23
A Susi aquella semana le había parecido realmente corta, producto en parte de tantos días festivos. Tras recibir el e-mail de Mónica se sintió más tranquila, sin embargo no pudo evitar echarla de menos, le habría gustado que estuviera allí y más en aquellas fechas.
Lo mejor de las últimas jornadas se concentró en el momento en que Silvia, junto al resto de sus cosas, salió directamente por la puerta de la oficina abandonando la recepción. ¡Despedida! Había quedado claro tras la fiesta de aniversario, que ese iba a ser su inmediato destino, y a pesar de que Susana no la soportaba sintió algo de lástima por ella; principalmente porque se quedaba sin empleo. Era evidente también que había sido víctima de sí misma y de su mal hábito en pretender chismorrear siempre sobre la vida de los demás. Esta vez se había pasado y pagaba por ello. Quizá, habría aprendido la lección ¿para ocasiones futuras? O posiblemente, ¡no! Pero eso ya no dependía de Susi.
La secretaria decidió que iba a tomarse con calma ese fin de semana. Las fiestas la habían saturado en exceso y eso que aún no habían finalizado, así que prefirió darse un respiro. Su intención era estar en plena forma para la celebración de la última noche del año. Una noche que ella esperaba con ansia pues la consideraba la más mágica con diferencia. Pero hasta que llegara el día, por lo pronto esa misma mañana, había previsto quedarse hasta tarde en la cama o al menos hasta que su cuerpo dijera basta y eso era exactamente lo único que le apetecía hacer, por lo que decidió complacerse.
Cris su compañera reanudaba su trajín habitual de idas y venidas, Susi escuchó el sonido de la puerta del apartamento cerrarse a su salida, apenas unos escasos veinte minutos antes y supo que iba en dirección a su próximo vuelo. Sin embargo decidió seguir en la cama disfrutando de ese momento de relax, mientras Mister Rufus se acurrucaba a su lado después de acabarse el bol de comida, que imaginó le había puesto Cris antes de marcharse; y de nuevo se quedó dormida.
*******
Mientras, en casa de josefina continuaba la improvisada reunión que mantenía Mónica con todos ellos. Intentaba comprender sin éxito, el poco escrúpulo que demostraba tener su futura ex suegra. Pues Josefina insistía pretendiendo convencerla de que la mejor opción posible era continuar con un matrimonio falso con la única finalidad de no desvelar así una realidad que no era capaz de asumir como algo normal.
—En breve, se tratará de un chisme más que alguien hizo circular de forma malintencionada —dijo— además viéndoos juntos, intuirán que ese rumor no tenía ningún tipo de veracidad —soltó convencida—. Y tú, podrás continuar con el mismo tipo de vida lujosa que has tenido hasta ahora —sentenció mostrando poseer con ello un gran desconocimiento de Mónica, qué siempre había dejado claro que las cosas materiales no eran las más importantes en su vida.
—No me hagas reír —respondió— ¿de verdad crees que aceptaría algo así? Tengo un buen trabajo y un buen sueldo, ¡no os necesito!
—Aun así, si dejas a Marcel tendrás que renunciar a codearte con gente de un status que por ti sola nunca alcanzarás.
Ahí Mónica no pudo reprimirse y empezó a reír a carcajadas, no podía parar y ellos la miraron como si hubiera perdido la cabeza.
—Sabes… Alguien me dijo hace poco, que nunca viviría una vida de mentira junto a nadie y ahora, me doy cuenta de que tenía totalmente razón porque yo tampoco voy a vivir una vida de mentira; al menos no de ahora en adelante.
Josefina completamente seria y manteniendo una pose estirada y altiva cómo nunca, se acercó entonces hasta uno de los muebles laterales de aquella estancia. Abrió el primero de sus cajones sacando un sobre y al instante extrajo de él lo que parecían unas fotos de su interior.
Se acercó hasta ella y las lanzó en lo alto de la mesa, dejando a todos expectantes. Mónica se acercó y al verlas le sirvió para definitivamente indignarse cómo nunca antes lo había estado.
—Ese, ¿es quién no viviría una vida de mentira, querida? —Dijo con una sonrisa que mostraba un cinismo insultante— ¿un pobre y simple chófer? —añadió, regodeándose de sus palabras.
Marcel se acercó a observar las fotos también.
—Me has estado ¿expiando? ¿Has hecho que me sigan? —Dijo Mónica incrédula—.
—Así es. Bueno, por lo visto, tú también tienes cosas que esconder…
—Te equivocas, no tengo absolutamente nada que esconder, se trata únicamente de un amigo —dijo enojada, casi al límite de que la sacara de sus casillas—. Qué pretendías con tu investigación, acaso, ¿chantajearme para que siga al lado de tu hijo? Ahora sí creo, que has perdido el juicio.
—¡Te quedarás sin nada! Te lo puedo asegurar. ¡Y diremos que le fuiste infiel...! Estas fotos son la prueba —gritó totalmente descontrolada.
—¡No es cierto! Jamás he engañado a Marcel y sinceramente, no me preocupa lo más mínimo lo que tú puedas creer —dijo—.
Josefina se acercó hacia ella, señalándola con el dedo de forma acusante e intimidatoria, pero antes de que pudiera empezar de nuevo a atacarla, Marcel soltó entonces un rotundo:
—¡Basta! ¡Déjalo ya, madre!
Después añadió:
—Quédate con la casa, en cuanto pueda iré a por mis cosas —dijo—. Lamento todo esto Mónica, de verdad —y la miró a los ojos—. Lamento también mi comportamiento hacia ti la velada del aniversario, supongo que descargué en ese momento toda la ira que llevo reprimiendo a lo largo de estos años, aunque lo hice con la persona que menos se lo merecía.
—¡Te has vuelto loco! —le recriminó su madre en la misma actitud deplorable que había estado mostrando desde el momento en que enseñó las fotos a Mónica, creyendo que así surtiría efecto en ella aquella planeada y sucia, estrategia suya.
—¡He dicho basta, madre! —Dijo nuevamente y aún más tajante que la vez anterior Marcel—. Mónica ha sido una esposa estupenda —dijo entonces— y ya la hemos hecho sufrir bastante.
Mónica sintió por un instante que ante aquella confesión volvía a reconocer en Marcel al hombre del que un día se enamoró y aunque las intenciones de Josefina eran intentar meter más baza entre ellos, ya era imposible. Era evidente que seguía existiendo a banda de aquel terrible engaño, un cariño y complicidad, que no era tan fácil de olvidar por parte de ambos. Ahí Marcel mostró a pesar de todo y a su manera, que él también la había querido.
—Quédate la casa, Marcel —dijo ella— en realidad es tuya y Javier, —dijo mirándolo entonces a él— la decoró pensando más en vosotros, que no en mí. Me llevaré mis cosas y buscaré otro lugar, dónde empezar de nuevo.
—¿Pero, Mónica?— Intentó añadir algo tratando de que ella cambiara de opinión.
—Ya está decidido Marcel, la decisión la tomé antes de entrar por esa puerta —dijo ella—.
—Si eso es lo que quieres… Aun así te daré un tiempo para que puedas poner todo en orden, por lo que hasta entonces yo me quedaré en otro lugar, si te parece.
Se acercó a ella, la tomó por las manos y repitió de nuevo: —Lo siento— ojala pudiera volver el tiempo atrás y hacer las cosas cómo debí hacer en su momento.
Por primera vez pareció sincero.
—Supongo que esto es una despedida— añadió, algo cabizbajo.
—Así es— afirmó Mónica, mirándolo fijamente a los ojos para decirle —es hora de que tomes definitivamente las riendas de tu vida y de que seas feliz. No dejes que viva la vida por ti —dijo refiriéndose a su madre.
—Cuida de él— dijo entonces a Javier, qué únicamente asintió con la cabeza a eso.
En ese instante el interiorista supo también que aquello se trataba de un definitivo adiós entre ellos.
Después se dirigió hasta donde seguía en pie Josefina que no perdía detalle en mirarla y justo al pasar a su altura, en un tono de voz suave y discreto, dijo:
—Asúmalo, su hijo es ¡gay! Y eso no hará que esté en boca de todos, aunque usted lo crea. No olvide señora Palau: Qué eso, no es ningún delito.
Se dirigió a la salida y en cuanto cerró la puerta a sus espaldas tuvo una sensación gratificante, la de haberse totalmente liberado y con la certeza de que empezaba un nuevo camino repleto de maravillosas oportunidades; con más ganas que nunca de recorrerlo y a su vez sintiendo también, en lo más hondo de su ser que lamentablemente ellos le producían una profunda e inmensa lástima, porque únicamente conseguirían ser felices, si vivían su vida con total libertad y alejados de tanto prejuicio impuesto que no había hecho más que dañarles y ahogarles a lo largo de todos aquellos años, de mentiras, engaños y ocultaciones.
Empezando por ellos mismos y siguiendo por la propia madre de Marcel. La primera en ser incapaz de aceptar aquella realidad y de no respetar a su hijo, queriéndolo tal y cómo él era.
*******
Más allá en casa de Susi, ella seguía aún disfrutando tranquilamente en su cama de un placentero y merecido descanso, que sin embargo se vio interrumpido bruscamente. De repente, unos fuertes golpes en la puerta de su casa, hizo que se despertara reconociendo la voz de Adrián que la llamaba a gritos y aporreando la puerta sin parar.
Se levantó aturdida y salió disparada a abrirle de inmediato.
Al otro lado de la puerta en cuanto abrió, estaba su hermano con el semblante enormemente entristecido. Adrián se abrazó a ella, después empezó a interrogarla:
—¿Y tú móvil? ¿Por qué no respondes? ¿Dormías?
Ella no comprendía su actitud.
—Pues, porque lo dejé sin sonido. Sí, me apetecía dormir hasta tarde —confesó—.
—¡Hemos intentado localizarte! —Dijo él—.
—¿Hemos? ¡Quiénes! Qué pasa, ¿qué ocurre?
Adrián tenía la cara desencajada y Susi al mirarlo supo que algo terrible pasaba, volvió a abrazarla de nuevo.
Pero ella se separó de él. —¡Me estás asustando…! ¿Qué pasa? — Gritó—.
Entonces vio los ojos de Adrián llenos de lágrimas y ahí tuvo la certeza de que aquello que él estaba a punto de contar era algo muy duro. No recordaba haber visto a su hermano mayor llorar a lo largo de su vida, más que en un par o tres, únicas ocasiones.
—…Es Cris —dijo entonces —.
—¡Cris! ¿Le ha pasado algo a Cris? ¡Adrián! …Cris, ¿está bien?
—Susi… —dijo él secándose los ojos y tratando de buscar en su mente la forma de decirle aquello. Pero lo cierto es que no encontró ninguna que pareciera adecuada.
—Cris ha tenido un accidente, Susi —dijo finalmente su hermano —.
—Su avión— apenas dijo ella tapándose la cara con ambas manos horrorizada.
—No. De camino al aeropuerto. Un coche ha invadido el carril contrario chocando contra el taxi que la llevaba hacia allí y está… —pero no tuvo valor de decirlo—. Susi cariño, sus heridas fueron… muy graves. No pudieron hacer nada por ella. Cris… —ha muerto—.
—¡No! ¡Noooooooo! Cris no puede haber muerto— gritó Susi llorando desconsolada, mientras su hermano la abrazaba con todas sus fuerzas.
Sabía que quería con locura a su amiga y qué eso, iba a ser muy difícil de superar.
—No, ella no— repitió nuevamente casi en un susurro, prácticamente sin apenas voz, a la vez que sus lágrimas recorrieron incesantemente su cara. Como si en sus ojos se hubiera originado un torrente y fluyera impetuoso para escasamente permitir ver poco más que una imagen difuminada de su entorno.
Su hermano la soltó, liberándola de su largo abrazo y de su intento de aliviar ese inevitable dolor. Ella se desplomó, se había quedado sin fuerzas y cayó golpeando sus rodillas en el frío suelo y sintiendo que se asfixiaba al pensar en el desgraciado destino de su adorada amiga.
—¿Estás seguro? —Dijo entonces— ¿no puede ser un error? Es seguro, ¿qué es ella?
—Susi— dijo tan solo él y agachándose hasta quedar a su lado, lamentando profundamente la angustia que sentía ella en ese momento.
—¡No, Adrián! Estará en su vuelo de camino a otro destino. —¡Cómo siempre!—.
Eso era más fácil de creer. Intentaba negar así la cruda realidad, mientras recordaba su risa y la envidiable y habitual alegría con la que Cris, solía agasajarla. Él ahí la abrazó de nuevo, todo lo fuerte que pudo, tratando de calmarla y comprendiendo que aquello es lo que en ese momento necesitaba. A su alrededor el tiempo pareció haberse detenido. Ambos permanecieron allí sentados en el suelo, un largo rato. Susi seguía sollozando destrozada en brazos de su hermano que trataba sin éxito de consolarla. Pero difícilmente podía encontrar consuelo, no, ante aquella pérdida.