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Cris había llegado ya a destino e inclusive se había instalado en casa de Didier. En cuanto lo vio, lo primero, fue fundirse en un emotivo abrazo con él. Lo siguiente, quitarse de inmediato el uniforme para vestirse con la ropa que había escogido para pasar la velada junto a su amigo francés.
Él la observaba atentamente mientras se cambiaba. Eso no parecía incomodarla en absoluto, además de no provocarle ningún pudor. Era obvio que se trataba de viejos conocidos, seguramente un amante más en su larga lista.
Aprovecharon la situación para ponerse nuevamente al día. Tenían una charla amena y ciertamente una única noche allí no iba a dar para tanto, así que valía la pena sacarle el máximo partido a las próximas horas. Demasiado tiempo sin verse —se dijeron—.
El que ella volara en pocas y contadas ocasiones a la capital francesa durante los últimos años, había provocado esa pérdida de contacto entre ellos, pero se debía principalmente a que ese no era uno de sus destinos habituales.
A diferencia de muchas otras personas, Cris conseguía algo que parecía impensable pues solía mantener una muy buena relación con la mayoría de aquellos protagonistas de sus escarceos amorosos. Evidentemente no con todos. Pero si había quiénes con el tiempo derivaron además en una buena amistad, algo que por supuesto era únicamente posible si había tenido más de un encuentro con ellos. De otros ni siquiera confiaba en que fueran realmente quiénes dijeron ser y difícilmente, sus nombres fueran los verdaderos. Lo tenía asumido, era quizá la parte más realista de sus fugaces encuentros.
En cuanto estuvo lista salieron de inmediato a disfrutar de lo que diera de sí la noche. Afortunadamente su vuelo de regreso era a primera hora de la tarde, no había necesidad de madrugar mucho. Eso creaba si cabe, una mayor expectativa a aquél reencuentro aumentando además la tensión sexual que se apreciaba existía aún entre ambos, a pesar del paso del tiempo.
Ese tipo de visitas, estilo relámpago, ofrecían por otro lado un punto a favor cuando el recorrido se hacía a manos de alguien que cómo él fuera de la zona, y que por supuesto como también era el caso conocía todos los lugares de visita obligada. Incluso en ocasiones se trataba de maltrechos tugurios de puertas para afuera pero que sin embargo guardaban fantásticas sorpresas en su interior, y ella, consciente de que después de un largo periodo sin verse y además de la buena acogida que tuvo a su llegada, supo que Didier desplegaría todo su ingenio en encontrar los mejores sitios para que aquella noche fuera inolvidable.
Estaba claro que si había sido él el elegido entre tanto número en su agenda, se debía a buenos motivos; no por mera casualidad.
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Adrián llevaba apenas un minuto a pie de calle aguardando a Mónica, en el instante en que ella descendió del taxi unos metros más allá. La esperaba sentado en una moto, una Yamaha de gran cilindrada, y con un par de cascos. Levantó el brazo y le hizo señas. Ella se volvió, miró a su alrededor buscándolo, finalmente le descubrió junto a la acera. Se acercó hasta donde estaba.
—Buscaba la limusina —confesó— y no te esperaba en una moto —dijo con alegría—.
—No es mía— respondió él.
—Y ¿entonces?
—¡Ya ves! En el tiempo en el que tú te cambiaste y viniste para acá, mi socio vino a substituirme a mí; la moto es suya.
—Significa eso que esperabas qué finalmente iba a aceptar…
—Significa que tenía mis dudas tras recibir tu primer mensaje y creí que sería un no definitivo, pero aun así esta mañana temprano por si acaso yo ya lo había hablado con Diego, mi socio y planeamos cómo hacerlo si se trataba de un sí.
Mónica sonrió. —Por eso me dijiste que viniera cómoda y abrigada, ahora lo comprendo. Menos mal que te hice caso —añadió—.
—Puse mi chaqueta en el maletero y un jersey para cambiarme —dijo él—. Diego trajo los dos cascos y unos guantes consigo, total ya no los necesita, después cuando regrese con la limusina al garaje, la cambiará por mi coche.
—Veo que lo tienes todo muy bien organizado.
Sonrió. —Claro, cómo tiene que ser, y qué ¿montas?
Mónica tomó el casco de su mano y se lo puso. Sacó los guantes del bolso y se subió. Aún con la visera en lo alto, dijo con emoción: —¡No recuerdo la última vez que me subí a una moto!
Adrián se giró hacia ella. —Es cerca, a escasos cinco kilómetros de aquí, así que… ¡Espero que te gusten! —dijo acelerando—.
Ella se agarró a él ligeramente temerosa de caerse, pero tardó solo unos segundos en recordar la agradable sensación de libertad que te da estar encima de una de esas grandes motos.
Dieron la vuelta obligada a Plaza Cataluña, después tomaron dirección a la Ronda de San Antonio, apenas tardaron nada en llegar hasta el Palau Sant Jordi. Les impresionó sobre todo la multitud de gente que se congregaba allí. Era una imagen fabulosa, dejaba totalmente patente que sin duda ese único concierto en la ciudad había creado mucha expectación y que el número de seguidores de Il Divo era realmente notable. Muchos eran los que llegaban de diferentes puntos de la geografía dado que solo dos ciudades habían sido las elegidas en el país para albergar aquel esperado espectáculo de luces, color y por encima de todo privilegiadas voces.
Se sentaron en un palco lateral, a escasos metros de la plataforma central. Era impresionante. Había un doble espacio unido por unas escaleras y un par de pasarelas rodeándolo que facilitaban y mucho la proximidad con su público. Todos esperaban deseosos la aparición de los protagonistas en lo alto del escenario. Un visible entusiasmo que se contagiaba entre los asistentes que abarrotaban hasta los topes el recinto. El espectáculo no se hizo esperar, apenas unos minutos más tarde una orquesta situada en la parte baja empezó a tocar y mientras sonaba la música, unos cañones de luces giraron a su mismo ritmo. Después unas bandas de tela de apariencia sedosa descendieron del techo hasta que el tema finalizó y por un instante se instaló un escueto y efímero silencio; y aquellas bandas que parecían bailar sinuosas ascendieron lentamente desapareciendo.
Más tarde se apagaron todas las luces, pero únicamente por unas pocas décimas de segundo dejándolo todo a oscuras y consiguiendo que se palpara cierta tensión entremezclada con el asombro de un público potencialmente entregado a lo que fuera a suceder en las dos próximas horas. De nuevo sonó otra vez la música envolviendo todo el lugar. El sonido iba en aumento. Se encendieron otros potentes focos de luces blancas dirigidas al fondo del escenario, y aparecieron cuatro siluetas desatando toda la euforia contenida.
Se abrió el telón ante ellos que cómo siempre mostraban una espléndida imagen de elegancia y sobriedad maravillando a todos los asistentes. Empezaron los aplausos y sus voces despertaron una a una, armoniosas, melódicas, únicas. La locura se apoderó entonces de todos los allí presentes.
Mónica se sentía igual que una quinceañera cumpliendo un sueño, algo que por su situación económica podía haberse permitido en muchas ocasiones, sin embargo a pesar de lo mucho que le gustaban nunca antes había acudido a ninguno de sus conciertos, y ahora Adrián, prácticamente un desconocido para ella le regalaba ese momento mágico.
La observó satisfecho al ver como se le iluminaba la cara a cada canción que interpretaban. Sentía la música ahondando en su interior, adentrándose en su cuerpo y recorriéndolo traviesa. La sensación dilató su corazón y le erizó el vello. Su mirada brillaba ilusionada. Totalmente embriagada por la emoción que le despertaban sus voces, se apreciaba en su cara.
Sonreía y era feliz. Adrián lo era también con tan solo mirarla.
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A muchos kilómetros de allí, en la capital francesa, Cris reía sin parar, daba sorbos de la copa que tenía en lo alto de la barra y brindaba con su amigo y con varios desconocidos más que se habían unido de forma improvisada. Compartían brindis, risas y disfrutaban de la fiesta nocturna.
Habían cenado primero algo rápido en un pequeño restaurante de unos amigos del parisino, comida típica y casera, que era lo que a ella más le agradaba degustar y descubrir en sus viajes. Después se dejaron caer en aquel curioso bar donde predominaba una decoración algo sicodélica y recargada, además de una débil iluminación que incitaba a dejarse llevar ofreciéndoles una anhelada intimidad. Cualquier roce o caricia entre ellos aumentaba visiblemente su deseo.
El estilo de música que sonaba de fondo ayudaba poderosamente también a eso, Cris no tenía intención alguna de reprimirse, por lo que consciente empezó a bailar ante su amigo. Se movía insinuante y provocándolo como si se tratara de un plan premeditadamente estudiado y con el vaivén de su cintura, pareciera querer hipnotizarlo. Pero Didier la miraba embelesado, comprobando que Cris no había perdido un ápice de su encanto y sensualidad. Quizá incluso su físico había mejorado de la última vez que se vieron.
La azafata le tendió entonces la mano para que la acompañara en aquél baile y él por supuesto aceptó encantado. Se acercó a ella y la tomó por la cintura arrimándola lo máximo que pudo a su cuerpo, parecía pretender fundirse en ella. Sutilmente y a la altura del cuello, le dio un cálido y suave beso que convirtió ese instante en la antesala de lo que se presagiaba iba a ser una memorable noche.
—Te he echado de menos— confesó Didier estrechándola entre sus brazos.
Y ella lo besó efusivamente. Quizá impulsada por la última copa, por el ambiente que se respiraba o incluso unido a una añoranza que también parecía haber experimentado, aunque a su manera. A esa peculiar forma de ver la vida que la hacía tan genuina. Tan entregada por momentos, cómo a su vez tan sumamente inalcanzable. Era excitantemente fogosa y pasional, y eso conseguía convertirla en una mujer muy deseada. Por supuesto sabía eso de antemano y solía usar esa baza cuando pretendía mostrar así todos sus encantos. Con él no iba a ser necesario, a aquellas alturas ya estaba del todo rendido a sus pies y ansiaba sucumbir a sus encantos sin oponer ninguna resistencia.
Definitivamente se fundieron en un largo e intenso beso que casi los dejó a ambos sin aliento. Se escaparon veloces, besándose en todos y cada uno de los rincones que fueron encontrando a su paso, como si escudriñaran todas las esquinas de cada calle de aquella ciudad, haciendo uso de cuanto portal ajeno hallaron, hasta conseguir llegar a su casa.
Era una única noche, parecía tratarse de la última por cómo sus manos recorrían deseosas sus cuerpos entregados y sus labios se descubrían de nuevo. Quizá no habría más oportunidades de reencontrarse en un futuro, aunque fuera lejano, y ese comportamiento directo y sin complicaciones, hacía extremadamente atractivo a Didier a ojos de Cris que en aquellas cuestiones era toda una experta, siempre viviendo sin barreras y también, excitantemente al límite.
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En otro lugar Mónica y Adrián habían disfrutado de un fantástico concierto.
Más tarde a puertas del recinto, de pie, junto a la moto charlaban sobre ello. Ella estaba entusiasmada de esa maravillosa experiencia. Mientras, el resto de público asistente se iba alejando de la zona hasta dejarlos prácticamente solos y plenamente enfrascados en su conversación.
Adrián observó a su alrededor y se percató de que ya no quedaba nadie allí.
—Creo que deberíamos irnos —dijo entonces—.
—Sí— asintió ella ojeando la estampa solitaria del lugar y totalmente diferente de apenas unos minutos antes.
—Si me indicas, te llevo a casa —se ofreció—.
—De acuerdo. Pero antes, tengo una petición.
—Sí, ¿cuál?
—Te apetece, ¿darme una vuelta en moto antes de dejarme en casa?
—Claro —sonrió—. Por supuesto, ¡vamos!
Para Mónica aquella noche fue volver a recuperar parte de su vida anterior. Vivir pequeños detalles que parecían sin importancia, pero que tenían un grandísimo valor. Cosas simples quizá, un concierto en buena compañía. Un trayecto en moto recorriendo la ciudad, algo que hizo que se sintiera viva, más de lo que se había sentido en mucho tiempo atrás.