Capítulo Siete
-¿Encontraste el caballo fantasma? -le preguntó Ten a Luke. Sabía que Luke pasaba largas horas en el campo, para evitar ver a Carla, y no para encontrar al semental negro que habitaba en los angostos cañones al sureste del Rocking M.
-No, pero vi sus huellas en una o dos ocasiones -respondió Luke, al tiempo que se servía una buena porción de carne, patatas y salsa. Levantó la mirada cuando Carla colocó un tazón de judías junto a su plato. Con dificultad se obligó a fijar la mirada en su plato, y no en la joven.
Cuanto más la miraba más hermosa le parecía. El pensar que él la había obligado a echarse en los brazos de algún compañero de universidad, lo atormentaba. Sus días parecían cada vez más largos, y sólo tenía que ver a Carla para sentir que el deseo lo dominaba.
Los pensamientos lo obligaron a permanecer alejado por completo de la casa del rancho. Pasó cinco días recorriendo el Rocking M, durmiendo en el campo, despertando con el cuerpo ardiente de pasión.
Al cabo de cinco días, Luke todavía no había decidido qué era peor, si el pensar que Carla hubiera tenido a otro hombre, o comprender que su virginidad ya no sería una barrera entre ellos. Se deseaban, los dos eran mayores de edad. Podían tomarse, ejercer esa pasión que los dominaba y seguir con sus vidas de la única manera que tenía sentido... separados.
Luke pensó que ella estaba allí para olvidarse de él. ¿Por qué contenerse? ¿Por qué no tomar lo que ambos deseaban tanto, que no podían mirarse sin temblar?
Con voz más dura de lo que intentó, Luke le dijo a Carla: -Gracias.
La sonrisa de Carla fue suave y vacilante. Él había estado ausente durante cinco días, y aún antes, se había mantenido distante. Eso fue desde que Ten y él discutieron, cuatro semanas antes... Aunque ambos hombres no parecían estar enfadados.
Por un momento, los ojos de Carla observaron con ansiedad a Luke, y estudiaron los cambios sufridos en cinco días. Su barba formaba una sombra oscura en sus mejillas. Parecía cansado, agotado, como si hubiera dormido tan mal como ella.
Carla se obligó a no permanecer en la mesa con Luke y volvió a la cocina. Lavó los platos de la cena y empezó a preparar más galletas. Luke le preguntó desde el comedor:
-Tienes más café?
-Sí. ¿Todavía queda salsa? -preguntó Carla.
-También podrías traer más -indicó Luke. Cuando Carla volvió al comedor, Ten ya no estaba allí.
-¿Dónde está Ten? -preguntó ella.
-Supongo que en la barraca -respondió Luke-. ¿Por qué? ¿Necesitas algo?
-No, sólo me preguntaba cómo estaría la mano de Cosy.
-¿Qué hizo Cosy esta vez? -preguntó Luke
-Se cortó, y no quiso ir al médico. Le cosí la herida lo mejor que pude, pero no soy cirujano -explicó Carla.
-¿Qué hiciste?
-Cosí a Cosy con la aguja curva y con el hilo de seda que tengo en el botiquín. Cash me enseñó a hacerlo, hace años. Él se ha cortado un montón de veces. Cuando terminé, Cosy se empapó la herida con la solución de violeta de genciana que yo había empleado en el becerro que se cortó con el alambre.
Carla le sirvió el café, y Luke observó cómo ella manejaba con habilidad las ollas pesadas, después de llevar trabajando casi dos meses en el rancho.
-Lo haces con habilidad -comentó Luke.
-¿Qué?-preguntó Carla. Por un momento, él se olvidó de lo que estaba diciendo, al mirarle los labios.
-Manejar la cafetera-explicó Luke al fin-. Lo haces como si la hubieras usado toda la vida.
-El dolor es un gran maestro -señaló Carla-. Al cabo de dos o tres quemaduras, cualquiera aprende a hacerlo.
Luke entornó los ojos al escuchar las palabras de la joven. Se preguntó si Ten tenía razón, si Carla había ido al Rocking M para curarse del dolor de amar a un hombre que no sentía lo mismo por ella. Sin embargo, Luke sí la quería mucho. Aunque ella no fuera ya una chica inocente, todavía era la hermana de su mejor amigo. Además, todavía existía el hecho de que el Rocking M y las mujeres no se llevaban bien, como lo habían averiguado todos los hombres MacKenzie.
Carla continuaba observándolo con ansiedad, haciendo que el cuerpo de Luke se tensara. Él le pidió en silencio que dejara de mirarlo, de desearlo. ¿Acaso no se daba cuenta de lo que le estaba diciendo? ¿Era esa una venganza por lo que él le había hecho tres años antes?
Luke descubrió en ese momento que la capa protectora de ira con la que se había protegido desde que Carla volvió, había desaparecido al cabo de ocho semanas de uso. Comprendió que Ten tenía razón al decirle que estaba golpeando a un potro atado. Sin embargo, el potro era él y no Carla.
Carla interrumpió sus pensamientos al preguntarle:
-¿La tormenta te sorprendió al otro lado de Picture Wash?
Luke recordó que había escuchado la voz de Carla en el viento, en la oscuridad, en la lluvia que caía sobre los viejos farallones. En más de una ocasión, se había despertado por la noche, seguro de que sólo tenía que extender la mano para sentir que ella estaba acurrucada junta a su cuerpo, pero su mano sólo había encontrado el suelo frío del cañón donde había acampado.
-No -respondió Luke-. Me encontraba en uno de esos cañones cerrados, donde los riscos forman un techo que impide que entre la lluvia.
-¿Cómo en el September Canyon? -preguntó Carla.
-Sí. ¿Cash te habló de ese lugar?
-No, lo hiciste tú -aseguró Carla-, cuando yo tenía catorce años y me diste un fragmento de cerámica Anasazi, que encontraste en el September Creek. Todavía lo tengo, es mi talismán. Me recuerda todo lo que una vez fue, y todo lo que tal vez algún día pueda ser -al escucharla, Luke sintió un nudo en la garganta-. Cash prometió llevarme al September Canyon, cuando vuelva en agosto. Sentiré el viento en la cara, escucharé el agua correr sobre las piedras, y en cada sombra veré a una cultura que ya era antigua, antes de que Colón viajara hacia las Indias.
-Yo nunca encontré ruinas -comentó Luke-. Sé que existen, tal vez de camino al September Creek, Picture Wash o Black Springs... -siguió comiendo-. El rancho me roba demasiado tiempo para ir a cazar leyendas.
-Me sorprende que Cash no haya encontrado ruinas indias -señaló Garla-. Con seguridad ha recorrido cada centímetro cuadrado del Rocking M.
-Hay partes de este rancho que nadie ha pisado -le informó Luke-, ya sea indio o blanco. Además, Cash ha recorrido los lugares rocosos. Él es un hombre que busca el granito y el cuarzo. La mayoría de las ruinas se encuentran cerca de los arroyos que hay entre las paredes de arenisca. Allí no se encuentra oro, sólo campos hermosos y salvajes.
-Los Anasazi y sus fortalezas naturales... -comentó Carla y miró a Luke con intensidad. Agradeció que hubiera un tema inofensivo de conversación que los interesara a los dos-. ¿Alguna vez te has preguntado qué pudo asustar tanto a los Anasazi, para hacer que se retiraran hasta esos cañones tan apartados?
-Otros hombres ¿qué otra cosa si no? -respondió Luke-. De otra manera no se hubieran tomado la molestia de construir sus pueblos en la cara de un peñasco, y arriesgar la vida de hombres, mujeres y niños, al tener que bajar y subir para atender las cosechas y llevar agua. -Al final, el huir y esconderse no les hizo ningún bien a los Anasazi -indicó Garla-. Las ruinas permanecen, pero la gente desapareció.
-Tal vez -dijo Luke-, pero quizá sea como lamentar el paso de los celtas por la historia. No desaparecieron, sino que se convirtieron en otra cosa. Pienso que algunos de los Anasazi bajaron de sus fortalezas y se convirtieron en otros pueblos. Apostaría que la sangre Anasazi corre en los ute, apaches, navaho, zuni y hopi. En especial, en los hopi. -Parece que has estudiado bien a los Anasazi -comentó Carla mirándolo con curiosidad.
-Autodefensa -dijo Luke, la miró y sonrió-. Me hiciste tantas preguntas después de regalarte ese pedazo de cerámica, que tuve que buscar respuesta. Cash debió de enviarme por correo una gran parte de la biblioteca universitaria.
-¡Pobre Luke! -exclamó Carla y rió. En seguida, sacudió la cabeza-. Debí de molestarte mucho. Eres muy paciente conmigo.
-No me importaban las preguntas. Cuando resultaban muy difíciles, me sentaba a hojear esos libros, buscaba respuestas, y encontraba otras preguntas, muchas más de las que me hacías -acarició su taza de café y ella observó su mano con anhelo-. Cuando la nieve se amontonaba en los cañones, me sentaba a pensar en la gente que vivió y murió hablando un idioma desconocido, que adoraban a dioses extraños, y que construían fortalezas de piedra con más cuidado del necesario. Ya sea que los Anasazi hayan tenido éxito o fracasado como pueblo, fueron grandes artesanos. Eso es algo bueno, que debe recordarse -llenó su taza de café-. Como verás, tu curiosidad acerca de ese pedazo de cerámica hizo que yo me interesara por la historia. Yo lo llamo un intercambio justo.
-Más que justo-señaló Carla con voz ronca por los recuerdos-. Me diste un mundo, en el preciso momento en que el mío desaparecía bajo mis pies.
Luke frunció el ceño al recordar a la joven de catorce años, cuyos ojos tenían más oscuridad que luz. No por primera vez maldijo al destino que dejó a aquella joven sin padres en un instante, en una carretera de montaña cubierta de hielo.
-Cash sí te dio un mundo -manifestó Luke-. Yo sólo intenté ayudar -Garla sacudió la cabeza despacio, pero no dijo nada. Ya en una ocasión se había avergonzado al confesarle su amor a Luke, y no era necesario repetir aquella penosa lección. Tenía apenas catorce años cuando lo miró a los ojos y vio su propio futuro, pero necesitó siete años para comprender que no existía ningún futuro para los dos-. Siéntate y tómate un café. Pareces... cansada.
Carla dudó un momento, después sonrió.
-De acuerdo. Traeré una taza.
-Podemos compartir la mía -indicó él-. Le pondre leche y azúcar, si quieres.
-No es necesario -respondió Garla-. Me he acostumbrado a tomarlo solo.
Lo que no dijo Carla fue que había aprendido a tomar el café solo porque así lo bebía Luke. Después del desastre de tres años atrás, solía sentarse en su apartamento de la universidad y bebía café solo pretendiendo que Luke estaba sentado delante de ella, que bebían café y charlaban acerca del Rocking M, las montañas y los Anasazi.
Carla colocó la mano en el respaldo de una silla bastante alejada de Luke, pero él se puso de pie y le acercó otra silla. Después de un momento de duda, Carla se sentó en la silla que él había escogido. Carla dijo en voz baja:
-Gracias.
A Luke le llegó el aroma a flores, y las promesas que Carla representaba. La deseaba de la misma manera que deseaba a la vida, y ya no tenía más ira en su interior para mantenerla alejada. Sólo tenía la verdad, una amarga verdad. Sonrió y sirvió más café; le entregó la taza. -Acomódate, «rayo de sol» -le indicó Luke-. Creo que ya es hora de que te cuente la historia del Rocking M.