que eres, ahora puedo leer tu mirada reflejando tu ser interior. Veme a los ojos, Alexander, voy a decir lo impensable ―di dos pasitos hacia atrás, y tome aire diciendo:

 

―Yo, Giselle Bouchard admito que no puedo vivir sin Alexander Loewe aquí presente. No existe nada en este mundo capaz de darme una alegría semejante. Me encantará ser parte de la aventura de vivir a tu lado. Estoy segura que eres el único que puede hacerme feliz.

 

―Casi suena convincente. ¿Y por qué es eso, muñeca?  Vamos, quiero escucharlo de tus labios.

 

―¡Porque estoy enamorada de ti!

 

―¿Y qué más?

 

―¡Uy!, ¿pues qué más quieres que diga?

 

―Que soy un chico maravilloso y que junto a mi Brad Pitt es un pendejo.

 

―No te pases de mamoncito, Alexander. Tú fuiste el que comenzó con las seriedades y ahora te burlas de mi ―lo amenacé moviendo el dedo índice.

 

―Está bien, está bien, ¡caramba! ¿Dónde dejaste tu sentido del humor?

 

―Llevo ocho meses sin sonreír, para que lo sepas.

 

Se aproximó, tomándome por la cintura.

 

―Yo también la pasé terrible, pero es hora de regresar a la vida y deseo hacerlo a tu lado. Voy por muy buen camino para entregarte mi corazón.

 

Aproximamos nuestros rostros para besarnos despacito y sin prisas, sintiendo la redondez de nuestros labios impacientes por derramar amor. Parecía mentira que después de tanto tiempo, apenas nos dábamos la oportunidad de besarnos con esa calma.

 

―¡Alexander, no sé si estoy preparada para este shooting de la portada de la revista!―dije al volver a la realidad en la que nos encontrábamos.

 

―¡Claro que lo estás! Lo has estado durante toda tu vida. Es la mujer dentro de ti la que hace que brote el hombre que llevo dentro, y con ese mismo temple tu y yo vamos a hacer historia y la vamos a comenzar a escribir aquí mismo, Giselle.

 

―Ok, tus palabras me alientan. ¿Cómo haces para ser tan fuerte después de un tiempo tan tormentoso?

 

―Piensa que hay dos fechas importantes en la vida, el día en que naces y el día que descubres por qué lo hiciste, y ese día para ti, ha llegado hoy.

 

―Me haces sentir invencible, Alexander, ¡hagámoslo!