Capítulo Once
No había nadie cerca, nadie en el mundo, sólo Luke, que se inclinaba hacia Caria, la envolvía con su calor. Sus brazos se cerraban a su alrededor, ella temblaba y lo abrazaba. Carla no sentía nada debajo de sus pies, nada por encima de la cabeza... giraba despacio, despacio, y Luke giraba con ella, la abrazaba, se movía contra ella, con una dulce fricción, mientras a su alrededor una hoguera ardía con el ritmo lento de la consumación, encendiendo el mundo. Lenguas de fuego por todas partes, todo ardía, giraba y ardía, ella ardía...
Carla abrió los ojos y cerró las manos sobre las sábanas, al despertar de su sueño. Tenía la respiración entrecortada, la piel le ardía, su cuerpo se estremecía en los lugares que Luke había acariciado semanas antes, por unos momentos, antes de apartarla y decirle que no volviera acercarse a él de esa manera.
Luke había dicho que temía no tener suficiente fuerza de voluntad para decirle que no, que la tomaría y la odiaría...
Al otro lado de la ventana, el amanecer se extendía sobre las colinas negras del MacKenzie Ridge y bañaba la tierra con los colores de vida. Carla apartó las sábanas y se levantó. Al buscar su ropa recordó que ese día empezaban sus vacaciones y se volvió a la cama. Le resultaba imposible dormir. Había dormido poco la noche anterior, y por los sonidos que había hecho Luke al pasear de su habitación a la sala y a la cocina, él tampoco había conseguido dormir. Carla intentó no pensar. Temblaba al recordar su sueño ardiente; permaneció acostada y escuchó los ruidos de la casa del rancho. El piso superior estaba en silencio, lo que significaba que Luke ya se había duchado y bajado. Un aroma a café se extendía por la casa; eso significaba que alguien, tal vez Luke, lo había preparado. Oyó cómo se cerraba la puerta de la cocina y el sonido de voces masculinas. No podía distinguir las palabras, pero comprendió que Ten había llegado y que estaba hablando de algo con Luke.
La puerta del comedor producía un sonido especial, y Carla lo oyó muchas veces durante la siguiente hora, mientras se movía de un lado a otro en la cama, sin encontrar una postura cómoda. Se dijo que el olor a jamón, huevos y cereal caliente hacía que sintiera demasiada hambre para poder dormir, aunque sabía que esa no era toda la verdad. Deseaba escuchar la voz de Luke. Se preguntó si él no estaría tan reservado como la noche anterior, cuando se puso de pie de pronto y se alejó de la mesa.
Carla no podía creer que su pequeña broma sobre vaqueros le hubiera ofendido. Él había reído más que ella. Después, la había mirado con intensidad, y antes de que Carla pudiera parpadear, se había puesto de pie para salir de la habitación.
Carla se dijo en voz alta:
-¿No puedes ver lo bien que podríamos estar juntos? Puedo hablar contigo mejor que con cualquier otra persona, incluido Cash. Puedo reír y escuchar... y tú puedes hacer lo mismo conmigo. Ni siquiera tenemos que estar en la misma habitación para disfrutar del hecho de estar juntos. El solo hecho de sentarme a leer en la misma casa contigo, es mejor que salir con hombres que no me importan. No me apartes de ti, Luke. Permíteme que te demuestre que me parezco más a Mariah MacKenzie que a tu madre -Garla repitió las mismas palabras una y otra vez como una letanía-. Basta, Carla McQueen -se ordenó en voz alta-. Basta. No puedes hacer que alguien te quiera.
La ferocidad con la que pronunció esas palabras estaba de acuerdo con los pensamientos desgraciados que invadían su mente. Había ido al rancho para olvidarse de Luke, para poder continuar con su vida, para salir con jóvenes, enamorarse como las otras chicas.
Le parecía imposible apartar a Luke de su mente y de su corazón. Cada momento de risas compartido, cada sonrisa, cada conversación, cada silencio, cada día pasado cerca de Luke, hacían que se le adentrara más en el alma.
La noche anterior Carla había necesitado mucho autocontrol para no correr detrás de él. No sabía si podría controlar sus emociones por más tiempo, sin embargo, sabía que no soportaría que se repitiera lo sucedido tres años atrás, cuando ella le declaró su amor y él le dijo que no tenía la edad suficiente para amar a un hombre.
Carla se dio cuenta de que desde hacía varios minutos no escuchaba ningún ruido en la casa. Con seguridad, los hombres habían terminado de desayunar y habían ido a su trabajo. Carla se volvió hacia la mesa que estaba junto a la cama. Su reloj le indicó que Cash todavía tardaría varias horas en llegar al Rocking M. Y lo que era todavía peor, ella no tenía nada que hacer para lograr que el tiempo transcurriera con rapidez.
Desde hacía tres días, tenía todo listo para ir a September Canyon. Lo único que necesitaba era la llegada de su hermano. Emitió un sonido de impaciencia, apartó las sábanas y se levantó.
Durante unos minutos recorrió la habitación antes de detenerse delante del tocador. Pasó los dedos por la fina superficie de madera. Después de un momento, su mano se deslizó hacia la cajita de madera
labrada que viajaba con ella a todas partes. Esa cajita era un regalo que Luke le hizo cuando ella cumplió dieciséis años. Aunque él no le comentó nada, sospechó que la había hecho él mismo para ella, así como había hecho la pequeña vitrina para las pepitas de oro de Cash.
Carla usaba esa caja para guardar su posesión más valiosa: no era una joya, sino un simple pedazo de cerámica, otro regalo de Luke. Cuando él le dio ese extraño regalo, Carla tenía catorce años, y poco antes se había quedado huérfana. Nunca olvidaría ese momento, la profundidad de la mirada de Luke y su voz suave que trataba de consolarla por la terrible pérdida.
Luke le había dicho en aquella ocasión:
-Encontré esto en September Canyon y pensé en ti. Puedes contemplar este pedazo de barro y saber que, hace mucho tiempo, una mujer le dio forma a una vasija, la decoró, la usó para alimentar a su
familia, tal vez pasó la vasija a sus hijos, y a los hijos de sus hijos. Un día
la vasija se rompió e hicieron otra, y otra familia fue alimentada, hasta que esa vasija también se rompió y se hizo otra, en un ciclo tan antiguo como la vida. Es duro, pero no es cruel. Es la vida, simplemente. Todo lo que se hace llega a deshacerse, para después recomenzar otra vez.
Carla colocó el pedazo de cerámica en la palma de su mano. El esmalte negro tenía líneas blancas. Luke la había abrazado mientras lloró, hasta que al fin aceptó que sus padres se habían ido y que no regresarían jamás.
Por un momento, los ecos de las lágrimas del pasado hicieron que Carla sintiera un nudo en la garganta. Con mucho cuidado, colocó el fragmento en su nido aterciopelado.
Al mirar hacia el pasado comprendió que fue entonces cuando comenzó todo. Los días de anhelos incoherentes se condensaron en un amor tierno, su primer amor, el progreso de una joven hacia su madurez. Empezó con el antiguo pedazo de cerámica, y culminó con un sentimiento que ya formaba parte del ser de Carla.
Al comprender la verdad, midió la profundidad del error que cometió al regresar al Rocking M. No había un enamoramiento infantil que exorcizar. Amaba a Luke con un amor de mujer, libre y eterno.
Con dedos temblorosos colocó la pequeña caja sobre el tocador. Oyó el timbre del teléfono de la planta baja y cogió su bata y se apresuró a salir del dormitorio. Descolgó el auricular.
-¿Dígame?
-Te he sorprendido durmiendo ¿no es así? -preguntó Cash.
-No, pues desde que llegué al Rocking M, me he convertido en un miembro de la Brigada Amanecer -respondió Carla. Cash rió. -Bueno, vuelve a la cama, pequeña. Vendré a recogerte por la tarde.
-Por qué? -preguntó Carla.
-El jeep está en huelga -explicó Cash.
-¿Qué le ha sucedido?
-¿Quién lo sabe?
-No pareces muy animado -indicó Carla.
-Lo siento, hermana. Haré todo lo posible por llegar a las cuatro.
-Será demasiado tarde para ir al September Canyon, se esperan lluvias para esta noche, y si no estamos al otro lado de Victure Wash antes de que llueva, tal vez pasen días antes de que podamos cruzarlo. -Lo siento, Carla. Quizá pueda pedir prestada una camioneta y...
-No -le interrumpió Carla. Se sintió culpable por criticar a Cash por algo que estaba fuera de su control-. Está bien. Lo que pasa es que ansiaba ver September Canyon, después de tantos años de haber oído hablar de él.
-¿Por qué no le pides a Luke que te lleve? -sugirió Cash-. Él necesita unos días de descanso.
El pensamiento de que tendría a Luke sólo para ella, en el silencio del cañón, hizo que el pulso de Carla se acelerase. De inmediato se calmó, puesto que sabía que Luke se negaría a acompañarla. En varias ocasiones le había pedido que la llevara al September Canyon, y él siempre le había dicho que no, que estaba demasiado lejos para ir a visitarlo por una o dos horas.
-Luke está muy ocupado -explicó Caria-. Si no hay otra solución, yo conduciré hasta allí. Luke me dijo que no es difícil encontrar el cañón. Puedes encontrarme allí cuando arregles tu jeep.
Se produjo un silencio, y Carla presintió que su hermano no estaría de acuerdo en que fuera sola hasta el September Canyon.
-¿Me prometes que no intentarás escalar sola? -preguntó al fin Cash.
-Por supuesto que no lo haré -aseguró Caria-. Y tampoco dormiré en un pantano seco durante una tempestad -añadió con ironía.
-¿Y si encuentras ruinas, no las recorrerás si no hay alguien contigo? -preguntó Cash.
-Cash...
-Prométemelo, Carla -insistió su hermano-. Por lo que he oído, los suelos de esas ruinas resultan muy peligrosos.
-Cash, tengo veintiún años -indicó Carla y suspiró- No haré ninguna tontería, pero tampoco me quedaré inmóvil. Durante siete años he deseado visitar el September Canyon. He trabajado durante semanas para reunir un puñado de días libres. Iré de acampada, contigo o sin ti. Y si eso te molesta, lo siento. Simplemente, tendrás que confiar en mí.
-¿Y si no puedo arreglar el jeep, o si llegan las lluvias y te quedas atrapada en el cañón durante una semana? -preguntó Cash. -Recuerda que llevo suficiente comida para dos semanas, pues también me llevo la tuya -respondió Carla.
-¿Y si nieva? -preguntó Cash.
-¿En agosto? -Carla rió-. Vamos, hermano mayor, puedes hacer algo mejor que eso. En esta época del año, es más probable que sufra una insolación, y no que me congele.
-De acuerdo, de acuerdo -dijo Cash riendo-. Déjame verlo de esta manera, hermana. Mi cabeza sabe que tienes suficiente edad e inteligencia para cuidarte sola, pero mi corazón me dice que debo protegerte.
-Deja que tu corazón descanse-sugirió Carla-. Tu cabeza hizo un buen trabajo al enseñarme a acampar en lugares apartados.
-¿No tendrás miedo de estar sola? -preguntó Cash.
-¿Lo tendrías tú? -fue la respuesta inmediata de Carla. Cash suspiró. Hubo un silencio.
-De acuerdo. Te veré allí, tan pronto como pueda.
-Gracias, Cash.
-¿Por qué? -murmuró él-. Habrías ido de cualquier manera, me gustara o no.
-Sí, pero gracias por confiar en mí -señaló Carla.
-Ya eres mayor, Carla. Sólo necesito un poco de tiempo para acostumbrarme a la idea. Te mando un abrazo.
-Yo también -respondió Carla. Sonrió y colgó el teléfono.
Su sonrisa se borró al comprender el verdadero motivo por el que iría sola al September Canyon. Temía que si se quedaba en el rancho una noche más, pudiera decir algo que lamentaría el resto de su vida... algo como «Te amo, Luke».
Treinta minutos más tarde, Carla estaba vestida, había desayunado y se dedicaba a buscar un buen sitio para dejar una nota que explicase lo sucedido al jeep de Cash. Al fin, se decidió por pegar la nota con cinta adhesiva en el grifo del fregadero de la cocina, pues sabía que lo primero que haría Luke al terminar el día sería lavarse para cenar.
-¡Ya voy! -murmuró Luke al escuchar el timbre del teléfono que no dejaba de sonar.
Luke se dijo que había vuelto temprano a la casa del rancho, para ver si Carla había preparado café antes de que ella y Cash se fueran, pero sabía que eso era mentira. Había ido para ver a Carla antes de que partiera... y había llegado demasiado tarde, si no, el teléfono no estaría sonando. Atravesó la habitación en dirección al teléfono, el cual había sonado catorce veces.
Al atravesar la cocina advirtió la ausencia de aromas sabrosos, y comprendió que sin Carla la cocina resultaba tan atractiva como correr en una mañana de invierno.
Luke murmuró para sí:
-Acostúmbrate, vaquero... y no sólo por los pocos días que ella estará fuera, pues unas semanas más, y terminará la apuesta -con enfado levantó el auricular-. ¿Qué pasa?
-¿Estás enfadado? -preguntó Cash con voz suave.
-¿Cash? ¿Qué estás haciendo? -preguntó Luke-. Se supone que tú y Carla estáis de camino al September Canyon en este momento.
-Díselo a mi jeep -sugirió Cash.
-¿Hasta dónde habéis llegado? --quiso saber Luke.
-A Boulder.
-Te dije que cambiaras ese maldito jeep por un perro ¿no es así? -preguntó Luke.
-Muchas veces -respondió Cash. Luke rió.
-Apuesto a que Carla está feliz. Le diste la excusa perfecta para que fuera a la ciudad.
-¿De verdad? -preguntó Cash.
-Seguro. Ella irá a verte -aseguró Luke. Se sintió desilusionado porque Carla fuera a la ciudad, después de todo.
-¿Tú crees que lo hará? -preguntó Cash.
-Por supuesto que sí. No lo ha admitido ante nadie, pero sé que se muere porque le arreglen el cabello o las uñas, por comprar maquillaje y todas esas cosas que hacen las mujeres en las grandes ciudades.
-Creo que la línea está fallando -indicó Cash-. ¿Ayudaría si golpeo el auricular contra la mesa?
-¿De qué estás hablando? -preguntó Luke.
-Es gracioso, yo iba a preguntarte lo mismo -respondió Cash-. Vamos a empezar de nuevo. ¿Recuerdas a Carla, mi hermana menor, la que ha estado cocinando para ti y para el puñado de vaqueros hambrientos, desde junio? -Luke emitió un sonido ronco, y antes de que pudiera pronunciar una palabra, Cash añadió-: ya sabía que la recordarías. Ahora, Carla, mi hermana menor ¿recuerdas...? Ha acumulado unos días libres para poder ir a acampar a September Canyon. ¿Estamos de acuerdo hasta ese punto?
-Cash... ¿qué diablos...?
-Bien -interrumpió Cash-. Todavía estás conmigo. Ahora, aquí es donde está el malentendido, vaquero. Yo estoy en Boulder, Carla no está conmigo. Ella no vendrá hasta aquí, sino que está camino de September Canyon.
-¿Sola?
-Sí.
-¿Cómo es posible que la hayas dejado hacer una tontería como esa? -preguntó Luke.
-¡Calma, Luke! -dijo Cash en voz alta-. Creo que otra vez no comprendes bien la situación. Carla, mi hermana menor... la recuerdas ¿no es así? -Luke maldijo-. Sí, ya sabía que así era. Bueno, ella tiene veintiún años. Aunque yo estuviera en el rancho... lo cual no es así, no hubiera podido detenerla. Tal vez sea mi hermana menor, pero ya no es una niña, tiene suficiente edad para hacer lo que desee -Luke empezó a hablar pero Cash todavía no había terminado-. ¿Has entendido eso, Luke? Carla sólo es una niña en nuestros recuerdos, y eso no es justo para ella ni para
comprendes lo sucedido? Se produjo un silencio, amigo.
-Eres un estúpido, Cash McQueen -dijo Luke
-No. Soy un jugador, lo que es algo muy diferente. Sin embargo, preferiría que Carla no pasara tanto tiempo sola en ese lugar.
-¿Cuánto tiempo crees que necesitarás para arreglar tu maldito jeep? -preguntó Luke.
-Me enviarán un repuesto desde Los Ángeles. Tan pronto como llegue, lo arreglarán y seguiré mi camino -explicó Cash.
-Cash, maldición...
-Que tengas un buen viaje, Luke -y colgó.
Luke observó el auricular durante largo rato. Luego colgó con un golpe seco y fue en busca de su capataz.