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Susi se acercó hasta la zona dejándola a la altura de Plaza Cataluña, de allí Mónica se dirigió a pie hasta el hall del hotel Pulitzer que se encontraba por las inmediaciones. Al acceder a su interior dirigió la mirada hacia la recepción que estaba próxima a la puerta de entrada y situada a mano izquierda, y en donde un par de clientes hacían el check-in al hotel.

Se internó en dirección a la barra que quedaba algo más adelante a la derecha del local, divisando al fondo del mismo a Javier enfrascado en una conversación por el móvil. Él levantó la mirada en el instante que colgaba el teléfono y sonrió a Mónica al percatarse de su presencia.

—¿Cliente o amante?—. Soltó Mónica con una pícara sonrisa.

Él sonrió. —Cliente, cielo —dijo— creo que tenemos que cambiar esa imagen de Casanova que tienes de mí. Siéntate —añadió entonces— ¿qué te apetece tomar?

—Depende de los planes que tengamos…

—¡Pues vamos! Comeremos algo por ahí y charlaremos un rato— dijo Javier poniéndose en pie y con aquella energía que siempre mostraba.

Mónica recogió de nuevo el abrigo que apenas instantes antes había dejado en el respaldo de una de las sillas y se apresuró a ir tras él que se acercaba a la barra a pagar su consumición. Salieron del hotel en dirección a las calles que comprendían el célebre barrio Gótico de la ciudad.

Lugar repleto de variedad de tiendas de moda, bolsos, zapatos, sin duda excelente y perfecto para ellos, donde iniciar su divertida y ajetreada tournée.

Ella siempre disfrutaba enormemente de aquellas estupendas excursiones por la ciudad junto a Javier, en la que su tarjeta de crédito acababa inevitablemente sacando humo. Pero sin duda, era la mejor terapia para hacerse unas risas. Ni siquiera se sentarían en algún restaurante evitando perder un solo segundo, sino que comerían cualquier cosa sobre la marcha. Un frío tentempié de alguno de los muchísimos locales que encontraran a lo largo de su ruta, pues esa era alguna de las muchas ventajas que ofrecía una gran ciudad. La variedad de cosas que se podían hacer en ella. Aunque por supuesto en otras muchas ocasiones, el relax y tranquilidad de la vida en el campo, eran también envidiadas por ellos, pero únicamente cuando el stress conseguía sobrepasarles. Entonces, un par o tres de días fuera para recargar pilas y regresar de nuevo a ese desmesurado trajín.

Al final de la tarde estaban ambos exhaustos.

Mónica con un intenso dolor de pies y reclinada en el hombro de Javier, y los dos sentados en el incómodo banco del probador de la última tienda. Sorbían un delicioso capuchino adquirido un instante antes. Lo introdujeron con disimulo en su interior y alejado de la mirada de las dependientas.

A pesar del cansancio proseguían haciendo muecas sin parar de reír ante al espejo que ocupaba todo lo alto y largo de la pared de en frente, eran igual que un par de simples y banales adolescentes jugueteando sin parar.

—¡Qué suerte tenemos!—. Dijo entonces Mónica.

—¿Por qué?— la miró Javier extrañado, a pesar de la obviedad.

—Los dos aquí sentados, haciendo el tonto y viendo pasar las horas, en vez de estar trabajando. Tú, eres tu propio jefe y yo ocupo un puesto que me permite ser flexible cuando me apetece desmadrarme y dejar mi tarjeta de crédito en números rojos.

—Tienes razón —dijo Javier— pero solo en una cosa, desde luego en la de que somos afortunados… Es cierto, pero eso de que tu tarjeta acaba en números rojos —¡venga!— ¿A quién quieres engañar señora creativa ejecutiva?

Sus risas estallaron de nuevo en el interior de aquel probador. Mientras, la extrañada clientela se sobresaltaba por el tono de sus carcajadas y mirando hacia la zona de la que provenían.

—¡Va! Pruébate las camisas —dijo Mónica— mientras llamo a Susi, a ver cómo va todo.

—Señor, sí señor— le respondió él cuadrándose y simulando ser un soldado.

—Javier, ambos sabemos que no hiciste el servicio militar…—sonrió Mónica—.

—Desde luego, y menudo drama —respondió él— con lo que hubiera disfrutado entre tanto hombre uniformado. Creo que ese es uno de los muchos sueños que ya jamás cumpliré —dijo en un tono abatido y cómico.

—¡Cuentista!—. Soltó Mónica mientras se alejaba de la zona de probadores bajo la mirada de algunos otros que se encontraban en ese mismo lugar.

Rebuscó en su bolso hasta lograr dar con su móvil, y entonces llamó.

—Susi, soy Mónica, ¿algún recado?

—Hola jefa, sí, llamó el Sr. Ros.

—¿Otra vez?— qué hombre más impetuoso, pero si hablé ayer mismo con él y ya quedamos…

—Tranquila Mónica —dijo intuyéndose en ella una sonrisa— en realidad llamó para confirmar si habías recibido una caja con tres botellas de vino tinto de su viñedo.

—Ah, vale, ¡qué bien! Y, ¿la he recibido?

—Así es— la recibiste esta misma tarde, la trajo un mensajero.

—Uhm, ¡perfecto! Pues quédate una, las otras dos déjalas en mi despacho. ¿Alguna otra cosa más?

—Pol preguntó por ti, quería comentar un par de cosas del spot de esta mañana, pero le dije que tenías unos recados que hacer durante la tarde y no sabía tu hora de regreso. Así que mañana por la mañana pasará por tu despacho, programé cita para las diez.

—Bien.

—El resto no es importante. Mañana en cuando revisemos la agenda a primera hora te pongo al corriente. Y tú, ¿qué tal?

—Genial, no hemos parado de entrar y salir de tiendas, probadores y comprar cosas. Me lo estoy pasando en grande —confesó Mónica—.

—Disfruta, nos vemos mañana—. Ah, y el jueves a primera hora de la tarde tu abrigo de astracán estará a punto, te lo traeré a la oficina si te parece.

—Perfecto Susi, cuento con ello.

—Hasta luego Mónica.

Mónica se dirigió hacia el probador donde minutos antes hubiera dejado a Javier probándose unas camisas y al llegar allí corrió la cortina con ímpetu y energía.

—¡Oh, perdón!— exclamó al comprobar que no era Javier quién se hallaba en el interior.

Por un segundo quiso que se abriera la tierra y se la tragara, e intentó escabullirse lo más rápido posible de allí. Pero alguien la sujetó por el brazo deteniendo su huida.

—¿Dónde vas tan rápido?— le preguntaron desde el interior.

—Perdón— balbuceó de nuevo —no era mi intención— dijo levantando entonces la mirada y comprobando atónita que quién se encontraba en el interior de aquel probador era el mismísimo Adrián; al que casualmente había conocido el día anterior en el Grey.

En ese mismo instante y desde el lugar donde se encontraba el mostrador y la caja registradora, Javier gritaba y hacía señas a Mónica, a la que vio al fondo, en la zona de probadores.

—¡Mónica cariño! Estoy aquí…— dijo cómo siempre haciendo el payaso.

—Estoy empezando a pensar que me sigues— insinuó Adrián con el torso desnudo.

—Pues lo cierto es que bien pudiera parecerlo, pero no es así. Lo prometo —e hizo el gesto de besarse los dedos.

—Palabrita del niño Jesús— respondió Adrián riendo por el gesto de Mónica.

—No— realmente iba a decir que te lo prometo por las ‘girls scout’, aunque no sé si sonara muy creíble pues nunca formé parte de ningún grupo similar. Pero bueno, suena bastante ¡bien! ¿No? —sonrió a eso—.

Un comentario que también lo hizo sonreír a él.

—Vale me has convencido, y ¿a quién buscabas?

—A un amigo, aunque ya lo encontré. Está en la caja —dijo señalándolo—.

Mientras, Javier seguía haciendo de las suyas y por supuesto, siendo el centro de atención de todas las miradas.

—¿Todo bien?— preguntó Adrián.

—Sí, por supuesto, de compras.

—Te llamaré para tomar café, si te apetece, un día de estos. Así no hará falta que me sigas —bromeó Adrián—.

—¡Vale! Tienes mi número —respondió Mónica— casi sin percatarse de que la respuesta había brotado de su boca sin ni tan siquiera pensarla.

—¡Y no te sigo! —puntualizó—. ¡Ah! Y si quieres mi opinión, esa de ahí, mucho mejor —dijo sonriente y refiriéndose a una de las camisas que se encontraban en las perchas del interior del probador.

Tras eso corrió de nuevo la cortina alejándose en dirección a Javier que la esperaba junto a la caja después de ser atendido.

—¿Con quién hablabas? —Preguntó con mucha curiosidad—.

—Con un tipo muy guapo, que encontré en el interior del probador en tu lugar…—Dijo ella—.

—¡Muy guapo! ¿Cuánto de guapo? ¿Y no me lo presentas? Mala amiga— dijo haciéndose el ofendido.

—Creo que no pertenece a tu club —añadió Mónica sonriente— ya sabes, era muy varonil.

—Mónica, que no te confunda su imagen —dijo él guiñando un ojo— eso nunca se sabe —añadió —.

—¡Dios! Qué mal que está el mercado…— agregó Mónica agarrándose del brazo de Javier y saliendo de la tienda.

Él había adquirido un par de camisas muy extravagantes y acordes a su estilo.

—¿Y tú capuchino?— recordó ella depositando su vaso en la primera papelera que encontraron a su camino.

—¡Glups! Se quedó en el suelo del probador, junto tu guapo y varonil desconocido —rio— ¿voy a buscarlo? —bromeó—.

—Nooooo, ¡eres un desastre!

—Sí, lo sé y un encanto también —afirmó— siguiendo así con su característica guasa.

Mónica recordó cómo había conocido a Adrián el día anterior, pero prefirió guardarse ese detalle para ella en vez de explicarle a Javier que el supuesto desconocido, realmente no lo era tanto como pudiera creer él. Por algún motivo prefirió no compartir ese detalle con su querido amigo, pensó que quizá comentarlo podría derivar en especulaciones que no venían a cuento. Incluso hacerlo habría supuesto volver a sacar el tema de que Javier la había plantado, y no le apetecía tras pasar una tarde de lo más divertida y entretenida. Mejor no finalizarla haciendo un reproche por algo que ya estaba más que hablado. No le pareció oportuno, por lo que dio carpetazo al tema.

Lo cierto es que incluso le había agradado reencontrarse de nuevo con Adrián y de aquella forma tan cómica. Nunca pensó que pudiera encontrarlo tras de una cortina de ningún probador, pero las casualidades a veces traen ese tipo de agradables coincidencias.

En boca de todos
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