III
—Dios, odio venir por aquí —protestó Via—. ¿Por qué tenemos que hacerlo?
—Porque tengo que hacer algunos movimientos —replicó Xeke—. Estoy muy puesto por estos lares. Tengo contactos.
—Oh, qué habilidoso que eres —rezongó Via—. ¿Lo has oído? Xeke «está muy puesto por estos lares». Es EL MACHO.
—Lo que pasa es que te gustaría estar tan puesta como yo.
—Oh, claro.
La zona que atravesaban en esos momentos, los guetos, olía peor que todo lo anterior. Edificios altos y anodinos a centenares, muchos en llamas o soltando humo por sus ventanas quebradas, flanqueaban la calle principal, llena de basura. La gente, hambrienta y de ojos vacuos, se sentaba en los portales (igual de interminables) aguardando sin esperanza. Personas demacradas, armadas con cuchillos, perseguían polterratas por pasajes que hedían a orina y cosas mucho peores. Otros se limitaban a raspar la tierra o la bazofia de las alcantarillas en busca de comida.
—Aquí es donde residen los habitantes humanos más pobres —informó Xeke—. Hay millones de viviendas. Sin agua corriente, ni alcantarillas ni luz. No es Rodeo Drive, eso te lo aseguro.
Tenían que caminar prácticamente por el centro de la calzada, porque las aceras estaban ocupadas por montones de basura de la altura de un hombre. Por todas partes resonaban salpicaduras húmedas: eran los anémicos vecinos, que vaciaban cubos de basura desde las ventanas.
Varios demonios con la piel de color moca salieron de un callejón y se dispersaron. Momentos después apareció una mujer humana ajustándose la falda, desgastada y manchada. De no ser por el pelo sucio y los lunares silíceos de la piel, podría haber resultado atractiva. Cuando vio a Xeke caminando por el otro lado de la calle, le silbó.
—¡Eh, bollito, semental! ¿Tienes unos peniques para la mejor atracción de la ciudad? ¡Vente, divirtámonos!
Entonces se subió provocativamente la falda putrefacta.
—Er, no, gracias —respondió Xeke.
A continuación ella mostró uno de sus escuálidos pechos.
—¡De acuerdo! ¡Para ti, gratis! —dijo.
—No, tengo prisa. Tal vez otro día.
—¡«Tal vez otro día»! —le increpó Via—. ¡Serás capullo!
Xeke soltó una risita.
—Solo estaba siendo educado. Es una zorra zaposa, no me acercaría ni a diez metros de ella.
La mujer siguió sacudiendo la falda.
—¡Ven, monada!
Via la miró fijamente.
—¡Cierra la boca, desecho de esperma demoníaco! —chilló—. Voy a ir hasta allá para patearte el culo, aunque no vales ni para sacar la mierda de la suela de mis zapatos.
—¡Jódete, furcia! —le respondió la prostituta con otro grito.
Via estalló de furia. Atravesó la calzada con odio en los ojos.
—Vamos, Via, déjala en paz —protestó Xeke.
Via siguió corriendo. La prostituta soltó un alarido y se alejó rauda por el callejón.
—¡Sí, será mejor que corras, so puta! —gritó Via—. ¡La próxima vez que te vea, barreré toda la mierda de esta calle con tu cara!
—¿Era eso realmente necesario? —protestó Xeke cuando ella regresó—. Ya lo tiene bastante crudo.
—No lo tendrá crudo de verdad hasta que le ponga las manos encima —espetó Via—. Malditas furcias callejeras… Y tú solo lo empeoras, flirteando con ellas.
—¡No estaba flirteando con ella! —objetó él.
—Y una leche. Lo adoras. Todo lo que haces es pasearte por ahí creyéndote una especie de don Juan del Infierno. Sí, estás muy puesto, y tanto. Incluso las putas barriobajeras te piropean.
Xeke sonrió en dirección a Cassie.
—Las mujeres son tan celosas…
A Cassie el concepto le parecía increíble. «Nunca he sentido celos por un chico, porque nunca he tenido un chico». Aquella idea repentina la deprimió al instante.
El único chico al que había llegado a besar era Radu…, aquella noche en el Goth House. La acción que había desencadenado el suicidio de Lissa…
Se negó a seguir pensando en ello.
Dejaron atrás barriadas aún más extensas, también con fuego y humo. En pocos minutos, Xeke las llevó hasta un lugar llamado «TABERNA LA CABEZA DEL NECRÓFAGO».
—Genial —protestó de nuevo Via—. Ahora vamos a un bar. Veamos cuántas chicas intentan ligarse a Xeke aquí.
—Si las mujeres no tienen la regla en el Infierno —dijo Xeke—, ¿cómo es que siempre estás con el síndrome premenstrual?
Via respondió:
—Me gustaría tener polla para decirte que me la chupes un rato.
Susurro sonrió a Cassie y sacudió la cabeza, como si dijera: «es lo habitual».
Cuando estaban a punto de atravesar las típicas puertas de vaivén, salió por ellas un hombre delgado de ropas sencillas, que silbaba The Summer Wind. Dentro se podían oír los golpes de las bolas de billar. Cassie no esperaba gran cosa de un garito del Infierno, pero descubrió que la penumbra del interior, bañada por las velas, resultaba agradable. A un lado se alineaban unos bancos tapizados, y una larga barra con apoyabrazos de metal se extendía por el otro. En la parte posterior vio a dos hombres venidos a menos que jugaban al billar americano, y en una esquina, en lo alto, un televisor brillaba con el sonido desconectado.
—Este lugar casi parece normal —destacó.
—¿Eso te parece normal? —Via señaló a una repisa encima de la barra. Allí habían colocado sobre un pincho la cabeza cortada de un monstruo. Las botellas de los estantes de cristal de detrás de la barra parecían estar todas llenas de mugre en lugar de licor, y había un desagüe lleno de moho verde arriba del cual un letrero avisaba: «LOS EMPLEADOS NO DEBEN LAVARSE LAS MANOS».
En una pizarra anunciaban los platos especiales del día: «CHILE HUMANO (PICANTE O SUAVE), EMBUTIDO HUMANO, REBANADA DE CARNE HUMANA CON GUARNICIÓN».
—¿Y esos son los especiales? —preguntó Cassie.
—Claro. En el gueto, la carne humana escasea. Normalmente la despachan a los distritos lujosos, de lo que se deduce que este local tiene contactos con la mafia. En nueve de cada diez ocasiones, solo encontrarás carne de demonio en los guetos. —Entonces Via hizo un gesto hacia la mesa de billar—. Las bolas son piedras del riñón de un infracerdo. Ah, y mira la tele.
Cassie se fijó con más atención en el televisor ovalado de la esquina. Era un combate de boxeo entre dos demonios y, en vez de guantes, los contrincantes llevaban un martillo de carpintero en cada mano.
Via se estiró y cambió de canal. Puso un concurso donde un presentador cadavérico vestido con frac hacía girar una enorme rueda chasqueante. En las cuñas del círculo había palabras: «DESCUARTIZAMIENTO TOTAL», «SUITE DE LUJO», «EXTIRPACIÓN DE HUESOS», «50,000$» y otras similares. Una atolondrada demoniesa aguardaba expectante mientras la rueda giraba.
—¡Aquí está tu oportunidad, Magnolia! —festejaba el presentador—. ¿Obtendrás riquezas, o será para ti el final del camino?
La rueda empezó a frenar, sin dejar de soltar chasquidos. El indicador pasó por una cuña que decía «CRUCERO DE LUJO PARA DOS EN EL MAR DE CAGLIOSTRO», pero…
Un clic más y el puntero se detuvo en «PRENSA PARA CRÁNEOS».
—Oh, eso sí que es mala suerte, ¿eh, Magnolia? —dijo el presentador, y de inmediato la mujer fue arrastrada fuera del plato por demonios con esmoquin. Le metieron la cabeza a la fuerza en una caja de metal con una manija y pronto empezó a sacudir brazos y piernas. Un demonio giraba con fuerza la manivela y aplastaba así la cabeza de la mujer. La audiencia jaleó cuando la sangre y los sesos hechos puré comenzaron a salir por una espita de la caja.
«¿Dónde está “La rueda de la fortuna” cuando la necesitas?», pensó Cassie.
—Y no te creerías las telenovelas que ponen aquí —añadió Via.
Detrás de la barra, un apuesto hombre con tupé limpiaba vasos de whisky con un trapo manchado de sangre.
—Xeke, muchacho. ¿Cómo te va?
—Como medio perro, Jimmy D.
—¿Medio perro?
—Sí, y todavía sigo sobre dos patas, así que me imagino que lo estoy haciendo bien.
El camarero se inclinó.
—Últimamente las cosas han estado calentitas por aquí. Estate atento a los alguas. Ah, y el suministro de carne se ha paralizado, se están esmerando por cazar a los XR y plebeyos de los tablones de «se busca».
—Esos punk nunca me pillarán —fanfarroneó Xeke—. Ya les gustaría echarme el guante.
Pero el camarero parecía muy serio.
—Corre el rumor de que Nicky el Cocinero os está buscando a Via y a ti. Se dice que le timasteis cinco de los grandes.
—Ese colega es una bola de sebo y por mi se puede sentar encima del cuerno de un cacodragón —dijo Xeke—. Ahora dame una dosis de tu mejor malta agria. Y no de esas de la barra, sino de las de detrás.
—Vaya, ¿es que hablo ahora con el gran duque Xeke? —rio el camarero—. No me toques los cojones, tanto tú como yo sabemos que no tienes pelas para eso.
Xeke abrió la bolsa de papel.
—Tendré pelas de sobra cuando me hagas el favor de cambiar esto por mí. Y no trates de endilgarme chorradas sobre el índice de cambio oficial. Lo quiero de tu gente en la calle Traficante.
Los ojos del camarero se abrieron de par en par cuando vio las espinas de siluro y la harina de hueso. Todo aquello brillaba en la oscuridad del bar como fuego de color verdoso.
—¡Dios mío! ¡Eso en la calle vale más de cuarto de millón en moneda infernal!
—Y por eso tú me darás ciento cincuenta y pico. —Xeke actuaba como si esperara un regateo, pero todo lo que el camarero hizo fue ir al cuarto trasero y reaparecer con un saco de dinero.
—Mi gente se va a cagar en los pantalones cuando vea esto. Me voy a llevar una comisión acojonante. Gracias por acudir a mí, colega.
Xeke vació su copa y agarró el saco.
—No problemo. Ten la boca cerrada respecto a esto y haré que bailes en una lluvia de comisiones.
—¿Quieres decir que… tienes más huesos?
Xeke se limitó a guiñarle un ojo y se giró hacia las chicas.
—Salgamos de este sitio.
—Pero creí que estabais hambrientos —comentó Cassie—. ¿Por qué no comemos aquí?
Xeke frunció el ceño al observar la pizarra con los platos especiales.
—¿Con la cantidad de dinero que llevamos? Diablos, no me comería esa bazofia… ni con la boca de Via. —Entonces se rio y le dio a Via una fuerte palmada en la espalda.
—¿Ah, sí? —replicó esta—. Pues tengo algo que puedes comerte…
Pero antes de que pudieran intercambiar más insultos, Cassie notó que el camarero la estaba mirando.
—Ah, hola —dijo él—. No te había reconocido con el pelo así.
—¿Te…? —Cassie miró tras de sí incómoda—. ¿Te diriges a mí?
—Claro que sí. Has venido aquí unas cuantas veces, me dijiste que trabajabas en las jaulas del S&N Club. ¿No charlé contigo la otra noche?
«Err, no, la otra noche no estaba en el Infierno». No podía ni imaginarse de qué le estaba hablando.
—Lo siento, debes de haberme confundido con otra persona.
—¿En serio? —El camarero sonrió y sacudió la cabeza—. Me refiero a esa chica que viene aquí siempre a la hora de la desolación. Y quiero decir que es exactamente igual que tú, salvo por el pelo. Es tu viva imagen.
Cassie se quedó muda durante un instante y Xeke le susurró:
—Puede que se refiera a tu hermana. Pregúntale.
Susurro señaló el relicario.
—¿Su pelo? ¿Es largo y negro, con un mechón blanco? —El corazón de Cassie ya latía desbocado. Se abalanzó hasta llegar a la barra, abrió el guardapelo con la foto de Lissa dentro y se la enseñó—. ¿Esta es la persona de la que me hablas?
—Sí, esa es. ¿A que resulta extraño?
Lo que aquello implicaba golpeó la conciencia de Cassie. «¡Está hablando de Lissa! ¡Ha VISTO a Lissa!»
—¿Qué estabas diciendo? ¿Que sabes dónde trabaja?
—Sí, justo…
—¿Dónde? —exclamó Cassie.
Su excitación desconcertó al camarero.
—Pues me dijo que curraba… —Sus palabras se detuvieron y giró la mirada cuando se oyó un sonido agudo—. Pregúntaselo tú misma. —Entonces señaló por encima del hombro de Cassie—. Ahí está.
Cassie se volvió muy lentamente. Todo lo que podía hacer era mirar de hito en hito con un nudo en la garganta.
Allí, de pie en la puerta de la taberna, estaba su hermana gemela.