17

—¿Qué tal?— preguntó Mónica a su marido dando una vuelta entera sobre sí misma para que él pudiera verla bien.

—¡Preciosa! Cómo siempre cariño —afirmó—.

Ella sonrió agradeciendo el cumplido. Se arreglaban para acudir a la tan esperada celebración de la agencia, por fin había llegado el día y la hora. Mónica estaba bastante fatigada, demasiado trabajo, pero tras cinco minutos bajo el agua caliente de la ducha apareció algo más recuperada, y en cuanto se puso el espectacular vestido escogido para la velada, se peinó y maquilló para la ocasión se sintió mucho mejor.

Por supuesto el comentario halagador de Marcel, hizo el resto; y eso sin duda se reflejaba en su aspecto.

Su marido también estaba perfecto —pensó— observándolo de reojo mientras él se ponía la americana del traje.

—Qué buena percha tienes, cariño— dijo al acercarse. Necesitaba su ayuda para abrocharse la gargantilla. Momento que aprovechó y besó su nuca mientras Mónica, se ponía los últimos pendientes que él le trajo de regaló de regreso de París. Esa era una muy buena oportunidad para por fin estrenarlos.

Iba a ser una bonita velada. Al menos las expectativas eran inmejorables y muchos los invitados. Una completa lista en la que se encontraban trabajadores, acompañantes, clientes, algún que otro colaborador y por supuesto amigos, muchos amigos.

Ella se reencontraría con Javier al que llevaba varias semanas sin ver. También solía colaborar esporádicamente con la empresa, por lo que no se perdería el evento.

Otra de las invitadas era Josefina Palau, su suegra, que ya había confirmado días atrás su presencia. Acudiría del brazo de su buena amiga y anfitriona Olivia. Sus respectivas familias habían creado entre ellas esos lazos de amistad, ambas pertenecían a la misma casta y clase social, por lo que sus intereses en continuar con esa amistad eran recíprocos, más allá de caerse bien o mal.

Josefina era sin embargo unos cuantos años mayor, aunque pocos, pero por su aspecto parecía que fuera mucha más la diferencia generacional que existía entre ella y la excesiva retocada señora del Valle y la suegra de Mónica; que aun pudiéndoselo permitir económicamente tanto o más que Olivia, nunca optó por la cirugía. Ella prefería dejar que el paso de los años hiciera su curso normal, pero la anfitriona de la velada estaba cada vez más obsesionaba con su aspecto y tratando de detener algo que era totalmente inevitable. No asumía que todo su dinero no iba a lograr jamás comprar un destino, que ya había sido previamente escrito.

Cris y Susi salían a esa misma hora de casa. Cogieron un taxi para no tener que conducir ninguna de las dos y así, seguir después un recorrido por muchos otros locales nocturnos. Habían decidido que aquella noche no tenía a priori hora para su fin y quizá se presagiaba, que iban a abusar algo más de la cuenta del alcohol.

Carlos y Adrián se unirían más tarde a ellas. La proximidad al día de navidad era la excusa para juntarse los cuatro, y así aprovechar la maravillosa casualidad que les brindaba no tener otros compromisos para esa noche. Algo que sería imposible en cuanto se plantaran de lleno en dichas fiestas y debieran entonces acudir a celebrarlo con sus respectivas familias.

Adrián seguía sin tener noticias de Mónica, sin embargo y gracias a la colaboración de su hermana estaba más tranquilo, ella lo había puesto al corriente de la situación. Así que finalmente supo el motivo de aquel distanciamiento. Su deseo se centraba ahora en poder hablar con ella en cuanto fuera posible y despejar dudas. Confiaba que Mónica le diera esa oportunidad.

Cierto era que Susi y Adrián apenas se parecían, no más que en la coincidencia en el color de sus ojos, y eso había ayudado también en dicha confusión. Quién iba a decir que ellos dos: ¡eran hermanos!

Raf, fue el último en marcharse a casa ese día y además también, el primero en regresar. Su intención, la de preocuparse en controlar que todo estuviera a punto. De no ser así probablemente su esposa no perdonaría que aquel acto no fuera mínimamente mencionado, cómo ella pretendía, en los círculos de alta alcurnia en los que solía manejarse tan bien.

Estaba realmente espléndido, muy elegante y lucía como nadie un moderno traje negro que le quedaba como un guante. Además, se acompañaba de una sonrisa que hacía presencia constantemente en su cara, a pesar de esconder también tras ella un leve nerviosismo, en espera de que todo fuera a salir según lo previsto.

Olivia llegaría aún más tarde, la recogía directamente en casa el chófer de la señora Palau, no quería llegar de las primeras a pesar de ser la anfitriona. Era evidente que prefería hacer una entrada triunfal y para ello necesitaba contar con algo de público; por otro lado era de esperar tratándose de alguien tan pretencioso como ella.

El señor del Valle se cercioró de que tanto los responsables de recibir y atender a los invitados, cómo el servicio de catering y demás profesionales de hostelería, lo tuvieran todo bajo control. El técnico de sonido había hecho unas últimas pruebas y ya se escuchaba de fondo la música ambiental.

Se sucedían imágenes en la gran pantalla recordando momentos de aquellos últimos veinte años, al igual que un estupendo juego de luces que enfocaba prioritariamente hacia el escenario habilitado para acoger a un pequeño grupo contratado con la intención de que amenizara parte de la velada con su música en directo. La vocalista, Virginia, había sido recientemente considerada una de las mejores voces del panorama actual. Lo que dilucidaba que no habían escatimado en gastos.

Mónica junto a su marido y cómo correspondía por tratarse de una de las personas que habían preparado aquél evento, llegó también entre los primeros invitados.

Sucesivamente iban llegando el resto de comensales. El lugar se animaba por momentos. Javier apareció solo y muy elegante, entró por la puerta y se dirigió hacia Mónica, que no tardó en verlo venir.

En cuanto llegó junto a ella, se dieron un abrazo.

—Estás estupenda, cielo— susurró a su oído y ahí ella correspondió plantándole un beso en la mejilla.

Después Marcel estrechó su mano. Él hizo lo propio, además de darle un pequeño toque en el hombro.

Al segundo, ambos se pusieron a hablar de temas banales.

Mónica se disculpó. Indicó que se acercaba a saludar a algunos recién llegados.

Cómo era de esperar mostrando su mayor cordialidad a clientes que iban llegando junto a sus respectivas parejas o acompañantes y también a familiares del resto de compañeros de la agencia según se acercaran hasta el interior de la sala. Algunos lo hacían tímidamente, pero ella los animó a adentrarse.

Los camareros habían iniciado a servir el catering y se paseaban ya entre ellos con copas de coctel y alguna que otra variedad de bebidas, mientras otros portaban algunas de las primeras bandejas de exquisitos y variados canapés haciendo así las delicias de todos los presentes.

Mónica saludó también a su compañero Pol. Esa noche ofrecía una cara de lo más risueña. Se lo veía extrañamente feliz mezclándose entre los invitados y muy bien acompañado. Quizá esa era la razón de su cambio de expresión y de la inusual y manifestada alegría que ahora se apreciaba visiblemente en su rostro. Desde luego ella prefería verlo en aquella actitud, que no en la que los tenía generalmente acostumbrados a todos.

Susi y Cris también se encontraban por entonces entre los presentes, alegres alzaban sus copas y brindaban. Susi lo hizo mirando en dirección a Mónica que desde su posición unos pocos metros más allá guiñó un ojo cómo muestra de complicidad. Seguían teniendo un tema pendiente, pero aquél trajín lo había relegado inevitablemente a un segundo plano.

La secretaria proseguía informando a Cris respecto a sus preguntas de quiénes eran unos y otros.

—Mira, ¿ves aquél de allí? ese es el marido de mi jefa, de Mónica —dijo—.

—Qué elegante—. ¿Y el que habla con él? ¡Me suena mucho su cara!

—Ah, ese, es el mejor amigo de Mónica —dijo Susi—.

—¿Gay? Verdad —afirmó Cris—.

Susi sonrió pues eso era algo más que evidente.

Las chicas se divertían rodeándose de cuanto empleado de su misma edad de la empresa, estuviera en la fiesta. Entre ellos estaba Silvia y la amiga con la que había acudido al aniversario. Una amiga que al igual que ella tampoco perdía detalle de lo que aconteciera, comentándolo absolutamente todo. Cualquier cosa podía ser motivo de su atención y posterior crítica. Ambas se distraían opinando sobre la indumentaria, peinados, maquillajes, o accesorios del resto de invitados. Por supuesto en un tono discreto que no las delatara ante los demás. Únicamente alguna que otra risa poco adecuada las hacía ser en ocasiones centro de algunas miradas, aunque no parecían tampoco muy preocupadas por ello.

Marcel gentilmente fue en busca de su madre que accedía en aquel mismo instante tras verla salir del ascensor a puertas de la sala. La besó en ambas mejillas y se ofreció a acompañarla para que tomara asiento en el lugar en el que él seguía charlando amigablemente con Javier. Raf, y alguno que otro se acaban de añadir también a la conversación.

Josefina besó a Raf, y por supuesto hizo lo mismo con Javier.

—¿Y mi esposa?— preguntó el señor del Valle extrañado al no verla en compañía de Josefina.

—En seguida llega, Rafael —confirmó ella—.

Silvia y Judith, su amiga, fueron en dirección al baño. Llevaban ya un par de copas de coctel encima y se hacía necesario evacuar. Encontraron una considerable cola a sus puertas, y Judith que empezaba a tener cierta urgencia miró a Silvia mostrándose preocupada ante tal situación.

—¡Vamos!— dijo la recepcionista solicitando que la acompañara. Estaba claro que para ella, aquello no iba a ser un problema.

Salieron de la sala esquivando a invitados y camareros. Pasaron junto a Raf y Mónica que charlaban y reían en aquel momento. Él acababa de arrancarle una carcajada, seguramente con algún comentario gracioso. Ahora ya parecía algo más relajado.

Silvia los observó pellizcando sutilmente el brazo de su amiga para que se fijara también en ellos. Después, abriendo una puerta ante ella e indicó que bajaran por aquellas escaleras, su intención, dirigirse a los baños del interior de la agencia; que sin duda no estarían tan concurridos. Así era, la zona se hallaba desierta a diferencia del piso superior.

Judith resopló aliviada al comprobar la genial idea que había tenido su amiga y entró en el primer baño, mientras Silvia, hablaba desde fuera.

—¿Te fijaste?

—¿En…? — preguntó ella algo perdida.

—¡Pues en cuando te pellizqué!

—Ah, eso. Sí lo noté, ¿querías que me fijara en tu jefe? ¿Por qué? Ya lo conocía de antes — dijo extrañada—.

—Lo sé— pretendía que te fijaras en ella.

—Y, ¿quién era ella? ¿Su mujer? —preguntó—.

—No. Ella es Mónica. Una de las creativas ejecutivas de la empresa.

—¿Y?— soltó Judith saliendo del baño de camino a lavarse las manos.

—Pues que parece ser, que Mónica tiene muchos secretos que esconder— dijo aquella entrometida a su amiga.

—¿Sí, cómo cuáles? Cuenta, cuenta— apremió Judith para que contara. Ella era tan o más cotilla.

Silvia miró a su alrededor. Le pareció que aquél baño era un lugar seguro para hablar.

—¡Engaña, a su marido! —Afirmó entonces—.

—¿No me digas? ¿Y cómo te enteraste?— Intentaba sonsacarle Judith.

—Lo que oyes, pero eso no es lo más fuerte.

—Ah, ¿no?

—¡No! Lo engaña… con el gran jefe —desveló—.

—Con el Sr. del Valle, ¿tu jefe? —soltó la otra—. ¡Qué fuerte! ¿Está casada y su marido está también en la fiesta esta noche?

—¡Correcto! Casada y acompañada por él.

—¿Pero tienes pruebas de ello?

—Verás, una mañana de lunes llegaron unas rosas. Posiblemente de su marido, no pude constatarlo pues coincidió que el Sr. del Valle llegaba a la oficina en ese mismo instante en el que me las entregaban. Suelo llevarlas yo, —¡ya sabes!—. Pero las cogió él y las llevó al despacho de Mónica y claro… al jefe ¡no le vas a decir que no haga eso!

—¡Claro! Te comprendo.

—Susi, que es la secretaria de Mónica no estaba en su sitio en ese momento, y yo seguí los pasos del jefe simulando llevar unos documentos a otro compañero. Pasé frente el despacho de ella, su puerta estaba algo entreabierta —añadió— por lo que pude escuchar parte de la conversación.

—¿Y…?— Judith estaba totalmente entregada al relato de Silvia.

—Él parecía celoso— respondió en un tono rotundo.

—¿Pero cómo puedes estar tan segura?

—Simple. La semana anterior Mónica había recibido otro espectacular ramo.

—¡Qué suerte que tienen algunas! A mí no me han regalado una rosa en la vida.

Silvia se echó a reír.

—Ni una rosa, ni ninguna otra cosa. Ni a mí tampoco.

—¿Pero no crees que has sacado conclusiones demasiado rápido?— añadió Judith que por un instante parecía recobrar la cordura.

—No —dijo ella—. ¡Oye! Esto es entre tú y yo.

—¡Por supuesto! ¿Con quién crees que estás hablando? ¡Suéltalo! Qué me tienes en ascuas.

—Pues que esa primera vez —dijo poniéndose algo enigmática Silvia— sí conseguí leer el contenido de la tarjeta.

—¿Qué me dices? Y, ¿qué ponía?— preguntó de inmediato su amiga, que lejos de escandalizarse por algo tan detestable cómo husmear en temas privados, su única finalidad era conocer lo que decía en dicha tarjeta.

—La invitaban a cenar, eso y no más que unas iniciales, RdV. ¡No hay duda, Raf del Valle! Por eso se enojó con ella. Vete tú a saber, ¿el tiempo que deben llevar liados?

—Un amante celoso— dijo su amiga, dándoselas de entendida.

—Además ella está muy cambiada. Su imagen, ya no es tan puesta como antes y tiene un brillo especial en la mirada, incluso sonríe mucho más.

Que su imagen había sufrido un cambio espectacular era evidente, y que aquella sobriedad que soliera acompañarla había desaparecido de forma mágica dejando paso a una mujer mucho más jovial, era un detalle que no había pasado desapercibido a ojos de Silvia, que cómo de costumbre estaba pendiente de todo cuanto acontecía en la oficina. Aún a pesar de que generalmente muchas de las cosas que creía no eran más que simples suposiciones o incluso invenciones fruto de una perversa imaginación, con la única finalidad de convertirse en el centro de atención.

A Silvia se la apreció muy satisfecha tras haber compartido aquél jugoso chisme con su amiga. Se dieron un último retoque ante el espejo mientras divagaban sobre el tema y después se dirigieron de nuevo al piso superior al encuentro del resto de comensales. En aquel momento Silvia aún no tenía la más mínima idea que con aquella revelación a su amiga, acababa de ganarse su futuro minuto de gloria, y de lo que era aún mucho menos consciente y peor, es que acababa de abrir la caja de los truenos. Alguien se había mantenido en el más absoluto silencio para no ser descubierta y en el momento en que desaparecieron del lugar, abrió de forma tímida y con la mayor cautela posible una de las puertas del baño el cuál erróneamente ambas chicas dieron por sentado que se hallaban vacíos. No sospechaban, que la señora del Valle, la mismísima ¡Olivia! Lo había escuchado todo, y aparecía notablemente tocada y sin poder dar crédito a lo que acababa de descubrir sobre su marido y Mónica.

—¿Cómo había podido hacerle algo así? —pensó totalmente indignada— ¡y quién se había creído que era ella! para acercarse a su marido.

En aquel momento no se planteó la veracidad de aquél chisme, tan solo pensó que si su matrimonio hacía agua desde mucho tiempo atrás, ese era el motivo. Culpabilizó a su marido y obvió que ella había sido partícipe directa de la actual situación y tan o más culpable de ello que él, pero en aquél momento era incapaz de razonar. Su orgullo estaba herido y pisoteado; Silvia la acababa de convertir en un peligro inminente. Porque, ¡nadie la humillaba! —se dijo—.

Fue a tomar el ascensor. Deseaba regresar donde estaban el resto de invitados. No se paró a pensar en toda la gente que había y ni mucho menos en sopesar las consecuencias de la ira que se apoderaba de ella. Su cara era todo un poema y para nada mostraba la alegría de una feliz y entregada anfitriona, más bien todo lo contrario.

Aquella, sí parecía que iba a ser una entrada de lo más triunfal.

En boca de todos
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