I

Via sonrió con alegría desde su asiento en el colchón. Los rostros de los otros dos parecían expresar sobrecogimiento.

Cassie simplemente se quedó helada.

—Estos son Xeke y Susurro. Ella es Cassie. Vive aquí con su padre.

Cassie ni siquiera movió la cabeza para mirarlos; fueron solo sus ojos los que se agitaron de un lado a otro. Via seguía llevando los pantalones, botas y chaqueta de cuero de la vez anterior. Xeke, el chico, vestía de modo similar: estilo punk británico de finales de los setenta y botones y remiendos a juego («BRING BACK SID!», «Do you get the KILLING JOKE» y similares). De no ser por su asombro, Cassie se habría quedado impresionada por lo atractivo que era: delgado, vigoroso y de intensos ojos oscuros en un rostro que recordaba a un modelo italiano. De los lóbulos de sus orejas colgaban pequeños murciélagos de peltre y llevaba su largo pelo, negro como ala de cuervo, recogido en una viril coleta. Los ojos de Xeke la repasaron como si fuera un ídolo, y lo mismo hizo el tercer okupa, la otra chica. «¿Cómo ha dicho Via que se llamaba? —pensó Cassie—. ¿Susurro?»

—Susurro no puede hablar —dijo Via—, pero es muy maja.

Cassie se sentía muy lejos mientras escuchaba, era como si estuviera fuera de sí misma. Cuando trató de hablar, la garganta le crujió:

—Ayer…, en la vereda. Dijiste que estabas muerta.

—Lo estamos —replicó Xeke, como si fuera algo elemental.

—Nos imaginamos la sorpresa que eso supone para ti —prosiguió Via—. Te llevará un tiempo acostumbrarte a ello.

—Los tres estamos muertos —dijo Xeke—, y cuando fallecimos fuimos al Infierno.

«Hay gente viviendo en mi casa —pensó Cassie como atontada—. Gente muerta».

Ya ni se planteaba la situación. O era cierto, o se había vuelto loca. Punto.

Así que siguió a Via, Xeke y Susurro escaleras abajo.

—Nos limitaremos a demostrártelo enseguida —dijo Via— y no le daremos más vueltas.

—Y después podremos hablar de cosas importantes —añadió Xeke.

Susurro la miró por encima del hombro y sonrió.

«Genial. Estoy siguiendo a gente muerta por las escaleras».

—Blackwell Hall es el paso de los muertos más fuerte de esta región del Sector exterior —explicó Via.

—Paso de los muertos —repitió Cassie.

—Es por Fenton Blackwell…

—El tipo que construyó en los años veinte esta ala de la casa. —Cassie se aferró a lo que le sonaba—. El satánico que… sacrificaba bebés.

—Ajá —confirmó Via.

Xeke se rio cuando llegaron al rellano y posó sus alborozados ojos sobre Cassie.

—Dios, debes de pensar que estás perdiendo la chaveta.

—Eh, sí —dijo Cassie—. Lo cierto es que me lo he planteado más de una vez.

—Ten paciencia. Síguenos.

Mientras recorrían el siguiente tramo de peldaños, Via le aconsejó:

—No quedes como una idiota, Cassie. Recuerda que tú puedes vernos y oírnos, pero los demás no.

Cassie no tuvo claro a qué se refería hasta que los cuatro entraron en una de las salas de estar, en la que la señora Conner andaba muy atareada encerando las mesas antiguas.

Cassie se quedó parada, observándola. La mujer alzó la vista y se encontró con su mirada. No había manera de que no se fijara en Via, Xeke y Susurro, que estaban junto a ella.

Días, señorita Cassie.

—Ah…, hola, señora Conner.

—Espero que se encuentre mejor. Su pa’ me dijo que ayer tuvo un mareo.

Via se rio.

—¡Tu «pá»! Dios, qué palurda.

La señora Conner no escuchó el comentario.

—Oh, sí, me siento mucho mejor —respondió Cassie.

—Está coladita por tu padre —añadió Via.

El comentario sobresaltó a Cassie.

—¿Cómo?

La señora Conner alzó de nuevo la mirada.

—¿Decía, señorita?

—Ah, err…, nada —se corrigió Cassie rápidamente—. Que tenga un buen día, señora Conner.

—Lo mesmo digo.

—Y tu padre también está enamorado de ella —dijo Xeke con una sonrisa.

—Eso es absurdo —replicó Cassie.

La señora Conner volvió a mirarla, esta vez con mayor extrañeza.

—¿El qué, señorita Cassie?

Cassie se sintió de inmediato una estúpida.

—Solo…, oh, eh, nada importante.

«Mi padre —reflexionó—. ¿Siente algo por la señora Conner?» La idea parecía absurda, pero claro…

Lo mismo se podía decir de la posibilidad de tener roqueros punk muertos ocupando tu casa.

—Ya te he dicho que seas cuidadosa —se burló Via mientras seguían adelante—. Oh, y vigila lo que haces cuando su chico esté cerca…

—Cierto —dijo Xeke—. Ese tal Jervis. Se parece a Jethro Bodine. Bueno, pues es un mirón.

—Un…

Pero Cassie se calló cuando Via se llevó un dedo a los labios.

—No vuelvas a ducharte con la puerta abierta. Ese gordo paleto siempre te está echando miraditas.

Cassie se sintió avergonzada. ¡Puaj! Pero pensó en ello. ¿No le había mencionado Roy algo similar, que Jervis había estado en la cárcel por ser un voyeur?

—Algo huele bien —comentó Xeke.

Así era. Via los condujo a la cocina y, cuando los cuatro entraron, Cassie vio a su padre entretenido en el hornillo, manejando con torpeza una espátula de metal. Cuando este la miró y se fijó en su camisón corto transparente, le lanzó un gesto lleno de crítica paternal.

—¿Te estás presentando para modelo de Victoria’s Secret?

—Tranquilo, papá. Nadie va a verme —replicó.

—Nadie salvo nosotros —intervino Xeke—. Tu hijita tiene un cuerpo como para echar humo, ¿eh, papi?

Via y él se rieron en voz alta.

Obviamente, el padre de Cassie no los oyó ni los vio.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó.

—Claro, papá. Es solo que ayer estuve demasiado al sol —dijo, para tratar de tranquilizarlo.

—Bien, estupendo, porque llegas justo a tiempo para degustar una tortilla de siluro a lo cajún.

—Suena demasiado pesado para mí.

—¡Eh, papi, mira! —exclamó Via. Fue directa hasta él, se levantó la camiseta negra y le enseñó las tetas.

Bill Heydon no las vio.

—Entonces, ¿qué vas a hacer hoy, cariño? —preguntó, mientras buscaba el molinillo de pimienta.

Xeke bromeó:

—Eso, «cariño», dinos.

«Cierra la boca», pensó Cassie.

—No lo sé. Supongo que daré una vuelta por ahí.

—Sí, papi —advirtió Via—. Va a dar una vuelta por ahí con los muertos que viven en tu casa.

—Bueno, pero esta vez recuerda no quedarte demasiado tiempo al sol. —Su padre trató de sonar autoritario.

—No lo haré.

—¿Todavía no nos crees? —le preguntó Via.

—Supongo que sí —respondió Cassie, y de inmediato pensó: «¡Maldición!»

Más risas de sus compañeros. Su padre la miró.

—¿Supones que sí, qué?

—Lo siento, pensaba en voz alta.

—Eso es un signo de senilidad, ya sabes. —Ahora su padre arrojaba trozos de siluro en la sartén—. Y eres demasiado joven para estar senil. Yo, en cambio, soy otra historia.

—Susurro —dijo Via—, muéstrasela.

La chica de negro, bajita y muda, atravesó la cocina. Agarró el brazo desnudo de Cassie y lo apretó para demostrarle que podía tocarla. Entonces agarró el de su padre, pero…

La pequeña mano de Susurro pareció desvanecerse en la sólida piel del señor Heydon.

—Ahora hasta el final —indicó Via.

Susurro se adentró en el cuerpo de Bill Heydon y prácticamente desapareció del todo. Él tembló de pronto.

—¡Vaya! —dijo—. ¿Has notado esa corriente de aire frío?

—Ah, sí —dijo Cassie, como de pasada. Se sintió fascinada al ver a Susurro salir del cuerpo de su padre.

—Si todavía no nos crees —dijo Via—, entonces es que de verdad tienes un problema.

—Y que lo digas —comentó Cassie.

Otra mirada extraña de su padre.

—¿Que te diga el qué, cariño?

«¡Mierda, lo he vuelto a hacer!»

Más risas.

—Vamos, «cariño» —dijo Xeke—. Salgamos de aquí antes de que tu padre crea que has perdido el juicio por completo.

«Buena idea». Aquello se estaba volviendo demasiado confuso.

—Te veré después, papá —dijo como despedida.

—Claro. —Él le dedicó otra mirada, se encogió de hombros y retomó sus tareas culinarias.

Cassie siguió a los otros fuera, de regreso a aquella sala de estar del tamaño de un atrio. Susurro le sonrió y la cogió de la mano, como si quisiera decirle: «No te preocupes, acabarás por acostumbrarte».

Cassie no tenía ni idea de adónde la llevaban. Junto a las escaleras, Via dijo:

—Eh, mirad. Ahí viene Goober Pyle[7].

Jervis Conner estaba trasladando algunas cajas de mudanza arriba y abajo, y al fijarse en el escaso camisón que llevaba Cassie, trató de ocultar su asombro.

—¿Cómo le va, 'eñorita Cassie?

—¡Ey, Goober! —gritó Xeke—. ¿Dónde está Gomer, enorme cateto estúpido?

Via se puso justo delante de él.

—Apuesto a que te limpias el culo con mazorcas de maíz.

—Siempre se está colando en nuestra habitación para pajearse —informó Xeke a Cassie. Via se rio.

—Cree que nadie lo ve. ¡Oh, si él supiera!

—Y después de verte con ese camisón, apuesto a que hoy se la cascará cinco veces.

Cassie se sonrojó.

—¡Concédele un descanso al pequeñín! —le gritó Xeke a Jervis.

Cassie se rio, incapaz de contenerse.

—¿Qué es tan divertido, 'eñorita Cassie?

«¡Esto es demasiado!»

—Nada, Jervis. Que tengas un buen día.

—Basta de hacer el tonto —dijo Via. Recorrió el pasillo sin hacer caso de las extrañas estatuas y las pinturas al óleo. Sus botas de cuero resonaban con fuerza sobre la alfombra, pero a esas alturas Cassie ya comprendía que solo ella podía oírlas.

—¿Adónde vamos? —preguntó, cuando Jervis ya no podía escucharla.

—A algún lugar donde podamos hablar —le respondió Xeke, con la larga coleta negra balanceándose por detrás de su cabeza.

—¿De regreso a la habitación del óculo?

—A un sitio mejor —dijo Via—. El sótano.

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