II
Cassie corría apesadumbrada. Susurro, Via y ella se alejaban a marchas forzadas de la carnicería del parque, dejando pisadas sanguinolentas tras de sí. Mientras lo hacían, se cruzaron con pelotones de alguaciles que marchaban en dirección contraria, seguidos por cuadrillas de recolección que empujaban sus tolvas rodantes para recuperar los restos y llevarlos a las plantas de pulverización. A pesar del macabro episodio, el resto del distrito pareció recobrar la normalidad en apenas unos minutos, como si tales estallidos de brutalidad fueran tan rutinarios como un accidente de tráfico en cualquier otra ciudad.
Evidentemente, así era.
—Aquí estaremos bastante a salvo —apuntó Via—. Por lo general los alguas no prestan gran atención al centro de la plaza Bonifacio. Lucifer no quiere perderse todo el dinero que fluye de los clubes, restaurantes y tiendas.
—¿Es como un distrito comercial? —preguntó Cassie.
—Sería más correcto considerarlo un distrito de ocio. Los habitantes más adinerados del Infierno vienen hasta aquí de fiesta. Es como el bulevar Hollywood del Averno.
—Pero como ex residentes… —aventuró Cassie—. Bueno, sois XR, pensaba que eso os convertía en fugitivos, ¿verdad? ¿No significa eso que los alguaciles registrarán toda la zona en vuestra busca?
—En teoría sí. Pero, oficialmente, aquí no existe ninguna orden judicial contra nosotros. Los guetos y la zona industrial son otra historia, porque allí hemos cometido un montón de crímenes. Casi siempre robos y asuntos que se podrían considerar crímenes de inconformismo.
—¿Crímenes de…? —comenzó a indagar Cassie.
—Resistirse a un arresto, matar ujieres y otros alguas, estafar a demonios… Cosas así —respondió Via como si no tuviera nada de particular—. Una vez Susurro pintó «Satán es una mierda» en la portada de la iglesia del Anticristo de Westminster, así que los alguas expidieron una orden contra nosotros. Y hubo otra ocasión en la que enviaron todo un regimiento de reclutas en nuestra búsqueda porque Xeke hizo saltar por los aires una comisaría de policía cerca del centro comercial Balcefón.
—Entonces…, ¿sois una especie de guerrilla urbana? —Cassie vio la relación y añadió—: ¿Como los terroristas de los que Xeke me habló antes?
—Arrimamos el hombro, pero no somos nada comparados con los auténticos revolucionarios. Como te comentó Xeke, existe un genuino movimiento de resistencia, la Rebeldía del parque Satán, pero actúan sobre todo en el centro de la ciudad. No tenemos agallas para unirnos a ellos.
A Cassie aquello le sonaba fascinante.
—¿Por qué no? Me imagino que si se uniera la gente suficiente y se organizara…
—¿… podríamos derrocar a Lucifer? —Via rio ante su idealismo—. Eso nunca sucederá, Cassie. La Rebeldía está liderada por Ezoriel, uno de los ángeles caídos, pero ni con medio millón de voluntarios podría derrotar a las fuerzas de seguridad de Lucifer. Llevan mil años tratando de llegar por las armas hasta el Edificio Mefisto, pero incluso con el poder de un ángel caído apenas han sido capaces de adentrarse en las Madrigueras de carne. Puede que te suene cobarde, pero si nos uniéramos a ellos solo conseguiríamos acabar en las factorías de tortura. Tenemos que pasar la eternidad aquí, y eso es un montón de tiempo de cojones. ¿Por qué íbamos a querer complicarnos aún más las cosas?
Cassie no podía rebatirla con plena autoridad. Al fin y al cabo, aún era parte del mundo de los vivos y, por lo tanto no estaba condenada. Solo cabía la esperanza de lograr mantenerse así.
—Bueno —comentó—, al menos supone cierto alivio saber que en este distrito estamos a salvo de los alguas.
Con preocupación en el rostro, Susurro tiró de la chaqueta punky de cuero de Via y vocalizó en silencio la palabra «Nicky».
—Ah, cierto —recordó Via—. Sí que hay un tipo con el que tenemos que andar con ojo. Nicky el Cocinero. No pertenece al Alguacilazgo, sino a la mafia. Hace tiempo estafamos cinco mil a uno de sus judíos.
—¿Algo como un usurero, quieres decir?
—Sí, aquí es la misma cosa. Nicky es uno de esos individuos que siempre estará atento por si aparecemos. Hemos de ser cuidadosos, ya que hace mucho negocio de los bares y clubes de striptease de la plaza Bonifacio.
Cassie temía preguntar, pero aun así lo hizo:
—¿Por qué lo llaman «el Cocinero»?
—Porque si te interpones en su camino y te atrapa, te cuece.
—¡¿Te cuece?!
—Sí. Posee un pozo de azufre en el Sector exterior oriental —explicó Via con tranquilidad—. Te meten en un gran bidón de metal, sellan la tapa y arrojan el barril al pozo. Así que no puedes hacer otra cosa que sentarte en ese bidón y cocerte. Para siempre.
«¡Jesús!», pensó Cassie.
—Es curioso ver cómo un montón de tipos de la mafia del mundo de los vivos estiran la pata, van al Infierno… y aquí siguen siendo tipos de la mafia. Vivo o muerto, supongo que cada uno es lo que es. Lucifer adora el crimen organizado y toda la corrupción que lo acompaña.
Cassie ya se lo figuraba, y Nicky el Cocinero era una de esas personas a las que confiaba no tener que conocer nunca.
Pronto se encontraron caminando por un laberinto urbano de centros comerciales y galerías que albergaban multitud de locales.
—La plaza Bonifacio es descomunal —dijo Via—. La zona que hemos dejado atrás (el barrio de los restaurantes y los hoteles) corresponde a los ricachones. De aquí en adelante los sitios son cada vez más cutres. Bares, clubes de striptease, salas porno y burdeles, cosas así. Allí es donde los ciudadanos más acomodados adquieren la droga y se corren las juergas. Los locales de música también están entremezclados aquí y allá.
«Locales de música —reflexionó Cassie—. Como el sitio donde trabaja Lissa». El empeño por encontrar a su hermana seguía siendo para ella la prioridad principal, pero no podía olvidar lo de Xeke. Estaba tremendamente preocupada por él, y sin embargo Via parecía impertérrita.
—¿No estás ni un poquito inquieta por Xeke? —preguntó.
—¿Un poquito? Claro. Esto es el Infierno, hay mucho de lo que preocuparse. Pero he visto a Xeke abrirse paso a través de alguas y escuadrones de mutilación, y más de una vez. Lo más inteligente es que nos limitemos a seguir sus instrucciones. Sabe lo que se hace. Nos indicó que nos reuniéramos con él en el S&N Club, y eso es justo lo que vamos a hacer.
—Sí, pero ¿y si no logra llegar al club? —Cassie no pudo evitar poner en duda la confianza de Via.
—Lo logrará —fue todo lo que respondió esta.
Surgieron más preguntas por la fuerza de la costumbre:
—Me siento un tanto confusa…, ya sabes, sobre Xeke y tú… Vuestra…
—¿Relación? —Ahora Via pareció un tanto contrariada—. Estoy enamorada de él, ¿qué tiene eso de raro?
Aparentemente, nada.
—Pero…
—¿… está él enamorado de mí? Diablos, no. Para él solo somos colegas, somos «compinches». Dios, nunca nos hemos puesto a ello, jamás nos hemos besado… Lo que me jode bastante porque le he dado todas las oportunidades posibles. —Un tono plañidero tiñó su voz—. Malditos hombres… En cualquier mundo son un auténtico grano el culo.
—¿Y por qué no haces tú…?
—¿… el primer movimiento? —Via siguió terminando las preguntas por Cassie—. Si hiciera eso se pensaría que soy una golfa. Y no, nunca le he dicho que lo amo; eso lo alejaría de mí. ¿Acaso no son siempre así las cosas? —farfulló para sus adentros—. Pero en el fondo tiene razón. No quiere entablar una relación conmigo porque sabe lo que aquí comprende todo el mundo: que las relaciones en el Infierno nunca funcionan. Ojalá pudiera ser tan fuerte y sabia como él.
Cassie lo sentía por Via. Estaba claro que sus auténticos sentimientos femeninos comenzaban a filtrarse a través del duro revestimiento de marimacho. Y otra cosa evidente era que, a pesar de la experiencia callejera de Xeke y su capacidad de combate, Via estaba muy preocupada por él.
A un lado de la manzana se extendía una amplia valla con alambre de cuchillas en la parte superior. Unos centinelas demoníacos patrullaban en los puestos de guardia distribuidos a lo largo del perímetro interior. Detrás de la valla, Cassie pudo distinguir hileras de edificios de hormigón oscuro.
—Eso se parece mucho a un complejo militar —comentó—. ¿Qué hace dentro de un barrio dedicado al ocio?
—Cada distrito dispone al menos de un centro gubernamental —replicó Via mientras seguían caminando—. Este es una instalación de Servicios sobrenaturales. Lucifer no puede pasearse por el mundo de los vivos, pero aprovecha cualquier oportunidad para entrometerse.
Cassie parpadeó incrédula al reparar en los extraños carteles escritos con letra de plantilla:
«BARRACONES DE ESCRITURA AUTOMÁTICA».
«PROYECCIÓN DE SESIONES ESPIRITISTAS».
«PUESTO DE CANALIZACIÓN».
—¿Espiritismo, canalización? —comentó Cassie—. ¿No guarda todo eso relación con lo de comunicarse con los muertos?
—Claro que sí. Y todo es un fraude.
—¿Cómo?
—Son sandeces destinadas a las mentes crédulas del mundo de los vivos —dijo Via—. Todo viene instigado por la tecnología arcana de Lucifer: tableros de ouija, llamadas de teléfono de tus parientes muertos, canalizadores que caen en trance y creen que están escribiendo notas de Edgar Cayce, cosas de esas. Todo es falso, lo fabrican aquí. La gente tontea con los tableros de ouija y se convence de que ha entrado en contacto con el difunto tío Harry, cuando en realidad hay un nigromante a este lado que manipula el tablero para que parezca real. ¿Recuerdas aquel tipo que aseguraba que Mozart había contactado con él para terminar su última sinfonía? Incluso compararon su caligrafía con las cartas y partituras que escribió el propio Mozart, y coincidían. Pero de hecho solo se trataba de un técnico de los barracones de escritura automática, que lo falsificaba y se lo canalizaba a ese idiota.
Cassie se quedó atónita ante la información.
—Eso es fascinante.
Otra señal apareció a su paso: «GENERADORES DE ECN».
—ECN significa «experiencias cercanas a la muerte» —prosiguió Via—. Seguro que has leído artículos al respecto. Es lo de esa gente que vuelve a la vida en las salas de urgencias, o que se ahoga y luego revive gracias a los masajes cardiopulmonares. Todos dicen que vieron una gran luz blanca y que sus familiares muertos los esperaban en un más allá paradisíaco.
Cassie estaba familiarizada con las historias. Via continuó:
»Pues no son más que gilipolleces prefabricadas. Proyectan hechizos visuales sobre la gente que va a ser revivida y, como las imágenes son siempre las mismas, sus relatos parecen creíbles. No importa si son buenos o malos, cristianos, judíos, musulmanes o ateos. La experiencia coincide una y otra vez, y así sugiere que existe un maravilloso mundo de perfecta armonía que nos espera tras la muerte y que no está relacionado con lo que dice la Biblia. Pero no es más que un truco. Lo mismo que las abducciones de los extraterrestres… Por favor. Hechizos visuales que proyectan aleatoriamente sobre personas del mundo de los vivos, y que les hacen pensar que han sido raptados por alienígenas. Y si consigues que la gente crea en extraterrestres…
—No creerá en Dios —comprendió Cassie—. Y si la gente considera que los alienígenas son auténticos y Dios solo una leyenda…, rechazarán el concepto de salvación.
—Y aterrizarán de culo en el Infierno al minuto de morir.
Dejaron atrás el siniestro complejo. La fascinación de Cassie crecía por momentos: los planes de Lucifer eran intricados y brillantes. Se preguntó a cuántos millones de personas habría engañado ya.
De repente Susurro tiró con más fuerza de la mano de Cassie. Parecía aturdida de excitación.
—A Susurro le encanta mirar escaparates —dijo Via.
Allá se extendían extrañas tiendas iluminadas por la luz de azufre de la calle. «EVITA’S SECRET», decía un ventanal. Detrás del cristal, unos esqueletos infernales servían de maniquís y mostraban lo último en moda íntima. «¿ERES UNA CONCUBINA INFERNAL? ¿UNA PROSTITUTA? ¿O SOLO UNA CHICA CON GANAS DE ASCENDER? ¡LUCE TU ASPECTO MÁS SEXY CON NUESTROS CAMISONES DE SEDA DE GUSANO DE CÁRCAVA!».
En la siguiente tienda ponía «LIBROS LA CORONA DE ESPINAS», y su escaparate mostraba gran diversidad de textos: The Glyphs of She, Cultes des Goules, Megapolisomancia[12], El evangelio según Judas. Otro letrero centelleaba: «¡NO TE PIERDAS NUESTRA PRÓXIMA SESIÓN DE FIRMAS! ¡CAPOTE Y LOVECRAFT AUTOGRAFÍAN SUS ÚLTIMOS LANZAMIENTOS: RETRATO DEL ESCRITOR EN EL INFIERNO Y LA SOMBRA SOBRE PROSPECT STREET!». Entre dos locales, un gremlin enano atendía a un demonio con esmoquin como podría hacerlo un limpiabotas, solo que en este caso le sacaba brillo a los cuernos. Otro gremlin vendía una especie de frutos secos calientes en un puestecillo con ruedas. Cassie dudaba que fueran castañas.
En la siguiente tienda había expuestos unos televisores de gran formato, con extrañas pantallas ovaladas. «Desde luego no son Sony», pensó Cassie. Aquellos monitores granulosos parpadeaban con un color desvaído. Uno mostraba un certamen de biquinis con participantes demoníacas, o eso dedujo Cassie. En la siguiente había un concurso. «¿Y qué se escondía tras la puerta número tres?», anunció un atractivo presentador humano con garfios por manos. La puerta se alzó y reveló una cámara de torturas con todos los extras, incluidos los cuerpos que se retorcían encadenados a los potros y temblaban empalados en las damas de hierro. En la tercera pantalla se veía un estadio de gradas abarrotadas. En el campo, enormes demonios parecidos a aves arrancaban tiras de carne de unos seres humanos desnudos. La multitud rugió en aplausos.
«Supongo que el fútbol no pega aquí muy fuerte».
A continuación, Susurro se quedó mirando fijamente una tienda en cuyo dintel ponía: «SALÓN DE TRANSPLANTES (SUCURSAL COMERCIAL AUTORIZADA DE LA AGENCIA DE TRANSFIGURACIÓN)». A Cassie le recordó a una oficina inmobiliaria. Cuando los curiosos pasaban cerca, un detector de movimiento activaba la grabación y una voz enérgica anunciaba: «No confíe sus modificaciones corporales a un cirujano sin licencia. Entre y reúnase con uno de los transfiguristas acreditados por nuestro gobierno para todas sus necesidades de trasplantes. Deshágase de esos ineficaces brazos humanos y permita que nuestros doctores le implanten un par de poderosas extremidades de trol. Revitalícese con una transfusión demoníaca. Si lo que quiere son colmillos de infralobo, también los tenemos. Y no olvide nuestro plan de financiación con un bajo interés».
—El capitalismo en toda su grandeza —dijo Via—. En realidad aquí las cosas no son muy diferentes. Si tienes el dinero, tienes los privilegios. Los jerarcas disfrutan de una eternidad de lujo subidos a las espaldas de los pobres. Igual que el mundo de los vivos. ¿Ves? Incluso el gobierno está metido.
—Susurro parece muy interesada en este sitio —comentó Cassie al reparar en los ojos anhelantes de su amiga.
—No puede hablar porque los alguas la pillaron robando un frasco de salchichas de necrófago a un vendedor Callejero —explicó Via—. Como castigo le amputaron la laringe.
La solución parecía evidente.
—Bueno, tal como pintan las cosas podremos comprarle una nueva.
—Eso no puede ser. Esto es una sucursal gubernamental —aclaró Via—. Para obtener sus servicios tienes que registrarte. Xeke, Susurro y yo somos XR, fugitivos. Hay que demostrar que eres residente para usar cualquier servicio oficial.
«Mierda». Al considerar la situación, Cassie se sintió afligida. Susurro se iba a pasar la eternidad ansiando algo que nunca podría conseguir.
—Ahí hay otra sucursal —indicó Via cuando llegaron a la siguiente manzana. El recargado letrero de neón decía: «¡CENTRO DE SERVICIOS SUCÚBICOS! ¡ALQUILER, ARRENDAMIENTO! ¡FILIAL AUTORIZADA DEL CONSERVATORIO DE SUBCARNACIÓN DE LILITH!».
—El conservatorio es otro de los proyectos del gobierno —dijo Via—, pero esta sucursal alquila íncubos y súcubos a todos los locales de striptease y servicios de compañía del centro. La directora del conservatorio es la propia Lilith. Estuvo liada con Lucifer durante eones. Fue ella la que parió a los hijos de Adán después de que Eva lo abandonara, y los niños eran demonios híbridos sexuales. En el conservatorio, usa hechizos de transformación para convertir a humanas en súcubos y subcarnarlas en el mundo de los vivos, donde atormentan los sueños de los hombres. Lo mismo que dicen las leyendas.
A esas alturas, Cassie ya había deducido que numerosos mitos, leyendas y tradiciones ocultistas debían de ser veraces. Detrás del escaparate, diversas «muestras» desnudas se pavoneaban a un lado y a otro sobre un tapete de felpa. Unos brillantes ojos amarillos le devolvieron la mirada. Aquellas mujeres tenían cuerpos impecables, y cada aspecto de su deseable femineidad había sido acentuado hasta alcanzar una perfección sobrenatural. Sin embargo, eran calvas y carecían de todo vello corporal. Su piel sin poros brillaba como si estuviera lacada y no era del color natural, sino de un exótico violeta.
—¿Y dices que las alquilan? —se asombró Cassie.
—A bares topless, atracciones sexuales, casas de masajes y prostíbulos. —Via soltó una risita irónica—. Se parece un montón a L.A.
Siguieron avanzando por el laberinto de calles oscuras. Via no había bromeado al avisarla de que se dirigían a la zona más vulgar del distrito. Prostitutas demacradas atraían a los clientes desde las ventanas de los burdeles. Algunas eran humanas, otras súcubos y otras demonios híbridos. Los locales de peepshow brillaban como los casinos de Las Vegas y prometían espectáculos de sexo en vivo, cabinas privadas y lo último en pornografía. Detrás de un estridente letrero amarillo que decía «LA CASA DE LOS REVOLCONES DE JACK RUBY», un ansioso diablillo les ladró:
—¡Adelante, señoritas, se buscan bailarinas! ¡Jack recogerá personalmente sus solicitudes!
—No, gracias —dijo Via con una sonrisita.
«¡BAILES ERÓTICOS DE ESTRELLAS DEL PORNO MUERTAS!», anunciaba un cartel, y otro más decía: «¡BOYS! ¡SOLO PARA MUJERES! ¡CONSIGUE UN BAILE PRIVADO (¡Y MÁS!) DE JOHNNY EL SUPERMACHO EN PERSONA!».
Por último, el teatro Onán lucía una marquesina que parpadeaba: «¡“LA GOLFA DEL INFIERNO 666”, CON CATALINA LA GRANDE EN EL PAPEL ESTELAR! ¡Y ADEMÁS, EVA BRAUN EN “ORGÍA DE GÁRGOLAS A GOGÓ”!».
Cassie acabó por cansarse del desfile de indecencias. Había demasiadas cosas que giraban alrededor del sexo, igual que en su mundo. Susurro pareció comprender su impaciencia y señaló la siguiente manzana.
—El S&N Club está ahí —dijo Via—. En el callejón de Herodes.
Pero cuando atravesaron la calle, Via redujo el paso. La mole de un gólem se acercaba por la acera y se detenía en cada farola y en cada poste indicador. Aquella cosa enorme con cuerpo de arcilla parecía estar clavando hojas de papel por todas partes.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Cassie.
Via no respondió, sino que corrió hasta la señal más próxima.
—Mierda, ya debería habérmelo imaginado —masculló.
Cassie miró el papel que el gólem había fijado al poste. «Es un cartel de “se busca”», comprendió al leerlo.
FIJADO POR ORDEN DE
LA AGENCIA DEL ALGUACILAZGO
(DISTRITO BONIFACIO)
SE BUSCA
POR EL ASESINATO DE 16 AGENTES DE MUTILACIÓN
SE OFRECE RECOMPENSA
DE 1000 EN MONEDA INFERNAL A CAMBIO DE INFORMACIÓN
QUE CONDUZCA AL ARRESTO DE ESTE CRIMINAL
Y debajo había una imagen de Xeke.
Via reía sin hacer ruido.
—¿Qué te parece eso? Se ha cargado a dieciséis y ha escapado.
—Sí —comentó Cassie—, pero ahora han expedido una orden contra él.
—Al menos continúa con vida. Nuestra única esperanza es que logre llegar al club.
Cassie comprendió lo que quería decir. El hecho de que la policía buscase a Xeke significaba que todavía andaba libre por alguna parte.
Mientras siguieran buscándolo, era que estaba vivo.
—Venga, adelante —urgió Via, abriendo camino.
Cuando llegaron al principio del callejón, Cassie observó la interminable línea de edificios destartalados, apoyados unos contra otros. Le recordó al barrio gótico de D.C.: fachadas de ladrillo pintadas de negro y gorilas que esperaban con los brazos cruzados delante de puertas desvencijadas, apuntaladas para que se quedaran abiertas. Pero aquellos porteros eran deformes o demoníacos. De uno de los locales surgieron suaves notas de bajo y una voz familiar:
—Desde que mi espíritu me abandonó, he encontrado un nuevo lugar donde vivir. Me pasé con las drogas y estiré la pata en el asiento del váter y… fui directo al Infierno[13]. Cassie se detuvo. No… ¡No puede ser!
¿O sí podía?
Delante de otro club, una cabeza cortada y colocada sobre un palo las exhortó:
—¡Ey, chicas! ¡Sin consumición mínima! ¡Robert Johnson y Grieg están IMPROVISANDO!
«NEVER MIND THE BOLLOCKS! HERE’S THE S&N CLUB[14]!», decía un cartel situado más al fondo que atrajo su atención. Al fin, pensó Cassie.
—¡Mierda! —exclamó Via—. ¡No podremos entrar! ¡Acabo de recordar que Xeke tiene todo el dinero!
—Y no hay señal de él. —Cassie paseó la mirada por el vestíbulo—. Si hubiera llegado nos estaría esperando fuera, ¿verdad?
—¡Sí, maldición! —Via bajó los ojos al sucio pavimento y se frotó una bota. Cassie podía imaginarse lo que estaba pensando: que Xeke no iba a venir, porque en esos mismos momentos el escuadrón de mutilación lo estaba deteniendo.
—Llegará. —Cassie trató de sonar confiada—. Probablemente solo esté escondiéndose un rato hasta que se marchen los alguas.
Via se limitó a asentir. Entonces hizo la pregunta que menos se esperaba Cassie:
—¿Tienes muy largas las uñas?
—¿Cómo?
—Es lo único que se me ocurre para atravesar esa puerta. No podemos revender nuestros pases de tren, por si acaso… —Via tragó saliva y se enfrentó a la realidad—. Por si acaso Xeke nunca aparece.
Cassie se miró las largas uñas pintadas de negro y después, dubitativa, se las enseñó a Via.
—Son estupendas. Arráncate una con los dientes.
Cassie bizqueó al pensarlo, pero cuando Susurro hizo el gesto universal (frotarse el dedo pulgar contra el índice y el corazón), Cassie comprendió que la uña de una etérea podría servir de dinero. Con poca delicadeza, se mordió la del pulgar y entregó un trozo a Via.
En cuanto la uña dejó de ser parte de su cuerpo, brilló con duro color verdoso.
—La consumición mínima es un billete de De Sade por cabeza —croó el gorila de la puerta. Iba sin camisa, y de cintura para arriba estaba completamente cubierto de quemaduras de tercer grado. Las miró con ojos sin párpados.
—Tres entradas, Romeo —dijo Via mientras le entregaba la luminosa uña.
El portero la examinó impresionado.
—¿De dónde habéis sacado esto?
—Soy concubina del gran duque Carlos I. ¿Qué tal si te portas y nos das también unos tiques para bebidas?
El gorila sacó los billetes sin objeción alguna y las dejó pasar.
Nada más entrar, a Cassie le vinieron a la memoria todos aquellos maravillosos clubes góticos que había frecuentado en D.C. Un entorno auténticamente uterino, charlas apagadas y una pista de baile llena de rostros y penumbra. Las débiles luces parpadeaban en las esquinas y al fondo, alrededor de una larga barra atestada. Todas las paredes eran de ladrillo y estaban pintadas de negro.
Cassie se fijó en un rudimentario graffiti: «¡NOS VEREMOS PRONTO, JOHNNY! JIM ESTUVO AQUÍ Y NECESITO UNA MUJER DE L.A… LA CAGUÉ —JANIS».
Una música que nunca había oído antes surgía de la elevada cabina del pinchadiscos y de unos altavoces arcanos alimentados por la versión infernal de la electricidad. El propio DJ parecía ser una especie de trol. Bajo las vacilantes lámparas de fósforo se erigía el estrado. La banda aún no había llegado, aunque había guitarras en los atriles y una batería los esperaba.
La pista de baile estaba ocupada en su mayor parte por humanos adinerados. Algunos se movían con la música que sonaba en esos momentos y otros charlaban con conocidos y tenían en la mano bebidas de extraños colores. Una pareja se lo montaba con relativa discreción mientras bailaba. Él era un demonio macho; una delgada cadena unía los extremos de sus cuernos y su resbaladiza piel verde cubría sus abdominales como latas de cerveza y sus pectorales a lo Mark Wahlberg.
—Toma, al menos adopta el papel —dijo Via mientras le pasaba un bote de metal tibio. Cassie lo olfateó. Olía como a lúpulo podrido. En la etiqueta ponía: «COMPAÑÍA CERVECERA DE LA CIUDAD DEL INFIERNO». ¡Arg!, pensó, sin atreverse a probarlo.
Después se quedó mirando a su alrededor. Pasó una mujer meneando el esqueleto. Parecía un duendecillo, y en vez de boca tenía ombligo. Cassie no pudo resistirse y siguió mirando hasta llegar a la cintura de la chica. Donde debería estar el ombligo tenía una boca con piercings en los labios y todo.
—¡Hola! —saludó la boca.
«Santo Dios…»
—Es probable que tardemos un rato en encontrar a Lissa —mencionó Via—. Dudo que salga antes de que empiece a tocar el grupo.
—¿No dijo el camarero de…, cómo se llamaba?
—La taberna La cabeza del necrófago.
—Eso. ¿No dijo que Lissa era una empleada?
—Sí, eso creo. Comentó que trabajaba en las jaulas, pero como puedes ver…
La mirada de Cassie persiguió a la de Via hacia lo alto. Había cuatro jaulas para bailar que colgaban encima del escenario, todas ellas vacías.
—Susurro —ordenó Via—, ve a dar una vuelta por la puerta principal, a ver si aparece Xeke. Cassie y yo fisgonearemos por ahí.
Cassie trató de aparentar normalidad mientras paseaba por aquel club infernal. Escudriñaba la multitud y a los deformes camareros en busca del rostro de Lissa, pero no vio nada. «Trabaja aquí —razonó gradualmente—. Es una empleada. Una bailarina. ¿Dónde pueden estar los bailarines antes de su número?»
«En la parte trasera».
—¿Adónde vas? —preguntó Via.
—A la parte trasera —respondió Cassie mientras se alejaba.
—¡Ten cuidado!
Las objeciones de Via quedaron ahogadas por unos gritos crecientes. La multitud de delante alzó los puños al aire y coreó: «¡Sid! ¡Sid! ¡Sid!», mientras Cassie se abría paso a empujones entre nuevos cuerpos de formas decadentes. Agradeció la distracción. Por fin apareció en el escenario un hombre terriblemente delgado con vaqueros apretados, botas tachonadas y el pelo negro en punta. Su pecho desnudo mostraba cortes entrecruzados de afiladas cuchillas.
—¡Estoy jodido! —Su acento cockney se coló en el micrófono—. Apenas puedo caminar ni hablar… ¡Guau!
La multitud estalló en aplausos.
»¿Alguien tiene algo de caballo? ¡Qué más da, aquí está la banda más candente del Infierno! ¡Aldinoch!
La banda que Cassie había oído en la cinta.
Un humano que se esforzaba por parecerse a Trent Reznor sonrió con malicia y frotó su ingle contra la cadera de Cassie. Ella reaccionó con desdén a su grosero gesto.
—Ey, muñequita, acabo de hacerme una nueva torre con los transfiguristas. —Le mostró con desvergüenza las caderas: tenía la entrepierna de los oscuros pantalones tan abultada como si se hubiera metido dentro un cachorro—. ¿Quieres probarla?
—Preferiría condenarme al Infierno —replicó.
—¡Ey, esa sí que es buena!
Cassie se escabulló con una sonrisita. Los riffs de guitarra eran como endechas que serpenteaban en el aire. Los tambores comenzaron a retumbar mientras la banda (cuatro figuras con capas negras) arrancaba con la primera canción. Cassie encontró al fondo una puerta negra. Abrió un resquicio y echó un vistazo.
¡WHACK! ¡WHACK! ¡WHACK!
Un trol gordo con tirantes estaba dando una paliza con su cachiporra a un pequeño diablillo. Este, al parecer, había estado fisgoneando por el agujero de la cerradura de otra puerta.
—¡Maldito pervertido! ¡Vuelve a la tolva de la basura si no quieres que prenda fuego a tu feo culo!
Varios golpes más con la cachiporra y el diablillo berreó y se alejó temblando. La sangre le goteaba de las puntiagudas orejas. Cuando se hubo marchado, el trol (obviamente un gerente) se acercó por su cuenta a la cerradura y rio entre dientes.
Después también él se fue.
Cassie se coló y miró por el agujero.
Como había supuesto, daba a unos camerinos. Varias bailarinas con atuendos provocativos estaban saliendo por otro lado. Cassie se fijó en un súcubo de piel violeta, una demoniesa de cuatro pechos con pequeñas alas de murciélago y corsé escarlata y dos mujeres humanas con biquinis negros. Estas dos últimas tenían brotes de tumores amarillos en sus rostros.
Pero ninguna era Lissa.
Todas las chicas abandonaron la sala por la puerta posterior.
«¡Maldita sea!»
¿Habría salido Lissa de los camerinos antes de que ella se pusiera a mirar?
Se escurrió de nuevo hasta el local. La sonora mezcla de gótico y death metal de la banda estaba creciendo en intensidad y la pista de baile vibraba.
—¡La casa de Dios en llamas, protégeme, padre Satán, en el Infierno seré tu esclavo! —se desgañitaba el cantante principal.
Cassie apenas podía oír sus propios pensamientos por encima de aquella letra infernal. Pero ahora las jaulas de baile que había sobre el escenario estaban ocupadas. Por las chicas que había visto antes en los camerinos.
Otra chica (una humana de pelo blanco cortado a lo paje) fue directa hasta Cassie y la abrazó.
—¡Bailemos! —dijo.
—Eh, no, gracias. —Pero cuando Cassie luchó por liberarse, notó unas manos que le sobaban con torpeza los senos. «¿Qué demonios…?»
Entonces vio cómo era posible. La mujer se rio y retrocedió. Se abrió la blusa y mostró unas manos humanas que se abrían y se cerraban, y que surgían de donde tendría que tener las tetas.
«¡Este sitio es un auténtico pasote!»
Justo cuando se decía que lo más probable era que Lissa no trabajase aquella noche, notó un tirón en la falda. Era Susurro, que señalaba excitada hacia arriba, detrás de ella.
Dos jaulas de baile en las que Cassie no había reparado antes colgaban en esa zona, encima de la barra. Una pelirroja atractiva, con el rostro hinchado por la elefantiasis, bailaba de modo sensual en una de ellas.
La de la otra era Lissa.
El largo mechón brillante, blanco y negro, se desdibujaba delante de su rostro. Bailaba al son de las lúgubres oleadas de música, aún vestida como la última vez que Cassie la vio con vida: guantes de terciopelo negro, falda corta de crinolina negra y blusa de encaje del mismo color.
«Es ella. De verdad está aquí…»
—¿La ves? —gritó Via desde el otro lado de la barra.
Cassie asintió.
«Pero ahora… ¿cómo voy a llegar hasta ella?» Una pequeña trampilla en la pared llevaba hasta la abertura de la jaula, pero Cassie no podía adivinar por dónde se llegaba hasta allí. Por algún sitio de la parte trasera, cerca del trol de la cachiporra. ¿Debía arriesgarse?
Pero un segundo después supo que no tenía ninguna elección.
Lissa había dejado de bailar y miraba hacia abajo por entre las barras de la jaula, contemplando a Cassie.
—¡Lissa! ¡No corras! ¡Solo quiero HABLAR contigo! —Cassie se esforzó por imponerse al estruendo.
Demasiado tarde. Lissa ya había salido de la jaula y se arrastraba hacia la portilla.
«¡Tengo que cortarle el paso!», comprendió Cassie. Retrocedió a la fuerza a través de la multitud que bailaba, se lanzó por la puerta trasera y luego atravesó la que daba a los camerinos. En la esquina posterior había un vano abierto, y justo detrás una cuarta puerta en la que ponía: «SALIDA».
Lissa bajaba por la escalera y en su rostro se dibujó el terror cuando vio a Cassie.
—¡Lissa! ¡Por favor! ¡Lo siento!
Cassie estaba a punto de correr tras ella, pero una pesada mano con escamas la agarró por el pelo. Se quedó sin aliento cuando la hicieron girar hasta tener delante la cara llena de marcas del trol.
Su voz inhumana borboteó:
—¡Ajá, esto me va a gustar! ¡Acabo de atrapar a una pequeña zorra humana que trataba de robarme!
—¡No estaba robando! —arguyo Cassie—. Solo necesito hablar con mi… —Pero se quedó sin voz cuando la zarpa le agarró la garganta y apretó.
Los ojos de color verde pálido del trol brillaban con lascivia homicida.
La otra mano escamosa alzó la cachiporra.
—Veamos cuánto tiempo tardo en convertir tu cerebro en natillas…
El miedo parecía electrocutarla. No podía respirar. Pero cuando la cachiporra se elevó para atizar el primer golpe contra su cabeza, otra emoción creció en su interior.
Furia.
De repente la habitación pareció teñirse de una luz brillante. El trol, asustado, la soltó y retrocedió, y su arma rodó por el suelo. Cassie volvió el rostro enrojecido hacia la criatura, y cuando gritó:
—¡DÉJAME EN PAZ!
… la cabeza del trol estalló.
Cassie cayó al suelo y las extrañas chispas se extinguieron. Abrió desmesuradamente los ojos ante el cadáver que aún se convulsionaba en el suelo, y el estofado de sesos que resbalaba poco a poco por la pared.
«¿Qué diablos acaba de suceder?»
Pero no había tiempo que perder analizándolo. De pronto recordó su objetivo: ¡Lissa!
Cuando se giró, su hermana ya había desaparecido. Y acababan de cerrar la puerta de salida.