El otro padre

Mi madre me había contado la siguiente anécdota. Sucedió en uno de los bailes del pueblo, unos bailes con nombre extravagante que se celebraban en el salón de festejos varias veces al año: «Velada tartiflette y años ochenta», «Velada cassoulet[3] y dobles de Johnny»[4]. Había un homosexual valiente que había decidido vivir sin ocultarse. Iba a esas veladas con hombres a quienes había conocido seguramente en sitios donde se ligaba, a pocos kilómetros, en aparcamientos desiertos o en estaciones de servicio sórdidas. También iban los chicos del pueblo, las pandillas de amigos que acudían a beber, a divertirse, a cantar y a intentar seducir a las pocas chicas que aún estaban libres o que aún no tenían hijos. Alcohol, mentalidad de grupo: los chicos empezaron a meterse con el homosexual, unos cuantos empellones con el hombro, algunas miradas que podrían considerarse agresivas, Eh, tú, ¿eres marica o qué? ¿Te gustan las pollas? A mí no me mires o te parto la jeta. Llegó mi padre, lo había oído todo, estaba furiosísimo, apretó los dientes antes de hablarles Que lo dejéis en paz, hostias, ¿os creéis muy listos cuando os metéis así con él? ¿A vosotros qué os importa si es marica? Les dijo que se fueran a casa Ya está bien de dar el coñazo. Casi les dio una paliza dijo mi madre al concluir el relato.

Mi madre me contó también este otro episodio de la vida de mi padre, cuando, a eso de los veinte años, decidió marcharse de la fábrica y dejarlo todo para irse al sur de Francia Mandó a la porra al dueño, no era fácil, ¿sabes?, ya ves que aquí la gente no se mueve. Se meten en la fábrica nada más salir del colegio y luego se quedan en el pueblo toda la vida o si no, se van a otro sitio, pero no muy lejos. Tu padre se fue con todas las de la ley.

Mi padre se fue. Debía de haber soñado con ello muchas veces. Se imaginaba que allí el sol haría más llevadera la fábrica, que las mujeres serían más guapas. Se fue. En Tolón intentó encontrar trabajo sin conseguirlo. Mi madre: Intentó encontrar trabajo de camarero en un bar, pero estoy convencida de que se pasó más tiempo empinando el codo en la barra del bar que pidiendo trabajo. No sé si hacía alguna chapuza a cambio, ni lo que pasaba en realidad porque tu padre no es nada hablador, pero vivía en casa de una vieja. Una vieja con mucha pasta. Una mormona si no recuerdo mal.

En ese viaje se hizo amigo de un ratero joven (mi madre decía que era un «caretista», se pasaba la vida desfigurando las palabras) que decía que se llamaba Nieve, un mote irónico porque tenía una piel mate de magrebí. Intimaron mucho, se pasaban las veladas juntos e iban juntos de ligue. Fueron inseparables varios meses antes de que mi padre se volviera al norte, mi madre no sabía el porqué. Lo alcanzó su pasado, como si, pese a sus esfuerzos, no pudiera librarse de él. Lo que mi madre no entendía: Así que por eso es por lo que tu padre no habla de aquello, de aquel viaje que hizo, cuando vivió en el sur, porque no deja de ser raro, no es lógico, dice que hay que matar a los moros y, cuando vivía en el sur, su mejor amigo era un moro. Te digo esto porque no entiendo que tu padre sea así de racista, yo no soy racista, es verdad que a los moros y a los negros les dan todas las facilidades y se quedan con todo nuestro dinero del Estado, pero eso no quiere decir que yo sea partidaria de matarlos o que quiera colgarlos o mandarlos a campos de concentración, como tu padre.