18

En cuanto se abrieron las puertas del ascensor, Olivia salió disparada como una flecha en busca de Mónica. No tardó en verla en un costado de la sala charlando y poniéndose al día con su buen amigo Javier.

—De estreno ¿eh? Son preciosos— dijo Javier haciendo referencia a los pendientes que lucía Mónica.

Ella sonrió complacida.

—¡Qué buen gusto tiene Marcel! —añadió él—.

Los invitados saludaban a Olivia a su paso por la sala. Iba tan sumamente cegada que no veía a nadie más, que a quién se acababa de convertir en su peor enemiga. Al pasar junto a uno de los camareros tomó de su bandeja una copa de coctel, apenas le dio un pequeño sorbo, y siguió adelante en dirección a su recién proclamada rival. A escasos metros de allí, Raf seguía estrechando manos al resto de invitados. También se percató entonces de la presencia de Olivia alegrándose de comprobar que por fin su esposa se había dignado a aparecer. Decidió ir a su encuentro. Ella hecha una fiera llegó justo entonces al lado de Mónica, la cogió fuertemente por un brazo y sin pensárselo un segundo, soltó: —¡Fresca!—. Aun insultándola parecía seguir ofreciendo todo su glamour, y su exquisita educación ahí tampoco permitió a pesar de las evidentes ganas, usar alguna palabra más rotunda que aquella. Eso fue precedido de un rápido gesto y derramando encima suya la copa de coctel y pillando a Mónica totalmente desprevenida. Sobresaltada y perpleja, abrió aún más sus ojos sin comprender aquella reacción.

Se observó el estropicio que la había ocasionado en su vestido.

—¿Pero qué haces?— increpó primero. Después la miró extrañada.

Javier tampoco cabía en su asombro, ni otros invitados cercanos partícipes también de aquella inesperada actuación protagonizada por la anfitriona, y que no dudaron en cuchichear tras ver su reacción. Se escuchó un comentario: —Nunca soportó que nadie pudiera ser más elegante que ella, es una excéntrica —afirmaron—.

—Pues deberían haber avisado a la pobre a la que acaba de duchar— dijo a continuación con cierta ironía, algún que otro improvisado espectador.

Raf su marido, que la conocía bien, percibió enseguida que algo no marchaba. No tardó en descubrirlo. Con la intención de desviar la mirada de algunos curiosos hacia otro lugar de la sala, dio la apresurada orden a Virginia de que empezara a cantar de inmediato. Afortunadamente su voz eclipsó a los asistentes convirtiéndola en el centro de atención.

—¿Qué sucede?— preguntó acercándose a su esposa y en actitud de reprocharle su extraña e incomprensible reacción viendo lo que le acababa de hacer sin motivo aparente a Mónica, que seguía pálida; pero la situación no era para menos.

Marcel no tardó nada en acudir a su lado. Javier hizo una seña para indicar que se acercara hasta ellos. Un visible gesto de preocupación fielmente reflejado en su cara y Marcel intuyó que alguna cosa pasaba. Se disculpó con su madre a la que dejó conversando con algunos viejos conocidos, y ajena a lo que acontecía a pocos metros.

—Y tú, ¿cómo te atreves?— dijo extremadamente alterada Olivia a su marido.

A la vez que intentaba contener las lágrimas, su preocupación era que no derivaran en alguna posterior señal inequívoca de expresión en su rostro, y no porqué pudieran significar que por primera vez estuviera haciendo gala de poseer sentimientos. Siempre había hábilmente reprimido sus emociones y no se permitía mostrar debilidad alguna y mucho menos en público.

Sin embargo no tuvo reparo en enseñar su lado más agresivo y ponerse así en evidencia.

El gran jefe miró a Mónica tratando de que ella pudiera sacarlo de dudas, quizá explicarle. ¡Qué estaba ocurriendo! Pero ella seguía tan asombrada como el resto.

Raf tomó de la mano a su esposa estirando bruscamente de ella para que lo acompañara, prácticamente la arrastró. Entonces junto a Mónica, Marcel e inclusive Javier que tampoco quería perderse el desenlace fueron en dirección a la cocina. El único lugar cercano en el que podrían intentar averiguar qué había motivado ese percance y a su vez situarse alejados de las miradas de los demás.

Marcel ofreció un pañuelo a su esposa para que con él intentara secarse algo el vestido, imposible, aquello tenía difícil arreglo. Lo miró resignada. Quién le iba decir a ella al inicio de la velada que ese sería el destino final de su precioso vestido. Desde luego no sólo iba a ser una noche inmejorable según las expectativas iniciales cómo pensó. También de camino a convertirse en una velada inolvidable.

Frente al pequeño escenario, ajenas, se divertían ambas cotillas. Las promotoras indiscutibles de lo sucedido se distraían disfrutando de la música en directo y tomándose la tercera, o cuarta copa ya de coctel de aquella noche. A aquellas alturas empezaban a perder la cuenta de cuantas llevaban ingeridas. Quizá eso motivó que se perdieran el altercado, tras el bulo que Silvia había soltado tan alegremente instantes antes en el baño.

—Se puede saber, ¿¡qué demonios te ocurre!?— gritó Raf a su esposa, cómo nunca antes lo había hecho.

—¡Dímelo tú! —Dijo ella desafiante—. O mejor aún, ¿preguntémosle a tu amante? —y señaló a Mónica.

—¿¿Amante??— repitieron ¡todos! Al unísono.

Incluida la desconcertada implicada que al instante se sintió centro de todas las miradas.

Raf de inmediato y visiblemente indignado, soltó: —¡Perdiste acaso la poca cordura que te quedaba, Olivia!

Era evidente que en el fondo pensaba que tanta silicona finalmente había afectado el cerebro a su esposa.

—¿Eres su amante?— preguntó atónito Marcel a Mónica con la mirada fija, y en una actitud de desaprobación ante eso.

—No lo niegues— increpaba tajante Olivia.

—¿Sois amantes?— se atrevió a preguntar Javier que no perdía detalle de lo que parecía un partido de tenis jugado a dobles.

—¡Nooooooo! —Gritaron ambos—.

—¡Yo no soy su amante! —negó ella—. ¡No, no es mi amante! —negó también él—. ¡De dónde demonios, sacas algo así! —añadió Raf cada vez más enervado.

Mónica y él se miraron extrañados. ¿De dónde habría sacado Olivia aquella infundada y falsa información?

Los camareros se agolpaban a puertas de la cocina solicitando repetidamente entrar o salir de ella. Se hacía inevitable que el personal continuara con el servicio de catering previsto, y requiriendo acceder al lugar que ellos habían ocupado de forma improvisada para aclarar el tema. Esa continúa intromisión por parte de todos ellos dificultaba llevar a cabo cierta intimidad necesaria para aquel tipo de conversación, y convinieron trasladarse todos a la planta baja, a la entrada de la agencia.

En su corto trayecto hasta llegar allí intentaron pasar al máximo de desapercibidos. Excepto la pobre Mónica que lucía ahora una gran mancha en mitad de su vestido y eso lo dificultaba enormemente. Cris corrió de inmediato al lado de Susi, que estaba enfrascada en una divertida y amena charla con el amigo acompañante de un cliente, a su vez amigo también de un compañero suyo de la agencia; o algo así le había explicado él en su presentación. A ella no le había quedado demasiado claro de la mano de quién había sido invitado, pero tampoco importaba mucho, la cuestión es que era un chico francamente divertido y ella estaba disfrutando de su compañía mientras se tomaban una copa juntos.

—¡Algo se cuece en la cocina!— susurró Cris al oído de su amiga cómo si tratara de decirle algo en clave.

—Disculpa —dijo Susi a su recién estrenado conocido y se dirigió hacia su amiga— no es necesario que vengas a salvarme… —dijo con cierta sorna a Cris y en un suave tono para que él no escuchara el comentario. —Me cae bien— añadió entre dientes. —¡Vete!— Soltó entonces, invitándola a desaparecer.

—Qué te digo, ¡qué algo gordo se está cociendo, en la cocina! —Repitió de nuevo—.

—Claro, Cris cariño —respondió Susi—. ¿Dónde va a ser sino en la cocina?

—Qué no Su. ¡Coño! —Dijo entonces ella—. Qué algo pasa con tu jefe, su esposa, tu jefa, el marido de ella y su amigo gay —dijo de carrerilla y sin apenas tomar aire.

—¿Qué? ¡Haberlo dicho antes…!— Cris se la miró con el deseo de ahogarla. Pero era su amiga, no podía hacer eso y mucho menos en público.

—¡Oye! Perdona, hablamos en otro momento— dijo a su contertulio, para irse de inmediato en dirección a la cocina.

—¿Y qué, has escuchado, exactamente? —preguntó—.

—Bueno. Yo estaba haciendo nuevas amistades con un guapo camarero…

—Venga Cris, hazme un favor, por esta vez sáltate los detalles sórdidos, y ve al grano— apremió Susi que su preocupación era otra, y la cuál su amiga desconocía.

Aquello podía tener mucho que ver con el secreto tan bien guardado de la secretaria.

—¡Vale! —Dijo Cris—. Te haré un resumen: en el vestido de tu jefa tengo entendido que ha aterrizado una copa de coctel lanzada por la mujer de tu jefe, la estirada. Que no hace otra cosa que gritar y llorar, o hace algo que pretende ser un llanto, aunque yo creo que tanta operación ha secado su lagrimal y además, alguien parece ser ¡amante! de alguien. Eso es, lo que he oído. Lo que no sé… ¡Es quién de quién!

—Yo sí— afirmó Susi realmente preocupada.

—¿Cómo? —Dijo Cris—. ¡No se te puede dejar sola! Y encima no me cuentas nada —bromeó la azafata.

Se detuvieron a las puertas de la cocina ambas amigas. Pretendían así enterarse de algo de lo que sucedía en su interior, pero comprobaron que la normalidad del servicio se había nuevamente restablecido y ellos ya no estaban allí. Sin embargo vieron a los cinco alejándose y abandonando la sala. Susi no tuvo la menor duda de que iban en busca de algún lugar menos concurrido.

—¡Ven!— sugirió a su amiga, que la siguió sin rechistar. Se estaba poniendo interesante —pensó Cris—.

Afortunadamente para todos ellos el trayecto hasta allí era relativamente corto y no se respiraba un ambiente demasiado propicio para hablar más de la cuenta, pareció decirse Mónica.

Raf pretendía aclarar aquella situación de inmediato y trató de interrogar a su esposa tras escoger el primer despacho junto a la recepción donde estarían alejados de miradas incómodas.

—Y bien, ¿de dónde sacaste eso?— por su actitud no parecía estar para muchas tonterías, algo de lo que evidentemente Olivia se percató.

—Escuché a una empleada de la agencia que lo comentaba en una conversación— dijo ella convencida por la veracidad de aquél chisme.

—¿Y ya está? Esa es una fuente fidedigna para ti —respondió su marido—.

Marcel se giró en dirección a su esposa tras oír ese último comentario de Olivia. —¿Y tú, no tienes nada que decir a eso? —la recriminó—.

—Yo no tengo ninguna aventura extramatrimonial— dijo desconcertada por la mirada inquisidora de su marido y sobre todo por su falta de confianza.

Susi y Cris aguardaron a la misma entrada del despacho. Procuraban no ser vistas, y trataban de oír mínimamente lo que se decía.

—¡Qué fuerte, qué fuerte! — Repetía Susi al oído de su amiga.

—Te parece apropiado, ¿qué los empleados hablen de ti en esos términos? —Añadió Marcel—.

—Pero es que. Yo, no…— balbuceó Mónica incrédula por lo que estaba ocurriendo.

Olivia se sentía satisfecha de que Marcel pusiera en su sitio a la frívola de su esposa, parecía decirse para sus adentros, a pesar de que ambos acusados desmintieran ya dicha relación.

—Oye Marcel —inició a decir Raf— esto no es más que una confusión. Un malicioso rumor, nuestra única relación es laboral y por supuesto de amistad, ¡nada más! —dijo mirándolos a todos y sintiéndose entristecido por Mónica, que no se merecía aquél trato.

—Aun así —dijo— ella debería saber guardar las apariencias —añadió Marcel increpándola una vez más.

Tras ese comentario mostró una imagen totalmente desconocida de él hasta la fecha. Parecía dejar claro que lo que menos le preocupaba, es si ella había sido o no, infiel. Pues se descubría tras aquellas palabras su deseo de mantenerse él y su apellido, alejado de ese tipo de comentarios y especulaciones. Evidenciando la marcada educación clasista, estricta y retrógrada, además de sumamente hipócrita que había recibido.

—Eres mi esposa, perteneces a la familia Palau y eso conlleva no estar, ¡en boca de nadie! Y aún menos en ese tipo de asuntos. Recordándole así su esposo el linaje del que provenía, eso es lo que le habían repetido hasta la saciedad sus progenitores a él, a lo largo de toda su vida.

A menos claro, que fuera nombrado por sus logros empresariales; la única vinculación permisiva que toleraba hacia su apellido.

Javier se mantenía en el más absoluto de los silencios, había decidido voluntariamente compartir ese momento con ellos, por lo que estaba a pie plantado siguiendo el cruce de acusaciones y reproches.

Mónica agachó la mirada abatida, deshecha y entristecida, y ante eso Susi decidió actuar. No podía contenerse más y apareció de súbito con la intención de poner fin a aquella escena. Así que de forma impetuosa y totalmente improvisado y sin ni siquiera esperarlo tampoco Cris, se adentró tal cuál una bala en el despacho.

—¿Dónde vas?— preguntó su amiga asombrada y siguiendo sus pasos, porque lo que no pensaba era dejarla sola en aquella tesitura. Eso jamás.

 

 

 

 

En boca de todos
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