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Era una sensación extraña, la de espiar la vida de una persona a la que ya conocía, y con cuya existencia quizá estuviera a punto de acabar. En ausencia de Carlotta, se había colado furtivamente en su alojamiento de la piazza del Popolo y se imaginaba a sí mismo poniendo fin a su vida en ese lugar, con aquellas vistas a la plaza, a la iglesia, a los pinos del monte Pincio. Imaginaba un día cálido, pero lluvioso, las gotas cayendo incesantemente sobre el cristal, y el cuerpo tendido en el suelo.

Cesó en sus ensoñaciones y se dirigió al cuarto de Carlotta, tanteó sus vestidos, sus mudas, su cama, y se fijó en los pequeños detalles, como en el color de sus utensilios de maquillaje. Pequeñas manías que normalmente permanecían ocultas, salían a la luz, como por ejemplo, que dormía desnuda, pues no pudo encontrar ningún camisón.

Pensó en cómo aquellas pequeñas semejanzas les conectaban, pues él tenía la misma costumbre.

En el cajón superior de una cómoda muy gastada, la única de la habitación, encontró un rosario y, justo a su lado, una carta. El broche del rosario, con acabado en madera de haya, mostraba el monograma «SIP», cuyo significado no logró entender. La carta, fechada en un día de junio, siete años atrás, era muy reveladora:

Querida mamá:

Ha ocurrido algo extraño por aquí. Nuestra Señora y Santa Madre del Señor se le ha aparecido a una de las monjas, la hermana Angela, una de las más reservadas y menos respetadas por las demás. La abadesa le ordenó a la hermana Angela que guardara silencio, pero la visión se le repite todas las noches, y ayer otra de las compañeras más jóvenes, la hermana Hortensia, ha experimentado la misma visión. Nadie entiende qué significa todo esto.

Aquí todo está muy agitado. Imagínate: ¡la Madre de Dios estuvo a solo un par de celdas de mí! ¿Verdad que es emocionante? Te mantendré al día. En tres semanas volveremos a estar juntas. Inés y yo no podemos esperar a poder abrazaros de nuevo.

Tu amante hija,

Laura.,

Aquel era un hallazgo muy interesante que, en las manos adecuadas, permitiría obtener varias conclusiones sobre el pasado de Carlotta. Quién iba a pensar que tendría marido e hija, o que los hubiera tenido. Su cliente estaría satisfecho.

Copió la carta y volvió a dejarla junto con el rosario en el cajón. Carlotta no debía darse cuenta de que alguien había entrado en su cuarto.

Era solo un presentimiento, sin embargo tenía la sensación de que no tardaría en volver a ver aquella vivienda.