CAPÍTULO XX
La habitación era muy espaciosa, y se habían sacado la mayor parte de los muebles para poder recibir a los invitados llegados de todos los países de la Tierra para oír la historia de las velas dobladas y comprobar personalmente la teoría de John Lexman.
Las personas de aquella élite policíaca estaban sentadas, charlando animadamente de hombres y crímenes, de grandes golpes planeados y frustrados, de extrañas acciones cometidas y jamás descubiertas. Hasta Belinda Mary llegaban retazos de esta conversación; la joven estaba en pie en el umbral de la puerta que comunicaba la sala con la habitación que ella utilizaba como despacho.
—… ¿Se acuerda usted, sir George, del caso Boltbrook? Yo detuve al hombre en Odesa…
—… Y lo más curioso es que no encontré dinero en el cadáver; solamente un pequeño talismán de oro con una esmeralda, y de ello deduje que había sido la muchacha quien…
—… Pinot logró escapar después de dispararme tres balazos, pero me salvó el marco de la ventana. Bien puedo decir a ustedes con seguridad que nací aquel día…
La concurrencia se puso en pie cuando ella entró y T. X. hizo las presentaciones. En aquel momento anunciaron a John Lexman, el cual entró seguidamente.
Parecía cansado, pero devolvió con cierta jovialidad el saludo del joven comisario. Conocía de nombre a todos los presentes, como ellos le conocían a él. Llevaba consigo unas cuartillas con notas que dejó sobre la mesa que le habían preparado, y cuando terminaron las presentaciones, casi sin preliminares, el conferenciante empezó así…