Capítulo 2

 

 
 

 
 

 
 

 
 

 
 

 
 

Marbella, Puerto Manus.

 

Acepté el ir a Marbella buscando aclarar las cosas con Giselle, aún sin tener la certeza de encontrarme con ella. Literalmente me armé de valor para hacerle frente a mis aventurillas de caliente, con la esperanza de no despertar demasiado su ira.  Las confesiones de Doreen acerca del cómo la había chantajeado en el pasado, me hicieron pensar que estaba siendo manipulado por Giselle a su antojo, y en caso de serlo, ahora tendría que afrontar las consecuencias de su peligroso juego y aceptar que mi corazón ahora le pertenecía a Luna.

 

Lo que me mantenía preocupado, era que esta enorme convicción masculina se viera reducida a nada al tener enfrente a una mujer tan irresistible, sexy y de encantadora personalidad, como lo era ella. ¿Qué hombre es capaz de no sucumbir ante el atractivo físico aunado al carácter cautivador de una mujer? La respuesta es bien simple, ninguno. Y es que hace tiempo que el significado de la belleza dejó de ser frívolo, ajeno y banal, ya que como lo dijo el filósofo Giles Lipovetsky: “el ser bellos tiene una importancia como nunca antes se había visto en la historia de la humanidad”. Más aún cuando en estos tiempos modernos la apariencia se asocia con el poder, estatus y el éxito.

 

Estos eran los pensamientos que me ocupaban mientras nadaba en la piscina del hotel en el que me hospedaba: El Vincci Selección Estrella del Mar. Un hotel de moderno estilo mediterráneo con arquitectura de influencias árabes, ubicado en la mejor zona de la Costa del Sol.

 

Al cumplir con mi moderada distancia de tres kilómetros de nado, me alisté para visitar el centro histórico de la ciudad de Marbella.

 

Di un paseo por el casco antiguo, impregnándome del encanto de esta ciudad en Andalucía, ocupado por casas encaladas con frondosas buganvilias, fragantes naranjales y los restos de una fortaleza árabe del siglo IX. El paseo fue la perfecta antesala antes de almorzar una de las especialidades de la zona: el ajoblanco, la típica sopa fría de almendras, que acompañé con una copa del excelente vino local.

 

Cargado de energías, tomé un taxi para dirigirme a la dirección que Giselle me había indicado en su nota. El conductor tomó por la autopista del Mediterráneo rumbo hacia el norte. Después de unos veinte kilómetros, nos dirigimos hacia la costa, hasta que apareció un anuncio que decía, Artola-Cabopino.

 

El taxi se detuvo frente a las instalaciones de un moderno edificio localizado sobre la costa de Marbella. Se trataba de la única edificación contigua a la zona ecológica de las denominadas Dunas de Artola. Un paraje natural declarado monumento natural y cuyo valor reside en el cordón dunar que la delimita.

 

En lo alto de esta playa, de unos 1250 metros de extensión, y unos 40 metros de ancho, se alzaba la imponente arquitectura del edificio de tres plantas, cuya base se encontraba anclada sobre un acantilado artificial donde rompían estrepitosamente las olas.

 

La ubicación del Spa en el extremo opuesto al puerto deportivo de la urbanización de Cabo Pino, se me hizo un tanto sospechoso. No podía ser casualidad que lo construyeran a las faldas de una de las pocas playas nudistas de la zona. La fama y reputación por los excesos que se llevaban a cabo por los visitantes al encontrarse entre la protección de las dunas, había traspasado fronteras, atrayendo desde hace años a un nutrido nicho del turismo nacional e internacional. Era curioso observar, que mientras más cercano se estuviera al puerto, más familiar era el ambiente; al irse alejando, entrando en la zona ecológica protegida, más picante se tornaba la atmosfera.

 

Las puertas deslizables se abrieron automáticamente al acercarme a la entrada. Dos bellas recepcionistas me dieron la bienvenida. Cada una de ellas tenía una diadema con auricular para comunicarse con el personal. La recepción gozaba de una arquitectura interior minimalista. Los suelos en color marfil y tonos grises combinado con muebles de diseñador en madera, creaban un ambiente sofisticado pero acogedor.

 

―Hola bienvenido a nuestro Spa. ¿Me da su nombre o número de reservación, por favor?

 

―Pues espero tener reservación, pero no estoy del todo seguro. Una amiga me organizó la visita.

 

―No se preocupes, ahora lo verifico en el sistema ¿Cuál es su nombre?

 

―Alexander Löwe.

 

Capturó rápidamente mi nombre en su terminal―. ¡Uy no sólo tiene una reservación, sino el paquete más exclusivo que incluye absolutamente todos nuestros servicios, cuidados y mimos! Trataremos de hacer de su día una experiencia inolvidable con nuestra atención personalizada. Hágame el favor de tomar asiento, en un segundo estaremos con usted.

 

Al voltearme para curiosear por el vestíbulo, la recepcionista marcó un número y dijo―: Hola, tenemos un caballero con un paquete alfa.

 

A los pocos segundos descendía del mezzanine, una joven edecán que bajó por las amplias escaleras que conectaban con el recibidor. Su personalidad irradiaba un fresco toque de jocosa irreverencia. Llevaba un maquillaje natural casi imperceptible que resaltaba su belleza sin esfuerzo. Había aplicado una sombra de ojos mate en la zona del arco de las cejas, resaltando adecuadamente sus ojos verdes. Los labios bien delineados en tono Hug Me de Mac le daba un toque sexy. El cabello largo en tono castaño cenizo terminaba de darle un look fino, al llevarlo peinado con una cola de pescado que se balanceaba juguetonamente con el movimiento de su cabeza.

 

La chica iba con un vestido de la marca Preen, diseñada por Thea Bregazzi y Justin Thornton, mismas que habían atrapado en su colección el espíritu de los noventas al refleja en sus diseños la famosa película de ciencia ficción, Gattaca.

 

La elegancia casi glacial del vestido era formidable. Cortes claros y sencillos con estampados sobrepuestos en colores sólidos, resultando en una fusión del blanco y explosión de colores inteligentemente distribuidos sobre la tela.

 

El diseño la hacía mostrar sus hombros desnudos, teniendo un escote mesurado dándole con ello un toque chic y distintivo. El dobladillo del vestido caía arriba de la rodilla mostrando unas piernas doradas acostumbradas al sol mediterráneo. En cuanto dirigí la mirada a sus zapatos de plataforma, casi me da un infarto. Eran una exquisitez femenina desbordando diseño por todos lados, con su corte abierto en piel y metal fabricados por la renombrada casa de moda londinense Charlotte Olympia.

 

―Sr. Löwe, mi nombre es Iris. Tendré el honor de acompañarlo en todo momento que usted lo desee durante su estancia en nuestro Spa.

 

―Encantado, y por favor tutéame no soy mucho mayor que tú ―le dije al calcularle unos veinticinco años.

 

Me tomó de la mano. Su piel era tersa, se sentía tan suave que parecía que llevaba guantes. El inesperado gesto me asombro, pero no le di importancia; de hecho daba una sensación de bienestar el entrar a un lugar desconocido de la mano de una chica de tal atractivo y belleza.

 

 Cruzamos la recepción, dirigiéndonos hacia un amplio corredor iluminado con luz natural gracias a los numerosos tragaluces ubicados por doquier. Había nichos con modernas caídas de agua combinadas con estructuras metálicas. Al final de éste, entramos en uno de los lounges del Spa. Iris tuvo la delicadeza de soltarme la mano. Mi sexto sentido masculino, si es que eso existe, me indicó que lo hacía al verme ahora expuesto a otros huéspedes que también visitaban el exclusivo Spa. A ninguno de ellos lo acompañaba una edecán.

 

Tomamos asiento en los modernos sofás. El vestido de Iris se deslizó hasta la parte superior de sus bien formados muslos. Mantuvo las rodillas juntas unos instantes, pero cuando se aseguró que admiraba sus piernas, las cruzó, balanceando coquetamente su zapatos de plataforma. Fue ahí donde me di cuenta que las uñas de sus pies hacían juego con el tono de su lip liner.

 

 ―Aquí es donde iniciamos la relajación, Alexander. Como probablemente habrás oído, los efectos del estrés suelen dañar nuestro cuerpo, por lo que es importante tomarse un momento para relajarse y encontrar un balance que nos regrese la energía física y la tranquilidad espiritual.

 

―Aja… lo que tú digas, tu eres la experta, ¿cierto? Así que me pongo en tus manos ―le dije embobado por su preciosas facciones y tono de voz pausado con acento eslavo.

 

 Sin tener que ordenarlo, nos pusieron sobre la mesita de enfrente una copa de champán, y unas deliciosas trufas artesanales.

 

Iris continuó describiéndome lo maravilloso que la iba a pasar ese día. Para cuando bebimos la segunda copa, ya bromeábamos tornando la conversación menos formal, hablando de temas completamente diferentes a la salud. El burbujeante líquido, y su compañía me estaban sentando de maravilla para relajarme.

 

―Alexander, ¿te molesta si continuamos hacia la siguiente estación? Ni te preocupes por el champaña, hoy tendrás en todo momento más de lo que pudieras desear.

 

―Delicioso, me encanta la idea.

 

En el camino se detuvo frente una puerta corrediza que se abrió. Era el acceso a los vestidores, los que estaban divididos en diferentes secciones. Un recinto general, y otras más privadas para paquetes VIP, pero aún abiertas. En mi caso, entramos a un cuarto totalmente independiente concebido para el paquete alfa que Giselle me había reservado.

 

―¿Aquí me puedo cambiar? ―pregunté tímidamente esperando a que se retirara.

 

Iris me miró abanicando sus largas pestañas, aproximándose intimidantemente luciendo su atractivo de mujer balcánica. Era alta, casi de mi estatura.

 

―No muevas ni un sólo dedo, Alexander ―dijo posando sus delicadas manos sobre el botón superior de mi camisa―, yo haré todo por ti. ―Desabrochó los botones hasta abrirla por completo. Al quitármela sentí sus manos recorriendo mi pecho, hombros y brazos. La Serbia sabía ejercer sus encantos.

 

―Eh… si gustas yo puedo continuar con lo demás ―le dije consternado, pensando en tres pequeños problemitas a los que me enfrentaba:

 

Uno: Tenía la convicción de portarme bien, haciendo a un lado los comentarios de Nayna sobre Luna.

 

Dos: Iris era tan sensual, que ya sentía como mi mejor amigo entre mis piernas se abultaba excitado. Me daba un oso inmenso que se percatara de mi sensibilidad de hombre con sólo sentir sus manos sobre mi piel, pero había definitivamente algo más en ella que aún no descubría.

 

Tres: ¡Llevaba puestos uno de mis estúpidos calzoncillos boxers tableados, que tanto me gustaba usar! ¿Cómo me iba a imaginar que se daría esta situación, cuando supuestamente visitaba un spa común y corriente? Ella una edecán hermosa, toda cool, ataviada a la última moda de modo superlativo. Podría apostar que llevaría una lencería de encaje extremadamente sensual con transparencias y atrevidos detalles. ¡En cambio yo me iba a ver como todo un pendejo! Por si fuera poco, los que traía puestos tenían apariencia bien maricona… Si, uno de esos con cuadritos azul turquesa intercalados en unos blancos con bordados en un vivo naranja.

 

―Shhhh, tranquilo ―dijo poniendo su dedo entre mis labios.

 

Desabrochó mi cinturón. Sentí sus uñas largas a los costados de mi cadera. Iris me miraba divertida por mi nerviosismo excesivo. Cogió el borde del pantalón con ambas manos, lista para jalarlo hacia abajo…

 

Un instante antes de que deslizara mi pantalón, posé mis manos sobre las suyas.

 

―¿Sabes, Iris? Preferiría hacer esto solo. No lo tomes personal, espero no te importe.

 

―¿Estás seguro? Yo pensaba pedirte te recostaras sobre la cama de masajes para refrescarte todo el cuerpo con una toalla caliente impregnada de una deliciosa loción tonificante.

 

―¿Y no podemos hacer eso, sin quitarme el pantalón?

 

―¡Pero qué barbaridad estás diciendo! ¡Hay que masajear los testículos afanosamente con aceite de cactus! No te puedes imaginar la cantidad de estrés que acumulan los hombres en las pelotas. Los beneficios que obtendrás con este tratamiento son infinitos. Te aseguro que después de tonificarte, te sentirás otra persona.

 

¡Ay la maaaadre! Yo haciéndome del rogar, y el bombón serbio deseaba sobarme los huevos hasta ponerme los ojos en blanco.

 

―Pero como lo desees, el cliente manda. Imagino que tendrás buenas razones para perderte este tratamiento. En las repisas encontrarás una variedad de retro shorts, escoge el color que más te agrade. Todos los caballeros llevan uno, y son los adecuados para cuando quieras acceder a las diversas terrazas y piscinas que ofrecemos. Para los saunas puedes usar esta bata y kit de relajación.

 

―Gracias ―contesté sin dar más explicaciones antes de arrepentirme

 

―Nos encontraremos más tarde, Alexander. ―pronunció mi nombre con su acento balcánico.

 

Se dio media vuelta, abandonando el espacioso cuarto. La tela de su falda se movía al ritmo de su lindo trasero con su coqueto andar.

 

―Piuff… ―suspiré― No sé por qué tengo la sensación de haberme perdido una experiencia fuera de serie.

 

Me desvestí, y de pasó arrojé mis calzoncillos de cuadros de Gap a la basura, jurando ahora sí, no volver a usar ese modelo nunca más.

 

Seleccioné unos modernos shorts en azul ultramarino. El corte era un tanto ajustado. Finalmente me dirigí hacia el recinto principal, me intrigaba mucho ver lo que me esperaba, además de estar ansioso por ver la piscina.

 

Al dar vuelta por uno de los corredores, apareció frente a mí un hall gigantesco con amplios ventanales de diez metros de altura, los que estaban sostenidos por modernos pilares tubulares en acero. La experiencia visual fue impresionante, mucho más de lo que esperaba. Sobre todo la vista panorámica que ofrecía hacia el mar Mediterráneo.

 

Pesadas rocas de la región formaban caídas de agua que terminaban su recorrido en una piscina infinita que se extendía desde el interior hasta unirse con otra ubicada en la terraza exterior. La vegetación incluía altas palmeras y helechos. El diseño de interiores convergía con el del exterior de un modo tan natural, que daba la sensación de estar al aire libre en todo momento.

 

Todo, sazonado por las hostess del spa, que resaltaban a la vista por su belleza y modo de vestir. Cada una llevaba diferentes zapatos altos, pero todos modelos fashionistas, desde stilettos, pumps, sandalias de plataforma, botines y wedges; que al caminar hacían que sus pantorrillas se marcaran. Vestían únicamente la parte inferior del bikini en color blanco. Todas iban en topless, mostrando sus senos bien formados.

 

El sitio al que Giselle me había mandado, no era común y corriente; se trataba del exclusivo club privado Spa Altira Reef que operaba bajo la licencia de un hotel boutique, incorporando servicios de un santuario para los sentidos, los que aún estaba por descubrir.

 

Las atractivas jóvenes provenían en su mayoría de Europa del Este, y conversaban animadamente con caballeros sin compañía, pero también con grupos mixtos de gente joven buscando pasar un rato diferente. Otras intercambiaban sonrisas con parejas gays y heterosexuales que visitaban el lugar decididas a pasar el mejor de los días en la costa del sur de España.

 

El concepto del lugar estaba orientado a un nicho exclusivo de seguidores acostumbrados al lujo y lifestyle. Ese tipo de audiencia que no está dispuesta a compartir sus días de vacaciones entre la estupidez de niños popis vaciando botellas de champaña en la piscina o bañandose con ellas. El opulente ambiente del Altira Reef difería de la atmosfera spring breaker del famoso Ocean Club al otro lado de la bahía, en donde los hijos de padres adinerados derrochan su prepotencia y maneras arrogantes de divertirse.

 

Aquí también se bebía champaña a montones, pero los visitantes buscaban una aventura llevada más allá del puro deseo de embriagarse.

 

Las hostess animaban el ambiente bailando en grupo irradiando alegría juvenil con sus deslumbrantes sonrisas y  hermosos cuerpos. Parte de su trabajo consistía en asegurarse que todos los huéspedes tuvieran compañía, lo que me hizo recordar que me encontraba sólo y no tardarían en abordarme.

 

Las mujeres visitando el club, solas o en grupo, no daban señales de intimidarse ante la sensualidad de las edecanes del staff. Influenciadas por el ostentoso ambiente hedonista creado en este punto de la costa del mediterráneo, la mayoría de ellas mostraban sus formidables pechos desnudos sin recato, dándoles un aire seductor de libertad. Parecía competencia por ver quien tenía el bronceado perfecto. Algunas llevaban modernos tops o bikinis.

 

Otras disfrutaban de la terraza exterior estando recostadas en los loungers, disfrutando de los rayos del sol que abrazaba sus cuerpos tostándolos lentamente. Otras más mojaban sus cuerpos esculturales en las piscinas buscando refrescarse, otras bebían animadamente en el bar o caminaban de un lado a otro socializando con la gente reunida en el club.

 

Un detalle distintivo del Spa, era la etiqueta de vestir. Se le solicitaba al sexo femenino usar zapatos altos, de preferencia con tacón o plataforma a partir de seis centímetros. Prácticamente todas lo seguían, dándole un aire chic a todas las chicas. Para el resto del cuerpo, no había regla específica más que la de vestir con estilo, aunque se le daba preferencia a ir topless.  Las que lo hacían habían encontrado un sin fin de formas para verse lo más sensual posible vistiendo coloridos pareos, shorts ajustados, bikinis, faldas largas de lino blanco, o cortas con telas translucidas sugiriendo tangas y sugerentes encajes bajo ellas.

 

Era un detalle bien pensado el que vistieran esa etiqueta, pues desvanecía la desnudes superior de sus pechos, abdomen y estrechas cinturas, otorgándoles una dosis extra de sensualidad al cubrir tan glamorosamente la parte inferior de su cuerpo. La mayoría llevaba lentes obscuros, y algunas otras mascadas o pañoletas en estilos tribal.

 

―¡Putisíma madre! y yo con mis aires de castidad y amor eterno... ¿Qué carajos voy a hacer entre tantas tentaciones? ―me dije tomando aire profundamente―. Calma, Alexander. El que haya otras chicas a tu alrededor, no quiere decir que te las tienes que coger a todas. Respira y controla ese pito travieso para mantener su estado relajado. Trata de no echar a volar tu imaginación con todos estos pecados puestos a tus pies para probarlos. ¡Piensa en algo desagradable, muchacho!

 

Por más que traté, no se me ocurrió algo aborrecente en que pensar. Los últimos dos años desde que había decidido seguir a Giselle al salir del Cafe de la Presse en San Francisco, me traían puros buenos recuerdos, por lo que decidí dirigirme a los saunas para darme tiempo antes de comenzar a socializar. Mis experiencias pasadas me demostraban que una vez que se hacía contacto en este tipo de ambientes, se terminaba tarde que temprano en una sesión íntima involucrando a una o más personas.

 

La zona de saunas evidenciaba el nivel del spa, que revelaba los últimos avances para técnicas de relación: cabinas de masajes, piscinas vitality y hasta experience showers en las que se podía escoger entre lluvia tropical y neblina fría.

 

Aquí también se seguía una estricta regla de etiqueta, algo excepcional e insólito para España, pero frecuente en países nórdicos y teutones: los saunas eran mixtos, es decir, no había zonas dedicados a cada sexo, lo cual aumentó la inyección de adrenalina. Se accedía a las cabinas completamente desnudo, sólo era permitido llevar la toalla a colocar en el sitio que uno escogiera sentarse o acostarse.

 

Los saunas eran temáticos, ofreciendo una gran variedad  de opciones, desde El Bosque Nórdico, en el cual caía lenta pero constantemente agua de unos paneles transparentes dando un relajante sonido de agua fluyendo. El Caribe, con un intenso olor a coco; La Provenza, con aromas de lavanda. Otro llamado Magnolia, con intenso perfume de la misma flor logrado a base de un aceite extraído en frio.

 

Siendo el último mi flor preferida, decidí entrar. El aroma me recordaba a los hermosos árboles floreando, y su fragancia impregnando la primavera. El sauna tenía capacidad para al menos veinte personas. Su delicioso aroma a magnolias se mezclaba con la madera del lugar, invitando a relajarse.

 

A esta hora eran poco frecuentados, ya que las personas preferían las terrazas. Esto cambiaba con la puesta de sol, cuando refrescaba el aire y se buscaba sudar con el calor seco de las piedras incandescentes.

 

Abrí la puerta de cristal, y tomé asiento. Desde ese ángulo veía parte del vestíbulo del vestidor de damas. En la entrada se encontraba un biombo obstruyendo miradas curiosas como la mía, dando cierta privacidad al pudor de las chicas. En donde pude ver a una joven viéndose en un espejo empotrado en la pared. Llevaba una toalla blanca anudada al busto, llegándole hasta arriba de las rodillas. Acomodaba su rizado cabello rubio. Sus piernas eran torneadas y a la altura de su trasero una elevación pronunciada hacía evidente que era crujiente como nuez.

 

Terminó de arreglar su cabello y abrió un nessesair conteniendo accesorios de belleza.

 

Sacó su lápiz labial, el Montego Bay Pure Matte de NARS. La marca fundada por el fotógrafo y experto en maquillaje, François Nars, la cual fue adquirida posteriormente por el corporativo de cosméticos Shiseido.

 

La imponente rubia caramelo aplicaba el delineador a sus carnosos labios poniendo boquita de “O”. El labial daba efecto aterciopelado al ir extendiendo un color rosa en versión ultra mate sobre ellos. Un efecto que estaba muy in en las pasarelas de moda de la temporada, y que grandes gurús de la moda como Tom Pecheux, o Peter Philips habían caído rendidos ante el teatral efecto de unos labios en versión mate.

 

La chica debió haber sentido mi mirada, porque repentinamente puso atención a lo que se encontraba en el fondo del reflejo del espejo. Su mirada se tornó profunda, viendo en la dirección en la que me encontraba. Sin embrago, no podría decir si le era posible el verme a través de la puerta de cristal del sauna, pero parecía que sí.

 

Al inclinar el torso hacia adelante para detallar los bordes de su boca, la toalla se aflojó, deslizándose a un costado, exhibiendo uno de sus senos.

 

¡Híjole, estoy seguro que lo hizo premeditadamente sabiendo que la observo! ¿O será que tengo tanta suerte que se le cayó la toalla por descuido?

 

De haberlo hecho adrede, lo había actuado de lo mejor. Ni siquiera se apresuraba a taparse su bien formado seno, a pesar de sentir mi vista sobre su piel. Todo lo contrario, se irguió para admirarse completa llena de vanidad femenina, mostrando ahora ambos senos desnudos los que desafiaban la gravedad sin problemas gracias a su juventud y firmeza.

 

Su apariencia salvaje, acentuada por el peinado de su cabello revuelto y cuerpo atlético de amazona me hicieron recordar a alguien que hace mucho que no veía... Sólo necesitaba el ver el destello de sus ojos para confirmar mis sospechas. Sin embargo, la chica terminó de arreglarse, y volvió a los vestidores.

 

¡Qué lástima que se va! Me deja picado con su pícaro atrevimiento.

 

Repentinamente, una mano larga, con uñas perfectamente laqueadas, tomó el picaporte de la puerta del sauna en que me encontraba, abriéndola de par en par.

 

―¿Porqué tan sólo, guapo? ―me preguntó una de las edecanes, vistiendo la parte inferior de un coqueto bikini blanco. El pecho lo llevaba descubierto, mostrando unos senos voluptuosos.

 

Para mi mala, o buena suerte, era una de esas musas balcánicas, eslavas o rusas con inmensos ojos verdes, finos rasgos faciales, largas pestañas y cabello castaño lacio tan largo que caía sobre sus pechos.

 

Utilicé el instante para admirarla. La posición recta de sus largas piernas, acentuaban las curvas de sus muslos, denotando igualmente una pantorrilla entrenada. Juro que traté de no voltearle a ver el culo, pero mi instinto me traicionó:

 

¡Santísima Maria de las Mercedes… ayúdame! Comencé a invocar ayuda a las vírgenes del universo al ver cómo su tanga del bikini se perdía entre unas apretadas nalgas divinas celestiales.

 

Al momento de ver los tacones, me llevé la mano al rostro disintiendo, imposibilitado de creer lo maravilloso que le lucían. No sabía si era un ángel que me mandaba el Señor, o si me la enviaba el mismo Diablo. En cualquier caso, llevaba unas sandalias Burberry Prorsum de ensueño con altísima cuña adornada con pasamanerías de colores. Abotinadas, sujetas con tiras de cuero trenzadas y cruzadas sobre el empeine. La simbiosis de su apariencia casi desnuda con la finura del accesorio era una contundente muestra de su feminidad.

 

Se quitó las maravillas para entrar. En cuanto cerró la puerta, tomó por los costados los dos lazos blancos del bikini que se amoldaba perfectamente a las curvas de su cadera y, haciendo una breve pausa las deslizó hacia abajo. Terminó de quitárselo flexionando graciosamente su pie hacia atrás.

 

Sin decir nada, subió al cuarto peldaño para tomar asiento justo a mis espaldas. La chica abrió el compás acomodándose. Sentí sus piernas a los costados de mis hombros y manos masajeando mis hombros, nuca y trapecios.

 

Se inclinó hacia adelante dejándome sentir la redondez de su busto sobre mi piel. ―¿Está así bien la presión de mis manos o quieres que lo haga con más intensidad?

 

―Eh... no sé, como quieras. Yo me acostumbro a todo ―coloqué ambas manos sobre mi pene, tratando de ocultar la mega erección que ya traía.

 

―Estoy aquí para satisfacer tus caprichos, lindo, y no viceversa. Me parece que estás demasiado acostumbrado a tener sobre tus hombros la presión de satisfacer a la mujer, pero en esta ocasión, y en este lugar, te libero de esa carga. Yo me encargo de todo. ―Deslizó sus manos de mis trapecios hacia mi pecho, acariciándolo.

 

―Caray… disculpe señorita, ¿sabe si esto ya podría catalogarse como infidelidad? Estoy en los inicios de una relación sentimental la cual quisiera cuidar, ¿sabe? Y pues me parece que ya estamos rayando en lo prohibido.

 

―Mi nombre es Iris, ¿no me reconoces, Alexander? ¿Será porque ahora me presento desnuda ante ti? ―dijo sonriendo maliciosamente―. Y puedes ahorrarte lo de Señorita. ¿Sí te has dado cuenta que vives en el siglo veintiuno? Este es un lugar para relajarse y olvidarse de todo, cariño; no te preocupes por la fidelidad de tus sentimientos, tú pon todo en mis manos. Veo traes un estrés del carajo ahí metido y voy a ayudarte a sacarlo.

 

No tuve la oportunidad de reconocerla. Las mujeres son unos camaleones fascinantes. Debo admitir que el haberla visto en un inicio ataviada a la moda, en ese vestido cautivador, y ahora tenerla desnuda frente a mí, despertó un delicioso morbo incitador.

 

Iris pasó su brazo alrededor de mi cuello. Con la otra mano sostuvo delicadamente mi cabeza moviéndola hacia a la izquierda, rotándola para estirar el músculo. En su intento por hacerlo crujir, intensificó la presión apretujando mi rostro hacia su cuerpo. Mi mejilla se embarraba a su seno derecho, y el izquierdo me quedó tan cerca, que hice visco al verle el pezón a escasos centímetros de mi nariz. Repitió la acción, ahora rotando mi cabeza hacia el lado opuesto. Los dos comenzábamos a sudar intensamente por el contacto de nuestros cuerpos y calor de las piedras incandescentes del sauna.

 

―Eso es, cariño. Comienzo a sentir como te vas aflojando ―. Se puso de pie, mostrando su cuerpo totalmente desnudo. Su jardín femenino era un diminuto triángulo de vello púbico en tono café castaño.

 

―Acuéstate boca arriba, Alexander.

 

Al seguir sus instrucciones me montó a la altura del abdomen bajo. Al sentirla sobre mi cuerpo y tan cerca de mi centro de gravedad masculino, comencé a chorrear sudor del nervio.

 

―¡Oye, qué onda con tus cuadritos. ¡Estas hecho un galán, me encanta tu look latino! ―dijo acariciándome el tórax y abdomen.

 

―Iris, si no me equivoco, esta posición ahora si ya cuenta como infidelidad, ¿verdad?

 

―¡Y dale con lo mismo! ¿No puedes simplemente entregarte al momento?

 

―Pues desde mi punto de vista me estoy entregando bastante a tus encantos, ¿eres de otra opinión?

 

―No estas siendo infiel, te estás relajando. Sería infidelidad si fueras la parte activa, pero soy yo la que está dictando todo el momento, ¿entiendes? La infidelidad aplica cuando uno actúa consciente y proactivamente. Tú no lo haces ni siquiera con el pensamiento, lindo.

 

Deslizó su cuerpo hacia abajo. Sentí como su jardín femenino iba raspando deliciosamente mi piel en dirección sur hasta colocarse ligeramente bajo mi miembro, el que comenzó a reaccionar al tener a semejante belleza montada a la altura de las pelotas.

 

―¡Uy pero finalmente puedo apreciar semejante monstruo que tienes entre las piernas! Me lo has estado escondiendo mucho, y yo que creí que por pequeñito… pero lo hiciste probablemente para que no saliera corriendo despavorida ―dijo mostrando una maliciosa cara de satisfacción―. No puedo esperar a verlo erecto ahora que comience con las caricias íntimas.

 

―De eso ni te preocupes, que mi problema es mantenerlo abajo una vez que se levanta. ―puse las manos sobre mi rostro.

 

―Vamos, vamos… deja de preocuparte, disfruta de mi compañía y prepárate a sentir mis habilidades. Te aseguro que los trescientos euros que llevas invertidos en estos quince minutos valen cada centavo al estar con una chica de mi categoría. ¿No es algo de lo que deba preocuparme, cierto? El contacto con zonas erógenas, lo arreglaremos sobre la marcha.

 

―¿Trescientos, dijiste? ¡No mames! Eso es lo que gano en medio día de estrés en las auditorías y tú me has hecho sólo cariñitos ―dije alarmado. Ahora comenzaba a entender el principio del negocio de las hostess del Club.

 

―Esas son las bondades de ser bonita y sacarle provecho económicamente, tú también eres bien guapo, deberías de pensar en sacarte provecho y trabajar aquí como escort boy.

 

  ―Si supieras que de eso ando tratando de salirme… y a mí ni me pagan… Además ahora me encuentro tranquilo ya que encontré el amor, y espero que pueda sentar cabeza.

 

―Volviendo a los negocios, yo calculo que si me dejas llevar a cabo el tratamiento que tengo pensado, terminaremos en una cifra muy razonable para este pomposo lugar. Alrededor de unos dos mil euros, pero te estoy incluyendo un beso francés, y mi entrada principal. Si deseas usar la entrada trasera entonces el monto se triplica por ser algo especial tan celosamente guardado.

 

―Qué delicadeza la tuya el explicarme lo que voy a pagar estando ya desnuda sobre mí, Iris. Tienes unas manías divinas.

 

Recorrió nuevamente su cuerpo hacia abajo, dejándome sentir su entrepierna mientras recorría mis muslos, deteniéndose bajo mis rodillas.

 

Al verle la mirada brillante con su hermosa cara de rasgos eslavos, y un cuerpo esbelto con voluptuosos senos, sentí como me iba fluyendo la testosterona, irguiendo mi pene.

 

―Ah la madre… ―dijo― ¡Es aún más guapo cuando esta erecto! ¿Sabes algo?, el beso francés te lo regalo. Uno así de lindo no se ve todos los días. Además te me antojas hartamente.

 

Iris peinó su cabello hacia un lado, pasándolo detrás de la oreja, preparándose a devorarme. La imagen que me ofrecía era cautivadora. Se encontraba hincada sobre mis muslos. Su entrepierna se le habría ligeramente al tener las piernas separadas por mi cuerpo. La vista del jardín femenino rasurado en forma un minúsculo triángulo, invitaban a dejarla llevar a cabo lo que ella deseara.

 

En esos segundos reflexioné acerca de su concepto sobre la infidelidad. Según ella, de quedarme quietecito, seguiría siéndolo; pero su juicio no era imparcial, mucho menos cuando mencionó los cargos en los que estaba incurriendo al tener su compañía a cada segundo que transcurría.

 

No sabía qué hacer. Estaba por pagar los cariños más caros de mi vida; de quedarme quieto pagaría la mamada más cara, y sin garantía que fuera tan espectacular.

 

¡Alexander, tienes que actuar ya! ―me dije―. Si llegaba a sentir esos carnosos labios succionándome, no iba a poder resistirme a sus encantos…

 

―¡Iris detente! ¡Espera, por favor! ―Ella sostenía mi pene a pocos centímetros de su boca, estando lista para probarlo.

 

Se detuvo, lanzándome una mirada de extrañeza.

 

―¿Pasa algo, cariño?

 

―Sí, de momento no me siento listo para esto. Verás… apenas vengo llegando por lo que antes me gustaría beber algo, charlar con más gente y conocer el lugar. ¿Por qué no primero bebemos algo en la terraza exterior? ―Las hostess, que en realidad eran bellas chicas escort de lujo, también ganaban dinero cuando se les invitaba la bebida, por lo que el trato que le ofrecía no iba a alejarla de su modelo de negocios.

 

―Ah, entiendo. Necesitas un poco más de tiempo para arrancar. Está bien, iremos en un momento, pero primero deseo probarte, así que si me permites…

 

¡Smak!

 

¡Smak!

 

Sentí el calor de su boca. ―Ay… no… ¡por favor detente, que luego ya no me puedo controlar… y es justo lo que deseo evitar, Iris!

 

―Mmmhh, riquísima… ―No se detenía a pesar de mis tontas súplicas.

 

¡Smak!

 

¡Smak!

 

Finalmente se irguió, tomándolo ajustadamente con su puño, viéndolo en todo su esplendor. Recorrió sus caderas hacia adelante. Nuestra piel prácticamente patinaba una con otra por el sudor.

 

―¿Qué haces? ―le pregunté, al percibir que tenía la firme intención de sentarse sobre mí.

 

―El meter la puntita no daña a nadie, tranquilo. Además sigue estando dentro de los marcos de la fidelidad... bueno... eso creo... ―sonrío―. Admito que muy probablemente se encuentre en los límites de ella, pero estoy segura que en cuanto me sientas, te vas a olvidar de todos esos detalles insignificantes.

 

―¡¿Qué?! ¡No! ―Levanté mi tórax evitando que lo hiciera.

 

―¡Bueno, pero es que ni los arzobispos, ni cardenales que tan asiduamente nos visitan, se hacen tanto del rogar como tú! Está bien, tú te lo pierdes ―dijo indignada.

 

Al ponerme de pie, Iris volvió a mostrarme su cuerpo esperando que me arrepintiera. Suspiré, colocándome la toalla dirigiéndome hacia la puerta. Ella se me acercó para besarme en los labios.

 

¡Muak! ―Aún tenemos mucho que divertirnos guapo, te veo en la terraza principal. ―Abrió la puerta desapareciendo detrás del biombo que llevaba a los vestidores de damas.

 

Cuando salí del sauna, la misteriosa chica que había visto pintándose los labios frente al espejo, apresuraba su paso desde los saunas hacia los vestidores. Vestía unos ajustados shorts, por lo que parecía no haberse metido a alguno de los saunas. Extrañamente llevaba su teléfono móvil en la mano.