Capítulo 7
Al llegar al resort donde nos hospedábamos acordamos darnos unas horas para descansar y relajarnos en nuestras suites. La vida de una Beauty Icon es en realidad extenuante. Las últimas veinticuatro horas habían sido intensas y llenas de trabajo: primero la pasarela, luego nos habíamos desvelado la noche anterior, levantado temprano el día de hoy, y por último la agotadora sesión de fotos.
Decidimos encontrarnos a las diez de la noche en el lobby para dirigirnos a la fiesta que había mencionado Amelí.
De momento, me encontraba acostado leyendo cómodamente en una tumbona en la terraza exterior de la suite. El agradable clima templado permitía estar cómodamente sin camisa y unos cómodos pantalones de mezclilla.
¡Toc Toc Toc!
¿Quién podrá ser? ―llamaban a la puerta de mi habitación.
¡Toc Toc Toc!
A cada segundo tocaban con mayor impaciencia.
Me puse de pie renegando por querer seguir disfrutando de una tarde tranquila a solas.
Al abrir me di cuenta del porqué de la insistencia. Frente a la puerta estaba Giselle. Al parecer había salido directamente de la ducha por que llevaba el cabello empapado y una toalla anudada al pecho. El borde del textil caía hasta la parte alta de los muslos apenas cubriéndole la entrepierna y trasero. Una de sus manos a la cintura, y en la otra sostenía un estuche que no me era desconocido.
En un intento por evitar confrontarme con la situación de darle las braguitas en persona, había pedido en la recepción del hotel que le entregaran el estuche que las contenía, con ello quería eludir un momento erótico adicional.
―¿Me permites entrar o me vas a dejar aquí afuera medio desnuda? ―dijo alzando su delineada ceja, fulminándome con una mirada desafiante con el misterioso azul vibrante de sus ojos azules.
―Pasa por favor, bonita.
Entró apresuradamente. Abrió el mini bar sacando una botellita de Tequila Patrón. Una miniatura de la botella estándar, que arrancaba una sonrisa al ver el ingenio y presencia de la artesanía mexicana plasmada en la famosa marca.
―¿Quieres uno, Alexander? Lo necesito para calmarme y no arrancarte la lengua para luego cortarte la garganta.
―¡Uy! ¿Y ahora qué hice? ―pregunté haciéndome el pendejo, ya que sabía muy bien el porqué de su enojo.
Bebió media botellita de un solo trago. ―Ahh... adoro mi elixir… En mi habitación ya no quedan más. Terminé las tres botellitas del entripado que me hiciste hacer con tu detalle de mandarme con el conserje este estuche para que lo dejara en mi habitación. Tocó a mi puerta cuando estaba duchándome, después de recibirlo me hervía tanto la sangre, que preferí beber tequila para relajarme y no aventarte por el balcón. Es un gesto bastante lacra, y poco refinado de tu parte, ¿no lo crees?
―Tú también me los dejaste con el conserje del lobby del condominio en Vancouver, Giselle.
―No te hagas el listo, Alexander. El día que te envié esta delicada lencería en su cajita, fue algo sofisticado y una linda sorpresa.
Giselle cruzó las puertas corredizas con acceso a la terraza de la suite. Salió, se recargó en el barandal y haciendo la cabeza hacia atrás termino de un sólo trago el resto del tequila que quedaba en la botellita. Mientras lo hacía la toalla que la cubría resbaló cayendo al suelo. Una de esas extrañas casualidades provocada por su seductora personalidad para incitar. Cuando terminó el tequila sacudió la botella diciéndome: ―¿se te antoja?―. Nuevamente utilizaba una doble connotación aludiendo a su cuerpo de musa, pero distrayendo el comentario hacia otro objeto.
Sus abultados senos paraditos con pezones apuntando al norte se mostraban esplendidos y excitados. Su abdomen plano naciendo bajo el busto hasta el vientre bajo incitaba a acariciarlo. Bajé la vista curioso por ver su jardín femenino, pero sólo encontré pura piel lisa y tersa en toda su zona erógena. Su estrecha cintura y curvilínea cadera la daba la tan anhelada figura de reloj de arena sostenida por unos muslos firmes y bien torneados.
―En mi primera nota te pedí que las trajeras a Shanghái, y me complace ver tu interés por traerlas. Sin embargo, como recordarás, en la segunda te expresé mi deseo de que me las pusieras tú mismo en cuanto lo desearas, sin importar el lugar… ―separó sus piernas ligeramente más allá de los hombros.
Embelesado al verla desnuda, olvidé mis votos de castidad, y dije―: ¿Y por qué no lo hago ahora? ―Cogí el estuche abriéndolo. Saqué las braguitas de Agent Provocateur, y me dirigí a ella para ver más de cerca esa apetecible entrepierna totalmente rasurada. Tenía toda la intención de ponérselas seductoramente.
―¡Santísima Maria de las Mercedes, no me jodas, Giselle! ¿Cómo haces para lograr que tu cosita se vea así de natural? No está ni siquiera irritada, más bien esta lisa como piel de bebe ―le dije poniéndome de cuclillas, resistiéndome a no lanzarme a probar lo más íntimo de su cuerpo.
―¿Te gusta? Y deja que la pruebes... ―Colocó ambas manos ligeramente por encima de su rayita, jalándola hacia arriba haciendo que sus rosados labios se entreabrieran provocando que su clítoris se asomara tímidamente.
―Ush... por favor no me hagas esto... o te voy a hacer el amor en este mismo instante sin importar quién nos pueda ver.
―Aduéñate de mi cuerpo aquí mismo, Alexander. Me parce haber aguardado desde hace una eternidad para ser tuya. Ya no puedo esperar más para sentirte...
Recargó su pie en el balcón, flexionando su pierna hacia afuera, abriéndola para ofrecerme más espacio. Mi fascinación por ella, me imposibilitaba a negarme a tocarla. Acaricie la tersa piel de su monte de venus que se elevaba ligeramente sobre su vientre bajo.
¡Ding Dong!
¡Ding Dong!
―No abras, sigue, anda... Estoy ardiente por sentirte... explórame con tus besos íntimos...
―Es mejor ver quién es. Espera un segundo, Giselle.
Coloqué las braguitas nuevamente en el estuche. En mi camino hacia la puerta, los puse en la mesa del televisor bajo la pantalla plana.
¡Toc Toc Toc!
―¡Ya voy, ya voy! ¡Qué pasa con ustedes gente!
Al abrir, casi me da un ataque epiléptico.
―¡Sorpresa, ragazzo! Por la carita que pones, me alegra ver que te he sorprendido. Dime, ¿has extrañado a esta italiana sedienta por sentir tus manos recorriendo su piel?
―Luna... cariño... pero que gran sorpresa… ¿Qué haces aquí?
―¿Debo entender con ello que te da gusto verme?
―¡Pero claro linda! ―Nos abrazamos. Luna comenzó a desabrocharme la camisa, besándome el pecho.
―Estoy como olla exprés, Alexander. Me urge sentirte dentro de mí. ¿Puedo entrar? Estoy impaciente por sentirme tuya, han pasado varias semanas sin vernos. Deseo que me hagas el amor con esa intensidad que me hace olvidar lo que sufro por no tenerte en mi cama cada amanecer.
Me empujó hacia adentro besándome apasionadamente.
¡Argh! ―Grité al sentir sus uñas rasguñando mi espalda.
―No sabes cómo te voy a devorar… ―se hincó desabrochando mi pantalón.
―Coff... coff… ―se escuchó desde la terraza. Luna se sobresaltó.
―¡¿Giselle?! ¿Eres tú?
―Claro que soy yo querida Luna. ¿Acaso no me reconoces?
Giselle se había puesto la toalla para cubrirse, aunque ahora la llevaba al borde de la aureola de sus senos, mostrando una desnudez más sugerente. También exhibía más sus muslos al empatar el dobladillo del textil con el arco formado por sus piernas.
―¿Se puede saber qué haces aquí medio desnuda? ―dijo irritada.
―Hola amiga, a mí también me da mucho gusto verte después de tanto tiempo ―dijo Giselle acercándose.
Al pasar frente a nosotros, agarró de la mesa las dos botellitas de tequila que quedaban
―No me has contestado, Giselle
―Esa pregunta te la debe contestar, Alexander, no yo.
―¿Sabías que llegaría hoy?
―No, ni siquiera estaba segura que vendrías. ¿Cómo saberlo, si ni me confirmaste mi invitación? En realidad estoy muy decepcionada de esos modos tuyos de tratarme últimamente.
―¿Giselle te invitó, Luna, y no me comentaste nada? ―le pregunté confundido.
―Bueno, bueno... Por lo visto necesitan un poco de privacidad para hablar, pero sobre todo para que termines de abrir esos lindos pantalones, así que los dejo. No se olviden de la fiesta de hoy, va a ser alucinante y nos divertiremos mucho los tres.
Al pasar frente a nosotros tomó a Luna de la mano, llevándola consigo hasta la puerta. Antes de irse, me miró de soslayo sobre su hombro, al darse cuenta que las veía, se le acercó al oído murmurando:
―Luna, no limites tus gemidos. Dale vuelo a tu excitación, grita a placer todo lo que desees.
―No necesito consejos sobre cómo hacerle el amor a mi novio. Ni siquiera pienso en ello, sólo entregamos nuestras almas a ese maravilloso acto.
―¿Tu novio? ¿Así es como lo llamas? Una mujer de tu clase, carácter y fuerza ¿y no te atreves a utilizar la palabra adecuada? Yo más bien lo veo como tu amante. Algo así como un amor imposible, clandestino, y fuera de tu alcance que sin duda te durará poco. No trates de eludir la realidad, Luna.
―Pues a mí me parece que la que trata de eludir la realidad es otra. Permíteme describírtela fácilmente: La última vez que nos encontramos, fue para que me presentaras a Alexander, y ahora que nos volvemos a ver las caras, ¡es todo mío! Así de clara es la realidad en la que vivimos gracias a este amor que nos sostiene. Sigo sin entender por qué nunca te sinceraste admitiendo que tenías un interés genuino en él, aunque aun así te lo hubiera arrebatado de tus brazos.
―Luna, mide tus palabras. Te aseguro que no quieres despertar mi ira, puedes arrepentirte.
―No te temo en lo más mínimo, Giselle. Espero hayas aprendido la lección: Si amas a alguien, no esperes demasiado, luego puede ser muy tarde para que esa persona sienta lo mismo por ti.
―Está bien, no digas que no te lo advertí. ¿Sabías que Alexander te fue infiel con mi amiga Jahra? Se acostó con ella sin vacilar un instante, completamente seducido por su belleza.
―¿La modelo brasileña? ―preguntó sintiendo un nudo en la garganta.
―La misma que tienes en la mente, esa amazona se comió a tu dulce caramelo. Por cierto que me dio detalles impresionantes sobre el modo en que tiene sexo, pero no creo que de momento sea adecuado describírtelos.
―Ya lo sabía, Giselle ―mintió.
Llena de rabia y confundida por la respuesta, Giselle tomó su celular, presionando la aplicación de fotos, seleccionando lo que buscaba.
―Ve por ti misma lo enamorado que está de ti, Luna. Si ya lo sabes, de seguro ya viste esta foto, ¿verdad?
Llevada por la furia que sentía, y en un acto cruel, le mostró unas fotos que mostraba a Jahra, a las demás chicas y a mí, en el spa de Marbella. Giselle tenía en su poder todas las fotos tomadas por Jahra en ese día. En las fotos estaban ellas con sus pechos desnudos y yo en el centro. En otra me encontraba bailando con las rusas y por último las dos fotos que había tomado Jahra a hurtadillas al encontrarme desnudo en el sauna con la bellísima Iris sobre mí.
Los ojos de Luna se aguaron, sintió su garganta seca como un desierto. Sólo su fuerza y coraje de mujer valiente le ayudaron a disimular la herida y el dolor que sentía frente a su adversario. Esa vitalidad la llevo a contener las lágrimas que su corazón lastimado demanda derramar para desahogar su aflicción.
―Como ya te lo dije, lo sé todo. No me cuentas nada que no sepa. Alexander me lo confesó por el gran amor que nos tenemos. Lo perdoné desde hace tiempo, ni siquiera pienso más en ello.
Giselle buscó en el rostro de Luna el menor indicio de titubeo, pero sus palabras las había expresado en tono concluyente, determinante y sin vacilación.
―¿Para eso me invitaste?, ¿para lastimarme? ¿Deseas hacerme daño?
―Lo hice para saber hasta dónde eras capaz de llegar por Alexander, pero ahora me queda claro. Jamás hubieras permitido que pasara unos días maravillosos a su lado, ¿no es cierto?
―A veces me pregunto en que momento arrojaste nuestra amistad a la basura.
―Lo hice en el momento en el que te metiste en unos pantalones que no fueron diseñados para ti. Todo puede volver a ser como antes en cuanto termines con esto.
―¿Y si no deseo hacerlo?
―Yo no soy la que va a sufrir las consecuencias, Luna; pero lo más injusto sería que Alexander se convirtiera en la víctima de tu irresponsabilidad y tuviera un accidente. Ninguna de las dos desea que eso pase. Estas siendo demasiada egoísta, bien sabes que es muy factible que suceda.
―Me gusta más cuando moderas tu tono, así me das a entender que deseas que todos salgamos bien de esto y no que sólo te importa meterte a los pantalones de mi Alexander.
―¿Sabe de Leonardo?
Luna se puso pálida. En modo de súplica le dijo:―Giselle, te ruego que no se te ocurra hablar sobre mi relación con Leonardo…
―¿Leonardo? ¿Quién es Leonardo? ―le pregunté sin poder evitar escuchar la conversación al acercarme a ellas.
Luna me vio angustiada.
―No quiero hablar de ese tema frente a ella, Alexander. ¿Me das un momento por favor? Ahora estoy contigo.
―Claro, Luna ―dije dándome la vuelta dirigiéndome a la terraza.
Luna se volteó para enfrentar a Giselle valientemente. Era claro que no se iba a dejar amedrentar por la influenciable y dominante personalidad de la modelo.
―Giselle, de no haberme ayudado tanto en el pasado, ¡ya tendrías una bala en la cabeza! ¡Y yo misma hubiera jalado el gatillo! Si tu influencia con Francesco es tan grande que incluso lo persuadiste con lo de Leonardo, ¿por qué no me apoyas en esta ocasión también?
―Porque esta vez fuiste demasiado lejos, Luna. Ambas le juramos a Francesco que no volverías a enamorarte y, por lo que veo, es exactamente lo que sucedió con Alexander.
―¿Y qué querías que hiciera? Yo no quería entregarle mi corazón, pero me enamoró su forma de ser. La ternura y autenticidad que siempre muestra, junto con esa personalidad única me devolvió la alegría de vivir. Me sacó de la asfixia de vivir una vida superficial, atreviéndome nuevamente a la aventura, algo que había añorado desde hace mucho.
―En fin, has lo que te plazca. Vuelve con él que te espera impaciente por saber de tus explicaciones.
―Así lo hare, voy a disfrutar todo lo que tu desearías con mi Alexander.
Giselle la vio sabiendo que deseaba lastimarla. Sin inmutarse le dijo:
―Sólo quería que supieras que estoy en la habitación contigua y deseo escuchar cuando llene tu cuerpo satisfaciendo esas ganas absurdas que tienes por alcanzar tu éxtasis. Es una lástima que ni Francesco, ni nadie más te lo pueda dar.
―¡Basta, he escuchado suficiente!
¡Slaaap!
Luna azotó la puerta violentamente dejándola afuera.
Maldita, odio cuando se pone de zorra. La prefiero de mi lado, y no como oponente, pero en este caso es imposible.
Respiraba estremecida, la sangre le hervía. Mantuvo una de sus manos recargada en la pared con la cabeza inclinada, tratando de dominar su explosivo temperamento italiano.
Lo peor de todo es que tiene razón... ―pensó cerrando sus ojos color ámbar, inclinando la cabeza hacia abajo.
Regresaba apesadumbrada, en una actitud que no correspondía a la alegre personalidad que le conocía. La curiosidad me mataba por saber sobre el tal Leonardo, pero no deseaba mortificarla más, notaba que era un tema que la afligía profundamente. Así que por el momento decidí respetar su secreto, si no deseaba compartirlo no la presionaría para ello. Confiaba en ella, además que no tenía cara para adoptar un rol de macho, exigiéndole una confesión, cuando yo tenía demasiado que revelarle y no creo que fuera a serle fácil el escucharme.
¡Pluuump!
Destapé una botella de champaña. Coloqué dos copas sobre la mesita de la terraza.
―Es hora de festejar el que estemos juntos, Luna ¿me acompañas? Le tendí la mano. Me miró extrañada por mi reacción pensando que le exigiría una aclaración. Incluso imaginaba que estaría irritado.
Sin cruzar más palabras, me regaló una de sus encantadoras sonrisas. Su mirada se serenó, mostrando agradecimiento por no presionarla.
Caminó hacia mí pausadamente, sin prisa, sabiendo lo mucho que disfrutaba recorrerla con la mirada. Llevaba un vestido corto de la última colección de la marca definida como lujosa y relajada a la vez, Balmain.
El ligero vestido sin mangas establecía el poder del color negro como signo de elegancia. Estaba adornado con finas lentejuelas en plata sobrepuestas de tal forma que daban la apariencia de estampado de cocodrilo. El cuello recto era la antesala para la caída de un escote profundo en la espalda. La tela se amoldaba a las curvas de su trasero hasta terminar en la parte alta de sus muslos, en donde terminaba el dobladillo.
Unos high heels de Aquazzura con hebilla arriba del tobillo con cadenitas de plata en el broche, realzaban su coqueto andar. Su grueso cabello castaño revoloteaba formando unos bucles que pasaban unos definidos hombros. El maquillaje era equilibrado en tonos nude.
El estilo que demostraba era absolutamente chic, mostraba una pasmosa habilidad para hacer de lo que parece una mezcla imposible un perfecto Mix & Match.
―Es hora de profundizar en tu escote. ―le dije bajando el zipper que comenzaba en el lumbar, sintiendo en mi recorrido como se alzaban sus pompas redonditas, apretadas como manzanas. Al llegar a sus muslos, los acaricié impaciente. Al abrir por completo la cremallera del vestido, revelé una deliciosa tanga. El listón se le perdía entre sus glúteos apareciendo de nuevo en el arco de su entrepierna cubriendo una deliciosa intimidad. Introduje mi mano pasándola por su cintura, haciéndola estremecer.
―Brindo por unos formidables días juntos, Luna.
Posó su mano en mi mejilla viéndome con ojos melancólicos que jamás me había revelado anteriormente. ―Estoy dispuesta a entregarte este amor hasta el último segundo que se nos permita estar juntos.
―Lo importante es disfrutarnos ahora que tenemos la oportunidad, linda.
―Quería llegar a Shanghái al mismo tiempo que tú lo hiciste, pero tuve que cambiar la reserva, ya que Francesco me pidió inesperadamente que lo acompañara a un evento de la familia en Calabria.
―¿Sospecha de lo nuestro?
―Por supuesto que lo hace. ¿Cómo te explicas que desde que nos declaramos nuestro amor, él me ha buscado para estar íntimamente como pareja? ¡No lo hacía desde hace meses! Mucho menos en su etapa en la que se aventuró a probar la tendencia homosexual. Cada día lo entiendo menos. Es un tormento tener que ceder a sus caricias cuando lo que mi cuerpo necesita es sentir tus manos recorriéndome.
―Te confieso que es duro pensar en ese tema cada noche que estamos separados, Luna; pero pienso que sería absurdo el desear o pedirte que no estés con él. Con el tiempo se torna más difícil el tolerar estar separados y vivir en un amor clandestino. Tengo que confesarte algo…
El corazón de luna se congeló al escucharme utilizar el mismo término que Giselle para definir nuestra relación: un amor clandestino.
―¡Detente, Alexander, no sigas! No me encuentro fuerte como para escuchar a tus labios pronunciando un adiós. No estoy preparada, ni nunca la estaré. Por favor entiende que estás tan dentro de mí que siento que me ocupas el alma. Lo que más me tortura es el darme cuenta que una fisura del pasado nos separa, y es por ella que se nos escapará este amor.
Sus palabras me hicieron comprender que su amor iba mucho más allá de lo que imaginaba. Luna arriesgaba todo, teniendo mucho que perder.
―¿Cuál es la razón de tanta melancolía? No te conocía de este modo. No me refería a una despedida, se trata de ciertas situaciones que se dieron en mi viaje a Marbella y que me gustaría que estuvieras enterada porque…
―Si lo que deseas confesar es un desliz, o una aventura amorosa sin importancia para tu corazón, pero necesaria para tu cuerpo, quiero que sepas que no me importa. Ni siquiera tienes que buscar mi perdón ―dijo interrumpiéndome.
―Pero… de cualquier modo quisiera que escucharas mi versión de las cosas en caso de que salga al aire de algún modo.
―Me es indiferente a menos de que se trate de alguien que hace vibrar tus sentimientos. Dime, ¿te enamoraste en Marbella?
―No para nada, sólo se salió un poquito de control. Pero además hay ciertos acontecimientos que se han dado últimamente que…
―¿Lo ves? No es necesario entrar en los detalles, ni desperdiciar el poco tiempo que tenemos juntos en ello. Ya es bastante a lo que nos enfrentamos estando separados como para darle importancia a una de esas futilezas, además, yo te soy infiel a nuestro amor con Francesco.
―Está bien, si no deseas que le dediquemos tiempo, no lo haremos, pero a veces creo que es mejor hacer una pausa para ver hacia dónde vamos. ¿Piensas que podremos salir airosos de esto?
―El amor viene acompañado de alegrías intensas y tristezas profundas, Alexander. Yo prefiero concentrarme en lo primero. Disculpa mi tono trágico y amargo, pero las palabras de Giselle me turbaron profundamente.
―¿Qué fue lo que te dijo? Te encendiste como un volcán en erupción.
―No tiene caso darle más relevancia. Por favor démosle otro giro a la conversación. ¿Qué tal que volvemos a comenzar? ¿Podrías ir por hielo? El champaña se está calentando con todo mi drama.
―Claro, ahora vuelo. ―Me puse una t-shirt, cogí la cubetita de la botella de champaña y salí hacia el área de los ascensores. Justo a un costado, se encontraba el dispensador de hielo.
Volví apresuradamente a la habitación. Al dejar la puerta abierta al salir, Luna no escuchó que entraba.
―Aquí están los hielos, traje dos cubetitas porque creo que los necesitaremos para enfriar nuestros cuerpos ―dije bromeando y de buen humor.
Luna se alarmó al verme. Evidentemente no esperaba que regresara tan rápido. Al entrar vi como volvía a poner en su lugar un par de fotos que me habían obsequiado en la sesión con Giselle, que se encontraban debajo de una carpeta conteniendo el contrato. El estuche con la prenda íntima que había colocado bajo el televisor, se encontraba volteado, evidenciando que también lo había revisado.
―¡Que veloz eres! ―dijo tratando de controlar sus emociones. Sus manos le temblaban al igual que su voz.
Coloqué las cubetas de hielo sobre la cómoda del pasillo, aproximándome a ella.
―Luna creo que es hora de que afrontemos juntos una conversación seria.
―¡No y no! Llevo semanas enteras imaginando tu dulce mirada clavándose en la mía en el momento mágico en que me llevas al éxtasis. No necesito hablar, lo que necesito son de tus besos para calmar la inquietud de mi alma, que a momentos parece derrumbarse desde que atravesé la puerta de esta habitación. ¡Hazme el amor! Llévame a ese mundo en el que sólo tú y yo existimos…
Me abrazó descansando su cabeza en mi hombro. Le acaricié la espalda reconfortándola―. Estaré bien muy pronto ―dijo antes de dirigirse al equipo de sonido.
Conectó su teléfono móvil. Seleccionó la música con la que deseaba comenzar nuestro ritual que la llevaría a tocar el cielo.
La canción de She Wolf de David Guetta y Sia; inundó la atmósfera de la habitación.
(Traducción):
Un disparo en la oscuridad,
Un pasado perdido en el espacio,
Y ¿por dónde empiezo?
¿El pasado, y la caza?
Me has cazado,
Como un lobo, un predador,
Me siento como un ciervo en las luces del amor
Me amaste y yo me congelé en el tiempo,
Hambriento por probar de mi carne,
Pero no puedo competir con la loba que ha tomado el control de mí,
Dime que ves en esos ojos amarillos,
Porque yo estoy cayendo a pedazos...
Luna daba giros sintiendo la letra de la canción. Se volvió hacia mí moviéndose en actitud coqueta, aproximándose, bailando sin voltearme a ver, animándose con la música mientras chasqueaba los dedos.
―¡Ay, sí! Con música está mucho mejor. ¡Hay que sentir la intensidad de estar vivos! ¡Andiamo, Amore!
Lentamente volvía a ser la chica radiante, llena de alegría que conocía.
Decidida a cumplir con sus anhelos, se encogió de hombros, y con ello el vestido fashionista cayó a sus pies. Los listones de su tanga hacían una seductora parábola que comenzaba en su cadera, extendiéndose hasta su estrecha cintura en donde alcanzaban su punto más alto para caer nuevamente formando una curva armonizando con las suyas.
Al tenerme enfrente, cogió mi tshirt del borde, alzándomela hasta quitármela. Sin perder tiempo en palabras superfluas la besé. Luna se entregaba apasionadamente a mis besos. Nuestras lenguas se entrelazaban llevándonos al mundo que tanto anhelaba: el del amor sin desenfreno, el de entrega sin remordimientos de un pasado o un futuro, sino exclusivamente deleitándose con el presente.
Las caricias de nuestros pechos, mis brazos estrujando su cuerpo, a cada acción Luna expulsaba gemidos llenos de placer. Mojaba sus labios jugosos como fresas, dejándose llevar por la excitación que sentía.
―Argh, si… ¡que delicia! ―dijo cuándo jalé su cabello proyectando su cabeza hacia arriba, dándome espacio para besar sus clavículas, y recorrer su cuello con mis labios.
Desabrochó mi pantalón, bajando la bragueta. Indecisa por hincarse, dijo: ―Me encantaría probarte, pero ya no puedo más… deseo tenerte cuanto antes dentro de mí.
Deslicé mis manos por el costado de su cuerpo, sintiendo la curva convexa que se formaba desde sus costillas prolongándose hasta su cintura. En mi camino me encontré con sus perfectas imperfecciones que ya conocía y había aprendido a apreciar: un sexy lunar al costado de su seno, pequitas esparcidas como rocío, y una pequeña cicatriz. Cerré los ojos palpando el nacimiento de sus caderas, deleitándome de cómo se convertía en curva cóncava. Terminé mi recorrido en su trasero. La apresé por debajo de los glúteos, cargándola hasta sentarla sobre la mesa.
El forcejeo con movimientos fogosos y desordenados, buscando espacio para juntar nuestros cuerpos, hicieron que los papeles, carpeta, fotos y el estuche conteniendo las bragas de Giselle salieran volando al suelo.
Luna separó sus rodillas. ―Tengo algo que mostrarte, ragazzo, observa bien, creo que te gustará ―dijo fulminándome con sus ojos ámbar.
Sin más, la hermosa modelo italiana deslizó su tanga a un lado exhibiendo toda su intimidad. En esta ocasión, Luna había ido mucho más allá de lo que hubiera podido imaginar. Su jardín femenino no tenía en esta ocasión la forma de un diminuto corazón, ni el de una flecha. Esta vez tenía un definido tatú de Jena sobre la línea de su monte de venus:
A
L
E
X
A
N
D
E
R
―¡Luna, estas fuera de control! ¡¿Qué tal que Francesco ve esto?!
―Una mujer cuenta con muchos recursos para hacer feliz a su esposo, aun siendo ella infeliz. Ni te preocupes, que nuestros encuentros no se comparan a los nuestros; además, sé que ángulo mostrar. Con este tatú, te recuerdo siempre, especialmente cuando me toco a solas… ¿quieres que te muestre como lo hago? ―dijo poniendo carita de inocente, poniendo el dedo índice entre sus labios.
¡Putísima madre!, esta mujer me va a ocasionar una pinche embolia de lo caliente que me pone… ―¡Muéstramelo todo!, permíteme ver tu técnica en solitario ―le dije encantado por su propuesta.
Abrió sus labios íntimos con sus dedos, dejando aparecer ese montículo del placer, su clítoris. Estaba empapada. Luna se acarició con movimientos circulares, dándose en ocasiones palmaditas. Con la otra mano, jalaba ligeramente hacia arriba para que no se cerrara, mostrándome la entrada al paraíso. Excitada al saberse observada, llegó el momento mágico en el que introdujo su dedo en su vagina.
―Ah… ―escapó de sus labios al sentir como su dedo la abarcaba.
Me tomó de la mano, colocándola en su vagina para que ahora fuera yo el que la tocara. Al sentir como la acariciaba íntimamente, apoyo sus manos a los lados, y apretó los dientes sintiéndome.
―No creo que haya mujer más caliente en el sistema solar, ¡eres una cachondísima exquisita!
Tenía los ojos a media asta, reflejando las sensaciones sexuales que la invadían.
La tomé de la cadera jalándola para rozarle la entrepierna con mi abultado pene. Al sentir mi erección introdujo su mano en mis retro pants buscando camino para sostener mi miembro en su mano. Cuando lo tuvo en su poder, me jaló hacia ella para besarme lujuriosamente.
Luna acariciaba mis testículos, recorriéndome hasta la punta, apoderándose de mi miembro para luego apretarlo con su puño, sosteniéndolo firmemente.
―¡Putísima madre, la tienes i-n-m-e-n-s-a! ―exclamó viendo el pedazo que escapaba de su puño.
―Y a mí me encanta ver cómo te mueves cuando me sientes todo dentro de ti, sin quejarte del cómo te abarco o de la profundidad a la que llego, eres una golosa.
Saqué mi pene poniéndolo en su entrada, dejándola ver lo que estaba por invadirla.
Pasó saliva. ―¡Hazlo, hazlo ya! Métela en un solo movimiento.
Ignoré su orden, e introduje sólo la cabeza, manteniéndola ahí firme. La vista que le ofrecía nuestra posición al verse, y sentirse penetrada, envió su lívido hasta el cielo.
―Dije hasta adentro, ¡¡umpff…!! ―deslizó la cadera hacia adelante, haciendo que mi pene entrara en ella.
Me abrazó con sus piernas. Estando conectados, la cargué buscando una pared en donde recargarnos. Al llegar cerca de la terraza, comencé a hacerle el amor con vehemencia sosteniendo sus piernas con mis antebrazos.
―Te juro que me llenas toda… Ah... Ah… Ah… ―exclamaba complacida por mis embates.
Aun cuando estaba acostumbrado a estar arañado por doquier por esta pantera salvaje, decidí llevarla al borde de la cama buscando darle un respiro a mi espalda que seguía siendo rasguñada continuamente.
A pesar de su energía, Luna se mostraba más sensible que de costumbre. Probablemente por las semanas que habían pasado sin estar juntos.
Teniéndola en la posición de misionero al borde de la cama, ella sus manos en mis mejillas besándome.
―Vamos hacia el centro de la cama, pero por favor no te retires, que estoy a punto de terminar.
―Umpf, me sacas el aire, Luna. ―me aprisionó con brazos y piernas adhiriéndose a mí cuerpo para que me recostara sin desconectarnos.
Una vez que Luna estaba sobre mí, ella se encargó de controla la profundidad, goce y ritmo de penetración. A los pocos minutos, me di cuenta que se encontraba en el carril de alta velocidad que llevaba directamente al éxtasis.
Antes de alcanzarlo, adoptó una posé que me estremeció por la intensidad de la postura ―¡Aiiii, me vengoooo! ―Hincada se reclinó hacia atrás, extendiendo sus brazos colocando las palmas sobre la cama, proyectando su pecho hacia adelante y haciendo su cabeza hacia atrás. Luna se entregaba al placer de estar juntos, como si fuera la última vez en la que haríamos el amor.
Movía bruscamente su cabeza de un lado a otro, azotando violentamente su trasero en mis muslos.
―¡Dio mio!―dijo con su sexy acento italiano―¡No sé qué haría si no te tuviera nunca más! Adoro todo lo que tenga que ver contigo ¡Piuff…! ¿Cómo conseguir estos orgasmos de otro modo?
Se encontraba cansada, pero no fuera de combate, mucho menos ahora que conocíamos las fronteras y posibilidades de nuestros cuerpos. Ella sabía bien, que a pesar de encontrarme arañado por todas partes, aún me encontraba en una pieza.
Gateó sobre mí, tumbándose en la cama, yo me incorporé para ir por la botella de champaña. Coloqué la cubeta con hielos sobre la cómoda y bebí de mi copa.
Me apresuré a estar a su lado. Con un beso le di de beber del burbujeante líquido.
―Alexander, ojalá no te hubiera conocido... así no me hubiera enamorado de ti.
―Sigues de positiva, ¿eh linda?
―Tienes razón, te voy a mostrar lo que entiendo por una actitud positiva.
Sabiendo lo observador que era, la muy atrevida se puso en cuatro puntos alzando sus caderas. Viendo lo estupefacto que me encontraba, sonrío y bajó su tanga lentamente, exhibiendo no sólo su hermosa intimidad, sino además un orificio apretadito a pocos centímetros de terminar la línea de su vagina.
Conociendo el modo de seducirme, Luna posó de lado su rostro sobre el satín de las sábanas volteándome a ver, e introdujo su dedo índice y medio en la boca, mojándolos con sus labios. Luego, en un gesto mega-caliente, recorrió con ellos sus labios vaginales de abajo hacia arriba, terminando un su apretado hoyito trasero. Con semejante acto, sentí que las pelotas me iban a estallar de lo calientes que estaban.
―¡No me jodas, Luna. ¿Qué estás insinuando? ¿Lo quieres por ahí? You dirty girl!
―¿Y porque no? ―frunció los labios haciendo trompita de niña buena― Hace mucho no lo hacemos, y tú sabes lo mucho que lo disfruté desde que lo descubrí por primera vez contigo.
Fuera de mí, me arrodille detrás de ella. Ella estaba expectante por recibirme. Ni en mis sueños más perversos hubiera imaginado que una modelo como ella me volviera a ofrecer su trasero de esa forma, era como para volverse loco.
Coloqué mi pene en esa entrada apretadita. Luna cerró los ojos sabiendo que aún faltaba lubricarlo, pero no intentó detenerme.
―¡Argh, eres un maldito desgraciado! Casi se me sale el alma de la expectación por lo que sentiría al recibirte ―dijo al sentir que entraba por su vagina en el último momento. En el último instante, la cordura prevaleció. Deseaba que siguiera recordándolo como una experiencia placentera, y aún había que preparar su capricho, lubricando esa entradita.
―Infilare subito ma piano, per favore. Despacio, necesito irlo controlando sobre todo al principio, después todo es más sencillo ―dijo al darse cuenta que estaba lista para recibirme.
Luna había gemido más efusivamente que en otras ocasiones que habíamos estado juntos. Yo lo atribuía a la híper sensibilidad que notaba en su cuerpo. Si sus expresiones corporales habían sido intensas hasta ahora, nada se podía comparar con los momentos que siguieron al entregarnos a su fantasía.
Luna no gemía, usaba sus pulmones a todo vapor haciendo evidente el placer que sentía. Las puertas corredizas para acceder al exterior se encontraban abiertas, por lo que no me quedaba duda que sus alaridos se escucharan hasta la zona de la piscina, a pesar de encontrarnos en el piso veintitrés. Me imaginaba a todas las personas viendo hacia arriba preguntándose a quien estarían destripando vivo o follando de modo tan fantástico.